miércoles, 22 de septiembre de 2021

Autodisolución (II)

Cuando las condiciones estaban maduras, un turbio personaje, aprovechando el momento oportuno, logró cambiar la Historia. Como un ladrón que encuentra abierta la caja fuerte, Boris Yeltsin, con toda clase de complicidades, pudo hacerse con el botín.

En este apartado de su artículo, Rafael Poch hace una sucinta crónica de los hechos ("el contubernio") que pusieron fin a más de setenta años de socialismo soviético.

Esta es la segunda parte del desglose iniciado aquí.

(Nota: que a Yeltsin le gustara o no el baile físico es lo de menos. También hemos visto bailar a Ziugánov o a Iceta al son que les tocaron sus "asesores de imagen" cuando les pareció conveniente. Claro que el caso de este atrabiliario presidente concurrían otros factores, como su peculiar percepción de la "modernidad" occidental y su reconocido alcoholismo).





¿Qué entendemos por la disolución técnica?

Técnicamente la URSS dejó de existir el 8 de diciembre de 1991. Aquel día los presidentes de las tres principales repúblicas europeas escenificaron un contubernio en Bielovezh, una apartada residencia de caza de los bosques de Bielorrusia. Allí declararon jurídicamente disuelta la URSS y unos días después, el 25 de diciembre, la bandera roja con la hoz y el martillo fue arriada del Kremlin. ¿Por qué hicieron aquello? La respuesta es tan simple como banal: por una cuestión de poder. Tres hermanos; Rusia, Ucrania y Bielorrusia mataron a la madre para quedarse con la herencia.

La iniciativa corrió a cargo del hijo mayor y principal heredero, el Presidente de Rusia Boris Yeltsin. Les ahorro los detalles de una crónica detallada, para concentrarme en lo fundamental: la lógica de la lucha por el poder moscovita.

En agosto de 1991 hubo un golpe de estado fallido de las autoridades centrales soviéticas contra Gorbachov que dejó a éste muy debilitado. Como un general sin ejército. Así que aquellos meses, entre agosto y diciembre de 1991, en Moscú había dos poderes que coexistían, algo anómalo en la matriz de la autocracia. Se había llegado a una situación en la que para deshacerse de Gorbachov y hacerse con el Kremlin, el máximo poder en Moscú, Yeltsin tenía que disolver la URSS. Ese es el dato central.

Los otros dos personajes del contubernio del bosque (los presidentes Kravchuk y Shuskievich) eran comparsas. Claro que tenían intereses en la herencia: deshaciendo la URSS, ambos recibían la jefatura de estados soberanos sin nadie por encima (Kravchuk, además había estado directamente implicado en el fallido golpe de agosto, así que una huida hacia delante le ahorraba rendir cuentas), pero nunca se habrían atrevido a firmar las actas de defunción si el hermano mayor no hubiera ido desconectando desde aquel octubre todos los aparatos que mantenían viva a la debilitada madre en su lecho; el sistema bancario, las finanzas, los aparatos del comercio exterior, la sede del ministerio de exteriores y de algunas embajadas en el extranjeroQuisieron hacer pasar por eutanasia casi humanitaria -la pobre sufría- lo que fue estrictamente asesinato.

Además, todo aquello fue algo muy parecido a un golpe de estado. Sobre todo si se tiene en cuenta que, ocho meses antes, en marzo de aquel mismo año, la población de la URSS había participado masivamente (148 millones de los 185 millones con derecho a voto, pese al boicot de algunas repúblicas) en un referéndum sobre el mantenimiento de una URSS renovada en el que el “sí” obtuvo el 76% del voto.

Todo eso fue tan banal y claro, que se explica como una simple crónica periodística.  Pero, ¿Cómo pudo un estado tan poderoso, segunda potencia mundial, llegar a una situación de tal debilidad como para que bastara un mero contubernio palaciego para ser derribado? Para explicar esto hay que entrar en asuntos mucho más de fondo que tienen que ver con lo histórico y lo social. Llegamos así al segundo punto. La que llamaremos disolución degenerativa. Es decir aquella que es resultado de la acción de una casta dirigente degenerada que puso sus intereses de grupo y su codicia por delante de cualquier consideración patriótica o de Estado.

(continúa)

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