jueves, 30 de julio de 2020

Paco Frutos

Este domingo ha muerto Paco Frutos. Secretario general del PCE en tiempos difíciles, recordamos su trabajo duro que, como los de otros que antes y después ocuparon el cargo, ha servido ante todo para mantener ese hilo conductor que otros partidos, como el italiano, no supieron o no quisieron mantener.

Después de tantas controversias (eurocomunismo sí o no, leninismo si o no...) lo que parecía condenado por la "modernidad" muestra hoy su trágica vigencia. De "ideología trasnochada" la idea comunista pasa a ser posibilidad de salvación. En estos tiempos inciertos el partido es, o debe ser, un núcleo de pensamiento y de acción. Todavía hay mucho que debatir sobre lo que es un movimiento y un partido. Ni movimientos sin cabeza ni partidos sin extensión. Aunque tendremos, una vez más, la clásica discusión sobre "correas de transmisión", etc. etc.

Se tiende a considerar que existe una "línea correcta" y desde una imaginaria ortodoxia, construida a posteriori, se juzgan y condenan los desviacionismos de izquierda y derecha. Si pensamos dialécticamente no existe esa línea fija, sino un conjunto de oposiciones, más abiertas unas, más cautelosas otras. Aparecen en la visión corta como bandazos, pero a la larga dan experiencia y sabiduría. La Historia no es la coyuntura, pero la coyuntura es también importante.

Paco sufrió mucho estas controversias. Recordamos con cariño a este payés, esta persona sensible y llena de franca humanidad.

El comunismo contado con sencillez es para mí su mejor legado. Porque demuestra que la fuerza de la idea, aunque debe estar sólidamente unida a la razón y el conocimiento, es inseparable del sentimiento. La inteligencia abstracta sin emociones no existe, por eso la entelequia llamada inteligencia artificial jamás superará a la volición del que sabe para lo que trabaja.

Cultivemos sentimientos nobles.

Además de su prosa pedagógica Paco escribió poesía. Tal vez la última se la inspiró la insólita visión de las calles vacías durante el confinamiento, presintiendo el ocaso de una civilización mientras quizás sentía próximo el suyo.

En la foto que dejo aquí, lo acompaña el que también ha sido secretario general, del PCG, mi amigo y camarada Carlos Portomeñe, otro cultivador del sentimiento como motor de la acción.







Partido Comunista de España



26 de Julio de 2020

Francesc Frutos Gras, Paco Frutos, honesto, austero y de sólidas convicciones. La sencillez que dio título a su libro era la esencia de su vida personal, social y militante. Su semblante serio escondía a un hombre afable y divertido, acompañado siempre de su deje catalán, que gustaba de relacionarse con sus camaradas de la sede los viernes para despedir la semana con un pequeño aperitivo que instauró como costumbre durante su mandato como Secretario General del PCE.

Nacido en Calella (1939) en el seno de una familia campesina comenzó su vida laboral en el campo. Después desempeñó diversos trabajos entre ellos obrero del textil donde colaboró, junto a los hermanos Antequera y otr@s camaradas, con la organización de la entonces clandestina Comisiones Obreras – CCOO. Hacía un año que se había afiliado al Partit Socialista Unificat de Catalunya – PSUC. La lucha clandestina y la cárcel forjarían su militancia y su carácter.

Siendo ya dirigente de CCOO de Catalunya y del PSUC es elegido diputado del Parlament en la primera legislatura. El PSUC obtuvo un 18% que se tradujo en 25 escaños.

Le tocó vivir momentos convulsos, a caballo entre dos épocas, tiempos de confusión y a veces de derrota que afrontó siempre de frente, con honestidad y energía, sosteniendo siempre lo que consideraba correcto.

En el IX Congreso del PCE (1978), Paco defendió la vigencia del leninismo frente a las tesis mayoritarias seguidoras de la corriente eurocomunista. Poco después, en el V Congreso del PSUC, (1981) en medio de un agrio debate, fruto de la división del movimiento comunista internacional, fue elegido Secretario General del PSUC. Su breve mandato concluyó 14 meses después tras la celebración de un Congreso extraordinario y el retorno a la Presidencia y a la Secretaría General de Gregorio López Raimundo y Antonio Gutiérrez Díaz.

Paco se traslada a Madrid para trabajar primero en el equipo de Gerardo Iglesias y después en el de Julio Anguita. Con Julio atendió las responsabilidades de Mundo del Trabajo, Frente de Partido y, tras el XIV Congreso del PCE, ejerció como Secretario del Comité Central.

Fueron los años duros del final de las ilusiones con el derrumbe del socialismo real y la ofensiva neoliberal, crisis económica, reconversión industrial, pérdida de derechos sociales y laborales, OTAN, Maastricht. También los años de la construcción de IU y la lenta pero firme recuperación electoral. Paco, siempre incansable no dejaría de insistir aquellos años en que: “Hay un espacio amplísimo a conquistar y una nueva sociedad a construir, continuemos”.

Otra característica que define su pensamiento es su incesante lucha por la paz y la denuncia del imperialismo. Así lo demostró como diputado (1996) desde la tribuna del Congreso y en la calle denunciando las agresiones a Yugoslavia por parte de la OTAN con la complicidad del gobierno español. También tiene que bregar con la ofensiva interna contra el carácter transformador y alternativo del PCE e IU. A principios de la década, el intento de disolución del PCE con el retorno a la “casa común” del PCE e IU así como la pretensión de acabar con el carácter combativo y sociopolítico de CCOO para convertirlo en un sindicato de servicios. En la segunda mitad, con la ruptura de la relación con ICV, y la escisión en Galicia y con los renovadores agrupados en torno a la llamada nueva izquierda. Ante estos dos envites supo estar a la altura y en primera línea.

El XV Congreso del PCE (1998) le elige Secretario General, responsabilidad que revalidó en los dos siguientes. Cuando antes de las generales del 2000 Julio sufre un infarto, Paco asume la candidatura de IU. Las expectativas no son halagüeñas. En los anteriores comicios municipales, autonómicos y europeos los resultados habían sido malos. Hizo una excelente y agotadora campaña que culminó con un grupo de 8 diputados. Aquellas fueron las elecciones del acuerdo con el PSOE.

A finales de año se celebró la VI Asamblea de IU marcada por la división interna. Dirigentes del Partido formaban parte de candidaturas que confrontaban con la encabezada por él. Quedó a un voto de ser elegido Coordinador General. El nuevo Coordinador sería Gaspar Llamazares. Esta situación le llevó a abrir una reflexión en el seno del PCE sobre la cohesión del Partido y la unidad de acción, la toma de decisiones y la recuperación de soberanía, las competencias de un PCE que debía trabajar por recuperar las señas de identidad fundacionales de IU situando nuevamente la preocupación en las condiciones de vida de la clase trabajadora, en la contradicción capital–trabajo como eje de su intervención política. Reconstruir el PCE, refundar IU: esta fue la tarea principal de sus últimos años de mandato junto, una vez más, a la denuncia de las agresiones imperialistas, esta vez contra Irak.

Sus discursos más significativos están publicados en Nuestra Bandera. A partir de 2015, el surgimiento de Podemos y la posición política del PCE e IU provocan su distanciamiento de la vida orgánica, aunque continúa, incansable, defendiendo sus ideas.

Todo este relato se refiere a su vida pública pero Paco tenía una vida privada muy rica: familia, amistades, camaradas y su pasión, el mundo de la cultura del que especialmente disfrutaba y practicaba asiduamente. Uno de sus últimos poemas, quizá el último, es éste con motivo de la pandemia. Hasta siempre, camarada.

UNA IMAGEN INÉDITA NOS ASALTA

Las inmensas ciudades desiertas
parecen selvas taladas a máquina
para sembrar inmensidades de soja
y saturar los mercados de grano
aun dejando a los nativos sin tierras.

Lo de las calles despobladas se parece
mas no es lo mismo y nos es inédito
verlas así intentando elevarse al cielo
trazadas sin línea a un infinito irreal
invisible en el espacio de opaca luz.

Avenidas huérfanas de miradas abrazos
sordas de palabras toses y buses
sin sombreros que tapen los rigores
del sol cuando abrasa e incordia
o cubriendo la cabeza del aire invernal.

Y aunque como siempre disperso va
suben luces y se esparce el viento
nubes tapan el sol y sueltan la lluvia
o barridas por nieblas lo blanquean
hasta que las plantas languidecen.

Y con todo ello rodando y saltando
no ha vuelto otra vez por la ventana
aquel día venturoso que en sigilo se fue
entre senderos y venteros desapacibles
de guijarros óxidos y eternas grietas.

Chirría el estruendo del silencio
ira sol agua refugio ojos llorosos
línea lejana de fría luz en horizonte
donde se esconden todos los azules
que salen cada día a las ocho da la tarde.

Vox me ha convencido

Si toda la culpa fue de las feministas, ya no es así: ahora la comparten con los inmigrantes.

Los inmigrantes traen el virus, los turistas no, porque en sus países no hay.

Alberto Garzón y Fernando Simón quieren acabar con el turismo. Sin sus comentarios los turistas vendrían en masa.

Los inmigrantes no nos dan de comer, porque no trabajan en el campo. Son unos vagos que vienen a comerse lo nuestro. Qué raro que luego sobre algo y llegue al mercado...

Y así hasta fin de mes...


Para nuestra desgracia, los turistas nos dan de comer desde la "reconversión industrial" aquella, que nos convirtió en país de servicios (de hostelería).




Cadena Ser


El ministro Salvador Illa ha comparecido hoy en el Congreso de los Diputados, en la Comisión de Sanidad, donde los portavoces de los distintos grupos parlamentarios plantean sus preguntas al encargado del ministerio que ha gestionado la pandemia. Como viene siendo habitual, la ultraderecha de Vox ha querido marcar la agenda con una intervención en la que culpa de los rebrotes a la llegada de inmigrantes a nuestras costas y, de nuevo, ha sacado la bandera del 8M para situar el inicio de la pandemia.

Después, Rocio de Meer, diputada de Vox, ha querido sacar a relucir el "poco" respecto del Gobierno respecto a los fallecidos por coronavirus, a lo que Salvador Illa ha contestado con firmeza: “Respecto a los fallecidos y al respeto que merecen al Gobierno, pues mire, acordamos todos hacer un homenaje a las personas fallecidas. Fue presidido por los reyes, asistieron todas las administraciones públicas y todos los partidos políticos, excepto el suyo. Era un buen momento de manifestar respeto a los fallecidos y fue un acto emocionante. Y vinieron representantes internacionales muy relevantes. Todos juntos, porque todos respetamos a los muertos. Todos. ¿Usted se cree que yo no respeto a los fallecidos? Todos nos juntamos ese día allí. Me hubiera gustado que usted estuviera. Y su partido."

Después ha continuado: "Sobre la agenda ideológica, yo sólo le digo una cosa: es usted la que me ha parecido que quiere dejar a inmigrantes y feminismo fuera de todo esto. Esto no va de ideología, esto es una pandemia y se combate con criterios médicos y de salud pública. Y lo solucionamos en el mundo y lo solucionamos para todo el mundo, también para los inmigrantes que vienen a nuestro país buscando mejores oportunidades de vida muchas veces, o no lo solucionaremos. Esto no va de egoísmo. Esto no va de que esto lo soluciono en mi territorio, en mi municipio, en mi casa. No va de esto. Una pandemia es lo más alejado de esto. Es lo que pone de manifiesto que estos enfoques no pueden funcionar en un tema de salud pública. Hemos de curarnos todos juntos y todo el mundo. También África. Esto es así”.

domingo, 26 de julio de 2020

Puente sobre aguas turbulentas

Hoy mismo ha publicado Antonio Turiel esta última hoja de ruta. A las cinco anteriores da en ella él mismo los enlaces. Por mi parte os remito también a lo que sobre ellas comenté hace tres días.

El ruido mediático en medio de estas aguas turbulentas ensordece y confunde a quienes más necesitarían entender que en dos semanas podría erradicarse esta enfermedad. Pero esa unanimidad de conductas no es posible en ausencia de una voz potente que pudiera elevarse por encima de esa cacofonía. Los Estados actuales no representan a los ciudadanos a los que teóricamente se deben. Las corporaciones y las empresas en general, elevadas a personas jurídicas, y los medios que controlan dictan sus conductas.

Los mismos agentes del Estado están confundidos por ese ruido, presos de la idea de que el barco que se hunde es el único lugar seguro. Y los grandes capitalistas, convertidos ya obedientes servidores del sujeto automático, dictan confusamente las ordenes sin ver tampoco a través de la niebla.

Desde nuestro colapso personal, en medio del colapso colectivo, deberíamos preparar el abandono ordenado del buque, y ser capaces de construir el puente para pasar al otro lado.



Hoja de ruta (y VI)


Antonio Turiel

Queridos lectores:

En la segunda entrega de esta serie discutía sobre cómo reconocer los signos que individualmente nos deben hacer reconocer en qué momento debemos dar ese giro copernicano a nuestras vidas y abandonar la vida pasada para que una vida futura sea posible. En esta última entrega de la "Hoja de ruta" discutiré sobre una cuestión complementaria de la anterior: reconocer qué signos debemos ignorar. Si entonces hablaba de decisiones individuales, en esta entrega hablaré de inteligencia colectiva (o de su ausencia) y sobre cómo debemos hacerle frente.

Uno de los problemas obvios que tenemos por delante como sociedad es que no estamos preparados ni material ni psicológicamente para hacer frente al proceso de transformación que inevitablemente nos va a sobrevenir, transformación que muchos identifican con un colapso más o menos completo de la sociedad. Los primeros posts de esta serie hablaban de las razones de este colapso (El Cisne Negro), de cómo reconocer nuestro colapso personal para poder empezar a cambiar (Poniéndose en marcha) y de qué podemos hacer cada uno de nosotros individualmente (Qué puedo hacer yo) y colectivamente (La forja de la comunidad). El quinto post explicaba por qué no cabía esperar ninguna reacción útil de los Estados (La caída de los Estados), porque en esencia los Estados como tales también van a colapsar y porque su manera de funcionar y sus políticas solo pueden llevarles a colapsar. Pero ese colapso no va a ser sin ruido, sino que la caída de tan pesadas maquinarias de poder van a levantar una intensa polvareda, y esa polvareda es lo que nos va a dificultar la visión, y a ratos la respiración, durante los próximos años. De hecho, solo ha caído los primeros cascotes pero la visión ya comienza a hacerse borrosa, lo que añade a la dificultad psicológica de aprehender y aceptar el colapso la dificultad de encontrar el camino correcto.

Los primeros signos del colapso del Estado se observan en el incumplimiento de sus compromisos. Los Estados modernos tienen su razón de ser en el contrato implícito con sus ciudadanos de ofrecerles una serie de servicios y de atender sus necesidades. Lo que lleva pasando desde hace bastantes años es que los Estados cada vez se alejan más de ese ideal de servicio al ciudadano (ciudadano que, en los países democráticos, es quien se supone que ostenta la legitimidad, y no el Estado en sí, el cual se supone que es su servidor). Con excusas cada vez más bobas los poderes públicos dan palos de ciego y emprenden políticas cada vez más erróneas, presos como están en una maraña de intereses de grandes corporaciones y de una desinformación de alta calidad diseñada específicamente para confundirles. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que la gran mayoría de los expertos en la "Transición ecológica" con los que cuentan los ministerios del ramo no sean biólogos, físicos, matemáticos o ingenieros, sino economistas? Los Gobiernos creen realmente que su sesgada visión de la realidad es la realidad misma, son ciegos y ni siquiera saben que no ven.

A partir de aquí, confundiendo lo que se debe hacer con lo que aquéllos con acceso privilegiado a las esferas de poder les dicen que se debe hacer, los Estados se lanzan a una espiral de incumplimiento de deberes. Se empieza por congelar o reducir las prestaciones sociales, luego las pensiones,  luego las becas, más tarde la inversión en investigación, después la cobertura por desempleo, luego se reduce la asistencia sanitaria y luego todo en general. Lo que se paga con los impuestos de todos sirve cada vez menos a los intereses de todos. Aquellos que más pagan (y en especial las empresas) se frotan las manos y promueven más desinformación con la esperanza de pagar aún menos impuestos, sin comprender que el continuo adelgazamiento del Estado lo aboca a su disfuncionalidad y, peor aún, a la pérdida de legitimidad a los ojos de los ciudadanos.

Es en esos momentos más críticos cuando más desinformación se emite, cuando se segrega la que sin duda es la substancia más tóxica que ha inventado el ser humano: la propaganda. Y es que, a diferencia de otros venenos, la propaganda tiene la capacidad de alterar las mentes de las personas afectadas hasta el punto de que olvidan cuáles son sus intereses de grupo y adoptan intereses espurios que en realidad van en su perjuicio. Se comienzan a crear facciones, en función de cuál sea el veneno que predomine en cada grupo. Un buen ejemplo de este alistamiento por facciones lo podemos ver en la actual crisis de la CoVid-19. Está un primer grupo que cree que la epidemia de la CoVid es una excusa para reducir las libertades individuales y imponernos antidemocráticas medidas colectivistas y uniformizadoras, y que por tanto consideran su deber resistirse a estas medidas como los auténticos luchadores por la libertad que son. Tenemos luego un segundo grupo, que cree que el CoVid fue creado en un laboratorio chino o americano y que es un mecanismo de las farmacéuticas para ganar dinero o de los Gobiernos para eliminar población sobrante, y que por tanto dedican su tiempo a recopilar pruebas e intentar exponer esta conspiranoia. Y por último (aunque hay otros grupúsculos menores) tendríamos un tercer grupo que cree que en realidad el virus de la CoVid no existe y que se están difundiendo noticias falsas sobre enfermos y hospitalizaciones para cualquiera de los fines anteriores, y que por tanto van por todos lados sin mascarillas ni nada. El caso es que, aunque la mayoría de la población no se alinea con esas tres facciones, el hecho de que existan y de que una parte de la discusión partidista coquetee con ellas (y por eso a veces los dirigentes de los partidos políticos dicen cosas poco claras), tal ceremonia de confusión y de teorías de las conspiración hace que no se haga una pedagogía básica sobre medidas sencillas que evitarían la propagación de la enfermedad. Estamos solo a 14 días de librarnos (prácticamente) del dichoso virus, si simplemente usáramos correctamente las mascarillas y nos laváramos las manos durante ese período de tiempo; pero en la práctica igual parece que estuviéramos a 14 años de conseguirlo, porque no somos capaces de seguir todos a la vez unas normas tan sencillas durante dos puñeteras semanas. Con toda la intoxicación del debate público, alimentada por los intereses espurios de algunos y por la desconfianza de una población azotada durante años de recortes y desprecios, hemos llegado a un punto en que la gente no sabe cómo funciona una mascarilla (y suerte que estamos hablando de un simple trozo de tela: si nuestra supervivencia estuviera en juego y dependiera de algo un poco más complicado estaríamos perdidos). En vez de hacer campañas de concienciación, explicando que la mascarilla tiene que cubrir boca y nariz en todo momento, que el objetivo primario es no infectar a los demás y que por tanto se trata de una cuestión de respeto, que la clave son los espacios públicos donde haya poca separación y los pobremente ventilados, etc, etc, lo que hay es un corifeo gallináceo que apunta en todas las direcciones, cuanto más ridículas mejor.

Por cierto, aviso a mis paisanos que no estaba hablando de España. Y es que aunque en nuestro país también se ven estas cosas, en realidad están extendidas por todo el mundo: vayan al país que quieran y encontraran las mismas idioteces. Lo cual demuestra que hay una crisis de confianza global, y que, sometidos al estrés de una crisis de gran alcance como la que ha planteado la CoVid, el sistema revienta de similar manera en la mayoría de los países.

No todo el mundo es igual de susceptible al veneno de la propaganda, y eso también afecta a los servidores públicos: algunos serán más propensos a dejarse llevar por la marea de infundios y falsedades, y otros no tanto. Ese efecto desigual de la propaganda sobre las personas que accionan los resortes del Estado alimenta un creciente conflicto entre los poderes del Estado: jueces que anulan decisiones gubernamentales, policías que deciden a su arbitrio si aplican ciertas normas o no, administraciones locales que desoyen las nacionales y viceversa. Al estallido de las contradicciones internas características del desmoronamiento de los Estados, se le une esta espesa neblina de confusión que todavía genera más choques y conflictos, y que acelerará la deslegitimación del poder estatal; al mismo tiempo, la misma propaganda hará difícil que se asiente un nuevo poder legítimo, puesto que el mismo lastre de desconfianza y mentiras lo arrastrará, al menos al comienzo y hasta que la situación se asiente.

Tampoco cabe esperar nada bueno desde los medios de comunicación. No están pensando para esto y solo generarán ruido, amplificando toda la basura y tonterías que haya a su alrededor. Tendrán que confiar no en lo que le digan, sino en aquello que vean en su entorno cercano. Tendrán que evaluar por Vds. mismos todo, qué es lo que funciona y qué es lo que no, sin dar nada por sentado, y sobre todo, sin hacer caso a la propaganda que algunas veces interesadamente insistirá en que lo que Vds. están haciendo no puede funcionar, a pesar de que la experiencia propia les esté diciendo que sí.

Ésta es la última dificultad, la última prueba que tenemos que superar para llegar desde donde estamos hasta donde queremos ir. No escuchen el ensordecedor ruido, no se dejen engañar por los cantos de sirena, no se dejen arrastrar por las pláticas demagógicas. Tienen que tener criterio propio, tienen que ser capaces de decidir por sí mismos, qué es lo que quieren hacer y ver por dónde tienen que seguir, y sobre todo establecer lazos con la gente más próxima que también quiere trabajar en construir ese futuro.

Con este post cierro la serie. Ahora ya tienen todas las recomendaciones que yo les podría dar. Ahora ya tienen una indicación de cómo hacerse su hoja de ruta, aunque cada persona deberá elaborar la suya propia. Mucha suerte en el camino.

Salu2.
AMT

jueves, 23 de julio de 2020

La caída de los Estados

Antonio Turiel está publicando en su blog una serie de artículos que titula Hoja de ruta. Como indica el título es una guía para enfrentar un futuro problemático.

Hasta ahora había escrito las siguientes Hojas de Ruta:
I. El cisne negro
II.Poniéndose en marcha 
III. Qué puedo hacer yo
IV. La forja de la comunidad
A ellas, y a esta otra entrega suya, hice referencia anteriormente, en este comentario y en este otro.

Ahora publica la quinta entrega, "La caída de los Estados". Título significativo: los Estados son hoy el soporte necesario, garante del cumplimiento en su territorio de la Lex Mercatoria, la estructura que garantiza su sostén. No pueden dejar de serlo sin que caigan también sus funciones asistenciales, dependientes de esta economía universalmente monetizada. Por eso siguen sin rechistar las recomendaciones de los economistas.

Cuando se llama "frugales" a los países que quieren convertir todas las ayudas a la economía herida por la pandemia en préstamos con interés, por mucho sarcasmo que se quiera echar al término es un error usar el concepto. Muy al contrario, su cálculo depende del crecimiento que permita pagar las deudas, y esa visión expansiva es incompatible con la frugalidad.

Más bien habría que hablar de "países miopes". Porque efectivamente los miopes tienen muy buena visión cercana.

Esta reducción temporal del crecimiento económico, aunque para algunos sea una oportunidad de negocio, supone globalmente una pérdida de valor. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia del capitalismo. El derrumbe suele ser rápido, pero la recuperación de la "normalidad" siempre ha sido mucho más lenta. La nueva normalidad de la que se habla no deja de ser la vieja normalidad, y el crecimiento futuro tiene las patas cortas.

Si las fuentes del "valor" son la naturaleza y el trabajo, su objetivación se produce en el intercambio de mercancías, como "valor de cambio". Solo tendrá ese valor lo que a su vez tenga un "valor de uso". Aunque el uso sea instrumental, ocasional o solo potencial, o el poseedor considere que aquello "vale" para él por otras razones, estéticas o sentimentales. Pero ese valor únicamente tendrá reconocimiento social a través de su posibilidad de venta.

Cuando una crisis detiene la maquinaria productiva y el consumo, son muchos los bienes que no pueden ser intercambiados y se devalúan. En el peor de los casos (bienes perecederos) perderán todo su valor. En el mejor queda un valor residual, para un uso de categoría inferior o como materia prima para otros procesos.

Una enorme cantidad de bienes de "alto valor" pueden perderlo cuando desaparece su valor de uso y también el valor de cambio.

Desde mi ventana puedo ver ahora mismo un gran puerto deportivo. Hay más de cuarenta en Galicia. Varios centenares en España. El que puedo ver tiene unos setecientos amarres, todos llenos. Sin duda son miles de millones de euros. Literalmente inmovilizados, porque la mayoría no se mueve casi nunca. El valor total debe ser de cientos de miles de millones de euros, no sé cuantos. Tal vez estén valorados en billones de euros. Cientos de billones de las viejas pesetas.

El propietario de cualquier automóvil sabe de su constante pérdida de valor desde que sale del concesionario. En el mercado de segunda mano hallará el mismo modelo mucho más barato. ¿Cuál es el valor "real"?

Supongamos que los barcos pierden su utilidad. Por falta de recursos de sus dueños para mantenerlos, o porque el precio del combustible se dispara, o simplemente escasea. Imposible concederles un valor de cambio. Desguace y chatarra. Chatarra que valdrá para fabricar... ¿qué? ¿Y habrá recursos para la nueva fabricación?

Lo que se supone que "vale" no es más que dinero congelado. La licuefacción lo arrastra por el desagüe, porque la  monetización ha hecho del valor una entelequia. El trabajo vivo de ayer es hoy trabajo muerto. De ahí las reticencias de Turiel hacia la Renta Básica Universal, idea que propone sustituir por Servicios Básicos Universales, no monetizados, ya que el valor del dinero depende del frágil juego de la oferta y la demanda, y no por disponer de más dinero habrá más cosas que comprar.

Casi nadie propone una solución decrecentista, porque implica cambios considerados inasumibles. Los Estados no pueden salir de este discurso: sin el entramado actual (actividad económica, impuestos, centralización de las decisiones, concentración del poder...) no podrían funcionar.

El autor, confinado como todos durante este tiempo, añade una postdata justificando su falta de publicaciones durante un tiempo, y agradeciendo a quienes se preocuparon por su salud:
Post Data: Los lectores habrán observado que me he tirado más de un mes sin publicar un post, seguramente el mayor receso que haya hecho nunca en este blog, incluso más que cuando en 2014 tuve un grave trance de salud. Algunos incluso, preocupados, me han escrito para interesarse precisamente por mi estado de salud. Estoy bien; la razón de este receso ha sido una combinación de carga de trabajo y las dificultades para conciliarlo con la telescuela de mis hijos y el cuidado de la casa en general, aparte del acompañamiento de los míos, sobre todo teniendo en cuenta que al ser mi mujer médico ella sí que no tiene tiempo libre para nada. Con el curso académico acabado y algunas entregas de los contratos que llevo realizadas la carga ha disminuido; aún es bastante pesada, pero espero que me permita ir sacando los diversos posts que tengo comenzados.
Sigue sin más el artículo:






Hoja de ruta (V): 
Antonio Turiel

A medida que van pasando las semanas y los meses se va haciendo más patente la incapacidad de los Estados para hacer frente a la crisis que, más que desarrollarse, va arrollando todos los sectores productivos de la economía. Empresas de todo tipo se ven abocadas a la quiebra: desde la compañía de coches de alquiler Hertz hasta varias aerolíneas (y las que vendrán), desde el Cirque du Soleil hasta la petrolera Chesapeake. Precisamente esta última quiebra es de alto impacto, porque es el símbolo del fin del fracking en los EE.UU.: Chesapeake es (era) la mayor compañía especializada en fracking. Caída Chesepaeke, el futuro que le espera al resto de compañías del sector está claramente marcado; y con el fracking agonizando solo cabe esperar un brusco descenso de la producción de petróleo en los próximos pocos años.

No solo estas cadenas de quiebras totales y parciales (es en este contexto que se tiene que incluir el abandono de Nissan de su planta de Barcelona, preludio de otros que vendrán) anticipan una aceleración en el proceso de hundimiento de nuestro sistema económico, incapaz de sobreponerse a los límites biofísicos del planeta. También son un buen ejemplo de la inoperancia de los Estados que, aunque están dotados legal y moralmente de los mecanismos para intervenir la economía, no se atreven a traspasar ciertas líneas "de libre mercado" (ya saben, esa falacia lógica). Cualquiera con perspectiva histórica se puede dar cuenta de que hasta la Segunda Guerra Mundial  e incluso las décadas posteriores el concepto de que los recursos del territorio estaban supeditados al bien general se tenía bastante más claro, y nadie se atrevía a desafiar al Estado cuando se intervenía y movilizaba la economía por un fin superior. Pero eso se terminó. Que delante del mayor reto que seguramente han conocido los países occidentales en muchas décadas se sea incapaz de coartar los espurios intereses del gran capital y no se hayan tomado, ni siquiera por aquellos gobiernos considerados más progresistas, medidas intervencionistas adecuadas para hacer frente a la magnitud del desastre es una muestra clara de la decadencia moral e intelectual en la que estamos inmersos, pues nadie osa desafiar a los poderes supremos de nuestra sociedad, los cuales son obviamente algo diferente al Estado y las instituciones democráticamente elegidas.

Un ejemplo de la falta de capacidad de intervenir de manera real y efectiva por parte de los gobiernos tiene que ver con la discusión sobre el Ingreso Mínimo Vital y la más ambiciosa propuesta de Renta Básica Universal (RBU). Aparte del ruido y las alharacas que ha generado la salida a escena de la RBU, este debate es un ejemplo perfecto de falso debate. Al margen del coste real que acarrearía implementar la RBU y los supuestos efectos negativos sobre el mercado del trabajo (según dicen algunos, porque la gente no querría trabajar si puede vivir sin hacerlo), el mayor problema de una RBU sería que generaría un efecto inflacionario que neutralizaría su efectividad. Efectivamente, si la gente dispone de mayor cantidad de dinero gracias a esta renta extra, el precio de bienes y servicios subiría hasta llegar a un nuevo precio de equilibrio, sin que de manera práctica nada hubiera cambiado. En realidad, la verdadera solución al problema de creciente penuria que padecen tantas familias que ahora se han quedado sin trabajo y sin ingresos serían los Servicios Básicos Universales; es decir, no monetizar la ayuda, sino hacer la ayuda física y concreta sobre los problemas que se quieren contrarrestar (alimentación inadecuada, falta de acceso a energía asequible, educación de calidad...). Unos Servicios Básicos Universales serían probablemente más baratos que la RBU y irían a la raíz de los problemas reales, pero nadie propone esto en el debate público. Y es que los Servicios Básicos Universales atentarían, de nuevo, contra ese mercado que tiene que regular todos los aspectos de la vida de las personas;  esos servicios gratuitos para todo el mundo quitarían "oportunidades de negocio" a tantos emprendedores (y, sobre todo, a las grandes empresas). Por tanto, es un debate que no se abre, y se centra toda la discusión en una dirección diferente, equivocada y fallida, con lo que nos encontramos una vez más con la situación de la hormiga bajo la manzana. Por demás, la falta crónica de recursos del Estado (por una parte por esa concepción de que se tiene que vivir al día sin excedentes, y ahora agravado por el descenso de ingresos vía impuestos) hacen la vía del rescate imposible. No se va a poder organizar el rescate desde arriba, cuando para empezar ni siquiera vamos a la montaña donde se encuentran las personas que esperan ese rescate.

La imposibilidad de tapar con las manos las grietas en el dique de la economía capitalista que está colapsando se manifiesta en las repetidas llamadas desde los diversos sectores económicos afectados (que al final son todos) para que se efectúe un rescate, cada uno para su sector, con dinero público; cuando lo que en realidad se debería plantear es la reconversión y si llega el caso  la liquidación de según qué actividades. Hay quien llega a reclamar un nuevo Plan Marshall, y como ahora no hay unos EE.UU. económicamente pujantes para financiarlo, se pide que este Plan Marshall sea de Europa para Europa. Es una concepción económica completamente viciosa y casi se podría decir onanista: recuerda a la falsa discusión sobre la necesidad de retirar las subvenciones que perciben los combustibles fósiles, sin entender que son los combustibles fósiles los que proporcionan los excedentes que permiten financiar todo lo demás. Pensar que el dinero es en sí mismo un fluido mágico capaz de obrar cualquier milagro que se pretenda es no comprender los flujos físicos del mundo, de dónde sale la energía y cómo ésta se invierte para realizar todas las actividades económicas y sociales. Sin duda la culpa del predominio de esta visión mágica la tiene en que se conceda excesiva importancia a los economistas clásicos, los cuales basan sus deducciones en una extrapolación de tendencias pasadas bien tabuladas pero cuyas causas realmente no entienden, precisamente por su desdén hacia el mundo físico que es en realidad el que hace y posibilita el fenómeno económico (y todos los otros fenómenos, en realidad).  Hay que superar la teoría económica predominante hoy en día, hay que abandonar el crecentismo antes de que nos arrastre al abismo, pero, ¿cómo lo vamos a hacer si los Gobiernos están trufados de economistas, que replican con tanto desdén como ignorancia cuando se les habla de las limitaciones físicas que impone el finito mundo real?

Nadie habla de decrecimiento, solo se habla de recuperar la normalidad. Y, a medida que va siendo más evidente que las contradicciones larvadas de nuestro sistema que la CoVid ha expuesto y acelerado significan que no se podrá volver a lo de antes, e incluso que se inicia un camino de descenso secular que ya no podrá ser detenido, se habla de "nueva normalidad", en un intento de crear un discurso que haga aceptable lo que cada vez será menos aceptable, una situación en el que la Gran Exclusión de la clase media tomará fuerza, inexorable, con el paso de los años y las décadas. Se dirá, durante décadas incluso, que los problemas y dificultades que experimentaremos serán consecuencia de "la crisis de la CoVid" y de la pérdida de confianza que generó en la gente. En ningún momento se reconocerá que el gran problema era el inevitable descenso energético; en modo alguno se reconocerá que la degradación ambiental pasaría una factura impagable; de ninguna manera se aceptará que las reglas económicas tradicionales no solo no podían funcionar, sino que nos abocaban al desastre, a este desastre... Nada de eso se reconocerá, y se querrá mantener la ficción de que todo ha sido un accidente (la CoVid) y que en cuanto superemos este trauma todo volverá a ser leche y miel. De hecho, los Estados no pueden salir de este discurso, porque sin el entramado actual (actividad económica, impuestos, centralización de las decisiones, concentración del poder...) no podrían funcionar. No se puede esperar que sin más un cuadrado encaje en un hueco triangular.

De hecho, el mismo modo como se ha desarrollado la crisis sanitaria nos muestra la fragilidad de los Estados modernos. En el pasado las cuarentenas eran habituales, y la gente se adaptaba a ellas, sin más. Las mejores obras de Isaac Newton y de William Shakespeare fueron escritas durante largas cuarentenas. No es que todo fuera un camino de rosas: con excesiva frecuencia moría mucha gente, pero a pesar de ello todo seguía. Algunas epidemias fueron tan graves que causaron un retroceso duradero durante décadas -especialmente ignominioso es el recuerdo de las epidemias de la Peste Negra- pero el sistema cambiaba de escala y seguía virtualmente funcional, a pesar de -o precisamente por- lo primitivo que era. Comparemos esto con la situación actual. Tenemos una capacidad técnica y científica que a nuestros ancestros les parecía propia de dioses, y sin embargo tenemos un sistema muy frágil. Y no es por la ciencia y la técnica en sí que es frágil, sino por esa idea predominante del justíssim in time, de la enfermiza obsesión por el beneficio creciente. Es en aras del mantenimiento de la tasa de regeneración del capital que el sistema se ha vuelto muy poco redundante ("¿Para qué? Eso es un desperdicio de recursos y una pérdida de beneficios") y por tanto muy frágil. Delante de una pandemia con tan baja mortalidad que en épocas pretéritas no se hubiera tomado en serio, nuestro tejido productivo tiembla y nuestros Estados no tienen mecanismos para evitar el hundimiento de la economía. Seguramente, no merece la pena salvar algo tan poco práctico y tan poco resistente, además de poco duradero.

También es ilustrativo el caso de algunos Estados que, en vista de la desgracia económica que se venía encima y sabiéndose incapaces de hacerle frente con los únicos mecanismos a su alcance, han decidido negar la evidencia y con argumentos torticeros convencer a su población de que no hacía falta hacer nada. Para hacer aceptable una idea tan obscena (dejemos que la epidemia se propague y que muera quien tenga que morir, antes de sacrificar en lo más mínimo la actividad económica), se han manipulado conceptos científicos y técnicos de manera abominable. Por ejemplo, se ha "tomado prestado" el concepto de inmunidad de grupo que se aplica para explicar los beneficios de la vacunación  (si hay suficiente gente inmune en una población, ésta hace de escudo que evita que la enfermedad se propague a otras personas susceptibles de enfermar) y se ha dado por hecho que dejando circular la enfermedad más o menos libremente se podría conseguir esa inmunidad de grupo; ésta ha sido la estrategia inicial del Reino Unido o de Suecia. Pero mientras en el caso de una vacuna uno sabe, después de años de estudio y desarrollo de la vacuna, que esa inmunidad se consigue, no existe ninguna garantía de que la mera infección por la CoVid vaya a proporcionar esa inmunidad; además, no existe manera de controlar una infección para que se propague solo por la población "no de riesgo" sin afectar a la de riesgo. Por no hablar de que dejar que una enfermedad nueva se propague de manera tan masiva por un territorio puede causar que se vuelva endémica, o que origine nuevas mutaciones más peligrosas o muchos otros efectos indeseados. En suma, es de una suprema inconsciencia e irresponsabilidad no tomar medidas de contención. Los países que inicialmente apostaron por ese laissez passer vírico y luego rectificaron, como los EE.UU. o el Reino Unido, están teniendo problemas para contener el avance de la CoVid en sus respectivos territorios pero por lo menos sus mortalidades están en retroceso; otros países que optaron por no hacer nada o muy poco, como Suecia o Brasil, no están controlando la propagación de la enfermedad, y aunque el verano ayuda a disminuir la mortalidad tienen ya las mayores mortalidades de sus regiones respectivas y esperan un repunte terrible en cuanto superemos el equinoccio otoñal.

La estructura de nuestros Estados no está preparada para producir y gestionar excedentes para las épocas de vacas flacas, y no puede adaptarse a nada que no sea ir al mismo ritmo desbocado. Pero justamente, por entrar en la época del descenso energético que forzará un descenso del ritmo económico, y la concomitancia de otras crisis como la climática o la ecológica (de la que la CoVid es simplemente una manifestación), los Estados no pueden adaptarse a la nueva situación. No cabe esperar ninguna reacción correcta por parte de ningún Estado; solo podemos adaptarnos -y apartarnos- para que no nos arrastren en su caída. Cosa de la que hablaremos en el siguiente post, con el que cerraré esta serie.

martes, 21 de julio de 2020

Cantes de faena

El canto, incompatible con el trabajo intelectual, es sin embargo un auxiliar poderoso para sobrellevar trabajos monótonos. Si una labor colectiva requiere aunar rítmicamente esfuerzos, como es el caso de remar, izar o arriar aparejos, el canto tiene también un carácter práctico al tiempo que ayuda a soportar la dura faena. Sería el caso del canto de los bateleros (más probablemente sirgadores) del Volga.

Los cantes camperos de Andalucía, (con algunas buenas muestras en el enlace) tienen otro carácter. Acompañan un trabajo en el que, sea o no colectivo, un único intérprete sortea la monotonía. En algunas labores únicamente lo acompañan las bestias, y con ellas habla de vez en cuando.

De origen folclórico, con formas semejantes en el campo castellano, la capacidad integradora del flamenco los ha diferenciado de sus fuentes, con melismas mucho más elaborados, que les confieren un sentimiento bien justificado. El tiempo es lento, poblado de silencios que reflejan admirablemente el tedio y la fatiga.

Un cante de trilla de El Rufo de Bujalance, tomado del programa Flamenco en Canal Sur:


Otro ejemplo, de El Cabrero: el mulo que me lleva, cantes de trilla. La métrica es de la seguidilla castellana, distinta de la seguiriya:



Canta mi paisano Jesús Heredia. La mula como confidente, el ojo del amo como guardián, del campo, del que canta y de su propia hija, inalcanzable:


Para terminar, un clásico, Bernardo "el de los lobitos". Complicidad frente al amo y amor a los animales:



domingo, 19 de julio de 2020

Lo esencial no ha cambiado

Si hay que elegir entre la economía y la vida humana, es la economía lo que hay que salvar. La economía a rescatar es siempre la productora de beneficios, con la coartada de que como subproducto es también productora de bienes. El razonamiento que más se utiliza es que "el colapso económico causaría más muertes que cualquier pandemia".

Pero los bienes imprescindibles no coinciden con los que producen más beneficios.

En la cadena de producción de valor siempre se habla de "las locomotoras", a cuyos planes de expansión se enganchan los vagones de las economías subordinadas, sean estas pequeñas empresas o países enteros. Estas locomotoras son los países centrales, pero en realidad representan a sus grandes empresas, esas que cotizan en bolsa, sujetas a la succión inexorable del juego alcista-bajista. Ninguna de ellas abandonará ese juego, so pena de ser descapitalizada por los "inversores".

Ahora mismo presenciamos el infame forcejeo de los llamados "países frugales" de la Unión Europea por convertir cualquier ayuda en usura. El mismo juego en las patronales de este y de todos los países, que se oponen a cualquier medida que reduzca sus beneficios, de los cuales depende su supervivencia.

En tiempos de necesaria contracción económica, lo que debería ser una oportunidad para adaptarse a una economía del bien común que priorizara de una vez la satisfacción de necesidades básicas se convierte en el proyecto de volver a lo de siempre, lo que produzca el máximo beneficio inmediato, porque el futuro no existe.

No se me ocurre lo que podrían hacer los Países Bajos (recalco bajos en sentido literal, sin intención peyorativa) si la subida del nivel del mar obligara a su población a escapar en pateras...

Las industrias del siglo XIX fueron la fuente de capitalización de su tiempo, a costa de la vida y la salud de trabajadores que no tenían otra opción para sobrevivir. Marx aprendió mucho estudiando los informes de la inspección de trabajo inglesa de aquel tiempo, analizando la legislación que pretendía corregir los excesos y su grado de incumplimiento.

Hoy los sectores esenciales que mantienen en funcionamiento la sociedad son, como entonces, los más inmisericordemente explotados. Y las patronales también ponen el grito en el cielo si una legislación protectora y una inspección eficaz amenazan sus beneficios.




Iván Montero
Rebelión


La pandemia del SARS-Cov-2 no sólo trajo consigo la agudización de las contradicciones del capital. También actualizó la vigencia del pensamiento de Karl Marx y con ello la alternativa anticapitalista de las y los trabajadores.

Es por ello que a continuación presentamos algunos argumentos que el revolucionario formuló en El Capital [1] y hoy toman gran relevancia.

Debido al desarrollo de la sociedad moderna (la modernidad), producto –a su vez– del desarrollo de la gran industria que aparejó condiciones insalubres para las y los trabajadores, aparecieron tensiones sociales que se materializaron en la legislación fabril inglesa durante la primera mitad del siglo XIX.

La crítica de Marx hacia estas figuras de la modernidad es demoledora.

Las mutilaciones, las muertes o las enfermedades que se generaban en  las fábricas y minas, en los hechos, no alcanzaban a ser contenidas por estas “magnificas” leyes fabriles que “regulaban” el trabajo infantil o imponían sanciones a aquellos capitalistas que no tomaran las más mínimas medidas sanitarias.

En las minas, por ejemplo, cuando acudía un inspector a “verificar” el cumplimiento de la ley, si algún trabajador se dirigía a él para quejarse por el aire pestilente que respiraban, debido a la mala ventilación, se le despedía y lo boletinaban para que no fuera contratado en otra mina.

Para 1865, en Gran Bretaña, había 3 mil 527 minas y tan sólo 12 inspectores. Se estimaba que cada mina podría ser visitada cada 10 años.

Otra consecuencia del desarrollo de la gran industria fue la incorporación masiva de trabajo infantil y femenino. El uso de la maquinaria aniquiló “el monopolio masculino en el trabajo pesado” [2] lo que permitió el uso de niños pequeños (desde los 6 años) y el uso de trabajo femenino, pues culturalmente el capital lo considera inferior; en ambos casos le permitió fijar salarios inferiores y así constituir un mercado de mano de obra barata.

Las leyes también buscaron regular esta situación, se impuso a los industriales que los niños menores de 14 años no podían trabajar solo a condición de acudir a la enseñanza elemental. Lo cual por supuesto, no siempre era cumplido en medio de la carencia y la pauperización de la población inglesa de aquellos años.

Ante todas estas injusticias, Marx –que era un sarcástico– decía: “¡He aquí las bellezas de la ‘libre’ producción capitalista!”. [3]

La imposibilidad estructural del capitalismo para combatir la pandemia

De estos fragmentos que hemos extraído de El Capital, hay un punto que recobra especial actualidad ante la pandemia del SARS-Cov-2. Se trata de las cláusulas sanitarias de la legislación fabril.

Para Marx estas cláusulas “se reducen a disposiciones sobre el blanqueo de las paredes y algunas otras medidas de limpieza, o relativas a la ventilación y la protección contra la maquinaria peligrosa”. [4]

Sin embargo, “la necesidad de imponerle, por medio de leyes coactivas del estado, los más sencillos preceptos de limpieza y salubridad” [5] se reducían a medidas totalmente insuficientes ante las pésimas condiciones de los centros de trabajo.

Y aún más, cuando estos sencillos preceptos rebasan cierto punto, se “excluye todo perfeccionamiento racional”. [6] Por ejemplo, para entonces –aunque ahora también se puede corroborar– [7] se conglomeraba a miles de obreros en espacios reducidos (sobre todo en los pequeños talleres), respirando diversos químicos y vapores que terminaban dañando la salud pulmonar de las y los trabajadores. La “gloriosa” ley no podía imponer que se destinaran los 150 metros cúbicos de aire por obrero que recomendaban los médicos, pues si así lo hacían, atentaban directamente contra la existencia del pequeño capitalista (que no cubría con este requisito) subordinado a la gran industria y a las leyes de la libre compra/venta de la fuerza de trabajo, es decir, una medida así terminaba atentando contra las cadenas de valorización del capital.

Hoy –como ayer–, ante la cuarentena recomendada por todas las autoridades sanitarias como uno de los mínimos preceptos para contener el contagio, el capital puso el grito en el cielo, pidió se levantara el  confinamiento y se reabriera la industria en todos los rincones del mundo. Debido a las disputas económicas y  políticas a nivel mundial, principalmente entre China y Estados Unidos, la “ley coactiva de la competencia” [8] impuso una carrera por el desconfinamiento. [9]

La extensión de la cuarentena, no es más que el perfeccionamiento racional para salvar vidas humanas; pero atenta contra “la producción de mercancías que contengan más trabajo que el pagado por él (el capitalista, i. m.), o sea que contengan una parte de valor que nada le cuesta al comprador y que sin embargo se realiza mediante la venta de las mercancías”, [10] es decir, una cuarentena prolongada suspende “La producción de plusvalor,… la ley absoluta de este modo de producción.” [11]

Por ello, ante esta contradicción, desde un principio quedó excluida su extensión por las mismas autoridades sanitarias y no les quedó más que declarar que «el virus estará con nosotros durante largo tiempo». [12]

Sus similares del siglo XIX, ante una contradicción similar, en el fondo declararon que “en realidad, la tisis y otras enfermedades pulmonares de los obreros constituyen una condición de vida del capital”. [13]

Lo que hoy nos conduce a la siguiente conclusión: el SARS-Cov-2 es condición de vida del capital, así como las diversas enfermedades que afectan a la población trabajadora.

A lo largo de su investigación histórica, Marx hace notar cómo “El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración”. [14] A la sociedad capitalista “no le late un corazón en el pecho” [15], por lo que la lucha contra el capitalismo también es una lucha contra la pandemia y por la salud de las y los trabajadores todos.

Como vemos, esta perspectiva deja entrever el carácter de clase y estructural del capitalismo para combatir la actual pandemia. Lo cual se verifica con los diversos enfoques y estrategias que han tomado los gobiernos capitalistas, que a pesar de sus especificidades se han movido dentro de los imperativos de la acumulación de capital. [16]
Addendum

La industrialización en Inglaterra le permitió a Marx apreciar de mejor manera el proceso de acumulación de capital.

Este proceso de devastación, nada tiene que ver con el imaginario idílico que el burgués ha hecho de sí mismo y del cual surgen los mitos fantásticos del emprendedurismo; sino que por el contrario, la acumulación de capital va “chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”. [17]

Marx pudo notar que la producción capitalista “no desarrolla la técnica y la combinación del procesos social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”. [18]

El sustento de la producción capitalista es la explotación desmedida de la fuerza de trabajo, la cual apareja necesariamente un uso irracional de recursos naturales.

Con el desarrollo de esta producción, apareció la gran industria y en su expansión se depuró la lucha directa entre trabajadores y capitalistas, ya que se “hace madurar las contradicciones y antagonismos de la forma capitalista”. [19] Las luchas de los trabajadores contra la explotación en pequeños talleres, la manufactura, la industria a domicilio se convierten también en luchas contra el gran capital, pues esta cadena productiva intermedia (transitoria) se subordinada a los designios de la gran producción.

El campo no escapa a la lógica de la acumulación de capital, en esta se encuentran la llamada acumulación originaria del capital (que consiste en el proceso violento de proletarización, el despojo masivo de los trabajadores de sus tierras y medios de producción, verificable en diversos momentos de la historia), la pauperización de los campesinos y los fenómenos de la emigración, entre otros.

Por último, cabe resaltar que el modo de producción capitalista “constriñe implacablemente a la humanidad a producir por producir” [20] y a generar un entorno viable para este tipo de producción, reduciendo la diversidad de las potencias de la vida humana a un único objetivo: “el movimiento infatigable de la obtención de ganancias”.[21]

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Notas

[1] Para ello usaré la edición de siglo XXI editores, Tomo 1, Vol. 1, Vol. 2 y Vol. 3.

[2] Marx, K, El Capital, siglo XXI editores, Tomo 1, p. 575.

[3] Ibíd., p. 609

[4] Ibíd., p. 585.

[5] Ibíd., p. 586.

[6] Ibíd., p. 587.

[7] Cfr., Santiago Hernández, R y Montero,  I., “Covid-19 exhibe las condiciones precarias de las maquilas en Tehuacán”, disponible en:
https://www.laizquierdadiario.mx/Covid-19-exhibe-las-condiciones-precarias-de-las-maquilas-en-Tehuacan.

[8] Ibíd., p. 387.

[9] Cfr., Montero,  I., “En la carrera por el desconfinamiento, México se subordina a EEUU” disponible en: 
https://rebelion.org/en-la-carrera-por-el-desconfinamiento-mexico-se-subordina-a-ee-uu/

[10] Ibíd., p. 767.

[11] Ídem.

[12] Declaraciones hechas por el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus.

[13] Ibíd., p. 587

[14] Ibíd., p. 325

[15] Ibíd., p. 281

[16] En México, por ejemplo,  el gobierno de López Obrador, aunque se autodenomina de izquierda, después de algunas presiones locales y  extranjeras,  decretó “las actividades productivas ligadas a la economía exportadora vinculada al TLCAN (ahora T-MEC), tales como la industria automotriz, aeroespacial, electrónica, entre otras”  como actividades esenciales y con ello  pudieron reabrir en pleno asenso de contagios. Cfr., Ríos Vera,  J. L., “Los intereses del gran capital y su ofensiva necropolítica sobre los trabajadores en México”, disponible en:
https://rebelion.org/wp-content/uploads/2020/05/Los-intereses-del-gran-capital-y-su-ofensiva-necropol%C3%ADtica-lh.pdf.

[17] Ibíd., p. 950

[18] Ibíd., p. 613

[19] Ibíd., p. 608

[20] Ibíd., p. 731.

[21] Ibíd., p. 187