Abundantes e irrefutables son los argumentos sobre el hecho del decrecimiento a que estamos abocados (por las buenas o a la fuerza). Solo hay dos posicionamientos posibles: el negacionismo visceral o la aceptación. El primero no resiste las evidencias hoy disponibles y únicamente el taponamiento mental del que se niega a saber le permite "huir del problema cambiando de tema" (cantaban Les Luthiers: "al ver una esfinge planteando un dilema..."). Los que aún no sufren el choque se ocultan a sí mismos la preocupación, insensibilizándose mientras les es posible, de forma un tanto suicida.
La aceptación a su vez puede ser resignada o resistente. Como la primera conduce con seguridad al desastre, la única posibilidad de superarlo, por difícil que sea, es la resistencia. Habrá que recurrir al "optimismo de la voluntad" (y antes fortalecer esa voluntad con optimismo) sabiendo que esta posibilidad tiene carácter probabilístico. ¡Pero decreciente en el tiempo!
Un grave inconveniente es la tendencia de todos los partidos, en los sistemas electorales, a prometer futuros optimistas. Ninguna fuerza con posibilidades de incluir en sus programas las políticas radicales más necesarias ganará unas elecciones, si muestra la situación con toda su crudeza y propone medidas inevitablemente impopulares. Lo hemos visto en Madrid y en Andalucía, donde promesas expansivas van acompañadas de reducciones de impuestos a quienes pueden y deben pagarlos, y no parece que esta contradicción les haya restado demasiados votos.
El decrecimiento, desde luego, incluye el de la población. Este es un punto inquietante porque puede justificar genocidios en que los vencedores se enfrentarían entre sí en una cadena sin fin. A los supermillonarios delirantes les ronda ya la idea de huir a Marte.
Existe ya un movimiento por la extinción humana voluntaria. Un nombre, propio del país de los apocalípticos (el de "los Santos de los Últimos Días"), que no resulta muy atractivo para mentes menos religiosas. Sencillamente proponen que dejemos de reproducirnos. Parece imposible, y tampoco parece deseable, que esto conduzca a la extinción, pues nunca será aceptado por todos, pero la vía de frenar los nacimientos es una buena idea, demostrada por el éxito de la política china del hijo único.
No es la solución, aunque debe acompañar a la escasez de recursos que ya está aquí.
Siguen unas reflexiones de Marià de Delàs sobre los dos últimos libros publicados al respecto por Jorge Riechmann.
El ecologista Jorge Riechmann en conferencia en la 'XIII Universidad de Verano de Anticapitalistas'. Foto de la Fundación Espacio Público |
¿Es inevitable el colapso ecosocial?
«Biólogos, climatólogos, oceanógrafos, edafólogos y otros muchos científicos de las diversas disciplinas que se dedican a auscultar el pulso de nuestra maltrecha biosfera llevan decenios aterrados: y basicamente seguimos sin hacerles caso» [1]. «Hay una gran probabilidad de que la mayor parte de la humanidad sea exterminada antes de que finalice el siglo XXI».
El filósofo y politólogo ecologista Jorge Riechmann lo afirma rotundamente y lo ratifica en uno de sus últimos libros, Simbioética. ‘Homo sapiens’ en el entramado de la vida, con una exposición ordenada y exhaustiva de datos y argumentos.
«La distopía que Susan George esbozó con su Informe Lugano en 1998 se ha ido haciendo más probable en los años transcurridos desde su publicación», señala el ecologista sin ánimo alguno de deprimir a sus lectores.
«Nuestro sistema actual es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir perdedores con los cuales nadie tiene ni la más mínima idea de que hacer», escribió George en su premonitorio libro hace 25 años [2].
Hoy el grito de alarma también lo da el secretario general de la ONU, que se hace eco del último informe de la Organización Mundial de Meteorología, y reconoce que las temperaturas récord ya queman la Tierra y que los fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más virulentos, empujan a millones de personas hacia el hambre. Se prevé que 670 millones de habitantes del planeta quedarán sin alimentos a finales de la presente década.
«Hemos abierto las puertas del infierno», insistió más recientemente António Guterres en un nuevo llamamiento ante la Asamblea General de Naciones Unidas para referirse a las temperaturas más altas de la historia, a las sequías de larga duración, a los incendios que no se pueden extinguir, a las inundaciones catastróficas, a las tierras que se vuelven inhabitables y a los efectos terribles de todo ello sobre la vida en nuestro planeta.
Poco a poco parece que más y más personas, gobiernos, actores políticos y sociales, incluso grandes empresas, asumen que la crisis climática existe, y reconocen en cierta medida la gravedad de sus efectos, pero los gobiernos siguen empecinados en políticas de «desarrollo sostenible» y de crecimiento económico; a los inversores, naturalmente, lo que les interesa son las oportunidades de negocio que pueda ofrecer la llamada «transición energética», los hábitos de consumo no cambian, las invocaciones en favor de la utilización de energías renovables ignoran tanto la escasez de materias primeras como los daños que causan sobre el territorio los macroparques eólicos y fotovoltaicos, y en las cumbres internacionales nunca se ha abordado el problema de raíz: la extralimitación en la explotación de los recursos del planeta.
Ahora el gran problema es que aquello que sería. «ecológicamente necesario es cultural y políticamente imposible», explicó Riechmann en entrevista realizada por Crític. Lo necesario sería, ha escrito, “salir a toda prisa del capitalismo, redistribuir radicalmente la riqueza, olvidarnos de la hipermovilidad y del turismo, reducir rápidamente la población humana, construir sistemas productivos biomiméticos, desarrollar una cultura de simbiosis con la naturaleza… Cultivar la música en vez del crecimiento económico, el amor en lugar de la competitividad, la espiritualidad en vez de la mercantilización, la educación en lugar del poder militar…” [3].
Pronósticos escalofriantes
En su libro Simbioética cita infinidad de trabajos, informes y tomas de posición de reconocidos investigadores y pensadores, entre ellos el antropólogo Bruno Latour, que falleció ahora hace un año: «…si uno estudia seriamente cuál será la trayectoria del planeta en los próximos treinta años, la certeza del desastre es de tal magnitud que resulta comprensible que algunos se nieguen a creerla. Es como si te dicen que tienes cáncer, o bien te puedes someter a un tratamiento y luchas, o bien no te lo crees y te vas de vacaciones al Caribe para aprovechar el tiempo que te queda» [4].
Todos los datos recogidos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, «vistas en conjunto, indican una tendencia común acelerada, síntoma de una biosfera que se dirige hacia el colapso, lo cual significa que la especie humana se perderá».
«Hoy, ya, en el tercer decenio del tercer milenio, por desgracia hay que constatar que el Business As Usual nos lleva al exterminio de la gran mayoría de la humanidad, si no a su extinción total, y no a largo plazo»[5].
Se dice rápido, pero la lectura de afirmaciones como estas provoca una sensación difícil de describir. ¿Desasosiego? ¿Angustia? ¿Desazón? ¿Espanto? ¿Horror? ¿Pánico? Cuesta encontrar una palabra suficientemente fuerte, porque las enfermedades que sufre el planeta en el que vivimos, como consecuencia del derroche y de la explotación excesiva de recursos realizados por las últimas generaciones de seres humanos, hacen prever que, más allá del miedo y el sufrimiento que podamos sentir las personas mayores en los últimos años de nuestras vidas, nuestras hijas e hijos, o nuestras nietas y nietos se verán abocados, en la menos mala de las previsiones, a una dolorosa lucha para sobrevivir, compartida con millones y millones de seres vivos. Un escenario de pobreza y de necesidades elementales no satisfechas en el cual se pueden extender todavía más los conflictos armados y la más descarnada insolidaridad.
También hay quien mira hacia otro lado, se encoge de hombros y confía en que el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico aportarán soluciones. La tecnolatría paraliza las mentes de demasiada gente. «El capitalismo y la tecnociencia se han declarado en rebeldía ante el principio de realidad». «La racionalidad económica dominante, movida por el dinero, nos arrastra hacia una catástrofe planetaria. Y las propuestas alternativas -bien trabadas, rigurosas, convincentes- existen desde hace decenios, pero no son atendidas», escribe Riechmann [6]. Y a propósito de la lógica del dinero y de la crisis ecosocial recuerda una contundente afirmación del antropólogo Jason Hickel: «Lo extraordinario del capitalismo es que produce el apocalipsis y después intenta venderse como la única solución razonable al apocalipsis».
«Desarrollo sostenible» o cambio de sistema
No faltan negacionistas de los efectos devastadores del calentamiento global. Buena parte de la población mundial parece que prefiere escucharlos -y votarlos!-, pero a veces también parece como si existiera cierto consenso entre mucha otra gente, incluso entre algunos partidarios del «desarrollo sostenible», en torno a que la causa de la contaminación, del agotamiento de recursos y de minerales escasos, del calentamiento global, de la pérdida de biodiversidad, del riesgo de exterminio de la megafauna, de la desaparición de suelo fértil, de la extensión de partículas de plástico por todos los rincones del planeta y de sus organismos vivos, de la pérdida generalizada de acuíferos… se encuentra en la irracionalidad del sistema dominante de relaciones económicas y sociales. Incluso personajes como Joe Biden o Pedro Sánchez han llegado en algún momento a lamentar los efectos del enriquecimiento progresivo de unos pocos sobre la vida de la mayor parte de la gente. Lo que cuesta entender es el motivo por el cual el número de personas que apuestan por un cambio de sistema y que se proclaman abiertamente dispuestas a hacer todo el posible para poner fin al capitalismo es hoy todavía tan pequeño. Mucho más pequeño incluso que en otros momentos de la historia contemporánea, en los cuales la conciencia sobre los límites del crecimiento era insignificante.
El pasado agosto, la organización Anticapitalistas dedicó buena parte de los ciclos, charlas y debates de su Universidad de Verano a tratar sobre la actual crisis ecosocial. ‘Un proyecto ecosocialista para un mundo en llamas’, fue el significativo titular de la XIII edición, en la cual Jorge Riechmann, más allá de señalar los efectos catastróficos que tiene sobre la biosfera de nuestro planeta la explotación de materias combustibles fósiles, habló ampliamente sobre la necesidad de un «cambio cultural profundo» en la concepción humana del mundo. Una transformación de la mentalidad dominante en Occidente desde hace dos siglos.
Una cultura amiga de la tierra
«Hay que ir a las raíces» de las crisis entrelazadas actualmente existentes, para las cuales «no hay solución técnica». «Estamos obligados a poner en cuestión la concepción de dominación del hombre por encima de todo», insiste, y se pronuncia en favor de la consideración de la teoría Gaia, o Sistema Tierra, como camino para la toma de «conciencia de nuestra ecodependencia”. Se trata de «construir una cultura amiga de la tierra». La concepción del mundo que prevalece actualmente, «es muy negativa». Hay que «poner en cuestión el antropocentrismo moral’ y eso no quiere decir desconocer la singularidad humana. Explica, con abundantes referencias a los autores que han trabajado a fondo y desde diferentes puntos de vista sobre el comportamiento de la biosfera, que todos los seres vivos colaboran entre ellos y que el planeta Tierra se autorregula. Un planeta ‘simbiótico’, así denominado por la bióloga norteamericana Lynn Margulis para destacar que la simbiosis entre seres vivos prevalece por encima de la competencia y la «selección natural» darwiniana.
Lo que reclaman Riechmann y otros ecologistas es la asunción de una cultura de simbiosis con la naturaleza, «como seres vivos que a lo largo de millones de años hemos coevolucionado con el resto de organismos con los cuales compartimos la biosfera». «Nos va la vida» en esta asunción. Si seguimos con el Business As Usual, «las perspectivas apuntan hacia un genocidio que no tiene comparación posible en los doscientos mil años de existencia nuestra especie». Una cultura de simbiosis en contraposición a la antropocéntrica, que lo que se plantea es el dominio de los humanos sobre la naturaleza.
El homo sapiens, que es un ser complejo y que no deja de ser resultado de la coordinación entre bacterias preexistentes, no es independiente del comportamiento de la naturaleza. Es «el único animal que ha sido capaz de escribir la ‘Divina Comedia’ y de fabricar bombas atómicas», dice el ecólogo para remarcar la excepcionalidad de la condición humana. Tan excepcional, también, que en sus últimas generaciones «ha desequilibrado la capacidad de autorregulación de la Tierra».
Riechmann, sin embargo, considera Gaia («conjunto de todos los seres vivos de la Tierra, más su influencia sobre las condiciones de habitabilidad de nuestro planeta») como «un gran organismo que se autorrepara» y que restablece sus equilibrios a lo largo del tiempo. No consuela demasiado, sin embargo, advirtió cáusticamente, la idea de que en un plazo de veinte millones de años la tierra haya sido capaz de autorregularse una vez desaparecido el género humano.
Él y otros significados ecologistas son, cotidianamente, objeto de ataques por parte de personajes adaptados a los intereses del poder corporativo. Ante los defensores del Green New Deal (capitalismo verde), que les descalifican y les acusan de catastrofistas y apocalípticos, Riechmann afirma: «El problema de fondo es que los sectores sociales que reconocemos que no hay posible solución de la crisis ecosocial dentro del capitalismo (y que esto del capitalismo verde es un oxímoron), y que nuestras sociedades siguen una trayectoria hacia el colapso, somos una ínfima minoría». «¿Cómo se llegó a convertir la economía, no en el arte del mantenimiento humano, sino en la gestión del crecimiento del PIB?», pregunta. «Sin hablar de combustibles fósiles, de capitalismo y también de irracionalidad humana, nada se entiende…» [7]. Él prescribe que hace falta «1) seguir el rastro a las mercancías desde la cuna hasta la tumba; 2) explorar vías para desglobalizar y relocalizar como forma de tomar T(t)ierra aterrizar (a-Tierra-r); y 3) dar pasos para salir de la ley del valor, lo cual, en realidad significa: salir del capitalismo».
Fracaso de la humanidad
El calentamiento global demuestra que la humanidad ha fracasado en su intento de dominar la naturaleza. Los humanos «interferimos en casi todo en la natura, pero no controlamos casi nada».
«El problema de los ecologismos», afirma Riechmann en libro más reciente, es que «durante demasiado tiempo nos acomodamos en exceso al posibilismo del desarrollo sostenible» [8]. «Necesitaríamos una izquierda no productivista, pero esto prácticamente no existe», lamenta.
La catástrofe medioambiental, además, no se puede entender sin tener presentes las desigualdades sociales y económicas. La batalla contra la degradación del planeta no se puede librar en el mercado. El «derecho» a contaminar no se tendría que poder vender ni comprar. Hay que recordar tantas veces como haga falta que las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por las sociedades más ricas afectan sobre todo a la población más pobre del planeta, a la cual no se puede atribuir ninguna responsabilidad en la tragedia climática.
Herramientas del ecologismo
La izquierda, en general, tiene cierta conciencia de esta realidad, pero según Riechmann, «la crisis ecológico-social contemporánea es tan profunda que nos invita a considerar los fundamentos mismos de las ideologías y el sentido común dominante» [9]. Nos invita a «construir concepciones contra-hegemónicas». Para hacerlo posible haría falta que muchos izquierdistas revisaran a fondo sus herramientas de análisis y de intervención. De esto se discutió tanto en la Universidad de Verano de Anticapitalistas como en la más reciente Escola d’Estiu de la CUP. En uno y otro lugar se expusieron estrategias para hacer frente en la crisis ecosocial y catálogos de propuestas tácticas y de experiencias del activismo realmente existente.
En las diferentes charlas se habló sobre las posibilidades de favorecer la “desmercantilización” de la vida económica, la planificación democrática de la economía, la democratización de la participación en medios de producción, la extensión de la economía social y solidaria, el crecimiento en sectores como la educación, la sanidad y los cuidados, la implementación de cambios profundos en los sectores del transporte y la energía…
Pero no faltó quién pusiera de manifiesto que muchas de estas ideas se plantean desde hace décadas y que ahora hace falta que el ecosocialismo incorpore un factor de importancia descomunal: «el choque con las limitaciones físicas de nuestro planeta».
El ingeniero y divulgador científico Ferran Puig, que ya hace un año se declaraba “escalofriado” con la lectura del informe del grupo II del IPCC sobre la situación actual del planeta, en todo el que hace referencia a los niveles de contaminación y a los datos actuales sobre extinción de especies, pero sobre todo ante la probabilidad de fenómenos extremos mucho más graves y frecuentes de lo que se pensaba, lanzó preguntas clave: «¿Cuánto tiempo puede durar la vida en estas condiciones?», «¿dónde se encuentra la defensa de la vida?».
Activar el «freno de emergencia»
La negativa a emprender el camino del decrecimiento nos ha conducido hacia la destrucción de vida civilizada, a eliminar otras formas de vida y a degradar radicalmente la biosfera, mantienen los estudiosos de los ecosistemas.
¿De cuánto tiempo disponemos todavía para evitar el colapso? Riechmann comparte con Antonio Turiel la idea de que «nunca es tarde» para evitarlo, pero al mismo tiempo asegura sin tapujos que «nos empobreceremos colectivamente por las buenas o por las malas». Hay que impulsar, dice, «dinámicas de decrecimiento material y energético, redistribución masiva, educación en libertad e igualitarismo, relocalización productiva, tecnologías sencillas, retorno al campo de nuestras sociedades, renaturalización de zonas extensas de la biosfera, cultivo de una Nueva Cultura de la Tierra…” [10].
Otro gran interrogante, sin embargo, se encuentra en si hay manera de conseguir que la población adquiera conciencia sobre la necesidad de poner fin a dos siglos de crecimiento económico acelerado. ¿Qué se puede hacer para que en las sociedades industrializadas se produzca la interrupción del viaje hacia la catástrofe? ¿Cómo activar el necesario «freno de emergencia» que ya reclamaba Walter Benjamin? «¿Qué partido político con voluntad de obtener representación en las instituciones estará dispuesto a defender en sus campañas electorales que hay que reducir radicalmente el consumo?», preguntó un militante de larga trayectoria, Joxe Iriarte, Bikila, en una de las mencionadas charlas.
La elevación del nivel de conciencia y la salida de la cultura antropocéntrica hacen necesaria la actividad de los movimientos sociales, las luchas. «La conciencia no precede a la acción», «la principal tarea de nuestro tiempo es la de construir un bloque ecosocialista popular, diverso pero sólido, con capacidad de actuar estratégicamente y de golpear de forma conjunta desde diferentes frentes», mantiene el investigador ecosocialista, Martín Lallana. Él mismo y Júlia Martí Comas, doctora en Estudios de Desarrollo, explicaron que el momento actual de eco-crisis exige actuaciones urgentes, y aunque no nos encontremos en una coyuntura de grandes movilizaciones hay que favorecer la existencia de movimiento de base «que interpele a las instituciones». Un movimiento que se conserve a sí mismo y resista, que utilice las «palancas institucionales», que tenga capacidad de actuar y de bloquear operaciones que atentan contra los ecosistemas, que pueda explicar sus objetivos al conjunto de la sociedad, que se implique en el cooperativismo y en actividades de la economía social y solidaria, que fortalezca su retaguardia y que plante la semilla para futuras luchas.
Más en concreto, presentan como referencias muy actuales el movimiento Soulèvements de la Terre, o la organización sindical del campesinado Confédération Paysanne, radicalmente opuestas a la agroindustria, a los macroproyectos energéticos, a las empresas contaminantes, al extractivismo irresponsable y a las operaciones nocivas de carácter especulativo.
Soulèvements de la Terre, que agrupa a un centenar de entidades defensoras del territorio de diferente perfil, se ha hecho especialmente conocido a lo largo de los últimos años por su capacidad creciente de actuar localmente y en todo el territorio del Estado francés, a pesar de la dureza de la represión ejercida por el Gobierno de Emmanuel Macron, que además de ordenar actuaciones policiales de extrema brutalidad ha querido ilegalizar este movimiento. Entre las iniciativas más celebradas de Soulèvements, explicó en la Escuela de la CUP uno de sus activistas, se encuentra la creación de las llamadas ZAD (Zonas A Defender), para «intentar construir desde ya el mundo que queremos».
Esta idea, la de un activismo ecologista, descentralizado, arraigado a localidades y a zonas concretas, la valora especialmente el economista catalán Joan Martínez Alier, conocido internacionalmente y desde hace muchos años por sus estudios sobre cuestiones agrarias y sobre el ecologismo político. Él habla de la existencia de un «movimiento mundial de ecologismo ambiental, que no tiene politburó, como tampoco lo tiene el feminismo», «un ecologismo popular que crece y que se vincula con otros movimientos».
Martínez Alier dirige una iniciativa de investigación de l’Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de la UAB para catalogar y situar geográficamente «miles de casos de resistencia contra proyectos perjudiciales para el medio ambiente y la población».
La multiplicación de estas plataformas de resistencia es, seguramente, una condición indispensable para que se produzca la necesaria «contracción económica de emergencia, sustanciada en una salida rápida e igualitaria del capitalismo, acompañada de la renaturalización masiva del planeta Tierra». Es lo que se reclama desde el ecosocialismo.
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Referencias:
[1]. Jorge Riechmann. Simbioética. Madrid. Plaza y Valdés Editores, 2022 p. 330
[2]. Susan George. Informe Lugano. Barcelona. Icaria, 2001, p. 254
[3]. Riechmann. op. cit. p 184
[4]. Cita de Jorge Riechmann en Simbioética (p. 307) a entrevista con Bruno Latour. El Mundo, 19 de febrero de 2019. La modernidad está acabada
[5]. Riechmann. op. cit. p. 306
[6]. Riechmann. op. cit. p. 137
[7]. Riechmann. op. cit. p. 151
[8]. Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Vilassar de Dalt. Icaria, 2023. p. 250
[9]. Jorge Riechmann. Simbioètica. Madrid, Plaza y Valdés Editores, 2022 p. 231
[10]. Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Vilassar de Dalt. Icaria, 2023. p. 255-256
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