El 23 de mayo se perpetró en Madrid una manifestación con el lema “Remigración. Por unos barrios seguros”. Obsérvense las flechas y el avión incrustados en las letras del neopalabro en la pancarta que la presidía.
La nación, "Unidad de Destino en lo Universal", pasa a ser un bien absoluto, una "esencia eterna" (no importan los avatares por los que haya pasado, su contingente existencia o su origen histórico en limpiezas étnicas y ambiciones regias). A Ella hay que subordinarlo todo, incluida la vida real de los habitantes realmente existentes, porque su carácter "sagrado" lo justifica todo.
"Si es necesario fusilaré a media España", aseguraba Franco en una entrevista. Lo repiten ahora sus más conspicuos admiradores, pero aumentan la cifra a más de la mitad. Visto lo visto aquel asesino se quedó corto: ahora pasa lo que pasa porque no mataba lo suficiente.
"Alcalde, todos somos contingentes, pero Tú eres necesario", clamaba un conmovedor pelota en Amanece que no es poco. Tal es el concepto religioso de lo "sagrado". El imaginario metafísico de lo intocable arrollando a la vida real. La pragmática Míriam Nogueras también ponía por encima de todos la esencia de la "catalanidad", pero se expresaba más crudamente, sin tanta metafísica, en la última sesión de las Cortes.
Esta es la peligrosa senda que conduce al fascismo:
La supervivencia de la Nación se encuentra, en última instancia, por encima de la supervivencia de la gente. La Nación se concibe como un ente biológico que puede enfermar e incluso morir si no se le ofrecen los cuidados necesarios. Lo que no puede es cambiar sus esencias. El pueblo español, hoy y en el siglo XVI, es el mismo, inmutable y trascendente.
Con semejante concepción, la lucha por la identidad nacional se convierte en una lucha a vida o muerte en la que todo está justificado. Y si todo está justificado para que la Nación no muera, ¿por qué quedarnos con las deportaciones?, ¿por qué no asesinar en masa?
¡No me seáis tan israelitas!
La supervivencia del pueblo español
Imagen de archivo de la manifestación ultra con el lema "Remigración. Por unos barrios seguros". EP |
Esta semana ha causado escándalo que una diputada de Vox, Rocío de Meer, defendiese la deportación ("remigración masiva" es el eufemismo que utilizó) de ocho millones de residentes en España. La mayor parte de las críticas se han centrado en el carácter abiertamente racista del proyecto —está claro que no está pensando en "remigrar" jubilados ingleses o expats alemanes— y en el número colosal de personas deportables —equivalente al 17% de la población de España—.
Hay quien ha quitado hierro a las declaraciones o ha asegurado que son falsas, empezando por el líder de Vox, que las ha matizado, y la propia De Meer, que afirma (contra la incontestable evidencia audiovisual) que nunca defendió la expulsión de ocho millones, que ella no sabe la cifra exacta. Los recientes acontecimientos en EEUU, sin embargo, aconsejan que nos tomemos muy en serio el discurso. La cuestión no es el número, sino la idea misma de la deportación y en los términos que se plantea.
Será traumático, confiesa De Meer. Lo sabemos: vemos cada día familias destrozadas en EEUU, progenitores apartados de sus hijos, esposos separados de sus cónyuges, gente que lleva toda su vida en el país enviada a otros territorios de forma arbitraria. Pero el dolor es inevitable porque está al servicio de un bien mayor: "Hay algo más importante que preservar" —continúa De Meer— "y tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo". Salvaguardar la Nación justifica cualquier sufrimiento.
Y esto es lo más siniestro del discurso de De Meer. La supervivencia de la Nación se encuentra, en última instancia, por encima de la supervivencia de la gente. La Nación se concibe como un ente biológico que puede enfermar e incluso morir si no se le ofrecen los cuidados necesarios. Lo que no puede es cambiar sus esencias. El pueblo español, hoy y en el siglo XVI, es el mismo, inmutable y trascendente.
Con semejante concepción, la lucha por la identidad nacional se convierte en una lucha a vida o muerte en la que todo está justificado. Y si todo está justificado para que la Nación no muera, ¿por qué quedarnos con las deportaciones?, ¿por qué no asesinar en masa?
Tanto el fascismo italiano como el alemán empezaron con una concepción trascendental y esencialista del pueblo que no implicaba necesariamente el exterminio del otro, sino su expulsión del cuerpo nacional. El paso de la deportación al genocidio tuvo lugar en una fase de radicalización de los regímenes en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Ese proceso de radicalización está ya en marcha hoy: la ultraderecha ha pasado de defender la expulsión de inmigrantes con antecedentes, a inmigrantes no asimilables (moros y negros), a todos los inmigrantes e incluso descendientes de inmigrantes.
Los que tienen que ser expulsados del cuerpo nacional son genéricamente aquellos que no "puedan adaptarse a nuestros usos y costumbres", que suelen ser los de gente de piel más morena que la nuestra y los de quienes rezan a un dios distinto del cristiano. Pero, ¿por qué quedarnos ahí?, ¿quién define "nuestros usos y costumbres"?, ¿ser ateo, lesbiana o antitaurina es parte de "nuestros usos y costumbres"?, ¿qué pasa si no lo es?
Naturalmente, ellos, los auténticos españoles, son los que definen cuáles son los usos y costumbres que otorgan el derecho a vivir en España. Para la extrema derecha, quienes no comulgan con su credo nunca pueden ser ciudadanos del país. Ni en 1936, ni hoy, ni nunca.
Que no os quepa duda de que empezarán llamando a la puerta de vuestro vecino peruano o de vuestra compañera de trabajo marroquí, pero seguirán llamando. A la tuya también. Es cuestión de tiempo.
El general Francisco Beca, en un grupo de WhatsApp de militares retirados, expresaba hace unos años su deseo de que saliera "otro mata rojos pero que esta vez no se quede corto, hay que aniquilar 26 millones, niños incluidos". Y ahí tenemos una cifra más aproximada de los enemigos de España que resulta imprescindible, si no matar, al menos neutralizar, deportar o privar de derechos.
Pero qué son 26 millones si eso garantiza la supervivencia del Pueblo español.