martes, 31 de julio de 2018

Desigualdades de salud

Los apologetas del liberalismo pasan por alto la desigualdad social. En el mejor de los casos la consideran un mal necesario, porque sin la libre competencia capitalista las sociedades quedarían paralizadas. De igual modo que en una carrera los corredores más veloces se van distanciando de los más lentos, los individuos y las sociedades más prósperas progresan más rápidamente. Pero, como en la carrera, "todos avanzan".

Esta visión simplista no tiene en cuenta el hecho real de la explotación que tan a menudo reduce a la miseria a los menos aventajados en la imaginada carrera. Se basa en la optimista teoría del "progreso indefinido", que las crisis periódicas se encargan de refutar continuamente. La realidad se encarga de recordarnos los límites de todo crecimiento, y el símil adecuado no sería la carrera (¿hacia qué meta?), sino la guerra por las fuentes de beneficio.

Si en los momentos expansivos es posible un cierto derrame de la riqueza y el bienestar, en las fases depresivas los avances de unos se realizan a costa del retroceso de otros.

Cuando los beneficios disminuyen, bien sea por la resistencia de los explotados (y no hay que olvidar que el rozamiento aumenta con la presión; símil electrónico, las corrientes de Foucault...), sea por los cambios en la composición orgánica de capital o bien por el más que evidente agotamiento de los recursos, los capitales buscan otras vías para la acumulación, creando cada vez que lo necesitan nuevas oportunidades de negocio.

Este es el caso de la sanidad pública, y así ocurre con muchos otros bienes comunes. Por eso se privatizan cada vez más los servicios sociales, la educación y los servicios de salud. Frente a una demanda socializada de alza una oferta privatizada. Negocio redondo.

Y si cada uno debe costearse lo que necesita, solamente podrá hacerlo si puede pagárselo.

Hay que entender esto para dar la batalla por la igualdad en la salud, y entonces estará claro que la batalla por lograrla es esencialmente política. Esto mismo afirmaba Joan Benach en una entrevista realizada por estudiantes del Programa Doctoral en Salud Pública con Especialidad en Determinantes Sociales de la Salud, de la Escuela Graduada de Salud Pública de la Universidad de Puerto Rico, durante una reciente visita a dicha universidad.

Joan Benach es Catedrático de Sociología en la Universidad Pompeu Fabra (UPF). Director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET) y Subdirector del Johns Hopkins University-UPF Public Policy Center. Como director de la Red de Conocimiento de Condiciones de Empleo (EMCONET), creada en el 2005 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), jugó un rol importante en la identificación, acopio, debate y diseminación de información científica sobre los determinantes sociales de las inequidades de salud en el mundo, especialmente en el campo del empleo y el trabajo.

Siguen algunas de sus consideraciones.

















Entrevista a Joan Benach


Gloria Nazario (GN): Usted ha planteado en sus conferencias que vivimos en un mundo extraordinariamente desigual, en el que un grupo cada vez menor de personas, empresas y países controlan la mayor parte de la riqueza. Describe esa desigualdad como obscena y nos invita a mirar sus implicaciones sobre la salud. Le pregunto: ¿No ha habido avances en la salud de la humanidad? ¿Por qué son tan importantes las desigualdades sobre la salud?

Joan Benach (JB): En numerosas ocasiones he señalado y también escrito que, en mi opinión, la peor “epidemia” que vive la humanidad es la desigualdad social y su impacto en la salud. En el año 2009 el informe Oxfam dijo que 380 personas acumulaban la misma riqueza que la mitad de la humanidad. Hace un par de años señalaron que 62 personas tenían tanta riqueza como la mitad más pobre del planeta, pero en el informe del año siguiente, en 2017, dijeron que se habían equivocado en los cálculos y que la brecha entre ricos y pobres aún era mayor ya que tan sólo 8 multimillonarios tenían tanta riqueza como 3,700 millones de personas. Eso es inaudito, algo único en la historia. Al tiempo que eso ha ocurrido, también es cierto que, a lo largo de los últimos siglos y décadas, determinados procesos ligados con la salud, la sanidad y el conocimiento y control de enfermedades han ido mejorando. Entre los ejemplos más citados suele hablarse del acceso a antibióticos para tratar la neumonía por ejemplo, vacunas como la de la polio, tratamientos quirúrgicos especializados, por ejemplo, para tratar las cataratas, la disponibilidad de alimentos mejores y más seguros, el poder tener agua potable limpia y sin gérmenes, tener vehículos con menos riesgos y las mejoras en la salud laboral o los avances en la atención materno-infantil, por sólo citar algunos avances de una larga lista. Sin embargo, a pesar de esos progresos, y por distintas razones, las cosas no son tan positivas como a veces muchos piensan o dicen.

GN: ¿Por qué? ¿Qué razones nos permitirían entender por qué no todo es tan positivo como parece?

JB: El tema es bastante complejo porque tiene muchas caras, pero quizás podríamos resumirlo de la forma más breve posible en cinco puntos, aunque en realidad cada uno de ellos merecería una larga reflexión.
Lo primero que hay que entender es que muchos de los indicadores de salud que solemos usar, como las tasas de mortalidad por ejemplo, no son tan buenos ni tan válidos como a veces creemos. Un ejemplo es el enorme subregistro y gran cantidad de causas de muerte “mal definidas” que existe en muchos países (pensemos que menos del 10% tienen registros de calidad), sobre todo en los países y poblaciones más pobres, en donde hay causas de muerte muy estigmatizadas como el suicidio, todo lo cual distorsiona en buena medida los resultados que conocemos. 
Un segundo elemento es que, aunque sepamos medir la mortalidad u otros indicadores de enfermedad, eso no quiere decir que entendamos adecuadamente el conjunto de la salud humana. Y es que para entender la salud de forma integral hay que entender -y medir- temas muy importantes como son el malestar psíquico, el sufrimiento, la desesperanza, la humillación, la alienación social, o incluso la falta de sentido de la vida que mucha gente padece en el mundo actual. 
El tercer aspecto es que sabemos que, al tiempo que mejoran algunos temas de salud, otros empeoran. Un ejemplo es lo que en medicina se conoce como “iatrogenia”, es decir, el hecho de que determinados fármacos y tratamientos curan enfermedades pero, al mismo tiempo, nos enferman y matan. No por casualidad la iatrogenia es ya hoy la tercera causa de muerte en Estados Unidos. En el capitalismo del siglo 21, las grandes corporaciones químico-farmacéutico-tecnológicas hacen todo lo que pueden para lograr sacar el máximo de beneficios; eso quiere decir que “inventan” enfermedades y que presionan, manipulan y hacen todo lo posible para que, entre todos, profesionales sanitarios y enfermos, usemos determinados tratamientos que les generan beneficios pero que dañan la salud. Esa es también una “epidemia” que deberíamos evitar. Pensemos que alrededor de medio millón de personas en los países ricos mueren por efectos adversos a psicofármacos, la mayoría de los cuales son usados sin necesidad, o que en la Unión Europea mueren anualmente unas 200,000 personas a causa de los medicamentos. Otro conocido caso es el uso de cesáreas innecesarias en mujeres embarazadas, casi siempre realizadas en hospitales privados. En definitiva, al tiempo que la atención primaria y socio-sanitaria están infrautilizadas, muchos medicamentos y tratamientos deberían evitarse porque no curan sino que nos matan. 
Un cuarto punto es que, aunque la salud haya mejorado, eso no significa que tenga que seguir haciéndolo, ni quiere decir que alcancemos el nivel de salud que, de forma razonable, podríamos lograr. Y es que actualmente muchos países tienen una mortalidad infantil y una mortalidad materna demasiado elevadas, hay aún muchas enfermedades infecciosas prevenibles, millones de muertes prematuras, falta de atención sanitaria básica, etc., todo lo cual sería relativamente fácil y barato conseguir. Por tanto, hay muchas necesidades que cubrir. Por ejemplo, algo tan básico e importante para la salud como tener una vivienda, un trabajo o una sanidad dignos, disponer de alimentos adecuados y de agua limpia. Según la OMS se estima que 2,100 millones de personas carecen de agua potable en el hogar y que más del doble no disponen de saneamiento seguro. Y está el tema del hambre y la malnutrición. Quizás hace tres o cuatro siglos uno podría decir que no teníamos los medios, el conocimiento y la tecnología para alimentar a toda la humanidad, pero hoy sí los tenemos. Por tanto, arreglar esos problemas no es un asunto técnico sino político. 
Y un quinto e importante último punto es el hecho de que aunque mejore la salud, eso no quiere decir necesariamente que se reduzcan las desigualdades entre países y entre grupos sociales. Como ya he dicho, hoy estamos viviendo bajo una brutal desigualdad social y económica, donde los grupos sociales más excluidos, marginados y empobrecidos son los que más sufren las consecuencias de los determinantes sociales, económicos y políticos sobre la salud. A pesar de haberse producido –sobre todo en las últimas décadas- múltiples mejoras tecnológicas, si nos olvidamos de la urgente necesidad de mejorar esos determinantes, es casi imposible que gran parte de la población mundial pueda vivir una vida digna y con buena salud. Pensemos que una de cada cuatro personas en el planeta (unos 1,700 millones de personas) necesita tratamiento contra enfermedades tropicales no atendidas, y que una de cada 3.5 personas (unos 2,000 millones) no tiene acceso a medicinas esenciales. Eso tiene que ver con esa brutal desigualdad y con las relaciones de poder existentes, en las que una élite, una parte pequeña de la humanidad, vive bien (o muy bien) a costa del resto, en un planeta que sufre una gravísima crisis socio-ecológica, directamente conectada con la evolución de un capitalismo a veces llamado “corporativo”, “plutocrático”, “cognitivo” o incluso “neofeudal”, entre otros apellidos, que nos lleva al colapso y al abismo, del que si quiere podemos hablar con más detalle.
(...)
GN: Usted describió la crítica a los estilos de vida diciendo que “no elige quien quiere, sino que elige quien puede”… 
JB: Sí, es verdad, es una frase que intenta resumir de la forma más sencilla posible un tema que no es fácil de resumir. Un economista y novelista español fallecido hace unos años, José Luis Sampedro, solía decir que creer que las personas hacemos simplemente “elecciones personales” es en gran medida un mito, porque uno no puede elegir hacer determinadas cosas, y tampoco las pueden elegir todas las personas. Y es que no todas las personas tienen la misma capacidad, recursos y oportunidades para elegir qué hacer. Sampedro lo ilustraba diciendo por ejemplo: “sí claro, somos libres. Prueben a ir al supermercado a comprar algo con los bolsillos vacíos. A ver, a ver ¿cuánto pueden elegir y cuánto comprar?” Claro está, no puedes comprar nada con los bolsillos vacíos, necesitas dinero. Por tanto, no se trata puramente de un acto de elección voluntaria, o de una persona que decide hacer algo. Hay otros factores detrás, -en este caso la capacidad adquisitiva y todo lo relacionado con ello- que hemos de ser capaces de ver y entender.
GN: Y la gente por lo general hace lo mejor que puede dentro de sus circunstancias vitales…
JB: Desde luego, la gente no hace en su vida lo que quiere sino lo que puede o lo que le dejan hacer en base a las oportunidades, recursos, educación, cultura, poder, relaciones sociales, y otros factores, de que disponga. Si uno ha sido culturalizado en una familia, un barrio, o unos amigos donde lo común, lo normal, es consumir determinadas drogas como el alcohol o el tabaco, lo más probable es que esa persona consuma esas drogas. ¿Por qué? Porque las circunstancias relacionadas con la socialización y la disponibilidad de esas sustancias así lo facilitan, o lo hacen probable. Por tanto, no podemos aislar la elección y la conducta humana de la sociedad, ni de los grupos sociales a los que pertenecemos que, en gran medida, configuran nuestra identidad, nuestra cultura y nuestras conductas. El género, la clase social, el lugar geográfico donde vivimos, nuestro barrio, familia, cultura... Todo eso nos constituye como personas, como grupos sociales; y al mismo tiempo que lo hace, nos da más o menos posibilidades, más o menos oportunidades para hacer determinadas cosas y para desarrollar determinadas conductas. Eso explica, por ejemplo, por qué en los años 30 los fumadores básicamente eran hombres de las clases sociales más privilegiadas de los países más ricos que podían comprar los cigarrillos y, en cambio, que años y décadas más tarde fueron las mujeres y las personas de la clase obrera y de los países más empobrecidos quienes se sumaron ampliamente al hábito de fumar. En la medida en que los estudios científicos mostraron a la sociedad que fumar era malo para la salud, las personas de los grupos sociales más favorecidos fueron dejando de fumar mientras que, en cambio, otras personas de otros grupos no tuvieran las mismas oportunidades, no fueron tan conscientes de ello, o simplemente fueron el objetivo diana de las corporaciones tabaqueras interesadas en vender sus productos. Sabemos también que el conocimiento “per se” no implica cambios en las conductas y es que, como dije, hay que entender causas políticas y económicas muy profundas. En el caso del tabaquismo, a pesar del conocimiento adquirido y de todos los avances y campañas preventivas realizadas, las causas estructurales asociadas al beneficio y al poder hacen que en el siglo 21 vayan a morir debido al tabaco nada menos que 1,000 millones de personas. 
GN: En relación con el ejemplo del tabaco y lo que está comentando, ¿podría explicar con más detalle un fenómeno que creo es poco conocido y que comentó en una conferencia según el cual las desigualdades en salud tienden a ser “adaptables”?
JB: Sí, por supuesto, esa es una característica de las desigualdades en salud que comenté hace más de dos décadas en un artículo. No siempre los problemas sociales o de salud, o las propias desigualdades en salud ocurren en las clases sociales más pobres o en las personas que pertenecen a los grupos más excluidos. No siempre, pero casi siempre, con muchísima frecuencia. Ahora bien, a lo largo de la historia, cuando en algunos casos las personas de las clases más privilegiadas quedan más expuestas a riesgos o tienen más problemas de salud, lo cierto es que terminan por adaptarse, por aprender, por tomar conciencia y a la postre por mejorar su situación antes que otros grupos sociales. Eso quiere decir la “adaptabilidad”. El caso del tabaco antes comentado es un buen ejemplo. Cuando en los años 60, tras casi 15 años de estudios científicos, quedó claro que fumar es malo para la salud, los ricos se dieron cuenta pronto de que eso les perjudicaba y dejaron de fumar antes y más rápido que los pobres. En cambio, la población más pobre dejó de fumar pero en mucha menor medida. ¿Por qué? Por no tener las mismas oportunidades, los mismos recursos, los mismos medios o el mismo nivel de educación que las otras clases sociales. Es en ese sentido que comento que las desigualdades de salud son “adaptables”, algo que por otra parte ocurre con otros muchos temas. Pongo otro ejemplo, el de los alimentos “orgánicos” o “ecológicos”. Sabemos que una parte de la comida que consumimos, aparte de no ser muy nutritiva y tener elementos que tienden a engordarnos, tienen trazas de elementos químicos o de metales pesados que nos enferman y matan prematuramente. Un conocido ejemplo es el mercurio que tiende a bioacumularse en la cadena trófica y se deposita masivamente en pescados como los atunes por ejemplo. En parte por eso es que en las últimas décadas se ha ido extendiendo el hábito de consumir alimentos no tratados químicamente o no expuestos a productos sintéticos tóxicos. ¿Quiénes tienen un mayor acceso a ese tipo de alimentos ecológicos? Claro está, son las personas que tienen más consciencia, más recursos y el dinero necesario para consumir productos más caros pero más sanos que el resto de alimentos que tomamos. Por cierto, que también aquí son las grandes transnacionales las que tienden a controlar a las marcas orgánicas en eso que a veces se llama el sector bio. Sin embargo, afortunadamente van surgiendo también cada vez con más fuerza ejemplos de cooperativas de agricultores que venden sus productos orgánicos en barrios populares y sin los medios químicos propios de la agroindustria. 
GN: Usted ha insistido en que hay que tener conocimientos de historia en el campo de la salud pública, que la historia nos ayuda a comprender los determinantes estructurales de la salud, y que de ese modo es posible entender mejor cómo las causas de tipo socio-económico y político afectan la salud. El caso de la desaparición de la Unión Soviética que usted señaló me llama la atención, porque es un cambio, una ruptura, con unas consecuencias muy marcadas sobre la salud. ¿Podría abundar un poco sobre cómo una mirada histórica nos ayuda a comprender el deterioro de la salud en el caso del colapso que ocurrió en la Unión Soviética? 
JB: El tema que señala es muy importante pero con frecuencia olvidado en el campo de la salud pública. ¿Por qué importa entender la historia cuando pensamos en la salud de la población? Cuando digo eso no estoy diciendo que sea necesario que las personas tengan que tener muchísimos conocimientos históricos, no es eso. La cuestión estriba más bien en “tener sentido histórico” de la sociedad, de cómo es su evolución, sus procesos, sus luchas, sus logros o fracasos. ¿Qué quiero decir con “sentido histórico”? No se trata de tener una visión superficial de la historia, como el de quienes cuentan alguna cosa sobre una batalla o sobre la biografía y caprichos de un rey o de una reina. Eso no es la historia, eso es solo la superficie factual, una especie de simplificación casi ridícula de lo que en realidad es la historia. Y es que la historia es  -o debiera ser-  una ciencia total, como han dicho historiadores como Fernand Braudel, Pierre Vilar o Josep Fontana. Una ciencia total, integrada, seguramente la más compleja y difícil de estudiar que existe. ¿Por qué? Porque con ella se intenta integrar y entender la evolución temporal, el conjunto de circunstancias, fuerzas, poder, relaciones sociales, conocimientos, cultura y tecnologías que han hecho que en un momento dado una sociedad o un país  -como Puerto Rico por ejemplo-, sea el que es hoy en día. De ese modo es posible entender las fuerzas que construyeron el país, la mentalidad de su gente, las luchas sociales, pequeñas y grandes, que triunfaron o que fracasaron, la distribución del poder político y económico, la cultura de las elites y la cultura popular y obrera, la lucha de las mujeres por sus derechos, etc., todos ellos fenómenos que se han ido construyendo y que perviven en cualquier rincón de un país, en la vida, en la cultura, en el arte, en cada esquina… y que de un modo u otro se incorporan en los cuerpos y mentes de la gente y también en su salud. Por tanto, me parece que es fundamental entender todos esos procesos que son, al mismo tiempo, socio-ecológicos, políticos, económicos y culturales, el entramado de los cuales conforma el nivel de oportunidades y recursos de las personas, la desigualdad social, y en definitiva también la salud y la inequidad de la salud. El colapso de la Unión Soviética no es sino un ejemplo de los muchos eventos históricos que reflejan precisamente todo ese entramado al que me refiero. 
GN: Y es un entramado de circunstancias abierto, pero poco predecible y sujeto a la acción humana, ¿no es así?

JB:
Sí, así es, la historia es por definición un proceso siempre abierto donde fundamentalmente es la acción colectiva de los seres humanos en sociedad y bajo ciertos condicionantes ambientales lo que finalmente lleva a unas u otras situaciones y resultados. El caso de la Unión Soviética es muy interesante porque efectivamente se produjo un colapso que creo que nadie, o casi nadie, pudo prever. Y eso ocurre en parte precisamente porque las circunstancias históricas son complejas y muchas de las cosas que suceden no las conocemos o no podemos prever como sucederán. Los cambios que contribuyeron a la caída de la URSS a finales de 1991 fueron diversos y contaron con la intervención explícita de las élites occidentales. Creo que las tres principales causas de esa caída han sido muy bien resumidas por el magnífico periodista e historiador Rafael Poch: el agotamiento de las creencias religioso-ideológicas que cohesionaban el comunismo soviético; las reformas de Gorbachov, generadoras de la crisis de poder que promovió la rebelión entre la casta burocrática dirigente; y el reparto de poder entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia que “mataron a la madre para quedarse con la herencia”, sobre todo Yeltsin que disolvió la URSS para quitarse de encima a Gorbachov. Con el cambio, se liberalizaron precios y se realizó una privatización rápida y masiva que desmanteló el estado y la vieja oligarquía burócrata soviética (“estadocracia” según Poch), creando una nueva elite mafiosa capitalista en el país en un tiempo record al tiempo que la sociedad se colapsaba. Se derrumbó el PIB de la economía soviética y tomaron el poder las élites rusas en combinación con el gobierno de Estados Unidos e instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional. Como resultado de ello, en muy poco tiempo cayó la esperanza de vida, aumentaron las desigualdades y todo ello incidió en la generación de lo que se ha llamado un “exceso de mortalidad”: gente que murió prematuramente precisamente a causa del colapso social del país. Se ha estimado que hubo 7 millones de muertes o “muertes prematuras”, que no debieran haber ocurrido. Es bien interesante, porque hay estudios que comparan la Unión Soviética y Bielorrusia cuando tuvieron lugar las privatizaciones masivas, muy rápidas en la Unión Soviética y mucho más lentas en Bielorrusia. Pues bien, eso afectó de forma muy desigual a ese “exceso de mortalidad”. En la parte rusa, la mortalidad fue muy alta mientras que en Bielorrusia no ocurrió del mismo modo y el incremento de mortalidad fue mucho más leve. Otro caso muy relacionado, y también muy ilustrativo, es el caso de Cuba. Como es sabido, por razones históricas la economía cubana estuvo estrechamente ligada durante décadas a la economía soviética, prácticamente desde la revolución del año 1959. Lo que sucedió fue el colapso de la economía cubana al mismo tiempo o en paralelo al colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, en Cuba no ocurrió el mismo grado de desastre de salud asociado al aumento de mortalidad como en la URSS. Y eso no ocurrió, en gran parte porque la sociedad cubana, con todos sus problemas, dificultades y errores, ha sido una sociedad mucho más cohesionada socialmente, que ha puesto en práctica de forma organizada -y también a veces en forma represiva- políticas sociales, públicas, educativas y sanitarias muy fuertes, muy potentes, que fueron probablemente las que permitieron proteger en gran medida a la población cubana del colapso social. Claro está, durante lo que se llamó el “periodo especial”, y hasta quizás 1994, la economía cubana y la gente sufrieron mucho; hubo muchas dificultades en la economía, en la energía, la alimentación, etc., pero, en general, la sociedad cubana quedó mucho más protegida que la rusa
(…)

sábado, 28 de julio de 2018

Los problemas galopan a caballo, las soluciones los siguen a pie

El nuevo gobierno de España acaba de crear un flamante Ministerio para la Transición Ecológica, sucesor de un misceláneo Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, desgajado a su vez del anterior Ministerio de Industria, Energía y Turismo, y así sucesivamente. Parece ser un juego gubernamental dividir y reagrupar los departamentos ministeriales, compuestos de subsecretarías y direcciones generales cuya estructura, salvo en quienes los dirigen, debe variar poco...

En todo caso, es la primera vez que aparecen en la denominación ministerial los términos transición y ecología, muestra de que son temas que preocupan cada vez más. En particular, el problema energético aparece englobado como una parte del más general problema ecológico. Esperemos que la preocupación vaya más allá de una buena declaración de intenciones.

El Ministerio antecesor había elaborado hace ya un año una consulta pública para la futura Ley de Cambio Climático y Transición Energética española, comentada por Antonio Turiel en su blog. Por aquellos días traje al mío sus opiniones poco optimistas sobre la transición hacia las energías renovables. De sus comentarios sobre el cuestionario ministerial recojo algunos fragmentos significativos.

Como significativa es la ilustración que los acompaña.



Del post de Turiel sobre la consulta:
(...)
¿Una economía baja en carbono? ¿cuál economía? Pues existen diferentes modelos de economía (y en realidad de sociedad) asociados a diferentes modelos energéticos, todos ellos bajos en carbono: podría ser una sociedad neofeudal, o ecofascista, o decrecentista, o colapsante, o radicalmente municipalista, o un estado fallido o ecofeminista. Podría ser muchas cosas, pero la que no podría ser nunca es la única que el legislador tiene en mente: un modelo continuista respecto al actual, en el que simplemente se cambia las fuentes de energía fósiles por energías "verdes"; básicamente, lo que se viene llamando capitalismo verde. El capitalismo verde es, justamente, la única cosa que no se puede dar por, entre otras muchas, las razones que daba en el post anterior. Es un error garrafal no darse cuenta de que no se puede separar el modelo económico del político (o de sociedad), pero eso plantea preguntas demasiado incómodas para un legislador que tan sólo quiere abordar este problema tan grave y complejo como si pudiera ser tratado con pequeños apaños legislativos.

(...)

Toda la elaboradísima discusión actual sobre objetivos de emisiones, con sus porcentajes sectoriales y por países, cuotas y derechos de emisión, etc, es demostrablemente ineficaz, a pesar de que se pretenda lo contrario. Es una negociación pro-BAU ["Business As Usual"], que parte de una concepción evolutiva de las medidas a adoptar para conseguir la transición. No sólo es inaceptable, sino que es completamente inútil, como muestran los años transcurridos desde el Protocolo de Kyoto y que las emisiones mundiales sigan creciendo, por más que los proponentes de estos mecanismos vayan buscando excusas para justificar su inutilidad en el mundo real. El fracaso de este enfoque se debe a que no se va a la raíz del problema. A estas alturas, sabemos de sobra que nuestro ritmo de emisiones de CO2 es tan alto que simplemente manteniéndolo unas pocas décadas más garantizamos un cambio climático de grandes proporciones y que pondría en peligro nuestro continuidad en el planeta. No es ya tiempo para negociar cuánto vamos a reducirlas y a qué ritmo, no; es tiempo para tirar a fondo de la palanca de freno y rezar para que el tren se pare antes del abismo. En vez de eso, seguimos jugando con las casillas de ficheros Excel absurdos mientras nada cambia en lo esencial, y la razón es porque no se quiere poner en peligro el crecimiento económico (a veces eufemísticamente referido como "competitividad"). Es hora de aceptar la verdad y comprender que no podrá seguir creciendo la economía sin un crecimiento del consumo de energía (como explica Gaël Giraud).

(...)

Mientras no se comprenda que hace falta una reforma radical e inmediata de la economía para hacer frente al problema del cambio climático, el resultado será simplemente un proceso de autoengaño sin que las emisiones se reduzcan. De hecho, parece mucho más probable que las emisiones se reduzcan debido a la grave crisis económica que se acerca (y en la que probablemente intervendrá el futuro shock petrolero) que no a ninguna de las políticas que se dicen estar implementando.

(...)

Del post sobre la transición:
Cada vez que discuto sobre el problema de la crisis energética con especialistas del sector de las renovables, me encuentro, siempre, con los mismos planteamientos y con la misma discusión. Suele comenzar mi interlocutor, quien me comenta de los avances que se están haciendo en tal o cual tecnología para el mejor aprovechamiento renovable o para incrementar su penetración en la generación eléctrica. A esto vuelvo yo recordando que la electricidad representa poco más del 20% de la energía final consumida en un país avanzado como España, y que el 70 y muchos por ciento no eléctrico no es fácil de electrificar, y que se requiere mucho esfuerzo y planificación para llevar tal tarea a cabo, sabiendo que ciertos usos de la energía probablemente nunca se electrificarán. En añadidura, hacer toda esa transformación en el contexto que supone el desafío del peak oil, momento probablemente ya superado, en conjunción con los probablemente ya pasados picos del carbón y del uranio, y el no demasiado lejano pico del gas, implica que en relativamente poco tiempo vamos a necesitar mucha energía que ya no tendremos. Y que quizá el foco se debería poner en ver cómo se tienen que diseñar los escenarios para que la transición renovable sea estable, pues sin planificación podríamos acabar siguiendo un callejón sin salida (como los primeros resultados del proyecto MEDEAS parecen indicar – serán presentados el próximo septiembre, por cierto). En ese momento, mi interlocutor suele responder que todo lo que sea ir incrementando el potencial de generación renovable nos hace avanzar en la necesaria transición energética. Esa respuesta (la de que ir añadiendo sistemas de generación renovable es siempre avanzar en la buena dirección) demuestra, entre otras cosas, que mi interlocutor no ha entendido lo que le acabo de decir. Pues justamente uno de los problemas que tenemos es que, para que la transición renovable llegue a buen puerto y no nos conduzca más rápidamente al colapso, se requiere un alto grado de planificación.

lunes, 23 de julio de 2018

Así se escribe la Historia

Después de haber comentado el prólogo-artículo ¿Hay que odiar a Rusia o reflexionar? en mi anterior entrega, no puedo dejar de reflexionar sobre el poder de la propaganda, la que crea el más común sentido común. La persistencia en el tiempo de los mensajes, como el lento crecimiento de los árboles, los hace arraigar, y acaba siendo muy difícil aceptar otras interpretaciones. Lo que oímos muchas veces acabamos incorporándolo al pensamiento propio, como si hubiera nacido de nosotros. Y verdaderamente, para la mayoría de los que viven hoy, estas ideas han crecido con ellos.

La propaganda "occidental" que impregna los mensajes mil veces repetidos tiene ya más de setenta años (en España más de ochenta), y para casi todos es la única fuente de información. Así no es de extrañar que, por encima de la Historia real, miles y miles de historietas, películas y artículos de prensa hayan montado una Historia paralela, y sobre todo unos "valores" indiscutibles.

Por eso expongo a continuación unos datos objetivos con los que Michel Collon iniciaba su comentario.









En 1945, los franceses sabían lo que acababa de acontecer. En 2015, deberían saber mucho más. En 1945, ante la pregunta “¿Quién fue el que más contribuyó a la derrota alemana?” un 57% de los franceses respondía “la Unión Soviética”, solo un 20% respondía “Estados Unidos” y un 12% “Gran Bretaña”. Pero cincuenta años más tarde, todo ha dado un vuelco: en 1994, en el marco de las celebraciones del quincuagésimo aniversario del desembarco aliado en Normandía, un 49% citaba a Estados Unidos, el 25% a la URSS y el 16% a Gran Bretaña. En 2004, esa tendencia se acentuó: el 58% citaba a Estados Unidos y solo un 20% a la URSS. En 2015, el encuestador británico ICM obtiene peores resultados aún en Francia, Alemania y Gran Bretaña.

Sin embargo, los hechos son incuestionables. Hitler arriesgó y perdió sus mejores tropas ante Moscú y Stalingrado. Utilizando los enormes aparatos de producción robados en Francia y Bélgica, en aquella ofensiva movilizaba a un importante número de fuerzas extranjeras y se beneficiaba de la extraña pasividad de Estados Unidos. Este país, por su parte, se negó durante años a abrir un segundo frente en Europa occidental y solo desembarcó en el último momento, en junio de 1944. La mayor parte de Europa ya estaba liberada o a punto de estarlo. Podemos resumir lo que pasó en una frase: “Volar en auxilio de la victoria”.

Por cierto, en aquella guerra antifascista, la URSS perdió a 23 millones de ciudadanos, mientras que Estados Unidos a 400 mil (184 mil de ellos en el frente europeo). Los periodistas e intelectuales occidentales que actualmente minimizan o desacreditan el papel jugado por la URSS son realmente ingratos: sin aquellos horribles eslavos, ¿quizás hoy estarían hablando alemán en alguna sección de la Propaganda Abteilung?

jueves, 19 de julio de 2018

Para interpretar la Historia hay que conocerla

El profesor emérito de Derecho de la Universidad de Niza Sophia-Antipolis Robert Charvin es especialista en relaciones internacionales y Derecho Internacional. Autor del libro Rusofobia. ¿Hacia una nueva guerra fría?, con prólogo de Michel Collon.

El prólogo ¿Hay que odiar a Rusia o reflexionar? incluye de los siguientes apartados:

El robo de la Historia
Cuatro silencios culpables
¿Para qué sirve la diabolización?
El miedo se fabrica
¿A quién le concierne esto?
¿En qué se transformará la "pequeña" guerra?

El blog Arrezafe ha publicado el segundo de los apartados, donde Collon plantea varios interrogantes, que seguramente no han considerado siquiera las mayorías que ignoran la Historia, sumergidas como están en la atmósfera narcótica de los medios de embrutecimiento masivo.

Añadir leyenda





















Robert Charvin acusa a la información y la historiografía occidentales de negacionismo y revisionismo.
1. La rehabilitación del fascismo en Letonia. ¿Por qué ningún medio de comunicación occidental señala que en Letonia (nuestro querido y nuevo aliado de la Unión Europea), se demoniza a la resistencia antinazi y se rehabilita discretamente a los fascistas colaboradores de la Segunda Guerra mundial? El aparato judicial de ese país se ha ensañado con un héroe de la resistencia letona, llegando incluso a encerrarle en la cárcel a pesar de tener 75 años. Pero esto ha sido completamente silenciado. ¿Por qué? 
2. La utilización por Occidente de pronazis antisemitas en Ucrania. ¿Por qué nuestra nueva aliada rehabilita a los antiguos colaboradores de Hitler? Peor aún: ¿por qué los introduce en una administración nacida de un golpe de Estado y en puestos clave? Y todo ello en medio del silencio de los medios de comunicación, que los bautizan de nuevo como simples “nacionalistas”. 
3. La negación del genocidio que Hitler intentó llevar a cabo contra la URSS. Sin embargo, el programa estaba claramente expresado en los textos nazis: considerando a los eslavos como “infrahumanos”, el “Plan Ost” preveía exterminar al 40% de los rusos para dejar el espacio libre al traslado de diez millones de colonos alemanes y germanizados. Aquel programa fue puesto en práctica, pero la resistencia de todo un pueblo lo hizo fracasar. ¿Por qué actualmente se presenta la Segunda Guerra mundial como un asunto entre Hitler y los judíos cuando en realidad hubo varios genocidios? 
4. La desvalorización de los verdaderos vencedores de la Segunda Guerra mundial. Esto comienza con la falsificación de la preguerra: ¡se acusa a la URSS de haber sido cómplice de Hitler! Sin embargo, no había dejado de proponerle a los occidentales que se aliaran para cortar el paso al nazismo; pero esta alianza fue rechazada por Londres y París, que pactaron con Hitler en Múnich, aprobaron su alianza con Polonia y le cedieron Checoslovaquia; incitándolo de esta manera para que atacara Europa del Este, y dejar las manos libres en Europa occidental. ¡Cómo se han invertido las responsabilidades!
Y eso continúa con la negación de las víctimas: ¿quién recuerda en Occidente que la URSS perdió 23 millones de ciudadanos, China 20 millones y que las pérdidas británicas representan un 1,8% del total, las pérdidas francesas un 1,4% y las de Estados Unidos un 1,3%? Y esto se concluye en una valorización etnocéntrica y engañosa del desembarco en Normandía o “Día D”, que se presenta como un acontecimiento decisivo, mientras que en realidad Hitler ya había perdido la guerra en 1941, cuando fracasó en la toma de Moscú y se enredó en la trampa soviética, ¡lo que confirmó su derrota en Stalingrado en el invierno de 1942-43!

Debería quedar claro que no se trata de defender a ultranza a Rusia, y mucho menos a la actual Rusia capitalista. Se trata de otra cosa. Si la Primera Guerra Mundial fue un encontronazo entre imperios por la defensa de los intereses de sus grandes corporaciones, la Segunda dio un extraño giro, cuando la URSS pactó una tregua con Alemania. Las potencias occidentales interpretaron esto como una "alianza entre totalitarismos" que desbarataba sus planes de lanzar a Alemania sobre Rusia, y nuevamente se produjo una guerra entre imperialismos con un "invitado" anómalo. Al final, las alianzas se reconvirtieron, y Alemania y Japón se convirtieron en firmes aliados contra "la anomalía".

Con unos países que fueron socialistas y ya no lo son, de nuevo la lucha, ahora ya totalmente geoestratégica, vuelve a ser entre potencias capitalistas, como en la Primera.

Aunque ahora, como en la Segunda, haya un Imperio al ataque y otro bloque más o menos coyuntural a la defensiva.

Por mi parte, dejo aquí también la parte final del artículo, donde se atisba la posibilidad real de una Tercera, tan "inverosímil" como las dos anteriores: 

¿En qué se transformará la “pequeña” guerra?

Con esto ya tenemos una razón suficiente para escuchar atentamente a Charvin. Pero también podemos profundizar en la reflexión.
¿Qué es lo que alborotó el avispero en Ucrania? Pues la negativa del presidente Yanukovich de firmar con la Unión Europea un acuerdo de libre comercio desfavorable, dado que este habría destruido una gran parte de las empresas ucranianas. Entonces prefirió acercarse a Moscú. De modo que parecería que un país como Ucrania ya no tiene derecho a escoger libremente a sus socios, lo cual contradice el concepto de libre comercio. Este, ¿existe realmente en la actualidad? ¿Hay un libre intercambio entre el lobo y el cordero? 
Tomemos un poco de perspectiva. ¿No fue el desarrollo del capitalismo en Estados Unidos y Europa (primero en su versión de libre comercio, luego en su fase de monopolios conquistadores que se han hecho omnipresentes) lo que produjo una concentración fenomenal de la riqueza y el poder entre las manos de un puñado de dirigentes de multinacionales, industriales o bancarias? ¿No fue esta concentración la que provocó un crecimiento igualmente vertiginoso de la brecha entre ricos y pobres? 
¿No es esta brecha la que hunde a la economía en una crisis fundamental desde hace décadas: unos, siendo capaces de vender cada vez más y los otros incapaces de comprar lo que producen? ¿No es por esta razón por lo que tantos capitales inutilizados en el Norte luchan por encontrar salida en otra parte, con el propósito de conquistar el Sur y sus materias primas, sus mercados en expansión, y también su muy rentable mano de obra? ¿No es esta la causa esencial de todas las guerras a las que asistimos actualmente y que son fundamentalmente guerras de recolonización y/o de repartición del mundo entre las potencias? 
El problema es que este engranaje podría conducirnos hacia una Tercera Guerra Mundial, por una razón muy simple que no tiene nada que ver con los sentimientos de unos o la moral de otros. Cuando usted dirige una multinacional que domina un sector de la economía mundial, cuando usted ya no logra hacer “suficientes beneficios” (según los criterios de la bolsa) y sus competidores lo amenazan con hacerlo desaparecer, ¿no hará lo que sea por salvar su pellejo y sus privilegios? Por ejemplo, ¿una “pequeña guerra local” para controlar con toda seguridad la materia prima con la que usted trabaja: energía, mineral u otra? Pero, si usted se lanza por el camino de las “pequeñas guerras” que solo son peligrosas para las poblaciones locales, naturalmente sus rivales tendrán la misma idea que usted. Entonces, ¿cómo hará para salirse de este peligroso camino? Imaginemos que de repente decidiera hacerlo en base a principios morales o mediante un acuerdo entre usted y sus competidores… Entonces la cuestión será: ¿cuál de los dos se comerá al otro? 
Antes de la Primera Guerra Mundial, casi todos los observadores pensaban que se alcanzaría un acuerdo y que podría detenerse a tiempo o que la guerra sería muy breve. Resultado: diez millones de muertos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la situación fue similar. Resultado: cincuenta millones de muertos. 
¿Y usted piensa que los dirigentes de las multinacionales de hoy son mejores personas que los de ayer? 
¿Está usted listo para asumir ese riesgo?

miércoles, 11 de julio de 2018

¿Qué cosa es el post-marxismo? (X)

Esta es la última entrega de mi disección del artículo de James Petras sobre el post-marxismo; dejo aquí los enlaces a la primera y la penúltima.

Los cuidados paliativos que se imparten a enfermos terminales buscan aliviar el dolor insoportable. Aplicados a una sociedad buscan más bien aliviar la presión que pueden ejercer los perjudicados por políticas insoportables. Sustituyen la rebeldía por la esperanza puesta en una ayuda que en parte procede de las buenas gentes, pero en gran parte de los causantes de los problemas que de modo hipócrita dicen querer resolver.

Los pueblos en situación de miseria buscan sus propios procedimientos de autoayuda y, en la mejor tradición del emprendimiento, crean sus propias microempresas: venta ambulante, trapicheos varios... y otras como la que se anuncia en esta bella publicidad:

Micro-empresas y auto-ayuda

Este es el criterio empresarial, de ayuda técnica y financiera a proyectos parciales y concretos:

10. Los líderes de las organizaciones populares no deben estar orientados exclusivamente hacia la organización de los pobres y el compartir sus condiciones. La movilización interna debe estar basada en el financiamiento externo. Los profesionales deben diseñar programas y asegurar el financiamiento externo para organizar grupos locales. Sin ayuda externa, los grupos locales y las carreras profesionales colapsarían.
Y esta es la crítica:

Dos perspectivas de transformación social: la Organización de Clase y las ONG

Para avanzar, la lucha contra el imperialismo y sus colaboradores neo-compradores nacionales pasa a través de un debate ideológico y cultural con los post-marxistas dentro y en la periferia de los movimientos populares. El neo-liberalismo opera hoy en dos frentes: el económico y el político-cultural; y en dos niveles: el régimen y las clases populares. En la cima las políticas neo-liberales se formulan y se implementan por los personajes conocidos: el Banco Mundial, el FMI trabajando con Washington, Bonn y Tokio asociados con los regímenes neo-liberales y los exportadores nacionales, y los conglomerados de los grandes negocios y los banqueros.

A principios de los años 1980 los sectores más perceptivos de las clases dominantes neo-liberales se dieron cuenta de que sus políticas estaban polarizando la sociedad y provocando un gran descontento a escala social. Los políticos neo-liberales comenzaron a financiar y a promover una estrategia paralela promoviendo “desde abajo” las organizaciones de base con una ideología “antiestatal” para intervenir entre las clases potencialmente conflictivas, y crear así un “cojín social”. Estas organizaciones eran, financieramente dependientes de fuentes neo-liberales y estaban directamente involucradas en competir con los movimientos socio-políticos por la lealtad de líderes locales y comunidades activistas. En los años 1990 estas organizaciones descritas como “no-gubernamentales” eran miles y estaban recibiendo del mundo entero cerca de 7 billones de dólares.

La confusión relacionada con el carácter político de las ONGs brota desde sus inicios en los años 1970 durante los días de las dictaduras. En aquel período ellas fueron activas en proveer ayuda humanitaria a las víctimas de las dictaduras militares y denunciando las violaciones de los derechos humanos. Las ONGs apoyaron las “sopas familiares” que permitió a las familias víctimas sobrevivir a la primera ola de tratamiento de choque administrados por las dictaduras neo-liberales. Este período creó una imagen favorable de las ONGs incluso en la izquierda, fueron consideradas parte del “terreno progresivo”. Incluso entonces, sin embargo, los límites de las ONGs eran evidentes. Mientras ellas atacaban las violaciones de los derechos humanos de los dictadores locales raramente denunciaron a sus patrones norteamericanos y europeos que los financiaban y asesoraban. Tampoco había un esfuerzo serio para vincular las políticas económicas neo-liberales y las violaciones de los derechos humanos para los que estaban de turno en el sistema imperialista. Obviamente las fuentes externas de financiamiento limitaban la esfera de crítica y la acción de los derechos humanos.

A medida que la oposición al neo-liberalismo crecía en los años 1980, los gobiernos de EE.UU. y Europa y el Banco Mundial incrementaban el financiamiento de las ONGs. Hay una relación directa entre el crecimiento de los movimientos sociales retando al modelo neoliberal y el esfuerzo para subvertirlo creando formas alternativas de acción social a través de las ONGs. El punto básico de convergencia entre las ONGs y el Banco Mundial era su oposición común al “estatismo”. En la superficie las ONGs criticaban el Estado desde una perspectiva de “izquierda” defendiendo la sociedad civil, mientras que la derecha lo hacía en nombre del mercado. En realidad, sin embargo, el Banco Mundial, los regímenes neo-liberales y las fundaciones occidentales coptaron  y animaron a las ONGs para minar el Estado de bienestar nacional brindando servicios sociales para compensar a las víctimas del ajuste. En otras palabras, a medida que los regímenes neo-liberales en la cima desbastaban comunidades inundando el país de importaciones baratas, pagos de la deuda externa y aboliendo la legislación laboral, creando una masa creciente de trabajadores mal pagados y desempleados, las ONGs eran apoyadas económicamente para ejecutar proyectos de “auto-ayuda”, “educación popular”, entrenamientos de trabajo, etc. para absorber temporalmente, pequeños grupos de pobres, para cooptar líderes locales y minar las luchas en contra del sistema.

Las ONGs se convirtieron en la “cara de la comunidad” del neo-liberalismo íntimamente relacionadas con los de la cima y complementando su labor destructiva con proyectos locales. En efecto, los neo-liberales organizaron una operación  “pinza” o una estrategia dual. Desafortunadamente muchos en la izquierda se concentraron sólo en el “neo-liberalismo” visto desde arriba y el exterior del FMI y el Banco Mundial y no en el neo-liberalismo desde abajo (ONGs, micro-empresas). Una razón principal para esta visión general era la conversión de muchos ex-marxistas en la práctica de la fórmula ONG. El post-marxismo fue el boleto de tránsito ideológico de las clases políticas al “desarrollo de la comunidad”, del marxismo a las ONGs.

Mientras que los neo-liberales estaban transfiriendo propiedades estatales lucrativas a la riqueza privada, las ONGs no formaban parte de la resistencia de los sindicatos. Por el contrario, ellas fueron activas en los proyectos privados locales, promoviendo el discurso de la empresa privada (auto-ayuda) en las comunidades locales centrándose en las micro-empresas. Las ONGs construyeron puentes ideológicos entre los pequeños capitalistas y los monopolios que se beneficiaban de la privatización -todos en nombre del “anti-estatismo” y la construcción de la sociedad civil. Mientras que los ricos acumulaban vastos imperios financieros de la privatización, los profesionales de las ONGs de clase media obtuvieron pequeñas sumas de fondos para financiar oficinas, transporte y una actividad económica a pequeña escala. El punto político importante es que las ONGs despolitizaron a sectores de la población, minando su compromiso con los empleados públicos, y cooptando a potenciales líderes para trabajar en pequeños proyectos. Las ONGs se abstuvieron de participar en las luchas de los maestros de escuelas, a medida que los regímenes neo-liberales atacaban la educación pública y a los educadores públicos. Raramente, si alguna vez lo hicieron, las ONGs apoyaron las huelgas y protestas contra los bajos ingresos y los cortes al presupuesto. Como su financiamiento educacional venía de los gobiernos neo-liberales ellos evitaron la solidaridad con los educadores públicos en su lucha. En la práctica, “no-gubernamental” se traduce en actividades de gasto anti-público, liberando la mayoría de los fondos para los neo-liberales para subsidiar a los capitalistas exportadores mientras que pequeñas sumas se escurrían del gobierno a las ONGs.

En realidad las organizaciones no-gubernamentales no son no-gubernamentales. Ellas reciben fondos de gobiernos extranjeros o trabajo como subcontratos privados de gobiernos locales. Frecuentemente, ellos colaboran abiertamente con agencias gubernamentales nacionales o internacionales. Esta “sub-contratación” mina a los profesionales (con contratos fijos) remplazándolos con profesionales de grupos. Las ONGs no pueden ofrecer extensos y comprensibles programas que sí puede ofrecer un Estado de bienestar. En vez de ello, ellos ofrecen unos servicios limitados a pequeños grupos de comunidades. Más importante, sus programas no se pueden contabilizar a personas nacionales sino a donantes internacionales. En ese sentido las ONGs minan la democracia quitando programas sociales de las manos de personas locales y de sus funcionarios elegidos y creando dependencia sobre lo no-elegidos, funcionarios internacionales y sus untados funcionarios locales.

Las ONGs distraen la atención y las luchas del pueblo del presupuesto nacional hacia la auto-explotación para garantizar los servicios sociales locales. Esto permite a los neo-liberales recortar los presupuestos sociales y transferir los fondos del Estado para subsidiar los déficits de bancos privados, préstamos a exportadores, etc. La auto-explotación (auto-ayuda) quiere decir que, además de pagar impuestos al Estado y no obtener nada a cambio, los trabajadores tienen que trabajar horas extra con recursos marginales, gastando las escasas energías para obtener servicios que la burguesía recibe del Estado. Más profundamente, la ideología de las ONGs de “actividad voluntarista privada” mina el sentido de lo público: la idea de que el gobierno tiene la obligación de velar por sus ciudadanos y garantizarles la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que la responsabilidad política del Estado es esencial para el bienestar de los ciudadanos. En contra de esta noción de responsabilidad pública las ONGs incentivan la idea neo-liberal de la responsabilidad privada para los problemas sociales y la importancia de los recursos privados para resolver estos problemas. En efecto, ellos imponen una doble carga sobre los pobres; pagando impuestos para financiar el Estado neo-liberal para servir a los ricos; la autoexplotación privada para satisfacer sus necesidades.

Las ONGs y los Movimientos Político-Sociales


Las ONGs apoyan proyectos, no movimientos; ellas “movilizan” personas para producir marginalmente, no a que luche para controlar los medios básicos de producción y riqueza; ellos se concentran en la asistencia técnico-financiera de proyectos no sobre las condiciones estructurales que conforman la vida diaria de la gente. Las ONGs cooptan el lenguaje de la izquierda: “poder popular”, “otorgar poder”, “igualdad sexual”, “desarrollo sostenible”, “liderazgo de los de abajo”,etc. El problema es que este lenguaje está unido a un marco de colaboración con donantes y agencias gubernamentales que subordinan la actividad práctica a las políticas de no-enfrentamiento. La naturaleza local de la actividad de las ONGs que significa “dar poder” nunca va más allá de la influencia de pequeñas áreas de la vida social con recursos limitados dentro de las condiciones permitidas por el Estado neo-liberal y la macroeconomía.


Las ONGs y su personal profesional post-marxista compiten directamente con los movimientos socio-políticos por la influencia entre los pobres, las mujeres, los excluídos raciales, etc. Su ideología y práctica desvía la atención de las fuentes y soluciones de la pobreza (mirando hacia abajo y hacia adentro en vez de hacerlo hacia arriba y hacia afuera). El hablar de microempresas en lugar de hacerlo de la explotación de los bancos extranjeros como soluciones está basado en la idea de que el problema es de iniciativa individual más que de la transferencia de ingresos extranjeros. La ayuda de las ONGs afectan a pequeños sectores de la población, estableciendo la competencia entre comunidades rivales socavando así la solidaridad de clase. Lo mismo es cierto entre los profesionales: cada uno establece su ONG para solicitar financiamiento extranjero. Ellos compiten presentando propuestas cercanas a los gustos de los donantes extranjeros a precios inferiores, mientras que dicen que hablan por muchos seguidores. El efecto neto es una proliferación de ONGs que fragmenta las comunidades pobres en grupos sectoriales y subsectoriales que no pueden ver el amplio cuadro social que los aflige y son menos hábiles aún para unirse en la lucha contra el sistema. La experiencia reciente también demuestra que los donantes extranjeros financian proyectos durante las “crisis”: retos políticos y sociales al status quo. Una vez que los movimientos han amainado, ellos cambian el financiamiento a las ONGs: “colaboración” con el régimen, adecuando los proyectos de las ONGs dentro de la agenda neo-liberal. El desarrollo económico compatible con el “mercado libre” más que con la organización social para el cambio social se convierte en el artículo dominante de la agenda financista. La estructura y naturaleza de las ONGs  con su postura “apolítica” y su enfoque de auto-ayuda despolitiza y desmoviliza a los pobres. Ellas refuerzan el proceso electoral apoyado por los partidos neo-liberales y los medios de comunicación. Se evita la educación política acerca de la naturaleza del imperialismo, la base clasista del neo-liberalismo y la lucha de clases entre explotadores y trabajadores temporales. En vez de eso, las ONGs discuten “los excluidos”, los “sin poder”, la “extrema pobreza”, la “discriminación racial o de sexo” sin ir más allá de los síntomas superficiales, para comprometerse con el sistema social que produce estas condiciones. Al incorporar a los pobres en la economía neo-liberal a través de una pura “acción privada voluntaria” las ONGs crean un mundo político donde la aparición de la solidaridad y la acción social ampara una conformidad conservadora con las estructuras de poder nacional e internacional.

No es una coincidencia que, como lo han hecho las ONGs, a medida que ellas se vuelven dominantes en ciertas regiones la acción política de la clase independiente va declinando y el neo-liberalismo no tiene contestatario. El límite inferior es que el crecimiento de las ONGs coincide con un incremento del financiamiento del neoliberalismo y la profundización de la pobreza en todas partes. A pesar de sus clamores de muchos éxitos locales, el poder total del neo-liberalismo se mantiene sin reto y las ONGs buscan nichos en forma creciente en los intersticios del poder. El problema de formular alternativas se ha impedido en otra forma. Muchos de los antiguos líderes de la guerrilla y los movimientos sociales, los sindicatos y las organizaciones femeninas populares han sido cooptados por las ONGs. La oferta es tentadora: altos salarios (ocasionalmente en moneda dura), prestigio y reconocimiento por donantes extranjeros, conferencias en el extranjero y redes, personal de oficina y una seguridad relativa contra la represión. En contraste los movimientos socio-políticos ofrecen escaso beneficio material pero mayor respeto e independencia y más importante aún, la libertad para retar al sistema económico y político. Las ONGs y los bancos extranjeros que las financian (Banco Inter Americano, Banco Mundial) publican boletines destacando historias exitosas de microempresas y otros proyectos de autoayuda –sin mencionar las altas tasas de fracasos a medida que el consumo popular disminuye, las importaciones a bajos precios llenan el mercado y aumentan los intereses– como en el caso actual de México.

Hasta los “éxitos” afectan solamente a una pequeña fracción del total de pobres y sólo salen adelante mientras otros no puedan entrar en el mismo mercado. El valor de la propaganda del éxito de la microempresa individual es importante, sin embargo, en incentivar la ilusión de que el neoliberalismo es un fenómeno popular. Las frecuentes y violentas explosiones sociales que tienen lugar en las regiones donde se promueve la microempresa nos sugiere que la ideología no es hegemónica y que las ONGs todavía no han desplazado a los movimientos de clase independientes.

Finalmente, las ONGs incentivan un nuevo tipo de colonialismo cultural y hegemónico y la dependencia. Los proyectos se diseñan o al menos se aprueban dentro de las  “prioridades” de los centros imperiales o en sus instituciones. Ellos son administrados y “vendidos” a las comunidades. Las evaluaciones se hacen por y para las instituciones imperiales. Los cambios en el financiamiento de las prioridades, o una mala evaluación resultan en el dumping de grupos, comunidades, fincas y cooperativas. Esto ayuda a que todo el mundo sea más disciplinado para cumplimentar las demandas de los donantes y sus evaluadores de proyectos. Los nuevos virreyes supervisan y aseguran la conformidad con los objetivos, valores e ideologías del donante como también del uso adecuado de los fondos. Donde hay “éxitos” éstos son altamente dependientes del apoyo extranjero continuado, de otra forma ellos colapsarían.

Mientras que la masa de ONGs se convierte cada vez más en instrumento del neo-liberalismo, hay una pequeña minoría que trata de desarrollar una estrategia alternativa que se apoye en las clases y en la política antimperialista. Ninguna de ellas recibe fondos del Banco Mundial o bancos europeos ni de las agencias gubernamentales norteamericanas. Ellas apoyan los esfuerzos para vincular el poder local a las luchas por el poder estatal. Ellas vinculan proyectos locales a movimientos socio-políticos nacionales que ocupan grandes extensiones de tierra, defendiendo la propiedad pública y la propiedad nacional en contra de las transnacionales. Ellas brindan solidaridad política a los movimientos sociales envueltos en luchas para expropiar la tierra. Ellas apoyan la lucha de las mujeres vinculadas a perspectivas de clase. Ellas reconocen la importancia de la política dominante al definir las luchas locales e inmediatas. Ellas creen que las organizaciones locales deben luchar a nivel nacional y que los líderes nacionales deben ser responsables de activistas locales. En una palabra ellas no son post-marxistas.