miércoles, 30 de octubre de 2019

Homenaje a don Antonio Chacón

Una figura tan importante en la historia del flamenco como Don Antonio Chacón ha merecido la atención de la Universidad de Cádiz, que en su campus de Jerez organiza las Jornadas de Estudio del Cante. Este año, cuando se cumplen 150 años del nacimiento del "papa del cante jondo", las dedica a este gran artista, creador de nuevos estilos y que tanto contribuyó a la consolidación de otros.

Nuestro Flamenco se ha hecho eco de esta actividad cultural, y ha dedicado su último programa a interpretaciones de sus cantes por artistas posteriores. No he querido dejar pasar esta ocasión sin dar a conocer a quienes me lean estas bellísimas versiones de músicas inolvidables.

Excepcional fue también Ramón Montoya, "el mago de la guitarra", que acompañó muchas veces a Chacón en sus actuaciones. Si uno elevó el cante a un arte mayor, el otro hizo del instrumento mucho más que un acompañante secundario. En su memoria, el programa de Radio Clásica le dedica su prólogo guitarrístico, incluyendo su granaína (minuto 3:05) y la malagueña (min. 8:05).

Estos son los cantes incluidos en este programa:
Granaína (min. 12:45): Enrique Morente acompañado por Pepe Habichuela.  
Malagueña y media granaína (21:15): Argentina, con José Quevedo "Bolita" a la guitarra.  
Malagueña (32:33): Vicente Soto "Sordera", con José Jiménez "El Viejín".  
Malagueña, con final de rondeña y fandango de Frasquito Yerbabuena (40:41): Mayte Martín, Juan Ramón Caro.     
Cartagenera (45:52): Curro Piñana, con Francisco Tornero.   
Malagueña (48:52): Naranjito de Triana, con Paco de Lucía.   
Caracoles (53:53): Fosforito y Paco de Lucía.

En el vídeo, Argentina:


domingo, 20 de octubre de 2019

¿De un tiempo a esta parte?



De un tiempo a esta parte
se vigila los pies sin disimulo,
convencido de su incierta trayectoria.

Y alguna vez se los quita
ante el estupor de los transeúntes
no sin antes haberse disculpado.

En otros momentos en su dormitorio,
cuando la soledad es más intensa,
les da un giro de ciento ochenta grados
y se pone a rezar un padrenuestro
a los pies de su cama




viernes, 18 de octubre de 2019

Sostenibilidad, suelo y territorio

Acaba de publicarse el número 244 de Nuestra Bandera, la revista de debate que edita el Partido Comunista de España, dedicado a la búsqueda de respuestas a la crisis ecosocial ("crisis total", habrá que decir, sin que nos engañe la precaria estabilidad en que aún vivimos), que aquí se aborda desde una óptica anticapitalista, ecologista y feminista.

Colaboran en este número autores bien conocidos por su constante preocupación y búsqueda de alternativas, como Yayo Herrero, Joaquim Sempere, Manuel Peña-Rey, Carmen Madorrán, Pedro Marset, Salvador López Arnal, José Sarrión, Higinio Polo o Jorge Riechmann, por citar solo a algunos.

Se incluyen algunas reflexiones mías sobre el tema que tanto nos preocupa a tantos y del que tantos ignoran tanto, aunque muchos lo entienden en el fondo y prefieren no saber, apostando por quiméricas soluciones tecnológicas o por un epitáfico "no hay solución".

Para el número 242 de la misma revista escribí una breve reseña sobre el urbanismo en España. Señalaba la propiedad privada del suelo como causa principal del desorden y la corrupción reinante. Pero la escala no es solamente la de las estructuras urbanas. El planeta entero ha sido ocupado, un nuevo ecosistema global amenaza a todos los que conviven con él, y al final a su propia supervivencia.

No existen ecosistemas aislados. Todo está incluido en todo. La realidad la forma una inextricable maraña de relaciones. Por eso no se puede separar la sociedad de la naturaleza, como hacemos muchas veces, sobre todo cuando una sociedad pretende engullir lo que la sustenta. A estas alturas, todo está humanizado, y solo salvando ese todo puede salvarse la humanidad.

Lo que la isla de Cortegada me enseñó es que, aunque jamás podremos devolver un ecosistema a su estadio original, bastaría con "dejarlo en paz" para que se regenere, siempre desde un nuevo punto de partida.





Sostenibilidad, suelo y territorio
Juan José Guirado

Hace unos días tuve ocasión de conocer la isla de Cortegada. Está situada en la ría de Arousa, frente a la localidad de Carril. Hasta hace un siglo estuvo habitada, pero sus pobladores no eran propietarios, sino foreros (a censo perpetuo) que pagaban rentas al Pazo da Golpelleira; así que fueron fácilmente desplazados para hacer un regalo al rey Alfonso XIII. Se llegó a diseñar un palacio de verano para él, pero prefirió establecer su residencia estival  en Santander, y la isla ha permanecido desierta durante más de un siglo.

Estuvo a punto de convertirse en una urbanización de lujo, comunicada con la tierra firme por un puente, porque, heredada por Don Juan de Borbón, fue luego vendida a una sociedad constituida para la ocasión. Al no obtener permiso, exigieron los especuladores una indemnización prohibitiva (¡200 veces superior a lo pagado por ellos!) si eran expropiados. La situación se ha resuelto con la declaración de parque natural primero, y la incorporación luego al Parque Nacional de las Islas Atlánticas.

Esta historia es un ejemplo más del carácter ficticio, pero de efectos muy reales, del “valor” que otorgan a los suelos las decisiones administrativas sobre su uso.

El caso es que durante más de cien años la isla ha permanecido despoblada y la naturaleza ha recobrado el dominio, mostrando su gran capacidad de regeneración. Hoy es en su totalidad bosque, aunque las especies que han proliferado descienden de las llevadas por sus anteriores habitantes. Son formaciones muy uniformes, con tres grandes agrupaciones, robledal, pinar y uno de los mayores bosques de laurel de Europa.

Los bosques primarios están desapareciendo a toda velocidad. Hace ocho o diez millones de años cubrían la mitad de la superficie emergida. Actualmente queda una quinta parte, y su superficie disminuye cada año. La explotación forestal es una de las causas, pero no la única. Se eliminan a diario grandes extensiones de bosques para dedicarlos a pastos, cultivos de soja o palma, minas a cielo abierto, petróleo de esquisto o arenas asfálticas, por no hablar de las grandes obras hidráulicas y las vías de comunicación que los trocean. Las bárbaras políticas neoliberales de gobiernos como el de Bolsonaro en Brasil están acelerando un proceso que es irreversible. Nunca se volverá a la situación original.

Alegrémonos, de todas formas, de la capacidad de regeneración de la naturaleza en cuanto la dejan descansar, como muestra la pequeña isla de Cortegada.

La superficie de la Tierra está casi totalmente humanizada. Apenas  hay paisajes que puedan llamarse naturales, y la mayoría de ellos son desiertos de arena o hielo. El proceso ha sido parejo a la hominización.

Durante la mayor parte de la existencia humana la integración en los ciclos de la naturaleza fue total. Pequeñas bandas de cazadores-recolectores, cuya vida no era distinta de la de otras especies de mamíferos depredadores, no ponían en riesgo el equilibrio planetario, como tampoco lo hacen los pocos que practican aún esta forma de subsistencia en lugares remotos. La experiencia los hacía conscientes de la necesidad de limitar el despojo, porque a la desaparición de sus fuentes de alimento seguiría la suya propia. Aun así, la expansión por toda la Tierra y las situaciones límite a que hubieron  de enfrentarse, unida a la invención de técnicas de caza colaborativas y eficaces, ocasionaron la desaparición de muchas especies según iban llegando a sus hábitats los humanos.

Cuando la recolección directa fue sustituida por la horticultura y la caza por la domesticación aparecieron asentamientos permanentes, y alrededor de ellos el paisaje se transformó por completo. El paso a la agricultura y la ganadería a mayor escala facilitaron el aumento de las poblaciones, que como manchas de aceite fueron usurpando porciones cada vez mayores de tierra virgen.

Una red de vías de comunicación fue dividiendo el territorio, y en sus márgenes el paisaje se transformó progresivamente.

Algunos primitivos actuales practican todavía una agricultura de roza. Queman una porción de bosque y allí cultivan hasta que la tierra deja de ser productiva. Entonces emigran a otro lugar y repiten el proceso. Al ser grupos pequeños y aislados el bosque se regenera tras su paso. Se crea así un ciclo que permite reproducirse al paisaje natural, aunque ya no sea el primigenio.

También la ganadería nómada es un modo de vida estable, pero ha modificado el territorio sin lugar a dudas.

Las civilizaciones anteriores, aunque fueron modelando el planeta a su medida, mantuvieron durante tiempo cierto equilibrio con la naturaleza. Las que sobrepasaron sus límites lo pagaron con su desaparición. Parece una constante histórica, heredada en nuestro caso de la historia natural, en la cual se suceden cíclicamente el apogeo y la decadencia de depredadores y presas. La diferencia está en que se repiten indefinidamente los ciclos vitales, cosa que en nuestro caso, en los tiempos actuales, es mucho menos segura.

El elemento clave en todos estos procesos es el territorio como soporte de todos los elementos de la vida. Mientras existe en cantidad prácticamente ilimitada no constituye un bien económico, susceptible de acaparamiento, como no lo es el aire (actualmente pocas cosas más). Los límites aparecen en relación con los usos posibles y la cantidad de usuarios potenciales. Si los animales en libertad marcan su territorio frente al de posibles competidores, el territorio de la humanidad es el planeta entero. Y no hay más que uno.

No es de extrañar que los usos posibles entren en conflicto, como lo hacen los potenciales usuarios. Conforme los terrenos han sido conquistados para uso humano han surgido normativas (siempre conflictivas) para su apropiación, utilización y reparto. De grandes guerras a pequeños litigios sobre los lindes de las parcelas, el conflicto y los intentos de superación normativa han sido constantes. La desigualdad en el valor del suelo, sea por su riqueza en recursos o simplemente por su situación, se une a la desigualdad entre humanos, comenzando por la titularidad. La lucha de clases comienza siempre entre poseedores y desposeídos de los medios de producción, convertidos en medios de explotación. Y el primero es el suelo.

El suelo existe en dos dimensiones, pero sus usos aparecen con la tercera. En una primera fase se reparte la superficie en parcelas discontinuas, junto a un continuo de espacios sin titularidad, públicos por lo tanto. Toda parcela privada necesita un derecho de acceso, que normalmente se ejerce desde ese continuo de suelo común. La estructura de todos los poblamientos, sean aldeas o metrópolis, obedece a este esquema primario. La colmatación produce una estructura en red.

El hipotético dominio absoluto del suelo se ejercería sin límites sobre su superficie y bajo ella. En ambos casos, siguiendo un esquema geocéntrico, abarcaría el subsuelo hasta el mismo centro de la Tierra y el vuelo hasta el espacio infinito. Los límites reales de acceso impiden pasar de la corteza más superficial y, hasta tiempos recientes, superar la altura permitida por las técnicas edificatorias (desde que existen aparatos voladores, el conflicto de usos se extiende mucho más arriba).

Hay toda una jerarquía de dominios sobre el suelo, que limitan esos usos para posibilitar una mínima convivencia alejándose de ese ideal de propiedad absoluta. Los Estados y otras formas de organización social regulan los usos. Basta imaginar que cada propietario quisiera rellenar por completo su parcela con un rascacielos. Nueva York planificó en su momento su superficie con una parcelación racional, creando una trama muy bien ordenada, incluyendo el gran acierto del Central Park. En altura la cosa fue muy diferente, hasta que en 1916 no hubo más remedio que adoptar una Ley de Zonas, intentando evitar en el futuro que edificios como el entonces recién construido Equitable Building (el nombre, evidentemente, no hace a la cosa) ocultaran la luz y el aire a sus calles.

Si a escala urbana es necesario ordenar el suelo y regular su uso lo mismo pasa con todas las escalas territoriales. Como en las ciudades, los más poderosos imponen sus intereses, de ordinario buscando beneficios inmediatos, o siguiendo estrategias de dominación a más largo plazo. En pocas ocasiones obedecen a un “interés general” que sin embargo es la fachada que oculta sus fines.

Extraer ese “interés general” de la maraña de intereses particulares enfrentados es tarea ardua, siempre conflictiva. Las posiciones desiguales son el motor de las luchas. Desigualdades en el seno de cualquier grupo, que por lo tanto se manifiestan a todas las escalas en que se agrupan (y por ello mismo se segregan) los seres humanos. La omnipresente lucha de clases no siempre muestra su verdadera cara, porque la ocultan una infinidad de velos. Los individuos se autoidentifican a través de culturas, religiones, nacionalidades, ideologías diversas, pero en general todas estas características tienden a la segregación territorial. Del barrio al imperio, todos nos situamos en algún lugar que tendencialmente nos clasifica. Y dentro de todos ellos la tendencia es la segregación de clase entre poseedores y desposeídos, enmascarada por diferencias superficiales como la raza o la nación (pero ni Obama es un “negro” ni los sátrapas de Arabia son “moros”).

La que llamamos sostenibilidad se presenta desde muy diferentes perspectivas situacionales, de clase o de país. Se sostiene lo que no se cae, y si las caídas se producen en el espacio, sus dinámicas se desarrollan en el tiempo.
En el tiempo se han producido las transformaciones seculares que hemos causado en la naturaleza, acomodándola a nuestros intereses, particulares o de grupo. Las transformaciones se han producido de modo cuasi equilibrado, pero el motor siempre es la pérdida del equilibrio, menos estable de lo que piensan sus protagonistas. Cada nación y cada clase social han interpretado el equilibrio a su conveniencia. La dinámica se fue acelerando, primero de modo imperceptible, más tarde evidente, y ha desembocado en el modo de producción capitalista. A la reproducción simple sucedió obligadamente la reproducción ampliada del capital. Reproducción sin límite. Pero los límites existen, son sobre todo límites territoriales que hoy son planetarios.

Esta lógica de reproducción ampliada cristalizó en el concepto de “progreso”, que es hasta ahora mismo el soporte ideológico tanto del capitalismo como del socialismo. Esta metáfora de Campoamor lo define perfectamente:

–¡Alto el tren!
–Parar no puede.
–Ese tren ¿a dónde va?
–Por el mundo caminando, en busca del ideal.
–¿Cómo se llama?
–Progreso.
–¿Quién va en él?
–La Humanidad.
–¿Quién lo dirige?
–Dios mismo.
–¿Cuándo parará?
–Jamás.

Ese “jamás” es hoy más problemático que nunca.

Comparada esa dinámica con la mecánica de fluidos, podemos decir que la aceleración continua de los procesos hace pasar del régimen laminar al turbulento, y del orden al caos. Las salidas tradicionales hacia “nuevos mundos” se han cerrado. Poner rumbo al Polo Norte (que no es más que un punto) no nos salvará del cambio climático, y la huida hacia otros planetas es una quimera, cuando se nos acaba la materia prima para escapar. Necesariamente hay que resolver los problemas aquí (¡y ahora!).

Sin menospreciar el papel imprescindible de la ciencia y la técnica, las “soluciones tecnológicas” que algunos propugnan (interesadamente, las grandes empresas trasnacionales) conducen a problemas ampliados.

La única materia prima de que disponemos está en el suelo. En el suelo disponible. Que se empobrece a ojos vistas, y de muchas maneras. Ya Engels hacía notar cómo los sistemas de saneamiento urbano impedían el reciclado de la materia orgánica. Elementos imprescindibles para la vida escapan al océano. También la agricultura moderna, la llamada “revolución verde”, es insostenible tal como se plantea. El fósforo hay que robarlo en el Sáhara occidental, el nitrógeno, más allá del que proporcionan las leguminosas, a Chile. El petróleo (y también “comemos petróleo” a través de la agroindustria) a Venezuela y Oriente Próximo, las tierras raras, tan necesarias para la universalización de las nuevas tecnologías, a China (si se deja).

La única solución a este proceso desbocado está en aplicar el “freno de emergencia” del que hablara Walter Benjamin. Claro que para eso hace falta acabar con la lógica necesariamente crecentista del capitalismo, desbocada en esta su última fase neoliberal, de dominio financiero y tan imperialista como lo ha sido siempre.

Nos aguarda una inmensa labor de concienciación, dirigida en primer lugar a la clase obrera, la única que realmente produce y reproduce la sociedad. El decrecimiento está ya aquí, y las oligarquías tienen preparada su solución (¿”solución final”?).

jueves, 17 de octubre de 2019

Sería una buena broma si no fuera por...

Alfonso Sastre escribió “Ahola no es de leíl” en la cárcel de Carabanchel. Situó la acción en Cuba cuando era colonia española, en agosto de 1896.

Dos soldados conducen a un chino condenado a muerte para su ejecución en La Habana, pero se les escapa, y para ocultar su negligencia eligen en su lugar a otro chino cualquiera ("todos son iguales") que pronuncia esta frase cuando ve que la cosa va en serio.

En cambio, este irlandés sí pensó que ese era un buen momento para reírse. Hay quien muere pronunciando una chuscada como despedida, y abundan los epitafios humorísticos, pero él fue más allá (y nunca mejor dicho):



Uno de los últimos deseos del irlandés Shay Bradley era preparar una broma para el día de su entierro y así lo hizo. Bradley dejó grabado un audio un año antes de morir en el que bromeaba que había resucitado y se oían ruidos que golpeaban el ataúd:  "¿Hola? ¡Dejadme salir, esto está muy oscuro!".
Su hija Andrea Bradley, a través de un mensaje de Facebook, publicó el momento en el que su padre llevó a cabo la divertida broma que consiguió sacar sonrisas en uno de los días más tristes para la familia. "Fue el deseo de mi padre al morir, siempre tan bromista, ¡conseguiste una buena broma y nos reímos todos justo cuando lo necesitábamos! Te querré siempre", escribió.
La mujer, Anne, explicó para el diario 'Bored Panda' que un día antes del funeral sus hijos le contaron lo que Shay Bradley había preparado para su funeral: "Shay era muy bromista y siempre quiso que la familia se riese de todo. Era un gran personaje y muchas personas que lo conocían lo echarán de menos", ha asegurado.
"Es preferible reír que llorar", cantaba Peret, pero la broma de Bradley es realmente triste. Es difícil reírse en estas circunstancias y más bien produce un escalofrío.

Como lo produce el bromazo posmoderno. Sobre todo cuando no puede ocultar tras sus divertidas travesuras (carísimas, generalmente) que está al servicio de los peores excesos del capitalismo terminal. Los estrambóticos rascacielos publicitarios a mayor gloria y negocio de las grandes empresas (véanse las horribles cuatro pirolas de Chamartín o las conflictivas torres Kio, para no salir de cercanías), no están muy lejos de las (¿irónicas?) fantasías del tipo atracción de feria.

De la risa forzada a la mueca sarcástica va poca distancia.



FUERA DE BROMAS


Lo que empezó como un antibiótico contra los héroes modernos y la era de las mayúsculas en el arte acabó, en algunos casos, como arma expresiva en los parques de atracciones. ¿Dónde termina la ironía de la rebelión del posmodernismo y comienza la caricatura?
Peio H. Riaño

arquitectura posmoderna
La sede de Google en Los Ángeles, un edificio nada corriente de Frank Gehry, el autor del Guggenheim de Bilbao, pensado originalmente para albergar la sede de la agencia de publicidad de su amigo Jay Chiat. | Cordon Press

"Frank, no quiero un edificio corriente, quiero uno que fomente la creatividad". Y a Gehry se le ocurrió que nada contentaría mejor a su amigo el publicista Jay Chiat para sus nuevas oficinas que una entrada en forma de prismáticos gigantes. Pura posmodernidad. Una broma infinita, como el propio movimiento que representa. Desde finales de los años setenta hasta bien entrados los noventa, esta corriente alimentó teorías y fachadas como esta que el autor del Guggenheim de Bilbao levantó con los escultores Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen en Los Ángeles (California) en 1991. Se trataba de un lugar de trabajo distinto, para un ambiente laboral familiar y divertido, a unos metros de la inmensa playa de Venice Beach, con 300 días de sol al año.

Veinte años después, este acto de histrionismo salvaje y sublime parecía predestinado a los empleados de Google, que en 2011 se mudaron al edificio. ¿Acaso la empresa que ve todo lo que uno hace, piensa y desea podría habitar un símbolo más elocuente que aquellos binoculares gigantes? El edificio cumplía un papel importante en la carrera de la tecnológica por la captación de talento contra competidores como Facebook.

El invento de Gehry para Chiat resume a la perfección la deriva de la arquitectura posmoderna. A saber: lo extraño, lo sorprendente, lo juguetón, lo decorativo, lo exagerado, la mezcla. Una chimichanga que prometía aliviarnos ese dolor de cabeza llamado modernidad, entendida como el imperio de la razón, la forma y la función. Y el remedio tenía mucho de ambigüedad, nihilismo y sarcasmo.

arquitectura posmoderna
El ‘volcán metafórico’ del vienés Hans Hollein para el parque temático Vulcania (Auvernia, Francia, 2002). | Cordon Press

El monumento fallido de Oiza

Los galácticos de la arquitectura posmoderna (Robert Venturi, Michael Graves, Hans Hollein, Philip Johnson o Ricardo Bofill, además del propio Gehry) eran fundamentalistas del eclecticismo. Es decir, no estaban dispuestos a renunciar a nada. Incluso el historicismo les venía bien: la presencia del pasado en sus proyectos era un elemento tanto o más importante que la función del edificio. Es puro onanismo: arquitectura que habla de arquitectura.

El Palacio de Festivales de Cantabria en Santander (1991), un prodigio neofaraónico de Francisco Javier Sáenz de Oiza. | Cordon Press

El Palacio de Festivales de Cantabria (Santander), obra de Francisco Javier Sáenz de Oiza, es un grandioso ejemplo de aquello: inaugurado en 1991, cumple a la perfección eso que Fredric Jameson El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (Paidós, 1991) definió como "superficialidad posmoderna", en alusión a la fachada como el lugar preferido de la arquitectura contemporánea. En este caso, la máscara que Oiza inventó era una revisión neofaraónica del orden dórico inspirada en el norteamericano Michael Graves. Un arquitecto posmoderno con quien compartía "la lectura del pasado mediante la estilización de elementos enmarcados en un volumen neto", ha escrito Carmen Bermejo Lorenzo, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Oviedo.

Cantabria quería un símbolo para la nueva era, la de las autonomías. Los ochenta abrían la puerta al futuro y a las inversiones grandiosas: gracias a las modificaciones exigidas por el gobierno local al proyecto original –un auditorio de tamaño medio–, casi 7.000 millones de pesetas (42 millones de euros) fueron invertidos en el enorme edificio de Sáenz de Oiza, que nació para ser el referente de la nueva vanguardia.

Sin embargo, la posterior especulación, lo enterró bajo parches arquitectónicos, nuevas edificaciones que fueron surgiendo alrededor y arruinaron su condición de estrella de la bahía, perjudicando su imagen y su percepción pública. El último en atacar sus hoy deslucidas cubiertas de cobre verde, en contraste con la piedra caliza y los mármoles de la fachada, ha sido el Centro Botín: la versión tecnológica de lo que hoy entendemos por arquitectura-espectáculo.

El "no" al posmodernismo (y el sí de Disney)

Detalle de la explosión ornamental en la fachada de las oficinas municipales de Portland (Oregón, EE UU, 1982), de Michael Graves. | getty images

Una década antes del monumento fallido de Oiza, en 1980, su inspirador, Michael Graves, rey de la ironía neoclasicista, había culminado su proyecto figurativo con las oficinas municipales de Portland (Oregón). El Edificio Portland es un cubo cuyos lados están cubiertos de pilastras estriadas, capiteles salientes, guirnaldas planas y una figuración que parece de cartón piedra. Muy fiel al "cobertizo decorado" que promulgó Venturi, primer ideólogo del movimiento, al que otros como Kenneth Frampton, profesor de arquitectura de la Universidad de Columbia y cercano a Graves, le reprocharon en cambio haberse pasado a "una gratuita afición por la monumentalidad escenográfica".

Según algunos, hay un antes y un después del Portland: "Es el primer monumento del clasicismo posmoderno", proclamó el británico Charles Jencks, quien tres años antes había publicado El lenguaje de la arquitectura posmoderna, y cuya casa londinense ocupa la portada del último número de ICON Design. Karen Nichols, colaboradora en los principales proyectos del norteamericano, lo explica: "Graves había llegado a la conclusión de que para que la arquitectura fuera más intuitiva y fácil de aceptar por un público amplio debía ser figurativa. La intención era darle al transeúnte, o al espectador, la oportunidad de empatizar con los edificios que le rodeaban".


arquitectura posmoderna
Una vivienda modesta con fachada monumental, o la Casa Vanna Venturi, de Robert Venturi (1964). El primer edificio posmoderno. | Getty

Sin embargo, en 1985, la opinión pública empezaba a sospechar de tanta alegría neoclásica y Graves sufrió el rechazo de los vecinos de Nueva York, que se manifestaron contra él como responsable de la ampliación del Museo Whitney al grito de "No Mo' Pomo!", o sea, "¡No más posmo!". Tampoco ayudó que, a partir de entonces, se dedicara a atender los encargos de Disney para construir algunos de sus edificios emblemáticos, como el resort Cisne y Delfín, en 1999, en el parque Walt Disney World de Orlando.

De la rebelión al ridículo

Maldita metáfora: esta rebelión artística, cuyo origen había sido triturar la modernidad, acabó en parques temáticos. El posmodernismo aniquiló la era de las mayúsculas y los héroes modernos, se inventó como antibiótico contra los convencionalismos de acero y cristal del estilo internacional, pero acabó deglutido por el sistema como un simpático decorado para familias o como reclamo arquitectónico para que las empresas reclutaran talento.

arquitectura posmoderna
Los enanitos de Blancanieves sostienen el frontispicio del edificio Michael Eisner, parte de la sede californiana de Disney, de Michael Graves. |

"La arquitectura posmoderna se enredó en un ornamentalismo delirante y para mediados de la década de los ochenta ya era un fósil que no exhibía otra cosa que el ridículo. Podríamos pensar que este movimiento fue, en términos de Carl Schmidt, un interludio estético en una época que tendería, inevitablemente, hacia la tecnocracia", sostiene Fernando Castro Flórez, autor de Estética de la crueldad (Fórcola).

Una de las cumbres de ese ornamentalismo kitsch cristalizó en la Piazza d’Italia, un proyecto para Nueva Orleans de Charles Moore que se inauguró en 1978. Es la culminación populista de la broma posmoderna, un maravilloso ejercicio que doblega la función ante la forma y entiende la arquitectura como un acto de posesión del territorio. Igual que Graves y Venturi, Moore siempre insistió en buscar medios de expresión con los que el habitante pudiera conectar. Para esta plaza pública aplicó colores a los órdenes clásicos reciclados y remezclados, una sobredosis de ironía y una apariencia electrizantemente falsa.

¿Dónde acaba la ironía y empieza la caricatura?


arquitectura posmoderna
En 1978, la Piazza d'Italia, de Charles Moore, quiso honrar a la comunidad italiana de Nueva Orleans. Lo consiguió. | Cordon Press

Si este revival renacentista tenía como objetivo definir la identidad norteamericana, la cuestión sin resolver es si estamos ante una simple operación de chapa y pintura o una profunda reflexión ética sobre los valores de la arquitectura.

Posmodernismo sensato: el edificio AT&T, de Philip Johnson (en el centro), fue inaugurado en 1980 en el 550 de Madison Avenue (Nueva York). |

El problema posmoderno es que, una vez ha dejado la verdad en números rojos, el histrionismo se forra y se multiplica. Es difícil saber si los delirios de los hoteles de Las Vegas son una excepción o la norma, porque entre la parodia y la ironía hay una frontera demasiado fina. La plaza de Moore es más paródica, por ejemplo, que la construcción en el 550 de la Avenida Madison, originalmente Edificio AT&T, un rascacielos de casi 200 metros de altura y 38 plantas en el cogollo de Manhattan. Su autor, Philip Johnson –primer premio Pritzker de la historia y artífice de las torres KIO de Madrid– la inauguró en 1980: un elegante ejemplo de posmodernidad historicista para los golden boys de AT&T, la gran empresa de comunicación.

Nadie se había atrevido a romper con la fría estética de los rascacielos a esa escala, ni así: con revestimiento de granito rosa (el mismo de la fachada de la Terminal Grand Central), un espectacular arco de entrada de siete plantas de altura y remate en frontón abierto, como si fuera una vitrina Chippendale. Lo han definido como la perfecta fusión de la rebeldía estética y la sensibilidad corporativa. Y cuando, el año pasado, recibió la categoría de edificio protegido, también se convirtió, oficialmente, en el monumento más joven de Nueva York. La broma infinita se pone seria.

……..


Cualquier planteamiento nuevo en arquitectura, como en las artes en general, surge cuando el hartazgo hacia los subproductos realizados por los epígonos alcanza un punto de ruptura. Así surgió el movimiento moderno, como reacción renovadora a una monótona rutina. Pero el resultado real fue otra rutina, de una monotonía y una pobreza estilística mayores aún, y a una escala mucho mayor.

No podían prever aquellos pioneros, que se proponían nada menos que cambiar a la humanidad a través de la arquitectura, el grado de degeneración mercantil y la degradación de sus ideales a que conduciría la especulación capitalista, que como es natural es tanto mayor cuanto mayor es el beneficio, y pocas actividades manejan tal cantidad de dinero como la arquitectónica. Ninguna, desde luego, en el campo de las artes.

El hartazgo impulsó otra vez al movimiento posmoderno, y nuevamente se ha apoderado de sus premisas el capital, esta vez en su búsqueda de ostentación y de prestigio a través de su imagen corporativa.

Como ocurre siempre, hay que separar el grano de la paja. El desafío ecléctico de Venturi con su casita, su apuesta dialéctica entre modestia y monumentalidad, nada tiene que ver con las patochadas dignas de barraca de feria que vinieron después.

viernes, 11 de octubre de 2019

Grafitis para neandertales

Muy expresiva es la portada de este último libro de Jorge Riechmann. Esa reivindicación póstuma podría hacerla un primitivo del futuro si no la hacemos los del presente, tan primitivos como siempre, o quizá más que nunca.

Manuel Casal Lodeiro se ha encargado de seleccionar las pinceladas que siguen. Los textos en prosa los reproduzco tal cual. De los versos, como epílogo, elijo el último de su selección, que expresa muy bien la solución elegida por los explotadores.

Dice Riechmann, respondiendo a un comentario de Esteban de Manuel Jerez:
No estamos ya en 1972, ni en 1992, ni en 2002: hay márgenes de acción de los que dispusimos, pero hoy ya no disponemos. Me parece que ése es el primer error de una estrategia de Green New Deal. Una realidad muy dura, pero que habría que asumir (salvo que prefiramos engañarnos a nosotros mismos). El segundo, creo es el siguiente: sin ruptura anticapitalista, un Green New Deal no va a cambiar el camino de ecocidio más genocidio que es el nuestro, sólo frenarlo un poco. Ni siquiera se reducirán demasiado las emisiones de gases de efecto invernadero: desde luego, nada en el orden de magnitud necesario para el objetivo de los 2ºC - 1’5ºC. No es cierto que “nos dejará en mejor posición”: incrementará el extractivismo, precisamente cuando deberíamos emprender una renaturalización masiva del planeta Tierra.

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(Textos extraídos del último libro de Jorge Riechmann, recientemente publicado por Eolas Poesía. La presente selección de citas ha sido realizada por Manuel Casal Lodeiro, entre los textos en prosa de la obra más explícitamente relacionados con la temática de la revista 15/15\15. Algunas notas incluidas en el libro han sido suprimidas para simplificar su lectura. Recomendamos complementar estos textos con la lectura de la anterior selección de versos.)

He abandonado muchos énfasis, entre otros el de querer convencer –aclara Ñor. No dispongo de caminos de salvación para ustedes.

(…)

Alguien afirmó sensatamente que no basta con que la verdad sea la verdad: ha de ser dicha.
(…)

Puesto que estamos perdidos -decía Ñor a sus amigos y oyentes-, vamos al menos a entender por qué.

Nuestro problema no es reconstruir el Estado de Bienestar –es pensar cómo lograremos dar de comer a la gente en los años que vienen. No me hables de Subsidio Universal Incondicional, ¡dime qué piensas hacer con los fosfatos! No son tiempos de perseguir el bienestar personal, amonestaba Ñor. Son tiempos de intentar salvar vidas.
(…)

Hablamos de transición (a otro modelo de desarrollo, a otra matriz energética, a otras formas de consumo, etc.) porque no osamos ya hablar de revolución. Pero nos engañamos, porque sin un más allá del capitalismo no hay transición ecosocial posible.
(…)

Antes de que te des cuenta estarás muerto. Y, aunque repitas dos veces más esta frase, no te das cuenta de lo que significa de verdad. Así que, amigo, amiga, ¡aprovecha los regalos que te son entregados!

(…)

Las sociedades industriales son sociedades mineras; y las sociedades mineras van convirtiendo, paso a paso, a Gaia en Tanatia.

(…)

La clave, en realidad, no es el decrecimiento o la descarbonización. Es asumir la vulnerabilidad, finitud y mortalidad de la condición humana. Lo demás se nos daría por añadidura…
(…)

Morir pudiendo decirse a uno mismo: misión cumplida…

(…)

Acelerar, intensificar, competir y acumular, en un planeta finito cuyos límites biofísicos hemos superado, se traduce directamente en muerte: un fenómeno que hoy vemos por todas partes. Tanatopolítica —hacia dentro del mundo humano y hacia fuera.
(…)

Vamos hacia el fin de un mundo, sí (basta con estudiar dos semanas sobre cambio climático y energía para convencerse), y -al contrario que nuestra cultura dominante negacionista- hay que prestar la atención debida al trágico asunto.

Pero ni un minuto más de la debida.

(…)

Si vamos a hacer política y construir sociedad desde el mito, al menos elijamos un mito que tenga futuro: Gaia/ Gea -y no Silicon Valley y la conquista de Marte.

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Repartir textos budistas en las manifestaciones del 1º de Mayo; y propaganda obrera y campesina en los centros de meditación. No se apea Ñor de esta clase de praxis.
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Precisamente porque la vida es breve, la aceleración constante es una mala estrategia, cree Ñor… Mientras corremos y corremos, la vida se nos escurre entre los dedos. Para la experiencia y la reflexión necesitamos tiempo: el tiempo sin tiempo de la vida verdadera.

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Leer (leer de verdad, leer comprendiendo) es lento. Reflexionar es lento. Deliberar es lento. En un mundo en aceleración constante, la racionalidad se vuelve estructuralmente imposible.

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Ir despacio, ir más cerca… y también moverse mucho menos. En toda clase de transporte motorizado de personas y mercancías. La clave no es sólo hacer distinto (“verde”, “ecológico”, “sostenible” -adjetivos prostituidos casi siempre por la cultura productivista dominante), sino no hacer.

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Se nos dice: las políticas actuales, que entre otros procesos destructivos generan el calentamiento global, son un suicidio colectivo. Pero se trata de un asesinato -con muchos homicidas implicados, y con no poca aquiescencia por parte de muchísimas víctimas-, no es un suicidio… (Basta con pensar en las generaciones futuras.)

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“Quien dice A, tiene también que decir B” -reza un proverbio alemán si lo traducimos literalmente. Quien quiere capitalismo, quiere también la devastación de la biosfera. Y si se opone a esta última, entonces ha de ser anticapitalista.

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Hay poca gente malvada: neutralizarlos no debería ser difícil. Pero hay masas de personas indiferentes, insensibles a las consecuencias de sus acciones, omisiones y modos de vida más allá del círculo cercano. Eso es lo que nos conduce a la catástrofe.
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¿Tecnología libre de valores? Da risa. La sociedad rendida a la tecnociencia incorpora como sus valores básicos el control, la eficiencia, la dominación, el crecimiento… Lástima que los resultados sean poco compatibles con seres humanos vulnerables que viven en una biosfera finita, compartida con millones de otros seres vulnerables.
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No sólo soy -somos- profetas desarmados, suspiraba Ñor, sino profetas marcianos: extravagantes que predican sobre el colapso ecosocial de las sociedades industriales a gente que quiere hablar de fútbol, de las series televisivas, de las apps de sus smartphones
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Otras sociedades colapsaron autodestruyéndose (implosionaron hacia adentro, cabría decir). El capitalismo colapsa destruyendo el mundo entero.

Pero no digas la verdad, que los niños se asustan.

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De doscientos años de capitalismo industrial, de quinientos años de Modernidad colonial, de cinco mil años de militarismo y patriarcado no se sale como quien va a comprar el pan… se sale con una catástrofe. Es el proceso en que estamos.

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La idea de dominación humana sobre la naturaleza tiene algo de irrisorio, insistía Ñor. El simio averiado que somos ¿dominador de la naturaleza? Fantasías nietzscheanas de Übermensch, que serían cómicas si no estuviésemos fraguando una verdadera catástrofe.
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La omisión del deber de socorro es delito tipificado en el Código Penal (art. 195). ¿Lo pensamos sin antropocentrismo…?

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No es sólo que el capitalismo explote a los trabajadores y trabajadoras y devaste la naturaleza: es, además, lo que la cultura capitalista hace con los seres humanos. Quizá lo peor de todo son sus efectos antropológicos. Seres capaces de amor, autoconciencia y conocimiento -pero reducidos a dispositivos que calculan ventajas y se pierden en las trampas tendidas por su propia razón instrumental…

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Destruimos el mundo vivo al tiempo que fantaseamos que podremos salir adelante sin él… El despertar de ese mal sueño, sabe Ñor, será terrible.

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Política en el Siglo de la Gran Prueba: no se trata de “restablecer la normalidad” (por mucho que anhelemos algo así) sino de navegar entre las excepcionales tormentas de anormalidad -y evitar las peores formas de naufragio.

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¿Por qué hemos de pedir al ser humano que haga lo imposible -preguntaban a Ñor- y con eso meternos en los terrenos pantanosos de la moral de santidad? Ay, amigos y amigas, ¿tenemos otra opción? La realidad del daño, la destrucción y el mal que ha causado Homo sapiens nos confronta en la práctica -a todos y todas- con lo imposible: Auschwitz, Hiroshima, Chernóbil. No podemos menos de elevar las apuestas ético-políticas.
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El petróleo nos metió en una trampa. Pero no es una trampa sólo económica, ni ecológica -es una trampa antropológica.

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Ningún logro humano -artístico, tecnológico, filosófico, económico…- puede justificar lo que estamos haciendo a los seres vivos y a la entretejida trama de la vida en la Tierra. Nada puede compensar todo ese sufrimiento, tanta devastación.

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A los fundamentalistas del neoliberalismo -todo el poder para el Capital- la cultura dominante los llama “moderados”; y llama extremistas a quienes se atreven a soñar con una economía para las personas, y para la vida… Una “economía como si la gente importase”, en la formulación de aquel sabio que fue Ernst Schumacher.

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Una civilización donde no se tiene tiempo para leer libros de mil páginas y escuchar a los ancianos está condenada -por mucha Artificial Intelligence y Big Data a los que fíe su salvación.
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En lo que absurdamente se sigue llamando la “salida” de la crisis que empezó en 2008 las elites decidieron que había que preservar el capitalismo, no a la especie humana. ¿Nos haremos cargo de nuestra situación real?

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Consumidores que reclaman derechos -en un mundo donde necesitamos luchadores y luchadoras que reconozcan deberes y asuman sacrificios…

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Casi nunca podemos hacer lo que entre todos deberíamos hacer, reflexionaba Ñor. Entonces, trabajamos para intentar construir las condiciones en que se pudiera hacer eso que deberíamos hacer.

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Ahí sigue casi todo el mundo, constataba Ñor: en el paradigma de la herramienta aplicado a la tecnociencia… Y es radicalmente inadecuado.

Las herramientas las controla el usuario; las dinámicas sistémicas conforman y moldean a la gente. La tecnociencia es una dinámica sistémica.

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“La globalización es imparable, la robotización es imparable…” Lo sería quizá si no existiesen el efecto de invernadero y la escasez malthusiana de energía y materiales hacia la que vamos. Ñor se exasperaba: ¿de veras somos incapaces de reconocer los rasgos básicos de la realidad?

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De la Gran Catástrofe hacia la que vamos (llamémosla colapso ecológico-social, aunque tiene muchas dimensiones: es también una catástrofe antropológica) no saldremos con hipercapitalismo ni con magia high-tech. Podríamos salir con artesanía y ecosocialismo… con los recursos que ni siquiera somos capaces de ver.

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Se lo debemos todo a las plantas y los árboles. Y la salida del apocalipsis climático hacia el que vamos sería permitirles que nos salvasen: autolimitación humana y reforestación masiva.

En la mina a cielo abierto no se puede vivir; en el bosque sí.

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Entender de verdad la condición humana implicaría una praxis hacia la simbiosis con la biosfera. Pero la estólida cultura dominante se orienta hacia el transhumanismo, mecida en ilusiones tecnolátricas…

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La Ilustración está delante de nosotros; no podemos figurarnos que es el pasado que no ha de volver. Hipando sangre, vomitando mierda, apoyándose en muletas, con los ojos nublados de miedo y de vergüenza: pero delante de nosotros.

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Si no nos reconciliamos profundamente con nuestra finitud y mortalidad, una angustia sin nombre nos empujará a una búsqueda de goces sin fin -mortífera para nosotros y para la biosfera terrestre.

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“¿Esto tiene arreglo?”, nos preguntan, nos preguntamos. La respuesta breve es: no. Y a partir de ahí, de la asunción de la tragedia, comenzar a construir.

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Más micorrizas, menos internet.

Epílogo

Sólo piensan en mercados:

conquista de nuevos mercados
disciplina del mercado
crecimiento de los mercados
profundización mercantil
sociedad de mercado
cuerpo y alma y secreciones fisiológicas de mercado…

Así de ciegos
mientras alguien susurra:

−Las elites
ya han decidido el exterminio


(el Siglo de la Gran Prueba)