jueves, 30 de septiembre de 2021

Autodisolución (IV)

Hace ya muchos años, un veterano y curtido comunista me reconocía que había un elemento compartido entre la religión y el ideario comunista: la fe. En cierto sentido puede interpretarse el comunismo soviético como una religión laica.

Sin tener fe en algo no se lucha por ello. El descreído no batalla si no es a la fuerza, y deserta en cuanto tiene la oportunidad de escapar. 

Esa fe, inseparable de la esperanza, se fue perdiendo por el camino en la URSS, porque a diferencia de la fe religiosa, cuyas promesas son vagas e indeterminadas, imposibles de contrastar con la realidad, el comunismo soviético concretaba sus profecías a fecha fija. No prometía, como las religiones al uso, cuyas creencias están al margen de la razón, un paraíso poco definido, sin fecha ni comprobación posible. Al contrario, los planes quinquenales definían objetivos a alcanzar y establecían comparaciones con los logros de otros países. Incluso algún dirigente se atrevió a poner fecha fija a la llegada de una sociedad comunista. Cualquier fracaso, cualquier alteración no prevista, quedaba a la vista de todos.

Como estaba a la vista el escaparate capitalista, mostrando lo más brillante de sí mismo, mientras sus miserias e inseguridades no se percibían de la misma forma.

Muchas veces los logros económicos se conseguían a costa de desastres ecológicos, y ese desprecio por la naturaleza se pagó muy caro. Lo que ahora es un azote generalizado les llegó bien pronto. En realidad, fue la continua y difícil emulación con el capitalismo depredador la que forzó la máquina hasta agotarla. Pero lo que vemos agotarse en nuestros días es lo mismo que mató la religión soviética y matará la fe capitalista: un productivismo insostenible.

Otra razón del descreimiento vino de los propios logros del sistema. Cuando se alcanza un cierto nivel de prosperidad es fácil considerar lo que ya se tiene (alimento, cobijo, sanidad, educación...) como inamovible, y aspirar a otras cosas que se echan de menos. Los éxitos prácticos del desarrollo social y material soviético trabajaron contra la dimensión de creencia (religiosa) de su doctrina.

Sin olvidar cuántas veces es el comportamiento del clero el que seca la fe.

"Con armas derrotaremos al enemigo, con duro trabajo tendremos pan. ¡A trabajar, camaradas!". Años '20.

He aquí otro apartado del artículo La disolución de la URSS que Rafael Poch escribió en 2017, al cumplirse cien años de la Revolución de Octubre. Esta era la presentación de la serie, que ahora enlazo con lo último que he (re)publicado, analizando la lenta degeneración moral del sistema soviético y sus causas.

Ahora el autor se ocupa, como ya he comentado, de la pérdida de la fe en el sistema por una población pasiva. La que por eso mismo hizo bien poco para defender sus mejores logros.

Un épico cartel de 1941 llamando a la defensa de Moscú ante la invasión nazi

La disolución “espiritual”

Un sistema como el soviético se basaba en creencias. Eso tiene que ver con muchas cosas, pero también con el hecho de la fuerte impronta religiosa y mesiánica que el llamado “comunismo” ruso adquirió desde sus inicios. Un aspecto fundamental de la disolución de la URSS, fue, precisamente, el proceso histórico de evaporación de esa creencia.

¿Cómo se secó aquella fuente de pasiones y creencias que invocaba a la “unión de los proletarios del mundo entero”, que había vencido una guerra civil con 8 millones de muertos y otra mundial con más de 25 millones de muertos, pagando precios espantosos, que reconstruyó el país mayor del mundo, y que había colocado su símbolo, la hoz y el martillo, sobre el mismo globo terráqueo en su escudo estatal evidenciando extraordinarias pretensiones de fraternidad e internacionalismo?

En el invierno de 1989 visité Karakalpakia, una región autónoma de Uzbekistán, a orillas del Mar Aral. Era una zona prohibida y creo haber sido el primer periodista europeo en visitarla (no la república, sino la orilla).

En veinte años el mar había desaparecido como consecuencia de los excesos de la irrigación. En el antiguo puerto de Muinak, el agua quedaba a 50 kilómetros de distancia y los barcos de la flota pesquera, sólidos barcos de hierro de hasta 60 metros de eslora, estaban varados en la arena. La población sufría patologías relacionadas con los pesticidas y la sal del agua que bebía. Visité una fábrica de conservas que para no cerrar se nutría de pescado que tenían que traer desde el Báltico, a casi 4000 kilómetros de distancia… En la salida de la destartalada y apestosa fábrica había un cartel, oxidado como todo, en el que bajo la imagen de Marx se leía una cita que decía,El socialismo superará al capitalismo”. El funcionario del KGB local que me acompañaba, vio que miraba el cartel y me dijo en un susurro pillo: “…sí, jé, jé, lo superará dentro de 2000 años...”

Si hasta un guardia civil de Karakalpakia, penúltimo rincón de la URSS, bromeaba sobre todo aquello, quería decir que, verdaderamente, estábamos ante un agotamiento general.

¿Por qué se agotó aquella fe?

Hay que comprender algo esencial. La promesa religiosa es vaga e indeterminada. La reencarnación, el reino de los justos y el paraíso son promesas sin fecha, sin comprobaciones, ni resultados prácticos. Se cree en ello y ya está. Así van pasando los siglos. Las religiones funcionan así. La doctrina soviética era una religión. Pero era una religión laica y concreta.

Sus promesas no solo llevaban fecha (los planes quinquenales, con sus metas cifradas, incluso el “comunismo” al que Jrushov puso fecha: 1980), sino que además debían ser comparadas en sus resultados prácticos con los resultados de otras naciones competidoras.

Esa es la contradicción esencial entre la doctrina soviética y su creencia, y una religión normal que no precisa ni demostración ni verificación. Solo fe.

Además, esa religión laica devaluaba y erosionaba su sacralización conforme se desarrollaban sus resultados prácticos. Cuando Rusia y su espacio euroasíatico la abrazaron en 1917, aquello era una sociedad campesina en un 80%. Con el tiempo cada vez había mayor nivel educativo, mayor normalización de la vida (menos movilizaciones y sacrificios, mayor consumo y reflejos familiares e individuales de tipo clase media, podríamos decir), una mayoría urbanizada ya desde los años 60, más información sobre lo que ocurría fuera del país, y por tanto mayor capacidad de comparación entre sistemas.

Cualquier producto de importación, desde una película de Louis de Funes en la que el gendarme representante de la autoridad era un tipo grotesco, pelota y mezquino, hasta unos pantalones tejanos o la música de moda, o un radiocasete, actuaba como agujero en el muro del templo a través del cual cualquiera podía asomarse, mirar y extraer sus propias conclusiones.

Y lo que se veía por esos agujeros no era el trabajo infantil en India o Brasil, sino las luces de occidente; Nueva York, París, Londres…

De alguna forma, los propios éxitos prácticos del desarrollo social y material soviético trabajaron contra la dimensión de creencia (religiosa) de su doctrina.

En los años setenta, la afirmación central de la doctrina oficial de que la URSS representaba un estado de cosas al que toda la humanidad debía aspirar y acceder algún día (“El comunismo radiante porvenir de la humanidad”, la hoz y el martillo sobre el globo terrestre) ya había perdido toda fuerza religiosa. Contaban aspectos más banales y menos heroicos en las mentalidades: ¿Hay salchichón? ¿hay huevos y papel higiénico en las tiendas?

Fue así como el comunismo ruso-soviético perdió su alma. Una cuenta atrás que comenzó en el mismo momento de su sacralización.

Llegados aquí, dejemos clara una cosa: Todo esto no tiene nada que ver ni con la vigencia de la aspiración humana a una vida y un mundo menos injusto, ni con la actualidad del comunismo en general. Con lo que tiene que ver es con la historia ruso-soviética.

Sin atender a esto, al largo y larvado proceso histórico de muerte espiritual del comunismo como doctrina y creencia, sin esta disolución espiritual, no se entienden las otras dos disoluciones, la técnica y la degenerativa, de nuestro esquema. No se entiende la facilidad con la que todo ocurrió, sin que nada ni nadie lo impidiera u objetase.

Pasemos ahora a las consecuencias de la disolución de la URSS, último punto de mi exposición, que será mucho más breve y podemos liquidar en dos brochazos, porque todos ustedes las perciben de una u otra forma.

(concluye)

"...el conocimiento romperá las cadenas..."

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Autodisolución (III)

Rafael Poch de Feliu dedicó este importante artículo a la disolución endógena de la Unión Soviética. En realidad, factores endógenos y exógenos son inseparables. El triunfo de la revolución en un solo país produjo una unánime hostilidad exterior, un cerco que, unido a las inevitables diferencias en el interior, llevaba inexorablemente a soluciones autoritarias. No hay defensa posible frente a un ataque enemigo (hubo muchos y fueron terribles, como sabemos) si las energías se emplean en discutir interminablemente la estrategia.

Pero el autoritarismo apaga las críticas, conduce a la glorificación de los dirigentes y facilita conductas represivas. La disciplina impuesta a base de miedo y sospechas impide muchas correcciones necesarias, y sobre todo acaba produciendo en los dirigentes una sensación de impunidad que facilita actuaciones arbitrarias y corruptas. Es difícil distinguir la "purga" de rivales potenciales de la limpieza ejemplar de conductas ilícitas, y sin un conocimiento exacto de todos los factores concurrentes ¿quién puede establecer un juicio totalmente seguro?

Porque como decía André Gorz, ninguna conducta está libre de la influencia de todas las potencialidades objetivas concurrentes.

En todo caso, la eliminación de la disidencia propiciaba la creación de una clase dirigente que se iba separando del conjunto social, y a la que resultaba fácil autoconcederse privilegios. Pero entre estos no figuraba todavía apropiarse de lo público.

La Historia de la Iglesia, institución que ha perdurado durante milenios, nos da una pista sobre lo que puede ocurrir en estas situaciones. Frente a la privatización de las propiedades eclesiásticas, que se consumaría si las heredaban los descendientes de los clérigos, se creó la institución del celibato. No impedía que tuvieran hijos, pero los convertía en ilegítimos, legalmente inexistentes. La propiedad privada quedaba en usufructo, limitado a una generación. Era la Iglesia en su conjunto la que conservaba los bienes y los destinaba a sus fines, aunque eso no impidiera la corrupción particular de cada párroco u obispo.

(Recuerdo que los libros de religión de mi bachillerato afirmaban la existencia de dos "sociedades perfectas", inclusivas: la Iglesia y el Estado).

La parte más corrupta de la dirigencia soviética, para convertir sus privilegios en dominio absoluto, necesitaba por lo tanto destruir el Estado soviético y repartírselo, a todos los niveles posibles, como propiedad privada.

Tras la crónica periodística descrita en la disolución técnica, el autor entra más a fondo en este análisis del lento proceso degenerativo que condujo a la disolución de la URSS.

El daño fue grande, y ha retrasado durante decenios la resurrección de un movimiento anticapitalista cohesionado, hasta que la realidad de un capitalismo destructivo en términos apocalípticos está obligando a repensar vías transformadoras, necesarias y urgentes en Defensa de la Humanidad.



La disolución “degenerativa”

En su etapa final, los intereses de la propia casta dirigente soviética fueron el principal factor de disolución. Desde ese punto de vista se puede hablar de “autodisolución”.

Como grupo, en 1991, esa casta que concentraba las cinco funciones esenciales de la sociedad (el poder político, la propiedad, la ideología, la dirección y la organización), era nieta del sangriento y dinámico embrollo estalinista (1929-1953, 23 años) e hija de la relajación burocrático-administrativa que le siguió (tras la intentona regeneradora/liberadora de Jruschov) que asociamos a Brezhnev, un periodo de otros 23 años (1964-1987).

En la primera etapa de esa degeneración, la casta estaba cohesionada por el miedo y la movilización (el terror de la represión de las purgas así como las gestas y el sacrificio de los planes industriales y de la guerra), ambos unidos por la aniquilación física. El peligro, la muerte y el crimen fueron el medio ambiente de la génesis de la estadocracia estalinista.

En la segunda etapa, la cohesión se obtuvo más bien por el privilegio material administrativo-burocrático, ya sin riesgos vitales, en una época en la que la casta exultaba un deseo de tranquilidad y relajo.

El privilegio de la clase dirigente soviética era, sin embargo, incompleto. Desaparecía con el cargo, no era heredable, y carecía de “convertibilidad” con la elite internacional.

En mi libro sobre el fin de la URSS (La gran transición. Rusia, 1985-2002) lo comparo al de unas autoridades eclesiásticas administradoras pero no propietarias de las riquezas de sus diócesis y parroquias que, además, pertenecían a una secta no homologable con la Gran Iglesia global del sistema económico-social mundial que conocemos como capitalismo transnacional. Y fue en esa segunda etapa de relajación cuando maduró la profecía de León Trotski, formulada en 1936, según la cual la burocracia acabaría transformándose en clase propietaria, porque, el privilegio solo tiene la mitad del valor si no puede ser transmitido por herencia a los descendientes”, y porque, es insuficiente ser director de un consorcio si no se es accionista”.

Con su libertad y su descentralización del poder, la reforma de Gorbachov propició, bien a su pesar, la fase final de este proceso, de esta degeneración de casta, al liberar definitivamente todos los obstáculos para que la estadocracia se reconvirtiera en clase propietaria y homologable: para que los obispos y los clérigos se emanciparan y pudieran casarse, heredar y cruzarse.

El desorden creado por la libertad en el sistema fue el medio ambiente ideal para esta transformación social esencial de la casta dirigente, vía privatización, desfalco y “economía de mercado”. Para entendernos: para que los “obispos” se convirtieran en “burgueses”.

Vista la escena desde fuera, pudo parecer que las rebeliones de los años 1988, 1989, 1990 y 1991 en forma de grandes movimientos nacionalistas, huelgas y protestas, crearon los vacíos y las crisis de poder del periodo final de la URSS concluido en la disolución de diciembre de 1991. En realidad fue al revés: el vacío y las crisis de poder creados por las libertades fueron los que crearon las rebeliones y los desordenes.

Las reformas libertarias de Gorbachov desordenaron por completo el sistema (el partido, los principios de jerarquía y disciplina) que el secretario general quería reformar en una dirección regenerativa de “socialismo con rostro humano”. El desmoronamiento de la coerción y el reparto del poder absoluto tradicional del Zar/Secretario general inducido desde arriba, desorganizaron la producción, el abastecimiento y la lógica autoritaria de gobierno. Como explican en sus memorias tantos testigos directos de la revolución de febrero de 1917, en la sociedad se impuso algo parecido a la idea de que una vez derribada la autocracia, ya no había que trabajar. Los planes y los compromisos (entre ramos, entre repúblicas) no se cumplían. La producción caía y generaba todo tipo de reflejos egoístas territoriales. Sobre el vacío creado, surgieron las rebeliones (y no al revés).

Como cualquier político que gobierna una transición política, de un régimen a otro, Gorbachov tenía que construir un nuevo centrismo político a partir de los pedazos rescatables del antiguo régimen (el partido comunista y su mundo) y de los nuevos actores (la intelligentsia), pero en lugar de centrismo se encontró en medio de una espiral de fuerzas conservadoras de distinta radicalidad y sentido. El partido y el establishment soviético conservador se le rebeló con una intentona golpista, mientras que la intelectualidad se adhirió al aparente radicalismo de Boris Yeltsin (del neoleninismo al neoliberalismo en pocos meses), cuyas esencias autocráticas y tradicionalistas resultaban mucho más atractivas y reconocibles para la cultura política autoritaria imperante en la sociedad. Una de esas rebeliones fue la de las soberanías e independencias republicanas, resultado de las abdicaciones y desorganizaciones del poder central.

Ese fue el caótico caldo de cultivo en el que la casta dirigente, degenerada para el proyecto socialista, decidió su emancipación social de clase.

Cuando los tres presidentes se reunieron en la oscuridad del bosque de Bieloviezh para matar a la madre, ésta, sus símbolos, su ideología, sus decorados y sus realidades “socialistas” ya no eran más que impedimentos para culminar sueños de clase largamente larvados que eran más fáciles de realizar en los respectivos marcos de cada república independiente y anulando cualquier veleidad de reformar la URSS.

Ese sería el “aspecto social-degenerativo” de aquella disolución.

Hemos dado cuenta de la crónica “técnica” y del factor de la emancipación del aparato, ¿pero qué hay del sistema ideológico anclado en las mentalidades de decenas de millones de ciudadanos? Entramos aquí en el tercer punto: la disolución espiritual.

(continúa)

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Autodisolución (II)

Cuando las condiciones estaban maduras, un turbio personaje, aprovechando el momento oportuno, logró cambiar la Historia. Como un ladrón que encuentra abierta la caja fuerte, Boris Yeltsin, con toda clase de complicidades, pudo hacerse con el botín.

En este apartado de su artículo, Rafael Poch hace una sucinta crónica de los hechos ("el contubernio") que pusieron fin a más de setenta años de socialismo soviético.

Esta es la segunda parte del desglose iniciado aquí.

(Nota: que a Yeltsin le gustara o no el baile físico es lo de menos. También hemos visto bailar a Ziugánov o a Iceta al son que les tocaron sus "asesores de imagen" cuando les pareció conveniente. Claro que el caso de este atrabiliario presidente concurrían otros factores, como su peculiar percepción de la "modernidad" occidental y su reconocido alcoholismo).





¿Qué entendemos por la disolución técnica?

Técnicamente la URSS dejó de existir el 8 de diciembre de 1991. Aquel día los presidentes de las tres principales repúblicas europeas escenificaron un contubernio en Bielovezh, una apartada residencia de caza de los bosques de Bielorrusia. Allí declararon jurídicamente disuelta la URSS y unos días después, el 25 de diciembre, la bandera roja con la hoz y el martillo fue arriada del Kremlin. ¿Por qué hicieron aquello? La respuesta es tan simple como banal: por una cuestión de poder. Tres hermanos; Rusia, Ucrania y Bielorrusia mataron a la madre para quedarse con la herencia.

La iniciativa corrió a cargo del hijo mayor y principal heredero, el Presidente de Rusia Boris Yeltsin. Les ahorro los detalles de una crónica detallada, para concentrarme en lo fundamental: la lógica de la lucha por el poder moscovita.

En agosto de 1991 hubo un golpe de estado fallido de las autoridades centrales soviéticas contra Gorbachov que dejó a éste muy debilitado. Como un general sin ejército. Así que aquellos meses, entre agosto y diciembre de 1991, en Moscú había dos poderes que coexistían, algo anómalo en la matriz de la autocracia. Se había llegado a una situación en la que para deshacerse de Gorbachov y hacerse con el Kremlin, el máximo poder en Moscú, Yeltsin tenía que disolver la URSS. Ese es el dato central.

Los otros dos personajes del contubernio del bosque (los presidentes Kravchuk y Shuskievich) eran comparsas. Claro que tenían intereses en la herencia: deshaciendo la URSS, ambos recibían la jefatura de estados soberanos sin nadie por encima (Kravchuk, además había estado directamente implicado en el fallido golpe de agosto, así que una huida hacia delante le ahorraba rendir cuentas), pero nunca se habrían atrevido a firmar las actas de defunción si el hermano mayor no hubiera ido desconectando desde aquel octubre todos los aparatos que mantenían viva a la debilitada madre en su lecho; el sistema bancario, las finanzas, los aparatos del comercio exterior, la sede del ministerio de exteriores y de algunas embajadas en el extranjeroQuisieron hacer pasar por eutanasia casi humanitaria -la pobre sufría- lo que fue estrictamente asesinato.

Además, todo aquello fue algo muy parecido a un golpe de estado. Sobre todo si se tiene en cuenta que, ocho meses antes, en marzo de aquel mismo año, la población de la URSS había participado masivamente (148 millones de los 185 millones con derecho a voto, pese al boicot de algunas repúblicas) en un referéndum sobre el mantenimiento de una URSS renovada en el que el “sí” obtuvo el 76% del voto.

Todo eso fue tan banal y claro, que se explica como una simple crónica periodística.  Pero, ¿Cómo pudo un estado tan poderoso, segunda potencia mundial, llegar a una situación de tal debilidad como para que bastara un mero contubernio palaciego para ser derribado? Para explicar esto hay que entrar en asuntos mucho más de fondo que tienen que ver con lo histórico y lo social. Llegamos así al segundo punto. La que llamaremos disolución degenerativa. Es decir aquella que es resultado de la acción de una casta dirigente degenerada que puso sus intereses de grupo y su codicia por delante de cualquier consideración patriótica o de Estado.

(continúa)

Autodisolución (I)

Este artículo de Rafael Poch fue escrito en 2017, cuando se cumplían cien años de la Revolución de Octubre. Ahora son treinta los transcurridos desde la disolución de la Unión Soviética. Son plazos suficientes para analizar con un poco de sosiego las causas y las consecuencias, lo ganado y lo perdido, tanto en las más de siete décadas que duró como en todo un siglo de construcción y destrucción.

De este desmoronamiento (¿brusco?) se ha culpado a causantes exógenos, como los paladines occidentales del neoliberalismo, o aquel papa polaco... Individuos en que se personaliza la fase final de la Guerra Fría. No cabe duda de su papel, como también de los oropeles de Occidente que se filtraban a través del "telón de acero", sin que las poblaciones vieran su otra cara de miseria, inseguridad y explotación. El escaparate se exponía lleno de luz y la desordenada trastienda quedaba oculta.

Pero las verdaderas causas estaban dentro, y a su búsqueda dedica el autor su exposición de motivos, que esquemáticamente serían:

  • técnico, para el que basta una crónica de dos o tres años
  • degenerativo, necesitado de un análisis sociopolítico de varias décadas
  • espiritual, que requiere un estudio histórico y filosófico de mayor calado temporal
A ellos debemos prestar atención quienes no queremos "tirar al niño con el agua sucia".

Antiguas repúblicas soviéticas en orden alfabético:

La disolución de la URSS

Un esquema sobre sus motivos y consecuencias

El 8 de diciembre se cumplen 26 años de la conjura de Bieloviezh que disolvió formalmente la Unión Soviética. Hace poco escuché a un reputado periodista glosar el crucial papel que Margaret Thatcher tuvo en la caída del comunismo. Otros mencionan la figura del papa Juan Pablo II, a Ronald Reagan y su “guerra de las galaxias” o a los nacionalismos como factores decisivos. Y eso, en boca de gente presuntamente informada, no hace sino ilustrar un hecho: que pese a la distancia sigue sin entenderse gran cosa de todo aquello, que se sigue ignorando la primacía de factores internos, y que se continúan ofreciendo las explicaciones más estrambóticas.

En una exposición limitada como esta, lo más que podemos ofrecer es un esquema: tres puntos esenciales, necesariamente simplificados, pero a partir de los cuales se pueda pintar y desarrollar un cuadro más serio con todos los matices y los detalles sobre los motivos por los que la URSS se disolvió. Para eso he elegido tres motivos que llamaremos, técnico, degenerativo y espiritual. Cada uno de ellos exige su propia lente y su propio marco temporal para ser abordado. Para el primero basta con una simple crónica periodística y una perspectiva de dos o tres años. Para el segundo hay que hacer algo de sociología política y moverse en un espacio de varias décadas. Para el tercero entramos en filosofía de la historia, y podríamos llegar mucho más lejos, hasta meternos en esa capacidad tan humana de estropear grandes causas y pasiones.

(continúa)

sábado, 18 de septiembre de 2021

La Rendición de Breda

Nuevamente, QPH radio ha puesto voz a unos comentarios míos sobre un cuadro velazqueño. Continúa así la serie de colaboraciones que comencé con La Fragua de Vulcano.

Más que hacer una crítica de arte, me interesa el análisis socio-psicológico de las situaciones representadas en estos cuadros. El artista revela en ellos muchas cosas sobre lo que expone, pero quizá mucho más sobre la personalidad del propio Velázquez.



La Rendición de Breda

Para celebrar una de las efímeras victorias de la guerra de Flandes, le fue encargado a Velázquez un cuadro de circunstancias. Y lo resolvió con una de sus composiciones más raras, un esquema insólito para la época. Y hay en la pintura muchas otras cosas, que darían para hablar de ellas durante horas.

No conozco ningún otro cuadro suyo, ni de otros contemporáneos, que se pueda descomponer tan claramente en tres. Al primer golpe de vista, se destacan tres rectángulos, que, siguiendo la doctrina militar sobre los elementos del combate, podríamos titular como “hombre, armamento y terreno”. El hombre ocupa los tres quintos del cuadro, pero en la franja superior el armamento victorioso roba dos quintos de protagonismo al terreno en que se desarrolló la batalla.

Hay por lo tanto tres cuadros en uno. El convencional, en el que un conjunto variopinto de personajes no hacen demasiado caso al momento histórico y el gesto caballeresco. El paisajístico, que sitúa la escena. Y el tempranamente abstracto de las lanzas victoriosas, en el que un imposible paralelismo es disimulado por dos que no mantienen la vertical. ¿Sería creíble la perfecta disposición de todas? Y en sentido contrario, ¿sería la natural disposición caótica expresiva de una victoria militar?

En La Fragua de Vulcano cada personaje mantiene un complejo diálogo psicológico con los demás. Aquí solo hablan los generales, cuyos rostros ocupan el centro exacto del cuadro. Velázquez, como sabemos, establece numerosas disposiciones dialógicas (“dialécticas”) entre sus personajes. Lo hizo en La Fragua, también en Las Meninas, con relaciones de armonía (las dos solícitas damas con la infanta), o de contraste (la belleza de esta, contrapuesta a la grotesca figura de la enana Mari Bárbola); y sobrevolando sobre la obra, su propia efigie contemplativa los juzga a todos.

En Las Lanzas hay contraposiciones, como los armamentos dispares de vencedores y vencidos, o sus figuras: los unos, cansados; orgullosamente indiferentes los otros. Los únicos que interactúan son el vencedor y el vencido ¿Se comunicarán también los dos caballos enfrentados, ajenos a las disputas entre los hombres?

Se ha discutido si el hombre que asoma aislado en el extremo derecho del cuadro es el propio Velázquez. Contra esta hipótesis se argumenta que no parece posible que tuviera la osadía de incluirse en un cuadro oficial sobre una guerra en la que, además, no estuvo. Pero sabemos de su relación estrecha, casi familiar, con el rey Felipe IV, que no sólo lo hizo caballero sino que tras su muerte hizo pintar en su pecho la cruz de Santiago. Si se podía permitir el protagonismo inquisitivo en una escena de la familia real, ¿por qué no iba a hacerlo en este cuadro, siempre en su papel de observador sagaz e independiente?

Se ha escrito mucho sobre la geometría de sus composiciones, diagonales barrocas, círculos de personajes y masas de color; los detalles que resolvían dificultades estructurales, llenaban vacíos y equilibraban masas. Pero a mí me gusta más destacarlo como el juez benevolente de una época, más indulgente con la corte de lo que luego fue el mordaz Goya. Velázquez psicólogo, que analizó a los retratados y se autoanalizó él mismo.

Sus autorretratos no son tan numerosos como los del otro gran psicólogo que fue Rembrandt, pero a Rembrandt no le robaron tanto tiempo los compromisos cortesanos. No podemos seguir a través de los escasos del sevillano su trayectoria vital, como sí lo hacemos con el gran neerlandés. Pero cada artista se retrata a sí mismo en su obra.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Un incendio de sexta generación

Pavorosos han sido los recientes incendios de Australia o California. El que se ha producido en la provincia de Málaga (y que pronto olvidaremos, como ha ocurrido con otros anteriores en Cataluña o Portugal) pertenece a la misma categoría. En ellos, más que salvar el bosque, que se da por perdido, se busca en primer lugar salvar vidas. Ni siquiera ya es prioritario proteger las viviendas, y se procede antes que nada a evacuar a las poblaciones.

En el de Sierra Bermeja han ardido unos cien kilómetros cuadrados del territorio de la provincia de Málaga (uno de cada 73). El 1,37% de la superficie provincial se ha quemado. Era una zona a proteger por su gran valor ambiental, y aspiraba a ser incluida en el Parque Nacional de la Sierra de las Nieves.

Hablar de generaciones en los incendios forestales es seguir el proceso por el que han llegado a ser cada vez más devastadores. Tiene que ver, como no podía ser de otro modo, con el carácter, tan voraz como los propios incendios, de nuestro sistema capitalista especulativo, que orienta y desorienta la producción, redirigiéndola continuamente a lo que produce más beneficios, siempre en términos de contabilidad financiera.

El abandono del campo, la fuga hacia la ciudad de sus pobladores, y la posterior expansión de urbanizaciones y segundas residencias (otra fuga, ahora desde la ciudad) hacia terrenos que la naturaleza iba recuperando crean finalmente un territorio caótico, en que las zonas habitadas y las abandonadas se entremezclan confusamente. Este desorden propicia los incendios y dificulta su control. Todo ello ha sido alimentado por la especulación con los precios del suelo y las construcciones.

Una mezcla, literalmente explosiva, de factores, todos con el mismo causante. Por un lado está el cambio climático, por otro el abandono de los campos antes cultivados y la desidia en la gestión de la masa forestal, que comprende tanto el monte propiamente dicho como la maleza que recupera los espacios vaciados. Finalmente, la mezcla caótica de los espacios naturales con la edificación dispersa.

Las generaciones de incendios de las que se habla corresponden a las etapas que progresivamente nos han traído hasta aquí. 

  • Primera generación: abandono de zonas de cultivo. 

  • Segunda generación: masa forestal creciente, fruto de lo anterior. 

  • Tercera generación: concentración urbana, que deja manchas de bosque cada vez mayores conectadas entre sí. 

  • Cuarta generación: zonas de bosque sin protección perimetral, con incendios de "interfaz urbano forestal". 
  • Quinta generación: ya no se puede diferenciar el bosque de la urbanización porque todo forma un continuo territorial. 
  • Sexta generación: solo fuertes lluvias pueden apagarlo, y lo único que puede hacerse es intentar salvar a los pobladores.

Este último tipo adquiere unas proporciones tales que su desarrollo es autónomo. Las fuertes corrientes ascendentes succionan el aire de su entorno,  lo que contribuye a avivar el fuego, que se extiende buscando siempre lo más combustible. Los procesos convectivos no dependen ya nada más que del propio incendio. Un hongo de humo y gases asciende a la altas capas de la atmósfera, produciendo tormentas eléctricas, rara vez con precipitaciones acuosas. Este hongo nos recuerda el de las explosiones atómicas, y los vientos que produce son semejantes a los de esas bombas "cortadoras de margaritas" que literalmente "se tragan todo el oxígeno e incendian el aire", como ha explicado al Air Force Times un tal Bill Roggio, de la "Fundación para la Defensa de Democracias".

En estas estamos. Un círculo vicioso se cierra, porque estos colosales incendios no pueden por menos que contribuir al calentamiento global que está en su origen, restituyendo a la atmósfera el CO2 almacenado en la vegetación, además de la energía que le devuelven directamente en forma de calor.




Qué es un incendio de sexta generación y por qué los expertos creen que el de Sierra Bermeja lo es

La presencia de urbanizaciones y poblaciones en el bosque, junto al abandono de la gestión forestal y el cambio climático, claves para entender qué está ocurriendo en esta zona de Málaga de alto valor natural que lleva varios días ardiendo. Algo que ya ha ocurrido antes en los años 90 en España "como una ventana al futuro"

13 de septiembre de 2021

El incendio de Sierra Bermeja, en la provincia de Málaga, es único en cuanto al contexto en el que se produce. En España ya se han dado incendios llamados "de sexta generación" como este pero la cercanía de poblaciones y urbanizaciones ha hecho que, junto al abandono de la gestión del entorno natural y los efectos del cambio climático, se convierta en un fuego "insólito". El concepto de generaciones de incendios tiene que ver con cómo se relaciona el comportamiento del fuego con la estructura del paisaje. Dos cuestiones que interactúan en un incendio forestal y que, según las circunstancias, hace que hablemos de un incendio de un tipo o de otro.

Porque, ¿qué significa que sea un incendio de sexta generación? ¿Cuáles son las cinco generaciones precedentes? Cristina Montiel, que desde 1997 dirige el Grupo de Investigación 'Geografía, Política y Socioeconomía Forestal' en la Universidad Complutense de Madrid, explica que desde que a mediados del siglo XX se produjera un proceso de éxodo rural y se abandonasen los usos agrícolas, los incendios han evolucionado. Primero, ganando velocidad en zonas de cultivo que ya no estaban cultivadas (primera generación). Luego, el abandono de una masa forestal creciente, fruto de lo anterior (segunda generación), y la dicotomía del paisaje: zonas urbanísticas hiperconcentradas en las áreas metropolitanas y, por otra parte, el vacío de campo (tercera generación), donde "tan grande como sea la mancha del bosque, tan grande como va a ser el incendio".

Para explicar los incendios de cuarta y quinta generación, Montiel tiene en cuenta la urbanización que se empezó a dar con los 90 en zonas de bosque "sin ningún cinturón perimetral". Son incendios de "interfaz urbano forestal", explica la experta. "Los incendios de cuarta generación son brutalmente peligrosos y hace muchos años que los tenemos en España, nada menos que desde 1994, y casi nadie habla de esos. Urbanizaciones y chalets que están en medio del campo". La denominada quinta generación empezó a producirse "en California, en Australia, con un territorio ya contaminado, como Canarias o Valencia, donde ya no se puede diferenciar el bosque de la urbanización". "Está todo mezclado y forma un continuo territorial de muchos kilómetros". A ello se le suma el cambio climático "y eso significa que la atmósfera va a funcionar de una forma muy errática y en ese incendio ya no puedes defender a nadie, mueren personas, porque el incendio se ha convertido en un problema casi exclusivamente de protección civil".

Un ente "con vida propia"

Y, al llegar a este punto, la experta nos habla de lo que supone un incendio de sexta generación. Un "monstruo", un "ente con alma", una "nube de fuego" con "vida propia". Es la nueva generación de incendios forestales, que ya tuvieron lugar hace 25 años en la península, en concreto en Catalunya, en la comarca del Solsonès y parte del Bages y la Segarra. Es una nueva realidad que hay que tener presente y que, como está ocurriendo en Sierra Bermeja, en Málaga, tiene como elemento común la mayor presencia de viviendas y edificaciones en zonas de bosque, a la que se añade la subida de temperatura con el cambio climático. El abandono en la gestión forestal es el tercer factor que hace que el fuego, algo natural del ecosistema, se convierta en algo contra lo que no se puede luchar y cuya voracidad solo se calma con unas condiciones climatológicas favorables.

Montiel considera que en un incendio de estas características "se pierde ya no solamente la capacidad de extinción, con llamas de más de tres metros de altura, de temperaturas inasumibles, donde los aviones ya no me sirven para nada y donde lo único que se puede hacer son cortafuegos, quemar combustible para ponerle barreras y que cuando llegue no tenga nada que quemar". "Es como la guerra. Cuando en una zona se llega a un incendio de sexta generación, estás perdido, porque el fuego acaba de convertirse en un ente con alma. Se ha convertido en una cosa, un monstruo que va por libre y el incendio va a desarrollar su propia atmósfera", señala. "El fuego va a generar lo que llamamos procesos convectivos, donde nos olvidamos ya del viento, del relieve, de la vegetación. Es un torbellino que va a desarrollar un proceso de convección que va a dar lugar a lo que llamamos pirocúmulo".

La cosa no queda ahí. "Esperemos que no tengamos la mala suerte de que se desplome y sea un incendio explosivo. Como ese pirocúmulo llegue al techo, directamente va a llover fuego. Eso es lo que pasó en California y es peligrosísimo. Son los incendios de sexta generación, y contra ellos, por desgracia, no se puede luchar. Lo único que se puede es desarrollar una estrategia defensiva, tratar de establecer prioridades y defender lo que más te importa. El incendio no lo vas a poder contener. Lo único que puedes hacer es tratar de dirigirlo hacia donde menos daño pueda hacer, y que cambien las condiciones meteorológicas, porque el incendio solamente se consigue apagar así. La sexta generación tiene que ver con el abandono de la gestión y con el cambio climático".

Más intenso, más complejo

Según Luis Galiana, profesor titular de Análisis Geográfico Regional en la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en paisaje, el modelo de las generaciones "se planteó para explicar un poco la evolución de los incendios desde los años 60, aproximadamente, cuando empiezan a producirse ya las transformaciones en el medio rural", y "han ido aumentando en su complejidad y en su intensidad". "Se han ido añadiendo elementos que tienen que ver con un escenario cada vez más complejo", por ejemplo la presencia de las "interfaces urbanas forestales", zonas en las cuales "los agentes forestales entran en contacto con zonas edificadas de segunda residencia, urbanizaciones residenciales o incluso ya también, como ocurre ahora mismo en Sierra Bermeja, con pueblos".

Explica el experto que han ido apareciendo una serie de elementos que han llevado a que este modelo haga que los incendios forestales sean una realidad cada vez más compleja de abordar en su extinción. "El elemento clave, más allá del combustible, de la complejidad de las labores de extinción, etc, es su autonomía, que ha logrado casi casi vida propia. Viendo el comportamiento de este tipo de incendios, parece que el incendio tiene inteligencia, algo difícil de entender y de admitir a no ser que lo hayas visto. Se mueve buscando las zonas donde más combustible hay de una manera autónoma. Crea su propio ambiente de fuego, con sus propias condiciones meteorológicas consecutivas y genera un escenario de gran complejidad", apunta.

Galiana indica que incendios como este de Sierra Bermeja se han dado en la Catalunya central en los años 90, que "realmente anticiparon estos comportamientos". Fueron, como dijo Marc Castellnou, cap dels GRAF dels Bombers, como "una ventana al futuro" de cómo iban a ser los incendios 25 años más tarde". También se dieron en Portugal, en Pedrógão, en julio de 2017. "Este parece responder a esos patrones, aunque aún es pronto para decirlo y habrá que analizarlo con mayor detalle, pero parece también responder a estas mismas características", señala.

La clave está en la interfaz urbano forestal, es decir, que "el monte cada vez presenta mayor contaminación edificatoria". "Hay cada vez más urbanizaciones y elementos que hacen que, cuando se produce un incendio, la complejidad de las labores de extinción sea brutal. Casi más que atender lo que podríamos decir el ataque a los frentes de incendio, hay que atender a esa emergencia de protección civil. Hay que desalojar pueblos, hay que proteger urbanizaciones y eso hace que simplemente se pierdan oportunidades de ataque. Con unas pocas cientos de hectáreas ya se pueden producir perfectamente estas complejidades de las que estamos hablando", dice Galiana.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

"Memoria de pez"

Es una idea muy extendida la de que los peces solamente responden a estímulos inmediatos, pero aunque algunas investigaciones demuestran que no es cierto que tengan poca memoria, sí está probado que muchos humanos tienen esa hipotética "memoria de pez".

Repasando el catecismo como fuente de conocimientos básicos de filosofía antigua, encontramos que "las potencias del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad". Traducido a un lenguaje más actual, potencia será capacidad para la acción. Y en la base de esa capacidad está la memoria, fuente de los conocimientos que nos capacitan para actuar.

Puede que esto explique el comportamiento de muchos votantes y los resultados electorales. El elector menos avisado tiene en la memoria lo que le han repetido muchas veces, y de eso ya se encargan los medios al servicio de sus verdaderos amos.

La enseñanza memorística es inevitable como fuente de datos en cualquier materia, y se basa en la repetición, que fija las ideas y las interioriza, convirtiéndolas en "nuestras". Finalmente, lo aprendido nos "enseña a pensar".

Uno de los efectos de la sobrecarga de la memoria es la necesidad de borrar contenidos poco frecuentados. Esto conduce al presentismo, sobre todo si es cultivado por un bombardeo de ideas-fuerza que el pensante acaba haciendo suyas. La inmediatez nos hace olvidar que entre causas y efectos transcurre siempre un tiempo. Me he ocupado de esto en la etiqueta de este blog tiempo y espacio, hablando de entropía y transformaciones irreversibles. Se puede consultar esta entrada y los enlaces relacionados en ella.

El desfase temporal entre las causas y sus efectos, siempre futuros, explica que de los problemas causados por un gobierno anterior se culpe al de turno, penalizándolo exclusivamente en función de lo percibido en el momento electoral. En esto confía actualmente la oposición de derechas, para la que la actual subida de precios de la electricidad es una oportunidad para calentar sentimientos contra un gobierno que no controlan, aunque sus causas haya que buscarlas, unas, en la crisis energética que se oculta sistemáticamente, otras, en decisiones de gobiernos anteriores, que quedan también fuera de la escena.

Está comprobado que, en nuestros sistemas democráticos, para el elector medio la culpa de todos los males y el mérito de los aciertos es algo exclusivo del gobierno de turno. La oposición se encarga de erosionar con estos argumentos a los partidos gobernantes.

Pero esta idea tan general acaba por desprestigiar la política, con el manido argumento de que "todos son iguales", aunque todos no sean iguales en todo.

Y el desprestigio de la política es aprovechado para hacer política. Ese sentido común mediáticamente sembrado permite que a muchos les parezca lógico que "los jueces elijan a los jueces" (¡ya lo hacen en las oposiciones a la judicatura!), olvidando que la historia de la institución hace que por lo menos tres cuartas partes de ellos sean políticamente conservadores. Claro que así se hurta al control democrático a quienes precisamente controlan a los poderes elegidos democráticamente.

Algo está fallando en este sistema cuando son los pocos, sean jueces o votantes, los que deciden las mayorías que someten a los muchos.




Casado se encomienda a las encuestas y al apoyo mediático

El PP lo fía todo a un estado de gracia en el que está seguro de que nada le penaliza, ni siquiera provocar una crisis constitucional con su bloqueo a la renovación del Poder Judicial. "Si negociamos con Sánchez, al día siguiente nos trituran nuestros apoyos mediáticos", alega un dirigente nacional.

Habla el Gobierno: "La oposición es estrambótica, exagerada, inflamada... Se agota el vocabulario para describirla. En ese estado de ansiedad y ese nivel de tensión que proyecta, la legislatura se le puede hacer muy larga. Mucho más si la economía empieza a crecer, como crecerá, por encima del 7%".

Habla la oposición del PP: "Las encuestas avalan nuestra estrategia. Nos dan incluso mejor de lo publicado y la tendencia es al alza. Ya hemos consolidado los 140 escaños. La clave está en que Vox obtenga un pírrico resultado y no sea necesario que entre en el Gobierno".

Entre una y otra reflexión no sólo hay dos voces de dos dirigentes de partidos antagónicos, hay miradas muy diferentes sobre la situación política, los recientes cambios en el Gobierno, la estrategia de la oposición y el sentir de la sociedad española. Ambas son consecuencia de la demoscopia. Ya saben, la política hace tiempo que tiene más que ver con los tuits y las encuestas que con el interés común y los programas. 

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"Ya no hay cosificación al uso del electorado español y la mayor demostración fue el resultado de Isabel Díaz Ayuso en Madrid el pasado mayo", afirma un dirigente del PP, para quien la política es cuestión de estados de ánimo, los patrones han cambiado y el voto ya no es un premio al oponente, sino un castigo al gobernante. Dicho de otro modo: no hay mérito de Casado, sino desgaste de Sánchez en una hipotética victoria del PP.

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En este nuevo curso que arranca legislativamente la próxima semana, el PP se dispone a ahondar en el desgaste del Ejecutivo como consecuencia del recibo de la luz, con la certeza de que puede ser la puntilla que hunda el apoyo social al presidente y sin detenerse, claro, en que el desorbitado precio de la electricidad es un fracaso colectivo consecuencia de la política energética de todos los gobiernos de los últimos 20 años. Las mismas invectivas que se escuchan ahora desde las filas populares contra la coalición de izquierda son idénticas a las proclamas que usaba Sánchez contra Rajoy cuando era jefe de la oposición y muy parecidas a las que éste último vertía contra Zapatero, pero la memoria es flaca y el electorado no entiende de matices cuando a final de mes tiene que hacer frente a la factura eléctrica. Tampoco de estrategias como la implementada desde La Moncloa para que los ministros hagan pedagogía en los medios de comunicación sobre la diferencia entre la subida de la electricidad en el mercado mayorista y el recibo de la luz, como si una cosa no fuera consecuencia de la otra.

En realidad lo que el PP detecta es un estado de gracia en el que nada de lo que hace o dice le penaliza, tampoco el incumplimiento flagrante de sus obligaciones constitucionales como lo es su cerrazón a renovar el Consejo de Poder Judicial, el Defensor del Pueblo o el Tribunal Constitucional. De nada sirve que la izquierda política y mediática se desgañiten en poner negro sobre blanco lo que es una auténtica crisis constitucional provocada por un partido que aspira a ser alternativa de Gobierno

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"El bloqueo no sólo no nos desgasta electoralmente, sino que al votante de centro, que no entiende de matices, le suena bien eso de que sean los jueces quienes elijan a los jueces, y no lo políticos, como Casado lleva diciendo desde que fue elegido presidente del partido", asegura un diputado nacional, que añade como argumento de peso para no salirse del bloqueo el apoyo sin fisuras de sus referentes mediáticos. "Si Casado negocia con Sánchez la renovación, al día siguiente nos trituran nuestros principales apoyos editoriales".  




lunes, 13 de septiembre de 2021

Lo que pudo haber sido y no fue

La copla y el bolero marcaron en España un tiempo amargo. Por esta razón la modernidad y la movida las ocultaron y sustituyeron luego por otras músicas. Basilio Martín Patino rescató en una película memorable muchas de esas canciones como testimonio de una etapa que muchos, por motivos contrapuestos (amnistía ~ amnesia), querían olvidar.

También nostálgico, Manuel Vázquez Montalbán supo valorar lo mucho que aquellas canciones decían. Sin querer, o tal vez queriendo decirlo.«Si yo vivo anclado en una época, es en los años cuarenta», le comenta a Jaume Fuster, y añade: «Si ahora tuviera que mencionar tres canciones, diría una de  Concha Piquer, una de Machín, pero también Ball de Rams, que ya nadie debe recordar. Fue una de las primeras en catalán toleradas en la radio y era muy solicitada». Y en otra ocasión se refería concretamente al bolero «aquel tan bonito de Se vive solamente una vez»:

Se vive solamente una vez...
No quiero arrepentirme después
de lo que pudo haber sido y no fue...

Sea o no para arrepentirnos, hay que echar la vista atrás y recordar cómo aquello que ya pasó pudo acontecer de otra forma, Es necesario aprender del pasado para evitar que se repita de tan mala manera.

Lo que pudo llegar a ser y no es hoy Afganistán ¿provocará arrepentimiento en los causantes directos del desastre? No lo parece. Como recuerda John Pilger:

En 2010, estuve en Washington y concerté una entrevista con el cerebro de la era moderna del sufrimiento de Afganistán, Zbigniew Brzezinski. Le cité su autobiografía en la que admitía que su gran plan para atraer a los soviéticos a Afganistán había creado "unos cuantos musulmanes agitados".

"¿Se arrepiente de algo?" le pregunté.

"¡Arrepentimiento! ¡Arrepentimiento! ¿Qué arrepentimiento?"

Para estas conciencias de corcho será una de tantas guerras no ganadas, pero que estratégicamente consiguen la finalidad de aniquilar a posibles adversarios futuros. Si acaso, aunque no estoy muy seguro, generará en alguno una frustración pasajera, pronto olvidada al repasar las cuentas de sus negocios y los beneficios obtenidos.

Rafael Poch ha publicado en su propio blog y en Ctxt los artículos, Afganistán, dos retiradas (I) y (II), comparando la bien organizada de los soviéticos, que quiso enmendar el fatal error estratégico de su intervención, con la alocada que estos días han protagonizado Estados Unidos y sus comparsas de la OTAN, que nos trae a la memoria aquella vergonzosa fuga de Vietnam, hace unas décadas.

Copio a continuación una parte del segundo artículo, el que me ha traído el recuerdo nostálgico de aquel bolero, cuando ya es difícilmente realizable la apuntada posibilidad alternativa.


La espantada del Imperio del Caos

La retirada de Estados Unidos y sus aliados de Afganistán de este agosto ha sido una debacle sin paliativos, pese a que su contexto y circunstancias eran incomparablemente más favorables que las que rodearon a la exitosa salida de los soviéticos hace treinta años. Por muchas razones.


Los soviéticos tenían entonces en contra a una superpotencia que financiaba a sus adversarios con mucho más dinero y medios de los que ellos mismos dedicaban a su ocupación y su apoyo al gobierno laico y modernizante de Kabul. Estados Unidos no ha tenido a ninguna superpotencia en contra. Más allá de las complicidades tribales al otro lado de la frontera paquistaní, los talibán han luchado, y han ganado, prácticamente solos.

(...)

Mitos y leyendas

En 1979 la explicación de la intervención de Moscú en Afganistán era el mito del expansionismo soviético. En la prensa española, analistas de renombre repetían lo que leían en la prensa de Estados Unidos: consideraciones sobre el deseo de los soviets de “mojar sus botas en las cálidas aguas del Océano Índico” y otras memeces (repasen la hemeroteca). En el relato periodístico de entonces, los “buenos” eran, evidentemente, toda aquella banda cruel de bárbaros integristas forrados de dólares y armados por Estados Unidos y sus aliados. La simple realidad es que, con todos sus defectos, Afganistán no ha tenido un mejor gobierno que aquel liderado por Najibullah en la última etapa. Entonces la mitad de los universitarios eran mujeres, el 40% de los médicos, el 70% de los maestros y el 30% de los funcionarios. Todo eso era entonces irrelevante y “propagandístico” para la misma ortodoxia periodística que hoy hace de la opresión de la mujer afgana y la barbarie que la rodea, el motivo principal de preocupación e incluso de justificación de la intervención militar de Estados Unidos en Afganistán a partir de 2001, olvidando inocentemente que la invasión de Estados Unidos ha dejado centenares de miles de muertos, entre ellos decenas de miles de mujeres y niños.

(...)

Castigo a los reventadores del relato

Quienes con más eficacia y claridad expusieron el absurdo de estos cuentos y mentiras, aportando reveladores documentos y filtraciones al respecto, están hoy en la cárcel, cumpliendo con el objetivo general, definido por el ex director de la CIA Leon Panetta en declaraciones al canal alemán ARD, de “enviar un mensaje para que otros no sigan su ejemplo”. Julian Assange, calificado por Biden de “terrorista tecnológico” (“high-tech terrorist”) y cuyo destino es una vergüenza para la izquierda europea, es uno de ellos y lleva recluido la mayor parte de la presente década. El ex diplomático británico Craig Murray, ha sido encarcelado este agosto por ocho meses en lo que tiene toda la pinta de una venganza judicial por su actividad como uno de los más activos denunciantes del escándalo Assange. Un mes antes, en julio, el ex analista Daniel Hale fue condenado a casi cuatro años de cárcel por filtrar 150 documentos sobre el programa de asesinatos extrajudiciales con drones estrenado por Obama y ejecutado desde la base aérea afgana de Bagram.

“Con los drones muchas veces nueve de cada diez muertos son inocentes”, declaró Hale ante los jueces. Sus palabras fueron confirmadas este agosto cuando la acción de un dron americano en represalia por el último atentado contra fuerzas de Estados Unidos en el aeropuerto de Kabul acabó con diez civiles, nueve de ellos de una misma familia incluidos siete niños de entre 2 y 12 años de edad

Derrumbe súbito

Oficialmente el gasto de Estados Unidos en la guerra ha sido cifrado en más de 2,2 billones de dólares, pero mucho de ese gasto se ha financiado con créditos, por lo que el gasto publico real, lo que se deberá devolver, ascenderá a 6,5 billones contando los intereses. “Siempre pensé que eran los fabricantes de armas quienes promocionaban estas guerras, pero quien sabe, a lo mejor son las instituciones financieras”, dice el analista americano Juan Cole.

Los Estados Unidos se han ido dejando un enorme arsenal de tanques, aviones y vehículos blindados a los talibán, incluidos sistemas de identificación biométrica (HIIDE) con sus bancos de datos de los que los talibán harán, sin duda, un uso apropiado. La base y centro de detención y tortura de Bagram fue abandonada en una noche sin avisar siquiera a sus aliados. Su gobierno títere y su ejército y fuerzas de seguridad de 300.000 efectivos se ha fundido en una semana y tomando por sorpresa a los aparatos de inteligencia más sofisticados del mundo. Su presidente huyó a Dubai con 169 millones de dólares en maletas, uno de sus subalternos dejó en el parking dos Toyota cargados de billetes que no hubo tiempo de cargar en el avión. Cualquiera de estos asuntos convierte la segunda retirada en una debacle, y uno no puede evitar pensar en qué habría pasado mediáticamente si los protagonistas de tal espectáculo hubieran sido los rusos o cualquier otro adversario de Occidente y no los propietarios de la mayor fábrica de mentiras duraderas de la historia. Incluso sin esa ventaja, la pérdida de posiciones para el imperio del caos será cuantiosa.

¿Y España?

Oficialmente España se ha gastado 3500 millones de euros (El País mencionaba 3700 millones en 2015) en la intervención en Afganistán, es decir, “en expandir las múltiples violencias (directa, estructural y cultural) que ya se padecían antes en Afganistán”, como dice Juan Carlos Rois en un raro y clarividente artículo. A ese dinero habría que sumar, como dice ese autor, el valor de las 17.000 toneladas de armas que Aznar donó al ejército y los más de 500 millones gastados en cooperación entre 2001 y 2014. España ha enviado 27.000 soldados de los que 102 murieron en la “operación más larga, masiva y cara que ha llevado adelante”. Desde Felipe González, dice Rois, los gobiernos del PP y del PSOE (y ahora del PSOE con Podemos) nos han involucrado en nada menos que 91 intervenciones militares en el exterior (actualmente 15), con un coste cercano a los 18.000 millones de euros de gasto y más de 127.000 militares implicados”. ¿Para qué? El ministro de exteriores español, José Manuel Albares, explicó el domingo su balance afgano en una entrevista con La Vanguardia : “la crisis afgana ha puesto a España en el centro político de Europa”. “Somos solidarios y así lo percibe hoy Estados Unidos”. El pobre hombre no lo podía expresar mejor: “La mayor crisis geopolítica de los últimos años ha dado la justa medida de lo que somos”.

Preguntas

¿Qué habría sido de Afganistán si hace cuarenta años Estados Unidos no hubiera armado y financiado a los guerrilleros integristas, adoctrinados por el fundamentalismo que los amigos saudíes siguen irradiando por todo el Islam desde la Universidad de Medina? ¿Donde estaría el país si hace veinte años Washington hubiera negociado la entrega de Bin Laden con los talibán, o se hubiera limitado a enviar a uno de sus comandos de matarifes, en lugar de invadir el país? No lo sabemos, pero Afganistán se habría ahorrado varios millones de muertos y tendría muchas más posibilidades de haber salido del agujero sin la desastrosa intervención militar extranjera de sus últimos cuarenta años.