sábado, 10 de julio de 2021

La Fragua de Vulcano

Mi querido primo Federico Fernández Porredón, ecijano como yo de nación, pero tan canario de adopción como yo gallego, y desde luego mucho mejor astrónomo que yo, me propuso colaborar en la página audiovisual canaria QPH radio para hacer una crítica de arte. En mi vida me he visto en tal aprieto; burla burlando, va esta por delante.

Burla burlando, porque en ella he querido destacar aspectos sin duda humorísticos que hay en este cuadro. Encontraréis la audición, leída por Tomás Delgado Medinilla, que la interpreta con admirable prosodia, en este enlace.

Antes de empezar, fijaos en los personajes y preguntaos ¿en qué estarían pensando?



Presentación

  Ecijano de nación, desterrado a Madrid a los diez años, lleva cerca de medio siglo acomodado en Pontevedra. Fue arquitecto en ejercicio y acabó abandonando la profesión por la enseñanza. Ahora es profesor jubilado de la Universidad de Vigo. Autor de algunas casas, dos hijos (en colaboración), tres libros y una tesis doctoral, también plantó una vez un árbol. Otros muchos proyectos se perdieron por el camino.

  Su preocupación política viene de tiempos tormentosos y llega a estos, por lo menos encapotados, y persiste erre que erre, aunque con modestas actividades prácticas. Publica un blog, esencial o menos, en que ha querido tratar de lo divino y lo humano. Allí ha dejado sus escritos, principalmente sobre geometría y diseño, pero también comentarios sobre literatura y humanidades. A día de hoy lo llenan casi en exclusiva sus preocupaciones sobre el futuro, probablemente imperfecto, de la humanidad, convencido de que el cambio climático y la crisis de la energía y los recursos frenarán sin remedio el incierto “crecimiento sostenible”.

  Cuando se tercia participa en charlas y debates sobre lo que le echen, y espera que la “nueva anormalidad” lo permita pronto. 

  Se propone colaborar en este medio, tratando un tema mucho más divertido.


La fragua de Vulcano

Buenos días. Para inaugurar esta sección divulgativa estuve pensando en cuadros que ya han sido estudiados hasta la saciedad. El primero que se me ocurrió fueron Las Meninas. Hay magníficos ejemplos de análisis de esta obra, muchos de los cuales podéis encontrar en Internet, y otros menos conocidos, como el de mi amigo y colega José Roselló Valle. También el Guernica de Picasso ha sido estudiado y explicado a exhaustivamente.

Entonces, al volver a las Meninas como referencia, pensé en otras obras de Velázquez. ¿Qué tienen en común, qué las hace únicas?

Una característica del arte español, desde el Renacimiento, es el realismo. Frente a composiciones fantásticas o enfáticas del arte de otros países, lo que aparece en los cuadros podría ser una escena cotidiana, detenida en el tiempo.

Eso, que en cuadros de Velázquez como el citado, Las Meninas, fija un momento sin especial grandilocuencia, lo encontramos en sus obras mitológicas, en las que lo sobrenatural se desplaza a un segundo plano, si es que lo hace, como ocurre en Las Hilanderas.

Los  Borrachos, por ejemplo, transforman la fiesta divina en una alegre sesión de copas, como diríamos hoy. Y en ocasiones, un fino análisis psicológico desplaza el tema trascendente y nos hace interesarnos por la actitud de los personajes, más que por el relato mitológico.

Esto es lo que ocurre con La Fragua de Vulcano. Apolo se presenta cuando el dios del fuego está en plena faena, y sin discreción alguna le cuenta un chisme en presencia de todo su equipo de obreros. “Venus, tu mujer, te está poniendo los cuernos: te la pega con Marte, que es mucho más guapo que tú”.

El único personaje de toda la escena con un halo de divinidad, la única referencia fantástica, es Apolo. Los demás son hombres vulgares, incluyendo al desgraciado herrero, tan poco divino, que sin duda es en la escena el que tiene literalmente la sartén por el mango.

Está claro que el momento es explosivo, pero todavía no se ha producido la deflagración. Aunque la cara del patrón lo dice todo, mucho más nos expresa la de sus ayudantes. ¡La que se va a armar aquí!

El cabronazo de Apolo los coge a todos en plena faena. La instantánea fija a Vulcano en la tarea principal, mientras los demás están en las suyas. Dos, con martillos, golpearán alternativamente con el jefe el hierro caliente, otro corta metal, y al fondo un cuarto se supone que activa el fuelle. El que, de perfil, es la réplica asustada del tranquilo dios que tiene enfrente, exhibe una mezcla de estupor y verdadero miedo. El más alejado, y por ello menos expuesto a la que se va a armar, mira la escena desde su confortable distancia, con un gesto que, aunque velado, podría parecer de guasa, como el de los asistentes a un reality show televisivo.

La estudiadísima composición enfrenta a dos grupos. Es un escenario en que por la izquierda entra Apolo, todo un grupo en sí mismo con su majestuosa autoridad, y a la derecha lo recibe el grupo humano o humanizado, como ocurre en el teatro o en el cine. Entrando, la divina aparición, a la espera, el mundo terrenal. Una tira estrecha de fantasía mitológica, pretexto para explicar la situación.

Hasta la carne del bello dios es diferente, y sólo tras él vemos el cielo. La cuadrada parte derecha fija una escena terrenal de un realismo asombroso, que sin embargo, de cortar la parte izquierda, nos dejaría intrigadísimos: ¿”qué está pasando aquí, y por qué”? Hay toda una dialéctica entre ambas partes, porque ninguna tendría sentido sin su opuesta.

Realismo dialéctico a ultranza que se refleja en los objetos materiales: el óxido y el brillo se alternan en los yunques, triunfa el último en la pieza de armadura que recorta el personaje de la derecha, vencen el polvo y el óxido en el resto de la escena. Como en Las Meninas, un fondo oscurecido y difuminado permite, dialéctica otra vez, que las figuras y sus expresiones dominen la escena.

Y como en Las Meninas, Las Hilanderas o los cuadros tempranos del autor, algo importante está ocurriendo al fondo del cuadro, aunque aquí sea solo la presencia morbosa del espectador del reality…

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno!
    Llama la atención, en un lugar de férreos polvos y carbonillas, esa nívea y misteriosa jarra, tan limpia y brillante, situada en la repisa del tiro. Demasiado pequeña para el agua o el vino.

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