viernes, 17 de septiembre de 2021

Un incendio de sexta generación

Pavorosos han sido los recientes incendios de Australia o California. El que se ha producido en la provincia de Málaga (y que pronto olvidaremos, como ha ocurrido con otros anteriores en Cataluña o Portugal) pertenece a la misma categoría. En ellos, más que salvar el bosque, que se da por perdido, se busca en primer lugar salvar vidas. Ni siquiera ya es prioritario proteger las viviendas, y se procede antes que nada a evacuar a las poblaciones.

En el de Sierra Bermeja han ardido unos cien kilómetros cuadrados del territorio de la provincia de Málaga (uno de cada 73). El 1,37% de la superficie provincial se ha quemado. Era una zona a proteger por su gran valor ambiental, y aspiraba a ser incluida en el Parque Nacional de la Sierra de las Nieves.

Hablar de generaciones en los incendios forestales es seguir el proceso por el que han llegado a ser cada vez más devastadores. Tiene que ver, como no podía ser de otro modo, con el carácter, tan voraz como los propios incendios, de nuestro sistema capitalista especulativo, que orienta y desorienta la producción, redirigiéndola continuamente a lo que produce más beneficios, siempre en términos de contabilidad financiera.

El abandono del campo, la fuga hacia la ciudad de sus pobladores, y la posterior expansión de urbanizaciones y segundas residencias (otra fuga, ahora desde la ciudad) hacia terrenos que la naturaleza iba recuperando crean finalmente un territorio caótico, en que las zonas habitadas y las abandonadas se entremezclan confusamente. Este desorden propicia los incendios y dificulta su control. Todo ello ha sido alimentado por la especulación con los precios del suelo y las construcciones.

Una mezcla, literalmente explosiva, de factores, todos con el mismo causante. Por un lado está el cambio climático, por otro el abandono de los campos antes cultivados y la desidia en la gestión de la masa forestal, que comprende tanto el monte propiamente dicho como la maleza que recupera los espacios vaciados. Finalmente, la mezcla caótica de los espacios naturales con la edificación dispersa.

Las generaciones de incendios de las que se habla corresponden a las etapas que progresivamente nos han traído hasta aquí. 

  • Primera generación: abandono de zonas de cultivo. 

  • Segunda generación: masa forestal creciente, fruto de lo anterior. 

  • Tercera generación: concentración urbana, que deja manchas de bosque cada vez mayores conectadas entre sí. 

  • Cuarta generación: zonas de bosque sin protección perimetral, con incendios de "interfaz urbano forestal". 
  • Quinta generación: ya no se puede diferenciar el bosque de la urbanización porque todo forma un continuo territorial. 
  • Sexta generación: solo fuertes lluvias pueden apagarlo, y lo único que puede hacerse es intentar salvar a los pobladores.

Este último tipo adquiere unas proporciones tales que su desarrollo es autónomo. Las fuertes corrientes ascendentes succionan el aire de su entorno,  lo que contribuye a avivar el fuego, que se extiende buscando siempre lo más combustible. Los procesos convectivos no dependen ya nada más que del propio incendio. Un hongo de humo y gases asciende a la altas capas de la atmósfera, produciendo tormentas eléctricas, rara vez con precipitaciones acuosas. Este hongo nos recuerda el de las explosiones atómicas, y los vientos que produce son semejantes a los de esas bombas "cortadoras de margaritas" que literalmente "se tragan todo el oxígeno e incendian el aire", como ha explicado al Air Force Times un tal Bill Roggio, de la "Fundación para la Defensa de Democracias".

En estas estamos. Un círculo vicioso se cierra, porque estos colosales incendios no pueden por menos que contribuir al calentamiento global que está en su origen, restituyendo a la atmósfera el CO2 almacenado en la vegetación, además de la energía que le devuelven directamente en forma de calor.




Qué es un incendio de sexta generación y por qué los expertos creen que el de Sierra Bermeja lo es

La presencia de urbanizaciones y poblaciones en el bosque, junto al abandono de la gestión forestal y el cambio climático, claves para entender qué está ocurriendo en esta zona de Málaga de alto valor natural que lleva varios días ardiendo. Algo que ya ha ocurrido antes en los años 90 en España "como una ventana al futuro"

13 de septiembre de 2021

El incendio de Sierra Bermeja, en la provincia de Málaga, es único en cuanto al contexto en el que se produce. En España ya se han dado incendios llamados "de sexta generación" como este pero la cercanía de poblaciones y urbanizaciones ha hecho que, junto al abandono de la gestión del entorno natural y los efectos del cambio climático, se convierta en un fuego "insólito". El concepto de generaciones de incendios tiene que ver con cómo se relaciona el comportamiento del fuego con la estructura del paisaje. Dos cuestiones que interactúan en un incendio forestal y que, según las circunstancias, hace que hablemos de un incendio de un tipo o de otro.

Porque, ¿qué significa que sea un incendio de sexta generación? ¿Cuáles son las cinco generaciones precedentes? Cristina Montiel, que desde 1997 dirige el Grupo de Investigación 'Geografía, Política y Socioeconomía Forestal' en la Universidad Complutense de Madrid, explica que desde que a mediados del siglo XX se produjera un proceso de éxodo rural y se abandonasen los usos agrícolas, los incendios han evolucionado. Primero, ganando velocidad en zonas de cultivo que ya no estaban cultivadas (primera generación). Luego, el abandono de una masa forestal creciente, fruto de lo anterior (segunda generación), y la dicotomía del paisaje: zonas urbanísticas hiperconcentradas en las áreas metropolitanas y, por otra parte, el vacío de campo (tercera generación), donde "tan grande como sea la mancha del bosque, tan grande como va a ser el incendio".

Para explicar los incendios de cuarta y quinta generación, Montiel tiene en cuenta la urbanización que se empezó a dar con los 90 en zonas de bosque "sin ningún cinturón perimetral". Son incendios de "interfaz urbano forestal", explica la experta. "Los incendios de cuarta generación son brutalmente peligrosos y hace muchos años que los tenemos en España, nada menos que desde 1994, y casi nadie habla de esos. Urbanizaciones y chalets que están en medio del campo". La denominada quinta generación empezó a producirse "en California, en Australia, con un territorio ya contaminado, como Canarias o Valencia, donde ya no se puede diferenciar el bosque de la urbanización". "Está todo mezclado y forma un continuo territorial de muchos kilómetros". A ello se le suma el cambio climático "y eso significa que la atmósfera va a funcionar de una forma muy errática y en ese incendio ya no puedes defender a nadie, mueren personas, porque el incendio se ha convertido en un problema casi exclusivamente de protección civil".

Un ente "con vida propia"

Y, al llegar a este punto, la experta nos habla de lo que supone un incendio de sexta generación. Un "monstruo", un "ente con alma", una "nube de fuego" con "vida propia". Es la nueva generación de incendios forestales, que ya tuvieron lugar hace 25 años en la península, en concreto en Catalunya, en la comarca del Solsonès y parte del Bages y la Segarra. Es una nueva realidad que hay que tener presente y que, como está ocurriendo en Sierra Bermeja, en Málaga, tiene como elemento común la mayor presencia de viviendas y edificaciones en zonas de bosque, a la que se añade la subida de temperatura con el cambio climático. El abandono en la gestión forestal es el tercer factor que hace que el fuego, algo natural del ecosistema, se convierta en algo contra lo que no se puede luchar y cuya voracidad solo se calma con unas condiciones climatológicas favorables.

Montiel considera que en un incendio de estas características "se pierde ya no solamente la capacidad de extinción, con llamas de más de tres metros de altura, de temperaturas inasumibles, donde los aviones ya no me sirven para nada y donde lo único que se puede hacer son cortafuegos, quemar combustible para ponerle barreras y que cuando llegue no tenga nada que quemar". "Es como la guerra. Cuando en una zona se llega a un incendio de sexta generación, estás perdido, porque el fuego acaba de convertirse en un ente con alma. Se ha convertido en una cosa, un monstruo que va por libre y el incendio va a desarrollar su propia atmósfera", señala. "El fuego va a generar lo que llamamos procesos convectivos, donde nos olvidamos ya del viento, del relieve, de la vegetación. Es un torbellino que va a desarrollar un proceso de convección que va a dar lugar a lo que llamamos pirocúmulo".

La cosa no queda ahí. "Esperemos que no tengamos la mala suerte de que se desplome y sea un incendio explosivo. Como ese pirocúmulo llegue al techo, directamente va a llover fuego. Eso es lo que pasó en California y es peligrosísimo. Son los incendios de sexta generación, y contra ellos, por desgracia, no se puede luchar. Lo único que se puede es desarrollar una estrategia defensiva, tratar de establecer prioridades y defender lo que más te importa. El incendio no lo vas a poder contener. Lo único que puedes hacer es tratar de dirigirlo hacia donde menos daño pueda hacer, y que cambien las condiciones meteorológicas, porque el incendio solamente se consigue apagar así. La sexta generación tiene que ver con el abandono de la gestión y con el cambio climático".

Más intenso, más complejo

Según Luis Galiana, profesor titular de Análisis Geográfico Regional en la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en paisaje, el modelo de las generaciones "se planteó para explicar un poco la evolución de los incendios desde los años 60, aproximadamente, cuando empiezan a producirse ya las transformaciones en el medio rural", y "han ido aumentando en su complejidad y en su intensidad". "Se han ido añadiendo elementos que tienen que ver con un escenario cada vez más complejo", por ejemplo la presencia de las "interfaces urbanas forestales", zonas en las cuales "los agentes forestales entran en contacto con zonas edificadas de segunda residencia, urbanizaciones residenciales o incluso ya también, como ocurre ahora mismo en Sierra Bermeja, con pueblos".

Explica el experto que han ido apareciendo una serie de elementos que han llevado a que este modelo haga que los incendios forestales sean una realidad cada vez más compleja de abordar en su extinción. "El elemento clave, más allá del combustible, de la complejidad de las labores de extinción, etc, es su autonomía, que ha logrado casi casi vida propia. Viendo el comportamiento de este tipo de incendios, parece que el incendio tiene inteligencia, algo difícil de entender y de admitir a no ser que lo hayas visto. Se mueve buscando las zonas donde más combustible hay de una manera autónoma. Crea su propio ambiente de fuego, con sus propias condiciones meteorológicas consecutivas y genera un escenario de gran complejidad", apunta.

Galiana indica que incendios como este de Sierra Bermeja se han dado en la Catalunya central en los años 90, que "realmente anticiparon estos comportamientos". Fueron, como dijo Marc Castellnou, cap dels GRAF dels Bombers, como "una ventana al futuro" de cómo iban a ser los incendios 25 años más tarde". También se dieron en Portugal, en Pedrógão, en julio de 2017. "Este parece responder a esos patrones, aunque aún es pronto para decirlo y habrá que analizarlo con mayor detalle, pero parece también responder a estas mismas características", señala.

La clave está en la interfaz urbano forestal, es decir, que "el monte cada vez presenta mayor contaminación edificatoria". "Hay cada vez más urbanizaciones y elementos que hacen que, cuando se produce un incendio, la complejidad de las labores de extinción sea brutal. Casi más que atender lo que podríamos decir el ataque a los frentes de incendio, hay que atender a esa emergencia de protección civil. Hay que desalojar pueblos, hay que proteger urbanizaciones y eso hace que simplemente se pierdan oportunidades de ataque. Con unas pocas cientos de hectáreas ya se pueden producir perfectamente estas complejidades de las que estamos hablando", dice Galiana.

1 comentario:

  1. 7ª generación: desierto inhabitable (vayan cambiando el coche por un dromedario)

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