La Jornada, en las rebeliones populares hay rasgos comunes, verdaderos invariantes.
De esta consideración no puede deducirse que sus resultados sean también invariables, ni en el sentido de su triunfo ni en el de su fracaso. Simplemente, ocurre que siempre hay factores en presencia que las aceleran o las frenan. Y sus resultados tampoco son irreversibles. Las sensaciones de exultante entusiasmo o de desmoralizador fracaso son más estados de ánimo que realidades seguras.
Dos conclusiones me parecen importantes: que el sistema capitalista tal como lo conocemos está herido de muerte, y que nada asegura que lo que lo suceda sea mejor o peor. Razones suficientes para no bajar la guardia y considerarnos actores del resultado, porque cada decisión de cada uno de nosotros puede influir, como ocurre en todos los sistemas cuando se desestabilizan, en que el resultado sea uno u otro.
De esta consideración no puede deducirse que sus resultados sean también invariables, ni en el sentido de su triunfo ni en el de su fracaso. Simplemente, ocurre que siempre hay factores en presencia que las aceleran o las frenan. Y sus resultados tampoco son irreversibles. Las sensaciones de exultante entusiasmo o de desmoralizador fracaso son más estados de ánimo que realidades seguras.
Dos conclusiones me parecen importantes: que el sistema capitalista tal como lo conocemos está herido de muerte, y que nada asegura que lo que lo suceda sea mejor o peor. Razones suficientes para no bajar la guardia y considerarnos actores del resultado, porque cada decisión de cada uno de nosotros puede influir, como ocurre en todos los sistemas cuando se desestabilizan, en que el resultado sea uno u otro.
Al persistente nuevo levantamiento en Turquía le siguió uno aún más grande en
Brasil, que a su vez fue seguido por otro menos difundido, pero no menos real,
en Bulgaria. Por supuesto, no fueron los primeros, sino meramente los más
recientes en una serie en verdad mundial de tales levantamientos en los últimos
años. Hay muchas formas de analizar este fenómeno. Los veo como un proceso
continuado de lo que comenzó como la revolución-mundo de 1968.
Con toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y en la
compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay ciertas similitudes
que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer sentido de lo que está
ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer todos nosotros como individuos y
como grupos.
El primer rasgo común es que todos los levantamientos tienden a empezar con
muy poco –un puñado de gente valerosa que se manifiesta en torno a algo. Y
luego, si prenden, lo cual es en gran medida impredecible, se vuelven
masivos.
De pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta cierto
punto, el Estado como Estado. Estos levantamientos son una combinación de
aquellos que llaman a reemplazar al gobierno por uno mejor y aquellos que
cuestionan la mera legitimidad del Estado. Ambos grupos invocan la democracia y
los derechos humanos, aunque las definiciones que brinden de estos dos términos
sean muy variadas. En general, la totalidad de estos levantamientos comienza del
lado izquierdo de la arena política.
Por supuesto, los gobiernos en el poder reaccionan. Cada uno intenta reprimir
el levantamiento o intenta apaciguarlo con algunas concesiones, o intenta ambas
respuestas. Con frecuencia la represión resulta, pero en ocasiones es
contraproducente para el gobierno en el poder, y atrae más gente a las calles.
Las concesiones funcionan con frecuencia, pero algunas veces son
contraproducentes para el gobierno, y conducen a que la gente en la calle escale
sus demandas. Hablando en general, los gobiernos intentan la represión más que
las concesiones. Y, por lo general, la represión tiende a funcionar en un
relativamente corto plazo.
El segundo rasgo común de estos levantamientos es que ninguno continúa a gran
velocidad por demasiado tiempo. Quienes protestan se rinden ante las medidas
represivas. O se ven cooptados, hasta cierto punto, por el gobierno. O los
desgasta el enorme esfuerzo requerido para las manifestaciones continuadas. Este
desvanecimiento de las protestas abiertas es absolutamente normal. Esto no
indica el fracaso de las mismas.
Ése es el tercer rasgo común de los levantamientos. Sea como sea que llegue a
su fin, nos brindan un legado. Han cambiado en algo la política del país, y casi
siempre para mejorar. Han puesto en la agenda pública un asunto importante, como
por ejemplo las desigualdades. O han incrementado el sentido de dignidad de los
estratos bajos de la población. O han incrementado el escepticismo en torno a la
verbosidad con la que los gobiernos tienden a enmascarar sus políticas.
El cuarto rasgo común es que, en todos los levantamientos, muchos de los que
se unen, en especial si se unieron tarde, no lo hacen para profundizar los
objetivos iniciales, sino para pervertirlos o para impulsar hacia el poder
político a grupos de derecha, diferentes de quienes están en el poder pero de
ningún modo gente más democrática o que impulse los derechos humanos.
El quinto rasgo común es que todos se ven embrollados en el forcejeo
geopolítico. Los gobiernos poderosos fuera del país en el que ocurre el
desasosiego trabajan duro, aunque no siempre con éxito, para ayudar a que los
grupos que le son favorables a sus intereses se hagan del poder. Esto ocurre con
tanta frecuencia que, por ahora, una de las cuestiones inmediatas acerca de un
levantamiento particular es siempre, o debería ser siempre, cuáles serán las
consecuencias para el sistema-mundo como un todo. Esto es muy difícil, dado que
las consecuencias geopolíticas potenciales pueden conducir a que alguien quiera
ir en dirección opuesta a la inicial dirección antiautoritaria.
Finalmente, recordemos que en esto, como en todo lo que ocurre ahora, estamos
en medio de una transición estructural que va de una economía-mundo capitalista
que se desvanece a un nuevo tipo de sistema. Pero ese nuevo tipo de sistema
podría resultar mejor o peor. Ésa es la real batalla en los próximos 20-40 años,
y el cómo nos comportemos aquí, allá o en todas partes deberá decidirse en
función de esta importante batalla política fundamental a nivel mundial.
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