lunes, 30 de marzo de 2020

Idiotas

Assholes: a theory, es un documental que pudimos ver el miércoles pasado en el canal televisivo Odisea. El expresivo término se ha traducido en nuestra lengua como "gilipollas". Su director John Walker define a los “gilipollas” como ese tipo de personas que ignoran o tratan con indiferencia a las demás. Para explicarlo mejor, utiliza la metáfora del cumpleaños: “En nuestro cumpleaños todos tenemos un sentimiento de ‘privilegio’ y nos sentimos más importantes que los demás. Para los gilipollas, cada día es su cumpleaños”.

Mucho antes, los griegos habían acuñado el término idiota. Lo aplicaban a quienes se abstenían de participar en los asuntos públicos, porque ἴδιος [⁠ˈ⁠idios] en griego significaba ‘lo privado, lo particular, lo personal‘.

Creo que puedo permitirme llamar idiotas a los individuos o colectivos que se sienten únicos, superiores a los demás y cuyo máximo interés se centra en ellos mismos. Busco una imagen en Google para ilustrar el término y, sin esperarlo, la primera que encuentro es ésta:



Pero no es mi intención centrarme en este personaje. Simplemente me ha sorprendido el hecho y lo constato.

Porque lo que quiero denunciar es el comportamiento insolidario que muestran colectivos y gobiernos que no son capaces de ver en una situación crítica, como es esta pandemia, un problema global que supera con mucho en importancia, incluso para ellos mismos, sus intereses particulares. Por eso creo que es un comportamiento idiota, tanto en el sentido clásico como en el moderno.

Ayer mismo presenciamos cómo en una rueda de prensa la ministra María Jesús Montero, ignorando un hecho incontestable, defendía la vuelta al crecimiento (creo que dijo sostenido, tal vez dijera sostenible, no recuerdo muy bien) cuando todo esto pase. Dicho así en general, parece un empecinamiento en no reconocer lo ya evidente.


Muchos sectores de la economía tendrían que crecer, y mucho, pero se trataría de un crecimiento muy selectivo, dirigido a sectores y actividades que no tengo que repetir, porque están en la mente de todos. El conjunto de la economía, basada en lo fiduciario, debe decrecer mucho, y mejor que lo haga pronto. Los economistas al uso no están preparados para entenderlo.

Mucho peor es el comportamiento de los gobiernos centroeuropeos y los bancos a los que se deben, destinado a mantener su hegemonía financiera a toda costa. Porque es una defensa consciente de algo tan indecoroso como la rapiña especulativa que los mantiene como "países ricos". Véanse en este enlace sus argumentos.

Desde luego, son idiotas en el sentido antiguo, ocupados solamente por sus negocios privados. Pero también en el más moderno, con esa falta de visión comunitaria. Porque no están libres de que les alcance el daño que hacen. Ahora es un virus que igual mata a un mendigo que a un presidente de banco. Algunos pueden incluso sentirse "altruistas": capaces de arriesgar vidas, incluida la suya, por "salvar la economía". Esa economía que es su religión. La imagen que me viene a la cabeza es la de un empresario de pompas fúnebres calculando qué ganancia va a producirle su propio entierro.

"Arrieros somos", y no piensen que se salvarán de esta otra subida del nivel del mar. Como cantaba Alfredo Zitarrosa "pa'l que se va":

No te olvides del pago
si te vas pa' la ciudad
...
no te olvides que el camino
es pa'l que viene y pa'l que va...

sábado, 28 de marzo de 2020

La deuda es usura

Recuerdo las entradas con que inicié este blog, hace ya once años. Dos "vídeos básicos" que alimentaron la trayectoria seguida luego bajo la etiqueta "ecología política". He recordado varias veces el segundo, la última muy reciente, sobre la función exponencial. Ahora me parece oportuno recomendar el primero, el dinero es deuda, que desenmascara el crédito bancario y la deuda como motor de la economía. Una deuda que vistos los límites de cualquier crecimiento acaba resultando impagable.

Tanto en el espacio como en el tiempo, la perspectiva agranda los objetos cercanos y minimiza los lejanos. El dedo puede parecer más grande que la Luna, y un problema del año próximo menor que una minucia de hoy mismo. Por eso, trasladar el valor al futuro hace que se consideren equivalentes magnitudes muy dispares. El mercado pretende el "intercambio de equivalentes", pero cuando la equivalencia se considera en tiempos distintos está sujeta a las leyes de la perspectiva.

El mecanismo del crédito se basa en este hecho. ¿Por qué prescindir de un dinero ahora si no es para recibir lo que aprecio como su equivalente en el futuro, que ha de ser una cantidad mayor? Este es el mecanismo de la inversión. Nunca se invierte para tener luego la misma cantidad. Aunque sabemos que el capital nunca se revaloriza a sí mismo, toda la teoría financiera se basa en esa abstracción, que alimenta el préstamo con interés, el crédito y necesariamente el crecentismo.

La capacidad destructiva de este cálculo económico queda al descubierto si se observa a qué niveles de ruindad llega el cálculo económico basado en el negocio del crédito bancario. Todo vale, con tal de mantener "mis" balances. Por desgracia, la cohesión nacional dentro de los países más ricos incorpora, craso error, al pensamiento neoliberal (fraudulento, como ya ha sido denunciado por analistas críticos) a muchos ciudadanos abducidos por la criminal doctrina económica todavía vigente.

El Bundestag en el pleno extraordinario celebrado este miércoles para tomar medidas de emergencia ante la pandemia del coronavirus. EFE/EPA/OMER MESSINGER


Carlos Enrique Bayo

El rescate masivo de empresas, la estatalización de la economía para hacer frente a los gastos y pérdidas causados por el coronavirus, y el cierre de mercados y de fronteras en la mayor parte de países, anticipan
"el fin de la forma de globalización recetada por el dogma neoliberal, que dejó a los individuos y a sociedades enteras incapaces de controlar gran parte de su propio destino", según la describe Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía.

(…)


La ausencia de virtudes solidarias de esa doctrina neoliberal quedó evidenciada hace sólo unos días, cuando los gobiernos de Alemania y de Francia prohibieron la exportación de mascarillas y otros elementos básicos de protección sanitaria a Italia, en el momento en que ese país estaba desbordado por cientos de muertes y miles de contagiados diarios. La respuesta inicial de la Unión Europea fue a todas luces tardía e insuficiente, pero incluso ahora –cuando la mortífera amenaza se ha extendido sin remedio a todos los países miembros– se ve constreñida y entorpecida por el corsé que esa doctrina neoliberal impuso a todos los gobiernos para cumplir el dogma del déficit mínimo.

Alemania sigue imponiendo un dogma que sabe que es falso

Un dogma que Alemania sigue imponiendo a sus socios comunitarios, exigiéndoles condiciones draconianas para cualquier endeudamiento público, a pesar de que fue desmontado en 2013 por un estudiante de doctorado de la Universidad de Massachusetts Amherst, Thomas Herndon, al repasar las hojas de cálculo que emplearon los gurús de la austeridad, Carmen Reinhart y Ken Rogoff –este último, ex economista-jefe del Fondo Monetario Internacional–, para su investigación titulada El crecimiento en épocas de deuda.

Presentado en 2010 ante la conferencia anual de la Asociación Económica Estadounidense, ese ensayo académico establecía que cuando la deuda de un país supera el 90% del Producto Interior Bruto (PIB), el crecimiento de la economía es inviable. Tesis desmentida en la práctica por la realidad de la deuda pública de EEUU –que en noviembre pasado alcanzó el récord histórico de 23 billones de dólares (un 110% del PIB)– pero en la que las autoridades económicas a ambos lados del Atlántico se han apoyado durante una década para imponer la austeridad fiscal y el recorte drástico, incluso dañino y paralizante, del gasto público.

Y lo han seguido haciendo estos últimos siete años, a sabiendas de que los cálculos de esa teoría estaban matemáticamente errados y que no se trataba en absoluto de un principio económico fundamental, sino de una tesis dogmática neoliberal que ha permitido a los países del norte de Europa –sobre todo, Alemania– "disimular que todo el entramado del euro está pensado y diseñado para que esos países absorban la mayor parte del valor y los beneficios que generamos los demás", como sentencia Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.

(...)

Esto es lo que dice el profesor Torres López:


Juan Torres López

A última hora de la noche de ayer martes 24, los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea acordaron proponer al Consejo Europeo que la respuesta financiera a la catástrofe del Covid-19 sea que los países que lo necesiten recurran a un préstamo del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). De todas las alternativas posibles es la peor, la más insuficiente y cruel. Explico por qué.

El MEDE es una entidad financiera creada por los 17 estados miembros de la zona euro en 2012 con el propósito general de proporcionar ayuda financiera mediante préstamos a los gobiernos que lo necesiten.

Pero esta ayuda se considera un "rescate" porque no se da en cualquier circunstancia ni para cualquier fin, sino sólo cuando lo pide un país que experimenta graves problemas de financiación y bajo condiciones muy estrictas.

El préstamo puede ser con interés por debajo de los del mercado y con un plan de amortización suave que puede variar según los casos, de modo que puede resultar, ciertamente, más barato que acudir a la banca privada en una situación apurada.

Sin embargo, esta ayuda está no es automática ni incondicional. La solicitud del país rescatado deber ser evaluada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y si es posible también por el Fondo Monetario Internacional. Y el préstamo formaliza mediante el llamado MoU (Memorandum of Understanding o Memorándum de Entendimiento) que es un documento en el que se imponen al país una serie de condiciones de obligado cumplimiento en materia de política económica y fiscal.

Las razones por las que me parece que este mecanismo es indeseable para hacer frente a los problemas económicos gravísimos que va a producir la pandemia que sufrimos son varias.

En primer lugar, porque, se quiera o no, recibir un préstamo del MEDE es un estigma. Significa que un país es rescatado y, por tanto, que de alguna manera ha fracasado en su política de estabilización macroeconómica.

Es evidente, sin embargo, que las necesidades financieras que plantea una emergencia sanitaria no son iguales que las derivadas de una mala gestión macroeconómica (suponiendo que entonces estuviera justificado aplicar un mecanismo como este que sacrifica y humilla a quien lo recibe).

Que no se engañe nadie: lo que hay detrás de esta propuesta que parte de los países de centro y norte Europa es aprovechar la ocasión para mostrarse superiores a los de la periferia, haciendo creer que las consecuencias letales de la epidemia son consecuencia de nuestra condición inferior y de nuestra incapacidad para gobernarnos con eficacia y sin despilfarro. Quieren castigarnos de nuevo para disimular que todo el entramado del euro está pensado y diseñado para que esos países absorban la mayor parte del valor y los beneficios que generamos los demás.

En segundo lugar, establecer que cada país acuda al MEDE por su cuenta para hacer frente a una emergencia sanitaria que afecta a todos los países es renunciar a principios elementales de cooperación y solidaridad, al esfuerzo común y a la complicidad que se supone que deben sostener a los estados miembros de una unión económica y política como la europea (e incluso más una unión monetaria como la Eurozona). Recurrir al MEDE no sólo es ofensivo sino que traiciona el espíritu europeo y proclama de facto que Europa se construye a partir de ahora a base del sálvese quien pueda. Si no hay esfuerzo mancomunado ni apoyo mutuo en medio de una emergencia que provoca la muerte de miles de europeos ¿cuándo los habrá?

En tercer lugar, porque el MEDE no puede proporcionar toda la financiación que sería necesaria para que una crisis sanitaria, humana, y económica como la que estamos viviendo se resuelva suficientemente bien.

Los ministros de Economía y Finanzas han propuesto utilizar unos 238.000 millones de euros para ofrecer líneas de crédito preventivas de hasta un 2% del PIB de cada país (algo menos de 25.000 millones en el caso de España).

Su insuficiencia es patente si se tiene en cuenta que sólo el plan de apoyo inmediato de Inglaterra es de 400.000 millones, que el de Dinamarca representa el 13% del PIB o que Estados Unidos acaba de aprobar una intervención de 2 billones de dólares. O si se considera que un grupo de expertos españoles valoraba ayer mismo como muy positivo que España recurriera al MEDE si la ayuda que recibiera fuese de 200.000 millones, casi todo lo que ha propuesto utilizar el Eurogrupo para todos los países.

En cuarto lugar, la alternativa del MEDE es la más cruel de todas las posibles por una razón muy sencilla. El Memorándum de Entendimiento sería sin lugar a duda la vía torticera que obligaría a España a aplicar de nuevo las políticas de recortes y desmantelamiento que son justamente las que han ocasionado que nuestros servicios públicos tengan ahora tantas dificultades para enfrentarse a la emergencia sanitaria. O digámoslo claro, las que han condenado a muerte a muchas personas y las que seguirían haciéndolo con el único objetivo de que el capital privado siga multiplicando sus beneficios.

Naturalmente, se me puede decir que los líderes europeos pueden ahora saltarse el Tratado del MEDE y dar los préstamos sin condiciones pero, si se pueden saltar los tratados, como de facto está ocurriendo cuando el Banco Central Europeo financia por la puerta de atrás a los gobiernos, ¿por qué no saltárselos entonces para que sea el BCE quien financia directamente en esta situación de emergencia?

El acuerdo del Eurogrupo es una auténtica vergüenza para Europa, un verdadero escándalo que la puede hacer saltar por los aires.

Como he explicado en otros artículos, hay otras posibles medidas que son menos costosas económicamente, más seguras, más solidarias y coherentes con el espíritu europeo y más respetuosas con la dignidad, con la soberanía y con el bienestar de las naciones europeas.

La exigencia de contar ahora con financiación extraordinaria no es el resultado de un derroche ni de un incumplimiento de normas previas sino de una emergencia que está matando a miles de personas.
Actuar como están haciendo los líderes europeos, con egoísmo y sin diligencia, debería considerarse como algo peor que un simple escurrir el bulto. Su comportamiento comienza a parecerse a un crimen económico contra la humanidad. La austeridad que impusieron en la anterior crisis mató a miles de personas y parece que siguen dispuestos a que eso vuelva a ocurrir.

Espero que se imponga la razón y que los Jefes de Estado y de Gobierno que se reúnen mañana jueves vayan más lejos, rompan los grilletes de la insolidaridad que está atenazando a Europa y que corrijan este acuerdo. La emisión de eurobonos en mucha mayor cantidad de la prevista por el Eurogrupo o la intervención directa sobre empresas y familias del Banco Central Europeo son las alternativas únicas y urgentes. El MEDE no lo es.

martes, 24 de marzo de 2020

"Todo sobre mi virus"

No hay epidemia sin crecimiento exponencial

Y todo crecimiento es exponencial.

La función exponencial es aplicable a todo lo que crece (curva azul). Si el crecimiento no se detiene, en algún momento se dispara. El crecimiento se asocia al tiempo. Sea rápido o lento, la curva exponencial es siempre la misma. Solamente varían la escala horizontal que mide los tiempos y la vertical que lo hace con los tamaños.

Desde luego que también es aplicable a lo que decrece. En este caso su forma es la línea roja.



Supongamos un capital que vale 1 al comenzar el año, y la magia de las finanzas, a través de un fondo de inversión algo cutre ("de bajo riesgo") lo termina con un modesto crecimiento del 1%. El 31 de diciembre se habrá convertido en 1,01.

Este capital ampliado es  la base de la función exponencial. El tiempo es el exponente. Si a la nueva cuantía le seguimos aplicando la misma tasa, al año siguiente el capital valdrá 1,0201. Vale, tampoco es mucho. Y al tercer año valdrá 1,030301. Ni se nota la acumulación: todavía no es desbocada. El cuarto año sigue creciendo desesperadamente poco: vale 1,04060401.

Sigamos adelante: ocho años después, 1,08285670562808. La tónica es la misma: ¡pásate a otro fondo! En dieciséis años valdrá sólo 1,17 (dejemos a un lado las trillonésimas de céntimo para no marearnos). 32 años después valdrá 1,37. Alcanzaremos 1,89 en 64 años. Para duplicar el capital hará falta algo más de tiempo, unos 70 años.

Pero en las próximas duplicaciones de tiempo la cosa varía. Tendremos la siguiente correlación:
  •   128 años                3,57
  •   256 años              12,77
  •   512 años            163
  • 1024 años       26.612
Se ha disparado.

Claro que un milenio parece mucho tiempo. Pongamos ahora una tasa de ganancia más habitual, el 3% (los técnicos en finanzas dicen que es la que mantiene el paro en una cifra "aceptable"), y preparemos la tabla correspondiente:
  •     2 años                  1,0609
  •     4 años                  1,1255
  •     8 años                  1,2668
  •   16 años                  1,6047
  •   32 años                  2,5751
  •   64 años                  6,6311
  • 128 años                43,97
  • 256 años           1.933
  • 512 años    3.738.170
Tela marinera. Ahora el capital se duplica en 24 años.

Estos crecimientos son los que no acaban de satisfacer a los economistas del sistema. La larga distancia no es su fuerte, sumergidos como están en la inmediatez (¿inmediotez?).

La escala horizontal de los tiempos es la que se alarga o encoge. La mejor herramienta para el análisis es el tiempo de duplicación. 70 para 1,01, 24 para 1,03...

Las unidades, a efectos del análisis, son lo de menos. Los tiempos pueden ser años, meses o días. Los tamaños pueden medir euros, cereales o vidas humanas.

Todo crecimiento exponencial encuentra sus límites. Los de la economía son las crisis de sobreproducción, que cambian el crecimiento en decrecimiento, generalmente con un tiempo de reducción a la mitad mucho más corto.

Porque la función exponencial no solo registra el crecimiento. También el decrecimiento. Y también aquí es la clave del proceso el tiempo de reducción a la mitad.

Para entender el desarrollo del crecimiento exponencial más allá de un límite en que solo vemos en la gráfica una línea casi vertical que crece y crece, necesitamos una herramienta que nos permita "aplacar" esa curva. Y ahí entra en escena otra función que va a reducir drásticamente la escala vertical: la función logarítmica.























Es la función inversa de la exponencial. Así como esta última se dispara en el tiempo horizontal, la función logarítmica comprime la cuantía vertical. La escala correspondiente se contrae conforme ascendemos por ella, en la misma medida en que se expande la horizontal. Esto convierte la curva exponencial en una recta.

Así pueden representarse cantidades enormes sobre la gráfica.

Sigue un ejemplo, tomado de ahora mismo, de como crece el contagio del coronavirus en diferentes lugares. Se trata de un crecimiento exponencial (valga la redundancia), porque la tasa de contagio es mayor que uno. Naturalmente, como todo crecimiento, tiene límites. Uno es el número de contagiados, que no puede ser mayor que la población. Además, los contagiados, o curan o mueren, con lo que dejan de ser agentes de transmisión. Los que curan, si son mayoría, están más o menos inmunizados. En todo caso, hay un límite natural en cualquier epidemia.



















Aunque la gráfica logarítmica traduce la representación a una recta, lo que vemos es una curva con constantes cambios de pendiente. Es fácil de explicar. Aunque el crecimiento sea exponencial, nunca se trata de la misma función exponencial. La tasa de crecimiento cambia continuamente, y con ella el tiempo de duplicación. Cuando la línea tiende a ser horizontal, la tasa tiende a cero. El valor permanece constante, y el tiempo de duplicación se alarga indefinidamente. El paso siguiente es una tasa negativa. Entonces la función exponencial cambia el crecimiento rápido por un decrecimiento, primero también rápido, después cada vez más paulatino.

En los ejemplos considerados más arriba, crecimientos económicos bajos en periodos de cómputo largos, los tiempos de duplicación solo inquietan si somos conscientes de hallarnos en los límites de capacidad extractiva de energías fósiles y de numerosos materiales indispensables para nuestro modo de vida. El sistema económico en que estamos inmersos no puede funcionar sin crecimiento, y este deja de ser posible.

Mucho más fácilmente se comprende el problema cuando el tiempo en que se mide es corto (días en vez de años), y la tasa de crecimiento supera el 100%. El crecimiento del contagio de un virus es vertiginoso, y si no se reduce esa tasa en la que un solo infectado puede contagiar a más de uno. Por eso hay que disminuir radicalmente la probabilidad limitando drásticamente los contactos. Aún con una baja tasa de mortalidad, si se llega a contagiar todo el mundo podrían morir cientos de millones. Si además colapsan los servicios sanitarios podríamos llegar a tragedias semejantes a las pestes medievales.

Volviendo a la función exponencial, expondré algunos casos que no son frecuentes, aunque tasas mayores del 10% las hemos visto en crecimientos vertiginosos como el de China. Puede observarse como se aplana la curva al acercarse al estado estacionario, y como desciende con el tiempo para tasa negativas.

Gráficas elaboradas con GeoGebra

Base = 1,3. Tasa de crecimiento, 30%

Base = 1,2. Tasa de crecimiento, 20%



Base = 1,1. Tasa de crecimiento, 10%



Base = 1. No hay crecimiento



Base = 0,9. Decrecimiento, 10%




Base = 0,8. Decrecimiento, 20%



Base = 0,7. Decrecimiento, 30%






















La escala logarítmica, única que permite representar las brutales cifras que ocasiona este virus, muestra el desarrollo de la pandemia en distintos países hasta el 20 de marzo. Atención a las cifras de la escala vertical, con un orden de magnitud que se multiplica por diez en cada escalón.







Tras esta exposición sucinta de los serios problemas que implica un crecimiento exponencial, sigue una noticia sobre un estudio del Imperial College de Londres que analiza las diversas posibilidades de afrontamiento de la pandemia:

¿Cuánto tiempo va a durar la epidemia? ¿Qué efectos van a tener las diferentes medidas de "distancia social" que se están tomando? ¿Cuáles son las más efectivas?

A estas preguntas tratan de responder epidemiólogos de todo el mundo.

El equipo del Imperial College de Londres, uno de los más reconocidos mundialmente, ha publicado un informe sobre los diferentes escenarios que considera más probables. Aunque sus simulaciones se limitan a Reino Unido y EEUU, señalan que los resultados son válidos para otros países europeos.

Ante cualquier epidemia, hay dos estrategias posibles:
  • Estrategia de mitigación: El objetivo es frenar la transmisión de la enfermedad.
  • Estrategia de supresión: El objetivo es tender a eliminar del todo la transmisión. El coste social y económico de estas medidas es mucho más alto.

1.- ¿Cómo sería la epidemia si no tomamos ninguna medida?

En el caso de que no hubiésemos tomado ninguna medida social:

  • El pico de la epidemia se alcanzaría en torno a mayo de 2020 y no terminaría hasta agosto.
  • El número total de fallecidos en España estaría alrededor de 350.000 personas.
  • En la peor jornada morirían 9.400 personas en un mismo día.
En el siguiente gráfico tenéis el número de fallecidos por día por cada 100.000 habitantes para el Reino Unido y EEUU:



2.- ¿Cómo sería la epidemia tomando diferentes medidas de mitigación?


Los autores pasan luego a considerar una serie de intervenciones sociales posibles para la mitigación, manteniendo estas medidas durante 3 meses:

  • a.- Curva color negro (como referencia): Sin tomar ninguna medida.
  • b.- Curva color verde: Cierre de escuelas y de universidades.
  • c.- Curva color naranja: Aislamiento de los casos en casa. Las personas que tienen síntomas permanecen en casa durante 7 días.
  • d.- Curva color amarillo: Cuarentenas familiares. En el caso de que exista alguna persona sintomática, todas las personas de su hogar permanecen en casa durante 14 días.
  • e.- Curva color azul: Aislamiento de los casos en casa, cuarentenas familiares y distancia social para los mayores de 70 años.
  • f.- Línea roja. (Abajo del todo): Capacidad de las unidades de cuidados intensivos.



Como podéis ver, cualquiera de las medidas de mitigación supera, con mucho, la capacidad del sistema sanitario (la línea roja).

La única estrategia viable es la supresión.


3.- ¿Cómo sería la epidemia tomando estrategias de supresión?

Para estudiar la supresión, los epidemiólogos del Imperial College consideran dos tipos de medidas mantenidas durante 5 meses:

  • a.- Curva color negro (como referencia): Sin tomar ninguna medida.
  • b.- Curva de color naranja: Aislamiento de los casos con síntomas, cuarentenas caseras y "distancia social" entre toda la población.
  • c.- Curva de color verde: Cierre de escuelas y de universidades, aislamiento de los casos con síntomas y "distancia social" entre toda la población.
  • d.- Línea roja: Capacidad de las unidades de cuidados intensivos.


Ahora sí, con la medidas más contundentes (línea verde), se consigue no colapsar el Sistema Sanitario.

Pero existe un problema adicional: cuando estas medidas se relajan (en el gráfico, a partir de septiembre), la epidemia vuelve a coger velocidad, ya que la mayoría de la población no ha adquirido la "inmunidad de grupo".

Los investigadores concluyen que para evitar un "rebote" de la epidemia, las medidas tendrían que ser mantenidas durante el tiempo necesario para desarrollar una vacuna, producirla y administrarla a gran parte de la población, que estiman en al menos 18 meses.

En este enlace podéis encontrar el trabajo completo del Imperial College.

sábado, 21 de marzo de 2020

Cuatro razones para un colapso civilizatorio

Hace más de medio siglo que Umberto Eco dividía a los habitantes de aquella (que es esta) modernidad en Apocalípticos e integrados. Hoy haríamos mejor el análisis distinguiendo entre preocupados y desinformados.

El autor del artículo que sigue pertenece desde luego a los primeros. El panorama que presenta se corresponde con lo que venimos observando. Una civilización: 
  • energívora, que ha llevado al rápido agotamiento de sus recursos, energéticos y otros,
  • su fuerza impulsora es el beneficio del capital, lo que lleva al sistema a devorar partes de sí mismo cuando no encuentra otro modo de alimentarse (capitalismo catabólico),
  • planetaria y ecocida, llegando a los límites en que el único ecosistema superviviente será el humano, terriblemente pobre en comparación con los que se han ido conformando a lo largo de cientos de millones de años,
  • con la capacidad de respuesta colectiva paralizada por un sistema político fragmentado entre naciones antagonistas gobernadas por élites corruptas, a quienes preocupa más la riqueza y el poder que las personas y el planeta.
¿Hay esperanza aún? Sería (será) necesaria una formidable toma de conciencia que reduzca sustancialmente el número de desinformados, integrándolos en un potente y activo grupo de preocupados.

Foto: Studio Incendo – https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/






















Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo


Según se aproxima la fecha de caducidad de la civilización moderna, aumenta el número de estudiosos que dedican su atención a la decadencia y caída de las civilizaciones del pasado. Dichos ensayos proponen explicaciones contrapuestas de las razones por las que las civilizaciones fracasan y mueren. Al mismo tiempo ha surgido un mercado lucrativo en torno a novelas, películas, series de televisión y videojuegos post-apocalípticos para aquellos que disfrutan con la emoción indirecta del caos y los desastres oscuros y futuristas desde el confort de su sofá. Claro que sobrevivir a la realidad será una historia bien distinta.

El temor latente a que la civilización tenga sus horas contadas ha generado un mercado alternativo de ingenuos “felices para siempre” que se aferran desesperadamente a su confianza en el progreso ilimitado. Optimistas irredentos como el psicólogo cognitivo Steven Pinker tranquilizan a esta muchedumbre ansiosa asegurándole que la nave titánica del progreso es insumergible. Las publicaciones de Pinker lo han convertido en el sumo sacerdote del progreso (1). Mientras la civilización gira alrededor del sumidero, su ardiente público se reconforta con lecturas y libros llenos de pruebas elegidas cuidadosamente para demostrar que la vida es ahora mejor de lo que nunca ha sido y que probablemente continuará mejorando. Sin embargo, cuando se le pregunta, el propio Pinker admite que es incorrecto extrapolar que tenemos el progreso garantizado solo por el hecho de que hasta ahora hayamos progresado (2).

Las estadísticas color de rosa de Pinker disimulan hábilmente el fallo fundamental de su argumentación: el progreso del pasado se consiguió sacrificando el futuro, y el futuro lo tenemos encima. Todos los datos felices que cita sobre el nivel de vida, la esperanza de vida y el crecimiento económico son producto de una civilización industrial que ha saqueado y contaminado el planeta para crear un progreso fugaz para una creciente clase media –y enormes beneficios y poder para una pequeña élite.

No todos los que entienden que el progreso se ha adquirido a costa del futuro piensan que el colapso civilizatorio será abrupto y amargo. Algunos estudiosos de las antiguas sociedades, como Jared Diamond y John Michael Greer, señalan acertadamente que el colapso repentino es un fenómeno raro en la historia. En The Long Descent, Greer asegura a sus lectores que el mismo modelo se repite una y otra vez en la historia. La desintegración gradual, no una catástrofe repentina, es el modo en que finalizan las civilizaciones”. El tiempo que suelen tardar estas en apagarse y colapsar, por término medio, es de unos 250 años, y este autor no ve razones por las que la civilización moderna no vaya a seguir esta evolución (3).

Pero la hipótesis de Greer es poco sólida porque la civilización industrial muestra cuatro diferencias fundamentales con todas las anteriores. Y cada una de ellas puede acelerar e intensificar el colapso venidero además de aumentar la dificultad de recuperación.

Diferencia nº 1

A diferencia de todas las anteriores, la civilización industrial moderna se alimenta de una fuente de energía excepcionalmente rica, no renovable e irremplazable: los combustibles fósiles. Esta base de energía única predispone a la civilización industrial a tener una vida corta, meteórica, con un auge sin precedente y un descalabro drástico. Tanto las megaciudades como la producción globalizada, la agricultura industrial y una población humana que se aproxima a los 8.000 millones de habitantes son una excepción histórica –e insostenible– facilitada por los combustibles fósiles. En la actualidad, los ricos campos petroleros y las minas de carbón fácilmente explotables del pasado están casi agotados. Y, aunque contemos con energías alternativas, no existen sustitutos realistas que puedan producir la abundante energía neta que los combustibles fósiles suministraron todo este tiempo (4). Nuestra civilización compleja, expansiva y acelerada debe su breve existencia a esta bonanza energética en rápido declive que solo tiene una vida.

Diferencia nº 2

A diferencia de las civilizaciones del pasado, la economía de la sociedad industrial es capitalista. Producir para obtener beneficios es su principal directriz y fuerza impulsora. En los dos últimos siglos, el excedente energético sin precedentes proporcionado por los combustibles fósiles ha generado un crecimiento excepcional y enormes beneficios. Pero en las próximas décadas este maná de abundante energía, crecimiento constante y beneficios al alza se desvanecerá.

No obstante, a menos que sea abolido, el capitalismo no desaparecerá cuando la prosperidad se convierta en descalabro. En vez de eso, el capitalismo sediento de energía y sin poder crecer se volverá catabólico. El catabolismo es un conjunto de procesos metabólicos de degradación mediante el cual un ser vivo se devora a sí mismo. A medida que se agoten las fuentes de producción rentables, el capitalismo se verá obligado a obtener beneficios consumiendo los bienes sociales que en otro tiempo creó. Al canibalizarse a sí mismo, la búsqueda de ganancias agudizará la espectacular caída de la sociedad industrial.

El capitalismo catabólico sacará provecho de la escasez, de la crisis, del desastre y del conflicto. Las guerras, el acaparamiento de los recursos, el desastre ecológico y las enfermedades pandémicas se convertirán en las nuevas minas de oro. El capital se desplazará hacia empresas lucrativas como la ciberdelincuencia, los préstamos abusivos y el fraude financiero; sobornos, corrupción y mafias; armas, drogas y tráfico de personas. Cuando la desintegración y la destrucción se conviertan en la principal fuente de beneficios, el capitalismo catabólico arrasará todo a su paso hasta convertirlo en ruinas, atracándose con un desastre autoinfligido tras otro (5).

Diferencia nº 3

A diferencia de las sociedades del pasado, la civilización industrial no es romana, china, egipcia, azteca o maya. La civilización moderna es HUMANA, PLANETARIA y ECOCIDA. Las civilizaciones preindustriales agotaron su suelo fértil, talaron sus bosques y contaminaron sus ríos. Pero el daño era mucho más temporal y estaba geográficamente delimitado. Una vez que los incentivos del mercado perfeccionaron el colosal poder de los combustibles fósiles para explotar la naturaleza, las funestas consecuencias fueron de ámbito planetario. Dos siglos de quema de combustibles fósiles han saturado la biosfera con un carbono que ha alterado el clima y que continuará causando estragos durante las próximas generaciones. El daño causado a los sistemas vivos de la Tierra –la circulación y composición química de la atmósfera y del océano; la estabilidad de los ciclos hidrológicos y bio-geoquímicos; y la biodiversidad del planeta entero– es esencialmente permanente.

Los humanos se han convertido en la especie más invasora jamás conocida. Aunque apenas somos un mero 0,01 por ciento de la biomasa del planeta, nuestros cultivos y nuestro ganado domesticado dominan la vida en la Tierra. En términos de biomasa total, el 96 por ciento de los mamíferos que pueblan el planeta son ganado; frente al 4 por ciento salvaje. El 70 por ciento de todas las aves son aves de corral, frente a un 30 por ciento salvaje. Se calcula que en los últimos 50 años han desaparecido en torno a la mitad de los animales salvajes de la Tierra (6). Los científicos estiman que la mitad de las especies restantes desaparecerán hacia el final del siglo (7). Ya no quedan ecosistemas vírgenes o nuevas fronteras adonde las personas puedan huir del daño que han causado y recobrarse del colapso.

Diferencia nº 4

La capacidad colectiva de la civilización humana para afrontar sus crecientes crisis se ve paralizada por un sistema político fragmentado entre naciones antagonistas gobernadas por élites corruptas a quienes preocupa más la riqueza y el poder que las personas y el planeta. La humanidad se enfrenta a una tormenta perfecta de calamidades globales que convergen. El caos climático, la extinción desenfrenada de especies, la escasez de alimentos y agua dulce, la pobreza, la desigualdad extrema y el aumento de las pandemias globales están erosionando a marchas forzadas las bases de la vida moderna.

Pero este sistema político díscolo y fracturado impide casi por completo la organización de una respuesta cooperativa. Y cuanto más catabólico se vuelve el capitalismo industrial, más aumenta el peligro de que gobernantes hostiles aviven las llamas del nacionalismo y se lancen a la guerra por los escasos recursos. Por supuesto que la guerra no es algo nuevo. Pero la guerra moderna es tan devastadora, destructiva y tóxica que poco deja detrás. Ese sería el último clavo del ataúd de la civilización.

¿Resurgiendo de las ruinas?

El modo en que las personas respondan al colapso de la civilización industrial determinará la gravedad de sus consecuencias y la estructura que la reemplace. Los desafíos son monumentales. Nos obligarán a cuestionar nuestra identidad, nuestros valores y nuestras lealtades más que ninguna otra experiencia en la historia. ¿Quiénes somos? ¿Somos, por encima de todo, seres humanos que luchamos por sacar adelante a nuestras familias, fortalecer nuestras comunidades y coexistir con otros habitantes de la Tierra? ¿O nuestras lealtades básicas son hacia nuestra nación, nuestra cultura, nuestra raza, nuestra ideología o nuestra religión? ¿Podemos dar prioridad a la supervivencia de nuestra especie y de nuestro planeta o nos permitiremos quedar irremediablemente divididos según líneas nacionales, culturales, raciales, religiosas o de partido?

El resultado final de esta gran implosión está en el aire. ¿Seremos capaces de superar la negación y la desesperación, vencer nuestra adicción al petróleo y tirar juntos para acabar con el control del poder corporativo sobre nuestras vidas? ¿Conseguiremos promover la democracia genuina, mejorar la energía renovable, retejer nuestras comunidades, reaprender técnicas olvidadas y sanar las heridas que hemos causado a la Tierra? ¿O el miedo y los prejuicios nos conducen a terrenos hostiles, a la lucha por los menguantes recursos de un planeta degradado? Lo que está en juego no puede ser más importante.

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Notas:


[1] Algunos de sus libros son: The Better Angels of Our Nature and Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress.

[2] King, Darryn. “Steven Pinker on the Past, Present, and Future of Optimism” (OneZero, Jan 10, 2019) https://onezero.medium.com/steven-pinker-on-the-past-present-and-future-of-optimism-f362398c604b

[3] Greer, John Michael.  The Long Descent (New Society Publishers, 2008): 29.

[4] Heinberg, Richard. The End Of Growth. (New Society, 2011): 117.

[5] Para más información sobre el capitalismo catabólico, léase: Collins, Craig. “Catabolism: Capitalism’s Frightening Future,”CounterPunch (Nov. 1, 2018).  https://www.counterpunch.org/2018/11/01/catabolism-capitalisms-frightening-future/

[6] Carrington, Damian. “New Study: Humans Just 0.01% Of All Life But Have Destroyed 83% Of Wild Mammals,” The Guardian (May 21, 2018). https://www.theguardian.com/environment/2018/may/21/human-race-just-001-of-all-life-but-has-destroyed-over-80-of-wild-mammals-study

[7] Ceballos, Ehrlich, Barnosky, Garcia, Pringle & Palmer. “Accelerated Modern Human-Induced Species Losses: Entering The 6th Mass Extinction,” Science Advances. (June 19, 2015). https://advances.sciencemag.org/content/1/5/e1400253

Craig Collins es autor de Toxic Loopholes, sobre el sistema disfuncional de protección al medio ambiente de EE.UU. Enseña ciencia política y derecho medioambiental en la Universidad de California en East Bay y fue miembro fundador del Partido Verde de California.



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