viernes, 28 de agosto de 2020

Para pensar y discutir. Introducción (I)

En las sociedades estamentales, cada grupo social "está en su sitio". El rey y el labrador pueden ser buenos o malos sin que por eso se cuestione su diferente posición (aunque curiosamente los romances viejos siempre hablan del "buen rey", tan incuestionable como el "buen Dios").

Han de pasar siglos para que vaya penetrando la idea de la igualdad básica entre todos los hombres. El proceso es lento y vacilante, aunque los momentos revolucionarios crean la ilusión de cambios repentinos. Ingenuamente se identifican esos momentos con algún acto cargado de simbolismo, pero siempre hay un "antes", y desde luego un complicado "después".

Con una de las primeras proclamaciones de los "derechos naturales del hombre" comienza el preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos:
...que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. 
Sin entrar en la futura disquisición de si al hablar de "hombres" se incluye también a las mujeres, en aquella sociedad aniquiladora de indígenas y esclavista parece que solo se consideraban tales los declarantes, WASP de pura cepa. Curiosamente, wasp en inglés es avispa. ¡Y cómo pican!

La Revolución Francesa, con momentos mucho más radicales, dejó consagrados los Derechos del Hombre y del Ciudadano. ¡Tampoco se acordó de incluir a las mujeres o a los esclavos! La burguesía, en su lucha contra el antiguo régimen, reivindicaba, en nombre de "todos", sus propios derechos.

Pero esa igualdad proclamada había abierto una profunda brecha en la admisión resignada de las desigualdades reales. Las declaraciones altisonantes, vaciadas de contenido real para tantos colectivos humanos, fueron y siguen siendo la base de los movimientos feministas, anticolonialistas o contra el racismo y la xenofobia.

Cuando la clase obrera se quiso apuntar a los derechos logrados por la burguesía tras cada revolución triunfante, de los desengaños sufridos se fue nutriendo la idea de una revolución social.

La esperanza optimista de que una revolución socialista resolverá los problemas, aunque da fuerzas para luchar por ella, puede volverse en desilusión cuando se enfrenta a la realidad de que los cambios son mucho más difíciles de lo deseado. Porque una revolución no es un momento, sino un proceso lleno de dificultades, antes y después de ese momento. Las estructuras sociales y económicas heredadas persisten durante bastante tiempo, y sus defensores no desaparecen de la noche a la mañana. Y tan importante o más es la pervivencia de las estructuras mentales.

Por eso es engañoso hablar de "países socialistas", cuando ninguno de los que han sido o son llamados así ha sido otra cosa que un país en que se ha iniciado, o al menos intentado, un proceso de transición del capitalismo al socialismo.

El trabajo que sigue es la reflexión de dos profesores argentinos, con la intención de iniciar un debate del que pueda surgir, a partir de diversos intentos prácticos de transición, una teoría de la misma que refuerce el proceso sin dar lugar a falsas ilusiones. 
Julio César Gambina es Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor de Economía Política en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Asesor del Centro de Pensamiento Crítico Pedro Paz, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales, en la Universidad Nacional de San Luis, UNSL, Argentina. Integra la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA. Investigador del Grupo de Trabajo sobre Crisis y Economía Mundial de CLACSO. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP. 
Enrique Elorza es Doctor en Administración Pública. Coordinador del Centro de Pensamiento Crítico Pedro Paz, y Director de la Especialización en Estudios Socioeconómicos latinoamericanos, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales, en la Universidad Nacional de San Luis, UNSL, Argentina. Investigador del Grupo de Trabajo sobre Crisis y Economía Mundial de CLACSO. Investigador de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.






















Julio. C. Gambina, Enrique Elorza
NO EXISTE UNA TEORÍA DE LA TRANSICIÓN. HAY PRÁCTICAS DE LA TRANSICIÓN QUE PUEDEN HACERSE TEORÍA
Introducción

Interesante la convocatoria que nos hicieran desde la revista La Tizza de Cuba para pensar la transición del capitalismo al socialismo, a la luz del proceso de cambio político expresado en los primeros años de este siglo XXI en Nuestramérica.

La «transición» es una categoría teórica que requiere ser estudiada en profundidad y hace unos años nos propusimos desde nuestra experiencia docente y de investigación en la Universidad de San Luis [1] avanzar en la caracterización del momento político en la región y qué carácter asumían las transformaciones en el orden económico. Por eso nos interrogamos si eran posibles de incluirse como procesos de transición del capitalismo al socialismo. En eso estamos, por lo que el carácter de estas opiniones en proceso se recoge en este texto, producto de variados debates en seminarios o conversaciones informales, a veces puestas en discusión con protagonistas directos de las experiencias mencionadas en lo que sigue, que son conclusiones parciales y en curso de sistematización con pretensión teórica.

Existen opiniones sobre la transición de los clásicos del marxismo, pero a la luz de las experiencias de revoluciones desarrolladas históricamente, el concepto requiere pensarse nuevamente, con un balance de las prácticas desarrolladas. Lenin en «El Estado y la revolución» repasa los procesos revolucionarios y el aprendizaje que de allí se deriva, en especial de la Comuna de París y las evaluaciones realizadas por Carlos Marx. Al analizar el proceso de revolución en Rusia entre 1905 y la víspera de octubre de 1917 señala que habrá que aplazar su estudio seguramente por mucho tiempo, al enunciar que será más agradable y más provechoso vivir la «experiencia de la revolución» que escribir acerca de ella.

El éxito de «octubre» y el desarrollo de la experiencia por más de siete décadas, lo que incluye la dinámica por el despliegue del bloque socialista en el este de Europa, [2] generó la condición de posibilidad para estudiar el proceso de transición, de manera muy especial sus límites. Sobre el particular avanzó José Luis Rodríguez en un texto muy valioso sobre la experiencia en Rusia, en la URSS y en los países del este de Europa.

Es un tema esencial para comprender el derrumbe procesado entre 1989 y 1991 y que significó el fin de la bipolaridad, dificultando aún más el avance en procesos globales de transición. Las reflexiones que nos acerca Rodríguez constituyen una base teórica para pensar críticamente la experiencia de China desde 1949, la cubana desde 1959, y la de Vietnam desde 1973; sin perjuicio de considerar los debates más cercanos del proceso en Nuestramérica a comienzos del siglo XXI. La transición del capitalismo al socialismo fue interrumpida en Rusia y el este de Europa, con un debate abierto sobre si eso ocurrió en la evidencia de la caída del «socialismo real», o si es un proceso que venía de arrastre. Es un debate inconcluso que se extiende a la consideración de los procesos subsistentes a nombre del «socialismo».

Tanto China, Cuba como Vietnam se autodefinen en la construcción de un proyecto socialista, por ende, podemos asumirlos como procesos con la pretensión de construir la transición del capitalismo al socialismo. Convengamos que el carácter de la transición supone la coexistencia de lo viejo y de lo nuevo, lo que nos lleva al debate sobre cuánto de lo viejo subsiste y cuánto de lo nuevo se consolida en la perspectiva socialista de las experiencias en curso.

El tema interesa a los efectos de indagar el alcance de los procesos de transición. ¿Alcanza con la auto-formulación de un rumbo socialista para considerar al proceso en transición? El proyecto socialista, matizado, es hoy formulado en China, Cuba o Vietnam. ¿Es extensible la denominación a otros procesos políticos, casos de la región latinoamericana y caribeña, como Venezuela o Nicaragua?

Pensar la transición del capitalismo al socialismo supone considerar cuánto de lo nuevo socialista se construye en la cotidianeidad del orden capitalista que se pretende transformar.

La esencia de la transición se define en la modificación sustancial de las relaciones sociales de producción, en la base material que sustenta el propósito y en la subjetividad social consciente, masiva y extendida para transformar las relaciones sociales en su conjunto, entre los géneros y con relación a la naturaleza.

Pensar la transición en China requiere una mirada crítica de los cambios operados por 61 años, incluyendo en su seno la modernización operada desde 1978. Estos últimos 42 años significaron un salto impresionante del crecimiento del producto y la productividad, tanto como del peso de China en el sistema mundial, lo que afirma la primera proposición del párrafo anterior. Más difícil resulta evaluar la segunda consideración.

El mismo ejercicio puede hacerse con Cuba y Vietnam. El primero, Cuba, bajo agresión permanente desde el inicio del proceso, nada menos que por el vecino que ostenta la hegemonía del capitalismo mundial. El resultado en términos económicos es condición límite para la expansión de la primera premisa en cuanto desarrollo de las fuerzas productivas, un tema agravado desde la ruptura de la bipolaridad y la caída del este de Europa.

El segundo, Vietnam, previo a la revolución triunfante arrastra décadas de intervención militar en su territorio, con dos confrontaciones agudas por potencias imperialistas, Francia y EE.UU., limitando también la potencia del desarrollo de las fuerzas productivas luego del triunfo a comienzos de los setenta. Quizá sea lo subjetivo construido en el antiimperialismo y el anticapitalismo lo principal para valorar el proceso de transición en estos dos casos, que no suma, de manera necesaria, en la construcción de la nueva sociedad.

Deconstruir lo acumulado como sociedad capitalista y construir la nueva base material y cultural de la nueva sociedad socialista, incluso del tránsito hacia el socialismo no resulta tan sencillo como podría imaginarse en los comienzos de la publicitación del ideario socialista, en especial desde la aparición del Manifiesto Comunista en 1848. El Manifiesto tuvo la virtud de señalar el destino, el objetivo, la razón de la organización de las clases subalternas, los explotados, y de la lucha necesaria para alumbrar el nuevo tiempo social. Ese nuevo tiempo se construye en el largo proceso de transición.

La realidad nos muestra que el desmonte de lo viejo no es tan sencillo, más aún cuando el capitalismo, siendo lo viejo, es hegemónico y en recreación permanente en el ámbito mundial, al tiempo que extiende su desarrollo innovando más allá de recurrentes crisis.

Lo nuevo desconocido por no construido socialmente supone una ventaja para lo viejo conocido y «naturalizado» por siglos de «sentido común» asociado a la defensa de la propiedad privada y la relación de explotación.

Todas las experiencias ayudan a identificar los caminos de la transición, pero por desarrollarse en la región y en español, la cubana ofrece elementos de interés para estudiar el proceso de revolución y de transición. Su vecindad y cercanía con EE.UU. le otorga especificidad. El desafío por la transición en Cuba se presenta en simultaneidad con el momento de presentación y consolidación de EE.UU. como «hegemón» global del capitalismo, entre 1945 y 1962, momento del desafío abortado de la bipolaridad en las puertas del imperialismo. La frustrada invasión en la batalla de Playa Girón en 1961 y la crisis de los misiles, en octubre de 1962, consolidó la posibilidad del objetivo socialista y por ende de la transición en Cuba y en Nuestramérica.
Desde el comienzo se registra, en Cuba, un proceso de igualitarismo gestado desde grandes campañas, en especial por la alfabetización y la salud de la población, dos características por las que hoy es conocido el éxito cubano en la consideración del imaginario popular mundial, aun cuando pueda discutirse si eso alcanza para la construcción de una sociedad bajo un nuevo sentido común, «otra cultura social», a contramano del capitalismo y por el socialismo y el comunismo.
Aún bajo las condiciones de dependencia económica y tecnológica con el este de Europa y su debacle, Cuba sostuvo su proyecto socialista y en la transición a más de treinta años del inicio del derrumbe. Lo hace en permanente discusión e influido por la dinámica política y económica que supuso el proceso de cambio regional a comienzos del siglo XXI en Nuestramérica, por eso lo interesante de considerar este fenómeno en articulación con el inacabado proceso de transición del capitalismo al socialismo.
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Notas:

[1] En el año 2017 se construyó el CPC-PP desde donde se desarrolló la Especialización en Estudios Socioeconómicos Latinoamericanos, y varios ciclos de debates construidos por una década. En ese decenio de actividad compartida, sobre la base de varias actividades docentes se trabajó el viaje de estudios de Enrique Elorza a diferentes países para estudiar los procesos de cambio en el territorio, desde donde conformamos un núcleo de cuestiones a estudiar que hemos sintetizado respecto de los procesos de transición.

[2] José Luis Rodríguez (2015). El Derrumbe del Socialismo en Europa. Ciencias Sociales- Ruth Casa Editorial, La Habana, Segunda Edición.

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