viernes, 14 de agosto de 2020

Teoría de la extinción (II)

En la primera parte, La tragedia del ecologismo común, del artículo de Troy Vetesse Una teoría marxista de la extinción, se explicita de qué modo el capitalismo trata todo lo que está a su alcance como recurso "útil" o desecho inútil. La naturaleza a la que ha ido teniendo acceso se ha convertido en un conjunto (¿"inagotable"?) de medios para su propio desarrollo.

No solo el ser humano es para él una máquina. Toda la naturaleza es una gran fábrica. Si hombres y bestias son partes de esta factoría, también lo son cada vez más la flora y la fauna en su conjunto.

Los conceptos marxistas de subsunción formal y subsunción real, referidos al modo de producción capitalista, se aplican a dos fases en las que el capitalismo subordina a otro modo de producción preexistente. En un primer momento simplemente supedita, lo subsume, colocándose entre lo que es un proceso productivo básicamente intacto y el mercado en el que el capital realiza la plusvalía para poder acumularse. Esta supeditación, esta subsunción, es todavía, «formal». El capitalismo para los primeros jornaleros y obreros-artesanos sometidos al capital, se presenta como un agravamiento de su situación, no como una situación nueva.

Será sin embargo la búsqueda de un incremento de la explotación en términos relativos, de la plusvalía relativa, la que dé forma a una organización de la producción específicamente capitalista. Esta transformación radical del lugar y organización de los trabajadores en el proceso productivo será característica del capitalismo ascendente y dará forma al proletariado como clase universal. Esta es la subsunción «real».

La segunda parte que comento utiliza estos conceptos en relación con la explotación de la naturaleza, que sigue estas etapas con toda claridad.

Un ejemplo palmario es el de la pesca, que pasa de artesanal a industrial, para desembocar en la acuicultura, proceso ya totalmente industrializado. De este modo la fauna marina, considerada alguna vez «inagotable», pasa a ser explotada a una escala que supera su capacidad de reposición. Mencionemos además que para producir cada kilogramo procedente de piscifactoría se consumen al menos tres de especies salvajes «menos valiosas».

(El ébano enano mencionado al comienzo del texto que sigue formaba espesos bosques en la isla de Santa Elena, hasta que la introducción de la cabra por los marinos portugueses acabó prácticamente con él). 


Flor de Ébano enano






















Subsumir y extinguir

La Trochetiopsis melanoxylon, una planta de «ébano enano» endógena de Santa Helena, se extingue en 1771. Ese año Richard Arkwright inaugura en Cromford la primera fábrica textil alimentada con energía hidráulica.

Una vez que los marxistas ven que el capital busca transformar la flora y la fauna en máquinas, entonces se hace más fácil ver cuál es la relación del capital con la naturaleza y cómo la sexta extinción es un problema inherentemente capitalista. Tal vez las herramientas marxistas más útiles sean la «subsunción formal» y la «subsunción real», ambas descritas en los Manuscritos económicos de 1864-1866. La subsunción formal se produce cuando «procesos de producción con una determinación social diferente se transforman en procesos de producción del capital». Si en la época precapitalista un individuo poseía los medios de producción (por ejemplo, un campesino) o estaba vinculado a un superior por medio de densos lazos sociales (por ejemplo, un aprendiz o un siervo del gremio), el capitalismo lo que hace es sustituir estas relaciones por otras mediadas por el dinero. Sin embargo, el proceso de trabajo cambia poco si el trabajo solo se subsume formalmente. Marx afirmó que, «a pesar de todo ello, dicha transformación no implica que se produzca un cambio esencial desde el principio en la forma real en que se lleva a cabo el proceso de trabajo […], el capital subsume así un determinado proceso de trabajo existente, como el trabajo artesanal o el modo de cultivar de la agricultura campesina independiente a pequeña escala». Su forma básica es la industria artesanal: la tejedora trabaja cuando quiere y al ritmo que quiere, a menudo en casa, encontrándose con el capitalista con poca frecuencia para obtener un salario o suministros. Esto no implica que esa subsunción formal sea inocua. Como es difícil aumentar la productividad sin maquinaria, solo se puede aumentar la plusvalía de un modo absoluto, prolongando la jornada laboral.

La subsunción real comienza cuando el capitalista introduce la maquinaria, transformando la producción a través de la «aplicación consciente de las ciencias naturales, la mecánica, la química, etcétera». En lugar de que el trabajador utilice una herramienta de manera manual como durante la subsunción formal, el trabajador ahora utiliza una máquina impulsada por una «fuerza de la naturaleza» (Naturkraft), como la energía hidroeléctrica o el carbón. Estos cambios permiten la concentración de la mano de obra y aumentan la productividad, propiciando la pérdida de cualificación y la devaluación de los trabajadores, pero quizás lo más significativo sea que a estos se los obliga a trabajar al ritmo de la máquina y, por tanto, al ritmo establecido por el propio capitalista.

La concepción de Marx de la subsunción es dinámica: la subsunción formal suele ocurrir en primer lugar, pero una vez que las mercancías hechas a máquina empiezan a competir con las manufacturados es probable que los trabajadores artesanales sean destruidos como clase. «La Historia no revela ninguna tragedia más horrible que la extinción gradual de los tejedores ingleses de telar manual». La mayoría de los marxistas tienden a detenerse aquí, preocupados por los tejedores y por sus desgraciados sucesores. Sin embargo, con tan solo un pequeño cambio de perspectiva es posible ver lo que sucede cuando el capital extiende su alcance a los reinos de la flora y la fauna.

Se puede comenzar en la etapa precapitalista de las relaciones entre la naturaleza y los seres humanos; por ejemplo, entre los animales de pelaje y los pueblos indígenas de América del Norte. En el momento en que la gente cazaba ciervos, nutrias, ratas almizcleras y, lo que era más lucrativo, castores, resultaba ilógico cazar todos esos animales a la vez, pues las necesidades de los cazadores se satisfacían fácilmente, y se habría necesitado un esfuerzo considerable para dar con la última rata almizclera, nutria o ciervo que hubiera sobrevivido y en el futuro no quedarían más. Por lo tanto, en las sociedades precapitalistas las extinciones eran raras (aunque las extinciones de la megafauna hace miles de años pueden ser excepciones a este caso). Sin embargo, la relación de los pueblos indígenas con los animales con pelaje cambió una vez que pasaron a formar parte del mercado mundial durante el siglo XVII, un cambio histórico detallado por Richard White en su clásico estudio The Roots of Dependency. La insaciable demanda de pieles por parte de los sombrereros europeos impulsó a las primeras compañías como la Hudson’s Bay Company (fundada en 1670, ocho años después de que se matara el último dodo) a expandirse por el continente norteamericano. Las compañías y los comerciantes contrataron a pueblos indígenas para que cazasen, haciendo de la piel de castor una mercancía que podía ser intercambiada por calderos, cuentas, armas, caballos y cuchillos. En esta etapa, sin embargo, los cazadores indígenas solo estaban formalmente subsumidos por el capital, pues trabajaban cuando y donde querían. La plusvalía solo podía incrementarse de forma absoluta, por lo que los capitalistas trataban de encontrar más tramperos y los animaban a matar a más castores. Aunque cazaban más, las necesidades de muchos pueblos indígenas eran modestas. No era la primera vez que los capitalistas recurrían al comercio de productos adictivos, en este caso el alcohol, para ampliar el mercado. Con el tiempo, se mataron demasiados animales y se fueron produciendo crisis. Los tramperos podían viajar hacia el interior del país o pasarse a cazar a otras especies, pero estas soluciones permanecían dentro del ámbito de la subsunción formal. Las granjas de pieles se acabarían convirtiendo en una posibilidad, pero esto marcó un salto hacia la subsunción real.

La subsunción real se produce una vez que el capital domina las funciones biológicas de una planta o de un animal, permitiendo que sean manipulados como cualquier otra máquina. Ahora es posible incrementar la productividad, permitiendo al capital exprimir más plusvalía relativa de los trabajadores. La acuicultura ejemplifica el paso de la subsunción formal a la real: a medida que desde la década de los noventa las poblaciones de muchas especies de peces se han ido reduciendo, se ha producido un cambio hacia la cría de peces como si fueran ganado. Los peces criados son alimentados con mayor frecuencia y riqueza de lo que comerían en la naturaleza para así engordarlos de manera más rápida. Su tamaño puede aumentar aún más mediante un tratamiento hormonal que puede acelerar el crecimiento; el tratamiento hormonal puede incluso cambiar el sexo de un pez, lo que podría resultar aprovechable si hay un dimorfismo pronunciado en una especie. También es posible la intervención genética mediante la cría selectiva o la ingeniería genética, como en el caso del salmón AquAdvantage de la empresa AquaBounty Technologies. En el marco de la acuicultura industrial, la mano de obra se hace más eficiente, por ejemplo, a través de la sustitución de la alimentación manual por una automatizada. La escala de producción puede ampliarse concentrando los peces mucho más allá de lo que sería posible en el medio natural, con todos los problemas que ello conlleva en términos de desechos y enfermedades. Estas últimas pueden mitigarse parcialmente recurriendo de manera cuantiosa a los antibióticos, mientras que los primeros pueden ser una carga que se les imponga al resto de los demás.

Se pueden distinguir tres formas intermedias entre la subsunción formal y la real, que se podrían denominar «ganadería», «secuestro» y la «fábrica en la selva». La ganadería se da cuando es más barato para un capitalista subsumir solo parcialmente los procesos de vida de un organismo. Por ejemplo, el ganado longhorn de Texas fue muy apreciado a finales del siglo XIX porque podían defenderse de los depredadores con su impresionante frontal de oseína y eran lo suficientemente resistentes como para sobrevivir ingiriendola maleza de la pradera. Su ciclo de vida era casi salvaje hasta que fueron raptados y se los llevaron a las estaciones de ferrocarril en Kansas. La robustez de los longhorns era un «regalo de la naturaleza» que reducía los costos; fue útil para el capital hasta que se hizo más rentable subsumir más aspectos del ganado de modo que crecieran más rápido o tuvieran más músculo. Con el tiempo, estas criaturas artificiales alcanzaron tales proporciones que hizo falta mantenerlas en granjas de engorde en lugar de dejarlas en la pradera. Los criaderos de peces tenían un patrón similar al del longhorn ya que los alevines son criados y luego se los introduce en los ríos o lagos para reponer las poblaciones originales diezmadas. Aunque sus nacimientos no sean naturales, los peces se cuidan a sí mismos durante la mayor parte de sus vidas y el capital requiere mano de obra solo al final del proceso para capturarlos, matarlos y comercializarlos. Este fue un paso intermedio hacia la acuicultura.

El secuestro es la imagen especular de la ganadería, porque se subsumen momentos opuestos del ciclo vital: la adolescencia en lugar del nacimiento. Un esclarecedor estudio de caso en The Tragedy of the Commodity traza este proceso en el caso del comercio del atún. Como el atún no puede reproducirse en cautividad, los pescadores tratan de capturar y enjaular a los atunes salvajes jóvenes para que puedan ser engordados para el mercado. Por lo tanto, se trata de una mezcla de pesca formalmente subsumida y de acuicultura realmente subsumida. Por supuesto, esta forma híbrida solo acelera el declive de la especie, pues ofrece pocas oportunidades para la reproducción. Debido a una combinación de sobrepesca y secuestro, la población de atún del Mediterráneo disminuyó drásticamente entre las décadas de 1990 y 2000. A nivel mundial, las poblaciones de diversas especies de atún han disminuido un 74% desde 1970. Esta cifra oculta variaciones regionales y es aún peor en el océano Pacífico, donde las poblaciones de aleta azul y aleta amarilla ha menguado completamente a solo el dos o tres por ciento de sus poblaciones históricas.

En la tercera variante intermedia, la fábrica de la selva, el ciclo de vida del organismo cazado sigue siendo salvaje, pero la caza sufre una subsunción real. La pesca formalmente subsumida siguió dándose durante siglos en aguas británicas porque, en general, no resultaba muy eficaz, aunque la caza de varias especies de cetáceos en el Atlántico Norte fue excepcionalmente letal. Aún en 1882 el influyente biólogo Thomas Huxley pudo declarar en su discurso inaugural de la Exposición de Pesca de Londres que «probablemente todas las grandes pesquerías marinas son inagotables». Sin embargo, solo ocho años después algunos científicos pusieron de manifiesto su preocupación por la disminución de las poblaciones de peces debido a la voracidad de los arrastreros a vapor, una tecnología que entonces tenía menos de dos décadas de existencia. En los siglos XX y XXI, la subsunción real de la caza oceánica se llevó a extremos absurdos. Balleneros y pescadores pilotan barcos poderosos más parecidos a acorazados que a las modestas goletas de la era de la navegación a vela. Están armados hasta los dientes con arpones explosivos, satélites que miden las temperaturas de la superficie, «dispositivos de agregación de peces», sonares y aviones de observación. La matanza y la desmembración se pueden llevar a cabo en el propio barco y, gracias a los enormes congeladores, estas fábricas flotantes pueden permanecer en el mar durante meses. La brutal eficacia de la pesca de arrastre industrializada, un tema fetiche de The Economist, ha obligado incluso a que este altavoz del neoliberalismo biempensante admita que «la pesca moderna es en realidad análoga a la minería: los peces se sacan del mar más rápido de lo que pueden reponerse».


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