Verde sí, pero ¿transición o transacción? se pregunta Martín Otero Ruibal en mundo obrero. El trasfondo del artículo es la división que las políticas "verdes" introducen en la clase obrera. De un lado, la defensa "de la vida", de otro, la defensa "del empleo". Aunque dicho así pueda parecer que estoy tomando partido por el ecologismo radical, la realidad es que se trata de otro ejemplo más de la contradicción que se plantea cada vez que se contraponen el corto y el largo plazo. El primero suele dictar "lo urgente". El segundo, "lo importante". Y no resulta fácil encajar estas piezas, marcadas por las aristas cortantes que tantas veces desgarran la táctica de la estrategia.
Este permanente conflicto entre lo inmediato y lo que se aplaza tiene consecuencias que aborda el artículo:
En una situación ya bastante enrevesada y compleja surgió además una confrontación interna en el seno de la clase obrera de la cual el capital ha sabido sacar partido: la transición ecológica.
Pero, ¿qué es la transición ecológica? Para algunos, muy sensatamente puede ser el camino correcto en aras de resolver los problemas medioambientales que acechan a nuestro planeta. Para otros es el enésimo desmontaje y despiece de nuestro sector industrial, llevándose por delante condiciones laborales dignas y la organización fabril de la clase obrera, todo ello regado con millones de dinero público.
Algunas de estas consecuencias las conocemos, tanto el autor como yo mismo, por el permanente forcejeo que en nuestra comarca de Pontevedra ha marcado la historia de una industria, la más importante de la zona desde su creación, entre defensores y detractores. Se trata de ENCE, creada como empresa pública (Empresa Nacional de Celulosas) y privatizada posteriormente como Energía & Celulosa.
En tres años, en pleno aznarato, aquella empresa de interés nacional pasó a manos privadas:
A pesar de los ingentes ingresos que la pastera proporcionaba al Estado, y aunque no se cerraba el ciclo de producción (el papel y no solo la pasta), la privatización culminó en 2001. Asociaciones de vecinos, de defensa de la ría, organizaciones verdes y el BNG como sujeto político se han opuesto siempre a la localización de la pastera, clamando contra los desmanes en lo relativo a vertidos que la ría soportaba, las consecuencias para la salud de la población cercana, el nauseabundo olor y un largo etcétera. Primero clamando para la retirada sin condiciones de la pastera y después exigiendo un emplazamiento más adecuado.
Enfrente siempre ha estado la plantilla de la fábrica, replicando que los desmanes ecológicos eran cosa del pasado y que los puestos de trabajo, además de no ser precarios, debían ser preservados a falta de una alternativa viable que no fuese algún proyecto turístico para unos terrenos que debían ser fuente de riqueza industrial.
Sobre el tema he escrito en este mismo blog al menos en tres ocasiones. En 2011, la pata del mono, en 2013, sobre ENCE y sus repercusiones, y en 2017, ENCE de nuevo. A ellas remito a quien quiera conocer el tema con más profundidad.
El "corazón partío" de la izquierda, entre el ecologismo y el obrerismo, dificulta un análisis correcto que vaya más allá de posturas tacticistas de uno y otro lado. En ocasiones los trabajadores apoyan a su empresa en defensa de los puestos de trabajo; en otro momento, cuando esa empresa los deje en la estacada, defenderán, ahora contra la empresa, el empleo. Ambas actitudes son lícitas, pero hay que ir más allá de posturas simplificadoras.
Frente a la división de la clase obrera, es necesario encajar bien las piezas de este puzle, porque, como avisa Martín:
Mientras tanto, la ultraderecha avanza, extendiendo sus negros tentáculos y entrando en los centros de trabajo y prometiendo al obrero la felicidad bajo el manto del nacional-catolicismo.
Aunque sea complejo, debemos afrontar desde la organización este debate, sopesando los riesgos pero afrontando con sinceridad y honestidad que la industria, las fábricas y el obrerismo son imprescindibles, pues será ahí y solo ahí donde la organización podrá crecer, formar cuadros combativos y construir masa social para poder dar respuesta a las problemáticas que nos arroja el sistema capitalista.
Esto obliga a explicar muy bien que el ecologismo no puede ser una imposible vuelta al pasado, que sería una vuelta a condiciones anteriores que desembocaron en las actuales y podrían volver a hacerlo, sino un punto de partida que tendrá que aprovechar el conocimiento adquirido y transformar la base industrial sin destruirla prematuramente. aunque el tiempo apremia.
Si la producción de todo depende de los trabajadores, son los trabajadores quienes tienen en sus manos esa transformación. La destrucción de la clase obrera es la destrucción de la esperanza de cambiar el mundo. Lo demás se queda en buenas intenciones que no se concretan nunca, porque ninguna fuerza real se opone al imperio del capital.
Como complemento a la disyuntiva planteada entre ecologismo y obrerismo, un artículo de Maxi Nieto, de la Universidad Miguel Hernández, publicado por la de Alicante y expresivamente titulado El decrecimiento no es ninguna solución, presenta otro dilema, entre crecimiento y decrecimiento, que puede ayudar a clarificar la polémica:
El artículo propone una crítica desde el marxismo a la teoría eco-socialista del decrecimiento basada en tres ejes principales:
1) por un lado, argumentamos que esta corriente se basa de un planteamiento fundamentalmente errado que confunde la causa última de los problemas de extralimitación ambiental, que no es el "crecimiento" en abstracto sino la lógica económica capitalista que lo gobierna, una lógica ciega que impide la regulación consciente y democrática de la economía;
2) en segundo lugar, consideramos que propone una solución socialmente injusta y reaccionaria, pues reparte responsabilidades por igual, hace recaer el coste de la reconversión ecológica sobre la clase trabajadora e impide aprovechar las enormes capacidades científico-técnicas acumuladas por la humanidad;
3) en tercer lugar, consideramos que constituye un proyecto esencialmente utópico por dos motivos: no establece unos fundamentos institucionales y económicos verdaderamente alternativos al capitalismo; y es inviable porque acaba aceptando la misma producción mercantil que está detrás de la degradación ambiental. Como conclusión, se reivindican las posibilidades de la planificación económica socialista en las condiciones tecnológicas actuales como verdadera alternativa a la crisis eco-social global.
Así concluye este otro artículo:
Es totalmente cierto que la innovación tecnológica no resuelve por sí misma los problemas, ni sociales ni ambientales, porque se desarrolla siempre dentro de marcos económicos específicos, con sus reglas de funcionamiento e incentivos particulares. El capitalismo es el ejemplo más claro de ello. Para que la innovación tecnológica pueda realmente contribuir a solucionar la actual crisis eco-social es necesario que deje de estar sometida a la lógica mercantil del lucro. Y es igualmente cierto que una economía comunista como la que hemos propuesto –y no, desde luego, un sucedáneo burocrático o mercantil como los que a menudo se defienden–, precisamente por ser una economía libre y democrática, no garantiza por sí misma que se evite el daño al medio ambiente. De hecho, aunque parece poco probable, una sociedad comunista podría decidir suicidarse si elige eludir las restricciones físicas de la actividad económica. Pero lo que sí está claro es que una economía planificada constituye una condición necesaria para revertir la situación actual sin imponer a la mayoría de la población mundial un brutal retroceso en sus condiciones materiales de vida. Lo decisivo a la hora de establecer comparaciones es saber si un determinado sistema económico conduce o no, por su propio mecanismo de funcionamiento, a determinados resultados desastrosos desde el punto de vista de la supervivencia y el bienestar humanos. Frente a la lógica capitalista del lucro, la competencia y la acumulación irracional, no hay nada en el comunismo –ningún principio, proceso o regla de funcionamiento– que someta a los individuos a actuar de un modo depredador del medio ambiente. En definitiva, nunca antes como en nuestros días se ha hecho más evidente la imperiosa necesidad de reemplazar el obsoleto mecanismo del mercado y la propiedad privada por el de la planificación económica y la propiedad social de los medios de producción.
Como siempre se suele hablar de los estragos ecológicos causados por el desarrollo en los países socialistas, el autor se siente obligado a matizar:
Sin necesidad de entrar en consideraciones políticas, hay que decir que muchos de los problemas ecológicos registrados en la URSS –unos problemas que siempre son convenientemente amplificados y manipulados por la propaganda burguesa– se explican en muy buena medida como precio pagado por la necesidad de resistir el hostigamiento y el cerco imperial durante toda su existencia. Y ello sin tener en cuenta la distancia de nuestro modelo con el de la URSS.
Es evidente que este autor entiende por "decrecimiento" el que proponen muchos ecologistas que minusvaloran las luchas sociales y el papel de los trabajadores en ellas, sin las cuales es el capital el que pilotará cualquier cambio. Pero no parece tener en cuenta que en términos puramente físicos el decrecimiento no es una opción, sino un hecho palpable que ya estamos sufriendo.
Ecologismo, obrerismo, lucha de clases, crecimiento, decrecimiento, capitalismo, comunismo, ecosocialismo... son las piezas de un puzle que tenemos que ser capaces de encajar, y cuanto antes, porque el tiempo apremia.
Y tampoco hay que confundir decrecimiento con austeridad, esa que le han endilgado a lo público en beneficio de lo privado.
ResponderEliminarTal vez el comunismo no sea la solución, pero en mi opinión no hay otra.