lunes, 31 de agosto de 2020

Para pensar y discutir. Interrogantes necesarias (IV)

Interrogantes, que no respuestas siempre problemáticas, contenidas en la propuesta de debate sobre la transición que vengo exponiendo. El comienzo del artículo está aquí, sigue aquí y la última parte que he glosado ha sido esta.

Se trata de tanteos, luego de que algunos de los últimos avances experimentados en América Latina hayan sido cortados en seco por la ofensiva conjunta del imperio americano y las oligarquías locales.

Pero las respuestas estructurales que se proponen no serán posibles sin un cambio en el sentido común generalizado que considera imposible acabar con este sistema económico, precisamente por su implantación global. Cuando resulta que ese triunfo es el preludio tantas veces anunciado (y, ciertamente, otras tantas aplazado...) de un fracaso absoluto a muy corto plazo.

Lo que mejor apuntala este sistema económico agonizante es la idea generalizada de que no se puede cambiar.





Interrogantes necesarias

¿Cómo avanzar en la autosuficiencia alimentaria y energética, sin entrar en la lógica de las asimetrías que conlleva la mercantilización de las relaciones sociales de producción?

Responder a la interrogante supone considerar las propuestas sustentadas desde el movimiento popular en torno a la soberanía alimentaria, energética o financiera, que fuera parte del programa sustentado desde la nueva integración animada en la región en este tiempo de cambio político.

Es más, se puede rescatar la experiencia de Cuba desde 1959, Chile entre 1973 y 1976, Nicaragua entre 1979 y 2000, y los recientes procesos de cambio para asumir la limitación de la dependencia que impone la organización capitalista global. Por eso, destacamos la necesidad de resolver el límite tecnológico y de subordinación al sistema de patentes y marcas en el comercio internacional, que desafía a constituir nuevos rumbos al modelo productivo y de desarrollo.

Una prioridad es la alimentación de la población, no solo bajo un nuevo patrón de producción, sino también de consumo, por lo que la soberanía alimentaria es más que una categoría programática. Debe transformarse en una finalidad consciente de la población, lo que supone confrontar con una lógica histórica asociada al consumismo y a la dominación de las transnacionales modernas de la alimentación y la biotecnología.

Claro que ello no puede hacerse sin transformar la matriz energética asociada a la dominación de los hidrocarburos y las petroleras transnacionales, por lo que la soberanía energética asociada a otra forma de satisfacer las necesidades locales y regionales constituye una base de arranque de un petromodelo productivo, ensayado en la lógica no lograda del proyecto Petro-América.

En el mismo sentido puede pensarse el financiamiento de esas dinámicas alternativas, para lo que resulta de gran estímulo el debate sobre la nueva arquitectura financiera para la región discutido en la primera década del siglo XXI, de manera especial en torno a la constitución de un Banco del Sur, una moneda de intercambio regional para facilitar la circulación de bienes y servicios sin acudir a divisas de circulación global.

Por eso la soberanía financiera es un mecanismo de autonomía y camino de independencia para pensar en un rumbo por la transición.

¿Cómo construir sociedades con sujetos conscientes y un nuevo sentido común para generar excedentes y una mayor productividad sin exclusión social?

No es simple la respuesta, máxime si se estudian las experiencias históricas de tránsito del socialismo al capitalismo. Un problema ha sido la emulación entre lo nuevo que se pretende construir y lo viejo que se busca transformar, que lleva a competir con la misma lógica de producir, que define en última instancia las formas de la circulación y el consumo.

Se trata, como lo explica Dussel, [7] logrando generar en el seno de la sociedad una reproducción social con sujetos situados para la alternativa al capitalismo. El Che había puesto de manifiesto la necesidad de construir una nueva subjetividad para pensar más allá del capitalismo.

No solo se trata de la producción de bienes y servicios, sino de una conciencia sobre la nueva sociedad a construir, quizás uno de los límites más importantes a la hora de pensar la construcción de lo alternativo en el orden económico y social.

La mayor productividad y la generación de excedentes es parte de la búsqueda en la construcción de la nueva sociedad. Ese es el camino enunciado por los lineamientos de cambio económico en Cuba desde el 2011, en proceso permanente de reevaluación y que son parte de los cambios que generó el proceso regional de cambio político en la primera década del siglo XXI.

En definitiva, la construcción de sujetos situados en dirección a estos objetivos choca con el sentido común construido y consolidado a partir de la universalización del capitalismo; en especial en tiempos de una inmensa ofensiva capitalista por la liberalización de la economía mundial.

¿Cómo orientar el sistema educativo cultural y de ciencia y tecnología en la construcción de sujetos que no reproduzcan la subjetividad que el capital ha institucionalizado?

Vale la experiencia de Cuba, [8] en permanente revisión y actualización. No son pocos los esfuerzos desarrollados en este plano en las distintas experiencias mencionadas, de manera especial en la asediada Revolución bolivariana.

Sin embargo, queda claro que no alcanza con alfabetizar y poner al alcance de la sociedad los adelantos tecnológicos y científicos, si al mismo tiempo no se innova en el proceso de enseñanza y aprendizaje, incluyendo en ello el aporte del saber popular con perspectiva emancipadora.

En especial remitimos a las menciones previas relativas a la soberanía alimentaria, energética o financiera, donde el saber popular incorpora novedades, muchas veces a contramano del saber profesional.

Una adecuada articulación de saberes populares y profesionales es uno de los límites que requieren ser superados para la generación de rupturas civilizatorias que permitan dejar atrás la cultura impuesta por el régimen del capital.

Es importante el avance de la construcción popular, pero la ausencia de proyecto alternativo, transformador, termina subsumiendo la dinámica social en la estrategia del poder global.

¿Cómo desacoplarse de la globalización capitalista? En tiempos de la bipolaridad mundial se construyó la posibilidad de la «tercera posición», que habilitó formas de desarrollo alternativo que inspiraron procesos de transición en varias partes del planeta.

La realidad de este tiempo nos lleva a la creación de nuevas propuestas, que tienen en el pasado reciente muchas sugerencias programáticas, entre las que destaca el impulso a una nueva integración regional, no subordinada y con ciertos avances en materia de creación de una renovada institucionalidad, expresada como dijimos en el ALBA-TCP o en la CELAC, entre otros instrumentos.

El régimen del capital es una construcción mundial, lo que desafía a la articulación de un nuevo internacionalismo para la transición contra y más allá del capitalismo.

Los avances integradores de nuevo tipo en la región generaron las respuestas de boicot y ofensiva de las derechas para frenar el avance de estas propuestas.

Ello quedó de manifiesto en los golpes desplegados desde Honduras en 2009, Paraguay 2012, Brasil 2016, Bolivia 2019 e incluso los procesos electorales favorables a las derechas en Argentina 2015 y Uruguay 2020. El desacople implica procesos de construcción y deconstrucción propios de la crisis de las alternativas.

¿Cómo incorporar la participación popular en la política pública? Requiere incluir la perspectiva del carácter plurinacional del Estado, modificando la concepción de «sector público» y articulación entre este renominado como plurinacional y lo comunitario.

Existen aportaciones interesantes de la experiencia regional en materia de participación, de manera especial en lo atinente al presupuesto participativo, que incorporó la experiencia de la izquierda brasileña en el Gobierno en los tempranos noventa del siglo pasado.

La participación popular en la definición y ejecución del presupuesto público, tanto como la definición de las políticas públicas son aspectos a desarrollar desde la participación popular. Las entrevistas realizadas en el estudio ya aludido, [9] permiten comprender cómo es la angosta calle por la cual van pasando algunos espacios de participación, como también, lo que se fue «perdiendo» como posibilidad en el proceso.

El Estado es parte de los problemas de la crisis en las alternativas. También es necesario un Estado situado para avanzar en una sociedad en esta dirección. Comprender el fenómeno estatal es un aspecto central en los procesos de emancipación del capital. Rajland plantea que: «el aparato del Estado está atravesado por los procesos sociales, y posee autonomía que le permite retro-actuar sobre la sociedad y no sólo `reflejar´ las relaciones que se traban en el seno de aquella. No es solo un `instrumento´ del poder económico en una sociedad dada, sino un espacio en el que, en forma compleja y mediada, se dirimen y modifican las relaciones sociales del conjunto de esa sociedad, y se `ejecutan´ tareas sociales necesarias para la reproducción de la misma». [10]

La conceptualización que realiza Rajland habilita para reflexionar alrededor del interrogante planteado en el sentido que, el Estado, como categoría teórica e institucionalizada de manera casi universal a partir del desarrollo capitalista mundial, es parte también de la crisis en las transiciones.

Como lo expresa la autora, se trata de un espacio en el cual se «ejecutan» tareas sociales necesarias para la reproducción de la misma, de allí la importancia para los procesos de transición comprender cómo es la reproducción capitalista, y cuáles son las políticas construidas que dan origen a los cambios en la dirección de ese modo de desarrollo. Rajland lo pone en estos términos: «se necesita construir contrahegemonía como contrapoder y en el cómo se construye, la educación es uno de los instrumentos. Pero para llegar al poder y a la hegemonía hace falta la práctica política de los sujetos conscientes. Es a la construcción de esa consciencia a la que podemos contribuir los educadores marxistas».

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Notas:

[8] Agustín Lage Dávila (2015). La Economía del Conocimiento y el Socialismo. Editorial Academia, Cuba. Aquí se puede apreciar un conjunto de observaciones y reflexión muy integral que abarca al conjunto del sistema educativo, cultural y tecnológico.

[9] Enrique Elorza (2019).

[10] Beatriz Rajland (2013). «Estado, Emancipación y Educación. Una aproximación desde el pensamiento marxista». Revista Perspectiva №31, Florianópolis, Santa Catarina, Brasil, en
https://periodicos.ufsc.br/index.php/perspectiva/article/ view/23438

Para pensar y discutir. El mercado como relación social (III)

Desmercantilizar es la cuestión. Aunque el mercado es anterior al capitalismo, es el capitalismo el que lo convierte todo en mercancía. La mercancía más importante para él es la fuerza de trabajo, porque de ella extrae el valor que sin tregua debe incrementar:
El valor de un bien depende de la cantidad de trabajo directa o indirectamente necesario para su fabricación, el trabajo está en el origen de todo valor. Los salarios no representan el valor del trabajo sino el arrendamiento de la fuerza de trabajo del asalariado: «Respecto del concepto de valor recientemente expresado, el salario del trabajador solamente representa la parte necesaria a su propia sobrevivencia, y lo que resta constituye la plusvalía».
El capitalismo es ya un sistema mundial que subsume en su seno todas las relaciones, mercantilizándolas. Como cada uno de sus servidores compite con los demás por aumentar su propio valor, siempre que le es posible tiende a convertir en negocio privado lo que aún no lo es. Siendo la acumulación cada vez más difícil, trata ahora de nutrirse convirtiendo derechos trabajosamente conquistados en mercancías. Se impone invertir la tendencia, convirtiendo las mercancías en derechos.

Recordemos que no hace mucho tiempo las comunicaciones (correos, ferrocarriles, teléfonos...) eran públicos. Todavía existen, aunque desmanteladas en parte, la sanidad y la educación públicas. El derecho a satisfacer necesidades básicas no puede reducirse a beneficencia. Se impone desprivatizar, como parte esencial de una posible transición.

Siguen aquí mis comentarios a una propuesta de debate sobre la transición. Las dos primeras partes, aquí y aquí.

Trabajo y valorización




































El mercado como relación social


Un tema complejo es considerar la categoría «mercado», identificada en lo ideológico con «capitalismo». Así, el mercado sería asociado a capitalismo, tanto como se asocia en forma errónea al Estado con el socialismo. El mercado es anterior al régimen del capital y como vemos, en los procesos de tránsito, la relación mercantil de intercambio se mantiene.

En El Capital de Carlos Marx podemos identificar la relación mercantil simple y la capitalista, evidenciando al mercado como una relación social pretérita y futura del orden capitalista. Ocurre también con el Estado, que es una relación social pretérita y futura, ya que hay Estado precapitalista y Estado de la transición del capitalismo al socialismo, tanto como Estado socialista. Mercado y Estado son relaciones sociales preexistentes al orden capitalista, que actúan en la transición y en el socialismo.

El problema para enfatizar en nuestra reflexión está en la compraventa de la Fuerza de Trabajo, base material de la lógica de apropiación privada del excedente y por lo tanto de la acumulación de capitales y el proceso de dominación del capital. Marx definió a la relación de explotación como la base de la organización de la sociedad moderna.

Es en la economía política donde se encuentra la sociedad civil que fundamenta el funcionamiento complejo de la sociedad capitalista. Las condiciones materiales de vida están asociadas en el capitalismo a la explotación y sobre ella se organiza el conjunto social. De este modo, el capital subsume al trabajo, a la naturaleza y a la sociedad [5].

La relación de explotación es la que define al mercado capitalista y le otorga especificidad, por lo que desmercantilizar la relación salarial constituye el núcleo central en la confrontación con el régimen del capital. El Che trabajó el tema desde su responsabilidad de gobierno en el área de la economía de la nueva sociedad en Cuba, y lo hizo en términos de la labor voluntaria y los estímulos materiales y morales en compensación por el gasto de energía en el proceso de trabajo [6].

No olvidemos que uno de los aspectos centrales en la preocupación de Ernesto Guevara en sus estudios económicos para la transición al socialismo apuntaba a la posibilidad de ir en contra de la Ley del valor en la construcción del socialismo. No solo se trató de una cuestión teórica, sino que sus esfuerzos desde el área industrial en su gestión trataron de encaminarse en ese sentido, incluso en polémica con el modo hegemónico de considerar las relaciones inter-empresariales, y de las empresas con el Estado, tal como se sustentaba desde la hegemonía soviética en el proceso de tránsito hacia el socialismo.
Hay que considerar que el capitalismo es un sistema mundial y por ello, más allá de las experiencias de la transición en la ex URSS, China, Cuba o Vietnam, la lógica mercantil se impone desde el funcionamiento de la economía mundial.
Incluso para economías precapitalistas o comunales, el propio Marx aludía a las relaciones al interior de la comunidad y los vínculos mercantiles con el exterior. El sistema mundial capitalista se sostiene en la ampliación de la mercantilización.

Todas las experiencias de la transición interactúan con el sistema mundial, incluso no es mayor esa interacción por la capacidad de sanción desde la dominación, caso emblemático del bloqueo estadounidense sobre Cuba o la ampliación de sanciones comerciales y económicas sobre un conjunto de países que intentan correrse de las imposiciones globales emanadas desde la política exterior de EE.UU.

La bipolaridad del sistema mundial entre 1945 y 1991 no impidió las mutuas relaciones entre los países del bloque socialista y los países capitalistas. Es algo verificable en la historia de la URSS y más aún en el presente desde la incorporación de China a la OMC, proceso que transformó a China en el número uno por las múltiples relaciones comerciales con todos los países del mundo.

La guerra comercial declarada por EE.UU. contra China confirma la situación ya que, en definitiva, lo que pretenden desde Washington es debilitar el poderío global conquistado en los últimos años por el gigante asiático, tanto en la producción como en la circulación de bienes y servicios.

La tendencia a la mercantilización es creciente en la historia del capitalismo, ya que la lógica del intercambio se impone para extender la Ley del valor a las distintas esferas de la vida social. Por ello también, uno de los ejes programáticos para ir en contra y más allá del capitalismo se impone que sea la política de la desmercantilización. Se trata de transformar a las mercancías en derechos, en sentido inverso a cómo avanzan las relaciones de intercambio en los últimos años de ofensiva del capital.

Si durante el Estado de bienestar, el capitalismo actuó a la defensiva, constituyendo derechos derivados de la correlación mundial de fuerzas y la lucha del movimiento obrero y social, la revancha deviene de la ofensiva capitalista vía liberalización, el neoliberalismo, que actúa contra derechos individuales y sociales.

Esta concepción «neoliberal» de la ofensiva capitalista a la salida de la crisis de los años setenta del siglo pasado se sustentó en revertir esos derechos conquistados y, por ende, se avanzó en la privatización de la educación o de la salud, en el camino de las privatizaciones de los servicios públicos, la desregulación de un conjunto de derechos, los que pasaron a ser gestionados bajo la lógica mercantil capitalista, o sea, para obtener ganancias.

La novedad en el debate por la desmercantilización se reactivó desde Nuestramérica, producto del proceso de cambio político operado en la primera década del siglo XXI, de manera especial en aquellos países en que se sugirió la perspectiva socialista más allá de matices en sus procesos.

La tradición del Che en la lucha contra la mercantilización adquiere nuevo vigor, no solo en la desmercantilización, sino en la incorporación de los «derechos de la naturaleza» a las Constituciones reformadas hacia 2009 en Bolivia y Ecuador. Resulta un aporte revolucionario desde una ruptura epistemológica contra el positivismo y el antropocentrismo.

De hecho, remitimos no sólo a la formulación del objetivo por el Socialismo del siglo XXI o por el Socialismo Comunitario, sino a la impronta de recuperación de concepciones ancestrales que se recuperan para el presente. Remito al Vivir Bien y al Buen Vivir de las Constituciones aprobadas en 2009 en Bolivia y en Ecuador. Aun cuando solo sean «constituciones programas», es decir, propósitos a construir, la sola mención con rango constitucional define el carácter de ir contra y más allá del mercado.

En ese sentido vale destacar la definición de la economía como «plural» en la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, donde se incluye a la «economía comunitaria», relativa a un inmenso entramado poblacional y un vasto territorio con lógica de producción y circulación con capacidad de intervenir en el autoabastecimiento, relaciones solidarias e incluso el destino al mercado capitalista de su producción.

Son todas definiciones que estimularon el debate por la transición del capitalismo hacia el socialismo, con especificidades derivadas de la situación política en cada país y sus tradiciones culturales históricas. El intento por constitucionalizar la perspectiva socialista en Venezuela, sustentando un «Estado Socialista» es la única elección que pierde Hugo Chávez desde el poder (referéndum de diciembre del 2007). La conciencia colectiva mayoritaria era insuficiente para transformar el proyecto socialista declarado por Chávez a fines del 2004 en mandato constitucional.

Los límites de estos procesos pueden bucearse en las condiciones materiales para la construcción del tránsito al socialismo, sí, pero también en la conciencia social colectiva para transformar la cultura social de la mayoría de la población.

Estas formulaciones animadas por el proceso de cambio político en la región estimularon el fenómeno de la revolución en Cuba, no solo recreando lazos comerciales y productivos, sino estimulando procesos de renovación del modelo económico, considerado de manera especial en los lineamientos de política económica del 2011, donde muchos quisieron ver un viraje hacia el capitalismo, cuando lo que había era un movimiento defensivo, de rectificación del rumbo para adecuar la estructura económica social cubana a las nuevas condiciones que se habilitaban en la región Nuestroamérica y en el mundo.

Cuba se acercaba cada vez más a la región Nuestramérica, o quizás al revés, ya que Cuba nunca desistió en su búsqueda de encuentros con los países hermanos de América Latina y el Caribe.

Queda claro que estos procesos agravaron la respuesta de ofensiva y boicot del capital transnacional y el imperialismo ante esta situación. Incluso, más allá de esos territorios y naciones, modificando el escenario regional para favorecer el proceso de recomposición de las derechas y las clases dominantes. Lo hicieron con golpes de estado y procesos electorales que cambiaron la agenda de los gobiernos para promover una mayor afinidad con los objetivos de política exterior de EE.UU. La situación mundial bajo hegemonía capitalista no podía permitir la consolidación de un proceso regional de transición, más allá de su materialización y concreción, de manera especial en transformaciones estructurales en las relaciones sociales de producción. La sola formulación como objetivo de los procesos de cambio político fue la alarma para abortar un proceso de experimentación de cambio en las relaciones económico-sociales. Pensar la transición supone pensar la hegemonía de un sistema mundial.

Además de pensar al mercado como una relación social, debe considerarse el carácter monetario del mismo. La relación de intercambio construida en el capitalismo es monetario mercantil, lo que supone estudiar el tema en la construcción de la sociedad en tránsito del capitalismo al socialismo. La cuestión de la moneda es clave. Es motivo de debate en Cuba por la doble moneda en la circulación, pero también lo era la dolarización en Ecuador y más recientemente el fenómeno inflacionario afecta y condiciona la política económica en Venezuela. Bolivia es quien más había avanzado en el proceso de pesificación, previo al golpe que revierte buena parte de lo conseguido.

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Notas:

[5] Karl Marx. Introducción a la crítica de la economía política (1857), con estudio introductorio de Julio C. Gambina. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2008.

[6] Guevara, Ernesto (1988). Temas Económicos. Editorial Ciencias Sociales, La Habana; Tablada Pérez, Carlos (1987). El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara. Editorial Casa de las Américas, Premio Casa de las Américas; Guevara, Ernesto Che (2005). Apuntes a la economía política, Edición Centro de Estudios Che Guevara-Ciencias Sociales, La Habana.

sábado, 29 de agosto de 2020

Para pensar y discutir. Recreación de la esperanza en la transición (II)

La puesta en cuestión por la burguesía del "derecho natural" que confería a reyes y nobles una superioridad incuestionable destapó la caja de los truenos. Otros grupos sociales entraron por la brecha abierta. Si la opresión aristocrática pasó a ser dominación burguesa, la reivindicación burguesa pasó a reivindicación del proletariado, el colectivo más directamente explotado por la burguesía triunfante.

Mientras la burguesía pugnaba por liberarse del antiguo régimen, imaginaba liberar con ello "al hombre", aunque, como ya hemos visto, en la práctica su idea de "hombre" era muy poco universal.

Profundizando en esta idea, pero sobre un análisis mucho más sólido, Marx y Engels sostuvieron que el proletariado es la única clase que, al liberarse a sí misma libera, a la vez, a todas. Junto con la paz, el socialismo se propone traer al mundo la libertad, al liberar al hombre de la servidumbre de las necesidades materiales.

Formular esto como posibilidad real fue el primer paso para imaginar un futuro menos cruel, mientras que la mística liberal de las revoluciones burguesas no se había planteado siquiera suprimir "la explotación del hombre por el hombre". Esta sociedad posible (solamente "posible") incluiría necesariamente a todos los individuos y colectivos, siendo por ello inseparable de las demandas de igualdad racial, nacional, de género o de cualquier otra clase.

Los colectivos que se sienten privilegiados mantienen su "sentido común" apoyándose en ideologías que amparan sus ventajas. En el fondo son conscientes de que para que otros ganen algo ellos tienen algo que perder, pero la mayoría menos crudamente cínica se encuentra más cómoda en el seno de ideologías conservadoras.

Estas ideologías se apoyan en imaginarias superioridades, algunas de carácter supuestamente científico, basadas en la raza; otras, en la cultura, y muchas, en la religión.

No creamos que el "derecho divino" ha desaparecido del imaginario colectivo. ¿Qué otra cosa es la doctrina del destino manifiesto? Hunde sus raíces en la predestinación. "Dios lo quiere: ¡no se lo discutas que te machaca"! Y además sabrá que lo discutes.

Esta idea fatalista, aun despojada del fanatismo religioso, puede ser conveniente para las clases dominantes y muy perjudicial para el resto. "No hay nada que podamos hacer". La Religión del Capital, Dios Omnipotente: Extra Ecclesiam nulla salus; pero, ¿y si resulta que la salvación está fuera de este Moloch insaciable?

Para eso es necesario mantener una esperanza racional en la posibilidad de escapar del sistema. Aunque no tengamos la seguridad de lograrlo, aunque las experiencias iniciadas se vean truncadas, debemos recrear esa esperanza una y otra vez.

"El primer paso para pensar la transición es formular un objetivo socialista". Sin objetivo no hay proyecto, y sin proyecto no hay realización posible. Para pensar y discutir la transición del capitalismo al socialismo se abre este debate. Porque insistamos: una revolución nunca es un acto puntual, sino un proceso largo y lleno de dificultades, con avances y retrocesos. El proyecto socialista se gesta obviamente en el seno del capitalismo, pero, incluso una vez puesto en marcha, la transición de un sistema a otro encuentra obstáculos en unas estructuras sociales y económicas preexistentes y persistentes, y en unas formas de pensamiento y actitudes vitales difíciles de cambiar.


Atreverse a saltar

















Recreación de la esperanza en la transición

El derrumbe del socialismo, o de la transición socialista en el este de Europa impactó de forma negativa en el sentido social mayoritario, con expectativas en los procesos de transición. Por ello, cuando parecía desaparecido el imaginario socialista en el ámbito mundial, la luz de la esperanza volvió a encenderse desde Nuestramérica a comienzos del siglo XXI. A fines del 2004, Hugo Chávez sacudió el pensamiento al sostener que el orden capitalista no ofrecía soluciones a los pueblos del mundo, por lo que sostuvo su tesis por el «Socialismo del siglo XXI».

La sola formulación puso a futuro el objetivo de lo que se pretendía transitar, como el camino para llegar a la sociedad imaginada por la Revolución bolivariana, en un momento de fortaleza de un proyecto de integración regional, que alimentaba la expectativa de cambios profundos en la región, tanto en lo material como en lo simbólico y subjetivo que antes mencionamos. Tras el derrumbe reaparecía el objetivo por el socialismo, y con ello el desafío por el tránsito desde el capitalismo al socialismo.

Con Marx, Engels y la Liga de los Comunistas se presentaba en público el objetivo de la sociedad en contra y más allá del capitalismo. Con la formulación de Chávez se disputaba en el imaginario social mundial la recreación de la posibilidad por el socialismo que sustentaban «regímenes» que no podrían sostenerse, decían las usinas del poder, bajo las nuevas condiciones de funcionamiento del sistema mundial. Cuba era una anomalía, varias veces enterrada, sin éxito. Según opiniones desde el poder, China y Vietnam ya estaban colonizados en un rumbo de retorno al capitalismo. El mensaje del sentido hegemónico daba por desaparecido el objetivo socialista y con ello cualquier remedo de proceso de transición. Es de interés enfatizar que el «objetivo» socialista se mantiene, aun siendo discutidos los «logros» de esas experiencias en materia de construcción socialista.

La comparación con el Manifiesto (1848) y la formulación de Hugo Chávez (2004): son asimilables, ya que el primer paso para pensar la transición supone la formulación del objetivo socialista. Ese propósito no existía en la Liga de los Justos y cuando asumen Marx y Engels el desafío de la escritura del manifiesto, se procesa el comienzo de una dinámica teórica y práctica de revolución, para transitar desde el capitalismo al socialismo.

Con el Manifiesto se dispara el proceso teórico y político cultural de construcción de las premisas materiales y subjetivas para la transformación social. La crítica al socialismo pre-existente es evidente en el Manifiesto, por lo que la denominación será por el comunismo. El objetivo por el comunismo identifica a la Liga, que será desde el Manifiesto la «Liga de los Comunistas». Con ello aparece el programa para la disputa del poder y del Estado, con el objetivo de estatizar y al mismo tiempo comenzar el proyecto de destrucción del Estado. Son las premisas teóricas y políticas de la transición del capitalismo al socialismo. Chávez enuncia el proyecto socialista en crítica también, pues su expresión remite al «siglo XXI», algo que pudo molestar a quienes eran tributarios del socialismo en el «siglo XX».

El Manifiesto Comunista y la formulación por el Socialismo del siglo XXI tienen en común la instalación del objetivo de la sociedad necesaria en dos momentos diferentes del desarrollo capitalista. La formulación actual, a comienzos del siglo XXI, se hace en tiempos de un brutal despliegue de la ofensiva del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad. Es un tiempo de auge de la liberalización, en la víspera de la gran crisis desatada entre 2007/09 y que continúa en nuestros días. Visto en perspectiva, a fines del 2004 y de la reformulación del objetivo socialista, se recrea la posibilidad de la transición del capitalismo al socialismo, en el camino del Manifiesto, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la publicación de El Capital y la Revolución rusa.

La importancia del objetivo socialista en el siglo XXI constituye en sí misma una premisa para pensar en la transición. La «democracia» es una categoría sustancial en la formulación chavista, que está como logro instalado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, pero que hace una de las principales características de la construcción del poder popular en Venezuela en la dinámica desde 1989 a 1999 con el ascenso a la presidencia de Hugo Chávez, y desde entonces en la recomposición del imaginario socialista, que no pudo sustentarse en una Reforma constitucional, de hecho, la única elección que perdió Hugo Chávez en vida.

Hemos recuperado en varias ocasiones al Che en su concepción sobre el socialismo [3]asumida como la inmensa capacidad de producción material para satisfacer necesidades históricas de la población, y la conciencia de solo consumir lo necesario para la reproducción de la vida cotidiana. Son premisas que deben acompañarse del cuidado de la reproducción de la naturaleza, de la vida en general, en una concepción biocéntrica más que antropocéntrica.

La coyuntura económica social de Venezuela entre 1999 y 2004, con importantes ingresos petroleros y el aliento a una nueva dinámica de integración regional en confrontación con la lógica y el proyecto de la política exterior de EE.UU., alimentaba la premisa de la producción necesaria para resolver la demanda de ingresos y riquezas de la mayoría de la sociedad venezolana, y con ello la potencia de vínculo virtuoso con Cuba. Diciembre del 2004 es el momento del surgimiento del ALBA en contraposición al ALCA. En 2006, ya con Bolivia, la integración transitará por el ALBA-TCP.

Esa formulación para construir el Socialismo del siglo XXI agudiza la contraofensiva del imperialismo contra Venezuela y su vínculo con Cuba, tanto como el potencial contagio de otros procesos políticos en la región. Por ello, aun cuando identificar el rumbo por el socialismo no supone la construcción de una experiencia, la respuesta imperialista identifica el peligro de extender un mal combatido por más de medio siglo en Cuba. Por las políticas de EE.UU. es que puede pensarse en los logros de la expresión «Socialismo del siglo XXI», más allá de un análisis pormenorizado de la continuidad de una experiencia, ahora bajo otras circunstancias a las que suponía el liderazgo de Hugo Chávez hasta 2013.

Las complejidades del rumbo político en Nuestramérica con los golpes de Honduras, Paraguay, Brasil o Bolivia, más el viraje a la derecha de Ecuador, Uruguay e incluso Argentina entre 2015 y 2019, en sintonía con el resto de la región, requiere precisar un balance de época, de manera especial en lo atinente a los procesos de cambio político y cuánto contribuyeron a sustentar un periodo de transición del capitalismo al socialismo. Es un tema a pensar, no solo en la dimensión geográfica que involucra a más de un país para pensar la transición, sino también discutiendo que la transición es un proceso que incluye la disputa del consenso social mayoritario sobre el rumbo social a construir.

No se trata de la unívoca relación entre revolución política y transformación, sino en una lógica dialéctica en la producción del sujeto consciente en la lucha por la conquista del poder y la transformación social. Las dificultades para construir la transición deben asociarse a los resabios del capitalismo en la generación de la nueva sociedad, entre ellos, la aspiración a determinado nivel de vida individual, base objetiva para pensar los problemas de la corrupción. La búsqueda de la «solución» individual es sustento de la práctica corrupta que subsiste al interior de los proyectos por el socialismo. Solo la conciencia social colectiva puede erradicar el problema.

Resulta imprescindible ahondar en estas líneas de razonamiento para pensar de manera crítica la experiencia regional de reciente cambio político y en ese sentido, la transición cubana aportó lo propio en el imaginario por la revolución en Nuestramérica. Pero también, la nueva dinámica social, política y cultural del cambio político expresado en buena parte de la región al comienzo del siglo XXI, aportó a la renovación del proyecto socialista cubano, entre otros, en los aspectos económicos de los lineamientos del 2011. El estudio realizado por Elorz[4]producto de un viaje de estudios a Bolivia, Cuba, Ecuador y Venezuela, contribuye a la discusión y análisis, como también de otros autores pertenecientes a los colectivos de SEPLA, REDEM, CLACSO, entre otros.

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Notas:

[3] Julio C. Gambina. La Argentina contemporánea y el legado del Che. Revista Paradigma del Centro de Estudios Che Guevara, La Habana, Cuba, número 5, 2016, en: http://cheguevaralibros.com/web/uploads/40034324.pdf

[4] Enrique Elorza (2019). Economía Política en la Transición. Ir hacia una mesa servida para todos. Argentina, FISYP. Segunda edición. https://fisyp.org.ar/

viernes, 28 de agosto de 2020

Para pensar y discutir. Introducción (I)

En las sociedades estamentales, cada grupo social "está en su sitio". El rey y el labrador pueden ser buenos o malos sin que por eso se cuestione su diferente posición (aunque curiosamente los romances viejos siempre hablan del "buen rey", tan incuestionable como el "buen Dios").

Han de pasar siglos para que vaya penetrando la idea de la igualdad básica entre todos los hombres. El proceso es lento y vacilante, aunque los momentos revolucionarios crean la ilusión de cambios repentinos. Ingenuamente se identifican esos momentos con algún acto cargado de simbolismo, pero siempre hay un "antes", y desde luego un complicado "después".

Con una de las primeras proclamaciones de los "derechos naturales del hombre" comienza el preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos:
...que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. 
Sin entrar en la futura disquisición de si al hablar de "hombres" se incluye también a las mujeres, en aquella sociedad aniquiladora de indígenas y esclavista parece que solo se consideraban tales los declarantes, WASP de pura cepa. Curiosamente, wasp en inglés es avispa. ¡Y cómo pican!

La Revolución Francesa, con momentos mucho más radicales, dejó consagrados los Derechos del Hombre y del Ciudadano. ¡Tampoco se acordó de incluir a las mujeres o a los esclavos! La burguesía, en su lucha contra el antiguo régimen, reivindicaba, en nombre de "todos", sus propios derechos.

Pero esa igualdad proclamada había abierto una profunda brecha en la admisión resignada de las desigualdades reales. Las declaraciones altisonantes, vaciadas de contenido real para tantos colectivos humanos, fueron y siguen siendo la base de los movimientos feministas, anticolonialistas o contra el racismo y la xenofobia.

Cuando la clase obrera se quiso apuntar a los derechos logrados por la burguesía tras cada revolución triunfante, de los desengaños sufridos se fue nutriendo la idea de una revolución social.

La esperanza optimista de que una revolución socialista resolverá los problemas, aunque da fuerzas para luchar por ella, puede volverse en desilusión cuando se enfrenta a la realidad de que los cambios son mucho más difíciles de lo deseado. Porque una revolución no es un momento, sino un proceso lleno de dificultades, antes y después de ese momento. Las estructuras sociales y económicas heredadas persisten durante bastante tiempo, y sus defensores no desaparecen de la noche a la mañana. Y tan importante o más es la pervivencia de las estructuras mentales.

Por eso es engañoso hablar de "países socialistas", cuando ninguno de los que han sido o son llamados así ha sido otra cosa que un país en que se ha iniciado, o al menos intentado, un proceso de transición del capitalismo al socialismo.

El trabajo que sigue es la reflexión de dos profesores argentinos, con la intención de iniciar un debate del que pueda surgir, a partir de diversos intentos prácticos de transición, una teoría de la misma que refuerce el proceso sin dar lugar a falsas ilusiones. 
Julio César Gambina es Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor de Economía Política en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Asesor del Centro de Pensamiento Crítico Pedro Paz, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales, en la Universidad Nacional de San Luis, UNSL, Argentina. Integra la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA. Investigador del Grupo de Trabajo sobre Crisis y Economía Mundial de CLACSO. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP. 
Enrique Elorza es Doctor en Administración Pública. Coordinador del Centro de Pensamiento Crítico Pedro Paz, y Director de la Especialización en Estudios Socioeconómicos latinoamericanos, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales, en la Universidad Nacional de San Luis, UNSL, Argentina. Investigador del Grupo de Trabajo sobre Crisis y Economía Mundial de CLACSO. Investigador de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.






















Julio. C. Gambina, Enrique Elorza
NO EXISTE UNA TEORÍA DE LA TRANSICIÓN. HAY PRÁCTICAS DE LA TRANSICIÓN QUE PUEDEN HACERSE TEORÍA
Introducción

Interesante la convocatoria que nos hicieran desde la revista La Tizza de Cuba para pensar la transición del capitalismo al socialismo, a la luz del proceso de cambio político expresado en los primeros años de este siglo XXI en Nuestramérica.

La «transición» es una categoría teórica que requiere ser estudiada en profundidad y hace unos años nos propusimos desde nuestra experiencia docente y de investigación en la Universidad de San Luis [1] avanzar en la caracterización del momento político en la región y qué carácter asumían las transformaciones en el orden económico. Por eso nos interrogamos si eran posibles de incluirse como procesos de transición del capitalismo al socialismo. En eso estamos, por lo que el carácter de estas opiniones en proceso se recoge en este texto, producto de variados debates en seminarios o conversaciones informales, a veces puestas en discusión con protagonistas directos de las experiencias mencionadas en lo que sigue, que son conclusiones parciales y en curso de sistematización con pretensión teórica.

Existen opiniones sobre la transición de los clásicos del marxismo, pero a la luz de las experiencias de revoluciones desarrolladas históricamente, el concepto requiere pensarse nuevamente, con un balance de las prácticas desarrolladas. Lenin en «El Estado y la revolución» repasa los procesos revolucionarios y el aprendizaje que de allí se deriva, en especial de la Comuna de París y las evaluaciones realizadas por Carlos Marx. Al analizar el proceso de revolución en Rusia entre 1905 y la víspera de octubre de 1917 señala que habrá que aplazar su estudio seguramente por mucho tiempo, al enunciar que será más agradable y más provechoso vivir la «experiencia de la revolución» que escribir acerca de ella.

El éxito de «octubre» y el desarrollo de la experiencia por más de siete décadas, lo que incluye la dinámica por el despliegue del bloque socialista en el este de Europa, [2] generó la condición de posibilidad para estudiar el proceso de transición, de manera muy especial sus límites. Sobre el particular avanzó José Luis Rodríguez en un texto muy valioso sobre la experiencia en Rusia, en la URSS y en los países del este de Europa.

Es un tema esencial para comprender el derrumbe procesado entre 1989 y 1991 y que significó el fin de la bipolaridad, dificultando aún más el avance en procesos globales de transición. Las reflexiones que nos acerca Rodríguez constituyen una base teórica para pensar críticamente la experiencia de China desde 1949, la cubana desde 1959, y la de Vietnam desde 1973; sin perjuicio de considerar los debates más cercanos del proceso en Nuestramérica a comienzos del siglo XXI. La transición del capitalismo al socialismo fue interrumpida en Rusia y el este de Europa, con un debate abierto sobre si eso ocurrió en la evidencia de la caída del «socialismo real», o si es un proceso que venía de arrastre. Es un debate inconcluso que se extiende a la consideración de los procesos subsistentes a nombre del «socialismo».

Tanto China, Cuba como Vietnam se autodefinen en la construcción de un proyecto socialista, por ende, podemos asumirlos como procesos con la pretensión de construir la transición del capitalismo al socialismo. Convengamos que el carácter de la transición supone la coexistencia de lo viejo y de lo nuevo, lo que nos lleva al debate sobre cuánto de lo viejo subsiste y cuánto de lo nuevo se consolida en la perspectiva socialista de las experiencias en curso.

El tema interesa a los efectos de indagar el alcance de los procesos de transición. ¿Alcanza con la auto-formulación de un rumbo socialista para considerar al proceso en transición? El proyecto socialista, matizado, es hoy formulado en China, Cuba o Vietnam. ¿Es extensible la denominación a otros procesos políticos, casos de la región latinoamericana y caribeña, como Venezuela o Nicaragua?

Pensar la transición del capitalismo al socialismo supone considerar cuánto de lo nuevo socialista se construye en la cotidianeidad del orden capitalista que se pretende transformar.

La esencia de la transición se define en la modificación sustancial de las relaciones sociales de producción, en la base material que sustenta el propósito y en la subjetividad social consciente, masiva y extendida para transformar las relaciones sociales en su conjunto, entre los géneros y con relación a la naturaleza.

Pensar la transición en China requiere una mirada crítica de los cambios operados por 61 años, incluyendo en su seno la modernización operada desde 1978. Estos últimos 42 años significaron un salto impresionante del crecimiento del producto y la productividad, tanto como del peso de China en el sistema mundial, lo que afirma la primera proposición del párrafo anterior. Más difícil resulta evaluar la segunda consideración.

El mismo ejercicio puede hacerse con Cuba y Vietnam. El primero, Cuba, bajo agresión permanente desde el inicio del proceso, nada menos que por el vecino que ostenta la hegemonía del capitalismo mundial. El resultado en términos económicos es condición límite para la expansión de la primera premisa en cuanto desarrollo de las fuerzas productivas, un tema agravado desde la ruptura de la bipolaridad y la caída del este de Europa.

El segundo, Vietnam, previo a la revolución triunfante arrastra décadas de intervención militar en su territorio, con dos confrontaciones agudas por potencias imperialistas, Francia y EE.UU., limitando también la potencia del desarrollo de las fuerzas productivas luego del triunfo a comienzos de los setenta. Quizá sea lo subjetivo construido en el antiimperialismo y el anticapitalismo lo principal para valorar el proceso de transición en estos dos casos, que no suma, de manera necesaria, en la construcción de la nueva sociedad.

Deconstruir lo acumulado como sociedad capitalista y construir la nueva base material y cultural de la nueva sociedad socialista, incluso del tránsito hacia el socialismo no resulta tan sencillo como podría imaginarse en los comienzos de la publicitación del ideario socialista, en especial desde la aparición del Manifiesto Comunista en 1848. El Manifiesto tuvo la virtud de señalar el destino, el objetivo, la razón de la organización de las clases subalternas, los explotados, y de la lucha necesaria para alumbrar el nuevo tiempo social. Ese nuevo tiempo se construye en el largo proceso de transición.

La realidad nos muestra que el desmonte de lo viejo no es tan sencillo, más aún cuando el capitalismo, siendo lo viejo, es hegemónico y en recreación permanente en el ámbito mundial, al tiempo que extiende su desarrollo innovando más allá de recurrentes crisis.

Lo nuevo desconocido por no construido socialmente supone una ventaja para lo viejo conocido y «naturalizado» por siglos de «sentido común» asociado a la defensa de la propiedad privada y la relación de explotación.

Todas las experiencias ayudan a identificar los caminos de la transición, pero por desarrollarse en la región y en español, la cubana ofrece elementos de interés para estudiar el proceso de revolución y de transición. Su vecindad y cercanía con EE.UU. le otorga especificidad. El desafío por la transición en Cuba se presenta en simultaneidad con el momento de presentación y consolidación de EE.UU. como «hegemón» global del capitalismo, entre 1945 y 1962, momento del desafío abortado de la bipolaridad en las puertas del imperialismo. La frustrada invasión en la batalla de Playa Girón en 1961 y la crisis de los misiles, en octubre de 1962, consolidó la posibilidad del objetivo socialista y por ende de la transición en Cuba y en Nuestramérica.
Desde el comienzo se registra, en Cuba, un proceso de igualitarismo gestado desde grandes campañas, en especial por la alfabetización y la salud de la población, dos características por las que hoy es conocido el éxito cubano en la consideración del imaginario popular mundial, aun cuando pueda discutirse si eso alcanza para la construcción de una sociedad bajo un nuevo sentido común, «otra cultura social», a contramano del capitalismo y por el socialismo y el comunismo.
Aún bajo las condiciones de dependencia económica y tecnológica con el este de Europa y su debacle, Cuba sostuvo su proyecto socialista y en la transición a más de treinta años del inicio del derrumbe. Lo hace en permanente discusión e influido por la dinámica política y económica que supuso el proceso de cambio regional a comienzos del siglo XXI en Nuestramérica, por eso lo interesante de considerar este fenómeno en articulación con el inacabado proceso de transición del capitalismo al socialismo.
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Notas:

[1] En el año 2017 se construyó el CPC-PP desde donde se desarrolló la Especialización en Estudios Socioeconómicos Latinoamericanos, y varios ciclos de debates construidos por una década. En ese decenio de actividad compartida, sobre la base de varias actividades docentes se trabajó el viaje de estudios de Enrique Elorza a diferentes países para estudiar los procesos de cambio en el territorio, desde donde conformamos un núcleo de cuestiones a estudiar que hemos sintetizado respecto de los procesos de transición.

[2] José Luis Rodríguez (2015). El Derrumbe del Socialismo en Europa. Ciencias Sociales- Ruth Casa Editorial, La Habana, Segunda Edición.