lunes, 12 de julio de 2021

Recuerdos de la ETSAM (ETS de Arquitectura de Madrid)

Antón Capitel, el autor de "mis memorias de la Escuela de Arquitectura", y el que esto escribe entramos a la vez en ella, pero nunca coincidimos. Él inauguraba el llamado plan "ye-ye" de cinco años. Yo, que había cursado el Selectivo en la Facultad de Ciencias el curso anterior, enganchaba en la promoción escoba del "plan antiguo", la 122 de la Escuela, la última con siete cursos.

Muchos recuerdos comunes, sin embargo, hemos compartido, de aquellos "tiempos interesantes". Estas memorias abarcan mucho más tiempo del que viví en ella, y completan mi experiencia con la evolución posterior a mi mutis por el foro (o más bien "del Foro").

No se muerde la lengua el autor al juzgar a profesores y compañeros, con juicios tajantes que en muchos casos (naturalmente no en todos) comparto. Las arbitrariedades, intrigas, camarillas y conflictos, la endogamia y el nepotismo, se palpan en su narración, y las he vivido también como alumno y como profesor. A fin de cuentas, es el mismo país y el mismo medio, con la misma Historia.

La distancia en el tiempo te hace ver lo efímeras que pueden ser las modas. Lo que en un momento se considera "la última palabra" o "la voz autorizada" puede ser desacreditado después. Opiniones petulantes, cargadas de suficiencia, las desnuda luego el devenir. No escapa a esto la política, pero tampoco la ideología arquitectónica o las teorías sobre docencia.

Los estudiantes creen que saben más de lo que saben. Me lo han recordado nuestras exigencias, muy acentuadas (justamente) en aquellas postrimerías del fascismo en plena decadencia. Se mezclaban con planteamientos sobre lo que se debía enseñar y cómo hacerlo. En aquella coyuntura, llegábamos a exigir que se nos mostrara "el método" para proyectar, o a una superficial crítica sobre la arquitectura del régimen, en general deleznable, pero de la que no salvábamos a nadie. Pero incluso el pensamiento crítico puede y debe ser sometido a crítica permanente. También envejece y se renueva. Recordemos aquella sarcástica "crítica de la crítica crítica"...

Los desarrollos paralelos, pero no coincidentes, de ambas carreras, contaron con profesores decisivos por su influencia en cada promoción. Mientras para ellos lo fue Antonio Fernández Alba, para muchos de nosotros el referente era Alejandro de la Sota. Y los dos compartimos provechosamente el magisterio sabio y algo engreído (con razón) de Rafael Moneo.

De la aguda percepción de Capitel recojo esta semblanza sobre otro grande de la arquitectura española: Francisco Javier Sáenz de Oiza.

 

"Sáenz de Oíza (don Paco) era un hombre calvo, de figura muy enhiesta, con grandes gafas de concha que se ponía en la frente a la manera de Le Corbusier (se parecía algo) cuando la presbicia le contrarrestó la miopía, de nariz aguileña y de cara muy interesante y expresiva. Extraordinariamente inteligente, era el mejor charlista del mundo. En aquellos martes, cuando le tocaba dar clase, no llevaba diapositivas, no le hacía falta, o aparecía con unos planos en fotocopias ennegrecidas, malísimas, para proyectar en opacos. Llevaba muy mal que los demás pusieran diapositivas. Un día, después de una clase de Alfonso Valdés con muchísimas diapositivas, Oíza le dijo: “Desde luego, has puesto diapositivas como quien dispara con una ametralladora, tatatata, tatatata, tatatata…”. Era enormemente ingenioso y ocurrente, muy simpático cuando quería y extraordinariamente antipático cuando le daba la gana. Cuando venía alguien famoso a dar una conferencia y tenía mucha afluencia de público, él se celaba y montaba un corrillo propio de comentario, muy concurrido, al acabar la charla del otro. Había chistes, anécdotas y ejemplos o consejos que siempre contaba. Un día, en clase, después de contar algo de su repertorio, un estudiante dijo: “Don Paco, usted se repite”. Él se volvió con cara de desprecio y le dijo: “Creo que se equivoca, el que repite es usted”. Otro día ocurrió que vino un padre de un alumno a verle, sin duda porque su hijo suspendía, y él le dijo: “¡Ah! ¿Es usted el padre de Fulano? Un momento que le doy el teléfono de mi padre…” Tenía mucha fama de buen profesor, aunque la verdad es que casi nunca preparaba nada y lo fiaba todo a su capacidad de improvisación y de mantener una charla ingeniosa. Era un gran arquitecto, como su obra prueba, aunque quizá fuera demasiado inteligente para ser arquitecto, como De la Sota –su gran rival, en el fondo- decía. Lo cierto es que, como veía las contradicciones de todo y que la arquitectura era una convención, a veces se quedaba perplejo, sin saber por donde tirar. Pero su arquitectura, aunque de fortuna desigual, siempre era empeñada, siempre tenía intenciones intensas; puede que hiciera obras y proyectos flojos, pero nunca descuidados o para salir del paso, siempre con mucho empeño. Y construyó las dos torres mejores de la ciudad de Madrid, que no serán nunca superadas. Yo le recuerdo con mucho afecto por lo que aprendí de él, por lo que me reí con sus salidas y porque tuve el honor de que me apreciara y me considerara un amigo."

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