domingo, 25 de agosto de 2013

Nosotros y ellos

Racismo, etnocentrismo, no son valores positivos en nuestra sociedad. Pero antes fueron  lo más natural. Indios, negros, no eran humanos en el mismo sentido que nosotros.
 
No ha sido así sólo en Occidente. Casi todas las culturas se tienen a sí mismas como modelos de “lo que debe ser”. En muchas el concepto de “humano” se restringe en exclusiva al grupo propio. La palabra bárbaro no denota a un ser superior, a pesar de que a veces digamos admirativamente ¡qué bárbaro!.
 
El pensamiento ilustrado y un mejor conocimiento van superando esta forma de ver a los otros. El humanismo blando y oficial mayoritario nos genera buena conciencia, sobre todo a quienes nos vemos más o menos confortablemente a salvo.
 
La ideología occidental es tolerante con los otros, sin considerarlos exactamente sus iguales. Porque ellos discriminan, son racistas, intolerantes, fanáticos, sectarios. Nosotros no, y por eso somos superiores.
 
Claro que en eso mismo se escudan los que entre nosotros (y cada vez es más dudoso que sean minoría) son discriminadores, racistas, intolerantes, fanáticos, sectarios. Lo son contra ellos porque sobre ellos proyectan sus propios temores, sentimientos, impulsos y pensamientos reprimidos.
 
Así, nosotros no somos racistas pero ellos sí, no los odiamos como ellos nos odian, ni somos fanáticos como ellos. Nosotros no somos peligrosos para ellos, pero ellos son un peligro para nosotros, así que: ¡a por ellos!

Así define la Wikipedia el mecanismo psicológico de la proyección:
La proyección es un mecanismo de defensa que opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto. Se «proyectan» los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a este objeto externo. Por esta vía, la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes afuera. Aunque el término fue utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895 para referirse específicamente a un mecanismo que observaba en las personalidades paranoides o en sujetos directamente paranoicos, las diversas escuelas psicoanalíticas han generalizado más tarde el concepto para designar una defensa primaria.[1] Como tal, se encuentra presente en todas las estructuras psíquicas (en la psicosis, la neurosis y la perversión). Por tanto, de manera atenuada, opera también en ciertas formas de pensamiento completamente normales de la vida cotidiana.
De un artículo de  Mike Marqusee en Red Pepper, hallado en Rebelión, son estos párrafos:
 
(…)
El discurso dominante -liberal y conservador- está impregnado de esta óptica habitual que asigna a “los otros” el lado oscuro de la sociedad (el odio, la violencia, la corrupción).
El racismo es flexible, elástico, desplaza sus objetivos y los motivos de queja. La línea entre nosotros y ellos se dibuja una y otra vez. Durante dicho proceso está aceptado que «ellos» es una fabricación, un fantasma, una proyección. Pero es verdad también que «nosotros» es el corazón de la supremacía blanca y occidental, un nosotros invocado alegre y rutinariamente en todo el discurso dominante.
(…)
El racismo no es un fallo de configuración. Es una ideología, una fabricación, un gigantesco edificio psicosocial que hay que demoler ladrillo a ladrillo. No es una enfermedad que pueda curarse caso por caso. La terapia debe ser colectiva, algún tipo de trauma que confronte, cuestione y altere lo que la gente tiene en la cabeza cuando dice «nosotros».

Como vivimos sometidos a un capitalismo global que reproduce todo tipo de jerarquías sociales, la conciencia antirracista no se consigue mediante una conversión: es una lucha continua, un proceso en el que hay que comprometerse conscientemente. No hay descanso porque la ideología contra la que luchamos no descansa nunca.
¡Claro que la línea entre ellos y nosotros se redibuja continuamente! Por eso, en la costa del sol, se distinguía, hace ya años, entre los “árabes”, ricos y aceptados, y los despreciados “moros”. Los mismos ya no eran los mismos. ¿Mantenemos hoy la misma visión que hace años de los europeos orientales? Ya no parecen formar parte de ningún «nosotros».

Este eficaz constructo es propio de las sociedades jerarquizadas. Cada escalón mira hacia abajo con la misma visión despectiva, y así el tinglado se mantiene. ¡Pobres pobres, que piensan como ricos!

Contaba el gran payaso Grock que los caracoles eran los animales más presuntuosos del mundo. Decía el caracol al toro: "nosotros, los animales con cuernos..."
 
 
Este es el artículo completo:
 

 

Nosotros y ellos
Mike Marqusee
 
 
Hace sólo un año los Juegos Olímpicos de Londres se recibieron como «un momento decisivo» para el nacimiento de una Gran Bretaña orgullosa de su multiculturalismo. Esa afirmación fue exagerada, pero ahora suena decididamente hueca -hasta peligrosamente indulgente- a la luz de acontecimientos recientes: el avance electoral del UKIP [Partido de la Independencia del Reino Unido], las crecientes amenazas de la EDL [Liga de Defensa Inglesa) y las agresiones de las que han sido víctimas los musulmanes y las mezquitas como consecuencia del asesinato de Lee Rigby [soldado del ejército británico] en el barrio de Woolwich.
 
El resurgimiento de la extrema derecha en Gran Bretaña y a lo largo de Europa plantea diversos desafíos a la izquierda. Pero hagamos lo que hagamos, hemos de reconocer que la extrema derecha refuerza -y se alimenta de- un fenómeno más difuso: el racismo, el chovinismo y la xenofobia inherentes al discurso dominante.
 
No es difícil encontrar el racismo en el discurso dominante. Sólo hay que ver las páginas del Daily Mail o del Daily Express -mucho más eficaces en transmitir la propaganda racista que la extrema derecha- o las series de televisión como Homeland o Argo (en las que, de acuerdo con los rancios estereotipos, los enemigos musulmanes de Occidente se retratan como implacables y brutalmente irracionales, a la vez que calculadores y embusteros). El racismo ha infectado también casi todas las principales instituciones de nuestra sociedad, desde el fútbol a la policía, las cárceles y las universidades de Oxford y Cambridge.
 
Lo supuestamente «indecible»
 
Los políticos de los tres principales partidos coquetean con el racismo. El truco reside en decir algo «indecible» pero que muchos tienen en la cabeza, como fue el caso de Jack Straw cuando habló de la niqab hace algunos años. Ahora Ed Miliband argumenta que el Partido Laborista no «escuchó» al «pueblo» con respecto a la «inmigración» (pongo las tres palabras entre comillas porque ninguna de ellas significa realmente lo que debería significar).
 
En estos momentos el centro político de este país parece adoptar la postura de que la extrema derecha expresa algún tipo de queja auténtica que los demás debemos escuchar. De esta manera el fundamento perverso del racismo se legitima y el verdadero mensaje de la extrema derecha no se cuestiona. Lo más espeluznante de los resultados electorales del UKIP fue lo rápido que obtuvo concesiones de Cameron y otros. Una vez más constatamos que el gran peligro de la extrema derecha es cómo arrastra el discurso político dominante hacia sus posturas.
 
Lejos de imponerse lo «políticamente correcto», los pensamientos supuestamente «indecibles» sobre el racismo son moneda común en todo tipo de conversaciones educadas, incluidos los medios de comunicación y los intelectuales. Nada de lo que pueda decir la EDL es más obsceno que las divagaciones de Martin Amis con respecto a la culpabilidad musulmana. Y fue evidente la maligna necedad de Tony Blair cuando declaró recientemente que de alguna manera, al fin y al cabo, el «islam» tiene sin duda la culpa.
 
En cuanto a la BBC, el corazón de la clase dirigente «liberal», ha legitimado tanto al UKIP como a la EDL, pero lo más importante es que es uno de los grandes propagadores de la cosmovisión «nosotros» contra «ellos». Su tratamiento estándar de la etnicidad, en casa y en el extranjero, encierra un comentario supraétnico -es decir liberal occidental y de hecho muy «inglés»- que se enfrenta a todo lo que esté fuera de su alcance privilegiado como “los otros”, es decir todo lo que «nosotros» no somos: tribales, fanáticos, sectarios, más allá de la razón y sobre todo de nuestra responsabilidad. El discurso dominante -liberal y conservador- está impregnado de esta óptica habitual que asigna a “los otros” el lado oscuro de la sociedad (el odio, la violencia, la corrupción).
 
El racismo es flexible, elástico, desplaza sus objetivos y los motivos de queja. La línea entre nosotros y ellos se dibuja una y otra vez. Durante dicho proceso está aceptado que «ellos» es una fabricación, un fantasma, una proyección. Pero es verdad también que «nosotros» es el corazón de la supremacía blanca y occidental, un nosotros invocado alegre y rutinariamente en todo el discurso dominante.
 
El contexto global del racismo

El racismo nacional tiene un contexto global. En la guerra contra el terror los musulmanes -y otros- se convierten en los representantes del enemigo exterior que convive con nosotros y es siempre sospechoso. Ante la deshumanización de las matanzas llevadas a cabo por los aviones no tripulados y la negativa a asumir responsabilidad de la muerte y destrucción a gran escala en Irak y otros lugares, el doble rasero de la conciencia racista es inconfundible, también al consentir que Narendra Modi -cómplice del pogromo contra los musulmanes de 2002 en Guyarat- sea el futuro primer ministro de la India y al conferirnos con toda naturalidad las prerrogativas que negamos a otros, lo que incluye la posesión y uso de armas de destrucción masiva. Reside en cada uso no ponderado del pronombre «nosotros» cuando se debaten las intervenciones en el extranjero.
 
En contra del cuento de la derecha, el pasado imperial de Gran Bretaña en general ni se examina ni se reconoce y por tanto sus conjeturas contribuyen a formar nuestro punto de vista sobre el presente. Vivimos todavía en un mundo modelado material e imaginativamente por la era del Nuevo Imperialismo, durante la cual un pequeño número de Estados europeos dominó las economías y las formas de gobierno de la mayor parte de la humanidad. Este tipo de episodios dejó marcados a los dos partidos. La supremacía blanca, el racismo y el nacionalismo xenófobo forman parte del patrimonio cultural occidental tanto como lo que se denomina libremente “los valores de la Ilustración”. Es un legado que debe desaprenderse sistemáticamente.
 
La respuesta racista al asesinato de Lee Rigby no fue automática ni natural. El racismo no es un fallo de configuración. Es una ideología, una fabricación, un gigantesco edificio psicosocial que hay que demoler ladrillo a ladrillo. No es una enfermedad que pueda curarse caso por caso. La terapia debe ser colectiva, algún tipo de trauma que confronte, cuestione y altere lo que la gente tiene en la cabeza cuando dice «nosotros».
 
Como vivimos sometidos a un capitalismo global que reproduce todo tipo de jerarquías sociales, la conciencia antirracista no se consigue mediante una conversión: es una lucha continua, un proceso en el que hay que comprometerse conscientemente. No hay descanso porque la ideología contra la que luchamos no descansa nunca.
 
Cabeza de turco

Un ejemplo de esto es que el multiculturalismo se ha convertido en cabeza de turco, declarado un fracaso por Merkel, Cameron y un ejército de expertos. Sin ningún fundamento es el origen de diversos fenómenos poco atractivos, desde el acoso sexual de muchachas por parte de hombres asiáticos a la supuesta autosegregación de las minorías. El hecho es que, como otros tormentos racistas, el multiculturalismo es en gran medida un fantasma. Las políticas generadas bajo aquella rúbrica fueron concesiones hechas en el pasado a consecuencia de las movilizaciones de las comunidades negra y asiática. Siempre hubo objeciones por parte de la izquierda al marco multicultural que conceptualizaba a las minorías como comunidades homogéneas con identidades culturales fijas.
 
Sin embargo la campaña de la derecha no trata de la teoría del multiculturalismo sino de su esencia; es decir de la existencia de personas a las que sentimos culturalmente ajenas. Las sociedades europeas modernas están y estarán compuestas de numerosas «culturas», de una abundancia de subculturas y contraculturas que se superponen y se entrecruzan. Negar o lamentar esta realidad es negar y lamentar la presencia de dichas personas a las que sentimos ajenas culturalmente. En este contexto las demandas de integración son demandas para adherirse a una norma cultural establecida por el grupo dominante. Es asombroso que algunas personas que presumen del legado de la Ilustración no consideren esto una tiranía.
 
Bajo el disfraz de una agresión contra el relativismo del multiculturalismo, lo que está ocurriendo es una reafirmación de la forma privilegiada de relativismo ético, la supuesta superioridad de la norma occidental. La forma más estridente y poderosa de la política de identidad en nuestra sociedad sigue siendo la identidad blanca u occidental: la identidad mayoritaria dominante a la que le gusta considerarse una minoría amenazada, bajo asedio en su propia tierra.
 
La respuesta a las deficiencias reales y no imaginadas del multiculturalismo no es un retroceso al eurocentrismo, a la cultura única o a la creación de una nueva síntesis cultural exhaustiva. Reside en la lucha política por la igualdad -no su mera representación- y el ejercicio de una solidaridad que va más allá de la cultura. El multiculturalismo al estilo olímpico no sirve de nada. El único antídoto contra la cultura del racismo es cultivar la resistencia.

lunes, 12 de agosto de 2013

La detención de un barco norcoreano en el Canal de Panamá

La detención de un barco norcoreano en el Canal de Panamá con armas cubanas a bordo, las declaraciones de gobierno cubano y la teoría de Wallerstein sobre el sistema-mundo moderno

Título un poco largo de un artículo publicado por Rodolfo Crespo en Rebelión.

En la línea de mi propio pensamiento, quiero recalcar la idea que me parece más decisiva para la conducta de cada cual, una vez comprendida la situación actual del "sistema mundo".



(...)
Cuando un sistema goza de una vida pletórica, es saludable y funciona “normalmente” el mismo cuenta con mecanismos que tratan de restaurar (y de hecho lo logran) el equilibrio que sus contradicciones internas van alterando, y poco se puede hacer contra él, por muy voluntariosas y fuertes que sean las acciones; en esta situación las fluctuaciones que se producen en sus seno por grandes que sean “tienen efectos relativamente menores… Es por eso que a largo plazo las revoluciones francesa y rusa podrían percibirse como ‘fracasos’. Ciertamente lograron menos en cuanto a transformación social de lo que sus partidarios esperaban. Pero cuando los sistemas se alejan mucho del equilibrio, cuando se bifurcan, las pequeñas fluctuaciones pueden tener efectos serios. Ésta es una de las razones principales por las que el resultado es tan impredecible. No podemos siquiera imaginar la multitud de pequeños detalles que tendrían un impacto crucial.”

“...traduzco este marco conceptual al lenguaje antiguo de la filosofía griega. Opino que cuando los sistemas funcionan normalmente el determinismo estructural pesa más que el libre albedrío individual y colectivo. Pero en tiempos de crisis y transición el factor libre albedrío se vuelve fundamental…”.

Es por ello que podemos decir, con más o menos categorismo, que estamos entrando (estamos ya) en una época auténticamente revolucionaria, que la “locomotora de la historia” de la que hablaba Marx, al referirse a las revoluciones, ha echado a andar y que, como decía Fidel Castro y Che inmortalizaría con su inconfundible timbre de voz “su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”.

A lo dicho sólo resta hacer una advertencia, esa nueva sociedad libre y fraterna, esa “verdadera independencia” de la que hablaba el comandante Guevara, no está escrita en el muro, las situaciones caóticas producen por sí solas nuevos sistemas ordenados, pero eso no garantiza que el nuevo sistema que sustituya al capitalismo sea mejor, “en situaciones caóticas derivadas de una bifurcación el resultado es inherentemente impredecible. No sabemos, no podemos saber, como terminará todo esto. Lo que sí sabemos es que el sistema presente no puede sobrevivir como tal”, lo que sí podemos aseverar es que el nuevo tipo de sistema que se instaure dependerá de nosotros, de lo que seamos capaces de obtener, y eso tiene mucho que ver con la estrategia que elijamos.”
(...)

Revoluciones blancas

El problema de los tres cuerpos es un caso muy simple (el más simple) de inestabilidad de los sistemas.

En el siglo XVIII, Laplace, en su "Tratado de Mecánica Celeste", sostuvo que el conocimiento de la velocidad y la posición de todas las partículas del Universo en un instante permitiría predecir todo el pasado y el futuro. Durante más de 100 años su afirmación pareció correcta y, por ello, se llegó a la conclusión de que el libre albedrío no existía, ya que todo estaba determinado.

Este determinismo presupone un conocimiento perfecto de las leyes que gobiernan los fenómenos y de las condiciones iniciales. El futuro ocurrirá inexorablemente, con total certeza. La posibilidad de alterarlo es una ilusión, derivada de nuestra ignorancia acerca de aquellas leyes y condiciones.

Henri Poincaré, a finales del siglo siguiente, planteó sus dudas sobre si el Sistema Solar sería estable para siempre. Fue así el primero en pensar en la posibilidad del caos, en el sentido de un comportamiento que dependiera sensiblemente de las condiciones iniciales. En 1903 Poincaré postulaba acerca de lo aleatorio y del azar en los siguientes términos: "El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre". Claro que a su manera este sigue siendo un pensamiento determinista: los fenómenos que no son completamente aleatorios, simplemente no respondían a una dinámica lineal, y pequeños cambios en las condiciones iniciales conducen a enormes cambios en el resultado.

El principio de incertidumbre y la mecánica cuántica fueron un golpe para el determinismo. Pero este, con una fuerte base teológica en la voluntad divina, se resiste a morir. La teoría de las variables ocultas, supone la existencia de ciertos parámetros desconocidos que serían los responsables de las características estadísticas de la mecánica cuántica.

Ciertamente, hay variables ocultas en los sistemas. La ciencia avanza gracias a la búsqueda incesante de "las leyes que gobiernan los sistemas desconocidos, tales como el clima, la sangre cuando fluye a través del corazón, las turbulencias, las formaciones geológicas, los atascos de vehículos, las epidemias, la bolsa o la forma en que las flores florecen en un prado".

En el fondo, el determinismo, que como postura filosófica puede conducir a la inacción, científicamente es indiferente. Todo esto no es más que un sistema de creencias. Pero las creencias son importantes, y es innegable que la creencia fatalista en la inmodificabilidad de leyes mal conocidas lleva en muchos casos a profecías autocumplidas.

En la práctica, sin embargo, hay varias circunstancias a tener muy en cuenta:

En primer lugar, el devenir futuro es un sistema caótico, esencialmente no predecible. Parcialmente lo hacemos con el futuro más próximo, mucho menos a un largo plazo.

Por otra parte, la capacidad prospectiva para predecir y con ello alterar el abanico de futuros posibles se muestra eficaz en numerosos campos de la ciencia, en tiempos muy diversos, que varían desde pocos días en meteorología a años vista en la ciencia astronómica (nunca por completo, porque siempre puede aparecer un siniestro meteorito). En todo caso, la predicción es probabilística, y cada vez más incierta, al adentrarnos en el "futuro profundo".

Está inscrita en las conductas del reino animal la capacidad de prever el futuro, siquiera sea el más inmediato. Es lo que permite la posibilidad de alterarlo y sobrevivir. Los humanos no somos excepcionales por ello, pero somos capaces de manejar muchos más datos y tenemos una memoria abstracta y un lenguaje que los codifica y manipula mucho mejor.

Si en las ciencias naturales la prospectiva es relativamente eficaz, no lo es igualmente en las ciencias sociales. Porque la propia prospectiva es cambiante. Dos factores la condicionan, la complejidad y el conocimiento. Ambos contribuyen a su inestabilidad, que disminuye con el conocimiento pero aumenta con la complejidad,. ¡Pero precisamente el conocimiento aumenta la complejidad!

El conocimiento, sobre todo en las ciencias sociales, no es un factor único, pero es determinante para las conductas. Aunque siempre perfectible, es necesariamente incompleto e inexacto, y en gran parte manipulable. Es imposible diferenciar del todo lo que es ciencia y lo que es ideología, y la ideología, necesaria "conciencia falsa", siempre provisional y en todo caso cambiante e incompleta, es fundamental en el desarrollo de la propia ciencia.

De ahí la importancia de analizar los antecedentes y desarrollos de la historia para mejor defender un proyecto de futuro. Porque entre aquellas condiciones iniciales están en todo momento la ideología y el nivel del conocimiento.

¿Y qué tiene esto que ver con el problema de los tres cuerpos?

Veamos:

Las luchas de clases son el motor de la historia, y en esencia estas clases se polarizan en la de los explotadores y la de los explotados, pero la situación real es mucho más compleja. En los momentos críticos es cierto que se produce un distanciamiento más claro entre ambas, porque la polarización creciente deja en medio un cierto vacío. En este vacío nunca deja de habitar un “tercer cuerpo” indeciso, que puede orbitar de modo difícil de prever en torno a uno u otro polo. La importancia del modo de orbitar la consideró crucial Gramsci. De ahí la importancia de su concepto de hegemonía.

Aún esto es una gran simplificación, porque el fenómeno se reproduce a varios niveles: el de las ideas, el de las prácticas y el de las alianzas, que a su vez pueden ser coyunturales o estratégicas. Y su carácter estable o inestable lo determinan en gran medida las ideas, que a su vez tienen que ver con el conocimiento, más o menos completo, más o menos deformado, de las realidades y de las expectativas.

El retraso de la conciencia respecto a la realidad material subyacente, la inercia de lo anteriormente aprehendido, que no se borra inmediatamente, sino que se amalgama con lo nuevo; el retraso que a su vez existe entre la conciencia y el comportamiento consolidado por la costumbre, son las causas que dificultan los cambios en las conductas cuando cambian las realidades que las sustentan.

El problema tiene una importancia menor cuando la realidad se transforma lentamente. Pero el sistema mundo actual cambia a velocidades que distancian las causas de sus efectos. La turbulencia aumenta. No faltan ejemplos: ¿hasta cuándo serán capaces las empresas de amortizar sus inversiones, rápidamente obsoletas por sus propias innovaciones? ¿y los estados de revisar sus estrategias, cambiantes sin cesar? ¿no es el carácter instantáneo de las transacciones financieras lo que separa las burbujas especulativas de la economía real?

La inestabilidad se manifiesta en ese "tercer cuerpo" que de modo desconcertante se está manifestando en tantas revoluciones blancas, coloreadas luego a voluntad de los poderes dominantes y sus laboratorios de ideas, y cuyo desarrollo, manipulado por sus agentes en la medida en que logren hacerlo, diverge del deseo variopinto e inconcreto de sus participantes iniciales.

Luego, en su curso mucho más autónomo, pueden derivar de forma impredecible en direcciones no deseadas. Por eso, las estrategias imperiales tiene mucho más de juego destructivo y dilatorio que de proyectos constructivos bien elaborados.

En estas situaciones de caos y turbulencia de final de una época, en medio del "jardin de senderos que se bifurcan", el libre albedrío puede (o no) imponerse al mecanicismo determinista. Y es cuando cobra más importancia la batalla de ideas.

En palabras de Immanuel Wallerstein:

“...cuando los sistemas se alejan mucho del equilibrio, cuando se bifurcan, las pequeñas fluctuaciones pueden tener efectos serios. Ésta es una de las razones principales por las que el resultado es tan impredecible. No podemos siquiera imaginar la multitud de pequeños detalles que tendrían un impacto crucial.” 
“...traduzco este marco conceptual al lenguaje antiguo de la filosofía griega. Opino que cuando los sistemas funcionan normalmente el determinismo estructural pesa más que el libre albedrío individual y colectivo. Pero en tiempos de crisis y transición el factor libre albedrío se vuelve fundamental…” 



Eurasian Hub 
Revolución blanca:
Dícese de aquel proceso político, a menudo presentado como una “revolución”, siendo muchas veces una revuelta o ejercicio de contestación, que se caracteriza por la presencia de grandes multitudes en las calles cuyo objetivo es forzar la caída de gobiernos descritos como dictatoriales, autoritarios o en “deriva autoritaria”.

Aunque inicialmente se pone énfasis en la ausencia de violencia, este rasgo puede ser obviado, como respuesta a la represión de las fuerzas de seguridad. De la misma forma, la ocupación de parlamentos o el asalto a sedes de partidos políticos no suele ser clasificado como “acción violenta”. Como tales revoluciones blancas, y desde 1989, es importante el aval de los medios de comunicación y/o gobiernos occidentales para ser descritas como movimientos de trascendencia política, cívicos y democráticos.


Egipto_multitud
El Cairo, 1 de julio: manifestantes en la Plaza Tahrir saludan alborozados el sobrevuelo de los helicópteros militares


“Otro año más, otro país más, otra plaza más: después de la plaza de San Wenceslao en Praga, la plaza de la Independencia en Kiev, la plaza Azadi en Teherán, la plaza Roja en Moscú y la plaza de Tahrir en El Cairo, ahora nos encontramos con la plaza de Taksim en Estambul. Todas ellas se muestran al mundo entero a través de unas imágenes fotográficas icónicas (…) Vemos esta iconografía de la protesta pacífica, y sabemos de inmediato de qué lado estamos. Estamos con ellos. Ellos son de los nuestros; nosotros somos su gente. Influidos por el poder de sugestión de las imágenes visuales seleccionadas por las televisiones y los responsables de fotografía de los periódicos, así como por las preferencias colectivas espontáneas de las redes sociales, tenemos el sentimiento semiconsciente de que estamos ante una misma y larga lucha.” 

Estas líneas referidas a las protestas por el Parque Gezi en Taksim, Estambul, las escribió Timothy Garton Ash hace pocos días. Y si usted tiene la mala suerte de que Timothy Garton Ash alabe la protesta en la que está metido, le ha tocado la china, porque quedará asimilado a la larga causa de las “revoluciones blancas” que se han ido sucediendo desde 1989. 

A comienzos del siglo XX, un conocido eslogan publicitario de la Ford decía que el modelo Ford-T se ofrecía en todos los colores si estos eran el negro. Algo similar pasa con las revueltas, protestas y seudo-revoluciones de colores y materiales diversos – de terciopelo, de jazmines y tulipanes, rosa, naranja, con bulldozer y sin bulldozer – que marcan el final de la Guerra Fría: casi todas han terminado por ser “revoluciones blancas” – lo contrario del rojo – al dar paso a nuevos regímenes neoliberales, nacionalistas, ultranacionalistas e incluso islamistas. 

Se trata de auténticas insurrecciones de marca blanca. Si en un principio pretendían acabar con el comunismo, a partir de 2000 el dispositivo se activó para terminar con algunos de sus regímenes herederos que habían recurrido a mecanismos de la democracia liberal para legitimarse. Es por ello que a Srđa Popović (director ejecutivo de CANVAS, el centro para la acción no violenta creado por algunos líderes de la “revolución del bulldozer” serbia) le agrada el calificativo de “revoluciones postelectorales” para estas últimas y descarta la expresión “revoluciones de colores”, al considerarla como fabricada por los rusos. El paso siguiente fue la aplicación de esas técnicas estandarizadas en países con sistemas electorales acreditados (en el espacio eurasiático, pero también en Latinoamérica) bajo el argumento de que la democracia es algo más que unas elecciones bien organizadas. 

Y no deja de ser cierto que las elecciones libres, el pluralismo político, la recuperación de espacios públicos y, en general, todo el elenco de reivindicaciones que han ido surgiendo en estos levantamientos, son elementos deseables. Ahora bien, en los planteamientos de la construcción de las “sociedades abiertas” es difícil encontrar un espacio para otras reivindicaciones no menos importantes, como la participación popular y la recuperación de la soberanía para llevar adelante políticas que realmente beneficien a la población, como, precisamente, las reclamadas por todos aquellos manifestantes convencidos de la necesidad de un cambio. 

Desde luego, Timothy Garton Ash no se refiere a las revueltas en los barrios periféricos de Londres, Paris o Estocolmo, al 15-M español, las multitudinarias manifestaciones en Portugal o a los brutales choques contra los antidisturbios griegos. Esos, a buen seguro, no son “de los nuestros” (de los suyos), como sí lo es toda la parafernalia de la “factoría NED“: los manuales de Gene Sharp, los seminarios de CANVAS a los blogueros egipcios, los operadores de inducciones estratégicas, las becas y subvenciones y, más recientemente, los agentes de la NSA y el CGHQ que espiaron a fondo a los asistentes de la última cumbre del G20. 

La verdad es que las revelaciones de Edward Snowden dejan al descubierto prácticas que hasta pocas semanas habrían sido calificadas de “conspiranoia” y que Cameron se niega a comentar en aplicación de la proverbial caradura británica, derivado tardío del “espléndido aislamiento”. 

Pero ahora resulta que las revelaciones sobre el espionaje masivo de los anglo-americanos parecen dar la razón a las extravagantes acusaciones de Erdogan, que ve por todas partes conspiraciones y provocaciones. No sólo porque haberlas hailas, sino que además sabemos que en la polémica cumbre del G20, los británicos se centraron en el ministro turco. 

Y no sólo eso, sino que las alegaciones de Erdogan denunciando manipulación extranjera, ahora resulta que también se cumplen con el bloqueo de la candidatura turca a la UE por Ángela Merkel, con claros objetivos electoralistas. De repente, ha reaparecido con toda su fuerza el lenguaje excluyente, de tono turcófobo e islamófobo que tanto agradaba a la extrema derecha europea de hace seis o siete años. 

Han pasado pocas semanas y ahora tenemos a las masas en las calles de El Cairo y en la emblemática plaza Tahrir, celebrando el derrocamiento del presidente Mursi forzado por las fuerzas armadas, que tutelarán la nueva transición con la Constitución suspendida. El golpe fue más o menos convencional, más o menos posmoderno o más o menos suave. Pero golpe, fue; con ruido de helicópteros sustituyendo al ruido de sables. 

“No entiendo. ¿Cómo pueden preferir los partidos laicos a los militares antes que a los islamistas? Al fin y al cabo, Mursi fue elegido en unas elecciones. ¿Por qué no espera la oposición y se unifica para ganar los próximos comicios? Los militares no son la solución para nada” – comentaba un periodista en nuestro muro de Facebook. 

Las masas en la calle eran del mismo talante laico que las de Estambul, y su objetivo era, aparentemente, el mismo: la deriva autoritaria del islamismo en el poder. Es más, el gobierno de Mursi pretendía inspirarse en el modelo turco de Erdogan. Y en las últimas horas, el gobierno turco, comenzando por el mismo Erdogan, no ha hecho sino condenar el golpe en Egipto, como sal en la propia herida. 

Y sin embargo, al parecer, los manifestantes egipcios no son de los nuestros. ¿Quizá porque la policía egipcia no quiso o no pudo intervenir con la contundencia de sus colegas turcos? ¿Hubo quizá más banderas egipcias en las calles de El Cairo que turcas en Estambul? ¿O es una cuestión de signos reconocibles desde Occidente como contraculturales y/o progresistas? Por otra parte, desde Occidente parecíamos simpatizar con la idea de que Erdogan dimitiera, a pesar de que había sido elegido en unas elecciones perfectamente democráticas, y por amplia mayoría. Y también a pesar de que amenazara con sacar los votos a la calle, montando contramanifestaciones de los suyos contra la oposición callejera, tal como ha hecho Mursi. 

Definitivamente, las últimas revoluciones blancas se están convirtiendo en una tortura para los posicionamientos bienintencionados, ejercicio que viene sustituyendo al análisis en buena parte de nuestros medios. 

El diario “The Irish Times” planteaba que el Ejército egipcio se había movilizado contra Mursi porque éste alentaba la participación yihadista en Siria. Puede ser una especie de justificación a posteriori de la actitud golpista del Ejército egipcio. Pero entonces recordamos el asalto a la Embajada americana en El Cairo, el pasado 11 de septiembre, un suceso extraño por cuanto lo habitual es que el muro que saltaron los islamistas con banderas de al-Qaeda, para plantarlas en pleno jardín de la legación diplomática, estaba guardada hasta pocos días antes por una sección de vehículos blindados del Ejército egipcio, y pelotones fuertemente armadas de la policía de intervención. Rescatamos algunas fotos del evento, y vemos a manifestantes con el rostro cubierto con la máscara de V de Vendetta. Sin embargo, ¿son de los nuestros? Pues tampoco. 

Así que llevamos nada menos que veinticuatro años – toda una generación – a base de manifestaciones blancas, que luego la televisión colorea según convenga, y que a la postre resultan políticamente inclasificables, más allá de que se puedan definir vagamente como “de los nuestros” o, más genéricamente, de la “sociedad civil”. Timothy Garton Ash afirma, que “existe hoy en el mundo entero una especie de Quinta Internacional de hombres y mujeres jóvenes, más preparados, que en su mayoría residen en ciudades, que se reconocen y se entienden en todas partes, desde Shanghai hasta Caracas y desde Teherán hasta Moscú”. 

Esto sigue siendo muy genérico, pero nos sitúa en unos parámetros centrados en: a) “hombres y mujeres preparados”, es decir, con acceso a educación superior y por lo tanto clase media técnico-profesional; b) Países-objetivo del hegemón neoliberal (China, Venezuela, Irán, Rusia). Si lo unimos a las líneas iniciales de su artículo, ojo porque Turquía, el Egipto post-Mursi, o el mismísimo Brasil podrían terminar siendo blanco de esa “Quinta Internacional” de los “revolucionarios blancos”. 

Lo que si suele ser habitual es que las “revoluciones blancas”, tildadas inicialmente por las grandes cadenas hegemónicas como progresistas o “cívicas”, terminan derivando hacia gobiernos o hasta regímenes de derecha neoliberal (a veces con fuerte presencia de la ultraderecha, en otras con la aparición de personajes como Mijeíl Saakashvili), guerras civiles o golpes de estado reiterados. Ahí tenemos la intervención de la OTAN en la “revolución” libia, que se hizo, supuestamente, para defender a la población civil de la represión ejercida por el dictador Gadafi, que incluyó bombarderos artilleros de barrios de Trípoli que – esos sí – nunca vimos en televisión, nos lo tuvimos que creer. La población civil contestataria incluía avezados combatientes yihadistas, igual que luego sucedió en Siria, pero esos, al parecer, eran de los nuestros. 

Haga el lector un sencillo test con los teñidos escasamente sólidos de las recientes revoluciones blancas. Ayer, los expertos se enzarzaban en discusiones sobre el sentido político último del golpe de estado en Egipto. ¿Hubo tantas dudas con la “revolución de los claveles” en el Portugal de 1974, a pesar de que esencialmente vino de la mano de un golpe militar? 

Es importante que los analistas de las “revoluciones blancas”, venidas y por venir, tomen como referencia la composición social de las mismas, más allá de que tantos o cuantos supuestos revolucionarios entren en el encuadre de la tele que está llevando a cabo el reportaje de turno. Aunque parezca una obviedad, el ideal de la clase media no necesariamente representa a la media de la población. Las cadenas de televisión no son un partido político escogido en unas elecciones. Una cabecita que se mueve por la pantalla, no es un voto. Una nota de prensa de las autoridades locales con el supuesto recuento de manifestantes a ojo de buen cubero, no son unas elecciones; porque además, habría que añadir en el análisis a los que no participaban en el evento, y por qué no lo hicieron. Espectáculo no es democracia.

En cambio, la gente vota más habitualmente de lo que parece, o de lo que los gobiernos están dispuestos a admitir abiertamente. Consideremos, por ejemplo, el poder de las encuestas, que pueden afectar de forma directa a las políticas de los gobernantes y las actitudes de los votantes hacia ellos. Hasta tal punto que algunos llegan a desarrollar una verdadera hipersensibilidad ante ese tipo de consultas. Pero esas opiniones son una manifestación de poder popular que, cuando se trata de países no centrales, son menospreciadas. En nuestros días existe sobrada capacidad tecnológica para recoger profesionalmente y con garantías, día a día, todo un cúmulo de información de enorme importancia para dirigir un país (que se lo digan a la NSA). Sólo hace falta que esa corriente de opinión se institucionalice y se articule como ciberdemocracia. Porque, al fin y a la postre, eso es una decisión política, no una utopía científica.
 

sábado, 10 de agosto de 2013

La geopolítica detrás del secuestro presidencial

 
 
 Rafael Bautista S. en Rebelión:
 
El secuestro europeo del avión presidencial boliviano confirma la disposición estratégica de los nuevos peones imperiales en el tablero geopolítico del incipiente mundo multipolar. También muestra la insolencia de un poder imponente que acaba en la impotencia (pues hasta sus propios agentes se le rebelan); por eso no tiene reparos en humillar a quien se le plazca y, de ese modo, exponer a los cuatro vientos el verdadero lugar que ocupa una Europa en decadencia: la nueva colonia gringa está, no sólo para sacrificarse por el dólar, sino que se presta, como lo hiciera un “housenigger” o esclavo de casa, a hacer el trabajo sucio del amo.

Después de cinco siglos, Europa regresa a su condición periférica, cuando era nada respecto del mundo civilizado que lo protagonizaban árabes, hindúes y chinos. Es gracias a la invasión y al saqueo del Nuevo Mundo que Europa se proyecta al atlántico, como eje de su nueva condición de centro hegemónico mundial. La modernidad no fue nunca otra cosa que la administración de la centralidad europeo-occidental. La II guerra mundial le sirve a USA para ser ese centro que hereda de una Europa en ruinas. En ese contexto, la guerra fría fue la tercera guerra mundial que la gana USA (y la sufren los países pobres) e impone, desde entonces, un mundo unipolar.

Pero el siglo XXI manifiesta una nueva disposición global; aquél infatuado poder y su desmedida fuerza militar, acabó erosionando las bases de su propia hegemonía. La decadencia actual ya no es sólo del mundo imperial sino del proyecto que hereda y encarna. Cuando expone a una Europa reducida a mero apéndice colonial de una apuesta que ya ni siquiera es “americana”, sino impuesta por burocracias privadas financieras, muestra la fisonomía de una decadencia que, en medio de la más descomunal concentración de riqueza fruto del robo, enfrenta al mundo entero como su enemigo.

La crisis europea es apenas la escena doméstica de la nueva guerra que desata Occidente contra un embrionario mundo multipolar (que ya no se considera su “patio trasero”); no sólo contra los BRICS sino contra toda disidencia en el resto del mundo. La amenaza reclama inmediata obediencia, y lo acontecido con el secuestro del avión presidencial boliviano muestra a una Europa que, aunque acostumbrada a humillar a otros, resulta aún más humillada en su propia casa (pues ni siquiera Alemania abrió el pico en esta flagrante injerencia gringa en plena Europa). El primer colonizador del mundo moderno acaba siendo colonia. Es decir, la otrora cuna del renacimiento y la ilustración, la supuesta misionera de la civilización en el mundo, no halla en sí más argumento que no sea la sumisión y la capitulación a un poder que, para colmo, se encuentra en crisis terminal. Lo que manifiesta su elite gobernante es la pérdida de respeto por sí misma.


viernes, 9 de agosto de 2013

Levantamientos aquí, allá y en todas partes

Para Immanuel Wallerstein, cuyo análisis reproduzco más abajo, tomado de  
La Jornada, en las rebeliones populares hay rasgos comunes, verdaderos invariantes.

De esta consideración no puede deducirse que sus resultados sean también invariables, ni en el sentido de su triunfo ni en el de su fracaso. Simplemente, ocurre que siempre hay factores en presencia que las aceleran o las frenan. Y sus resultados tampoco son irreversibles. Las sensaciones de exultante entusiasmo o de desmoralizador fracaso son más estados de ánimo que realidades seguras.

Dos conclusiones me parecen importantes: que el sistema capitalista tal como lo conocemos está herido de muerte, y que nada asegura que lo que lo suceda sea mejor o peor. Razones suficientes para no bajar la guardia y considerarnos actores del resultado, porque cada decisión de cada uno de nosotros puede influir, como ocurre en todos los sistemas cuando se desestabilizan, en que el resultado sea uno u otro.
 


Al persistente nuevo levantamiento en Turquía le siguió uno aún más grande en Brasil, que a su vez fue seguido por otro menos difundido, pero no menos real, en Bulgaria. Por supuesto, no fueron los primeros, sino meramente los más recientes en una serie en verdad mundial de tales levantamientos en los últimos años. Hay muchas formas de analizar este fenómeno. Los veo como un proceso continuado de lo que comenzó como la revolución-mundo de 1968.
 
Con toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y en la compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay ciertas similitudes que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer sentido de lo que está ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer todos nosotros como individuos y como grupos.
 
El primer rasgo común es que todos los levantamientos tienden a empezar con muy poco –un puñado de gente valerosa que se manifiesta en torno a algo. Y luego, si prenden, lo cual es en gran medida impredecible, se vuelven masivos.
 
De pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta cierto punto, el Estado como Estado. Estos levantamientos son una combinación de aquellos que llaman a reemplazar al gobierno por uno mejor y aquellos que cuestionan la mera legitimidad del Estado. Ambos grupos invocan la democracia y los derechos humanos, aunque las definiciones que brinden de estos dos términos sean muy variadas. En general, la totalidad de estos levantamientos comienza del lado izquierdo de la arena política.
 
Por supuesto, los gobiernos en el poder reaccionan. Cada uno intenta reprimir el levantamiento o intenta apaciguarlo con algunas concesiones, o intenta ambas respuestas. Con frecuencia la represión resulta, pero en ocasiones es contraproducente para el gobierno en el poder, y atrae más gente a las calles. Las concesiones funcionan con frecuencia, pero algunas veces son contraproducentes para el gobierno, y conducen a que la gente en la calle escale sus demandas. Hablando en general, los gobiernos intentan la represión más que las concesiones. Y, por lo general, la represión tiende a funcionar en un relativamente corto plazo.
 
El segundo rasgo común de estos levantamientos es que ninguno continúa a gran velocidad por demasiado tiempo. Quienes protestan se rinden ante las medidas represivas. O se ven cooptados, hasta cierto punto, por el gobierno. O los desgasta el enorme esfuerzo requerido para las manifestaciones continuadas. Este desvanecimiento de las protestas abiertas es absolutamente normal. Esto no indica el fracaso de las mismas.
 
Ése es el tercer rasgo común de los levantamientos. Sea como sea que llegue a su fin, nos brindan un legado. Han cambiado en algo la política del país, y casi siempre para mejorar. Han puesto en la agenda pública un asunto importante, como por ejemplo las desigualdades. O han incrementado el sentido de dignidad de los estratos bajos de la población. O han incrementado el escepticismo en torno a la verbosidad con la que los gobiernos tienden a enmascarar sus políticas.
 
El cuarto rasgo común es que, en todos los levantamientos, muchos de los que se unen, en especial si se unieron tarde, no lo hacen para profundizar los objetivos iniciales, sino para pervertirlos o para impulsar hacia el poder político a grupos de derecha, diferentes de quienes están en el poder pero de ningún modo gente más democrática o que impulse los derechos humanos.
 
El quinto rasgo común es que todos se ven embrollados en el forcejeo geopolítico. Los gobiernos poderosos fuera del país en el que ocurre el desasosiego trabajan duro, aunque no siempre con éxito, para ayudar a que los grupos que le son favorables a sus intereses se hagan del poder. Esto ocurre con tanta frecuencia que, por ahora, una de las cuestiones inmediatas acerca de un levantamiento particular es siempre, o debería ser siempre, cuáles serán las consecuencias para el sistema-mundo como un todo. Esto es muy difícil, dado que las consecuencias geopolíticas potenciales pueden conducir a que alguien quiera ir en dirección opuesta a la inicial dirección antiautoritaria.
 
Finalmente, recordemos que en esto, como en todo lo que ocurre ahora, estamos en medio de una transición estructural que va de una economía-mundo capitalista que se desvanece a un nuevo tipo de sistema. Pero ese nuevo tipo de sistema podría resultar mejor o peor. Ésa es la real batalla en los próximos 20-40 años, y el cómo nos comportemos aquí, allá o en todas partes deberá decidirse en función de esta importante batalla política fundamental a nivel mundial.

jueves, 8 de agosto de 2013

Once tesis sobre el capitalismo actual

Raúl Sánchez García, sin pretender atribuírselas, publicó recientemente en
Rebelión estas once tesis, que resumen la ideología dominante de nuestra época.

Asumida mayoritariamente esta forma de pensamiento como la norma natural de las sociedades, poco avanzaremos si no somos capaces de convencer a la mayoría de que otro mundo, no sólo es posible, sino que éste será imposible a muy corto plazo.

¡Ay!, la necesaria revolución antropológica tarda demasiado...



1. Todo es competición: desde el terreno deportivo de la Champions League hasta los platos preparados en MasterChef, pasando por Operación triunfo y realities sobre cómo conseguir pareja o dejar de estar gordo, la vida se presenta como una pura competición, con vencedores y perdedores.
 
2. Debido a que hay una reglas de juego iguales para todos, es responsabilidad individual de cada uno lo que le pase en su vida: desde su desempleo, pasando por su enfermedad o su vivienda todo depende de las elecciones acertadas o erróneas que hagas.
 
3. Ese individuo como actor racional que dirige su vida con más o menos tino es el que debe actuar cual homo economicus en el sistema social mediante sus actos de consumo en el mercado libre. Las nociones de política y ciudadano con derechos desaparecen.
 
4. El dinero es la materialización del bien común: todos nuestros actos y eventos que suceden en nuestras vidas pueden duplicarse en sumas cuantificables de dinero. Desde la fianza que paga un criminal, hasta la amnistía fiscal, pasando por el pago de un seguro de vida, todo es cuantificable y canjeable. Mientras se pueda pagar el canje en dinero se puede hacer cualquier cosa, por perniciosa que sea.
 
5. Solo importa la legalidad, no la ética. Puede hacerse cualquier cosa mientras se esté dentro de la ley. En esta lógica, que cobraran indemnizaciones los directivos de cajas quebradas o que Mr. Adelson abra Eurovegas forzando cambios de legislación estatal son perfectamente asumibles.
 
6. Las dos patas fundamentales en las que se sustentan las corporaciones actuales son el departamento de marketing (vender humo) y el legal (defender el humo).
 
7. Es la era del hambre generalizada, hambre fisiológica de los que no tienen que comer y hambre compulsiva de los que no pueden dejar de consumir.
 
8. Paso de estado del bienestar al estado penal: el gobierno desaparece como garante de derechos fundamentales para simplemente velar por la seguridad de los actores racionales en su quehacer cotidiano. Mientras se destruye toda red de solidaridad y apoyo entre individuos, la presencia de un gobierno sólido y resolutivo se muestra mediante la ley y orden en las calles.
 
9. Propagación del miedo generalizado: individuos atomizados, dejados a la mera responsabilidad individual en competición feroz con los demás confiarán en su propiedad personal (casa como refugio) y desconfiarán de esferas comunales no reguladas (la calle como espacio público amenazante), haciendo necesaria más intervención del estado penal.
 
10. La velocidad creciente de la inmediatez, desde el último caso de corrupción, el último ligue del famoso de turno o la última serie de éxito. Esto impide la reflexión, tomar cierto tiempo y distancia para generar cierta mentalidad crítica.
 
11. El positivismo a ultranza: si no eres feliz es porque no te esfuerzas lo necesario.
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Las ideas expresadas en las tesis no son originales del propio autor. Simplemente representan un intento de poner en orden una serie de pensamientos expresados por muy diversos autores, desde Marx hasta Wacquant, desde Virilio hasta Bourdieu, desde Brohm hasta Alba Rico.