sábado, 27 de mayo de 2023

El lenguaje unívoco

Los lenguajes naturales se componen de símbolos verbales, palabras, a los que se atribuyen significados, conceptos, que al ser compartidos por un grupo humano permiten la comunicación, limitada siempre a quienes los conocen y reconocen, aunque como observa el autor de este artículo solo individuos idénticos podrían interpretarlos de forma idéntica. Por eso mismo el lenguaje sirve también para discutir.

Algunos de esos símbolos tienen una única interpretación posible, como las conjunciones, que poseen un carácter altamente instrumental, pero la mayoría de las palabras tienen distintas acepciones, algunas de las cuales intenta deslindar el diccionario, con éxito dudoso. Suelen estar ligadas por variaciones basadas en analogías, como explica el interesante libro La analogía, que la considera "motor del pensamiento". De este modo las palabras se enredan en una serie de campos semánticos alrededor de un núcleo original, y estos campos no solo tienen extensiones variables para cada hablante o grupo sino que son diferentes, y a veces muy diferentes, para cada lengua. Dificultad que sufre continuamente el traductor, siempre acosado por la expresión traduttore traditore.

Frente a estos lenguajes naturales, el lenguaje matemático se basa en la univocidad. Su grado de abstracción soslaya las connotaciones personales, que dejan de ser relevantes. Aunque algunas de sus palabras pueden referirse a entidades diferentes (y así ocurre en el álgebra y la geometría), sus oraciones (ecuaciones) tienen un rigor que las libra de ser diversamente interpretadas, así que sus resultados son incuestionables, sin que puedan interpretarse de modos divergentes. "Con las matemáticas disponemos de un lenguaje exento de ambigüedades e interpretaciones subjetivas".

Después de Galileo la unificación de significados se fue extendiendo al discurso científico por cuanto sus enunciados se formulan matemáticamente. La Física es ciencia en la medida en que es cuantitativa, es decir, matemática.

Pero para esto es importante que los conceptos básicos sean interiorizados. Que el estudiante los haga suyos. Sin este paso el resto se convierte en jerga incomprensible. El sistema de numeración, las operaciones básicas y las ideas elementales de la Geometría deben ser explicadas con sumo detalle y en profundidad. "Pretender que los niños y niñas de primaria los entiendan tras unas cuantas lecciones apresuradas es un disparate (amén de una forma de maltrato infantil), y explica los preocupantes niveles de fracaso escolar en matemáticas, así como el generalizado anaritmetismo de la población, incluido el de muchas personas supuestamente cultas."

Algunas de las nociones más básicas, como los números naturales y su extensión progresiva a los enteros, racionales, reales, complejos... podrían entenderse mejor como un relato histórico, intrigante, que haga ver cómo cada ampliación conceptual ha ido superando problemas concretos. Otro tanto ocurre con algo tan básico como el par dialéctico cero-uno: el "ser" y la "nada", el vacío y el lleno, la luz y la sombra, cada uno de los cuales solo se comprende inseparablemente de su opuesto. El lenguaje matemático como despliegue del filosófico. Claro que hay un largo camino hasta llegar a los números transfinitos, pero nadie está obligado a recorrer todo el Camino de Santiago.

Lo mismo puede decirse de la Geometría. Punto, línea, superficie, cuerpo, espacio, dimensión... se entienden mejor (y pueden llegar a ser fascinantes) si se parte de la mirada ingenua del verdadero filósofo.

Para aprender hemos de convertirnos primero en niños curiosos.

Carlo Frabetti

DP.
 
Il libro della natura è scritto nella lingua della matematica.
(Il Saggiatore, Galileo Galilei)

La pesadilla de Aristóteles

En cierta ocasión, le preguntaron a Aristóteles: «Si pudieras pedir un deseo en beneficio de la humanidad, ¿qué don les rogarías a los dioses que nos concedieran?», y el Estagirita contestó que les pediría que unificaran el significado de las palabras de forma que todos las entendiéramos exactamente de la misma manera. Y se podría decir que los dioses complacieron parcialmente a Aristóteles, pues con las matemáticas disponemos de un lenguaje exento de ambigüedades e interpretaciones subjetivas. Y esta precisión, esta unificación de significados, se ha ido haciendo cada vez más extensiva —sobre todo a partir de Galileo— al discurso científico en general, en la medida en que sus enunciados se formulan matemáticamente («La ciencia es física o colección de sellos», decía Rutherford, y la física, a su vez, es ciencia en la medida en que es cuantitativa, es decir, matemática). (1)

Pero Aristóteles se refería al lenguaje natural, pues soñaba con eliminar los continuos malentendidos a los que su uso da lugar, la paradójica incomunicación verbal (precariamente suplida por la comunicación no verbal) que condena a los seres humanos a una juanramoniana «soledad sonora».

Por suerte, los dioses no satisficieron plenamente la petición del filósofo y solo nos concedieron un lenguaje unívoco de uso restringido. Porque para que dos hablantes se entendieran a la perfección, es decir, para que comprendieran todas las palabras —con todos sus matices y connotaciones— de idéntica manera, tendrían que ser prácticamente la misma persona. En el plano denotativo del lenguaje podemos lograr niveles de acuerdo relativamente satisfactorios; de lo contrario, hablar no serviría de nada y las sociedades humanas no existirían como tales. Pero el plano connotativo es, en gran medida, un universo personal e intransferible (o de muy difícil transferencia: por eso existe la literatura y, muy especialmente, la poesía). Eso nos causa numerosos problemas, así como una irreductible sensación de alteridad (que Kafka expresó magistralmente: «A mí me conozco, en los demás creo; esta contradicción me separa de todo»). Puede que sea muy alto, pero ese es el precio de la individualidad.

El pensamiento es fundamentalmente (aunque no exclusivamente) lingüístico. Somos lenguaje, incluso cuando callamos. Continuamente nos recorre un río de palabras, y somos los ecos innumerables que esas palabras multiplican en el irrepetible laberinto de nuestra mente. Por eso el sueño de Aristóteles, como tantos otros sueños filantrópicos, se resuelve en pesadilla: si todas las palabras significaran exactamente lo mismo para todas las personas, solo habría un individuo repetido millones de veces, y entonces sí que su soledad, atrapada en un laberinto de espejos, sería abismal y vertiginosa.

J + T = L

El lenguaje matemático, desde el momento en el que es utilizado por seres humanos (no así cuando lo usan las máquinas, al menos por ahora), también posee un plano connotativo; pero, al contrario de lo que ocurre con el lenguaje natural, cuando hablamos de matemáticas —en matemáticas, mejor dicho—, las connotaciones personales no son relevantes: lo que a mí pueda sugerirme la igualdad pitagórica a2 = b2 + c2 no afecta en absoluto a los cálculos que pueda llevar a cabo a partir de ella ni a la posibilidad de comunicar con exactitud a otras personas esos resultados: como deseaba Aristóteles, el teorema de Pitágoras significa exactamente lo mismo para todo el mundo, con independencia de las emociones o evocaciones que suscite en cada cual.

Pero ¿en qué sentido y en qué medida cabe hablar de un lenguaje matemático propiamente dicho? ¿No es una mera jerga especializada, como la de los médicos o los abogados? Al decir que dos más dos son cuatro, no me aparto ni un ápice del lenguaje natural, y al escribirlo en la forma 2 + 2 = 4, aparentemente tampoco, pues me limito a utilizar un peculiar tipo de taquigrafía. Pero ese «peculiar tipo de taquigrafía» hace posible un desarrollo —una sintaxis y una semántica— que va más allá de las palabras y su gramática, las hace innecesarias. Al resolver un sistema de ecuaciones, no repito, ni siquiera mentalmente, las frases que describen las operaciones: las efectúo sin más. Se ha producido un salto cualitativo, una conversión de la cantidad —o la densidad— en calidad. Los símbolos matemáticos, aunque algunos empezaron siendo meras abreviaturas, son entidades significativas de un nuevo tipo. O de varios:

En primer lugar, están aquellas letras de los alfabetos latino y griego que en el marco de las matemáticas adquieren un nuevo y preciso significado: x, y, z como incógnitas o variables; e como número de Euler (2,71828…); i como unidad imaginaria (√−1);
π como razón entre la circunferencia y su diámetro (3,14159…); Σ como sumatorio…

Además de letras, la jerga matemática toma del lenguaje natural algunos signos de puntuación y les confiere un significado específico, como hace con el punto, la coma, los paréntesis y corchetes, las barras, las comillas, el signo de exclamación…

Y también, como no podría ser de otra manera, hay signos creados específicamente para designar conceptos matemáticos: los diez dígitos; el 8 tumbado que representa el infinito; los signos de sumar, restar, multiplicar, dividir, raíz cuadrada…

J + T = L: una jerga depurada y una taquigrafía extrema se funden en el lenguaje unívoco que Aristóteles les pidiera a los dioses.

El cero

Hablando de los diez dígitos, conviene prestarle especial atención al cero en relación con la construcción del lenguaje matemático, pues constituye una pieza clave —y sorprendentemente tardía— de su gramática.

Cuesta creer que los antiguos griegos, que elaboraron una geometría casi perfecta (es, básicamente, la que aún se sigue estudiando, siendo los Elementos, de Euclides, el libro más leído de la historia) y que, con Arquímedes, se anticiparon en dos mil años al cálculo infinitesimal, no conocieran el cero y, por tanto, no dispusieran de un eficaz sistema de numeración. El cero no empezó a utilizarse regularmente de forma operativa —no se convirtió en un dígito más— hasta el siglo V o VI en la India, desde donde pasó a Europa traído por los árabes junto con los otros nueve (por eso los llamamos números arábigos), y hasta el siglo XIII no se difundió por Europa el sistema posicional decimal, en buena medida gracias al Liber abaci, de Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci.

Convertir la nada —o la ausencia— en un dígito más, en igualdad de condiciones (o casi) con los otros nueve, fue una de las grandes hazañas intelectuales de la humanidad, una auténtica acrobacia de la capacidad de abstracción que completó y consolidó definitivamente el lenguaje de la matemática.

Las ecuaciones

Y si la matemática es un lenguaje, las ecuaciones son sus oraciones. Una ecuación es, como su nombre indica, una igualdad que permite comparar cantidades conocidas y desconocidas e integrarlas en un desarrollo complejo y sólidamente articulado: un sistema de ecuaciones, el discurso matemático por excelencia. Por eso algunos pensamos que la enseñanza de las matemáticas básicas debería limitarse al sistema de numeración, las cuatro operaciones y las ecuaciones de primer grado, junto con unas nociones elementales de geometría. Pero todo ello explicado con sumo detalle y en profundidad. La humanidad ha tardado milenios en dotarse de un lenguaje matemático consolidado y eficaz, y algunos conceptos, como los números negativos, provocaron grandes debates antes de ser admitidos y asimilados, por lo que pretender que los niños y niñas de primaria los entiendan tras unas cuantas lecciones apresuradas es un disparate (amén de una forma de maltrato infantil), y explica los preocupantes niveles de fracaso escolar en matemáticas, así como el generalizado anaritmetismo de la población, incluido el de muchas personas supuestamente cultas.

El libro de la naturaleza

Galileo dijo —con la que se podría considerar la sentencia fundacional de la ciencia moderna— que el libro de la naturaleza está escrito en la lengua de las matemáticas, lo que equivale a decir que es un flujo de ecuaciones que se ramifican y encadenan, como sugiere la consabida imagen de una pizarra atestada de números y letras, de símbolos y de signos que los conectan. Y quienes no entienden ese lenguaje (además de ser presa fácil de charlatanes y embaucadores) no pueden leer el gran libro, han de limitarse a mirar las ilustraciones.

_____________________________

Nota

(1) Cuatro siglos antes, Leonardo da Vinci, poco sospechoso de cientificismo excluyente, vino a decir lo mismo: «Ninguna investigación humana se puede proclamar verdadera ciencia si no se somete a las demostraciones matemáticas».

viernes, 26 de mayo de 2023

El regadío en España: la polémica de Doñana

El octavo exportador de alimentos del mundo, la segunda economía agrícola europea, es un país seco. Pese a ello, o más bien por eso mismo, es el país de la Unión Europea con mayor superficie irrigada. La necesidad nos hizo expertos en técnicas de regadío que hicieron muy productivas las tierras más secas, transformando la desventaja en ventaja competitiva.

El 7,7 % del territorio concentra las dos terceras partes de la producción agrícola, según datos aparecidos en El Orden Mundial:


Nadie en la Unión Europea tiene tanta tierra irrigada como España. El país es el octavo mayor exportador de alimentos del mundo

Álvaro Merino
21 mayo, 2023

España es el país de la Unión Europea que tiene más superficie irrigada: cuenta con un total de 3,9 millones de hectáreas de regadíos, el equivalente al 23% de su superficie cultivada. Gracias a ello destaca como el octavo mayor exportador de alimentos del mundo —el 65% de la producción agraria procede de los regadíos—, aunque esa posición no viene a coste cero: los regadíos acaparan cerca del 80% del consumo de agua en un país cada vez más seco y con un estrés hídrico creciente.

(...)

La falta de humedad obliga a España a consumir cada año cerca de la mitad del agua de la que dispone, una proporción muy elevada y que genera un margen muy estrecho entre la oferta y la demanda. Por eso la modernización y la eficiencia de los regadíos ha sido una prioridad para los agricultores españoles. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, el cambio climático, el abandono de la tierra, la degradación del suelo y la sobreexplotación de los recursos está poniendo contra las cuerdas el modelo agrario.

(...)

Mapa regadíos España
El mapa del regadío en España

La pertinaz sequía que sirvió de pretexto a Franco para justificar "el año la jambre" (así lo oía evocar de niño) no fue de las peores que se han registrado. El episodio se repite periódicamente con dramáticas consecuencias, y ahora parece ir a peor. Comprobamos estos días que no era un chiste aquella viñeta en que el hijo preguntaba: "papá, ¿cuándo acabará la sequía?" y respondía el padre: "cuando comiencen las inundaciones".

Los embalses fueron una solución para almacenar el agua, solución conflictiva que anega fértiles valles y cuyo empleo se disputan el riego y las hidroeléctricas. El otro recurso ha sido el agua subterránea, extraída de pozos, profundizados cada vez más porque las lluvias no bastan para reponer los acuíferos.

La división internacional del trabajo nos convierte en despensa de Europa, más allá de las posibilidades de reposición, y a la vista está lo insostenible de una sobreexplotación que convierte las zonas húmedas en secarrales salinizados de difícil recuperación.

"¿Sostenibilidad...?" Dime de qué presumes y te diré de lo que careces.

He aquí unos datos incuestionables que dejan en cueros lo que preferiría tapar el gobierno andaluz:



Tras la proposición de ley del Parlamento de Andalucía para regularizar regadíos en Huelva se ha afirmado que esos cultivos están a 30 km del Parque Nacional de Doñana y que la norma no afectaría al acuífero

El acuífero de Doñana ocupa una superficie de 2.300 km2 y las zonas de cultivo se encuentran dentro de la zona de recarga de este, según un reportaje de Datadista y un experto

El Parque Nacional de Doñana se sitúa en el extremo sur del acuífero y ocupa una extensión de 542 km2
 


Los terrenos están a 30 kilómetros del parque nacional”. “Desde 2014 se deja fuera de ordenación una zona que está a 30 kilómetros del parque de Doñana”. "El proyecto presentado por la Junta de Andalucía NO afecta a Doñana, hablamos del condado, a 30 km". Con frases como estas, diferentes voces han defendido que la proposición de ley presentada por el PP y Vox en el Parlamento andaluz para regularizar grandes extensiones de regadíos de fresas en Huelva (las cifras oscilan entre las 750 y las 1.900 hectáreas) no afecta a las aguas subterráneas del Parque Nacional de Doñana. Alegan que los terrenos se encuentran a 30 kilómetros del límite de la zona protegida y que por tanto no afectan al acuífero.

Pero el acuífero de Doñana o de Almonte-Marismas (sistema acuífero 27) ocupa una extensión aproximada de 2.300 kilómetros cuadrados, y abarca desde la cuenca del río Tinto a la ribera occidental del río Guadalquivir. “El acuífero es muy grande. Esos cultivos están dentro de la zona de recarga del acuífero”, explicó Eloy Revilla, director de la Estación Biológica de Doñana, el 25 de abril en Onda Cero (min 03:03). La recarga natural del acuífero procede de la infiltración del agua de lluvia a lo largo de los terrenos que abarca el propio acuífero.

Superficie del parque de Doñana con respecto a su acuífero

El Parque Nacional de Doñana ocupa una extensión aproximada de 54.252 hectáreas (542,5 kilómetros cuadrados). La zona periférica de protección, que abarca tanto el parque nacional como el parque natural colindante, tiene una dimensión de 74.278 hectáreas (742,8 kilómetros cuadrados). Es decir, el acuífero es cuatro veces más extenso que el parque nacional. El Instituto Geológico y Minero de España (IGME), dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), indica que el Parque Nacional de Doñana se localiza en el extremo meridional (extremo sur) del sistema acuífero número 27 (el acuífero de Doñana).

Para ver en mayor resolución, pincha aquí.

Un informe de las aguas subterráneas de Doñana de la Junta de Andalucía señala que los límites del acuífero se extienden desde la franja que forman los municipios Rociana–Almonte–Villamanrique de la Condesa hasta el mar y desde aproximadamente el río Tinto hasta la margen izquierda del río Guadalquivir.

Mapa del sistema acuífero de Doñana. Fuente: Junta de Andalucía


















El consumo de agua del acuífero de Doñana: la investigación de Datadista

Regularizar la situación de los cultivos de regadío situados en el entorno del Parque Nacional de Doñana es uno de los objetivos de la proposición de ley que el Parlamento de Andalucía está tramitando por vía de urgencia (la ley para la mejora de la ordenación de las zonas agrícolas del Condado de Huelva [BOPA 143, pág 17]). Datadista ha publicado un reportaje repasando el entramado de decisiones políticas, administrativas y legales que ha llevado a extraer de los acuíferos más agua de la que podía recuperarse de forma natural.

El reportaje de Datadista muestra que los cultivos que legalizaría la proposición de ley se encuentran encima del acuífero de Doñana, por lo que afectarían a su integridad. Por su parte,el IGME indica que la recarga natural del acuífero procede de la infiltración de parte de la lluvia que cae sobre el acuífero libre.

La recarga de agua del acuífero de Doñana. Fuente: Junta de Andalucía.

La Estación Biológica de Doñana alertó de que el consumo de agua del acuífero es mayor que su recarga. “La explotación actual del acuífero no es sostenible. Se está extrayendo más recurso del que se regenera anualmente mediante la recarga por precipitación, que es variable y decreciente, por lo que se está agotando este recurso natural", indicó Eloy Revilla, director de la estación.

La proposición de ley no especifica cuántas hectáreas se regularizarían

La proposición de ley presentada en el Parlamento de Andalucía permite regularizar terrenos agrícolas que hubieran estado en regadío antes de 2014. “Estos terrenos podrán obtener derechos de aguas, que procederán de aguas superficiales, salvo que la Administración hidráulica de la Demarcación Hidrográfica donde se encuentren estos terrenos establezca un origen de recursos diferente”, indica la propuesta (artículo 2, pág 34).

La norma no específica cuántas hectáreas serían reguladas. Sólo dicta que sean aquellos terrenos presentes en las zonas B y C del Plan de Ordenación del Territorio del ámbito de Doñana.






Las cifras de hectáreas que serían reguladas no están claras: WWF estima que serían 1.900 hectáreas, mientras que la Junta de Andalucía calcula que serían 750 hectáreas.

sábado, 20 de mayo de 2023

Ocultando costes

Los trileros esconden hábilmente la bolita para que los ingenuos no vean donde está. La ocultación no es exclusiva de rateros y prestidigitadores: nadie que quiera vender un producto muestra sus defectos. La práctica del camuflaje no es invención humana, es muy anterior a nuestra existencia y se extiende por todo el reino animal.

Pero sí parece propio de nuestra especie que el mismo que sufre el engaño prefiera ser seducido a afrontar una realidad que le resulta incómoda. Ocultar situaciones problemáticas aplaza el desagradable momento de encararlas, y cuando la salida no está clara hay zonas de sombra compartidas tanto por el causante como por quien lo sufre. Procrastinare humanum est.

Estamos inmersos en una batería de crisis. Tienen todas una causa común, pero distintas manifestaciones. La crisis climática es la más evidente, pero la energética no le va a la zaga. Dejando a un lado a los negacionistas recalcitrantes, casi nadie discute ya que la primera es causada por las emisiones de CO2. Se impone limitarlas. Para eso hay que sustituir los combustibles fósiles por energías renovables, descarbonizando la economía, pero se quiera o no la economía se descarbonizará por falta de carbono.

Por estas razones climáticas y energéticas se buscan energías alternativas, renovables, sin que esté muy claro que puedan sustituir en cantidad y calidad a las fósiles. Por lo menos de momento. Aunque se pone la esperanza en avances tecnológicos futuros que resolverán el problema. 

La Tecnología, así en abstracto, sin concretar muy bien cómo lo hará, pero con una fe tranquilizadora en que los males de hoy serán resueltos mañana, promete suplir a la misma escala (en realidad corregida y aumentada, porque el crecimiento continuo es un dogma económico) la ausencia de petróleo, gas, uranio...

Se diría que la problemática bolita se esconde bajo diferentes cubiletes, que son otros tantos problemas a resolver: calentamiento global, contaminación de tierras, mares y atmósfera, agotamiento de recursos hídricos, energéticos, alimenticios, superpoblación, pérdida de biodiversidad...

La cuestión se desplaza de un lugar a otro, y se oculta donde cuesta un poco más destaparla. La tapadera que mejor esconde el asunto es la economía.

Mientras las cuentas climáticas ya están bastante claras, las energéticas no son tan evidentes, pero además se considera, siguiendo las fantasías de muchos economistas, que todo se resolvería con suficiente inversión. El dinero lo soluciona todo.

La inversión es siempre una esperanza lanzada al futuro, un aplazamiento continuo de los conflictos, con la fe religiosa de que cuando un problema sea de verdad acuciante se le encontrará solución. Los mercados instantáneos la desplazan continuamente de un lugar a otro, con el único motor de la rentabilidad inmediata.

Tirando de la manta descubriremos que en lugar de los balances económicos que tantas veces camuflan las cuentas reales, son los balances energéticos los que están tapados por esos cubiletes de la economía convencional.

No sale a cuenta un negocio si los gastos superan a los ingresos. Si lo parece será que hay gastos ocultos que se cargan en la cuenta de otro. Así se mueve el dinero. Para vestir a un santo desnudamos a otro. Este truco contable funciona durante un tiempo, pero acaba llevando a la bancarrota.

Desplacemos el tema hacia donde subyace la causa, que será siempre la energía, la procedente de la naturaleza y el trabajo humano, que también es energía de la naturaleza, y tratemos de hacer balance energético riguroso, ese que no quieren ver ni los versados manipuladores ni los alegres manipulados.

Para ahorrar emisiones de CO2 y combatir el cambio climático se instalan molinos eólicos. No son eternos, ellos mismos habrán de ser renovados. Su fabricación requiere acero y hormigón, grandes sumideros de energía, Su instalación, transportes especiales, acondicionar vías de acceso, eliminar actividades incompatibles, y otros problemas. Otro tanto se puede decir de los huertos solares, y en todos estos casos y otros muchos hay detrás minería y metalurgia de materiales cada vez más escasos y difíciles de extraer.

La clave de la puesta a punto de cualquier dispositivo suministrador de energía es: ¿Se produce una cantidad mayor de energía que la que se emplea? ¿Es la Tasa de Retorno Energético superior a la unidad?

Buena parte de los equívocos en la medida de esta tasa se deben al cálculo en términos monetarios y no energéticos de los costes de puesta a punto del dispositivo. El volátil dinero es la madre de los equívocos, por otra parte muy convenientes según para quién.

Para entender mejor los balances energéticos y sus límites infranqueables, recomiendo encarecidamente la lectura del magnífico libro de V. M. Brodianski Móvil Perpetuo antes y ahora, que se puede descargar en el enlace que facilito y ayudará a conocer los límites que impone la termodinámica.

Una supuesta panacea contra la contaminación atmosférica es el coche eléctrico. En este caso el balance que se establece no es energético, sino contaminante. El coche eléctrico no emite gases de efecto invernadero, pero los produce su fabricación y mantenimiento. ¿Resulta menos contaminante que el de combustión? Nunca falta quien lo ponga en duda, aunque algunos detractores sean sospechosos de velar sobre todo por sus intereses inmediatos.

Dejo esta pregunta en el aire: a la postre, ¿contaminó más Cuba al verse obligada a mantener los viejísimos automóviles anteriores a la Revolución que si los hubiese sustituido por otros más modernos?


El coste de fabricar un coche eléctrico, con las consiguientes baterías, es más contaminante.

Mercedes-Benz

La estafa podría ser enorme. No es la primera vez que un ingeniero sale a la palestra a opinar sobre cómo evolucionará el coche eléctrico.

Que Toyota sea receloso con estos modelos y siga apostando más por otras alternativas debería hacer que muchas de las marcas se lo pensaran dos veces antes de electrificar todas sus plantas, pero lo cierto es que los fabricantes se han envuelto en un proceso difícil de frenar empujados por las administraciones y ahora empiezan a verse los primeros flecos sueltos de este “plan de electrificación”.

Las limitadas reservas de litio anuncian el fracaso del coche eléctrico











Un ingeniero se ha hecho viral en las redes sociales por decir lo que piensa sobre cómo nos están forzando a aceptar el coche eléctrico como el futuro.

El resumen es que fabricar un coche de estas características genera muchas más emisiones que un vehículo de los años 80.

Para clarificar esto, el ingeniero pone como ejemplo cómo un Mercedes-Benz 300 de 1982, esos que se ven, como dice el entrevistado, en Marruecos, tras unas pruebas realizadas demostró que con 8 millones de kilómetros emitía menos CO2 a la atmósfera que lo que cuesta realizar un coche eléctrico nuevo.

Lo mismo pasó con un Renault Clio de 1992. Tras varias pruebas, el ingeniero relata que solo emitía tras varios kilómetros 102 gramos por kilómetro mientras que algunos modelos nuevos directamente dan 140 g/km. Con estos niveles, queda claro que poner la cruz a los coches de combustión no es precisamente la solución.

Para este ingeniero, el futuro es el mismo que marcó en su momento Toyota: el hidrógeno. Aún quedan algunos problemas técnicos que solucionar en este sentido porque no son precisamente eficientes estos modelos, pero no queda mucho para que lo sean, según su criterio.

Al mismo tiempo, este ingeniero detalla que el combustible sintético será otro posible futuro para los vehículos, pero desde luego el eléctrico no lo es, según su criterio.

"Esto va a ser un juego de señoritos"

















UN JUEGO DE SEÑORITOS

Lo cierto es que no es la primera vez que un ingeniero se lanza a opinar sobre el inestable futuro de los coches eléctricos. Los coches eléctricos…¿son el futuro? No es solo que Toyota haya dejado claro que no se lo cree del todo, sino que las propias evidencias indican que este tipo de vehículos acabará cayendo en el mercado por su propio peso (que no es poco).

Ha sido Pedro Prieto, un ingeniero técnico español, quien ha desmontado todos los problemas que presentan este tipo de vehículos. La autonomía “real”, el peso, las cargas rápidas, las electrolineras e incluso el coste de estos coches son algunas de las claves para entender por qué hay que desconfiar, según el criterio de Prieto, de estos automóviles.

Para mantener bien la batería




Las grandes marcas, a excepción de Toyota, han emprendido una reconversión salvaje de sus factorías hacia el coche eléctrico, pero, ¿merece la pena realmente?

Pedro Prieto no lo tiene nada claro. Empecemos por la autonomía. No es ningún secreto que los coches eléctricos no son precisamente fiables a la hora de determinar cuántos kilómetros podremos hacer con la batería completamente cargada.

Imaginen un viaje Madrid-Valencia con un coche que presuma de hacer más de 400 kilómetros de autonomía. Son unos 300 kilómetros, por lo que no debería haber ningún problema. Hay margen.

Pues bien, Prieto asegura que en cuanto le añadas el peso de la familia, pongas el aire acondicionado y circules a una velocidad constante de en torno a los 120 kilómetros por hora, esa autonomía se reducirá a menos de la mitad (por no hablar de que no encontrarás una electrolinera de forma frecuente).

Algo que hemos demostrado más de una vez en CHASIS CERO, pero esto es lo más conocido. Prieto apunta a más cosas que auguran el fin del coche eléctrico.

Toyota mira con recelo el coche eléctrico



lunes, 15 de mayo de 2023

¡Qué poquitos!

Dieciocho eurodiputados promueven esta iniciativa. No parecen demasiados, apenas uno de cada cuarenta. Solamente hay un representante de España.

Tampoco parece que se esté dando mucha publicidad a esta iniciativa, en la que participarán más de 60 organizaciones con una asistencia superior a 4000 personas.

Todo por hacer














Varios eurodiputados*
11/05/2023

La semana que viene, más de 4.000 personas participarán in situ y en línea en la Conferencia "Más allá del crecimiento 2023", una iniciativa interparlamentaria que tendrá lugar en el Parlamento Europeo en Bruselas y que organizamos conjuntamente diputados al Parlamento Europeo (MPE) de cinco grupos políticos diferentes y no inscritos, junto con más de 60 organizaciones asociadas.

Con esta conferencia de 3 días que reunirá a ponentes de alto nivel de la política de la UE, el mundo académico, los sindicatos, las empresas y las organizaciones de la sociedad civil, nuestro objetivo es desafiar la política convencional de la UE y redefinir los objetivos sociales en todos los ámbitos, alejándonos del perjudicial enfoque en el crecimiento económico como única base de nuestro modelo de desarrollo.

En efecto, el modelo económico actual, basado en un crecimiento sin fin, ha alcanzado sus límites. En primer lugar, el crecimiento económico continuo, especialmente basado en el consumo de combustibles fósiles, está provocando un calentamiento global catastrófico. En segundo lugar, la búsqueda infinita del crecimiento se basa en el agotamiento de los recursos naturales, la destrucción de la biodiversidad y la acumulación de residuos y contaminación. Esto también plantea riesgos para nuestra salud, nuestras economías y nuestras sociedades en general. En tercer lugar, el modelo económico actual contribuye a la desigualdad social y a la exclusión. El énfasis en el crecimiento económico no se ha traducido en una distribución equitativa de la riqueza o de las oportunidades. Por el contrario, ha dado lugar a una concentración de riqueza y poder en manos de unos pocos, dejando atrás a muchos. En cuarto lugar, el modelo económico actual es intrínsecamente inestable y propenso a las crisis, como se vio por ejemplo durante la crisis financiera de 2008 y la pandemia del COVID-19. La búsqueda del crecimiento a toda costa ha creado un sistema económico mundial frágil y vulnerable a las crisis.

Como eurodiputados de diferentes grupos políticos, tenemos diferentes perspectivas sobre cómo lograr una economía más allá del crecimiento. Sin embargo, todos estamos de acuerdo en la urgencia y la importancia de la cuestión que nos ocupa. Compartimos la opinión de que necesitamos un sistema económico que dé prioridad al bienestar humano y a la sostenibilidad ecológica por encima del crecimiento del PIB, que reconozca que el crecimiento infinito en un planeta finito es imposible, y que necesitamos encontrar nuevas formas de organizar nuestras economías sin depender de la explotación continua de los recursos y del aumento constante de la producción y el consumo.

Pedimos un mayor pluralismo en el pensamiento económico dentro de las instituciones de la UE y su alineación con las pruebas científicas de las ciencias climáticas, ecológicas y sociales. Pedimos que los modelos económicos y otras herramientas de apoyo a la toma de decisiones sean más diversos, más completos y más legibles para los ciudadanos. Pedimos que los procesos de toma de decisiones se ajusten a nuestros objetivos políticos comunes, en lugar de basarse en la variación de las cifras del PIB.

Como responsables políticos, también creemos que es nuestra responsabilidad liderar la búsqueda de nuevas opciones políticas. Por ello, nos comprometemos a dedicar nuestra energía en nuestra propia labor parlamentaria a apoyar propuestas audaces y ambiciosas que allanen el camino hacia una prosperidad sostenible en la UE y más allá de sus fronteras. En particular, proponemos las siguientes acciones globales para las instituciones de la UE y los Estados miembros:

1. Desarrollar una nueva estrategia global para una economía europea más allá del crecimiento que integre plenamente los objetivos sociales, medioambientales y económicos. El Pacto Verde Europeo, como iniciativa emblemática de la UE para hacer frente al cambio climático y promover un futuro sostenible, es un paso importante y necesario, pero no reconoce los límites del crecimiento. Una nueva estrategia debería basarse en los principios de sostenibilidad ecológica, justicia social y bienestar, y dar prioridad a las políticas que contribuyan a estos objetivos.

2. Promover un enfoque pluralista de los indicadores y modelos macroeconómicos utilizados por la UE y sus Estados miembros. Basándonos en el trabajo ya realizado por la Comisión Europea y muchas otras instituciones, pedimos un enfoque de elaboración de políticas que se base en indicadores que midan el progreso más allá del PIB, en el uso de modelos macroeconómicos que tengan como objetivo el respeto de los límites planetarios y la mejora del bienestar social, y en el desarrollo de herramientas presupuestarias ecológicas y de género.

3. Diseñar nuestra arquitectura institucional para servir mejor a la estrategia "más allá del crecimiento". A partir de las propuestas formuladas por los universitarios antes de la primera conferencia sobre el poscrecimiento, proponemos crear una Dirección General de Sostenibilidad y Bienestar en la Comisión Europea, una Comisión especial sobre los futuros más allá del crecimiento en el Parlamento Europeo y un Ministerio para la transición económica en cada Estado miembro. Cada una de estas estructuras debería ser responsable a su propio nivel de desarrollar propuestas políticas más allá del crecimiento y coordinar los esfuerzos de la UE hacia la sostenibilidad y el bienestar.

El nivel de interés de los ciudadanos por una economía europea preparada para el futuro es más alto que nunca y celebrar un debate de estas características en el Parlamento Europeo es un poderoso símbolo. La Conferencia "Más allá del crecimiento" ofrece una oportunidad única de celebrar un debate pluralista, vinculado a la investigación científica en toda su diversidad, que responda a las expectativas concretas de nuestros conciudadanos. Diseñar vías para vivir bien dentro de los límites sociales y medioambientales de nuestra sociedad no sólo es deseable. También es absolutamente necesario.


Cofirmantes:

Los Verdes/ALE

Philippe LAMBERTS (BE) 

Bas EICKHOUT (NL) 

Ville NIINISTÖ (FI) 

Manuela RIPA (DE) 

Marie TOUSSAINT (FR) 

Ernest URTASUN (ES) 

Kim VAN SPARRENTAK (NL)

La Izquierda (GUE/NGL)

Manon AUBRY (FR) 

Petros KOKKALIS (EL) 

Marisa MATIAS (PT) 

Helmut SCHOLZ (DE)

Socialistas y Demócratas (S&D)

Pascal DURAND (FR) 

Aurore LALUCQ (FR) 

Pierre LARROUTUROU (FR)

Partido Popular Europeo (PPE)

Sirpa PIETIKÄINEN (FI) 

Maria WALSH (IE)

Renovar Europa (RE)

Katalin CSEH (HR)

No inscritos (NI)

Dino GIARRUSSO (IT)

viernes, 12 de mayo de 2023

Conflictos en el ejercicio de las libertades

De tan espinoso asunto se ocupa este libro de Jorge Riechmann. El hecho (y el derecho que tal cosa ampara) es que la libertad de algunos consiste en impedir la de otro porque les resulta molesta. Esto echa por tierra el valor universal de un principio al que el pensamiento liberal, individualista pero sólo cuando le conviene, santifica como un absoluto.

Pero no son estas guerras de religión, que al fin y al cabo se apoyan en entidades imaginarias sacralizadas, las que merecen la atención del libro al que me refiero. Son otras mucho peores, como la de exprimir la naturaleza hasta agotarla, envenenarla, y en último término negar esas realidades porque perjudican una actividad culpable.

Del epílogo del libro quiero destacar la denuncia de la noción de progreso basado en milagros tecnológicos que supuestamente allanarán el camino hacia un futuro próspero que superaría las insalvables limitaciones de este planeta.

La experiencia demuestra que la solución de dificultades falsamente allanadas suele crear nuevos problemas. La realidad es infinitamente compleja, y causas y efectos se entrelazan y alteran sin cesar. Son muchísimos los factores que intervienen en cualquier proceso, pero solo se pueden matematizar unas pocas variables, en ecuaciones multifactoriales en las que además es muy difícil, y casi siempre arbitrario, ponderar la importancia de cada una.

Únicamente abordar las interacciones de modo conjunto puede paliar, que no resolver nunca del todo, las concatenadas dificultades de un imposible crecimiento ilimitado.

Cuando en 1939 se construyó el Gran Canal de Fergana, Uzbekistán y Tayikistán pudieron regar millones de hectáreas antes desérticas y producir grandes cantidades de algodón, convirtiendo una sociedad muy pobre en otra mucho más próspera. Pero años después los peores efectos los ha sufrido el Mar de Aral, reducido hoy a una pequeña parte de su superficie original. Sin irnos tan lejos, pensemos en Doñana y el Mar Menor, o en la salinización de acuíferos costeros cuando baja el nivel freático por debajo del nivel del mar, con efectos prácticamente irreversibles.

En este epílogo, que no debería ser una metáfora del final de nuestra civilización, lo expresa muy claramente el autor:

Maximizar tiene sentido, básicamente, para las máquinas; no para los organismos ni para los ecosistemas. De forma más general, no tiene sentido para los sistemas complejos adaptativos, con características como: no linealidad, propiedades emergentes, efectos de umbral, retrasos entre causas y efectos, irreversibilidades... La racionalidad maximizadora (que caracteriza a la tecnociencia y a la economía capitalista contemporánea, y sobre la que se apoya el Mito del Progreso) choca contra lo que de manera provisional podemos llamar “racionalidad ecológica”. 

 Sigue su transcripción completa: 

 

BAILAR ENCADENADOS

fragmento VII

Epílogo: ¿progreso? [1]

Hoy, como ayer, es mucho lo que se exige a una población mundial mayoritariamente joven. Aceptar las convenciones de la sociedad tradicional significa ser menos que un individuo. Rechazarlas implica asumir una carga insoportable de libertad, en condiciones muchas veces claramente desalentadoras. En consecuencia, dos fenómenos muy notorios en la sociedad europea del siglo XIX –la anomia (…) y la violencia anarquista– están hoy increíblemente generalizados. Actualmente, ya sea en la India, en Egipto o en EEUU, vemos la misma tendencia de los decepcionados a rebelarse, y de los confusos a buscar refugio en la identidad colectiva y en fantasías de una nueva comunidad. [2]

Pankaj Mishra


Nos creímos el cuento del progreso, el desarrollo, las décadas de paz y las promesas de reconciliación final en un mundo único, a imagen y semejanza de las utopías del capitalismo occidental. Más que descubrir nada nuevo, más bien empieza a ser imposible e indecente seguir engañándonos. [3]

Marina Garcés

 

¿Qué soluciones hemos encontrado, pese a nuestro nuevo conocimiento tecnológico y psicológico y nuestros nuevos grandes poderes, excepto la antigua prescripción defendida por los creadores del humanismo (Erasmo y Spinoza, Locke y Montesquieu, Lessing y Diderot): razón, educación, responsabilidad y, sobre todo, conocimiento de uno mismo? ¿Qué otra esperanza hay –o ha habido alguna vez– para los seres humanos? [4]

Isaiah Berlin

 

Es momento de parar, 
o nos entregamos al amor universal 
o nos entregamos al suicidio colectivo. 

¿Aún se pueden coger estrellas con la mano?
Depende de para lo que tú vivas, 
los martes pueden ser domingos. [5]

Antonio Orihuela

 

1

¿Sabría usted reconocer una trampa del progreso si la tuviese delante de los ojos?

Quizá no haya otra pregunta más importante hoy para nosotros, los habitantes del tercer planeta del Sistema solar, en el tercer decenio del siglo XXI.


2

Al final de esta reflexión volveremos a la cuestión de las trampas del progreso. Pero veamos antes cuál es la visión convencional del progreso que aún hoy, de manera estupefaciente, sigue hechizando a nuestras sociedades. Puede servir para ello un artículo de José Ramón Lasuén, catedrático (emérito) de Teoría Económica y presidente del Club de Roma/ Aragón:

El progreso que hay que alcanzar en las dos próximas décadas para salvar al mundo del estancamiento o de la implosión no lo puede llevar a cabo fundamentalmente EEUU, como hasta ahora, porque está exhausto. (…) El liderazgo de ese impulso, aún por decidir, habrá de ser occidental, encabezado por Europa. Hay acuerdo, en cambio, acerca de cuál debe ser su contenido: la maduración y el desarrollo de la informática, de la inteligencia artificial y de la robótica constituirán su núcleo hasta el final de la primera mitad del siglo. Pero también destacarán la ciencia y la tecnología cuánticas, fundamentos de la nanotecnología y la biotecnología, que madurarán en su segunda mitad. [6]

Impresiona constatar cómo gente tan lista, en el segundo decenio del siglo XXI, sigue escribiendo como si nos hallásemos en la segunda mitad del XIX: cifrando las perspectivas de avance humano en un desarrollo tecnológico explosivo cuya condición principal, no advertida, es la existencia de una “Tierra plana” (un mundo imaginario capaz de suministrar cantidades infinitas de recursos naturales y absorber cantidades infinitas de contaminación). Lo de menos es la campanuda seguridad futurológica (esas tecnologías cuánticas que madurarán en la segunda mitad del siglo actual). Si hay historiadoras en el siglo XXII, uno de los enigmas a que se enfrentarán será el siguiente: ¿cómo fue posible que en la segunda mitad del siglo XX, cuando se agolpaban los síntomas de overshoot ecológico, las clases dirigentes y los intelectuales del mundo entero se las apañasen para ignorar los análisis de Nicholas Georgescu-Roegen y la escuela de economía ecológica que él contribuyó a fundar? ¿Cómo explicar que no se hiciera caso de las advertencias científicamente fundadas de The Limits to Growth, el primer informe al Club de Roma que se hizo público en 1972? ¿Cómo el pensamiento económico se jibarizó hasta el punto de alentar la superstición de que una tecnociencia mágica iba a ser capaz de derrotar las leyes básicas de la naturaleza –y comenzando por el segundo principio de la termodinámica, la ley de la entropía? [7]


3

Un paso notable de la XIV carta a Lucilio de Séneca nos da que pensar. Entre los males que afligen al cuerpo los principales son la pobreza, las enfermedades y “las cosas que entraña la violencia del más fuerte” (incluyendo aquí torturas y ejecuciones). Lo interesante es que el filósofo estoico romano-cordobés clasifica a la pobreza y la enfermedad como “males naturales”, mientras que para nosotros –dos milenios más tarde– la pobreza, y muchas clases de enfermedades evitables, son claramente males sociales. Aquí constatamos progreso: a medida que ha ido aumentando nuestro dominio sobre algunos procesos naturales, ciertas categorías de mal humano han ido desplazándose de lo natural a lo social, admitiendo por tanto intervención paliativa o remediadora (bienvenido sea este proceso). Los antibióticos pueden servir aquí como paradigma: las infecciones que han dañado tantas vidas humanas desde el comienzo de los tiempos son en alta medida controlables desde mediados del siglo XX. El mal natural bacteriano se convierte en mal social: lo llamamos acceso a medicamentos esenciales (el cual sigue siendo, huelga decirlo, un lacerante problema de justicia global hoy en día).

Y sin embargo ¿no surgen problemas? Los mismos antibióticos pueden servirnos aquí como ilustrativo ejemplo. Pues el mal uso de los mismos (por exceso), sobre todo para promover el crecimiento de los animales criados en los infiernos de la ganadería industrial, conduce a una desactivación de su benéfico potencial. Aparecen resistencias bacterianas cada vez más intratables, incluso para los antibióticos “de último recurso” (como los carabapenémicos por ejemplo). En abril de 2017, por ejemplo, un equipo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) halló en perros el primer caso de una bacteria hospitalaria resistente a la tigeciclina, antibiótico de último recurso, lo que supone “una seria amenaza para la salud pública”. Las advertencias de las autoridades sanitarias (incluyendo la OMS, en primera línea) se han multiplicado desde hace años.

El mal natural que se había transformado en mal social ¡vuelve a convertírsenos en mal natural –porque estamos haciendo mal las cosas! El tiro nos sale por la culata. Aquí encontramos una pauta que de hecho resulta bastante general: un exceso de progreso muta en su contrario (podríamos hablar de “retroprogreso”, como yo lo hacía años ha en el capítulo 12 de mi libro Un mundo vulnerable, 2000 –sin conocer por entonces las reflexiones de Salvador Pániker sobre lo retroprogresivo en su libro Aproximación al origen). El exceso de desarrollo se convierte en un negativo sobredesarrollo. Aparecen fenómenos de contraproductividad (una categoría básica de Iván Illich).
 

4

Pondré otro ejemplo –pero no se trata de anécdotas, hay categorías detrás. En Bangladesh, hace ya lustros, se decidió potenciar la exportación de ancas de rana. Había que modernizar y desarrollar el país según la vulgata de las instituciones financieras internacionales, y qué mejor vía que aprovechar la presunta ventaja comparativa en ranas. Pero al no tener en cuenta la importante función de control de insectos dañinos que ejercían los batracios, la brillante idea produjo como indeseado efecto colateral grandes plagas agrícolas... que obligaron a importar plaguicidas químicos gastando tres veces más que lo obtenido gracias al comercio con las ranas (y ello sin entrar en los problemas de contaminación asociados con los plaguicidas). ¡Brillante forma de progresar!

Una recurrente situación contemporánea parece ser que más allá de ciertos límites, nuestros esfuerzos por “progresar” se vuelven regresivos. A partir de cierto punto, y como en una maldición de sueño o de cuento de hadas, se diría que cada intento de adelantar un paso nos arroja varios pasos hacia atrás. En nuestras progresistas sociedades del capitalismo tardío, hemos sobrepasado con creces este punto. Hay que darle la razón al novelista Miguel Delibes cuando en 1975 –en su discurso de recepción en la Academia, dramática pero sobriamente titulado “Un mundo que agoniza”– advertía: “Si progresar, de acuerdo con el diccionario, es hacer adelantamientos en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica.”
 
Kafka sugirió que creer en el progreso significa (o debería significar, más bien) ser consciente de que éste aún no ha comenzado.


5

Para entender lo que pasa aquí hemos de situarnos en un plano muy básico, ontológico. El Mito del Progreso tal y como se configuró con la Modernidad europea, y especialmente en el siglo XIX, está asociado a una concepción del mundo muy concreta: la imagen mecanicista del mundo, cartesiana-newtoniana, que nos incita a pensar en el cosmos (y en todas sus criaturas) como mecanismos gigantescos, una suerte de gran reloj universal que contiene infinidad de máquinas más pequeñas. La idea de progreso lineal impulsado por los avances tecnológicos y el crecimiento económico está asociada con aquella inadecuada ontología, y con la reductiva antropología del Homo economicus (sobre esto han escrito en nuestro país mucho y bien economistas ecológicos como José Manuel Naredo y Federico Aguilera Klink).

Pero si partimos de una ontología más adecuada, una donde el concepto básico sean los sistemas complejos adaptativos, vamos a llegar a una visión mucho más matizada del progreso. Desde los años cuarenta del siglo XX se gestó, en efecto, un cambio de perspectiva científica de enorme trascendencia. Por decirlo en dos palabras, la visión mecanicista centrada en relaciones lineales de causa-efecto se vio desafiada por el enfoque cibernético y sistémico sensible a las realimentaciones (feedback). Y en ese mundo de sistemas y realimentaciones (que es el mundo real), sabemos que al intentar maximizar una variable típicamente deprimimos otras (de ahí el “tiro por la culata” del retroprogreso). No nos hallamos dentro de un “mundo-máquina”, una suerte de laboratorio/ fábrica gigantesco donde todo parece predecible y controlable, sino en una biosfera intrincadamente compleja, con redes de causa-efecto a veces inescrutables, con sorpresas sistémicas, efectos de umbral, irreversibilidades y sinergias múltiples.

Maximizar tiene sentido, básicamente, para las máquinas; no para los organismos ni para los ecosistemas. De forma más general, no tiene sentido para los sistemas complejos adaptativos, con características como: no linealidad, propiedades emergentes, efectos de umbral, retrasos entre causas y efectos, irreversibilidades... La racionalidad maximizadora (que caracteriza a la tecnociencia y a la economía capitalista contemporánea, y sobre la que se apoya el Mito del Progreso) choca contra lo que de manera provisional podemos llamar “racionalidad ecológica”. [8]
 

6

Homo sapiens acumula cantidades ingentes de conocimiento, suele decir John Gray, pero parece congénitamente incapaz de aprender de la experiencia. Si los seres humanos que vivimos bajo relaciones sociales capitalistas fuésemos capaces de aprender de la historia, 1945 tendría que haber supuesto una divisoria de aguas. La evidencia de que entre las posibilidades de despliegue de la Modernidad se encontraba el genocidio industrial de pueblos enteros (con la salida a plena luz de los horrores de la Shoah) y la autodestrucción de la humanidad con armas atómicas (tras la aniquilación de Hiroshima y Nagasaki por la aviación de EEUU) hubiera debido conducir a Homo sapiens a replantearlo todo. En 2014 la activista y ensayista Naomi Klein, estremecida por la dinámica aterradora del calentamiento global, gritó al mundo: esto lo cambia todo. [9] Todo hubiera tenido que cambiar, sí. Hace muchos decenios… “No sé los horrores que nos aguardan” –escribía Bertrand Russell en 1961– “pero nadie puede dudar de que, a menos que se haga algo radical, el hombre de la era científica está sentenciado. En el mundo en que vivimos existe un activo y dominante deseo de muerte que, hasta ahora, en todas las crisis, ha podido más que la cordura. Si hemos de sobrevivir, tal estado de cosas no debe continuar”. [10]

Hannah Arendt escribió en 1968 que “por primera vez en la historia, todos los pueblos de la Tierra tienen un presente común”, [11] resaltando el aspecto de solidaridad negativa, avivada no tanto por aspiraciones positivas comunes sino por el miedo a la destrucción global: sobre todo, la guerra nuclear. En 1972, la primera de las conferencias mundiales de NNUU sobre medio ambiente se celebró en Estocolmo bajo el lema Una sola Tierra (Only One Earth). Aunque ese diagnóstico de un solo tiempo y espacio para una sola humanidad requiere matiz (Francisco Fernández Buey escribió muchas veces sobre la no contemporaneidad en la historia mundial), capta algo muy importante que podemos quizá recoger en la noción de panhumanidad. [12] El surgimiento de una sola humanidad en un sentido significativo tendría que haber conducido a un estadio moral nuevo, que por ejemplo los movimientos ecologistas invocaron desde los años setenta bajo la noción de conciencia de especie.

No obstante, la tendencia en ese sentido que se hacía patente en los años sesenta y setenta tuvo que retroceder a partir de los ochenta, a medida que iba ganando posiciones la “nueva razón del mundo” neoliberal, rabiosamente contraria a los elementos de solidaridad planetaria y primacía del bien común que encarnaba la conciencia de especie. [13] Por desgracia, ello ha agudizado la crisis de civilización consustancial al capitalismo casi desde sus orígenes hasta un extremo que hoy cabe describir como guerra civil global. [14] Las perspectivas son sombrías. Como señala Pankaj Mishra en La edad de la ira: “Las dos formas en que la humanidad puede autodestruirse –la guerra civil a escala mundial o la devastación del medio ambiente– están convergiendo rápidamente”. [15]


7

Si no detenemos a corto plazo las desbocadas emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) –y nada indica, por desgracia, que vayamos a ser capaces de hacerlo–, vamos hacia un calentamiento global rápido e incontrolable, que se llevará por delante lo que llamamos civilización y puede suponer incluso la extinción de la especie humana. Y el calentamiento climático en curso es sólo uno de los procesos destructivos que visibilizan el violento choque de las sociedades industriales contra los límites del planeta Tierra. [16]

Desde 1972, las curvas de catástrofe generadas por modelos de dinámica de sistemas como World-3 (que estaba en la base del estudio The Limits to Growth y hoy se prolonga en los trabajos del equipo multinacional y multidisciplinar que lleva adelante el proyecto MEDEAS, financiado por la Comisión Europea) nos señalan con meridiana claridad que la intuición de Walter Benjamin en 1940 era correcta: “Quizá las revoluciones [no son las locomotoras de la historia universal, como afirmaba Marx, sino que] son recursos al freno de emergencia por parte del género humano que viaja en ese tren.” Si hoy la prolongación del desarrollo lleva al colapso ecológico-social, progreso sería ganar cierto control sobre el vehículo embalado para ser capaces de detenernos. Momento de parar, proclamaba el artista canario César Manrique en su manifiesto de 1985; Parar en seco, insiste dramáticamente el escritor colombiano William Ospina en 2017 (Navona Editorial, Barcelona). Frenar o al menos ralentizar para variar el rumbo –porque prolongar la trayectoria actual nos precipita al abismo. ¿Está a nuestro alcance el recurso al freno de emergencia?


8

Los hombres, dice Spinoza, imaginan a dioses para que dirijan “la naturaleza entera en provecho de su ciego deseo e insaciable avaricia” (“Apéndice” a la parte primera de la Ética). Después, en estadios posteriores de la Modernidad, la racionalización social y la tecnociencia tomarán el relevo. Hemos considerado progreso, sobre todo, una dominación creciente sobre la naturaleza; y no nos damos cuenta de que, al progresar en este sentido, llegamos a puntos de inflexión y se desencadenan fenómenos de contraproductividad (como antes mencionamos, una categoría básica de Ivan Illich). Demasiado progreso muta en su contrario. Cornelius Castoriadis cifraba el principio básico de la Modernidad europea en la expresión “la expansión ilimitada del (pseudo)dominio (pseudo)racional”: [17] hemos ido demasiado lejos por ese camino.

La tradición materialista o “realista” en la filosofía política (Tácito, Maquiavelo, Spinoza… hasta llegar por ejemplo a Henry Kissinger) “considera que la ley y el derecho están siempre subordinados a relaciones de fuerza y parece considerar los valores morales trascendentales como productos de la imaginación que, en la medida en que guían las práctica política, sólo pueden conducir al fracaso”. [18] Pero ¿cabe concebir mayor fracaso que el apocalipsis climático y ecológico con que concluye la civilización occidental –y quizá la especie humana– en el siglo XXI, el Siglo de la Gran Prueba? [19] Ello nos obliga a revisar la entera historia de la filosofía política occidental, ¿no les parece?

Y entonces ¿qué puede significar progreso hoy, habida cuenta de los fenómenos de retroprogreso y contraproductividad que antes analizamos someramente? A mi entender, algo así: mejora de la condición humana en un marco de simbiosis con la naturaleza –renunciando al proyecto de dominación creciente sobre la misma (el cual, como hemos visto, se vuelve contraproducente más allá de ciertos límites). [20] Una clase de progreso cuya imagen, lejos de ninguna línea recta ascendente, tendríamos que representarnos más bien como una espiral contingente –como ya sugirió el gran William Morris hace un siglo y cuarto. [21]
 

9

Dejamos antes pendiente la explicación de las trampas del progreso, noción que acuñó Ronald Wright en su ensayo A Short History of Progress. [22] Una trampa del progreso es una mejora social o tecnológica a corto plazo que en el largo plazo termina siendo un paso atrás. Pero cuando se advierte esto ya es demasiado tarde para cambiar de rumbo… Así cabe pensar en la Revolución Neolítica y la agricultura, las ciudades (con sus civilizaciones imperiales), la expansión colonial europea… y el capitalismo fosilista industrial. Los combustibles fósiles como base energética de la sociedad industrial, desde el siglo XVIII, “en aquel momento parecían una buena idea” (como reza el título del blog de Ignacio Escolar, tomado de una frase en la película Los siete magníficos), pero nos han metido en una trampa de la que hoy nos preguntamos si sabremos salir

En cada caso, meterse en una de estas trampas del progreso implica algunas ventajas evidentes, aunque al precio de desventajas imprevistas que en algunos casos se van magnificando con el tiempo. [23]

Para poder escapar de una trampa, lo primero es ser capaces de reconocer que estamos dentro de ella.

10

Hoy ya podemos ver con toda claridad que a lo que conduce el BAU (Business As Usual) es a un apocalipsis antropogénico. O en un plazo de lustros, a consecuencia de la crisis de recursos energéticos (petróleo sobre todo), el “pico de la deuda”, la degradación político-social… o en un plazo de decenios, a consecuencia de la crisis climática y la destrucción de ecosistemas y biodiversidad. José Luis Velázquez cree hallar una diferencia significativa entre los grandes simios y los seres humanos en que “estos homínidos [chimpancés, gorilas y orangutanes] heredan mediante transmisión cultural pautas de comportamiento que mantienen y refuerzan un peculiar modo de vida que no se ve alterado por cuestionamiento alguno a riesgo, entre otras cosas, de poner en peligro su propia supervivencia”. [24] Pero si arrojamos una mirada fría sobre nuestra propia especie, ¿quién osaría decir que estamos haciendo algo diferente?

Nos encontramos, escribe Zygmunt Bauman en uno de sus textos póstumos publicados en 2017, “más que nunca antes en la historia, en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”. [25] En esta tremenda tesitura, me atrevo a proponer nueve indicaciones para pensar nuestro presente, y con ello ya casi cierro estas páginas:

1. Lucidez –no autoengañarnos. Nada de wishful thinking. Aunque eso conduzca a ser considerados “extremistas” o “apocalípticos” desde el “centro” de la cultura dominante, que sí que es extrema (¡nada más extremo que el capitalismo con su dinamismo autoexpansivo de crecimiento perpetuo!).

2. No exagerar (síntesis budista-cristiana a través del sabio jesuita Juan Masiá).

3. Superar en lo posible el fetichismo de la mercancía, la máxima fuente de alienación a lo largo de toda la Modernidad, como nos han recordado las “nuevas lecturas de Marx” (la crítica del valor de Robert Kurz y su gente). [26]

4. Desprendernos de la tecnolatría. Tratar de pensar con la mayor objetividad posible acerca de la técnica (y la tecnociencia).

5. Perspectiva no sólo de longue durée (Fernand Braudel) sino de Big History: lo humano en perspectiva cósmica. [27]

6. Reconocer el carácter fosilista de nuestra cultura –y de nuestras ideas de emancipación humana. Prioridad del binomio energía-clima. [28]

7. “Renaturalizar” las ciencias sociales y la filosofía (como sugería Manuel Sacristán en sus últimos años de vida). No sólo Marx, Nietzsche y Freud –también Sadi Carnot y Charles Darwin. La autonomía del sujeto humano es un logro civilizatorio, pero no puede construirse sobre una fantasiosa oposición a la naturaleza.

8. Por eso, priorizar por encima de todo la construcción de una cultura no de dominación sobre la naturaleza, sino de simbiosis con ella. No estamos por encima de la naturaleza –como observa Mª José Guerra– sino que somos naturaleza en la naturaleza. [29] Si pudiéramos aceptar que somos, esencialmente, animales con responsabilidades especiales...

9. Comprender (y venerar) el carácter excepcional de nuestra Madre Tierra, Gaia/ Gea, con sus impresionantes capacidades de autorregulación basada en la vida y favorable a la vida. La biosfera-en-geosfera de nuestro tercer planeta del Sistema Solar constituye un gran supersistema homeostático: [30] la comparación con la tórrida Venus y el helado Marte, desprovistos de vida, debería enseñarnos “temor y temblor”. Si queremos tener un porvenir en la Tierra, cuidemos la vida. Nos va –literalmente- la vida en ello. Como señaló en muchas ocasiones la gran Lynn Margulis, Homo sapiens es peligroso para sí mismo (y para muchas otras especies), pero no para Gaia. “Gaia, una perra vieja, no está en absoluto siendo amenazada por los humanos. La vida planetaria sobrevivió por lo menos tres mil millones de años antes de que la humanidad fuera siquiera el sueño de un simio lúcido que deseaba una compañera sin pelo. Necesitamos honestidad. Necesitamos que nos liberen de nuestra arrogancia especie-centrista. (…) No somos los más importantes porque seamos tan numerosos, poderosos y peligrosos. Nuestra tenaz ilusión de poseer una patente de corso oculta nuestro verdadero estatus de mamíferos erectos y enclenques”. [31]

Amigos, amigas, se nos termina el tiempo. La fusión de biotecnología e infotecnología puede acabar con la libertad humana; la crisis ecológica global (comenzando por el calentamiento climático) puede acabar incluso con la especie humana. Y los plazos son muy breves.

Sólo escribimos sobre barro. Sólo un aprendizaje incansable da respuesta al problema ininterrumpido de vivir. Sólo a cambio de refrescar el espíritu hacemos amable la vida. Sólo la risa sella las paces del náufrago con su derrota. Sólo la poesía franquea los pasajes más angostos. Sólo sin saber adónde vamos lo bastante lejos. Y sólo un paso más allá nos desprendemos de todo lo superfluo. Pero es tan poco lo que decidimos sobre nuestra propia suerte como el poder de la llama sobre la dirección del viento. [32]
________________________

NOTAS

[1] Una versión anterior se publicó en la revista La maleta de Portbou 26, Barcelona, noviembre-diciembre de 2017.

[2] Pankaj Mishra, La edad de la ira, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017, p. 284.

[3] Marina Garcés, “Ahora el pensamiento crítico resulta peligroso” (entrevista), El Cultural, 26 de septiembre de 2022; https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20220926/marina-garces-filosofa-espanola-ahora-pensamiento-peligroso/704429909_0.html

[4] Isaiah Berlin, Sobre la libertad (ed. de Henry Hardy), Alianza, Madrid 2004, p. 282.

[5] Antonio Orihuela, Diario del cuidado de los enjambres, Enclave de Libros, Madrid 2016, p. 229.

[6] José Ramón Lasuén, “Desocupación y reeducación”, Heraldo de Aragón, 8 de agosto de 2017.

[7] Véase Luis Arenas, José Manuel Naredo y Jorge Riechmann (eds.), Bioeconomía para el siglo XXI. Actualidad de Nicholas Georgescu-Roegen, Catarata, Madrid 2022.

[8] Traté esto por extenso en “Hacia una teoría de la racionalidad ecológica”, capítulo 2 de mi libro La habitación de Pascal, Libros de la Catarata 2009.

[9] Naomi Klein, This Changes Everything, Simon & Schuster 2014; hay traducción al español.

[10] Bertrand Russell, ¿Tiene el hombre un futuro?, Aguilar, Madrid 1962, p. 43.

[11] En su ensayo sobre Karl Jaspers en Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona 2017, p. 91.

[12] Noción que introducen (a partir de las imágenes de la Tierra vista desde el espacio que fotografiaron los astronautas desde finales de los años sesenta del siglo XX) Sarah Franklin, Celia Lury y Jackie Stacey en su libro Global Nature, Global Culture, SAGE Publications, Londres 2000, p. 28.

[13] Francisco Fernández Buey lo formulaba así: “A la globalización de la economía tiene que corresponder una ética mundial basada en la conciencia de especie (…). Sólo que la conciencia de especie está aún por construir” (Fernández Buey, Ética y filosofía política, Edicions Bellaterra, Barcelona 2000, p. 114). “Entiendo por conciencia de especie la configuración culturalmente elaborada de la pertenencia de todos y cada uno de los individuos humanos a la especie Homo sapiens y, por tanto, no sólo la respuesta natural reactiva de los miembros de la especie humana implicada en el hecho biológico de la evolución. En este sentido, se podría decir que la configuración de una conciencia de especie corresponde a la era nuclear –o mejor aún: de las armas de destrucción masiva— y a la época de la crisis ecológica global y de las grandes migraciones intercontinentales, como la conciencia nacional correspondía a la época del colonialismo y la conciencia de clase a la época del capitalismo fabril” (op. cit., p. 137-138).

[14] Pankaj Mishra, La edad de la ira, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017, p. 39.

[15] Mishra, La edad de la ira, p. 33.

[16] Véase Christiana Figueres, Hans Joachim Schellnhuber, Gail Whiteman, y Johan Rockström, Anthony Hobley  Stefan Rahmstorf “Three years to safeguard our climate”, Nature, 28 de junio de 2017; https://www.nature.com/news/three-years-to-safeguard-our-climate-1.22201

[17] Puede verse por ejemplo en Cornelius Castoriadis y Daniel Cohn-Bendit, De la ecología a la autonomía, Mascarón, Barcelona 1982, p. 18.

[18] Warren Montag, Cuerpos, masas, poder. Spinoza y sus contemporáneos, Tierradenadie Eds., Ciempozuelos –Madrid- 2005, p. 86.

[19] Reflexión profunda al respecto en Sam Miller, “Collapse despair”, Activistlab, 18 de diciembre de 2017; http://www.activistlab.org/2017/12/collapse-despair/. Véase también Roy Scranton, Learning to Die in the Anthropocene. Reflections on the End of a Civilization, City Lights Books, San Francisco 2015.

[20] Reflexiono sobre esto en mis libros Informe a la subcomisión de Cuaternario. Trabajos hacia una bioética como si la vida importase, tratando de contribuir a una nueva cultura de la Tierra que la llame por su nombre: Gaia (Árdora, Madrid 2020) y Simbioética (Plaza & Valdés, Madrid 2022).

[21] William Morris, “Las artes aplicadas en la actualidad” (1889), en La Era del Sucedáneo y otros textos contra la civilización moderna, Pepitas de Calabaza, Logroño 2016, p. 91.

[22] En español: Breve historia del progreso, Urano, Barcelona 2006.

[23] Una buena lectura sobre estas cuestiones: Christopher Ryan, Civilizados hasta la muerte, Capitán Swing, Madrid 2020.

[24] José Luis Velázquez, “Libertad y determinismo genético”, Praxis Filosófica 29 (nueva serie), julio-diciembre de 2009, p. 14; puede consultarse en http://www.scielo.org.co/pdf/pafi/n29/n29a01.pdf

[25] Se diría un eco de la advertencia de W.H. Auden en su poema PRIMERO DE SEPTIEMBRE DE 1939 –el poeta británico ante las catástrofes del siglo XX, el sociólogo polaco ante las del siglo XXI… Escribió Auden en ese poema justo cuando comenzaba la Gran Carnicería: “Debemos amarnos los unos a los otros o morir” (“…There is no such thing as the State/ And no one exists alone;/ Hunger allows no choice/ To the citizen or the police;/ We must love one another or die...”).

[26] Tan bien sintetizada por Anselm Jappe en un libro como Las aventuras de la mercancía, Pepitas de Calabaza, Logroño 2016.

[27] Un buen texto en español para ello es el de Fred Spier: El lugar del hombre en el cosmos, Crítica, Barcelona 2011.

[28] Cómo afrontarlo en el marco de un proyecto de país para el Estado español es lo que han explicado Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia Torrego en La Gran Encrucijada, Libros en Acción, Madrid 2016.

[29] Mª José Guerra, Breve introducción a la ética ecológica, Antonio Machado Libros, Madrid 2001, p. 21.

[30] Hace tiempo que la hipótesis Gaia se convirtió en la teoría Gaia: nuestro medio ambiente planetario es homeostático. El sistema de la Tierra se autorregula, tendiendo a mantener constantes su temperatura y composición atmosférica. James E. Lovelock lo comprendió en los años setenta del siglo XX, y desde entonces hemos ido entendiendo cada vez más de la inmensa complejidad de estos mecanismos de autorregulación, y del papel crucial de los seres vivos en ello. Véase James E. Lovelock, Gaia –Una nueva visión de la vida sobre la Tierra (Orbis, Barcelona 1986; original inglés de 1979 en Oxford University Press); y William I. Thompson (ed.), Gaia. Implicaciones de la nueva biología (Kairós, Barcelona 1989). “La teoría Gaia está basada en una simple idea: los seres vivos influyen en su entorno, no sólo se adaptan a él. El conjunto de los seres vivos o biota tiene tanta importancia en el entorno global o biosfera que se abre la puerta a la idea de coevolución y regulación del ambiente por parte del conjunto de los vivientes, y juntos, ambiente y seres vivos, hacen al sistema global como si de una entidad vida se tratara” (Carlos de Castro, El origen de Gaia, Editorial @becedario, Badajoz 2008, p. 175).

[31] Lynn Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid 2002, p. 140-141.

[32] José Luis Gallero, Quodlibet, Madrid 2018, p. 65.