Entre los libros que dejó mi padre hay un ejemplar que conservo con especial cariño. Fue publicado hace más de cien años, y buscándolo en internet solo he encontrado que un ejemplar fue vendido recientemente en todocolección, y una versión en PDF puede descargarse aquí.
Mi padre conoció al autor, un marino ya anciano, cuando él mismo era marino. En Cartagena, durante otra guerra. Fue el poeta quien se lo regaló, aunque el ejemplar tiene esta dedicatoria autógrafa:
A mis queridos primos Serafín y Piedad, en prueba de fraternal afecto
Águilas, 1 de enero de 1916
En muy pocos libros he encontrado un alegato tan triste contra la guerra, más desgarrador que Los cuatro jinetes del apocalipsis o Por quién doblan las campanas.
Fue escrito cuando la guerra comenzaba, y no podía preverse su final, en el corazón de una Europa que se había sentido a salvo de su azote, aunque no le importaba mantenerla fuera (¡cómo se parece el estupor de entonces al provocado por la pandemia actual, cuando golpea a quienes se sentían más seguros!).
Así que no es un recuerdo posterior sino una crónica contemporánea. Relato angustiado que transmite angustia al lector. El libro nos traslada el miedo y el dolor mucho mejor que los reportajes televisivos de ahora, que los trivializan revueltos con humor, deportes y publicidad.
Pero la literatura o el cine nos humanizan porque dan tiempo para ponernos en el lugar del otro. Ignoro si existe un perfecto psicópata, incapaz de sentir con nadie más. Tal criatura, impermeable a la ética, lo sería también a la estética.
Nos traslada al lugar y al tiempo. Vivimos aquel momento horrible porque los versos de entonces nos llevan a aquel presente. Compartimos un futuro todavía envuelto en la niebla. Ningún libro de historias ya pasadas puede hacerlo.
Leyendo este poema vi llorar a a mi padre. Nunca más lo hizo delante de mí.
LUZ EN TINIEBLAS
Obscura es la noche... el viento refresca...
Un buque mercante, por el mar del Norte
sin luces navega...
A menos de un cable, se borra en la sombra
su móvil silueta;
y solo lo acusa, el chac chac isócrono
que la hélice canta girando en su tuerca...
Entraña un peligro
navegar a estima, con viento y mar gruesa;
pero algo, sin duda tan cerca y temible
como la tormenta,
le impone, si quiere pasar sin ser visto,
caminar a ciegas...
Inútiles fueron
para el triste buque su arrojo y destreza;
porque un submarino teutón, lo esperaba,
y en él hizo presa
lanzando un torpedo, que le abrió en el casco
honda y amplia brecha
por donde, insaciables de vidas humanas,
las olas penetran...
En los tripulantes, sucedió el espanto
propio, en los que miran la Muerte de cerca;
mas, pasado el susto,
que, tanto no dura si el mal se recela,
se ordena y realiza concienzudamente
cuanto al salvamento del pasaje afecta.
Roto ya el misterio,
brillaron las luces, tocó la sirena
pidiendo socorro y fueron lanzados
al agua, los botes, que pronto se llenan,
primero, con madres que abrazan sus hijos;
luego, con ancianos que arrastran sus penas;
y a los diez minutos,
con todo el pasaje los botes se alejan...
A bordo del buque,
donde ya las olas bañan la cubierta,
solo, con el bravo
Capitán, se quedan
otros dos marinos, que, más que a sus vidas
cuidaron la ajena:
y viendo imposible botar otro bote,
o a nado ir a tierra,
se dan un abrazo de afecto infinito,
de amistad eterna,
y aguardan estoicos a que se hunda el buque,
para ir, a su bordo, por la ruta inmensa...
_________
En tanto, reñían los débiles botes,
titánica lucha, con el oleaje,
que, ya les hundía fingiendo tragarlos,
ora los alzaba cual plumas ingraves.
Y el patrón, tenía
más que preocuparse,
de imponer el orden en los pasajeros,
para que, asustados del furioso embate
no anduviesen locos, de una en otra banda,
huyendo un peligro, por otro más grave,
que de ver la aguja que marca su rumbo
y de hacer esfuerzo por no atravesarse.
Pero un pasajero
que iba contemplando con ojos tenaces
las luces del buque;
cual si la dinamo de pronto parase,
vio que se apagaron instantáneamente;
y en el mismo sitio de aquellas, marcarse
dos puntitos rojos,
como dos pupilas abiertas en sangre;
y, con cierto ritmo,
huir y acercarse,
quizás componiendo palabras y signos
de ignoto lenguaje.
Al patrón, entonces,
que, yendo de espaldas no pudo fijarse,
le dijo el viajero:
─«Creo que del buque nos hacen señales...
¿Qué dicen aquellas lucecitas rojas...?»
El patrón, amable,
volvió la cabeza sin soltar la caña,
y logró enterarse
viendo los cucuyos, los faroles rojos,
las dulces pupilas cuajadas en sangre:
y siguió sus trazos
fijo y anhelante
como quien recoge de algún ser querido
que lento agoniza, las últimas frases...
Cuando las pupilas
cesaron de hablarle,
como si la Muerte sus párpados negros
violenta cerrase,
el patrón, extraño al grave peligro
que corría el bote, soltó el gobernalle...
y abatiendo el rostro, se hincó de rodillas
con fervor tan grande,
que, todos a una, su acción imitaron,
rindiendo a los héroes sublime homenaje:
pero aún, el viajero,
curioso insaciable,
preguntó al marino: ─«Patrón, ¿qué dijeron?»
Y este, sollozando, tradujo la frase
que, los que morían, a los que salvaban
dedicado habían: ─«¡HERMANOS, BUEN VIAJE!...»
En ocasiones, el término "heroico" cobra su más humano y autentico sentido.
ResponderEliminarGracias por compartir tan conmovedor recuerdo.
Todo el libro es una joya desconocida. Ya pondré alguna cosa más.
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