martes, 30 de abril de 2019

Los caparazones del imperio americano

Mostrando una salud de hierro, acaba de celebrarse en Pontevedra, por trigésimo sexta vez, la Semana Galega de Filosofía. El tema elegido en esta ocasión como eje temático ha sido "Filosofía e Fronteira". Un tema para hacernos pensar, como todos los que ha planteado la Semana en su larga trayectoria. Si el año pasado nos ocupábamos de las amenazas sobre "lo común", la alarma salta ahora ante el auge de las barreras fronterizas, tanto físicas como administrativas, tan fáciles de atravesar para los capitales y sus dueños como difíciles de franquear para tanta gente a los que les va en ello la vida y no la capacidad de acumular.

Esta crisis que muchos tememos terminal (y esperemos que lo sea únicamente  para el modo de producción capitalista en esta su fase más depredadora) aconsejaba ocuparse de ellas.

Las fronteras que limitan estados existen como una separación más entre personas y entre colectivos, y no tendrían razón de ser sin la existencia de otros muchos límites. Al igual que una membrana semipermeable deja pasar un disolvente en una sola dirección cuando a ambos lados de la misma las concentraciones de la sustancia disuelta son diferentes, los límites entre personas o colectividades crean flujos direccionales. Dejan pasar a unos y se lo impiden a otros.

Fronteras que separan países, pero también fronteras de clase, de género, de raza, cultura o lengua; de riqueza, en suma. Entre naciones o dentro de cada nación, de cada ciudad; de cada casa, incluso.

El límite puede ser fijo o móvil, transparente o infranqueable. La frontera como límite puede plantearse como defensiva o expansiva. Los imperios se construyen con fronteras en movimiento. El Limes romano o la Gran Muralla fueron límites físicos defensivos, estabilizados cuando llegó a "su límite" la frontera en expansión.

El Imperio Americano es el imperio de nuestros días. En su crecimiento desde las trece colonias originales dio a la frontera el sentido de superación incesante de los límites. "La Frontera" era el Lejano Oeste de las películas. Para los norteamericanos, la expansión infinita se convirtió no solo en una aspiración física sino en un ideal metafísico: su destino manifiesto. La Nueva Frontera de John F. Kennedy fue una marca de los programas nacionales y extranjeros durante su administración:
"Hoy nos encontramos al borde de una Nueva Frontera: la frontera de la década de 1960, la frontera de las oportunidades y peligros desconocidos, la frontera de las esperanzas no cubiertas y las amenazas sin cubrir. ... Más allá de esa frontera hay áreas desconocidas de ciencia y espacio, problemas no resueltos de paz y guerra, problemas no conquistados de ignorancia y prejuicio, preguntas sin respuesta de pobreza y excedente."
Aunque planteara el futuro como un viaje a parajes desconocidos, el mensaje envolvía una esperanza ilusionante. Ahora no resulta tan fácil mantener ese entusiasmo expansivo. Suena a hueco, pero se sigue utilizando como consigna propagandística.

Es difícil separar las realidades materiales de sus correlatos ideológicos. Para eso hace falta un sentido crítico que desmitifique creencias fuertemente arraigadas en el inconsciente colectivo.


Frontera de Mexico con Estados Unidos





















Ellos y nosotros. La frontera separa un "nosotros" compartido de los "ellos" de que como poco se desconfía. La pertenencia se enfrenta a la extrañeza, a  la extranjería.

Vivimos encapsulados en caparazones. El urbanismo ha teorizado sobre esto. El primero es la piel, seguida del vestido, el gesto inmediato, el alcance de la mano, de la vista, de la voz. Así se van marcando distancias entre el yo y el entorno. Inevitablemente, en algún momento estos caparazones dejan de pertenecerme en exclusiva y han de ser compartidos con "el otro". Frente a los más extraños aparece el nos-otros. La arquitectura y el urbanismo saben mucho de eso, y así hay espacios más o menos públicos, más o menos privados, en la casa, el barrio, la ciudad, el paisaje... pudiéndose extender hasta lo que, un tanto poéticamente, se ha llamado "el vasto mundo". 

Las distancias en un principio las marcaban el tiempo de los recorridos y el alcance de los medios de comunicación. Hoy la tecnología ha distorsionado tiempo y comunicación. Lo próximo en el espacio puede resultar lejano en el tiempo, y viceversa.

Si esto ocurre en el mundo material, tanto o más profundamente se manifiesta en los mundos imaginarios, pero no por eso menos reales, de lo virtual. Y en el mundo un tanto performativo de las ideas. Enunciados que acaban convertidos en realidades, como demuestra el poder de las encuestas para contribuir a conformar mayorías parlamentarias.

Cada grupo humano, a grandes rasgos, marca su territorio. El territorio del poder por excelencia es el Estado, y los estados más poderosos son los imperios.

Sin ser
omnipotente, el imperio estructura todo lo que contiene. También las ideas dominantes y el imaginario colectivo. En algunos campos se extiende más allá de sus fronteras convencionales, en otros no llega siquiera hasta ellas. Por eso importa pararse a ver los sucesivos caparazones del imperio de nuestros días, alguno de los cuales tiene alcance mundial. Esta extension imperfecta e irregular dificulta percibirlos correctamente.

El caparazón más amplio es el económico. Tiene alcance mundial. Al dominio del dólar como referente universal del dinero, propiciado por tres instituciones a su servicio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, se unió su desconexión del oro como garantía. Es la moneda en que se compra y vende el petróleo, y ya hemos visto como reacciona el país emisor cuando algún otro intenta sustituirlo por otra divisa. Para ellos los pagos son cuestión de imprenta. Aunque eso también tiene sus limitaciones, y quienes pueden hacerlo tratan de deshacerse de esa dependencia, que les da la capacidad de imponer sanciones y hundir economías.

La verdadera frontera de los Estados Unidos es la militar. Ningún país con soldados norteamericanos establecidos regularmente en su territorio puede ser considerado independiente. La frontera real del imperio es mucho mayor que la oficial, y países como el nuestro no pueden ser realmente independientes. Podría usarse sin exagerar el término colonial de protectorado para definirlos.

Estamos acostumbrados a considerar que un país está ocupado cuando vemos en sus calles soldados extranjeros armados controlando a la gente. Pero eso solo ocurre donde y cuando es estrictamente necesario. Por eso no nos damos cuenta de que soportamos una ocupación. Digámoslo alto y claro: España forma parte del Imperio Americano.

Si formalmente Estados Unidos tiene su propio ejército, como imperio es la OTAN su auténtica fuerza militar. Es absoluto su control sobre la organización. Pero ni siquiera necesitan de ella en todos los casos: Franco era demasiado fascista para ser admitido, y les cedió bases de enorme valor estratégico. Desaparecido el dictador, la entrada en el aparato militar era casi inevitable. El chantaje ejercido para lograrlo lo confiesa ahora José Manuel Otero Novas, que fue mano derecha de Adolfo Suárez, en 'Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones'. Dice el que fuera entonces ministro de la Presidencia: "Estados Unidos nos envió el mensaje de que si no entrábamos en la OTAN se harían con Canarias".

¿Es Corea del Sur un país ocupado? Desde el armisticio que puso fin a la guerra se ha convertido en una potencia industrial. Corea del Norte, en cambio, es mucho más pobre. Pero el norte no está ocupado por ninguna potencia extranjera. Los coreanos desean poner fin a su separación. Han iniciado conversaciones para propiciar un acercamiento. ¿Quién puede estar interesado en que las conversaciones no prosperen sino la potencia ocupante?

El deseo de los coreanos se ha hecho patente el pasado sábado, cuando en una cadena humana de 500 kilómetros casi medio millón de personas se tomaron de las manos en Corea del Sur para conmemorar la reunión del 27 de abril de 2018 entre los líderes de ambas Coreas. Pero no es fácil escapar de este caparazón militar.


 Cadena humana en la frontera entre ambas Coreas


















El caparazón ideológico es mucho más difuso pero no menos envolvente. Bastará un ejemplo. Aunque nunca conocimos casi nada de las músicas de Oriente, sí era habitual, hace muchos años, la presencia en radio y televisión de música sudamericana, francesa o italiana. Ahora es absoluto el predominio de la actualidad musical de Estados Unidos.

Y es asfixiante la propaganda imperial en los medios de información. Tanto que sus criterios pasan ya a formar parte de un cierto "sentido común".

Nos quedan las redes, pero nos atrapan en círculos muy cerrados. Porque los algoritmos que emplean te ofrecen siempre lo que deseas ver u oír. Acabamos hablando entre nosotros, y lo mismo hacen los fieles de todas las capillas posibles. Así que la difusión de ideas fuera de esos círculos se hace muy difícil. Límites: fronteras.


Una vez más, fronteras. Fronteras que contienen fronteras, y más fronteras...

"Nosotros" y "ellos". Separados.

¿Y quiénes somos "nosotros"?

domingo, 21 de abril de 2019

¿Quién quiso la guerra civil? (II)

La marcha sobre Roma de 1922 inauguró en Italia el régimen fascista. El golpe de estado de Primo de Rivera se produjo al año siguiente. Las circunstancias fueron distintas, pero el resultado semejante: una monarquía hasta entonces constitucional amparaba a una dictadura. O visto de otra forma, una dictadura mantenía el aspecto formal de una monarquía.

En España, esta cohabitación propició que a la caída de la dictadura siguiera casi inmediatamente la de la monarquía. Y ya al comienzo de la república los monárquicos volvieron la mirada hacia la Italia de Mussolini. Desde el primer día conspiraron para volver a una monarquía que nunca podría volver por la vía democrática. Si el modelo de Primo de Rivera había fracasado era por carecer de la energía represiva que mostraba el fascismo.

La sublevación militar era el camino, con un dictador que entronizara de nuevo al rey depuesto. Otra vez la dualidad monarquía-dictadura. La primera como fachada, la segunda como estructura de poder.

No estaba previsto que el dictador fuera un militar. El papel podría haberlo desempeñado Calvo Sotelo, pero su asesinato y las muertes de los generales más activos en la conspiración, junto a la transformación de lo que parecía que iba a ser un golpe rápido en una guerra larga acabaron favoreciendo a Franco. Muerto José Antonio, Franco se hizo además cabeza del partido único. Ya era Jefe del Estado, del Partido y de los Ejércitos. El Reino prometido se convirtió en un nombre para un país, pero la monarquía borbónica, rediseñada además por él, tuvo que aguardar cuarenta años.

El historiador Ángel Viñas demostró, documentos en mano, cómo los monárquicos habían decidido ya en 1935 sublevarse si las izquierdas regresaban al poder y, además, lo harían con el apoyo del régimen fascista. 

En entrevistas con El País y Público, afirma:
“La conspiración no fue soviética, sino monárquica. Los que querían la guerra eran los monárquicos. Emilio Mola no tenía previsto en su plan la actuación de las fuerzas aéreas, solo de la infantería. En su mente solo había un golpe, que fraguaría sin problemas. Pero no en la de los monárquicos, que compraron aviones de guerra, ¿por qué? Los monárquicos sabían que el golpe podría fracasar y España iría a la guerra”.
"El golpe lo predicaron los monárquicos sobre la base de una sustancial connivencia con la potencia más próxima a las derechas radicalizadas de la época (Italia). No se trató de lanzarse a un movimiento nacional, sino a un movimiento apoyado operativamente por el fascismo italiano".
Titulares destacados en la entrevista de Público:

"Mussolini se comprometió con los monárquicos a entregar aviones a los conspiradores. Aviones de guerra"

"Los conspiradores  monárquicos querían volver a una dictadura militar como la de Primo de Rivera, pero con toques fascistas"

"Franco no desempeña un papel activo en la conspiración"















Sigue la entrevista de Alejandro Torrús:

Usted pone mucho énfasis en destacar que el golpe de Estado del 18 de julio no fue solo militar, que tuvo una trama civil muy importante. En la obra que acaba de publicar se pregunta en el mismo título que quién quiso la Guerra Civil. ¿Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que quienes más hicieron por el golpe y la posterior guerra fueron los monárquicos?

¡Sin lugar a dudas! Fueron los monárquicos. Pero esto no es nuevo. Los monárquicos alfonsinos no quisieron la República y lucharon contra ella desde su primer día. Sin embargo, muchos historiadores han reducido el papel de los monárquicos a meros agitadores poniendo como ejemplos los discursos de Calvo Sotelo o de Acción Española. Se les ha descrito como los creadores de un estado de opinión contrario a la II República. Y esta era la idea que yo tenía en un inicio. Pero no es así.

En 2013 ya descubrí, y así lo publiqué, los contratos por lo que los monárquicos compraban aviones de guerra a la Italia fascista, por lo que eran más que simples agitadores. En esta obra doy muchos más detalles de cómo los monárquicos estuvieron en contacto con los fascistas y ya es evidente que el golpe de Estado del 18 de julio fue debido a una conspiración militar, pero también a una conspiración civil. Desde el año 1933 y 1934 los monárquicos empiezan a agitar al Ejército y a contactar con los italianos. Hasta ahora se mantenían dudas sobre hasta qué punto Calvo Sotelo había estado implicado en el golpe o no. Pero ahora ya no hay dudas del papel tan importante que jugaron. El golpe fue instigado por los monárquicos en connivencia con la Italia fascista.

Usted afirma que en 1935 los monárquicos ya tenían claro que si las izquierdas regresaban al poder [tal y como se produjo en las elecciones de febrero de 1936] protagonizarían una sublevación.

Lo tenían claro desde antes. Pero en esa fecha, Goicoechea, jefe nominal de Renovación Española [partido monárquico de la época liderado por Calvo Sotelo], se lo transmitió a Mussolini, dictador fascista de Italia. Eso es un salto cualitativo muy importante. Ya se habían visto en marzo del 34 y en febrero del 35, pero yo no he podido encontrar rastro de lo que hablaron en esas entrevistas. Es evidente que en los archivos de Roma han desaparecido papeles. Por ejemplo, el 31 de marzo de 1934 hubo un acuerdo entre monárquicos y la Italia fascista. ¿Sabes dónde estaba el documento italiano que lo prueba? No estaba ni en los archivos romanos ni en la secretaría del Duce. Estaba en la caja fuerte de un banco italiano. Es decir, supongo que Mussolini no estaba dispuesto a que mucha gente conociera lo que estaba haciendo ya que era una agresión a estado soberano, como España. Ni siquiera sus propios funcionarios.

Lo que sí se conserva es la documentación que hicieron los funcionarios italianos para preparar la entrevista entre Goicoechea y Mussolini. En esa documentación aparecen los antecedentes. Ese dossier se conserva y es fundamental.

Entonces se acaba el mito de que la Guerra Civil se explica únicamente por factores o vericuetos de la política interna de España. El apoyo de Italia es decisivo para el inicio de la misma.

Esa posición está completamente desacreditado y, además, lo hemos desacreditado con documentos de la época. Mussolini se comprometió con los monárquicos a entregar aviones a los conspiradores. Aviones de guerra. Esto es importante para la historia de España, pero también para la de Italia. Se ha escrito mucho sobre si Mussolini tenía interés o no en participar de un golpe en España. Pues bien, Mussolini está dispuesto a intervenir en España desde, al menos, 1934. Este descubrimiento sitúa a España dentro de la línea de agresiones de la Italia de Mussolini. Empezó por Abisinia (Etiopía) y continuó por España, Albania y Grecia. El objetivo de Mussolini era dominar el Mediterráneo occidental y su gran pieza en su política internacional, por tanto, no es Abisinia. Es España.

¿Y el motivo? ¿Eran las reformas de la República o como dice usted para los monárquicos la proclamación de la República ya era en sí mismo un motivo para el golpe?

La proclamación de la República era suficiente. Los monárquicos equipararon República a Revolución. Desde el principio, declaran la guerra a la República. Aunque una cosa es declarar la guerra retóricamente y otra cosa es hacer la guerra. Eso necesita preparación y esta es la conspiración que ponen en marcha. En 1934 ya hay un acuerdo con Italia para actuar en contra de la República. Ese acuerdo ha sido despreciado. Stanley G. Payne ni lo cita. El hagiógrafo de Calvo Sotelo solo le dedica un párrafo. Para mí, es el elemento clave.

Honestamente, yo creo que, y advierto de que lo que voy a decir es una machada, los monárquicos hubiesen estado en contra de la República incluso aunque esta no hubiese emprendido las reformas que emprendió, como la reforma agraria, la militar o las reformas sociales. No obstante, eso solo lo pueden aclarar los papeles de la Corona.

¿Qué planes tienen para España estos monárquicos?

Tenían un plan muy claro y nadie lo había conseguido demostrar con documentación de la época. Yo sí. Los conspiradores querían volver a una dictadura militar como la de Primo de Rivera, pero con toques fascistas. El plan pasaba, en caso de triunfar, por poner a Sanjurjo como jefe del Estado de manera temporal y a Calvo Sotelo como jefe de un directorio cívico-militar que dirigiría el gobierno. ¿Para qué? Para una restauración monárquica en el momento dado. ¿Qué significa esto en las condiciones de los años 30? Que los monárquicos buscaban la ayuda fascista porque aspiraban a un tipo de sistema parecido al italiano, donde estaba el rey, Victor Manuel II, y el Duce, que era un civil, aunque hubiese luchado en la I Guerra Mundial. Recuerda que el Duce era un periodista. Esto explica por qué los monárquicos se volcaron con Italia y no con Alemania.

Tras esta supuesta restauración monárquica, ¿quién hubiese sido el rey?

No se llegó a decidir. Había gente que pensaba que Alfonso XIII, otros en su hijo Juan, pero no se había llegado a decir abiertamente. Sí se sabe que se llegó a plantear a Alfonso XIII que depositara sus derechos a la Corona en manos de su hijo Juan, y que esta propuesta fue rechazada.

¿Qué papel jugó Alfonso XIII en esta conspiración?

¡Ah! Esa es una de las grandes cuestiones. Yo no he encontrado un papel de evidencia directa primaria que demuestre que Alfonso XIII estaba al corriente de los planes de sublevación. En 1932 sí que da el visto bueno a recaudar fondos para este propósito. Pero, después, ¿estaba al corriente de los avatares de la sublevación? Yo, personalmente, creo que es imposible que no supiera nada. Hay un informe de la Policía política italiana que se hace eco de una reunión que Alfonso XIII mantiene con Sanjurjo en Montecarlo en la primavera de 1936. ¿Para qué diablos se reúnen los monárquicos con su majestad en Montecarlo? Este informe es de la Policía política del Duce, que puede estar equivocado, pero es lo que tenemos.

Sí que sabemos que poco después del golpe de Estado, creo que el mismo 19 de julio, Alfonso XIII escribió a Mussolini. Durante un tiempo creí que los monárquicos le habrían mantenido alejado de los detalles, pero no hay razón o evidencia para pensar que eso fuera así. Por eso digo al final que solo los archivos de la Corona, si es que existen, pueden explicar esto. Hay lagunas.

Sin embargo, el plan de los monárquicos se viene abajo a las primeras de cambio...

Sí. A Calvo Sotelo le pegan dos tiros y a Sanjurjo lo estrellan en un avión. El plan podría haber sobrevivido si hubiese triunfado. A Calvo Sotelo se le podía sustituir. Pero Sanjurjo era insustituible. Era la pieza fundamental.

En estos planes no aparece por ningún lado la figura del general Franco.

Exacto. El general Franco tenía una misión específica. Que era sublevar a la guarnición de Canarias, ponerse al frente del ejército de África y seguir las pautas que había escrito Mola en sus instrucciones en el mes de junio.

De hecho, Franco no desempeña un papel activo en la conspiración. El monárquico Pedro Sainz Rodríguez dijo en sus memorias que Sanjurjo hizo una  especie de encuesta entre los generales del Ejército para ver qué querían después del golpe. Y decía que Franco quería ser nombrado Alto Comisario de España en Marruecos. ¿Es verosímil? Sí. ¿Es verdad? No lo sabemos.

Sí sabemos, por contra, que Franco reescribió la historia completamente una vez llegó al poder. La dictadura franquista tuvo desde sus primeros momentos la idea de mantener una determinada versión de lo ocurrido. Esa versión, prácticamente, se mantiene hasta hoy con los cambios que han sido necesarios para su permanencia. Pero es todo falso. Los mitos del franquismo son falsos. Están montados sobre una base falsa.

¿Traicionó Franco a los monárquicos?

Por supuesto. Y Pedro Sainz Rodríguez es consciente de la traición. Hay papeles carlistas y monárquicos que demuestran que había sectores de ambos lados que se sentían profundamente decepcionados y traicionados. No se habían sublevado para poner a Franco en el poder. Pero todo ese malestar no lleva a nada. Ya en el 40, los monárquicos hacen un balance de la situación a los ingleses y ponen a parir a Franco. Incluían errores de bulto para destruir la imagen de Franco. Ese documento permite ver el cabreo que tienen. Se sienten traicionados.

También escribe que Falange, que después sería el partido único, en los planes iniciales de los monárquicos solo tenía un papel reservado: el de pistoleros. No había lugar para ellos.

Pistoleros. Eso es. Ese era su papel para los monárquicos. Nada más. Nadie pensaba, en los círculos monárquicos, que Falange tendría la influencia que poco después tuvo. Eso sí, en ausencia de Sanjurjo.

Hay una frase que me llama la atención. Usted dice, al final de su obra, que la primera causa del golpe de Estado es que los monárquicos consideraban que España era suya, que aquí mandaban ellos, y que no iban a compartir el poder con nadie más.

Por supuesto. Así es. Algunos historiadores califican a los monárquicos como contrarrevolucionarios. Pero no es cierto. Eran reaccionarios. Gente que quería volver a la situación anterior. Volver a la dictadura primorriverista con los retoques fascistas necesarios. El informe que los monárquicos elevan a los ingleses, del que hemos hablado antes, se nota que son reaccionarios en estado puro. Que España era suya y lo había sido siempre. La República era como una arruga en la historia de España.

jueves, 18 de abril de 2019

¿Quién quiso la guerra civil? (I)

El domingo 7 de abril, la 2 de Televisión Española programó la película de Pedro Olea La conspiración, que recrea la actividad del general Emilio Mola en la preparación del inmediato golpe militar del 18 de julio.

Se recoge en ella el papel central de este militar en la preparación del alzamiento, en relación directa con el exiliado general Sanjurjo, y la presencia en la trama de otros como Queipo de Llano, que completa con Franco la famosa cuadrilla de "los cuatro generales". El futuro "generalísimo" parece que tuvo, contra lo que su auto exaltación posterior construyó, un papel secundario e indeciso. En parte tuvo razón al considerarse "providencial caudillo". ¿Cómo saber qué habría ocurrido si dos providenciales accidentes de aviación no hubieran acabado con los principales artífices del alzamiento? Desde luego Franco, que participó en el último momento, era un personaje conservador pero poco definido ideológicamente, y lo demostró más tarde, con sus cambios de postura en el tablero internacional según soplara el viento. Seguramente el tipo ideal para los banqueros que, por encima de los generales, urdieron y financiaron la trama golpista.

La desaparición de Mola y Sanjurjo facilitó la dirección de la guerra bajo un mando único, un caudillo que consolidó su dictadura frente a los intentos de restauración de los monárquicos y condujo paso a paso a su propia sucesión, dejándolo todo "atado y bien atado", atento siempre a los planes de los grandes poderes económicos de dentro y fuera.

Las cosas no pudieron salir mejor. Para él, para los banqueros financiadores y para las potencias occidentales vencedoras de la guerra mundial.

La película se proyecta cuando la crisis del régimen aboca, de una u otra forma, a una segunda transición. Acaban de cumplirse ochenta años del final de la guerra y ochenta y ocho de la proclamación de la república, y han pasado ochenta y tres desde los hechos narrados en la película. Resulta muy oportuna su programación.

Como es oportuna la publicación del último libro del historiador Ángel Viñas, ¿Quién quiso la guerra civil?, en el que investiga y documenta los entresijos de aquella conspiración. En el volumen, el catedrático emérito de la Complutense estudia quiénes fueron los protagonistas de las confabulaciones y manejos que darían lugar al golpe de Estado, y cómo fueron los preparativos, exitosos o infructuosos, de cara a la sublevación militar del 18 de julio. Viñas presta en su estudio especial atención al origen de los fondos que sufragaron el levantamiento y cómo se recabaron los apoyos internacionales que lo harían posible.

Tomo de infoLibre el comienzo del libro:



Introducción

El título y subtítulo de este libro responden exactamente a su contenido. Disparan una flecha lo más certera posible al corazón de un tema que ha generado abundante literatura, pero no con la orientación que aquí se ofrece. Ambos se insertan en dos líneas de investigación que me han ocupado con ritmos e intensidad varios. La primera es mi interés en descubrir vetas ocultas del pasado ligadas a la figura del general Franco: su alineación, tan pronto ganó la guerra, con las potencias fascistas; su aplicación del Führerprinzip; su inmoral enriquecimiento durante la contienda española; su recurso al asesinato durante la etapa final de la conspiración. En obras ya lejanas reduje su papel en el proceso que llevó al Plan de Estabilización y liberalización de 1959; su mantenimiento a todo trance de los mitos del «oro de Moscú» o de la destrucción de Guernica. No en último término su alquiler a precio de ganga de parcelas significativas del territorio nacional a una potencia extranjera por mor de un abrazo que realzara su figura hacia adentro. En este libro lo presento como un adicto a «mentirijillas» con las que dorar su imagen, aun cuando fuese al precio de anular a quienes debían haberse llevado los laureles de la victoria, caso de haberla logrado. En suma, lo que habitualmente se denomina un impostor (DRAE: «Suplantador, persona que se hace pasar por quien no es»).

La segunda línea liga este libro con el que me estrené como historiador en 1974. Versó sobre los inicios del proceso de internacionalización de la guerra civil con el apoyo, posterior al 18 de julio, de la Alemania nazi. Fui refinándolo en ediciones ulteriores (1977, 2001). En este plano de la internacionalización, hace pocos años (2013) argumenté que, si bien los nazis no estaban comprometidos con los preparativos de la sublevación, los fascistas italianos sí parecían haberlo estado. Mi demostración, a pesar de plasmarla en documentos reproducidos fotográfica y textualmente, con los correspondientes anexos y su traducción al castellano, no ha convencido a algunos autores. Las ideas fijas tardan en morir y son numerosos los, en general, escritores de derechas que ni los citan. La evidencia primaria de época (EPRE) no suele ir con ellos.

Esta obra profundiza en dicha veta para identificar y documentar una parte de los comportamientos clandestinos de quienes quisieron desde el primer momento prepararse para derrocar la República por las armas. No precisamente por sus propios medios, sino con la connivencia fascista y la financiación del conocido multimillonario Juan March. Aspectos conocidos superficialmente, pero no investigados en profundidad.

En su desprecio hacia las grandes masas de población que accedían por primera vez a la política para empujar, a trancas y barrancas, un imprescindible proceso de modernización política, social, institucional y cultural en España, los conspiradores monárquicos dirigieron su atención a la obtención de armamento moderno y a la creación paralela de un «estado de necesidad» que justificara la sublevación militar. En ello desempeñó un papel esencial el dúo Sanjurjo-Calvo Sotelo, seguido por Goicoechea, Sainz Rodríguez, Orgaz, Galarza y muchos otros, militares y civiles, desde el exrey Alfonso XIII en el exilio al propietario de ABC.

Mi enfoque es diferente del habitual análisis de las retóricas de la violencia y su impacto en la opinión pública o en las conductas políticas. Una guerra no se prepara solo con retórica. Se prepara sobre todo con la seducción del Ejército y, tras ello, con las armas. Si no bastan las propias, o se teme que no basten, hay que recurrir al exterior. La Italia fascista fue, desde 1932, ese exterior con el que los monárquicos conectaron. Aunque esto, en sí, no es nuevo, no se han documentado la mayor parte de las acciones clandestinas, un terreno apenas estudiado, salvo por las genuinas aportaciones de mis buenos amigos los profesores Ismael Saz y Morten Heiberg.

Si los conspiradores se volcaron en este tipo de operaciones es porque siempre encontraron comprensión en las alturas del régimen fascista. Tal apoyo no ha dejado demasiadas huellas en los archivos italianos porque se produjo, por lo general, fuera de los contactos diplomáticos habituales. Por el momento, debemos pensar que el régimen fascista, que ejercía un estricto control sobre las relaciones con el exterior, tampoco quiso dejar demasiadas señales de su disposición a entrometerse en los asuntos internos de la República española con el fin de contribuir a su hundimiento. Los muchos estudios que del tema se han realizado, empezando por John C. Coverdale y Renzo De Felice, no detectaron la continuidad de tales contactos, aunque con lagunas documentales que sorprenden en una dictadura acostumbrada a registrar los detalles más nimios, sobre todo si en ellos intervenía el Duce o eran llevados a su atención. A lo largo de esta obra, producto esencialmente de la combinación de EPRE procedente de archivos españoles e italianos, señalaré de manera constante tales carencias. Añadiré que casi nada de lo que se escribe aquí aparece en la más reciente biografía de Ciano (publicada en noviembre de 2018), cuyo autor es un excelente historiador italiano. Contiene algunas ideas que no me he permitido desdeñar.

En este libro desempeña un papel prominente Juan March. Ya me acerqué a él en una obra titulada Sobornos. Puse de relieve que March fue el agente escogido por el Gobierno británico para llevar a la práctica una operación clandestina tendente a influir sobre Franco. La idea estribó en conseguir que, por medio de suculentas «propinillas» a generales próximos al inmarcesible Caudillo, este pudiera ser disuadido de que no convenía a los intereses de España hacer causa común con el Eje y entrar de su mano en el conflicto europeo. Entre los agraciados por la munificencia británica, vehiculada a través del banquero, figuraron Nicolás Franco y algunos de los generales que también aparecen en esta obra, en particular Kindelán, Orgaz, Varela y el coronel Galarza. En aquella obra sugerí que, si había que levantar un monumento a Franco por haber mantenido a España fuera de la guerra mundial, también habría que levantárselo a March. Aquí el banquero aparece en otro papel. Fue el financiador más importante de la conspiración monárquica y de su logro más significativo: la adquisición de aviones de guerra modernos o muy modernos con objeto de apoyar el golpe que iban a poner en práctica unos jefes y oficiales seducidos por la extremista organización monárquico-militar que fue la UME. El objetivo estribó en implantar un sistema parecido al existente en la Italia fascista y que también se construía con elementos ya experimentados en España durante la dictadura primorriverista. No en vano habían sido soportes y apoyo de ella muchos de los conspiradores que figuran en este libro. El proyecto monárquico resultó fallido por causas debidas al juguetón azar, como fueron la desaparición de Calvo Sotelo y Sanjurjo y la aparición en primer plano de la escena de un general llamado Francisco Franco, que se autoerigió después un monumento como si hubiese sido el inspirador del golpe. Añadiré que, si todos deben ser condenados como actores inmediatos de la catástrofe española, tampoco puede faltar entre ellos el banquero mallorquín.

La leyenda construida por los vencedores en torno a las causas y orígenes del golpe del 18 de julio buscó desde el primer momento explicaciones y justificaciones que hoy pueden tirarse a la papelera en términos historiográficos. Sin embargo, algunas de las que fueron desgranándose subsisten en ciertos sectores de la sociedad española. Al parecer son inextinguibles. Ya las denunció Southworth para la primavera de 1936. Sin ánimo exhaustivo, pueden clasificarse en seis categorías ligadas a
a) La ilegitimidad radical de la Segunda República desde su origen mismo. 
b) El carácter esencialmente «revolucionario» de la misma promovido por las izquierdas. 
c) La agresión a la que sometió a las fuerzas vivas de la nación: Iglesia, militares y propietarios.
d) La política tendente a la destrucción de la unidad de la PATRIA (dicho siempre con un énfasis que traduzco en mayúsculas).
e) La esencial incapacidad del Gobierno, también supuestamente ilegítimo, de mantener, después de las elecciones de febrero de 1936, el orden público para desembocar en una revolución que era preciso prevenir a toda costa. 
f) Finalmente, pero no en último lugar, el peligro de que, ya marxistizada, España cayera víctima de la estrategia moscovita tendente a penetrar en la Europa occidental por su bajo vientre, con el fin de asestar un golpe casi mortal a la civilización cristiana y occidental.
Esta relación, declinada con particular delectación para los períodos de 1931-1933 y la primavera de 1936, no ha permanecido estática. Tras el final de la guerra fría, el hundimiento de la URSS y la debilitación casi mortal de la mayor parte de los partidos comunistas en el mundo occidental, han abierto paso a un cierto aggiornamento de las leyendas anteriores. Está basado en percepciones e intereses presentistas. Toma como término de comparación la experiencia de la Transición. Ha pasado a enfatizar no tanto la responsabilidad de los comunistas, sino la radicalización socialista de Largo Caballero y sus seguidores. Como si no se hubiera desentrañado ya lo que hubo detrás. Pocos parecen haber leído, por ejemplo, la biografía que de él escribió no ha tanto tiempo el añorado Julio Aróstegui.

Lo que no se hace en este libro es una historia, ni siquiera parcial, de la República. Hay muchas y buenas. Yo recomiendo siempre la de Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez, quizá la obra más amplia que existe. También me remito al trabajo de Ángel Luis López-Villaverde o al ensayo de Ricardo Robledo sobre el giro ideológico en la historia contemporánea española. Los tres me excusan, espero, de prestar solo una atención muy limitada al discurso político e ideológico de la época. Pongo el énfasis en actuaciones, y no tanto las que se produjeron en el espacio público, sino en las encubiertas, relacionadas con la trama civil y militar monárquica en sus dos ramas, la alfonsina y la carlista. Algunas son conocidas. Otras, no. Esta obra tampoco es un ensayo sobre un capítulo, muy debatido, de la política exterior italiana bajo Mussolini. Aunque con algunos años a su espalda, el de Azzi ofrece una buena introducción.

En uno de los libros más influyentes entre los estudiantes de mi generación titulado ¿Qué es la Historia?, allá por los años sesenta del pasado siglo, su autor, el destacado historiador inglés E. H. Carr, aconsejó a sus lectores que «antes de estudiar los hechos, estudien a quien los historia». En la medida en que el objeto de esta obra es uno de los más debatidos en la historiografía contemporánea española, e incluso en la sociedad actual, creo necesario señalar que, en casa de mis padres, como en tantas otras en la época, casi nunca se habló de la guerra civil. Se evocaban repetidamente, eso sí, algunos episodios. En general, los contaba mi madre: cómo, en una ocasión, un miliciano le entregó un vale por unos productos y le dijo que fuese a cobrarlo a la checa de Bellas Artes. Alguien de los que estaban dentro y que la conocía la sacó a toda velocidad y le ordenó que no volviera. Otro episodio se refería al 18 de julio en Madrid. Su hermana estaba casada con un militar. Pocos días antes de aquella fecha su cuñado fue a despedirse. Se encerraba con su regimiento en el Cuartel de la Montaña. Cuando cayó este, mi madre fue inmediatamente a ver qué le había pasado. Lo encontró en el patio. Se había pegado un tiro. Algo similar ocurrió a un compañero del militar comunista Antonio Cordón, quien lo cuenta en unas memorias cuyo texto completo edité.

La presente obra está dedicada a mi mujer y a mis hijos, que han soportado durante muchos años un ritmo de trabajo agotador. Sin su apoyo, cariño y lealtad no hubiera podido aguantarlo. También a mis padres, quienes con grandes sacrificios hicieron posible la mejor educación que pudieron facilitarme. Soy el primero de la familia en haber ido a la universidad y si lo conseguí fue, en gran parte, gracias a ellos. Igualmente, lo dedico a muchos que se han ido. Cuando iba muy adelantado en su redacción, me llegaron las noticias del fallecimiento de Manuel Marín, exvicepresidente de la Comisión Europea y del Congreso de los Diputados, así como del profesor Josep Fontana. He querido, en homenaje, unir sus nombres al de mis padres junto con los del coronel y profesor Gabriel Cardona y de Julio Aróstegui. Otros que han influido en mi carrera se encuentran al final, junto con mis agradecimientos. Copio esta idea de un autor al que admiro mucho, Thomas Weber, que ha trabajado de manera renovadora sobre una figura «poco» conocida: Adolf Hitler. Mussolini y él salvaron a Franco.

Bruselas, enero de 2019.

martes, 16 de abril de 2019

¡Luz, más luz!

En los años cincuenta y sesenta salíamos en las noches de verano a ver el cielo desde los descampados entonces cercanos al madrileño barrio del Pacífico. Veíamos pasar el satélite Echo, y aún lucía espléndida la Via Láctea. A pesar de ello, el observatorio astronómico del Retiro ya era solamente una valiosa joya arquitectónica.

En los ochenta me gustaba contemplar el cielo nocturno desde las playas de la ría de Pontevedra. Entonces era ya difícil ver la Vía Láctea, pero pude aún aprender a distinguir las constelaciones con ayuda de algunos libros de astronomía, y a apreciar el desplazamiento progresivo del Zodiaco. El inexorable corrimiento, noche a noche, de Scorpio y Sagitario me recordaba que el verano se iba acabando...

Recuerdo una frase leída en uno de aquellos libros: ¡devolvednos el cielo que nos habéis robado! La contaminación de los cielos avanzaba pareja con el afán de cada alcalde por demostrar lo bien iluminada que estaba su ciudad.

Ahora, desde Sanxenxo, solo alcanzo a ver Venus, Júpiter y Marte, y unas pocas estrellas de primera magnitud, tan desligadas de sus invisibles constelaciones que resulta difícil conjeturar cuáles son.

¡Menos mal que todavía se ve la Luna!

Hace mucho tiempo empezaron los problemas de visualización en Madrid, pero ahora la contaminación lumínica llega a Calar Alto, a más de 2000 metros de altura en la Sierra de los Filabres.

(Mientras tanto, noche tras noche, las gaviotas surcan los cielos, graznando sin cesar).




Bilbao, Valencia y Barcelona tienen los focos más intensos y algunos pueblos cuentan con la mayor potencia por kilómetro cuadrado

Vicente Aupí Royo

Mires hacia donde mires no tiene remedio: la contaminación lumínica en España se ha disparado de tal forma en los últimos 10 o 15 años que Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Bilbao y muchas otras ciudades manchan el horizonte con su luz parásita a distancias de centenares de kilómetros. Lo demuestran los últimos estudios científicos, con impactantes imágenes en las que el resplandor de las urbes peninsulares contamina el cielo inexorablemente. Canarias es la excepción gracias a la legislación protectora que mantiene a salvo el patrimonio natural de sus noches estrelladas.

La contaminación lumínica en las ciudades

Madrid y las poblaciones de su entorno, por el tamaño de la aglomeración urbana, conforman el gran monstruo de luz que se ve desde cualquier punto de la Península, pero Bilbao es la que tiene el alumbrado más contaminante, según el estudio de un equipo liderado por el astrofísico español Alejandro Sánchez de Miguel, actualmente investigador de la Universidad de Exeter (Reino Unido), con la participación de Rebeca Benayas Polo, de la empresa GEASig, para SaveStars Consulting SL.

La situación es tan alarmante que ya no se trata únicamente del deterioro de la calidad del cielo para los observatorios astronómicos, sino de uno de los problemas de mayor impacto ambiental en España, ya que el exceso de luz afecta directamente a la salud humana y a la flora y fauna, fundamentalmente a insectos polinizadores y aves, que han visto alterada su existencia por la distorsión que causa el derroche de luz nocturna. “No somos los únicos astrónomos del reino animal, por lo que el impacto va más allá y es actualmente un enorme problema ambiental", subraya Sánchez. El estudio, titulado Ranking de la contaminación lumínica en España, acaba de ser publicado en el repositorio científico europeo Zenodo.

El trabajo de investigación analiza la situación en 2.000 municipios españoles, de los que se evalúan numerosos aspectos relacionados con la contaminación lumínica: potencia total emitida hacia el cielo, número de luminarias, densidad de farolas por kilómetro cuadrado, potencia emitida por persona y por superficie, así como otros parámetros con los que se han elaborado varios rankings. En el de potencia total emitida no hay duda: Madrid es la que más luz lanza al espacio y encabeza la lista merced a su tamaño. Sin embargo, el resto del grupo de cabeza no se ajusta exactamente a su población y envergadura, ya que le siguen, por este orden y hasta el décimo puesto, Zaragoza, Sevilla, Barcelona, Valencia, Murcia, Málaga, Cartagena, Vitoria y Córdoba.

Contaminación lumínica en una imagen tomada desde Calar Alto.


Contaminación lumínica en una imagen tomada desde Calar Alto.






















Asimismo, la investigación ha permitido obtener un listado total que puede considerarse como patrón de referencia, ya que se formula a partir de todos los parámetros (no solo tamaño y población), conformando un perfil tipo de los municipios con alumbrado más contaminante. En este caso, curiosamente, Madrid mejora y el peor resultado (la medalla de oro entre los focos más intensos de contaminación lumínica) es para Bilbao, seguida por Hospitalet de Llobregat (Barcelona), Barakaldo (Bizkaia), Valencia, Cádiz, Melilla, San Fernando (Cádiz), Puertollano (Ciudad Real), Parla (Madrid) y Badalona (Barcelona). Por tanto, el problema no atañe solo a capitales de provincia, sino que otros municipios de menor población también tienen alumbrados muy contaminantes.

En cualquier caso, Bilbao, Valencia y Barcelona son las estrellas del estudio, ya que puntúan mal en casi todos los parámetros analizados. En estas tres ciudades se juntan los problemas propios de su gran tamaño con los malos resultados relativos al tipo y número de farolas y a la potencia emitida al cielo por kilómetro cuadrado. En este último caso, los primeros puestos corresponden a municipios comparativamente pequeños: Perafort (Tarragona), Palos de la Frontera (Huelva), Teo (A Coruña), Gozón (Asturias) y Ascó (Tarragona), pero en cuanto se avanza un poco en el listado vuelven a aparecer Valencia, Bilbao y Barcelona.

La temperatura de color contaminante

El estudio de Alejandro Sánchez se ha elaborado con datos del año 2012, ya que los actuales no sirven. El radiómetro VIIRS (acrónimo de Visible Infrared Imaging Radiometer Suite), un instrumento de detección instalado en satélites internacionales, con el que se obtienen muchas de las mediciones actuales sobre contaminación lumínica, es ciego a la luz azul, lo cual presupone que no puede captar una gran parte de las emisiones contaminantes de las luminarias de tipo led que han proliferado extraordinariamente en España en los últimos cinco años. Por ello, para obtener un análisis realista se ha optado por evaluar los datos de 2012, antes de la implantación del led, siempre desde la evidencia de que la situación actual es mucho peor, a pesar de que los datos del VIIRS, al no ser sensible a la luz azul, parezcan sugerir erróneamente una visión más optimista.


El problema del led reside en la creencia generalizada de su mayor eficiencia energética, que se contradice con el extraordinario gasto que supone para las arcas públicas de los municipios que apuestan por él. Y su impacto ambiental es notable, ya que la gran mayoría de bombillas instaladas tienen una temperatura de color muy contaminante, entre el blanco y el azul, que suele superar los 4.000 grados Kelvin.

El Joint Research Centre de la UE recomienda que, si se utilizan luces led, las bombillas sean de temperaturas de color inferiores a los 3.000 grados Kelvin, aunque la comunidad científica recomienda reducirlas a 2.200, es decir, ámbar en vez de blancas, ya que son mucho menos contaminantes. Pese a ello, pocos municipios las instalan y la mayoría opta por led blanco sin tener en cuenta algunas buenas experiencias, como las realizadas en Canarias con bombillas ámbar de baja temperatura, muy eficientes y no contaminantes.

El cambio a led por el que han apostado cientos de municipios españoles implica inversiones de unos 600 euros por farola. Alejandro Sánchez opina que en lugar de eso sería mucho más aconsejable rehabilitar las luminarias con bombillas de sodio, ya que solo implica un gasto de 12 euros por cada una, son igual de eficientes y no contaminan si se regula correctamente el haz de luz hacia abajo. Evidentemente, esta opción es mucho menos rentable para las empresas proveedoras. Sea como sea, se estima que el gasto anual en alumbrado público en España es desorbitante: en torno a 1.600-1.800 millones de euros anuales en los últimos ejercicios. Hasta hace poco se conocían los datos globales de consumo eléctrico, pero estas cifras específicas sobre el alumbrado constituyen una importante novedad para precisar el derroche en esta materia, sobre todo si se compara dicho desembolso con las cuantías que se destinan a otros capítulos necesarios de la inversión pública.

Horizontes demasiado brillantes


Fotografía tomada con una cámara con un objetivo especial del tipo ojo de pez, que obtiene encuadres de horizonte a horizonte.
Fotografía tomada con una cámara con un objetivo especial del tipo ojo de pez, que obtiene encuadres de horizonte a horizonte. Joan Manuel Bullón






















Alejandro Sánchez, autor de una de las primeras tesis doctorales sobre contaminación lumínica, también es el impulsor del proyecto Cities at night, una iniciativa internacional para concienciar sobre el impacto de la contaminación lumínica mediante el uso y procesado de las fotografías nocturnas de la Estación Espacial Internacional (ISS). Precisamente, las fotos de la Tierra que realizan los astronautas de la ISS podrían servir para lograr la verdadera medida de ese impacto, ya que, a diferencia de las imágenes del VIIRS (acrónimo de Visible Infrared Imaging Radiometer Suite), sí son sensibles a las emisiones de las farolas de led, por lo que constituyen una referencia más fiable y útil.

Desde tierra, no obstante, la fotografía también está contribuyendo a ese objetivo. Joan Manuel Bullón, uno de los astrónomos españoles no profesionales más involucrados en la defensa del cielo nocturno, trabaja actualmente en la elaboración de un atlas sobre contaminación lumínica en España y en un proyecto denominado Horizontes perdidos versus cielos oscuros.

Algunas de sus fotografías recientes son impactantes, como las tomadas este invierno, que ilustran esta información y corroboran los peores augurios. Para medir la calidad de los cielos estrellados, Bullón hace fotos desde diferentes puntos de España mediante una cámara con un objetivo especial del tipo ojo de pez, que obtiene encuadres de horizonte a horizonte.

Estas fotografías constituyen un extraordinario documento, ya que ha conseguido situar con ellas en el mapa los enormes arcos de contaminación lumínica de numerosas ciudades españolas. Aunque parezca asombroso, el contaminante alumbrado de las grandes capitales asoma en los bordes del círculo de la imagen como una inquietante aureola, incluso a distancias de 500 kilómetros.