sábado, 29 de abril de 2023

La excepción ibérica

Maria José Tíscar es historiadora y doctora en Historia contemporánea por la UNED. Ha editado en Portugal los libros Diplomacia Peninsular e Operações Secretas na Guerra Colonial (2013, 2-2017), O Pacto Ibérico, a NATO e a Guerra Colonial (2014), A Contra-Revolução no 25 de Abril Os «Relatórios António Graça» sobre o ELP e AGINTER PRESSE (2014, 2-2021) y A PIDE no xadrez africano (2017, 2-2019). Fruto de su conocimiento de la historia peninsular del siglo pasado nace La excepción ibérica, que publica ahora en España.

Esta breve reseña resume bien el propósito del libro:

Hermanos menores del fascismo europeo de los años veinte y treinta, los regímenes políticos de la península ibérica se convirtieron en una excepción cuando al finalizar la Segunda Guerra Mundial pasaron a dominar en el continente europeo las democracias populares, al Este, y las democracias liberales, al Oeste. ¿Cómo fue posible que Franco y Salazar se mantuvieran en poder? ¿Qué hizo posible su pervivencia pasada la guerra?
Si bien el conjunto ibérico fue una excepción, el franquismo español y el salazarismo portugués tenían unas diferencias muy sustanciales y el tratamiento que recibieron en el contexto internacional fue muy desigual. El Portugal de Salazar no fue objeto de condenas internacionales por su régimen político, ni sufrió el relativo ostracismo económico y militar del franquismo sino que fue invitado a formar parte de los beneficiarios del Plan Marshall y de los fundadores de la OECE y la OTAN. Los orígenes del régimen, la estructura política, la dimensión e identidad del exilio, los modos diplomáticos, los niveles y formas de represión política, los estilos de censura periodística, las formas de gobierno y la cuestión colonial marcaron dos trayectorias de vida muy diferentes. También los temores esenciales de ambos eran distintos, dejando aparte al común «enemigo interno», y tenían distintas cartas para negociar con la potencia dominante: Portugal tenía las Azores, bastión indispensable del «Muro Largo» estadounidense; Franco ofrecía bases y hombres en condiciones baratas.

Porque no puede entenderse la historia de la España del Movimiento Nacional sin la del Estado Novo Portugués, este ambicioso estudio analiza, por vez primera, la historia de la península ibérica en el contexto geopolítico internacional de la Guerra Fría como un conjunto que explica sus marcadas singularidades.

Este contexto geopolítico creó las condiciones de supervivencia de las dos dictaduras ibéricas. Si Salazar no quería ni podía aliarse con las potencias del Eje, Franco lo hizo con la suficiente ambigüedad como para salvarse de las consecuencias de su derrota. La península, puente entre continentes, llave del Mediterráneo, no podía escapar a las ambiciones del imperio americano. A la dictadura portuguesa no le hicieron nunca ascos los aliados occidentales, y su final se debió sobre todo a la indigestión colonial. Franco, en cambio, se desprendió sin problemas de sus colonias. Era un apestado y por ello barato de comprar, y supo maniobrar, plegándose a una OTAN que con falso pudor nunca lo asimiló como un miembro oficial de su organización, algo que pudo imponer luego, sin la presencia del dictador. El tema colonial hizo diferente el final de ambas dictaduras; revolución y reflujo posterior en una, ambigua reforma "atada y bien atada" en la otra. 

Ninguna pudo desprenderse de los lazos con la gran potencia. Y en esas estamos.

El libro de esta autora aparece como primera parte de un conjunto más ambicioso. Abarca los años en que se produce el viraje que lleva a Franco de aliado del nazismo a "centinela de occidente". En todo caso, su argumento para ambas alineaciones fue siempre el anticomunismo. Este núcleo ideológico permitía sin aparente contradicción que en las historietas de Hazañas Bélicas los "buenos" fuesen los alemanes o los americanos, según el enemigo de referencia.

El libro fue presentado en Pontevedra el pasado 10 de noviembre, y su amable autora me ha facilitado algunas imágenes con las que ilustró su conferencia, viñetas extraídas de periódicos de la época que sirven para explorar la perspectiva de otro tiempo, cuando un futuro que ya es pasado era pura hipótesis y motivo de especulación.

Sería interesante que se incluyeran estas y otras ilustraciones, pero según confesión de la autora la baja calidad de las imágenes disponibles lo desaconsejaba. También me ha facilitado los borradores de otras dos presentaciones que, aunque inacabadas, añaden información relevante para acompañar la lectura. Quedo pendiente de su aprobación para exponerlas.


Estas viñetas amenizaron la presentación del libro:

Capítulo I

Las semillas de la Segunda Guerra Fría

Conferencia de Casablanca. El espíritu de 1943. Estadistas volando

Capítulo II

Sálvese quien pueda

Hundimientos de submarinos. "Dos copas de champán: pensé que esto le calentaría, señor; siento no ser capaz de conseguir además un poco de carbón"

Capítulo III

Planes para la Posguerra

Conferencia de Teherán. Prácticamente amigos

Capítulo IV

La liberación inconclusa

Planes prioritarios. Mapa de la parroquia

Capítulo V

La victoria no alcanza la península ibérica

Algunas piezas no encajan

Capítulo VI

Estalla la Segunda Guerra Fría

Hiroshima y la Guerra Fría. ¿Por qué no trabajar juntos en amor y confianza?

Capítulo VII

Las primeras ofensivas anglosajonas

Dos Francos

¿Por qué no me reconocen? Porque te conocen demasiado bien

 
Defensa de la democracia noratlántica. Frivolidad en la ola de calor. Concurso de belleza 
 

Capítulo VIII

El inicio de la «Era de lo Social»

Cortejo difícil. Banco para cinco personas gruesas. Suspense político occidental. Pronóstico del tiempo. La escarcha continúa, un poco de niebla, se acerca viento suave


Capítulo IX

La paz del dólar

Solo para verter en aguas turbulentas. 29 ene 1946. Pelea en la ONU entre Bevin y Vishinski sobre las concesiones de petróleo iraní

Un vistazo por debajo del Telón de Acero. Entrada prohibida por orden de Pepe (marzo 1946)

Capítulo X

La Santa Alianza contra el Comunismo

El Plan Marshall. Patrulla mediterránea

Capítulo XI

Delenda est Rusia

Autobuses rivales

Capítulo XII

La siembra del huerto europeo

¿Qué mano elegís, camaradas? Plan Marshall, Doctrina Truman

Capítulo XIII

La imposible batalla entre la ballena y el elefante

Correo del Comimform. Mira lo que tenemos para cenar, postales del tío Pepe:


Capítulo XIV

El germen del vínculo atlántico

Maneras en la mesa. Es ese Telón de Acero otra vez

Capítulo XV

Bevin y Marshall. Recuentan los glóbulos del universo

Marshall y TrumanUna vez que ha pasado el comisionado. El nuevo modelo de look en el nuevo tono anti-rojo. Oferta. Prácticamente agotado 



Capítulo XVI

El primer pilar de la transición en España

El observador de aves

Capítulo XVII

Comienza la Batalla de Alemania

Duelo a alfilerazos



Capítulo XVIII

El ''''American Dream'''' de Ernest Bevinl

Desfile de la unión occidental. Según dices, se les ve bastante bien, pero podría mejorarse añadiendo unos cuantos soldados más capaces

Capítulo XIX

La península vale más unida

Miedo, sospecha. Pacto Atlántico

Capítulo XX

La grieta euro-atlántica en el Bloque Ibérico

Firma del Tratado del Atlántico Norte. Te toca, Pepe

Capítulo XXI

El principio de la integración española

Operación de lifting facial. ¿Cómo podemos cambiar la cara de este mapa?


sábado, 22 de abril de 2023

El capitalismo o el planeta (¿"Figuras del comunismo"?)

Jorge Riechmann ha publicado en la página de Fuhem una reflexión sobre el libro que Frédéric Lordon tituló Figures du communisme y que se ha editado en España como El capitalismo o el planeta

No me sorprende este cambio de título, cuando en las mentes invadidas por el sentido común (¿comunitario, "comunista"...?) inoculado durante décadas (¿siglos ya?) y que aún perdura se asocia "comunismo" a las peores experiencias, reales o inventadas, del siglo pasado.

En los años de la guerra fría y de la prosperidad occidental, la palabra "capitalismo" ni se nombraba. "Comunismo" en cambio sí, y era lo peor de lo peor. Cuando las dificultades crecientes del desarrollo capitalista se manifestaron sin paliativos, apareció cada vez más frecuentemente el capital con su verdadero nombre, y también el término "anticapitalismo". Pero el comunismo sigue resultando un tanto incómodo.

Esto obedece a la aceptación acrítica de las dos definiciones que sucintamente recoge el diccionario, como  "movimiento y sistema político" y como "doctrina". Si la primera puede llevarnos hasta la Camboya de Pol Pot, la segunda nos hace imaginar un mundo inviable en el que nada es de nadie, en la que yo no sería dueño ni siquiera de mis zapatos.

La realidad es que, en mayor o menor medida, existe "lo común" en todas las sociedades, y que el comunismo puede también ser definido como "el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual", en palabras de Marx y Engels.

No se trata por lo tanto de un absoluto inalcanzable, sino de algo a lo que, en medio de todas las vicisitudes de la lucha de clases en que se despliega, tiende la humanidad, y que en parte está presente en todas las sociedades. Otra cosa es que ese futuro, deseado incluso por quien no sabe que lo desea, pueda verse truncado por la destrucción de la sociedad organizada.

Común es la vía y la plaza pública, común es ya la sanidad pública en nuestra sociedad, y este camino podría seguirse para otra serie de servicios que, por el contrario, el capitalismo y sus poderosos servidores están privatizando a pasos agigantados.

Ahora que el capitalismo está destruyendo las bases en que se asienta nuestra supervivencia, habría que tomar en consideración una ordenación del consumo que es incompatible con la propiedad privada de los medios de producción. La propuesta para esta ordenación considera tres formas de consumo:

  • consumo privado libre 
  • consumo privado «supervisado», el que permitiría una especie de tarjeta sanitaria ampliada, dirigiendo la demanda hacia ofertas concertadas
  • consumo socializado gratuito (sanidad, educación) cuyo ámbito es susceptible de ampliarse (transportes, vivienda...)

El primero quedaría limitado a bienes perfectamente prescindibles, mientras los otros responden a una forma de planificación democrática de la economía que abarcaría a varios sectores y buscaría aplicar un principio de subsidiariedad en la toma de decisiones.

Podemos comprobar cómo en situaciones de emergencia, incluso gobiernos no precisamente "comunistas" ("bolivarianos", como hoy grita la caverna) adoptan medidas semejantes cada vez que una situación de emergencia lo requiere, o bien bajo la presión popular, siempre y cuando no consideren en riesgo la clave de bóveda: la propiedad privada de los medios de producción.

Solamente «un increíble despliegue de energía política logrará evitar que el capitalismo lleve a la humanidad al límite del límite, un despliegue que suele llevar el nombre de “revolución”»

¿Llegará a tiempo ese despliegue?


 

Jorge Riechmann

La primera pregunta sería: ¿por qué un libro titulado Figures du communisme en francés se traduce y publica en castellano, de forma insuperablemente imaginativa, vertiendo El capitalismo o el planeta. Cómo construir una hegemonía anticapitalista para el siglo XXI? Más allá de contrariar la intención del autor («es necesario reinstaurar el concepto de comunismo en el escenario de la historia», leemos en la p. 306), se trata de una mala decisión porque induce a error. En efecto, Frédéric Lordon, economista, ingeniero y filósofo francés nacido en 1962, no pretende tener la respuesta a «cómo construir una hegemonía anticapitalista» en el Siglo de la Gran Prueba. ¡Ojalá la tuviéramos! Ahí nuestro autor, por desgracia, no aporta demasiado (aunque la tercera parte del libro versa sobre «Hegemonía y contrahegemonía»). Se trata de un ensayo muy valioso, en cualquier caso, y hemos de felicitarnos de que esté disponible en castellano.

Hoy, cuando sucesivas crisis entrelazadas van haciendo tambalearse los cimientos de muchas sociedades, no poca gente se pregunta: ¿capitalismo “con rostro humano”? ¿Transiciones hacia dónde? ¿Quizá poscapitalismo keynesiano? No resolveríamos con ello el principal de nuestros problemas económicos hoy –o si se quiere uno de los tres principales, puedo transigir ahí–: la dinámica sistémica de autoexpansión. Lo que necesitamos es un “más allá del capitalismo” que se plantee en serio la igualdad social y el decrecimiento[1] y por eso este libro de Lordon es valioso. Pues un subtítulo no engañoso podría ser «cómo pensar un modelo comunista viable para el siglo XXI».

Para empezar, Frédéric Lordon insiste en la necesidad de ser consecuentes con lo que sabemos:

La consecuencia exige rendirse ante tres enunciados que no son fáciles de negociar:
1) el capitalismo ha entrado en una fase en la que está destruyendo a la humanidad [no solo bajo su forma salarial, sino también por sus efectos ecológicos y climáticos] y, por lo tanto, la humanidad va a tener que elegir entre perseverar a secas o perseverar dentro del capitalismo (para extinguirse en él);
2) los capitalistas jamás admitirán su responsabilidad homicida ni (por lo tanto) renunciarán a la continuación del (de su) juego, y se valdrán de los giros argumentativos más retorcidos para convencer de la posibilidad, de la necesidad incluso, de continuar, y también de las peores violencias si es necesario (y cada vez lo será más);
3) no hay ninguna fórmula de derrocamiento, ni siquiera de simple moderación, del capitalismo en el marco de las instituciones políticas de la «democracia» o, mejor dicho, de lo que se hace llamar así; solo un increíble despliegue de energía política logrará evitar que el capitalismo lleve a la humanidad al límite del límite, un despliegue que suele llevar el nombre de “revolución”. (p. 19)
La pregunta del millón, por supuesto, se refiere al tercer enunciado: ¿cómo se hace esa revolución en los países del Norte global? ¿Dónde está el sujeto político de la misma? Y si no está y hay que construirlo (como es el caso), ¿tenemos tiempo para ello? Sabemos que «derribar el capitalismo implica la constitución de un bloque contrahegemónico lo más importante y enfadado posible» (p. 300) pero, ¿cómo se hace eso en tiempo y forma en los países centrales del sistema? Precisamente la destructividad del capitalismo nos está quitando el suelo de debajo de los pies.[2]

Una transición ecológica, en sentido propio, solo será posible si reducimos el metabolismo de la economía «de manera drástica en el Norte global»: si decrece el trasiego de energía y materiales que los economistas llaman a veces throughput (“transumo” o, mejor, flujo metabólico). Un mérito del ensayo de Lordon es que reconoce esto con claridad, al contrario de lo que sucede en la gran mayoría de las elaboraciones contemporáneas sobre modelos económicos socialistas/comunistas. La suya es una propuesta de comunismo decrecentista (por más que mantenga una muy endofrancesa polémica contra la décroissance en p. 124-128). «La producción global, aun siendo necesaria, se decreta a priori enemiga de la naturaleza y, por lo tanto, subordinada a compromisos rigurosos o, dicho de otro modo, la actividad económica debe tender a su propia minimización relativa» (p. 130).
Salir del capitalismo es perder el «nivel de vida» del capitalismo. En algún momento hay que someterse a un principio de consecuencia. (…) Va todo en el mismo lote: con el iPhone15, el coche Google y el 7G llegarán, de forma inevitable, la canícula permanente en el mundo y las plagas. (…) Toda la cuestión del comunismo tiene pues, como condición previa, la de las renuncias materiales consentidas de manera racional, así como su amplitud. Este es un tema eminentemente político. (p. 118)
Y no obstante, Lordon plantea su propuesta en términos de un comunismo lujoso (p. 179 y ss.). Es una cuestión clave que ha de abordarse en términos de cantidad y calidad:
No se puede presentar una transición revolucionaria como una mera renuncia, cuando, en realidad, se trata más bien de una gran sustitución: abandonar una cosa para ganar otra. En lugar de la vida como cantidad (lo que se llama, con una precisión total, «nivel de vida»), la vida como calidad; en lugar de futuras baratijas perdidas por adelantado (iPhone15, etc.), tranquilidad material para todos, grandes servicios colectivos gratuitos, una naturaleza restablecida y, quizá por encima de todo, tiempo. (p. 119) La colectividad ha de organizarse para determinar el conjunto de bienes sobre los que debe reinar, para todos, una tranquilidad absoluta: alimentación de calidad, vivienda de calidad, energía, agua, medios de comunicación, medicina y farmacia y «algunas cosas más» (Marx y Engels). La renuncia y la sustitución solo empiezan a partir de esa base. (p. 120)
La división del trabajo es un hecho macrosocial que no cabe obviar: lo comunal/comunitario y local es deseable, pero no suficiente si se trata de rehacer una economía entera (p. 112-113). Las prácticas locales de autonomía son a la vez enormemente valiosas e insuficientes (p. 122 y ss.). Por eso, hay que estimular la autonomía-experimentación desalentando al mismo tiempo la autonomía-huida.

Dado que «el capitalismo nos destruye, hay que destruir el capitalismo. No hay escapatoria, las falsas soluciones son falsas» (p. 25). Se trata, entonces, de liberarnos de las tiranías del valor capitalista y el empleo asalariado y para ello «destruir sus instituciones características: el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, el mercado de trabajo, las finanzas» (p. 128). El modelo de Lordon parte de la propuesta de salario vital de Bernard Friot,[3] que depende a su vez de dos instituciones clave: la cotización general y la concertación.

En cuanto a la primera, «la totalidad del valor añadido de las empresas [socializadas] se aporta, en forma de recursos cotizados, a un sistema de cajas a través del cual se efectúa la redistribución. En primer lugar, en forma de salario, vinculado a la propia persona y, por lo tanto, desvinculado del sistema de empleo» (p. 133). La persona es titular de un derecho fundamental a una remuneración estable y suficiente (y tiene así garantizada su existencia material): «El principio del salario vital está operado por la cotización recaudada y redistribuida por las cajas; en concreto, por la caja salarial que, como su propio nombre indica, revierte a las personas su remuneración con independencia de todo lo que no sea su nivel de cualificación» (p. 135), distinguiendo quizá cuatro niveles (p. 155).[4] Y como “salario vital” no es una denominación muy afortunada, hablaremos más bien de garantía económica general (p. 144), como una forma de orden comunista que permitirá dejar de depender del empleo, el patrono y el mercado para vivir.

La segunda institución es la concertación. «Una parte del salario se paga, en metálico, en una cuenta normal; otra, en una tarjeta (¡una tarjeta sanitaria ampliada!) que solo puede utilizarse con determinados productores autorizados (alimentación, transportes, energía, etc) debidamente concertados mediante decisión ciudadana (en asambleas de distintos niveles territoriales) en virtud del cumplimiento de determinadas normas (medioambientales, arraigo local, respeto por los circuitos de proximidad, prácticas productivas, etc.)» De esta manera, las personas tienen acceso a tres tipos de consumo: 
1) el consumo privado libre; 
2) el consumo privado «supervisado», que permite la tarjeta sanitaria ampliada y «dirige» la demanda hacia ofertas concertadas, es decir, conformes a una norma política de no-perjuicio (…) 
3) el consumo socializado gratuito (sanidad, educación) cuyo ámbito es susceptible de ampliarse (transportes, vivienda)» (p. 135-136). Notemos que los ámbitos 2 y 3 responden a una forma de planificación democrática de la economía que abarcaría a varios sectores y buscaría aplicar un principio de subsidiariedad en la toma de decisiones (véanse p. 150-151).
Completemos el diseño institucional. Seguirá habiendo dinero (p. 145), pues una división del trabajo relativamente avanzada «impone el intercambio monetario (al menos en parte) para efectuar sus complementariedades» (p. 146). Y por la misma razón (cierto nivel de división del trabajo) habrá mercados donde «aportamos nuestra producción privada, no ya para sobrevivir (…) sino para participar en la producción colectiva. Ese mercado deja de ser un tribunal de la supervivencia material de los individuos: ahora es el operador de la división del trabajo colectivo» (p. 150). En cambio, se acabarán la banca y las finanzas: toda la inversión productiva se realiza a través de la cotización, mediante una “caja económica” (más bien, una red a diferentes niveles de “cajas económicas” gestionadas democráticamente). Final de los mecanismos de deuda, que son «el trinquete oculto del crecimiento, el aguijón de la huida hacia adelante permanente» (p. 167). La inversión tiene lugar no en forma de préstamo o avance sino de subvención (dinero asignado a las unidades productivas, no reembolsable), tras la pertinente deliberación política-social en la caja económica del nivel que corresponda (p. 168).

Algo interesante en este modelo es que algunos de sus elementos institucionales ya están prefigurados en los Welfare States de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial: así la cotización social y el salario según cualificación. El “esto ya existe” de Friot es un argumento a la vez muy poderoso y muy limitado, explica Lordon:
Es muy poderoso porque nos demuestra que el comunismo no es una utopía caída del cielo, pues, aunque no nos demos cuenta, vivimos en una sociedad en la que, en cierto modo, ya están plasmados sus principios, y en una escala significativa. Pero ese argumento anda errado si considera que su historia quedó detenida, por desgracia [con la hegemonía neoliberal a partir de los años 1980], y que solo tenemos que ponerla en marcha otra vez. El «ya existe», en efecto, se desarrolló durante treinta años (1945-1975) excepcionales, poco extrapolables, pero desde entonces (más de 45 años…) se ha convertido, en el mejor de los casos, en un «hasta aquí». Hará falta un acontecimiento político de gran magnitud para recuperar el sentido de la marcha. (p. 140)
En efecto, ese paréntesis keynesiano en la historia del capitalismo fue algo absolutamente excepcional, y para que se impusiera hubo de darse una increíble liberación de energía política: la Revolución de Octubre en Rusia y luego la Segunda Guerra Mundial. «Para imponer al capitalismo unas construcciones institucionales que lo contradicen (aunque dejándole perseverar), se necesitó una energía de magnitud guerra mundial» (p. 139). Ahora sería menester una explosión revolucionaria capaz de liberar una energía semejante, y el lector o lectora no dejarán de preguntarse: ¿está eso a nuestro alcance, en tiempo y forma? El autor sostiene que «nuestro momento acabará llegando» (p. 141), pero la cuestión de los tiempos se nos ha vuelto más bien angustiosa (ecoangustiosa, para ser más exactos).

Hay que volver por último a la cuestión del decrecimiento. Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, declaraba en una entrevista (asumiendo el punto de vista de Lordon):
No creo en el decrecimiento y considero que es un error estratégico grave plantear el futuro en esos términos. El decrecimiento me parece un concepto absurdo: se supone que pretende derrocar el capitalismo, al tiempo que espera convencerlo amablemente de que contradiga su propia esencia (que consiste en crecer de manera indefinida). Cuando el capitalismo decrece, se entra en recesión (como seguramente ocurrirá el año que viene). Es así de claro y eso a nadie le gusta, puesto que conlleva sufrimiento para muchos. Si con “decrecimiento” queremos decir “salida del capitalismo”, perfecto, en eso estoy de acuerdo, pero llamémoslo por su nombre. No puede haber decrecimiento dentro del capitalismo, de la misma manera que no hay un problema de crecimiento fuera del capitalismo. Creo que antes o después la sociedad deberá tomar una decisión y afrontarla sin medias tintas. Yo creo que la única solución para que este planeta no se abrase es salir del capitalismo, y autores como Frédéric Lordon nos explican paso a paso y sin pensamiento utópico alguno (por ejemplo en el último libro suyo que acabamos de publicar, El capitalismo o el planeta) que esto es perfectamente posible, dando lugar a una sociedad no solo más justa sino más plena para todos y todas.[5]
«No hay un problema de crecimiento fuera del capitalismo»: esto es sin duda erróneo. También lo afirma Lordon en su libro: «Crecimiento y decrecimiento solo son obsesiones cardinales para el mundo capitalista. En un mundo comunista, se está tan liberado de ellas que a nadie se le pasan por la cabeza» (p. 125). Pero un orden social poscapitalista –la URSS lo fue a su manera– puede ser extractivista y productivista, y por esa razón no cabe pensar en desembarazarse de las posiciones decrecentistas de forma tan expeditiva.

Hay bastantes más asuntos de interés en esta obra, pero la reseña ya se está alargando demasiado. Para ir concluyendo mencionaré solo el interés de las precisiones de Frédéric Lordon sobre política, moral y moralismo, que ha desarrollado en diferentes lugares:
La política es una axiología. Hay, pues, de forma consustancial, moralidad en la política, ya que la política nunca deja de comprometerse en afirmaciones de valor. Pero toda la cuestión es saber cómo se configura la presencia de la moral en la política, la relación entre moral y política, y en particular saber si la moral agota la política. Esta es una pregunta retórica, cuya respuesta es obviamente: no. La moral tiende a la unanimidad, mientras que la política asume la irreductibilidad del conflicto, una heterogeneidad sin solución. Por lo tanto, hay moralidad en la política, pero la política nunca puede ser moralidad. Por otra parte, la moral es un discurso de prescripción fuerte con un discurso institucional débil y un discurso analítico nulo. Y la moral funciona esencialmente como un mandato sin seguimiento (formal). En su registro normativo, carece por construcción de todo análisis de sus condiciones de eficacia, como si la ingravidez social conviniera a su género. Es aquí donde, aunque fundamentalmente axiológica, y, por tanto, moral, la política puede sufrir degradaciones moralistas. Con esto me refiero al refugio en el puro mandato y el falso universalismo que ignora las condiciones particulares: la “moralización”.[6]
Lordon enfatiza que no podemos quedarnos en dar lecciones de superioridad moral, y que hay que evitar el moralismo como ejercicio puramente verbal, como mera declaración de principios que no se interroga sobre sus condiciones de posibilidad. En este sentido el moralismo sería el olvido de “lo trascendental” kantiano: el examen de las posibilidades de que esos principios se materialicen en el mundo real (El capitalismo o el planeta/ Figuras del comunismo, p. 87-88).

Nos preguntamos: nuestras propuestas socialistas/comunistas, ¿pueden hacerse cargo de lo que hoy sabemos en física, en biología, en modelización de sistemas complejos? ¿Pueden asumir de verdad el hecho epocal de la extralimitación ecológica? ¿Pueden tomar nota de la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles? ¿Pueden retomar el ávido interés de Marx y Engels por las ciencias naturales sin prejuicios industrialistas y sin extravíos prometeicos? ¿Pueden asimilar la termodinámica, la ecología, la simbiogénesis de Lynn Margulis, la teoría Gaia? Diría que Lordon, en este libro, realiza aportes significativos para poder ir contestando “sí” a las preguntas anteriores.

Jorge Riechmann
Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid

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NOTAS


[1] Un buen texto al respecto, penetrado de las experiencias neozapatistas en Chiapas: Jérôme Baschet, Adiós al capitalismo –Autonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos, NED eds., Barcelona, 2015.

[2] Como bien observaba Xan López hace unos años, «hay cierta perspectiva histórica desde la que Lutero tenía razón, y no Müntzer. Los Girondinos y no los Jacobinos. Los Mencheviques y no los Bolcheviques. La opción correcta era la moderación, adecuarse a los límites de lo posible. Hay otra perspectiva que plantea que la cantidad de energía organizada para conseguir un cambio siempre tiene que desbordar los objetivos realmente posibles. Que para alcanzar lo posible hay que intentar, y rozar, lo imposible. Es la idea del progreso como dos pasos adelante y uno atrás. El paso atrás es traumático, pero al final se ha conseguido avanzar algo, que permanece. Estas dos perspectivas comparten un convencimiento implícito. El de que en cualquier caso hay un tiempo histórico suficiente para la mejora social, y que ningún exceso de moderación o paso atrás inevitable nos llevará a un abismo que rompa la serie histórica. Puede que ese convencimiento ya no tenga tanta solidez. ¿Podemos concebir una revolución social profunda que solo dé dos pasos adelante? El cambio que necesitamos no es tanto la aceleración de un proceso previo, sino más bien un salto fuera de la historia». Xan López, «Dos certezas y siete preguntas sobre la crisis ecosocial», Contra el Diluvio, 27 de noviembre de 2018, disponible en: https://contraeldiluvio.es/dos-certezas-y-siete-preguntas-sobre-la-crisis-ecosocial/

Yo solo le quitaría el “puede que”. Pero dejemos, de momento, esta importante cuestión en suspenso.

[3] Bernard Friot, L’enjeu du salaire, La Dispute, París 2012; Émanciper le travail, La Dispute, París 2014.

[4] Los trabajos necesarios no especializados serían desempeñados por todos y todas en un sistema de turnos. «Sería impensable dejar encadenados a los «marrones» a quienes están desempeñándolos ahora en virtud del juego de la relegación social. (…) ¿Por qué un universitario o una médica no van a estar obligados a recoger la basura, atender una caja en un supermercado o limpiar las calles un día a la semana? Las sucursales locales de la «caja de salarios” podrían ser el lugar donde se decida la organización de esos turnos» (p. 156). Nótese que la propuesta de Lordon, a diferencia de las que orbitan en torno a una “renta básica” o subsidio universal incondicional, no desconecta el salario vital (como garantía material de existencia) de la aportación laboral de cada ciudadano y ciudadana.

[5] Rubén Hernández, «La única solución para que este planeta no se abrase es salir del capitalismo» (entrevista), El Asombrario, 4 de diciembre de 2022, disponible en: https://elasombrario.publico.es/solucion-planeta-abrase-salir-capitalismo/

[6] Frédéric Lordon, «Dire ensemble la condition des classes populaires et des migrants» (entrevista), Revue Ballast/ La contrescarpe, 19 de noviembre de 2018, disponible en: https://www.revue-ballast.fr/frederic-lordon-dire-ensemble-la-condition-des-classes-populaires-et-des-migrants-1-3/

domingo, 16 de abril de 2023

El secuestro de Pablo González: no es por lo que haces, sino por lo que eres

En el último programa de La Noche Temática apareció un reportaje titulado El algoritmo contra el crimen. Desgraciadamente, las políticas de derechos de propiedad intelectual harán inaccesible el vídeo en el plazo de un mes.

Como el título indica, se estudiaba el tratamiento estadístico de ingentes cantidades de datos sobre las circunstancias en que se produce el delito para detectar los que probablemente se producirán en el futuro antes de que se cometan. Con tan loable propósito se analizan los tiempos y lugares en que se han cometido anteriormente y las características de todo tipo de los delincuentes, especialmente su inserción social, y así se pretende establecer una especial vigilancia sobre zonas, fechas y horas peligrosas, pero muy especialmente sobre aquellos individuos que por sus características parecen abocados al crimen.

En principio, el uso de los algoritmos se apoya en su carácter objetivo, pero esta objetividad ignora el aspecto subjetivo que tiene la elección de los campos de datos, así como el empleo de informaciones del pasado que de forma recurrente congelan situaciones y cristalizan estereotipos.

Así, aunque no se expliciten como factores de riesgo la raza o el origen, otras variables consideradas enfocan de modo abrumador la vigilancia sobre colectivos estigmatizados, como negros e hispanos, hasta el punto que, a igualdad de peligrosidad real, un miembro de estos grupos será sospechoso, y en consecuencia resultará acosado, en un grado diez o más veces mayor que el arquetípico wasp.

Este hecho es uno de los argumentos más fuertes contra la supuesta neutralidad de la inteligencia artificial. Los sistemas expertos no pueden separarse de las bases sobre las que fueron diseñados y sufren sesgos sistemáticos que ni siquiera se les plantean. Las famosas leyes de la robótica de Asimov no dejan de ser un buen deseo, y en sus mismas novelas la inteligencia del robot se funde cuando afronta contradicciones insuperables.

El sistema hereda los prejuicios de su creador, y son estos los que debemos combatir.

Los miembros del grupo estigmatizado sufren la condena antes de llegar a cometer el hipotético delito. Pero incluso en un mundo determinista, un poder omnisciente no condenaría por un crimen aún no cometido, sino que directamente lo evitaría.

Lo que hace el algoritmo es perpetuar la exclusión social, esa que sirve a los nacionalismos racistas o xenófobos cuando tocan poder para justificar la persecución al diferente. Condenado de hecho por ser diferente, no por delincuente, aunque se lo considere tal en potencia.

El comportamiento del Estado polaco con el periodista Pablo González es buena muestra de esta represión preventiva en manos de la "justicia". No es por lo que hace, sino por lo que es.

Fotografía de Pablo González tomada por su amigo el fotoperiodista Juan Teixeira. - Cedida

El secuestro de Pablo González

Teresa Aranguren


Pasó el verano, pasó la Navidad, entró un nuevo año, llegaron las vacaciones de Semana Santa, asoma la primavera... Y Pablo González continúa encerrado en una cárcel polaca. Lleva encarcelado un año y casi dos meses y no hay ninguna garantía de que el próximo 24 de mayo, fecha en la que supuestamente se revisará el mantenimiento de la prisión preventiva, ésta no sea prorrogada una vez más.

Pablo González, hay que recordarlo una y otra vez porque el silencio es una forma de olvido, fue detenido en la localidad polaca de Przemysl, fronteriza con Ucrania, cuando cubría la llegada de refugiados ucranianos a los pocos días de la invasión rusa de su país. La acusación era de espionaje para el GRU, los servicios de inteligencia rusos, y el argumento que la sustentaba era que disponía de dos pasaportes uno español a nombre de Pablo González y otro ruso con el nombre de Pavel Rubtsov. Porque Pablo o Pavel es nieto de uno de aquellos niños que se llamaron "de la guerra", hijos de republicanos españoles acogidos en la Unión Soviética para escapar del horror de la guerra de España; Pablo o Pavel nació y creció en Moscú hasta los nueve años cuando tras el divorcio de los padres vino con su madre a España. Tanto él como su madre, hija de uno de aquellos niños de la guerra, obtuvieron la doble nacionalidad, rusa y española. Por eso Pablo o Pavel tiene dos pasaportes, habla ruso perfectamente y se especializó como periodista en el llamado espacio "postsoviético". Todo esto se aclaró de inmediato al poco de su detención, pero no sirvió de nada. En realidad, son esos datos de su biografía los que le han convertido, a ojos de la policía polaca, en sospechoso no de espionaje sino de ser "prorruso" y ese es un delito imperdonable en una sociedad en la que la hostilidad a Rusia tiene hondas raíces históricas y poderosas razones actuales. Pablo González tiene en su contra no sólo haber nacido en Moscú, hablar ruso y tener un pasaporte ruso, sino también haber informado como periodista de la guerra del Donbas y por lo tanto haber tenido contacto con los secesionistas ucranianos "prorrusos" que se enfrentaban al ejército de su país. De hecho, en aquellos ocho años de guerra de la que apenas se hablaba, circuló una lista vinculada a la Fundación Soros con los nombres de prácticamente todos los periodistas que cubrían o habían cubierto la guerra del Donbas, a los que se calificaba de "prorrusos". Pablo González, junto a muchos otros, estaba en esa lista.

A diferencia del espía, el periodista busca difundir la información, contar lo que sabe y lo que otros le cuentan, su terreno es el de la exposición pública con su firma a la vista de todos, el del espía es el secreto y el anonimato. Son campos opuestos, pero en tiempo de guerra la verdad importa poco y el periodista a veces es un testigo incómodo al que conviene acallar.

Pablo González lleva ya más de trece meses en prisión, en régimen de casi total aislamiento, sin poder comunicarse por teléfono con sus hijos que en todo este tiempo no han podido oír su voz, con sólo una visita de su esposa, Oihana, cuando ya llevaba nueve meses en prisión y, hace poco más de un mes, la de su abogado, Gonzalo Boye, al que, tras un año de impedimentos, la fiscalía polaca ha reconocido finalmente como tal.

El ministro Albares sin embargo asegura que los derechos de Pablo González están siendo respetados por las autoridades polacas, claro que la credibilidad y la eficacia de nuestro inefable ministro de exteriores no es muy alta, basta recordar el giro de timón de nuestra política exterior respecto al Sahara cuyo mayor rédito hasta el momento, dejando de lado toda cuestión ética,  consiste en haber envenenado las relaciones con un país amigo, Argelia, nuestro principal proveedor de gas hasta entonces y que lógicamente ha dejado de serlo, o la desastrosa preparación del viaje del presidente Sánchez a Marruecos sin garantizar siquiera que sería recibido por el rey Mohamed VI. En lo que respecta al caso de Pablo González, más que velar por la defensa de un ciudadano español encarcelado en un país extranjero en condiciones sumamente duras, el ministro Albares se ha comprometido con la defensa del buen hacer de la fiscalía polaca. O eso parece.

Se diría que la guerra de Ucrania que ha convertido a Polonia en eje y vanguardia de la política de la UE y por supuesto de la OTAN, elimina toda sospecha sobre los más que dudosos estándares democráticos de su sistema judicial y le confiere categoría de irreprochable.

El pasado 29 de marzo en la ciudad rusa de Ekaterimburgo fue detenido el periodista estadounidense Evan Gershkovich, corresponsal del Wall Street Journal en Rusia. Se le acusa de espiar para el gobierno estadounidense y, según el comunicado de Dimitri Peskov, portavoz del Kremlin, cuando fue detenido le pillaron "con las manos en la masa". La masa es el complejo militar industrial Uralvagonzavod dedicado a la producción intensiva de tanques, tema espinoso en tiempo de guerra sobre el que Gershkovich estaba preparando un reportaje.  Por lo que ha trascendido hasta ahora las condiciones de su encarcelamiento son aceptables, pudo entrevistarse con sus abogados poco después de su detención y está en una celda con televisión, radio y un refrigerador. Y por supuesto cuenta con el apoyo de las autoridades de su país y de los países de la OTAN que se han apresurado a pedir su liberación, desde el Secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, al jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. "Los periodistas deben poder ejercer su profesión libremente y se les debe proteger", ha dicho Josep Borrell tras condenar lo que califica, y sin duda lo es, de grave ataque a la libertad de prensa. Pero tan loable contundencia a la hora de denunciar la detención de un periodista contrasta demasiado con el silencio del Sr Borrell y de muchos otros políticos españoles y europeos respecto al caso de Pablo González. Entiendo que Polonia es un país miembro de la UE y de la OTAN al que, a diferencia de Rusia, se le supone un comportamiento respetuoso con los valores que en teoría conforman la Unión Europea. Pero mucho me temo que ese es precisamente el problema: Polonia es Unión Europea y es OTAN, más aún, en estos momentos, es un miembro determinante de la política europea y atlántica hacia Rusia, pero no es un país fiable en términos de libertad de prensa, derecho a la información y sobre todo independencia del poder judicial. Y esto lo saben muchos políticos europeos que llevan más de un año mirando para otro lado mientras un periodista español y por lo tanto ciudadano de la Unión Europea languidece en una cárcel polaca. Como si hubiera caído en un agujero negro de silencios cómplices y olvido.