viernes, 1 de octubre de 2021

Autodisolución (y V)

En el artículo La disolución de la URSS analizaba Rafael Poch, a cien años de la revolución que le dio origen, el desastroso final de la Unión Soviética. Un acontecimiento previsible para algunos, y a posteriori, como siempre, realidad obvia para todos.

Exponía en su primera parte los motivos que condujeron a su destrucción, fundamentando la fulminante disolución técnica en una paulatina disolución degenerativa que condujo a su vez a la que denominaba disolución espiritual.

La parte final del artículo despacha sucintamente ("en dos brochazos") las previsibles consecuencias, claramente negativas y no siempre previstas, que este hundimiento ha ocasionado tanto en el equilibrio mundial como en las relaciones sociales y de producción.

¿Cuántos muros materiales y barreras de todo tipo se han levantado desde aquella demolición simbólica del Muro de Berlín?



Consecuencias en el equilibrio mundial

El primer brochazo tiene que ver con el hecho de que la situación general en el mundo se ha hecho mucho más peligrosa que durante la guerra fría. La disolución de la URSS potenció la agresiva doctrina neocón de la hegemonía mundial sin obstáculos de Estados Unidos. El catastrófico intento de dirigir el mundo en solitario y por la fuerza.

Durante más de una década, Rusia dejó de existir como factor de contrapeso, mientras su clase dirigente se dedicaba a llenarse los bolsillos. La ocasión fue inmediatamente aprovechada.

La intervención en zonas antes prohibidas de Oriente Medio fue inmediata: la primera guerra de Irak de enero 1991 tuvo lugar antes incluso de la disolución técnica de la URSS, coincidiendo con las críticas tensiones de aquel invierno en las repúblicas bálticas. Desde entonces hemos asistido a la destrucción de toda una serie de países, estados y sociedades en toda la región, desde Afganistán a Libia, propiciando la matanza de más de un millón de seres humanos solo en Irak y de centenares de miles en Afganistán, Siria, Pakistán, Libia y Yemen. Lo que llamo el Imperio del caos.

Esa doctrina hegemónica de los neoconservadores americanos tuvo por efecto las violaciones y abandonos de acuerdos fundamentales establecidos con Moscú durante la guerra fría:

  • La administración Clinton violó el acuerdo de que la OTAN no se movería “ni un milímetro” hacia el Este a cambio de la aceptación de la reunificación alemana y estableció bases militares de la OTAN junto a las fronteras rusas con gran responsabilidad del establishment alemán y de la Unión Europea.
  • La administración de Bush hijo abandonó el acuerdo ABM, piedra angular contra la proliferación de misiles, y creó bases antimisiles en la frontera rusa, alegando que eran para proteger Europa de los inexistentes misiles intercontinentales de Irán.
  • La administración Obama emprendió un ataque directo contra Rusia con el objetivo de echarla de sus bases en el Mar Negro, derrocando al corrupto gobierno legítimo de Ucrania e instalando su propio gobierno corrupto prooccidental.
  • Cuando todo esto culminó con una reacción militar rusa, primero en Georgia y luego en Ucrania, después de treinta años de retrocesos, abusos y avasallamientos de los intereses rusos,  Washington se lanzó a una demonización sin precedentes del régimen ruso y de su presidente para castigar su osadía. La muestra de todo eso la pueden encontrar en los diarios, las televisiones y en los análisis de disciplinados think tanks en absoluto independientes.
  • Y mientras tanto fue madurando la emergencia de nuevas potencias que configuran el actual mundo multipolar (con varios centros de poder), cuya pregunta existencial es si decantará en acuerdos y equilibrios, o, como parece, en la lógica de los imperios combatientes.

Para acabar, vamos al segundo paquete de consecuencias.

Consecuencias en las relaciones sociales y de producción

La disolución de la URSS y del bloque del Este, unida a la integración de sus países, de China y de India en el sistema económico mundial, ha hecho al mundo más capitalista.

Esa integración aportó, a partir de 1989, 1470 millones de nuevos obreros al capitalismo. En muy pocos años se dobló el número de obreros (que en el año 2000, excluyendo a todos esos nuevos llegados era de 1460 millones). El resultado ha sido un cambio fundamental en la correlación de fuerzas global entre capital y trabajo. Un mundo con más explotación, más precariedad, deslocalización y globalización crematístico-industrial.

Eso es lo que tenemos hoy, cien años después de la Revolución Rusa y cuando se cumplen 26 años de la disolución de la URSS. La historia continúa y habrá que ver a qué tipo de nuevas convulsiones, colapsos y disoluciones nos lleva, y nos está llevando.



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