martes, 31 de octubre de 2023

Infamia y doble rasero

El 27 de diciembre de 2008, Israel lanzó la Operación Plomo Fundido, un ataque militar masivo de 22 días contra la Franja de Gaza. La ferocidad de la operación no tuvo precedentes en los más de 60 años de conflicto entre israelíes y palestinos y en la misma murieron alrededor de 1.400 palestinos, la mayoría de ellos civiles. Vemos ahora que son capaces de hacer mucho más daño.

El nombre que, con eco de torturas medievales, dieron a esta gran hazaña guerrera,  mostraba crudamente la psicopatía bíblica de Israel. La actual ofensiva multiplica, no sabemos aún por qué factor, aquella atrocidad y demuestra que esta gente no conoce más límites que los de su propia impunidad.

Eduardo Galeano escribió entonces un artículo sobre la causa palestina, las tragedias de Gaza y el plomo impune de "Israel". Desgraciadamente quince años no han sido tiempo suficiente para que lo que entonces dijo el escritor uruguayo pierda vigencia.

Operación plomo impune

Eduardo Galeano 



Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos. Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.

Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.

Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa. Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.

No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.

Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?

El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quien mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí. Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.

La llamada comunidad internacional, ¿existe? ¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad. Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos. La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima, mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena. 

Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.

Eduardo Galeano

sábado, 21 de octubre de 2023

La distribución del voto, la de la riqueza y su modulación política

Desde otra entrada de este blog, sobre voto y conciencia de clase, traigo aquí esta gráfica. Muestra la relación, en las pasadas elecciones, entre nivel de renta o de riqueza e intención de voto. Junto a tendencias generales en los extremos de la pobreza y la riqueza aparecen influencias que alteran lo que se esperaría en principio, debidas seguramente a las diferencias de nivel de conocimientos que se asocian a la prosperidad, como la que hace que el voto de Sumar aumente hasta alcanzar un máximo entre la clase media más acomodada.

El eje de ordenadas muestra el porcentaje de voto mientras el de abscisas ordena a la población según su creciente nivel económico. Nada dice sin embargo sobre cuál es ese nivel para cada percentil de esa población. Para eso se necesita otro diagrama, en el que se considere la riqueza que va acumulando a cada paso la población así ordenada. Esa es la Curva de Lorenz que analizo a continuación.

Esta gráfica refleja los ingresos que va acumulando la población contabilizada, al avanzar un recuento que empieza por los más pobres, hasta que al final la población total recibe la totalidad de los ingresos:

En una sociedad hipotética con una absoluta igualdad económica, toda la población ingresaría lo mismo. No tendría sentido ni sería posible ordenarla con el criterio establecido. A lo largo de todo de recuento la riqueza creada sería proporcional a la población recontada. La línea azul refleja esta utópica situación.

Pero en las sociedades realmente existentes, al empezar por los más pobres, la curva se descuelga, en diferente medida según el grado de desigualdad. Al avanzar el recuento aumenta el descuelgue, hasta llegar a un punto en que empezamos a incluir a gente más próspera, y al totalizar la población totalizamos también su enriquecimiento.

Frente a la total igualdad de esta línea azul tendríamos la total desigualdad en que un único individuo lo acumularía todo y nadie más obtendría nada. Es la otra línea azul del diagrama siguiente:









Todas las sociedades reales presentan gráficas contenidas en la superficie que encierran las dos situaciones extremas. Consideremos la superficie A comprendida entre la línea de igualdad absoluta y la situación estudiada. Si tomamos como unidad el área del triángulo comprendido entre las líneas extremas, el área de A será el coeficiente de Gini.

El valor cero corresponde a la igualdad absoluta y el uno a la extrema desigualdad. El coeficiente toma siempre valores intermedios, tanto más bajos cuanto más igualitaria es la sociedad.

Pondré otros ejemplos tan irreales como los casos extremos pero ilustrativos de los valores que puede alcanzar el coeficiente en situaciones reales. Sea una sociedad compuesta por esclavos sin riqueza alguna, una clase libre totalmente igualitaria y un monarca absoluto que reserva para sí mismo gran parte de la riqueza.

Si la mitad de la población es esclava y el rey se queda con la mitad del producto total, la situación será ésta, y el coeficiente de Gini alcanzará un valor de 0,75:




Si los esclavos fueran un tercio y el rey se quedase un tercio de la riqueza, el coeficiente sería 0,555...:




A una cuarta parte de esclavos y un rey que se conformase con la cuarta parte le correspondería el índice 0,4375:




Y si el soberano se reserva un quinto y los libres e iguales son el 80%, el índice bajará a 0,36:




(Los ejemplos han sido elegidos por su facilidad de cálculo. Los indices obtenidos corresponden a las fracciones 3/4, 5/9, 7/16, 9/25. Curiosamente el criterio nos ha conducido a la serie de cocientes entre los primeros impares y los primeros cuadrados. Interesante propiedad geométrico-aritmética: cada cuadrado puede obtenerse sumando al anterior el correspondiente número impar, formando una progresión aritmética de segundo orden. Pero dejemos eso y pasemos a lo que ha motivado este análisis, que es el problema de la desigualdad). 

Está claro que ninguna de estas situaciones es real: la desigualdad se da también, como mínimo, en los hombres libres. 

Aunque siempre puede haber un solo individuo que se reserve una parte considerable e indigentes absolutos, en la práctica totalidad del diagrama tendremos curvas parecidas a estas, tomadas de un estudio de la Universidad de Granada sobre las Curvas de Lorenz:




Solamente las primeras podrían corresponder a situaciones reales estables. Por encima del índice 0,4 las sociedades se vuelven cada vez más inestables. La siempre presente lucha de clases altera continuamente la situación, y nunca veremos dos diagramas absolutamente iguales.

En la página 107 del libro de Andreu Escrivà Contra la sostenibilidad hay algunos datos interesantes sobre estos cambios:

El Reino Unido había sufrido un incremento rampante de la desigualdad tras los sucesivos gobiernos de Margaret Thatcher (pasaron de un coeficiente de 0,25 a 0,345 de 1979 a 1990), y fue incapaz de redistribuir el incremento de su PIB de 1990 a 2020 para revertir los efectos de la desigualdad: el coeficiente apenas se movió hasta el 0,344. En Estados Unidos, que también vio escalar la desigualdad durante los años ochenta y los mandatos de Ronald Reagan, el coeficiente pasó de 0,382 a 0,415. Pese a que las políticas aplicadas consiguieron disminuir las emisiones aunque no lo suficiente y generar riqueza, se han demostrado incapaces de redistribuirla, y por tanto la aspiración a la sostenibilidad queda más que comprometida.

Volviendo al principio, no existe una relación automática entre la distribución del voto y la de la riqueza. De igual modo que la lucha de clases es compleja, también es manipulable, y quienes tienen poder, que son precisamente los que tienen riqueza, tienen medios a su alcance para que un panorama de por sí distorsionado lo sea todavía más.

¡Pero por favor, que esto no suene a fatalismo!

martes, 17 de octubre de 2023

Para entender Palestina

Los mismos que consideran complicidad criminal el no estar recordando continuamente los atentados de ETA, nos exigen que olvidemos los crímenes de la dictadura, en nombre de la reconciliación.

Los que estuvieron de acuerdo con una amnistía asimétrica, forzada por una correlación de debilidades que exculpaba por igual a represores y reprimidos, nos dicen ahora que otra amnistía es ilegal e intolerable porque equivale a traición.

Amnistía y amnesia son selectivas. Quienes pasan por alto comportamientos atroces se espantan y rasgan las vestiduras en otras ocasiones, aunque las situaciones no sean comparables.

En muchos casos de gran asimetría, quienes controlan los medios recurren a una falsa simetría para equiparar lo que solo hipócritamente puede ser equiparado. El discurso dominante obliga muchas veces a partir de esas comparaciones que nos da hechas. Si no las aceptamos se dirá que no somos ecuánimes. Por eso se demoniza a personajes o grupos a los que se quiere destruir. Siempre habrá sombras en las que poner el foco. Sadam Husseín o Gadafi son ejemplos clarísimos. Cualquiera que quisiese condenar las invasiones de Irak y Libia tenía que decir previamente: "yo no pretendo defender a este cruel dictador, pero...".

Lo mismo ocurre ahora con Hamás. Antes de cualquier protesta contra las barbaridades de Israel hay que poner por delante la condena de sus incursiones en territorio enemigo, el mismo que los bombardea continuamente, que no ha dejado nunca de hacerlo cada vez que lo considera oportuno. Hasta que ellos mismos no hablan de guerra, guerra que nunca ha cesado, lo que hay en Palestina es un "conflicto". No se habla así del "conflicto" ucraniano.

Acabar con las guerras, con todas las guerras, es la meta. Pedir que callen las armas debe ser un clamor. Pero no se nos debe olvidar que muchas guerras son impuestas, y no por eso el atacado tiene la obligación de rendirse incondicionalmente.

Los pueblos colonizados han luchado en guerras de liberación que eran la respuesta a situaciones intolerables. La Asamblea General de la ONU, en numerosas ocasiones, ha considerado legítima "la lucha de los pueblos por liberarse de la dominación colonial y la subyugación extranjera por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada".

Claro que el acreditado doble rasero habitual pondrá sordina o altavoz "según quién y según cómo" la practique.

Un vídeo que ¡oh casualidad! "no está disponible" en la página de la BBC (como tampoco lo está la televisión rusa en este mundo de la libre expresión), deja patente la respuesta más oportuna ante las exigencias de condena previa de los "terroristas" (aún he podido verlo aquí).Transcribo también la entrevista, un diálogo entre un periodista de la BBC y el embajador palestino:

¿Apoya usted lo que Hamas lanzó el Sábado por la mañana?

Bueno, esta no es la pregunta correcta, Louis, de verdad.

Es una pregunta importante.

No es una pregunta importante, porque...

¿Usted apoya su acción o no? Es una pregunta importante.

¡No, no, no, no! No es una pregunta importante! Hamas es un grupo militante y usted está hablando con el representante palestino. Nuestra posición es muy conocida y clara. 

¿En eso apoya las acciones de Hamás? 

No se puede igualar. No se trata de si apoyo o no apoyo. Estoy aquí para representar a mi pueblo, el pueblo palestino, por lo que está pasando. No estoy aquí para condenar a nadie, y si hay alguien que necesita ser condenado es eso que usted llama "la única democracia de Medio Oriente", es decir Israel, que está haciendo lo que usted acaba de informar, apuntando a civiles. Esto no ha ocurrido solo las últimas 48 horas. Le diré una cosa: Hamás no es el pueblo palestino ¿de acuerdo? 
El gobierno israelí está dando órdenes a un ejército bien organizado, así que por favor no trace una simetría aquí, no equipare. No hay forma de trazar simetrías y equiparar a ocupado y ocupante. No es justo hacer esto para comprender la situación real. 
Para su audiencia y espectadores, desde su creación Israel ha tenido esta doctrina militar: cuando pelea, pelea contra civiles. Mata civiles, y eso presiona a los combatientes desde 1948. Y volvamos a los registros. 
Esto se ha repetido en Gaza y se seguirá repitiendo, por lo que la comparación no es un juego de culpas. No estoy de acuerdo en culpar a la víctima aquí. La verdadera conversación es como podemos detener este círculo vicioso y mortal. 

Acaba de condenar a Israel por matar civiles y no condenara a Hamás por matar civiles. 

¿Cuántas veces ha entrevistado a ciudadanos israelíes, Louis? Cientos de veces, cientos de veces. ¿Cuántas veces Israel ha cometido crímenes de guerra en directo, ante sus propias cámaras? Empieza pidiendo que se condenen a sí mismos. ¡Lo ha hecho, lo hace! Y por eso me niego a responder esta pregunta, porque rechazo la premisa. 
Porque en el fondo hay una tergiversación en todo el asunto. Porque siempre se espera que sean los palestinos los que se condenen a sí mismos. Vamos, este es un conflicto político. Se nos han negado nuestros derechos desde hace mucho tiempo, así que el punto de partida está equivocado. El punto de partida correcto es centrarse en las causas fundamentales, tratar de salir de este túnel extremadamente oscuro. 
A este lugar de negocio de la BBC y de los principales medios de comunicación, durante 75 años, nos traen cada vez que hay israelíes asesinados. Hay muchos palestinos asesinados en Cisjordania, más de 200 en los últimos meses. ¿Me invitan cuando hay provocaciones israelíes en Jerusalén y en otro lugares? 
Lo que los israelíes han visto, que comenzamos diciendo que es trágico, en las últimas 48 horas, los palestinos lo ven todos los días durante los últimos 50 años. ¿Usted conoce la situación en Gaza? La acaba de describir: esta es la mayor prisión al aire libre. Esas personas, dos millones, han sido tomadas como rehenes por Israel durante los últimos 16 años. Digo esto para decir, Louis, que tal vez sea hora de que abandonemos esta retórica muy peligrosa, este marco, y comencemos a decirle a la gente la verdad, realmente fea a veces. 

¿Cual es la solución desde su punto de vista? 

Ley internacional. Solo eso.  

¿Qué significa eso?  

La aplicación equitativa de las resoluciones internacionales. El derecho y la legitimidad, como hacen en Ucrania. ¿Traería al embajador de Ucrania aquí y comenzaría a pedirle que condene a algunos de sus combatientes? 
Necesitamos aplicar plena y equitativamente las reglas creadas por las Naciones Unidas después de los horrores de la segunda guerra mundial. Necesitamos asegurarnos de que Israel no sea la excepción que ha sido durante los últimos 75 años. Asegurarnos de que nadie esté por encima de la ley. 
Gran Bretaña es famosa, Louis, por el estado de derecho. Creo que esa es la solución. Israel es una fuerza ocupante. Es responsable de brindar protección a las personas bajo su ocupación. 
Si cometen crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en las próximas horas y semanas, deben rendir cuentas a la Comunidad internacional y al sistema judicial internacional. 

Sr. Husam Zomlot, muchas gracias por asistir al programa.

Gracias.

Una bandera de Palestina en una manifestación por su liberación, en Estrasburgo, Francia, a 13/10/2023. Mathilde Cybulski / Hans Lucas / AFP.













Todo está en el contexto: cinco claves históricas y actuales para entender Palestina

JORGE RAMOS TOLOSA

Nada puede comprenderse sin contexto. Y cualquier análisis sobre Palestina-Israel que desfigure o ignore el contexto histórico ni puede comprender, ni puede analizar. Hoy más que nunca, en medio del genocidio israelí en Gaza, sigue siendo necesario destacar que todo está en el contexto:

1. El origen y la explicación clave: el colonialismo de asentamiento sionista contemporáneo que no representa al judaísmo

El contexto fundamental para comprender el conflicto Palestina-Israel no se retrotrae 2.000 años atrás. Tampoco remite a un conflicto religioso, aunque posee un contenido religioso considerable, debido a que se ubica en Tierra Santa y distintos actores utilizan la religión como elemento legitimador y movilizador. El contexto histórico clave para comprender Palestina-Israel es el colonialismo europeo contemporáneo.

La cuestión de Palestina-Israel comienza en Europa, a finales del siglo XIX, en uno de los momentos de mayor auge colonial de la contemporaneidad. Fue en este contexto de efervescencia del imperialismo-colonialismo, el nacionalismo y el racismo biologicista cuando surgió el movimiento sionista en Europa. Después de barajar diferentes territorios, el proyecto político sionista fue una expresión nacionalista que pretendía crear un Estado, exclusiva o mayoritariamente judío, en el mayor territorio posible de Palestina.

Todo ello a través del colonialismo de asentamiento, una modalidad de colonialismo en el que un gran número de colonos blancos –frecuentemente perseguidos en sus lugares de origen– se asienta en un territorio para quedarse y asimilar, discriminar, desplazar y aniquilar a la población nativa, como ocurrió en Australia, Canadá, Estados Unidos o Nueva Zelanda, y como acabó fracasando en Argelia o Sudáfrica. El colonialismo de asentamiento contemporáneo es inseparable del racismo y de la deshumanización de los pueblos colonizados, como se ha estudiado en el pasado y como estamos viendo estos días en Palestina.

Pero el movimiento sionista sólo era una propuesta minoritaria (entre otras opciones como el asimilacionismo, el autonomismo o el bundismo –esta última claramente socialista y antisionista–) para abordar el racismo antijudío en Europa. Así, el sionismo no representaba ni representa al judaísmo, ni a las comunidades judías. Desde su creación en 1948, el Estado de Israel tampoco representa al judaísmo, ni a las comunidades judías. Había y hay colectivos e individuos judíos no sionistas y antisionistas. Tanto laicos como religiosos, y tanto dentro como fuera del Estado de Israel.

En las últimas décadas del siglo XIX, Palestina no era una entidad diferenciada. Formaba parte del Sultanato Otomano y tenía un carácter multirreligioso desde hacía más de mil años. Por entonces, aproximadamente un 85% de su población era musulmana, un 11% cristiana y menos de un 5% judía. Y aquí llega la clave del pasado y del presente. El objetivo fundamental del movimiento sionista era crear un Estado exclusiva o mayoritariamente judío en el mayor territorio posible de Palestina. ¿Cómo conseguirlo, si menos de un 5% de su población era judía? Aunque la historia no es lineal, nunca está escrita y siempre está sujeta a incalculables contingencias, difícilmente podría conseguirse este objetivo sionista sin la segregación colonial y la expulsión masiva de la población nativa no judía. El movimiento sionista impulsó varias oleadas colonizadoras, fue aumentando el porcentaje de población judía en Palestina y recibió el apoyo del Reino Unido desde que este territorio fue incorporado al Imperio Británico al final de la Primera Guerra Mundial.

2. El Estado de Israel colaboró con el nazismo y con dictaduras, y se creó y se mantiene a través de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad

El objetivo principal del movimiento sionista era establecer un Estado colonial en el máximo territorio posible de Palestina. Para ello, necesitaba sustituir al mayor número posible de personas nativas palestinas por colonos judíos –desde su establecimiento en 1948, el régimen israelí también persigue el propósito de dominar el máximo territorio posible con el mínimo de población palestina posible–. Con tal finalidad, el movimiento sionista no dudó en aliarse o colaborar con el III Reich, mientras que, tras la creación del Estado israelí, este contrató a criminales de guerra nazis de la Segunda Guerra Mundial y cooperó con numerosas dictaduras militares latinoamericanas. Aun así, todavía sigue siendo poco conocido que, en la década de 1930, la Federación Sionista Alemana firmó un pacto de colaboración con el nazismo (Acuerdo Haavará de agosto de 1933) y la organización paramilitar sionista Haganá también colaboró con el III Reich.

El régimen nazi no quería a judíos en Alemania ni en Europa y el movimiento sionista los quería en Palestina. Hasta Adolf Eichmann,​ que, según escribió Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén se "convirtió" al sionismo, siendo una "doctrina de la que jamás se apartaría", visitó la Palestina del Mandato Británico en 1937 de la mano de sionistas como Feivel Polkes. Durante la Guerra Fría, el jerarca nazi Otto Skorzeny (apodado 'el hombre más peligroso de Europa' y acogido por la dictadura franquista) trabajó para el Mossad israelí, como también lo hizo Walter Rauff (inventor de la cámara de gas móvil, que también trabajó en la Argentina y vivió durante décadas en Chile). 

Además, el régimen israelí vendió armas y entrenó a fuerzas militares de la dictadura chilena, instruyó a paramilitares colombianos, apoyó a escuadrones de la muerte de El Salvador y Guatemala –incluyendo durante el genocidio maya ixil– y colaboró estrechamente con la Sudáfrica del apartheid, régimen colonial con el que cada vez más estudios trazan similitudes con Israel.

Para conseguir el máximo territorio posible con el mínimo de población nativa no judía, dentro del marco de proyecto sionista de colonialismo de asentamiento, el Estado de Israel se creó en 1948 a través de lo que conocemos en la actualidad como crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. En 1948, las tropas sionistas-israelíes perpetraron una limpieza étnica que supuso la expulsión de unas 800.000 personas palestinas, la destrucción o el desalojo de 615 localidades y el desmembramiento de Palestina. En términos del Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional, esto significa que Israel se creó a través de crímenes de guerra (como la "destrucción y la apropiación de bienes [...] a gran escala" o la "deportación") y crímenes de lesa humanidad (como el "traslado forzoso de población", es decir, la limpieza étnica) y que se construyó, se ha sostenido y se sostiene gracias al mantenimiento de más crímenes contra la humanidad contra la población palestina, como el apartheid y la persecución. Históricos informes de 2021 y 2022 de Human Rights Watch y Amnistía Internacional, respectivamente, detallan cómo las autoridades israelíes son culpables del crimen de apartheid.

3. Al contrario que en el caso de los pueblos colonizados como el palestino, no existe el 'derecho a la autodefensa' de las potencias ocupantes como Israel, sino su obligación de proteger a la población ocupada

Si desde 1948 el régimen colonial israelí se ha construido y se ha mantenido a través de la limpieza étnica y el apartheid, a partir de 1967 también se convirtió en una potencia ocupante al conquistar y no retirarse –violando así la resolución 242, de carácter vinculante, del Consejo de Seguridad de la ONU– de Cisjordania, Jerusalén Este y la Franja de Gaza. Desde entonces, como potencia ocupante, adquirió la obligación internacional de proteger a la población colonizada y ocupada.

Por tanto, como explica la investigadora chilena-palestina Nadia Silhi, en Derecho Internacional Humanitario no existe el 'derecho a la autodefensa' de las potencias coloniales y ocupantes como Israel, sino su obligación de defender a la población colonizada y ocupada, es decir, a la población palestina de Cisjordania, Jerusalén Este y la Franja de Gaza. Algo que, por cierto, no varió por la firma de los Acuerdos de Oslo (1993-1995), aquella trampa israelo-estadounidense que, aunque fuese un fracaso, fue utilizada por el régimen israelí como cortina de humo para avanzar en su colonización y apartheid. Un deber de la potencia ocupante de proteger a la población ocupada que, por cierto, Israel ha violado sistemática y masivamente, al igual que los Derechos Humanos del pueblo palestino. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha condenado oficialmente a Israel en más ocasiones que a cualquier otro Estado del mundo.

Por su lado, también debe quedar claro que las resoluciones de la Asamblea General de la ONU 3070 (1973), 3246 (1974), 35/35 (1980), 37/43 (1982) y 45/130 (1990) "reafirman la legitimidad de la lucha de los pueblos por liberarse de la dominación colonial y la subyugación extranjera por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada", mencionando aquí explícitamente la legitimidad de todas las formas de lucha de liberación del pueblo palestino.

4. Un desequilibrio tan abismal y un doble rasero tan indignante que supone "el mayor escándalo moral de nuestro tiempo"

Para el intelectual camerunés Achille Mbembe, Palestina es "el mayor escándalo moral de nuestro tiempo". Lo es si tenemos en cuenta la historia y la operación genocida de estos días. Fijándonos en la infancia, no sólo lo es porque según Save the Children "la infancia palestina es la única en el mundo enjuiciada sistemáticamente por un procedimiento militar en lugar de civil". No sólo lo es porque tropas israelíes detienen a menores a diario y han llegado a detener a niños de 3 años (como en Hebrón el 27 de marzo de 2018), acusados de lanzar piedras. No sólo porque en julio de 2021, por ejemplo, asesinaron en Beit Ummar a Mohammed al-Alami, un niño palestino de 12 años, y en su funeral no solo atacaron a las personas asistentes, sino que asesinaron a otro joven de 20 años, Shawkat Awad. No sólo porque entre el año 2000 y el 6/10/2023, el apartheid israelí asesinó a 2.287 niñas y niños palestinos. No sólo por este infanticidio del siglo XXI, sino porque, como escribió el poeta palestino Mahmud Darwish, hacemos "memoria del principio / olvido del final". La Nakba palestina no sólo ocurrió hace 75 años, sino que lleva sucediendo 75 años ininterrumpidamente. Es un presente eterno. 

Hoy más que nunca, es insoportable comprobar el doble rasero entre Ucrania, que recibe todo el apoyo de los gobiernos del Atlántico Norte, y Palestina, que sólo recibe criminalización y complicidad con la potencia colonizadora y ocupante que le oprime. La Unión Europea de Radiodifusión tardó solo un día en expulsar a Rusia de Eurovisión tras invadir Ucrania en febrero de 2022. Mientras tanto, Israel participa en Eurovisión desde hace décadas.

Hoy más que nunca, también es insoportable comprobar –aunque sea frecuentemente censurado en grandes medios euroamericanos– cómo década tras década el apartheid israelí asesina impune y sistemáticamente a personas adultas y a menores, a personal sanitario y a periodistas, en nombre de la democracia y en nombre del victimismo. No existe otro régimen colonial creado y mantenido a través de crímenes de guerra y de lesa humanidad que se presente al mundo como la víctima perpetua. Y todo ello con la estrecha colaboración de Estados Unidos, la Unión Europea y sus países, y otros Estados del Norte Global. De hecho, las complicidades académicas, culturales, económicas, militares y políticas son las que permiten el mantenimiento del apartheid israelí.

Los cuerpos y territorios palestinos son un laboratorio de pruebas de la industria armamentística y tecnológica mundial. Lo que se testea allí es exportado y comprado por todo el mundo: las técnicas policiales que aprenden fuerzas de seguridad del Estado español con israelíes, las tanquetas de agua israelíes que reprimen manifestaciones en Barcelona o Santiago de Chile o los drones israelíes que luego vigilan la Frontera Sur de la UE o los campos saharauis. Todo está interconectado, como las tiranías y los tiranos, por eso Netanyahu ha sido un estrecho aliado y amigo de Jair Bolsonaro, Donald Trump o Viktor Orbán.

Israel es el mayor exportador de armas per cápita del mundo. Ahora mismo, numerosas industrias de la muerte están subiendo en bolsa y obteniendo pingües beneficios, porque el Ejército israelí está demostrando en directo, una vez más, que las armas y tecnologías que utiliza funcionan, están tested in combat. Por eso, hay grandes intereses capitalistas en que el apartheid israelí y sus crímenes continúen. Por eso, la campaña global de BDS es la máxima esperanza del pueblo palestino: porque es la mayor coalición de la sociedad civil palestina, porque una campaña similar contribuyó en el pasado a la caída del apartheid sudafricano, porque acabar con las complicidades es la clave, y porque saben que no se puede confiar en el poder, y son los pueblos y los movimientos sociales quienes tienen que marcar el rumbo de la lucha contra las injusticias.

Así, a diferencia de Israel, Palestina no ha cometido una limpieza étnica para crear un Estado. A diferencia de Israel, Palestina no ha colonizado ningún territorio. A diferencia de Israel, Palestina no practica el apartheid. A diferencia de Israel, Palestina no tiene Estado, ni Ejército. A diferencia de Israel, la población de Gaza no tiene refugios, ni puede refugiarse, ni siquiera tiene pasaportes. A diferencia de Israel, la población de Gaza no roba la tierra a nadie. El 70% son refugiados expulsados de su tierra (que ahora es Israel) y todavía un mayor porcentaje depende de la ayuda exterior.

Gaza es uno de los lugares más densamente poblados del mundo, más del 90% de su agua está contaminada, y desde 2006 está bloqueada por tierra, mar y aire. Lo que significa que Israel no permite que entre ni salga nada ni nadie sin su permiso. Gaza se ha definido como un 'gueto', como 'la mayor cárcel al aire libre del mundo' o como un 'campo de concentración'

En ocasiones, las autoridades israelíes han impedido que entren folios de papel, lápices o garbanzos a Gaza por 'cuestiones de seguridad'. También, periódicamente, impiden salir a niñas y a niños palestinos enfermos de cáncer u otras enfermedades graves para que sean tratados. A diferencia de Israel, Palestina no tiene armas nucleares, ni bombardea con fósforo blanco (un arma química prohibida). A diferencia de Israel, Palestina no lleva más de medio siglo siendo apoyada por la mayor potencia militar mundial. Pero, al mismo tiempo, la mayor potencia mundial cada vez lo es menos, y el 7 de octubre de 2023 las guerrillas del gueto de Gaza humillaron a la potencia colonial, ocupante y nuclear de Israel, cuyo servicio secreto parecía ser de los más avanzados y temidos del mundo...

¿Por qué lo ocurrido el 7 de octubre ha hecho poner el grito en el cielo a personas que nunca habían puesto el grito en el cielo cuando, por ejemplo, los militares y colonos del apartheid israelí asesinaron a 2.287 niñas y niños palestinos, entre el año 2000 y el 6 de octubre de 2023 –ahora ya son más de 3.000 desde el año 2000–? Como pasó con gran parte de la prensa y la opinión pública del Atlántico Norte con la descolonización de Argelia, lo que no perdonan, como escribiría Aimé Césaire, no es el crimen en sí, el crimen contra personas, sino el crimen contra personas blancas. Por tanto, es por racismo. El racismo, y en concreto el racismo islamófobo, que sigue marcando el día a día de las personas musulmanas o percibidas como musulmanas y las imágenes y representaciones que se proyectan sobre ellas.

5. El 7 de octubre de 2023: ¿un antes y un después en la descolonización de Palestina?

El colonialismo moderno-contemporáneo tiene como base la deshumanización, el racismo, la subyugación y la violencia, tal y como explicó el intelectual afrocaribeño Frantz Fanon. Y la historia del siglo XX enseña que todo proceso de descolonización, ya sea en Angola, en Argelia, en la India, en Sudáfrica o en Vietnam, combina la resistencia no violenta y la lucha armada. Y ambas, según las resoluciones de la Asamblea General de la ONU, son legítimas para acabar con la dominación colonial.

En mayo de 2021, los bombardeos israelíes sobre Gaza asesinaron a 256 personas palestinas. El apartheid israelí no necesitaba esgrimir ninguna justificación. Sólo que, en un barrio de Jerusalén, Sheikh Jarrah, las palestinas y los palestinos estaban negándose a sufrir una limpieza étnica. Así, quien volvió a bombardear Gaza (como en 2018, en 2014, en 2012, en 2008-2009...) no utilizó ningún casus belli. Los regímenes coloniales como Israel no necesitan casus belli, se crearon a través de crímenes de guerra y de lesa humanidad, y actúan con total impunidad en el entramado del sistema internacional, como estamos viendo estos días.

Pero el 7 de octubre de 2023 será recordado durante mucho tiempo. Los guerrilleros palestinos del gueto de Gaza, de más de diez facciones políticas diferentes y mayoritariamente refugiados, no sólo no habían conseguido destruir nunca tan eficaz ni rápidamente los sistemas de vigilancia y la 'valla inteligente' de tecnología punta, que les ha separado 75 años de sus tierras de origen, sino que nunca habían conseguido penetrar tan adentro en el territorio del que sus ancestros fueron expulsados. Algunos de ellos lloraron al llegar a la Palestina del 48. La prensa israelí tituló lo ocurrido el 7 de octubre de 2023 como un "fracaso colosal [israelí]", una "catástrofe nacional", "el mayor fallo de inteligencia en la historia israelí" o "el momento más difícil desde 1948".

Innumerables analistas internacionales y militares coincidieron. "Pase lo que pase en esta [nueva] ronda de la guerra Israel-Gaza", escribía Chaim Levinson en Haaretz, el 8 de octubre, "ya hemos perdido". Las guerrillas palestinas marcan el tempo. Y se abre un nuevo escenario, en el que se ha demostrado que Israel es más vulnerable de lo que parecía. Puede ser atacado y derrotado –aunque sea temporalmente– y su posición no sólo internacional, sino también del territorio que controla, puede alterarse.

El 7 de octubre de 2023 no sólo fue sabbat, lo que suele comportar menor actividad judía israelí en numerosos ámbitos. Fue el día siguiente al 50º aniversario de la Guerra del Yom Kippur, iniciada por sorpresa y con un fallo de inteligencia israelí por parte de las fuerzas egipcias y sirias para recuperar el Sinaí y los Altos del Golán, territorios de Egipto y Siria, respectivamente, ocupados por el Ejército israelí en 1967. Años después, Egipto consiguió recuperar el Sinaí a cambio de reconocer a Israel, pero los Altos del Golán continúan estando ocupados militarmente.

¿Por qué esta nueva fase en el proceso de descolonización de Palestina? Por varios factores. Desde el final de la pandemia, la resistencia palestina ha conseguido un alto nivel de coordinación, eficacia y planificación interna y externa. Algo que se ha podido comprobar especialmente en ciudades del norte de Cisjordania como Nablus y Yenín. Allí, ha surgido una nueva generación de jóvenes guerrilleros palestinos, hastiados de 75 años de colonialismo y apartheid, y muy críticos con la Autoridad Nacional Palestina, totalmente desacreditada, sin ninguna competencia real y obligada a colaborar con el régimen israelí. La primera semana del pasado mes de julio, el Ejército israelí invadió el campo de refugiados y refugiadas de Yenín, incluyendo fuerza aérea, en un despliegue militar de ocupación sin precedentes desde la Segunda Intifada (2000-2005).

Además, si se tienen en cuenta otros factores, la operación palestina Inundación de Al-Aqsa puede haber llegado en un momento apropiado para poder abrir una nueva ventada de oportunidad de cambio. El Gobierno israelí es el más ultraderechista de la historia, y con ministros abiertamente racistas (uno de ellos, Bezalel Smotrich, afirmó ser un "fascista homófobo" en enero de 2023) que incitan a cometer crímenes, y que han participado en linchamientos contra personas palestinas. La sociedad judía israelí está muy fragmentada y, desde enero de 2023, se suceden masivas protestas contra la destrucción de la separación de poderes de la etnocracia israelí.

Además, esta operación de descolonización intenta descarrilar los avanzados contactos entre la diplomacia israelí y saudí para establecer un reconocimiento mutuo, algo clave para el apartheid israelí, que siempre ha buscado desesperadamente su reconocimiento internacional. Aquí cabe enmarcar los denominados Acuerdos de Abraham entre Israel, por un lado, y Baréin, Emiratos Árabes, Marruecos y Sudán, por otro, entre agosto y diciembre de 2020. Estos pactos provocaron una gran indignación en el pueblo palestino y en el resto de pueblos árabes. Operaciones como esta pretenden que estos acuerdos no se puedan ampliar a más países. De hecho, Arabia Saudí ya ha afirmado que congela su proceso de normalización de relaciones con Israel y, en una noticia histórica, autoridades de dos grandes rivales del golfo Pérsico –el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman y el presidente iraní Ebrahim Raisi– han tratado por el teléfono sobre la situación actual en Palestina.

De hecho, también puede tratarse de un momento oportuno si tenemos en cuenta los cambios geopolíticos recientes. El pasado marzo, Irán y Arabia Saudí restablecieron sus relaciones diplomáticas. Ambos países, junto a otros, como Argentina o Egipto, se incorporan el 1 de enero de 2024 a los BRICS (originalmente, la asociación entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El primer día del próximo año, los BRICS superarán no sólo en población sino también en porcentaje del PIB global al G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido).

Aunque los BRICS tienen acuerdos con el Estado y empresas israelíes, su perspectiva general es mucho más propalestina que la de los miembros del G7, como se está comprobando desde el pasado 7 de octubre. Si aquel día se demostró que Israel no puede defender ni su propio territorio, en medio de la reconfiguración geopolítica global, en el que por primera vez en mucho tiempo el centro del mundo está dejando de estar en el Atlántico Norte, puede perder su valor como gendarme regional estadounidense. Múltiples escenarios están abiertos...

Por último, quiero acabar con un recuerdo que atraviesa el pasado, el presente y el futuro, que ya recogí en mi artículo anterior en Público y que, hoy, sigue siendo más necesario que nunca, ante el genocidio israelí en Gaza: "Durante los bombardeos israelíes contra Gaza de verano de 2014, que acabaron con la vida de más de 2.200 personas, entre ellas más de 500 niñas y niños, centenares de supervivientes y víctimas judías del genocidio nazi publicaron una carta entonado el 'no en mi nombre', condenando 'la masacre en Gaza' y pidiendo el boicot (BDS) a Israel. Al final de su escrito se pudo leer: ''Nunca más' ha de significar nunca más para nadie'".

martes, 10 de octubre de 2023

Encogiendo (y escogiendo, y escociendo...)

Abundantes e irrefutables son los argumentos sobre el hecho del decrecimiento a que estamos abocados (por las buenas o a la fuerza). Solo hay dos posicionamientos posibles: el negacionismo visceral o la aceptación. El primero no resiste las evidencias hoy disponibles y únicamente el taponamiento mental del que se niega a saber le permite "huir del problema cambiando de tema" (cantaban Les Luthiers: "al ver una esfinge planteando un dilema..."). Los que aún no sufren el choque se ocultan a sí mismos la preocupación, insensibilizándose mientras les es posible, de forma un tanto suicida.

La aceptación a su vez puede ser resignada o resistente. Como la primera conduce con seguridad al desastre, la única posibilidad de superarlo, por difícil que sea, es la resistencia. Habrá que recurrir al "optimismo de la voluntad" (y antes fortalecer esa voluntad con optimismo) sabiendo que esta posibilidad tiene carácter probabilístico. ¡Pero decreciente en el tiempo!

Un grave inconveniente es la tendencia de todos los partidos, en los sistemas electorales, a prometer futuros optimistas. Ninguna fuerza con posibilidades de incluir en sus programas las políticas radicales más necesarias ganará unas elecciones, si muestra la situación con toda su crudeza y propone medidas inevitablemente impopulares. Lo hemos visto en Madrid y en Andalucía, donde promesas expansivas van acompañadas de reducciones de impuestos a quienes pueden y deben pagarlos, y no parece que esta contradicción les haya restado demasiados votos.

El decrecimiento, desde luego, incluye el de la población. Este es un punto inquietante porque puede justificar genocidios en que los vencedores se enfrentarían entre sí en una cadena sin fin. A los supermillonarios delirantes les ronda ya la idea de huir a Marte.

Existe ya un movimiento por la extinción humana voluntaria. Un nombre, propio del país de los apocalípticos (el de "los Santos de los Últimos Días"), que no resulta muy atractivo para mentes menos religiosas. Sencillamente proponen que dejemos de reproducirnos. Parece imposible, y tampoco parece deseable, que esto conduzca a la extinción, pues nunca será aceptado por todos, pero la vía de frenar los nacimientos es una buena idea, demostrada por el éxito de la política china del hijo único.

No es la solución, aunque debe acompañar a la escasez de recursos que ya está aquí. 

Siguen unas reflexiones de Marià de Delàs sobre los dos últimos libros publicados al respecto por Jorge Riechmann.

El ecologista Jorge Riechmann en conferencia en la 'XIII Universidad de Verano de Anticapitalistas'. Foto de la Fundación Espacio Público










¿Es inevitable el colapso ecosocial?

Marià de Delàs
27 SEPTIEMBRE 2023

«Biólogos, climatólogos, oceanógrafos, edafólogos y otros muchos científicos de las diversas disciplinas que se dedican a auscultar el pulso de nuestra maltrecha biosfera llevan decenios aterrados: y basicamente seguimos sin hacerles caso» [1]. «Hay una gran probabilidad de que la mayor parte de la humanidad sea exterminada antes de que finalice el siglo XXI». 

El filósofo y politólogo ecologista Jorge Riechmann lo afirma rotundamente y lo ratifica en uno de sus últimos libros, Simbioética. ‘Homo sapiens’ en el entramado de la vida, con una exposición ordenada y exhaustiva de datos y argumentos.

«La distopía que Susan George esbozó con su Informe Lugano en 1998 se ha ido haciendo más probable en los años transcurridos desde su publicación», señala el ecologista sin ánimo alguno de deprimir a sus lectores.

«Nuestro sistema actual es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir perdedores con los cuales nadie tiene ni la más mínima idea de que hacer», escribió George en su premonitorio libro hace 25 años [2].

Hoy el grito de alarma también lo da el secretario general de la ONU, que se hace eco del último informe de la Organización Mundial de Meteorología, y reconoce que las temperaturas récord ya queman la Tierra y que los fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más virulentos, empujan a millones de personas hacia el hambre. Se prevé que 670 millones de habitantes del planeta quedarán sin alimentos a finales de la presente década.

«Hemos abierto las puertas del infierno», insistió más recientemente António Guterres en un nuevo llamamiento ante la Asamblea General de Naciones Unidas para referirse a las temperaturas más altas de la historia, a las sequías de larga duración, a los incendios que no se pueden extinguir, a las inundaciones catastróficas, a las tierras que se vuelven inhabitables y a los efectos terribles de todo ello sobre la vida en nuestro planeta.

Poco a poco parece que más y más personas, gobiernos, actores políticos y sociales, incluso grandes empresas, asumen que la crisis climática existe, y reconocen en cierta medida la gravedad de sus efectos, pero los gobiernos siguen empecinados en políticas de «desarrollo sostenible» y de crecimiento económico; a los inversores, naturalmente, lo que les interesa son las oportunidades de negocio que pueda ofrecer la llamada «transición energética», los hábitos de consumo no cambian, las invocaciones en favor de la utilización de energías renovables ignoran tanto la escasez de materias primeras como los daños que causan sobre el territorio los macroparques eólicos y fotovoltaicos, y en las cumbres internacionales nunca se ha abordado el problema de raíz: la extralimitación en la explotación de los recursos del planeta.

Ahora el gran problema es que aquello que sería. «ecológicamente necesario es cultural y políticamente imposible», explicó Riechmann en entrevista realizada por Crític. Lo necesario sería, ha escrito, “salir a toda prisa del capitalismo, redistribuir radicalmente la riqueza, olvidarnos de la hipermovilidad y del turismo, reducir rápidamente la población humana, construir sistemas productivos biomiméticos, desarrollar una cultura de simbiosis con la naturaleza… Cultivar la música en vez del crecimiento económico, el amor en lugar de la competitividad, la espiritualidad en vez de la mercantilización, la educación en lugar del poder militar…” [3].

Pronósticos escalofriantes

En su libro Simbioética cita infinidad de trabajos, informes y tomas de posición de reconocidos investigadores y pensadores, entre ellos el antropólogo Bruno Latour, que falleció ahora hace un año: «…si uno estudia seriamente cuál será la trayectoria del planeta en los próximos treinta años, la certeza del desastre es de tal magnitud que resulta comprensible que algunos se nieguen a creerla. Es como si te dicen que tienes cáncer, o bien te puedes someter a un tratamiento y luchas, o bien no te lo crees y te vas de vacaciones al Caribe para aprovechar el tiempo que te queda» [4].

Todos los datos recogidos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, «vistas en conjunto, indican una tendencia común acelerada, síntoma de una biosfera que se dirige hacia el colapso, lo cual significa que la especie humana se perderá».

«Hoy, ya, en el tercer decenio del tercer milenio, por desgracia hay que constatar que el Business As Usual nos lleva al exterminio de la gran mayoría de la humanidad, si no a su extinción total, y no a largo plazo»[5].

Se dice rápido, pero la lectura de afirmaciones como estas provoca una sensación difícil de describir. ¿Desasosiego? ¿Angustia? ¿Desazón? ¿Espanto? ¿Horror? ¿Pánico? Cuesta encontrar una palabra suficientemente fuerte, porque las enfermedades que sufre el planeta en el que vivimos, como consecuencia del derroche y de la explotación excesiva de recursos realizados por las últimas generaciones de seres humanos, hacen prever que, más allá del miedo y el sufrimiento que podamos sentir las personas mayores en los últimos años de nuestras vidas, nuestras hijas e hijos, o nuestras nietas y nietos se verán abocados, en la menos mala de las previsiones, a una dolorosa lucha para sobrevivir, compartida con millones y millones de seres vivos. Un escenario de pobreza y de necesidades elementales no satisfechas en el cual se pueden extender todavía más los conflictos armados y la más descarnada insolidaridad.

También hay quien mira hacia otro lado, se encoge de hombros y confía en que el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico aportarán soluciones. La tecnolatría paraliza las mentes de demasiada gente. «El capitalismo y la tecnociencia se han declarado en rebeldía ante el principio de realidad». «La racionalidad económica dominante, movida por el dinero, nos arrastra hacia una catástrofe planetaria. Y las propuestas alternativas -bien trabadas, rigurosas, convincentes- existen desde hace decenios, pero no son atendidas», escribe Riechmann [6]. Y a propósito de la lógica del dinero y de la crisis ecosocial recuerda una contundente afirmación del antropólogo Jason Hickel: «Lo extraordinario del capitalismo es que produce el apocalipsis y después intenta venderse como la única solución razonable al apocalipsis».

«Desarrollo sostenible» o cambio de sistema

No faltan negacionistas de los efectos devastadores del calentamiento global. Buena parte de la población mundial parece que prefiere escucharlos -y votarlos!-, pero a veces también parece como si existiera cierto consenso entre mucha otra gente, incluso entre algunos partidarios del «desarrollo sostenible», en torno a que la causa de la contaminación, del agotamiento de recursos y de minerales escasos, del calentamiento global, de la pérdida de biodiversidad, del riesgo de exterminio de la megafauna, de la desaparición de suelo fértil, de la extensión de partículas de plástico por todos los rincones del planeta y de sus organismos vivos, de la pérdida generalizada de acuíferos… se encuentra en la irracionalidad del sistema dominante de relaciones económicas y sociales. Incluso personajes como Joe Biden o Pedro Sánchez han llegado en algún momento a lamentar los efectos del enriquecimiento progresivo de unos pocos sobre la vida de la mayor parte de la gente. Lo que cuesta entender es el motivo por el cual el número de personas que apuestan por un cambio de sistema y que se proclaman abiertamente dispuestas a hacer todo el posible para poner fin al capitalismo es hoy todavía tan pequeño. Mucho más pequeño incluso que en otros momentos de la historia contemporánea, en los cuales la conciencia sobre los límites del crecimiento era insignificante. 

El pasado agosto, la organización Anticapitalistas dedicó buena parte de los ciclos, charlas y debates de su Universidad de Verano a tratar sobre la actual crisis ecosocial. ‘Un proyecto ecosocialista para un mundo en llamas’, fue el significativo titular de la XIII edición, en la cual Jorge Riechmann, más allá de señalar los efectos catastróficos que tiene sobre la biosfera de nuestro planeta la explotación de materias combustibles fósiles, habló ampliamente sobre la necesidad de un «cambio cultural profundo» en la concepción humana del mundo. Una transformación de la mentalidad dominante en Occidente desde hace dos siglos.

Una cultura amiga de la tierra

«Hay que ir a las raíces» de las crisis entrelazadas actualmente existentes, para las cuales «no hay solución técnica». «Estamos obligados a poner en cuestión la concepción de dominación del hombre por encima de todo», insiste, y se pronuncia en favor de la consideración de la teoría Gaia, o Sistema Tierra, como camino para la toma de «conciencia de nuestra ecodependencia”. Se trata de «construir una cultura amiga de la tierra». La concepción del mundo que prevalece actualmente, «es muy negativa». Hay que «poner en cuestión el antropocentrismo moral’ y eso no quiere decir desconocer la singularidad humana. Explica, con abundantes referencias a los autores que han trabajado a fondo y desde diferentes puntos de vista sobre el comportamiento de la biosfera, que todos los seres vivos colaboran entre ellos y que el planeta Tierra se autorregula. Un planeta ‘simbiótico’, así denominado por la bióloga norteamericana Lynn Margulis para destacar que la simbiosis entre seres vivos prevalece por encima de la competencia y la «selección natural» darwiniana.

Lo que reclaman Riechmann y otros ecologistas es la asunción de una cultura de simbiosis con la naturaleza, «como seres vivos que a lo largo de millones de años hemos coevolucionado con el resto de organismos con los cuales compartimos la biosfera». «Nos va la vida» en esta asunción. Si seguimos con el Business As Usual, «las perspectivas apuntan hacia un genocidio que no tiene comparación posible en los doscientos mil años de existencia nuestra especie». Una cultura de simbiosis en contraposición a la antropocéntrica, que lo que se plantea es el dominio de los humanos sobre la naturaleza.

El homo sapiens, que es un ser complejo y que no deja de ser resultado de la coordinación entre bacterias preexistentes, no es independiente del comportamiento de la naturaleza. Es «el único animal que ha sido capaz de escribir la ‘Divina Comedia’ y de fabricar bombas atómicas», dice el ecólogo para remarcar la excepcionalidad de la condición humana. Tan excepcional, también, que en sus últimas generaciones «ha desequilibrado la capacidad de autorregulación de la Tierra».

Riechmann, sin embargo, considera Gaia («conjunto de todos los seres vivos de la Tierra, más su influencia sobre las condiciones de habitabilidad de nuestro planeta») como «un gran organismo que se autorrepara» y que restablece sus equilibrios a lo largo del tiempo. No consuela demasiado, sin embargo, advirtió cáusticamente, la idea de que en un plazo de veinte millones de años la tierra haya sido capaz de autorregularse una vez desaparecido el género humano.

Él y otros significados ecologistas son, cotidianamente, objeto de ataques por parte de personajes adaptados a los intereses del poder corporativo. Ante los defensores del Green New Deal (capitalismo verde), que les descalifican y les acusan de catastrofistas y apocalípticos, Riechmann afirma: «El problema de fondo es que los sectores sociales que reconocemos que no hay posible solución de la crisis ecosocial dentro del capitalismo (y que esto del capitalismo verde es un oxímoron), y que nuestras sociedades siguen una trayectoria hacia el colapso, somos una ínfima minoría». «¿Cómo se llegó a convertir la economía, no en el arte del mantenimiento humano, sino en la gestión del crecimiento del PIB?», pregunta. «Sin hablar de combustibles fósiles, de capitalismo y también de irracionalidad humana, nada se entiende…» [7]. Él prescribe que hace falta «1) seguir el rastro a las mercancías desde la cuna hasta la tumba; 2) explorar vías para desglobalizar y relocalizar como forma de tomar T(t)ierra aterrizar (a-Tierra-r); y 3) dar pasos para salir de la ley del valor, lo cual, en realidad significa: salir del capitalismo».

Fracaso de la humanidad

El calentamiento global demuestra que la humanidad ha fracasado en su intento de dominar la naturaleza. Los humanos «interferimos en casi todo en la natura, pero no controlamos casi nada».

«El problema de los ecologismos», afirma Riechmann en libro más reciente, es que «durante demasiado tiempo nos acomodamos en exceso al posibilismo del desarrollo sostenible» [8]. «Necesitaríamos una izquierda no productivista, pero esto prácticamente no existe», lamenta.

La catástrofe medioambiental, además, no se puede entender sin tener presentes las desigualdades sociales y económicas. La batalla contra la degradación del planeta no se puede librar en el mercado. El «derecho» a contaminar no se tendría que poder vender ni comprar. Hay que recordar tantas veces como haga falta que las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por las sociedades más ricas afectan sobre todo a la población más pobre del planeta, a la cual no se puede atribuir ninguna responsabilidad en la tragedia climática.

Herramientas del ecologismo

La izquierda, en general, tiene cierta conciencia de esta realidad, pero según Riechmann, «la crisis ecológico-social contemporánea es tan profunda que nos invita a considerar los fundamentos mismos de las ideologías y el sentido común dominante» [9]. Nos invita a «construir concepciones contra-hegemónicas». Para hacerlo posible haría falta que muchos izquierdistas revisaran a fondo sus herramientas de análisis y de intervención. De esto se discutió tanto en la Universidad de Verano de Anticapitalistas como en la más reciente Escola d’Estiu de la CUP. En uno y otro lugar se expusieron estrategias para hacer frente en la crisis ecosocial y catálogos de propuestas tácticas y de experiencias del activismo realmente existente.

En las diferentes charlas se habló sobre las posibilidades de favorecer la “desmercantilización” de la vida económica, la planificación democrática de la economía, la democratización de la participación en medios de producción, la extensión de la economía social y solidaria, el crecimiento en sectores como la educación, la sanidad y los cuidados, la implementación de cambios profundos en los sectores del transporte y la energía…

Pero no faltó quién pusiera de manifiesto que muchas de estas ideas se plantean desde hace décadas y que ahora hace falta que el ecosocialismo incorpore un factor de importancia descomunal: «el choque con las limitaciones físicas de nuestro planeta».

El ingeniero y divulgador científico Ferran Puig, que ya hace un año se declaraba “escalofriado” con la lectura del informe del grupo II del IPCC sobre la situación actual del planeta, en todo el que hace referencia a los niveles de contaminación y a los datos actuales sobre extinción de especies, pero sobre todo ante la probabilidad de fenómenos extremos mucho más graves y frecuentes de lo que se pensaba, lanzó preguntas clave: «¿Cuánto tiempo puede durar la vida en estas condiciones?», «¿dónde se encuentra la defensa de la vida?».

Activar el «freno de emergencia»

La negativa a emprender el camino del decrecimiento nos ha conducido hacia la destrucción de vida civilizada, a eliminar otras formas de vida y a degradar radicalmente la biosfera, mantienen los estudiosos de los ecosistemas.

¿De cuánto tiempo disponemos todavía para evitar el colapso? Riechmann comparte con Antonio Turiel la idea de que «nunca es tarde» para evitarlo, pero al mismo tiempo asegura sin tapujos que «nos empobreceremos colectivamente por las buenas o por las malas». Hay que impulsar, dice, «dinámicas de decrecimiento material y energético, redistribución masiva, educación en libertad e igualitarismo, relocalización productiva, tecnologías sencillas, retorno al campo de nuestras sociedades, renaturalización de zonas extensas de la biosfera, cultivo de una Nueva Cultura de la Tierra…” [10].

Otro gran interrogante, sin embargo, se encuentra en si hay manera de conseguir que la población adquiera conciencia sobre la necesidad de poner fin a dos siglos de crecimiento económico acelerado. ¿Qué se puede hacer para que en las sociedades industrializadas se produzca la interrupción del viaje hacia la catástrofe? ¿Cómo activar el necesario «freno de emergencia» que ya reclamaba Walter Benjamin? «¿Qué partido político con voluntad de obtener representación en las instituciones estará dispuesto a defender en sus campañas electorales que hay que reducir radicalmente el consumo?», preguntó un militante de larga trayectoria, Joxe Iriarte, Bikila, en una de las mencionadas charlas.

La elevación del nivel de conciencia y la salida de la cultura antropocéntrica hacen necesaria la actividad de los movimientos sociales, las luchas. «La conciencia no precede a la acción», «la principal tarea de nuestro tiempo es la de construir un bloque ecosocialista popular, diverso pero sólido, con capacidad de actuar estratégicamente y de golpear de forma conjunta desde diferentes frentes», mantiene el investigador ecosocialista, Martín Lallana. Él mismo y Júlia Martí Comas, doctora en Estudios de Desarrollo, explicaron que el momento actual de eco-crisis exige actuaciones urgentes, y aunque no nos encontremos en una coyuntura de grandes movilizaciones hay que favorecer la existencia de movimiento de base «que interpele a las instituciones». Un movimiento que se conserve a sí mismo y resista, que utilice las «palancas institucionales», que tenga capacidad de actuar y de bloquear operaciones que atentan contra los ecosistemas, que pueda explicar sus objetivos al conjunto de la sociedad, que se implique en el cooperativismo y en actividades de la economía social y solidaria, que fortalezca su retaguardia y que plante la semilla para futuras luchas.

Más en concreto, presentan como referencias muy actuales el movimiento Soulèvements de la Terre, o la organización sindical del campesinado Confédération Paysanne, radicalmente opuestas a la agroindustria, a los macroproyectos energéticos, a las empresas contaminantes, al extractivismo irresponsable y a las operaciones nocivas de carácter especulativo.

Soulèvements de la Terre, que agrupa a un centenar de entidades defensoras del territorio de diferente perfil, se ha hecho especialmente conocido a lo largo de los últimos años por su capacidad creciente de actuar localmente y en todo el territorio del Estado francés, a pesar de la dureza de la represión ejercida por el Gobierno de Emmanuel Macron, que además de ordenar actuaciones policiales de extrema brutalidad ha querido ilegalizar este movimiento. Entre las iniciativas más celebradas de Soulèvements, explicó en la Escuela de la CUP uno de sus activistas, se encuentra la creación de las llamadas ZAD (Zonas A Defender), para «intentar construir desde ya el mundo que queremos».

Esta idea, la de un activismo ecologista, descentralizado, arraigado a localidades y a zonas concretas, la valora especialmente el economista catalán Joan Martínez Alier, conocido internacionalmente y desde hace muchos años por sus estudios sobre cuestiones agrarias y sobre el ecologismo político. Él habla de la existencia de un «movimiento mundial de ecologismo ambiental, que no tiene politburó, como tampoco lo tiene el feminismo», «un ecologismo popular que crece y que se vincula con otros movimientos».

Martínez Alier dirige una iniciativa de investigación de l’Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de la UAB para catalogar y situar geográficamente «miles de casos de resistencia contra proyectos perjudiciales para el medio ambiente y la población».

La multiplicación de estas plataformas de resistencia es, seguramente, una condición indispensable para que se produzca la necesaria «contracción económica de emergencia, sustanciada en una salida rápida e igualitaria del capitalismo, acompañada de la renaturalización masiva del planeta Tierra». Es lo que se reclama desde el ecosocialismo.

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Referencias:

[1]. Jorge Riechmann. Simbioética. Madrid. Plaza y Valdés Editores, 2022 p. 330

[2]. Susan George. Informe Lugano. Barcelona. Icaria, 2001, p. 254

[3]Riechmann. op. cit. p 184

[4]. Cita de Jorge Riechmann en Simbioética (p. 307) a entrevista con Bruno Latour. El Mundo, 19 de febrero de 2019. La modernidad está acabada

[5]. Riechmann. op. cit. p. 306

[6]. Riechmann. op. cit. p. 137

[7]. Riechmann. op. cit. p. 151

[8]. Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Vilassar de Dalt. Icaria, 2023. p. 250

[9]. Jorge Riechmann. Simbioètica. Madrid, Plaza y Valdés Editores, 2022 p. 231

[10]. Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Vilassar de Dalt. Icaria, 2023. p. 255-256