viernes, 28 de mayo de 2021

La razón de la sinrazón. Pensamientos de un psicoanalista sobre Don Quijote

Hace pocos días, bajo el título La razón de la sinrazón, comenté un artículo que buscaba las razones determinantes del resultado de las recientes elecciones madrileñas. Encuentro ahora este mismo título en la revista aperturas psicoanalíticas para un artículo de Leon Wurmser de 2005, subtitulado Pensamientos de un psicoanalista sobre Don Quijote

Las conductas irracionales tienen, efectivamente, sus razones de ser. Como el psicoanálisis nace para ayudar a encontrarlas, porque no siempre aparecen tan en la superficie como en las elecciones madrileñas, nuestro psicoanalista investigador profundiza en el Quijote. Y en la biografía de Cervantes, porque sin tener en cuenta su trayectoria de fracasos personales no entenderemos cuánto de autoanalítico hay en muchas de sus obras, y en particular en este libro.

Antonio Fernández Ortiz, en la presentación que ya he comentado de su novela, ponía en cuestión la idea de Hannah Arendt sobre "la banalidad del mal", la que sustituía por "la racionalidad del mal", argumentando que en muchas conductas despiadadas hay una profunda y terrible racionalidad bajo su al parecer inexplicable sinrazón.

Analizaba Antonio las razones subyacentes en los conflictos que se dieron dentro del campo republicano durante la guerra, y explicaba "la racionalidad del mal", que la filósofa banalizó en su famoso escrito, con el mismo ejemplo en que ella se basaba: el holocausto.

Cuando Alemania, potencia terrestre, perdió por completo el dominio de los mares, carente de petróleo y necesitándolo para su ofensiva blindada recurrió al carbón para obtener gasolina sintética. El proceso requería una gran cantidad de mano de obra, que precisamente estaba movilizada en los frentes, y expeditivamente recurrió a trabajadores de los países ocupados. Las condiciones, de semiesclavitud, se agravaron progresivamente. Al ser insuficiente el trabajo más o menos voluntario, se recurrió al forzado y esclavo de presos comunes y políticos, prisioneros de guerra y, como no, de los demonizados judíos.

Un caso particularmente ilustrativo es el de los judíos húngaros. Solicitaron al gobierno vasallo que les enviara trabajadores, y llegaron al acuerdo de que Hungría exportara a los judíos en condiciones de trabajar. El problema era que a partir de entonces sus familias, carentes de ingresos, tendrían que ser alimentadas por el Estado húngaro. Al final, llegaron a un acuerdo económico para que Alemania se hiciera también cargo de ellos. Las familias enteras entraban en el lote, pero Alemania, con perfecta racionalidad económica y militar, solo quería trabajadores explotables. Los demás sobraban...

Esa racionalidad llegó a los extremos conocidos y escalofriantes de aprovechar grasa humana, cabellos y todo lo que pudiera servirles. Las carencias de la guerra y la deshumanización de aquella gente llevaron a lo que conocemos.

Así que la racionalidad no puede separarse de su contexto de ideas y sentimientos, buenos y malos. Cada uno tendrá que averiguar cuales son los "buenos" y los "malos".

Entonces, es en los laberintos de la mente donde hay que encontrar las causas racionales. Y como el análisis profundo solamente puede hacerlo la mente misma, desde dentro, el psicoanalista no es más que un ayudante en un proceso de autoanálisis.

La mente de Don Quijote, el loco, que es la de Cervantes, su intérprete psicoanalista, tiene mucho que revelarnos sobre los procesos que unen o separan la realidad percibida y la imaginada, las motivaciones de las conductas que consideramos racionales y también de las que no lo parecen tanto. Se muestra el personaje como un ser contradictorio, capaz de los juicios más atinados, de disparates e interpretaciones juiciosamente absurdas. Capaz de creer y no creer, engañar y engañarse.

El artículo en cuestión rebusca en el libro el pensamiento de Cervantes, y extrae ricas conclusiones sobre lo que dice y lo que disimula, obligado por la represiva época que le tocó (mal)vivir. La comicidad y la atribución a un individuo atrabiliario le permiten expresar ideas que así pudieron superar la censura y la persecución.

A continuación copio algunos párrafos del artículo, subrayando aspectos que no quiero alargar en esta introducción. Pero no dejaré pasar algunos de ellos:

  • El "sentido de la vida": a través de su paso a la acción, Don Quijote supera el "vivir para sí", aquella vida de hidalgo vacía e insulsa, y pretende "vivir para los demás". A esto se añade la búsqueda del ideal que crea a Dulcinea. La utopía, cuya sola posibilidad debe hacernos buscarla aunque no la alcancemos.
  • El "sentido del honor": la "honra", en su tiempo, era un don que concedían los otros, como revela el teatro del Siglo de Oro. Podía ser una gran mentira, siempre que se cubrieran las apariencias: el honor era lo mismo que la fama. Sin renunciar a ella, Don Quijote se convierte en el supremo juez de su conducta: el honor pasa de concesión externa a sentimiento interno. La fama cambia de sentido, y de poco me vale si "yo" no creo merecerla.
  • La religión como sumisión: de expresar una creencia interior, la represión inquisitorial la convierte en aparente conformidad con la autoridad religiosa. El arrepentimiento, real o fingido, significa acatamiento de las normas dictadas.

Algo de esto perdura en nuestra España. La Historia siempre deja huellas y cicatrices. Lo vemos ahora mismo, cuando se pretende que el arrepentimiento sea factor determinante en la concesión del indulto a los independentistas condenados por sedición.

El dogma católico distingue entre contrición, un sincero cambio en la forma de sentir y pensar, y atricción, por temor a las consecuencias. Puedo arrepentirme del paso dado por el mal que me ha traído o por que ahora soy consciente de que obré mal. Pero también puedo fingir el arrepentimiento. El problema ético quedará siempre escondido en el sujeto.

Pero al poder, político o religioso, eso le importa poco. Lo que de veras le interesa es confirmar "su" orden, doblegar al disidente y que su "confesión" desmoralice, disuada y desarme a otros posibles díscolos.

En este sentido, puede afirmarse que la actual política está, todavía, impregnada de esa religión.

Siguen algunos fragmentos del artículo.






El dar sentido al sin sentido es una tarea esencial tanto de psicoanalistas como de poetas, por ejemplo poniendo orden en el aparente caos del mundo interno. Esto significa: buscar el significado, e insistentemente preguntarte por él, justo ahí donde el “sentido común”, “la mente sana”, “la razón”, es decir, el pensamiento convencional, tropiezan con sus propios límites. Estas cuestiones se plantean para poder reconocer, tras el fenómeno de lo que parece una locura, su profunda estructura de significado. Cuanto más se acerquen a la verdad del alma y de forma precisa presenten las conexiones escondidas del significado, de modo que el lector o el que lo escucha puedan percibirlas, más grande es el escritor y mejor es el analista. A lo que escribe el poeta el analista le da una estructura teórica.

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La paridad entre la realidad interna o subjetiva y la realidad externa (aparentemente objetiva) y sus diferentes formas de legitimidad anticipa la comprensión de Freud y el psicoanálisis moderno. También se ha señalado hasta qué punto Freud mismo estuvo influido en su desarrollo intelectual desde su adolescencia por la lectura de Cervantes y cómo el “Coloquio de los perros”, (en las “Novelas ejemplares”), anticipó aspectos esenciales del método psicoanalítico (...). De hecho, en sus amistades de adolescente, Freud tomó la identidad de Cipión, mientras que su amigo Silberstein tomó la de Berganza (los dos perros). El último se convirtió en el nombre del perro de Freud, y el “coloquio” tiene algo en común con el inicio del tratamiento analítico.

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Por supuesto, biográficamente tenemos que plantear la cuestión de que parte de la vida de Cervantes se refleja en estos pasajes. Al estudiar la historia de su vida nos conmueve profundamente el constatar que su biografía consiste en una incesante cadena de humillaciones severas, intentos de rebelarse contra tal desgracia, y de nuevo otra derrota: primero la penuria crónica de su familia y la vergüenza familiar de toda la vida por tener que pedir nuevos préstamos por la ineptitud mercantil de su padre; luego la huida de Miguel en su juventud hacia Italia (probablemente para evitar que le cortaran la mano como castigo por un duelo); luego la mutilación de su brazo izquierdo durante la batalla marítima de Lepanto (1571), de donde surge el mote burlón “el manco de Lepanto”; luego la desesperada existencia como esclavo bajo diversos amos extremadamente crueles en Argelia, después de haber sido capturado en alta mar por piratas junto a su hermano; luego, después de su liberación tras el pago de su rescate la degradante búsqueda de ingresos y su ulterior trabajo como recaudador de impuestos para la marina real a campesinos pobres y a la Iglesia, siendo excomulgado a causa de esto; luego las repetidas acusaciones de haber defraudado a la hacienda real que condujeron a diversos encarcelamientos (la tesorería real desconsideró un estado de cuentas muy exacto de recaudaciones y gastos); también la falsa sospecha de que había matado a un hombre al que había ido a ayudar delante de su casa, la constante pobreza de su familia de origen, de su mujer y de su hija, los muy dudosos lazos de sus hermanas y su hija y sus subsiguientes pleitos contra los demandantes...

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A lo que habría que añadir la aserción recurrente de la “limpieza de sangre”, por sus más que probables, y extremadamente peligrosos, ascendentes judíos. De nuevo, no es de extrañar que el cura conociera a Cervantes como una persona que es “más versado en desdichas que en versos”

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¿Cómo era de arriesgado despertar sospechas de estar relacionado con la comunidad de conversos? Y más generalmente, ¿hasta qué punto contribuyen las vivencias traumáticas de Cervantes en el trasfondo dinámico de su trabajo?

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“Refiriéndose al letargo cultural y científico característico de España después del siglo XVI, Américo Castro escribe: ‘La razón fue realmente sencilla: casi todo el pensamiento científico y gran parte de la tecnología más refinada había sido el trabajo de los judíos españoles de la casta hebreo-española, primeramente integrada por judíos declarados y a partir de 1492 por Nuevos Cristianos’. La razón por la qué no participaban españoles en los movimientos científicos y culturales que ocurrían en el resto de Europa, no fue la política de un particular monarca ni el miedo a la reforma sino el evitar ser percibido como “Judío”: ‘La regresión cultural de los españoles a partir del siglo XVI no fue el efecto de un [movimiento de] contrarreforma, ni una fobia anticientífica de Felipe II, sino, sencillamente, el terror a ser tomado por judío. La población de viejos cristianos no tenía tradición de trabajo o productividad, y por tanto ser productivo o creativo era lo mismo que ser judío’ (...). Y sobre todo se refería a las actividades intelectuales: ‘Los viejos cristianos consideraban a las actividades intelectuales, propias únicamente de los judíos, como nefastas... esta fue la única razón del retraso cultural de los españoles que es visible hasta nuestros días en tantos aspectos’ ”

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Como seudo caballero y dudoso hidalgo Don Quijote invita a la burla y pone en cuestión la misma idea de la España Imperial y los códigos aristocráticos de honor, la hidalguía (...), con su culto a la pureza de la sangre y de la raza y el absolutismo de los conceptos de la honra, la que es aún más importante que la vida: “el hombre sin honra peor es que un muerto” palabras de Lotario en la historia del curioso impertinente. Pero también forma parte de tal honor el hecho que uno no dependa del trabajo. El imperio entero vivía de esta ideología, con unas consecuencias históricamente enormes para el mundo: se regalaba con las riquezas de los demás, a través de la opresión y el despojo, y de un genocidio de los más terribles (...).

El poder y la apariencia externa eran, como veremos más adelante, los objetivos principales en la vida, es decir, una cultura completamente orientada hacia la evitación de la ecuación: debilidad=vergüenza: es decir, la cultura de la vergüenza por excelencia. Al romantizarlo en algo fantástico y bizarro, y por tanto haciéndolo ridículo, Don Quijote reduce esta filosofía a lo absurdo –él es una figura de protesta a través de su ridiculez y su absurdez. Sin embargo, lo contrario está contenido en su interior, y de esta manera, es mucho más que una caricatura: se pone el objetivo de su misión y de su honor no en el poder en sí, sino en la protección de los necesitados, los abusados y los explotados (que son simbolizados y caricaturizados una y otra vez por la bella mujer encarcelada y anhelante).

De esta manera, esta fantasía de rescate es propuesta como un gran contrapeso y a la vez complementaria a la afirmación del honor. El ideal del conquistador está reemplazado por el del salvador, del caballero errante, y se busca el honor a través de la liberación de la dama encadenada y la protección de los niños atormentados, y no en la subyugación y la expulsión de otras comunidades. Sin embargo, estos dos ideales, de rescate y honor, se exageran en algo grandioso y por tanto irrisorio; ambos ilustran en su misma inmoderación y infinidad, el lema de Castilla: “¡Plus Ultra!”, es decir “¡Más allá de los límites!” –la intención es una contradicción al clásico: “non plus ultra”, no ir más allá de los Pilares de Heracles (Gibraltar).

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La interpretación del convertir la vergüenza de pasiva en activa puede aplicarse a la primera parte de la novela. O, más exactamente, le pertenece a la mitad de su identidad. Pero no nos lleva lo suficientemente lejos, especialmente cuando proseguimos la historia. Toda la concepción de la caballería y el honor de la caballería queda reformulada y puesta al servicio de aspiraciones éticas, en lugar de las aspiraciones del orgullo, el honor y la dignidad tal como eran entendidos tradicionalmente. El verdadero conflicto va siendo cada vez más entre los valores cortesanos de poder y esplendor y los valores del outsider que toma sobre sí la vergüenza, la dificultad y la deprivación con el fin de ganar otro tipo de honor. Es el coraje personal, la “loca” audacia del extranjero, del que se posiciona fuera de la sociedad resplandeciente y recompensada por la realeza, “en el brezo solitario”, en las soledades y desiertos, montañas y bosques.

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Sí, Don Quijote responde al Caballero del Verde Gabán que es posible que deba considerársele absurdo y loco si sólo se atiende a sus proezas, pero que en realidad no está tan loco como le pudiera parecer a la gente. Cierto, se considera un alto honor cuando un caballero contiende y brilla en alegres justas, en plazas de toros y en ejercicios militares, y así entretiene a sus príncipes y reyes. Pero lo compara con la tarea del caballero andante: “pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera”

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Es este ideal de la moralidad convencional, y los valores cortesanos del poder y el esplendor y su forma de honor, lo que es cuestionado radicalmente y reemplazado por el ideal del extranjero comprometido a ayudar a los necesitados. Ciertamente, la fidelidad a este ideal también comporta honor y fama, pero esta ganancia “narcisista” no parece nuclear.

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Los ensayos psicoanalíticos asumen como factor desencadenante la depresión por el paso de los años –Don Quijano tiene unos 50 años– y el hecho de acercarse al final de su vida. Enfrentado a esa melancolía, se habla de que ha caído en el frenesí, es decir lo “maníaco”, leyendo las populares pero también menospreciadas novelas de caballerías. Repetidamente, Don Quijote indica que son en verdad recomendables como un antidepresivo. Así, él promete al canónigo de Toledo “… lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala” (...). Pero, sin embargo, esta “defensa maníaca” mediante la lectura, a él no le fue suficiente. Tuvo que buscar entonces un camino hacia la acción, las aventuras, para escapar a través la denegación del conflicto vital en que la muerte nos pone a todos y cada uno.

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Hasta ahora, él ha vivido de lo que ha heredado y ha llevado la típica vida de los grandes e hidalgos españoles para los que el trabajo era tabú: era una vida de un parasitismo de grandiosidad imperial y que se consideraba como el máximo honor –un valor filosófico que históricamente contribuyó poderosamente a la ruina de España. Este es, sin embargo, creo yo, un motivo enormemente importante de vergüenza internaal menos, por la herida narcisista y los sentimientos de inferioridad. Que este sentimiento de insignificancia continuara aumentando al enfrentarse al declinar el camino de la vida es por supuesto muy comprensible. Más todavía, no se había casado nunca ni había tenido hijos y familia, y tan sólo había vivido con una sobrina y con el ama de llaves. Por lo tanto, yo consideraría que la conflictiva fundamental es la profunda vergüenza que él trata de resolver con los grandiosos proyectos de aventuras, y, aunque sus desenlaces sólo hacen que ahondar aún más su vergüenza una y otra vez, esto se contrapesa, por un lado, por su transformación en batallas contra peligros externos aplastantes, todos aquellos gigantes y hechiceros y el Diablo encarnado, y, por otro lado, es puesto al servicio de un elevado ideal externo, esto es, la incomparable beldad de Dulcinea.

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Aún así, me pregunto si no se esconde aquí un conflicto todavía más profundo, esto es, relacionado con la posición del Converso y la del Judío en la cultura española. Sólo entraré en ello brevemente. Me he referido antes a las repetidas alusiones al “verdadero ser”, “el ser auténtico”, el propio ser, o al deber de ser tal como uno es. Observemos esto con mayor amplitud y veamos la moral radicalmente personal de Don Quijote que está en conflicto con la Corte y la Iglesia, en su defensa de una responsabilidad universal; añadámosle la defensa que hace de la “libertad de conciencia”, más aún: la referencia a países más tolerantes y, yendo más allá, visualicemos toda la obra como un postulado de humanidad que también incluye el respeto por y la comprensión hacia el dementevemos que todo esto se encuentra en el conflicto más fundamental con una visión del mundo y de la religión que había llegado a dominar España en los 200 años previos, y que la había gobernado los últimos 100 años, una visión, sin embargo, procedente de la Edad Media. “’Por virtud de su baptismo y consiguiente incorporación a la Iglesia’ el individuo cristiano ‘no tenía carácter autónomo’. Así, el individuo deviene un fidelis (fiel) y un subditus (sujeto), y como tal debe obediencia sin vacilar a la autoridad”, Faur cita a Walter Ullman (...). El fidelis Christianus “’no sólo carecía de derechos, sino que ni siquiera tenía una posición autónoma dentro de la misma Iglesia ni de la sociedad.’ El obstáculo principal para la total absorción del fiel era el concepto de humanitas. El concepto de humanitas concierne al self natural, a los aspectos corrientes del ser humano y de su individualidad; se alza en oposición a la idea básica del bautismo de que uno renuncia a su humanidad para devenir miembro constitutivo del corpus Christi… La tesis subyacente en el concepto de humanitas era la validez de la comprensión humana y la absoluta autonomía del individuo” (...). Eso, sin embargo, era una ideología por la que abogaban los Judíos y a la que no renunciaron los Conversos. La persecución y expulsión de ambos difundió la ideología de la humanitas por toda Europa, prestó gran ímpetu al humanismo del Renacimiento y así contribuyó considerablemente a la Reforma. En España la crueldad de la persecución devino incluso más drástica y arrasadora: “La vieja ideología cristiana demandaba una total supresión del individuo y la sumisión absoluta a la jerarquía del establishment. Esta ideología se mostraba en el peculiar concepto español de honor y honra (honor y dignidad). Para el español, el honor y la honra los determina exclusivamente la opinión pública –no el mérito personal. Como escribió Lope de Vega (1562-1635), nadie es honrado por sí mismo; tener honor no es lo mismo que ser virtuoso y meritorio. Más bien, es la manifestación de la aprobación del cuerpo político, eclesiástico y social –la corporación– de sus miembros y subordinados particulares. Para los Judíos y Conversos, honor y autoestima dependían exclusivamente de los méritos individuales –no de la opinión pública. En el plano de lo espiritual, ello significaba que la salvación no podía depender del linaje, lo que los viejos Cristianos llamaban la “pureza de la sangre”, sino de los méritos personales y de las buenas acciones” (...). Estos últimos puntos de vista son considerados subversivos, y fue contra ellos que, en 1481, se estableció la Inquisición, que intervino de forma si cabe más brutal y masiva contra ese espíritu de individualidad y auto-responsabilidad. Y todo ello fue muy decisivo en tiempos de Cervantes.

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Para él y para Don Quijote, honor y honra son verdaderamente conceptos centrales, pero de ningún modo en el sentido de sumisión a la autoridad de la Iglesia y el estado, sino más bien al contrario, al servicio de la humanitas. Así, Don Quijote postula de forma determinante “como es muerta la fe sin obras” (...). Ambas ideologías se oponen entre sí aguda pero veladamente, y así repiten la vieja y acerada pugna entre Santiago, el apóstol de Jesús, que retuvo el punto de vista de los judíos, y San Pablo, su mortal enemigo, que invirtió la prioridad de sus valores. Y sin embargo este conflicto sólo podía ser confrontado por un loco, un insensato, un ridículo extranjero –ciertamente no un Lope de Vega, sino únicamente un Cervantes en el Caballero de la Triste Figura. Independientemente de si fue o no un Converso, su actitud, su conflicto, es el de un humanista ante la jerarquía del Corpus Christi como la Iglesia se veía a sí misma, un conflicto interno a su propia alma, con su propia conciencia, interno a Cervantes, interno a Don Quijote. Sancho es por entero el representante de los viejos Cristianos; si Don Quijote es o no un nuevo Cristiano, eso no nos lo dicen; pero, diga lo que diga de sí mismo, su visión no encaja en el mundo de los cristianos viejos, ni la de Cervantes. Se precisaba por tanto un inmenso coraje para escribir esta obra. Es un diálogo trágico bajo la máscara de una sátira, incluso en tiempos de farsa.

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Sus ideales se hallan trágicamente fuera de lugar a pesar de ser, de hecho, los de los oficialmente mantenidos pero en verdad traicionados evangelios. En eso se asemeja al Converso y al humanista que ha creído en las seguridades dadas al ser aceptado en la comunidad de la fe y la sociedad civil y luego se siente expelido y mortalmente traicionado. Es y sigue siendo el extranjero, el eterno paria –el peregrino andante, como se le llama en el poema de otro Converso, Luís de Góngora. El Caballero andante es el Judío o Converso o humanista que vaga errando de un sitio a otro en su exilio, doblemente desarraigado, doblemente deprivado de su hogar, y estafado en su esperanza de liberación y de dignidad. Tan a menudo los tres pueden haberse mezclado en una sola identidad. Así es como veo a Don Quijote.

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Claramente, Don Quijote acaba siendo derrotado, humillado y ridiculizado una y otra vez. Pero también podríamos decir que, después de una comprensión más profunda, esto no es cierto. John A. Crow (“Spain. The Root and the Flower”) enfatiza la dimensión trágica de Don Quijote: “Don Quijote debe mantener una lucha sin fin contra los defensores de la razón, las personas del sentido común que son cautivas de la realidad física. Observar las leyes incluso cuando se está amenazado por la muerte... [es] la quintaesencia del honor español en su nivel más elevado; no se trata aquí del honor del teatro de la Edad de Oro, en donde el honor del hombre tiene que ser recuperado a través de la venganza de sangre, sino el honor en el sentido más profundo de la dignidad humana como método para sobrevivir, como un medio hacia la bondad, como el camino a la inmortalidad”.

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Para el bueno de Don Quijote idealismo significa una lucha a muerte contra las peores fuerzas de la injusticia y de la maldad sin tener en cuenta ni las propias posibilidades de sobrevivir ni las consecuencias que pudiera acarrear. Lo práctico no tenía cabida en esta lucha; el hombre ponía su alma entera en esta lucha sin soluciones de compromiso, ni huidas, ni apaciguamientos. De esta manera la religión de Don Quijote, que por ello es una religión, se aproxima a la de Jesús, quien también murió por sus creencias. Si bien, al final de la novela, encontramos un héroe derrotado, debe quedar claro para los inteligentes lectores que la derrota del héroe significa la supervivencia del ideal del héroe. En literatura la gran tragedia siempre consiste en esto. Cuando vemos un personaje noble derrotado, tanto en el escenario de un teatro como en una novela, la esencia y la realidad de su lucha sobrevive en el corazón de sus espectadores, y esto es precisamente lo que el autor, de forma consciente o inconsciente, intenta conseguir. Es más, ¿no se requirió la muerte de Cristo para establecer la religión cristiana?”

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En relación a la dimensión cómica-humorística, podemos recurrir a los comentarios de Freud sobre Don Quijote: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es, al contrario [a diferencia de Sir John Falstaff] una figura que no posee humor en sí mismo pero que a través de su seriedad nos ofrece un placer que bien podría ser calificado de humorístico, aunque su mecanismo nos muestra una diferencia importante respecto al humor. Don Quijote es originariamente una figura cómica pura, un niño grande; las fantasías de sus libros de caballería le han sorbido el seso. Es bien conocido que al principio el autor no pretendía nada más de él y que su creación fue creciendo gradualmente mucho más allá de las primeras intenciones de su creador. Pero como el autor equipó a esta ridícula figura con la sabiduría más profunda y con los propósitos más nobles y lo convirtió en el representante simbólico de un idealismo que cree en la realización de sus objetivos, y que toma sus obligaciones muy en serio y se toma sus promesas de forma literal, esta figura dejó de tener un efecto cómico. Tal como sucede en otros casos, el placer del humor surge del impedimento de una emoción, en este caso a partir de la interferencia con el placer cómico”.

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Cervantes inaugura la novela moderna a través de impureza, del mestizaje de todos los géneros. Criticado a menudo por ignorar los requerimientos de la novela bien hecha (personajes reconocibles, un buen argumento, una narrativa lineal), Cervantes nos ofrece de forma audaz en su libro, en primer lugar y como lo más importante, el diálogo entre la épica (Don Quijote) y la picaresca (Sancho Panza). Pero luego introduce el cuento dentro del cuento, lo morisco, lo pastoral, lo bizantino, y por supuesto, la historia de amor. La novela moderna nace como un encuentro de diversos géneros y como rechazo a la pureza”. Esto, sin embargo, significa que “en un mundo de certezas dogmáticas, Cervantes introduce un universo donde nada es seguro”. Todos los nombres cambian y permanecen inciertos. Todas las ilusiones se acaban desintegrando. “No es de extrañar que Dostoyevsky, en su diario, llama al Don Quijoteel libro más triste que se ha escrito nunca’. Puesto que es, añade Dostoyevsky, ‘la historia de una desilusión’.”

Básicamente, se trata de la dialéctica que domina la vida entre la tragedia por un lado y el humor, misticismo, realidad, e ironía por el otro lado.

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Reducir algo al absurdo es en definitiva hacer un chiste de este algo. La obra del Quijote es una rebelión disfrazada con la forma de chiste, una protesta disfrazada de sátira, una profundidad y una multiplicidad de verdades escondidas tras la máscara de la locura, la visión mística de que detrás de lo que es obvio y externo hay profundos secretos, secretos que se tornan visibles para el marginado, el perseguido, el apaleado, pero que en cambio son inaccesibles para el avaricioso de poder, el injusto, y el cruel, así como para aquel que desea solo riquezas o gratificación sensual. Es la historia de sufrimiento de un individuo en el mundo de la mayoría, de una persona que se cubre a sí mismo de ridículo para cumplir con su misión de rescate. Y finalmente, esta historia es la representación disfrazada de la búsqueda de un sentido de la vida nuevo y comprensivo, que lo podría explicar todo, y de la búsqueda de una identidad sólida, de un self que intenta dar la espalda al parasitismo deshonesto que le rodea. El claro fracaso de estas intenciones no devalúa la nobleza de esta visión nueva del ser humano y de la búsqueda mística, sino que paradójicamente confirma su dignidad.

Al mismo tiempo, Don Quijote es el paradigma del hombre en conflicto. ¿Significa esto que es el paradigma del hombre moderno? No y sí. No, porque la conciencia del conflicto interno es algo que viene de muy lejos, de Homero y Platón, de la Biblia y de San Agustín. Pero también sí, ya que este conflicto interno se estudia y se convierte en el centro de consideración, casi siempre de una forma externalizada. Don Quijote es, como Hamlet y Lear, como Fausto, Dimitry Karamazov, Versílov, y Nechlyudov, el hombre de doble identidad, del doble self, el representante de la trágica “Selbstentzweiung des Sittlichen” (la contradicción interna de la moralidad), y por ello de una enorme significancia como emblema del psicoanálisis.

jueves, 27 de mayo de 2021

El tiempo ensimismado

Para celebrar la Semana del Libro de este año, El laboratorio de ideas para el comunismo del Partido Comunista de Castilla-la Mancha presentó esta novela. A través de la videoconferencia, el autor explicó, desde su conocimiento como historiador de la Unión Soviética, algunas claves importantes para entender acontecimientos históricos, más allá de interpretaciones interesadas que el tiempo transcurrido debería dejar atrás.

Las vicisitudes que rodearon el traslado a la URSS del "oro de Moscú", para desde allí negociar su venta, en el despiadado mundo especulativo de las finanzas internacionales, como único medio posible para adquirir armamento y suministros, ante el aislamiento internacional (que solo afectaba a la República, porque los sublevados contaban con todo el apoyo de Alemania e Italia), están presentes a lo largo del relato.

Se entremezclan estas intrigas con los enfrentamientos, dentro del campo republicano, entre anarquistas, trotskistas y comunistas, cuando cada grupo tenía prioridades sin duda incompatibles: ganar la guerra o hacer la revolución. La hipótesis es que todos querían gestionar ese oro para su causa.

No cabe duda de que existió una lucha entre agentes de todas las partes, unos por razones ideológicas, otros como negociantes sin escrúpulos. Operación Cicerón, El Tercer Hombre o El espía que surgió del frío debieron ser muy reales en aquel tiempo de guerra y preguerra (como en este mismo, desde luego).

Los documentos que aparecen intercalados en el relato, fieles o novelados, son muy plausibles, sobre todo teniendo en cuenta el acceso del autor a los archivos desclasificados tras la desaparición de la URSS.

La novela se desarrolla en tres planos: el fantástico de la casa de Pepín o las misteriosas cabras blancas, el de los personajes de ficción y sus particulares enfrentamientos y el histórico, con actores reales e hipotéticos. Todos ellos interactúan en capítulos que podrían ser relatos separados. El lector los debe enlazar y tendrá una visión de un tiempo y de un país.

En su charla, Antonio dejó muy claro que ya es hora de abandonar cualquier explicación sectaria de la Historia. El tiempo transcurrido pone a cada uno en su lugar, explica sus razones y permite entender la complejidad de los hechos, los aciertos y los errores que ya no podemos cambiar.

En El Mono Azul, suplemento cultural de Mundo Obrero, aparece este mes una reseña de Gema Delgado que copio a continuación.



Donde transitan los vivos y viven los muertos

o la física elástica de Espartal

Gema Delgado

Realismo mágico en un pueblo de Murcia, Espartal, tierra limítrofe entre arterias que lo unen con el resto del mundo y senderos que acaban en montes y riscos. Espartal no tiene límites, es universal. En este pueblo tan peculiar cabe toda la geografía del mundo y las gentes que la pueblan, ya sean vivos o muertos. Limítrofe entre lo que pasó, lo que pudo haber pasado, lo que el autor recrea con sus personajes históricos y autóctonos, reales y ficticios, y lo que juega con nosotros cuando intentamos despejar la ficción de la vasta documentación que maneja un historiador que lleva tres décadas viviendo en Moscú, de donde provienen algunos personajes de la historia: conocidos consejeros, espías, corresponsales de prensa como Koltsov y Ehrenburg y hasta el embajador Rosenberg. Hechos, fantasía, intrigas, juegos y guiños de humor en un mundo de revolución, de sueños truncados y tragedias. Todo eso y más es "El tiempo ensimismado".

Y es que por Espartal pasó mucha gente y muchas cosas: Las Grandes Princesas rusas, la Segunda República, el Quinto Regimiento, los anarquistas, los comunistas, el golpe de Estado, la guerra, los convoyes cargados con las reservas de oro del Banco de España con las que Negrín quería intentar salvar la República, los espías soviéticos, los corresponsales de guerra, los fantasmas, los falangistas, los arribistas, la venganza y la codicia, los traidores, los sindicalistas que no torcieron su brazo y los amos de las fábricas, de los campos, de las vidas y las muertes... que fueron muchas, y todas prematuras y violentas. Por eso los muertos se reúnen en casa de Pepín el de las Cartas a la espera de hablar con los vivos sobre aquellos asuntos que les quedaron pendientes. Mientras charlan, se reencuentran y desvelan historias inconclusas que sólo ellos saben y que ya no necesitan ocultar.

Allí, a la casa de Pepín, llegó, después de salir por última vez de la cárcel, Juan el Lagarto, el comunista que cuando comenzó la guerra se unió al Quinto Regimiento. Fue a que el visionario del pueblo le leyera el porvenir, como hacían los vivos, pero se quedó sorprendido cuando Pepín le contó que ya no tenía porvenir porque estaba muerto. Resulta que, después de haber burlado tantas veces a la muerte, se había muerto sin darse cuenta, o al menos él no recordaba ni cuándo, ni cómo, ni dónde. Andaba desmemoriado porque llevaba poco tiempo muerto, según decía Pepín. Pero poco a poco fue recordando y sumando con los otros muertos pedazos de vida con los que se ha construido esta historia coral de héroes, heroínas y anti héroes.

El escritor e historiador Antonio Fernández Ortiz nació en Cieza (Murcia), en una comarca que vivía del esparto y en una familia que subsistía con la agricultura. Estudió Historia y se fue con una beca a Moscú, en 1991. Desde entonces vive allí sin olvidar su pueblo. En 2008 escribió Historias de Espartania, sobre la vida en aquellas tierras, con unos paisanos que vuelven a salir ahora en su última novela "El tiempo ensimismado" ubicada ahora en Espartal.

Especialista en Rusia, Antonio ha recreado también la trama de conspiraciones entre trotskistas y comunistas de Stalin en la España de la guerra civil y la implicación de todos en el traslado de las reservas de oro del Banco de España a Moscú y poder comprar armas, municiones y alimentos para salvar la República. Con este fantástico libro Antonio nos invita a emprender un viaje a través de la física elástica hasta Espartal y a compartir tertulia en casa de Pepín, donde transitan los vivos y viven los muertos.

Antonio Fernández Ortiz colabora en Mundo Obrero, desde las páginas culturales de El Mono Azul, con la sección Literatura y Revolución. Desde ellas hace un recorrido por la literatura y la implicación política de los escritores rusos, porque, como nos explica cada mes, la literatura rusa y después soviética del siglo XIX y XX está marcada por la revolución.

martes, 18 de mayo de 2021

Las piezas y el puzle

Verde sí, pero ¿transición o transacción? se pregunta Martín Otero Ruibal en mundo obrero. El trasfondo del artículo es la división que las políticas "verdes" introducen en la clase obrera. De un lado, la defensa "de la vida", de otro, la defensa "del empleo". Aunque dicho así pueda parecer que estoy tomando partido por el ecologismo radical, la realidad es que se trata de otro ejemplo más de la contradicción que se plantea cada vez que se contraponen el corto y el largo plazo. El primero suele dictar "lo urgente". El segundo, "lo importante". Y no resulta fácil encajar estas piezas, marcadas por las aristas cortantes que tantas veces desgarran la táctica de la estrategia.

Este permanente conflicto entre lo inmediato y lo que se aplaza tiene consecuencias que aborda  el artículo:

En una situación ya bastante enrevesada y compleja surgió además una confrontación interna en el seno de la clase obrera de la cual el capital ha sabido sacar partido: la transición ecológica.

Pero, ¿qué es la transición ecológica? Para algunos, muy sensatamente puede ser el camino correcto en aras de resolver los problemas medioambientales que acechan a nuestro planeta. Para otros es el enésimo desmontaje y despiece de nuestro sector industrial, llevándose por delante condiciones laborales dignas y la organización fabril de la clase obrera, todo ello regado con millones de dinero público.

Algunas de estas consecuencias las conocemos, tanto el autor como yo mismo, por el permanente forcejeo que en nuestra comarca de Pontevedra ha marcado la historia de una industria, la más importante de la zona desde su creación, entre defensores y detractores. Se trata de ENCE, creada como empresa pública (Empresa Nacional de Celulosas) y privatizada posteriormente como Energía & Celulosa.

En tres años, en pleno aznarato, aquella empresa de interés nacional pasó a manos privadas:

A pesar de los ingentes ingresos que la pastera proporcionaba al Estado, y aunque no se cerraba el ciclo de producción (el papel y no solo la pasta), la privatización culminó en 2001. Asociaciones de vecinos, de defensa de la ría, organizaciones verdes y el BNG como sujeto político se han opuesto siempre a la localización de la pastera, clamando contra los desmanes en lo relativo a vertidos que la ría soportaba, las consecuencias para la salud de la población cercana, el nauseabundo olor y un largo etcétera. Primero clamando para la retirada sin condiciones de la pastera y después exigiendo un emplazamiento más adecuado.

Enfrente siempre ha estado la plantilla de la fábrica, replicando que los desmanes ecológicos eran cosa del pasado y que los puestos de trabajo, además de no ser precarios, debían ser preservados a falta de una alternativa viable que no fuese algún proyecto turístico para unos terrenos que debían ser fuente de riqueza industrial.

Sobre el tema he escrito en este mismo blog al menos en tres ocasiones. En 2011, la pata del mono, en 2013, sobre ENCE y sus repercusiones, y en 2017, ENCE de nuevo. A ellas remito a quien quiera conocer el tema con más profundidad.

El "corazón partío" de la izquierda, entre el ecologismo y el obrerismo, dificulta un análisis correcto que vaya más allá de posturas tacticistas de uno y otro lado. En ocasiones los trabajadores apoyan a su empresa en defensa de los puestos de trabajo; en otro momento, cuando esa empresa los deje en la estacada, defenderán, ahora contra la empresa, el empleo. Ambas actitudes son lícitas, pero hay que ir más allá de posturas simplificadoras.

Frente a la división de la clase obrera, es necesario encajar bien las piezas de este puzle, porque, como avisa Martín:

Mientras tanto, la ultraderecha avanza, extendiendo sus negros tentáculos y entrando en los centros de trabajo y prometiendo al obrero la felicidad bajo el manto del nacional-catolicismo.

Aunque sea complejo, debemos afrontar desde la organización este debate, sopesando los riesgos pero afrontando con sinceridad y honestidad que la industria, las fábricas y el obrerismo son imprescindibles, pues será ahí y solo ahí donde la organización podrá crecer, formar cuadros combativos y construir masa social para poder dar respuesta a las problemáticas que nos arroja el sistema capitalista.

Esto obliga a explicar muy bien que el ecologismo no puede ser una imposible vuelta al pasado, que sería una vuelta a condiciones anteriores que desembocaron en las actuales y podrían volver a hacerlo, sino un punto de partida que tendrá que aprovechar el conocimiento adquirido y transformar la base industrial sin destruirla prematuramente. aunque el tiempo apremia.

Si la producción de todo depende de los trabajadores, son los trabajadores quienes tienen en sus manos esa transformación. La destrucción de la clase obrera es la destrucción de la esperanza de cambiar el mundo. Lo demás se queda en buenas intenciones que no se concretan nunca, porque ninguna fuerza real se opone al imperio del capital.



Como complemento a la disyuntiva planteada entre ecologismo y obrerismo, un artículo de Maxi Nieto, de la Universidad Miguel Hernández, publicado por la de Alicante y expresivamente titulado El decrecimiento no es ninguna solución, presenta otro dilema, entre crecimiento y decrecimiento, que puede ayudar a clarificar la polémica:

El artículo propone una crítica desde el marxismo a la teoría eco-socialista del decrecimiento basada en tres ejes principales:

1) por un lado, argumentamos que esta corriente se basa de un planteamiento fundamentalmente errado que confunde la causa última de los problemas de extralimitación ambiental, que no es el "crecimiento" en abstracto sino la lógica económica capitalista que lo gobierna, una lógica ciega que impide la regulación consciente y democrática de la economía;

2) en segundo lugar, consideramos que propone una solución socialmente injusta y reaccionaria, pues reparte responsabilidades por igual, hace recaer el coste de la reconversión ecológica sobre la clase trabajadora e impide aprovechar las enormes capacidades científico-técnicas acumuladas por la humanidad;

3) en tercer lugar, consideramos que constituye un proyecto esencialmente utópico por dos motivos: no establece unos fundamentos institucionales y económicos verdaderamente alternativos al capitalismo; y es inviable porque acaba aceptando la misma producción mercantil que está detrás de la degradación ambiental. Como conclusión, se reivindican las posibilidades de la planificación económica socialista en las condiciones tecnológicas actuales como verdadera alternativa a la crisis eco-social global.

Así concluye este otro artículo:

Es totalmente cierto que la innovación tecnológica no resuelve por sí misma los problemas, ni sociales ni ambientales, porque se desarrolla siempre dentro de marcos económicos específicoscon sus reglas de funcionamiento e incentivos particulares. El capitalismo es el ejemplo más claro de ello. Para que la innovación tecnológica pueda realmente contribuir a solucionar la actual crisis eco-social es necesario que deje de estar sometida a la lógica mercantil del lucro. Y es igualmente cierto que una economía comunista como la que hemos propuesto –y no, desde luego, un sucedáneo burocrático o mercantil como los que a menudo se defienden–, precisamente por ser una economía libre y democrática, no garantiza por sí misma que se evite el daño al medio ambiente. De hecho, aunque parece poco probable, una sociedad comunista podría decidir suicidarse si elige eludir las restricciones físicas de la actividad económica. Pero lo que sí está claro es que una economía planificada constituye una condición necesaria para revertir la situación actual sin imponer a la mayoría de la población mundial un brutal retroceso en sus condiciones materiales de vida. Lo decisivo a la hora de establecer comparaciones es saber si un determinado sistema económico conduce o no, por su propio mecanismo de funcionamiento, a determinados resultados desastrosos desde el punto de vista de la supervivencia y el bienestar humanos. Frente a la lógica capitalista del lucro, la competencia y la acumulación irracional, no hay nada en el comunismo –ningún principio, proceso o regla de funcionamiento– que someta a los individuos a actuar de un modo depredador del medio ambiente. En definitiva, nunca antes como en nuestros días se ha hecho más evidente la imperiosa necesidad de reemplazar el obsoleto mecanismo del mercado y la propiedad privada por el de la planificación económica y la propiedad social de los medios de producción.

Como siempre se suele hablar de los estragos ecológicos causados por el desarrollo en los países socialistas, el autor se siente obligado a matizar:

Sin necesidad de entrar en consideraciones políticas, hay que decir que muchos de los problemas ecológicos registrados en la URSS –unos problemas que siempre son convenientemente amplificados y manipulados por la propaganda burguesa– se explican en muy buena medida como precio pagado por la necesidad de resistir el hostigamiento y el cerco imperial durante toda su existencia. Y ello sin tener en cuenta la distancia de nuestro modelo con el de la URSS.

Es evidente que este autor entiende por "decrecimiento" el que proponen muchos ecologistas que minusvaloran las luchas sociales y el papel de los trabajadores en ellas, sin las cuales es el capital el que pilotará cualquier cambio. Pero no parece tener en cuenta que en términos puramente físicos el decrecimiento no es una opción, sino un hecho palpable que ya estamos sufriendo.

Ecologismo, obrerismo, lucha de clases, crecimiento, decrecimiento, capitalismo, comunismo, ecosocialismo... son las piezas de un puzle que tenemos que ser capaces de encajar, y cuanto antes, porque el tiempo apremia.

jueves, 13 de mayo de 2021

Grandes granjas, grandes gripes

Si hemos logrado alterar a nuestra voluntad la evolución de los grandes animales, no ocurre lo mismo con los seres microscópicos. La venimos alterando muy en contra de nuestros deseos.

Varios factores confluyen para este mal logro. El primero de ellos es la destrucción y simplificación de los ecosistemas naturales, forjados durante larguísimos periodos y modificados en tiempos muy breves. Los delicados equilibrios entre especies han sido brutalmente demolidos por la acción humana. No hay rincón del planeta que pueda considerarse completamente virgen. Los pocos pueblos primitivos que subsisten, incluso los que llamamos "no contactados" han sido ya influidos indirectamente por los "civilizados".

Esto crea nuevos equilibrios ajenos a nuestra intención y muy contrarios a nuestros intereses, potenciando especies dañinas para otras especies, y también para la nuestra. Plagas y epidemias se mueven con nosotros y con nuestras mercancías.

De la agroindustria y la ganadería intensiva depende hoy casi exclusivamente nuestra alimentación, y con ella nuestra supervivencia, pero tienen varios aspectos sumamente negativos. La contaminación por residuos, pesticidas y otros productos tóxicos es consecuencia evidente.

La ganadería industrializada, en particular, es una gran fuente de transmisión de enfermedades. Acumular muchos animales en espacios reducidos dificulta la higiene de los recintos y favorece la transmisión de patógenos.

Seleccionar especies por su rentabilidad acaba produciendo animales casi clónicos, prácticamente idénticos desde el punto de vista genético. Si un germen letal se transmite entre ellos apenas dejará supervivientes. Una gran instalación agropecuaria es como un enorme cultivo de gérmenes, una gigantesca placa de Petri en la que proliferan y evolucionan toda clase de microorganismos.

Para combatirlos se emplean antibióticos, cuyo efecto no deseado es que en ese enorme experimento genético aparezcan cepas resistentes. Con los alimentos entran en nosotros tanto el antibiótico como, en su momento, el germen resistente al mismo. Dentro de unos años lo que "aprenden" los microbios inutilizará nuestra lucha contra ellos.

El ecosistema globalizado se convierte así en una lucha permanente contra enfermedades nuevas, o variedades nuevas de viejas epidemias.

La paradoja es que mientras disminuye radicalmente la riqueza genética de los grandes animales, salvajes o domésticos, aumenta "hasta el infinito" la de los microorganismos que pueden convertir en problemática nuestra propia supervivencia.

La actual pandemia, propagada a cientos de millones de personas, adquiere una colosal capacidad mutante. La lenta vacunación no impide que, de contagio en contagio, el virus mute de forma incesante. Es posible que, como en el caso de la carrera entre nuevas bacterias y nuevos antibióticos, se esté generando otra semejante entre este virus (y habrá otros...) y las vacunas.

Ambas competiciones a mayor gloria de las grandes farmacéuticas, pero a no menor duelo de la humanidad.


Grandes granjas, grandes gripes

El libro “Grandes granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas” de Rob Wallace explica la relación entre el sistema industrializado de producción de alimentos y el creciente riesgo de aparición de pandemias. En particular su lectura sirve para entender por qué no es necesario buscar argumentos conspiranoicos al origen del virus Sars-Cov-2, encontrar ejemplos de crisis que, sin llegar a la magnitud de la causada por la propagación de la COVID-19, se vienen repitiendo en las últimas décadas y comprender que, o cambiamos algunas cosas en nuestro modelo de producción y consumo o esta no será la última pandemia que viviremos.

El ensayo, dividido en siete bloques, aborda el problema desde varios puntos de vista, explicando cómo se han abordado las crisis causadas por la gripe aviar o los patógenos de la industria porcina, trata la evolución de los virus que afectan a los animales que criamos para alimentación, la influencia de las prácticas industriales en la selección de variantes de esos virus, el papel de los fármacos o la influencia del manejo de los ecosistemas naturales en la aparición y propagación de virus cada vez más peligrosos para la especie humana, como el Ébola.

Una de las ideas que se desarrollan es la importancia de identificar la ubicación de las variedades de los virus. Iría más allá de determinar el lugar donde el patógeno se originó. Para Wallace la evolución de los virus depende de las condiciones locales impuestas por las políticas públicas y las prácticas sociales. Según plantea en el libro, el origen de los patógenos es multifacético y hay numerosos países e industrias culpables. Tanto por sus prácticas agrícolas y ganaderas como por el tipo de alimentos y la demanda de los mismos que imponen a los productores.

Rob Wallace plantea que debemos acabar con la agroindustria tal y como la conocemos. Para el autor, por ejemplo, la gripe aviar surge a través de una red globalizada de producción y comercio avícola en la que evolucionan cepas específicas del monocultivo genético de aves. Mientras que los virus son capaces de adaptarse a los ritmos de la producción industrial, los animales seleccionados por características que interesan al mercado pierden la opción de crear resistencia a las nuevas variedades de virus o de trasladar adaptaciones genéticas a las siguientes generaciones.

La industria biotecnológica permite mantener el ciclo productivo en estas instalaciones industriales, creando fármacos que mantienen a los animales en condiciones de llegar al mercado, pero esta práctica selecciona virus capaces de adaptarse a los tiempos de la cadena de producción y saltar de un proceso a otro, de una instalación a otra o de llegar desde las aves o los cerdos a los humanos.

Así, según Wallace, algo que podría ser un suceso poco probable se convierte en un experimento que se repite con mucha frecuencia en muchos lugares, dando oportunidades para que esa probabilidad se materialice y acaben ocurriendo escenarios como el de la propagación de una gripe aviar o una pandemia global por coronavirus.

En este sentido, las variedades tradicionales podrían actuar como cortafuegos inmunitarios, especialmente en explotaciones extensivas tradicionales donde los animales pueden evolucionar y trasladar resistencia genética adquirida por el contacto con patógenos de unas generaciones a otras. Pero si con cada fenómeno de contagio se eliminan todos los ejemplares de las explotaciones industriales y se reinicia la producción con la misma gallina seleccionada, la siguiente tanda de animales estará igual de expuesta a un virus que va mejorando su capacidad de afectar a un número mayor de individuos. Quizá con un ciclo infeccioso que le permita pasar desapercibido durante la fase de engorde de los pollos y viajar por el mundo a la siguiente etapa del proceso.

Otra cuestión importante que destaca Wallace es la necesidad de restaurar los humedales, como hábitat natural de las aves silvestres, para evitar la dependencia de las aves migratorias –una de las fuentes de cepas de gripe- de las tierras agrícolas desde donde infectan a las aves de corral.

La invasión de ecosistemas naturales por instalaciones industriales, especialmente en el sureste asiático, se señala como origen de virus altamente patógenos, debido al aumento de interacciones, mediadas por el ser humano, entre animales silvestres y el ganado industrial. Pero la culpa no queda en el tejado de las prácticas de los países de esta región, en tanto que son inducidas por la demanda occidental y los mercados especulativos que mueven la economía global.

El autor aborda el problema como una cuestión de externalidades. Por un lado la industria agraria no estaría asumiendo los costes sanitarios que causa el modelo de producción. El tratamiento de los animales no se realiza con un esquema global de control o prevención de enfermedades, se limita a la gestión de los patógenos en momentos críticos del proceso productivo, sin una visión sistémica que evite la propagación de virus desde las macrogranjas o la llegada de estos a las personas.

Pero también en un esquema de deslocalización de las etapas más arriesgadas y con mayor impacto del proceso productivo. Las grandes corporaciones han ido repartiendo los procesos de su actividad económica externalizando riesgos a terceros y quedándose con las operaciones de valor añadido. La proliferación de grandes granjas por todo el planeta es parte de este modelo donde los beneficios quedan en manos de unos pocos, en un modelo centralizado de control de la producción, mientras que el riesgo de perder la producción por un fenómeno adverso queda en manos de los propietarios de estas granjas, sin margen de actuación fuera de las condiciones del contrato con la corporación para la que crían, engordan, sacrifican o procesan los productos animales.

Otra cuestión que se aborda ampliamente en el libro son los conflictos de intereses entre organizaciones y personas a la hora de abordar el problema. En particular cómo la industria farmacéutica y la agroindustria manejan el concepto de la bioseguridad y a los profesionales que trabajan en ella. En la medida en que el dinero para la ciencia viene más de la agroindustria que del Estado, la investigación se orienta a mantener el modelo de negocio más que a trabajar por el interés general.

El autor porta ejemplos concretos del lavado de imagen de la agroindustria, con organizaciones sin ánimo de lucro y nombres rimbombantes, eventos, premios y campañas para despistar a la opinión pública y dirigir el discurso lejos del núcleo del problema.

Con esta estrategia el foco se pone en la detección temprana entendida como la identificación de nuevos patógenos y su tratamiento, en lugar de centrar los esfuerzos en la caracterización de los escenarios que promueven la aparición de los enfermedades, ya que “no es una coincidencia que tanto H5N1 como el SARS hayan surgido en Guangdong en un momento en que la provincia china estaba experimentando cambios fundamentales en su geografía agroeconómica”.

Así pues, mientras estamos centrados en respuestas de emergencia, que resultan decisivas para abordar situaciones concretas, este enfoque nos llevaría a no abordar los contextos agroeconómicos que provocan la aparición de la enfermedad. Ejemplificando con el caso del Ébola, Wallace indica que mientras se señala al contacto directo de humanos con murciélagos transmisores de la enfermedad no se aborda el papel de la expansión de cultivos comerciales de caña de azúcar y algodón en el aumento de la frecuencia de esos contactos.

El resultado de este enfoque es que los sistemas públicos de salud subvencionan a la agroindustria asumiendo los costes de las enfermedades que se generan en unas prácticas de producción insostenibles. Vacunas animales y humanas, antivirales, operaciones de sacrificio de animales… medidas que tienen un alto coste para pequeños productores, consumidores y administraciones públicas, pero que repercuten en un mayor beneficio y son el resultado de la capacidad de la agroindustria para influir en los procesos de toma de decisiones.

A lo largo de sus páginas “Grandes granjas, grandes gripes” va desenredando la madeja global de la agroindustria, acaparada por la “Big Food”, y el papel de la ganadería integrada en la dispersión por todo el planeta de monocultivos de cerdos y aves de corral, apretujados unos contra otros, en una ecología perfecta para la evolución de múltiples cepas virulentas de gripe con capacidad de infectar a seres humanos.

Según Wallace estamos cultivando nuestros propios patógenos. “Los patógenos están actuando como los perros primitivos, que mordisqueaban cada vez más en nuestros montones de basura, lo que llevó a una vida domesticada pero no necesariamente amistosa dentro de nuestras chozas”.

Así, este libro ayuda a entender que virus altamente patógenos que resultaban bastante inofensivos en animales silvestres son parte del actual sistema de producción de alimentos. Una bomba de relojería que se resume en el título “Grandes granjas, grandes gripes” y que requiere revisar el modelo de producción y consumo si queremos evitar las próximas pandemias.

miércoles, 12 de mayo de 2021

La razón de la sinrazón

El pontevedrés Valentín Tomé es profesor de enseñanza secundaria en Navalmoral de la Mata, concejal por Unidas Podemos en ese municipio y coordinador comarcal de Izquierda Unida. Cada semana viene publicando un artículo en Pontevedra Viva, bajo el epígrafe Res publica.

Nada más convocarse las elecciones madrileñas, en el titulado Ayuso, Gabilondo y Platón enumeraba punto por punto las desastrosas decisiones del gobierno de esa comunidad, patentes para quien quiera enterarse de los hechos. Ahora, pasadas las elecciones sin que esa gestión haya mermado, antes al contrario, la popularidad de los responsables, el autor ofrece algunas reflexiones sobre, el en apariencia, sorprendente resultado.

El votante medio recibe prácticamente toda la información de periódicos, radios y cadenas de televisión políticamente (y económicamente) comprometidas con el capital. No solo se tergiversan contenidos, sino que se potencian algunos y se ocultan otros. La repetición es más eficaz si procede de distintas fuentes y se dispersa, porque inunda las mentes que no pueden distinguir que algunas opiniones unánimes proceden del mismo lugar.

Las redes sociales son un medio eficaz. Nos confirman lo que ya creíamos saber. Son el eco millones de veces repetido de las voces dominantes. Bulos y mitos se propagan entre esa población que, además, se suele considerar bien informada. Las precisiones y los desmentidos solamente circulan entre una parte menor de las audiencias.

Porque las redes reciben una enorme cantidad de datos sobre cada participante, y la inteligencia artificial, con sus algoritmos diseñados para ello, crean un perfil para cada participante, que recibe casi exclusivamente las informaciones que le confirman lo que ya creía (y quería) saber.

De esta manera, la red funciona en los dos sentidos que el diccionario otorga al término: como facilitadora de la comunicación entre sus nudos y como malla que atrapa y encierra a los semejantes en círculos cada vez más aislados entre sí. Siempre resulta gratificante que "te den la razón", aunque esa razón te haya sido previamente inoculada sin que casi nunca te des cuenta. El principio del placer se impone entonces al principio de realidad.

Mitos de la inteligencia artificial










Res publica: El 4M desde el mito y la inteligencia artificial

Valentín Tomé

La Filosofía surgió, según indican todos los manuales al uso, a partir del momento en que salimos de la primitiva oscuridad en la que los seres humanos acudíamos a los mitos para explicar los sucesos del universo y nuestro lugar en el mismo a hacer uso de la Razón para dar respuesta tanto a esas antiguas preguntas como a otras de nuevo cuño. Se trata del denominado "paso del mito al logos".

El ejemplo paradigmático y actual de aquellas sociedades donde el pensamiento mítico se convierte en el eje principal sobre el que se organizan todas las relaciones es el de las sociedades "primitivas", es decir, aquellas que aún se resisten a conocer los poderes de la Razón, y por lo tanto de la civilización, y viven en un eterno Neolítico, apegados a una perpetua cadena de ritos y costumbres que no son cuestionados. Pareciera entonces que la especie humana se encuentra fragmentada en dos categorías: el hombre que sabe frente al hombre salvaje.

Sin embargo, la mayor parte de los antropólogos que se dedicaron al estudio de estas sociedades "primitivas" observaban que si bien algunos de los principios doctrinales que las regían podríamos calificarlos de naturaleza mítica, las pautas de comportamiento que se desprendían de la asunción de esos principios respetaban los cauces de la lógica o la racionalidad. Así, si una tribu o banda creía en la existencia de un alma o principio vital en todos los fenómenos de la naturaleza era perfectamente racional que una persona de esa tribu, normalmente el brujo o chaman, interpelara con cánticos a las nubes para que estas hiciesen llover; de la misma manera que se considera lógico en nuestras sociedades modernas que una persona que cree en la existencia de un ser superior, hacedor de todas las cosas, y que además interfiere en los asuntos humanos se dirija a ese ente a través, por ejemplo, de la oración para implorar su ayuda o su intercesión o su perdón de cara a un posible castigo futuro según el caso.

Incluso en el campo de la antropología cultural se llegó mucho más allá gracias sobre todo a la labor realizada por Marvin Harris, demostrando que algunos principios que siguen vigentes en la actualidad en determinadas religiones tienen incluso un origen tan inequívocamente racional que es incluso materialista.  Según sus investigaciones, decir que los musulmanes no comen cerdo porque Alá se lo prohíbe es decir mucho o demasiado poco. Más allá de aquellos que en el pasado interpretaron la prohibición por motivos de salud (dado el alto número de enfermedades trasmitidas por el cerdo), la razón última de la prohibición, según Harris, se debe a que la cría de cerdos "constituía una amenaza a la integridad de los ecosistemas naturales y culturales de oriente medio". Los cerdos eran competidores directos del hombre en una región donde la supervivencia dependía de un control estricto de los recursos. La actitud más racional, cualesquiera motivos religiosos que a posteriori quisieran aducirse, era mantener a los cerdos alejados del paladar, y centrarse en la cría de ovejas y cabras, quizá mucho menos suculentas, pero con un rendimiento de costes y beneficio mucho más alto.

Sirva esto como introducción para intentar indagar en las razones sobre la inapelable victoria electoral de Ayuso en las elecciones del 4M. Si bien como apuntábamos en una anterior columna, Ayuso, Gabilondo y Platón, desde el punto de la racionalidad y la justicia sobraban motivos para justificar no ya su derrota electoral sino incluso su procesamiento judicial, es evidente que deben existir algunas razones, y además perfectamente lógicas, que, aunque procedan del campo del pensamiento mítico, deberían dar cuenta de lo ocurrido en las urnas. Si, como anunciábamos anteriormente, damos por hecho que el ser humano, aunque en una primera impresión pueda parecer lo contrario, tienen una tendencia natural al comportamiento racional, habrá que intentar indagar en los principios míticos de los que se desprende racionalmente que un votante medio madrileño apueste por Ayuso. Por supuesto, esos principios no tienen por qué guardar relación alguna con la verdad o representar un cuadro completo de la realidad. Como en todo relato se pueden hallar en él elementos que formen parte de lo factual mezclados con interpretaciones de carácter subjetivista junto con otros de naturaleza inventada que ayuden a crear un cuadro sesgado que acentúe aquellos aspectos destinados a derivar racionalmente de ellos el apoyo electoral de un ciudadano cualquiera a su presidenta.

En una suerte de antropólogo neófito me he adentrado estos días en foros y redes sociales pobladas de Ayusers para intentar reconstruir ese relato a partir de las manifestaciones allí encontradas. Recordemos que no estamos buscando las razones de un votante de una clase social particular o de una determinada condición sino las de un teórico votante medio, aquel que ha asumido acríticamente ese relato, el cual le permite justificar de manera lógica su voto por Ayuso. Antes de esa incursión, era consciente también de que la naturaleza de ese relato, dada las características de nuestros tiempos posmodernos, debía a su vez evitar la complejidad y resultar fácilmente digerible por su lógica simple pero aplastante.

El relato dice más o menos así: "Había una vez un país gobernado por un atajo de socialcomunistas trasnochados cuyo modelo era Venezuela. Ese país un día sufrió una pandemia, y como no podía ser de otra manera, cayó en el caos ante la nefasta gestión de sus gobernantes. Pedro el sepulturero y su amigo "el chepas" se mostraron como unos inútiles, daban órdenes contradictorias mientras el país amontonaba miles de cadáveres. Por si esto fuese poco, a la catástrofe humana había que sumar la económica; el país se derrumbaba pues actuaban como enemigos de la libertad. Pero en esto llegó Ayuso, la presidenta de la única región que se rebeló ante estos inútiles, y decidió desafiar sus órdenes. Mientras en las demás partes del país los ciudadanos vivían de las limosnas y las "paguitas" del gobierno socialcomunista, ella puso a su región otra vez a trabajar, activó la economía, hizo de ella un territorio abierto que seguía recibiendo turistas extranjeros, negándose a aplicar cual medida de confinamiento que atentaba contra los principios de libertad que para ella eran sagrados frente al totalitarismo del Gobierno. Mientras el resto del país descansaba, su región trabajaba… y disfrutaba también de la vida. Había muertos también, es verdad, pero todo eso era culpa de la nefasta gestión del Gobierno; ella, entre otras muchas cosas, había construido solita el mejor hospital de pandemias de Europa. Madrid resistió… y venció".

Es indudable que cualquier persona que tenga como única fuente de información sobre lo acontecido un relato como éste también apostaría electoralmente por Ayuso. Sería una conclusión basada además en una inapelable racionalidad. Ahora bien, vivimos en la era de la información, ¿cómo es posible entonces que un relato de esta naturaleza mítica tan deliberadamente sesgado, descaradamente simple para describir una situación llena de complejidad y matices, y cargado de medias verdades sino directamente falsedades, haya podido colonizar las mentes de tantas personas? Hoy en día no resulta complejo acceder a cualquier tipo de información; sin salir de casa y a golpe de click disponemos de múltiples fuentes con las que poder contrastar la información que recibimos.

Si bien es cierto que los canales generalistas clásicos de comunicación, televisiones, radio y prensa, están en manos de grandes intereses económicos que propagan ese relato pues el neoliberalismo predicado y aplicado por Ayuso en su acción política es afín a sus intereses, también es cierto que su poder de influencia ha menguado con la aparición de las nuevas tecnologías. De hecho, muchos de ellos se hayan sumergidos en graves problemas económicos. Pueden seguir siendo la principal fuente de información para muchas personas, pero desde luego no es la única, y tampoco es la principal para la población más joven.

¿Cuál sería entonces la otra principal fuente de información, y prácticamente la única para los jóvenes? Pues las redes sociales. Sí, la mayor parte de los ciudadanos usan Facebook, Twitter, Instagram… para informarse. ¿Y qué ocurre en ellas?

Todas estas aplicaciones funcionan mediante algoritmos diseñados según los principios de la inteligencia artificial. Su objetivo fundamental es la búsqueda de patrones a través del manejo de ingentes cantidades de información. Cada vez que usted da un "me gusta" o accede a determinada página, el algoritmo va generando un perfil propio sobre ese usuario: sus aficiones, intereses… y por supuesto, también, perfil ideológico. Si nos encontramos ante una persona no excesivamente politizada (la cual es la amplia mayoría) tenderá a informarse, cuando lo haga, por las versiones digitales de los grandes canales clásicos. Esta tendencia en seguida se convierte en patrón dominante por los efectos de retroalimentación con los que están diseñados estos algoritmos. Por ejemplo, si usted visita un medio con determinada línea editorial, en seguida, el sistema para otra futura ocasión le sugerirá otro medio del mismo perfil ideológico, aunque incluso usted no sea consciente de ello.  Así, se va generando de manera totalmente algorítmica un discurso en líneas generales único sobre cualquier aspecto de la realidad, aunque este proceda en teoría de diversas fuentes.

Todo esto en el caso del ciudadano "apolítico". Si el ciudadano en cuestión tuviese ya de por sí un perfil ideológico definido, además del "empuje" algorítmico hacia su propio nicho ideológico, entraría en juego además la propia tendencia natural en el ser humano hacia el sesgo cognitivo, es decir, a ver, en la realidad que experimenta, confirmadas sus propias ideas o expectativas. Sin necesidad incluso de echar mano de las sugerencias de la aplicación, él mismo iría configurando su red social para ver o leer solo aquello que concuerde con su visión de las cosas.

En definitiva, al menos en el plano de lo político, las redes sociales potencian aún más la polarización ideológica, y dificultan enormemente el acceso a otras visiones de la realidad u otras opiniones que cuestionen nuestras creencias de serie. Ya no digamos a establecer un debate racional sobre las diferentes posturas en juego. Se logra así un efecto paradójico: en la era de la abundancia de la información multitud de sujetos se reúnen en torno al mismo fuego para contarse las mismas historias.

Todo, esto sobra decir, perjudica enormemente a la izquierda, ya que como hemos visto el ciudadano despolitizado, el sujeto mayoritario en nuestra sociedad, tiene una alta probabilidad de recibir la información por los canales mainstream, los cuales, por su propia configuración empresarial, son adalides del neoliberalismo.

Quizás el mejor ejemplo de esto que acabamos de exponer sea un hecho que pasó desapercibido para la mayor parte de la ciudadanía. Me refiero a la carta remitida a Pablo Iglesias con cuatro balas en su interior donde se le amenazaba de muerte a él y a su familia. En ella, el remitente le acusaba de haber matado a sus padres y abuelos durante la pandemia. Desde la izquierda se pensaba que no había necesidad de desmontar ese bulo que circulaba incluso entre algún gran medio de masas y que decía que el vicepresidente había sido el principal responsable de las muertes en las residencias madrileñas. Se pensaba que con un primario conocimiento sobre las competencias sanitarias y la publicación de las órdenes dadas por la Consejería de Sanidad era más que suficiente.

Sin embargo, al otro lado de la trinchera, en esa otra isla ideológica creada desde la inteligencia artificial, el bulo seguía corriendo como la espuma; y cuando en contadas ocasiones lograba cruzar el campo de batalla digital, desde la otra trinchera se decía que ni caso, que eso ya estaba lo suficientemente claro y que además con fascistas no se discute (adiós al carácter revolucionario de la verdad). Así una gran parte de los votantes de Ayuso fueron a las urnas convencidos, además de las otras muchas cosas recogidas en el relato, de que Pablo Iglesias había sido el principal responsable del senicidio.