Erisictón fue un rey mitológico que se devoró a sí mismo porque nada podía saciar su hambre, castigo divino por violar la naturaleza.
El filósofo Anselm Jappe es autor del libro La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción. Que esta sociedad se devora a sí misma empiezan a sospecharlo hasta los más ciegos negacionistas. El encadenamiento de términos del subtítulo, a cada uno de los cuales sigue necesariamente el siguiente, solo pueden rechazarlo los más obcecados (siempre, naturalmente, que se dedique al tema alguna reflexión).
La interesante propuesta vincula fetichismo y narcisismo, a partir de la puesta en relación de las sucesivas aportaciones teóricas de Kant, Marx y Freud. Los sujetos nos desarrollamos en el seno de una sociedad que fomenta el individualismo y el egoísmo hasta un punto que hace muy difícil aunar esfuerzos colectivos para superar la causa que los origina.
El sujeto fetichista-narcisista ya no tolera ninguna frustración y concibe el mundo como un medio sin fin consagrado a una desmesura sin límites. Esta pérdida de sentido y esa negación de los límites desembocan en lo que Jappe llama la «pulsión de muerte» del capitalismo: un desencadenamiento de violencias extremas, de matanzas en masa y de asesinatos «gratuitos» que precipitan el mundo de los hombres hacia su caída.
Pero no hay que atender únicamente a estos casos extremos: si el siglo XVIII fue el de los libertinos de clase alta y el XIX el de los libertarios con sentido de solidaridad, ahora el libertinaje de medio pelo es capaz de poner el ocio nocturno o la libertad de circulación por encima de la vida, como un reflejo del capital que pone su autovaloración sobre todas las cosas. El sistema alienante les impide ver su alienación y luchar contra ella.
La libertad es otra cosa.
El círculo vicioso que encierra al sujeto en su laberinto lo resume esta reseña:
...es un libro fundamental para entender el ascenso y expansión a escala de masas del narcisismo como rasgo de la personalidad, su relación estrecha con la evolución del capitalismo, y cómo del narcisismo sólo podemos esperar nefastas consecuencias para nuestra supervivencia, pues no ayuda lo más mínimo, sino todo lo contrario, a la superación del capitalismo. También porque Jappe es un destacado miembro de la corriente comunista llamada “crítica del valor” (wertkritik en alemán), que tiene mucho que aportar en la denuncia del capitalismo y en cómo evitar equivocarnos en la lucha contra él.Larga reseña, casi un resumen del libro, dividida en estas secciones:
I.- El narcisismo ha llegado para quedarse y Jappe sabe por qué.
II.- Cómo el capitalismo promueve el narcisismo y su impotencia para superar este sistema.
III.- El capitalismo, su decadencia, sus límites internos y externos, y la wertkritik.
IV.- El autoritarismo sigue aquí y también la naturaleza humana. Las dimensiones del narcisismo.
V.- La pinza entre el autoritarismo y el narcisismo, amenaza nuestra supervivencia.
VI.- Salir de esto ¿cómo?
Notas extensas. Recomendados y enlaces
A continuación, el planteamiento del autor: la búsqueda de un nexo común en el pensamiento de quienes vieron, cada uno en su tiempo histórico, la dificultad de trascender los velos culturales que ocultan y deforman la realidad social:
Marx situó las páginas sobre el fetichismo al final del primer capítulo de El Capital, a guisa de resumen de su exposición sobre el valor. Sin embargo, es al comienzo del segundo capítulo donde Marx ofrece, como una prolongación de sus razonamientos anteriores, a menudo teñidos de ironía, una de las definiciones más concisas de fetichismo: «las mercancías no pueden ir por sí solas al mercado, ni intercambiarse por sí mismas. Tenemos pues que dirigir la mirada hacia sus guardianes, los propietarios de mercancías». Desde el punto de vista de la lógica mercantil, las mercancías son autosuficientes. Ellas son los verdaderos actores de la vida social. Los humanos no entran en escena más que como servidores de sus propios productos. Como las mercancías no tienen patas, asignan a los hombres la tarea de desplazarlas. De no ser así, podrían pasarse perfectamente sin ellos. Y si se les recordase que de todos modos son los hombres quienes las han fabricado, ¿nos sorprendería que se sintiesen ofendidas?
El fetichismo de la mercancía no es una falsa conciencia o una simple mistificación, sino una forma de existencia social total que se halla por encima de toda separación entre reproducción material y psyché porque determina las formas mismas del pensar y el actuar. El fetichismo de la mercancía comparte estos rasgos con otras formas de fetichismo, como la conciencia religiosa. De ahí que pueda caracterizarse como una «forma a priori».
(...)
El fetichismo de la mercancía de que habla Marx y el inconsciente del que habla Freud son las dos formas principales propuestas después de Kant para dar cuenta de un nivel de conciencia del que los actores no tienen una percepción clara, pero que los determina en última instancia. Pero mientras que la teoría freudiana del inconsciente ha sido ampliamente admitida, la contribución de Marx a la comprensión de la forma general de la conciencia se ha mantenido como la parte más ignorada de su obra. Con las fórmulas de «fetichismo de la mercancía» y de «sujeto automático», Marx estableció las bases de una concepción del inconsciente cuya forma está sometida al cambio histórico, mientras que Freud concibió el inconsciente esencialmente como el receptáculo de constantes antropológicas, e incluso biológicas. En Freud, se trata siempre de la relación entre el inconsciente sin más y la cultura sin más, y para él esta relación no ha cambiado desde la época de la «horda primitiva». En su teoría no hay lugar para la forma fetichista, cuya evolución constituye precisamente la mediación entre la naturaleza biológica, en cuanto factor casi invariable, y los acontecimientos de la vida histórica.
Las relaciones entre el a priori de Kant, el inconsciente de Freud y el fetichismo de Marx rara vez han sido objeto de investigaciones en profundidad. Aquí trataremos, en cierto sentido, de llevar a cabo una unificación de tales enfoques, sin descuidar no obstante sus diferencias e incluso sus antagonismos —sobre todo entre Kant, ideólogo entusiasta de la nueva forma de conciencia que él anunciaba, y Marx, su primer crítico consumado—.
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