En aquellos Versos de Acero publicados hace más de un siglo se palpa la incertidumbre y el espanto de la guerra. Hoy no llegamos a sentir así, desde que los telediarios banalizan las atrocidades, pasando sin más de la catástrofe al espectáculo. Para nosotros son solo imágenes pasajeras, que no nos afectan si además ocurren en otro lugar.
Cuando fueron escritos, la Primera Guerra Mundial apenas comenzaba. Tras largo tiempo de Pax Europaea el horror que quedaba fuera de escena, relegado a las colonias, estallaba con fuerza inusitada en el corazón de las metrópolis, las mismas que a sangre y fuego se repartían el mundo. El impacto y la incertidumbre llenaron de temor a las poblaciones, incluso a las que no participaban, al menos por el momento.
Del libro de José Requena Amorós he publicado aquí hasta ahora tres poemas, Luz en tinieblas, La guerra de trincheras y El Dios de los Ejércitos. Este de ahora rezuma pesimismo ante una guerra tecnificada que hoy podemos considerar primitiva. El último paso era entonces el armamento químico, embrión de lo que luego ha sido la guerra ABQ. A la vista del progreso en la tecnología militar, que crecía ya vertiginosamente, bien podría adivinarse el inmenso poder de las armas de destrucción masiva.
Tampoco las armas químicas eran un invento de entonces, porque ya se usaban en la antigüedad, como recuerda el economista. De ahí recojo esta ilustración. No sé si es una broma macabra o una realidad. Pobre bestia y pobres animales humanos...
¡COMO TOPOS!
Con el ansia febril que a su faena
atiende, cuando está cierto el minero,
que a poco barrenar el agujero
ha de ser descubierta rica mena,
o más bien: como topo que insaciable,
ha olfateado suculenta presa
y queriendo atacarla por sorpresa
cava con rapidez incomparable,
así el guerrero de la edad moderna,
abre la subterránea galería,
cual si, temiéndole a la luz del día,
prefiriese la lucha en la caverna...
Cuando sabe que solo lo separa
una débil pared de su adversario,
metódico, sereno y sanguinario,
un volcán, a sus plantas le prepara;
detonan las ocultas espoletas
formando un cráter que vomita fuego
y el que logra escapar, encuentra luego
las puntas de aceradas bayonetas...
¡COMO TIGRES!
Donde no se halla campo despejado,
por ejemplo: en los bosques del Argona,
sus vitales sentidos perfecciona,
aprendiendo a cazar sin ser cazado.
Como tigre, que sabe cuánto ayuda
atacar de repente al enemigo,
vigila los senderos, al abrigo
de la maleza, que su cuerpo escuda.
Quien se arriesga sin muchas precauciones
a cruzar por la selva inextricable,
es víctima del salto formidable
que hace retroceder a los leones.
Según sea, feroz o inofensiva,
la pieza que cayó bajo su garra,
a brutales zarpazos la desgarra
o a su escondite se la lleva viva;
pero es su instinto destructor tan fuerte
cuando el acecho y el temor lo excita,
que pocas veces su dominio evita,
prefiriendo en el acto darle muerte.
¡COMO HOMBRES!
Al hacer la señal sus aviadores
ponen la batería en movimiento,
dicta un observador el argumento
y se preparan los apuntadores.
Aquel dice: «mil metros cotangente
de quince grados; dirección cuarenta»
y otro agrega después de breve cuenta:
«alzas a tres mil setecientos veinte»...
Así, baten con fruto al enemigo
ocultos a su vista, mas no es cierto
que se hallen de sus iras a cubierto,
aunque un reducto les ofrece abrigo,
y pronto ven llegar amenazantes
nubecillas, que barren el terreno,
llevando en suspensión mortal veneno
en forma de productos asfixiantes.
Que si usaron hasta hoy reglas balísticas
para poder matar impunemente,
ya se trata, con éxito creciente,
de agredir empleando nubes químicas.
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Es temible a su modo cada fiera:
pero tiene su acción tan limitada,
que fácilmente puede ser burlada
por quien su vista o su olfato huyera.
Solo hay una tan fuerte y tan segura
que contra ella no hay ser ni sitio inmune;
ya que para su bien y mal reúne
todas las energías de Natura...
Si hubiese la fiereza de apreciarse
cuando atacan posesas de vil saña,
no hay reptil venenoso ni alimaña
que al homo sapiens pueda compararse.