La contradicción interna que lleva necesariamente a estas situaciones la señaló Marx en los Grunddrisse: mientras la acumulación monetaria es potencialmente ilimitada, su plasmación en las actividades materiales de producción, intercambio y consumo de mercancías presenta las limitaciones propias del mundo físico. El capital no puede soportarlas sin paralizar su flujo incesante, y «cada límite aparece como una barrera que debe superarse».
El flujo de capitales conduce siempre a un crecimiento monetario que si no va parejo al crecimiento material detiene la ganancia. La empresa capitalista, y especialmente el capital financiero como succionador último del beneficio, empuja al sistema a la optimización de todos sus procesos.
La última etapa hasta hoy del productivismo ha llevado al método conocido como toyotismo o just in time. Su máxima es «tener a la mano los elementos que se necesitan, en las cantidades que se necesitan, en el momento en que se necesitan». El ajuste de todas las actividades que se entrelazan en el proceso se realiza mediante el método conocido como PERT. En esencia consiste en un grafo dirigido, entre cuyo comienzo y su final aparecen todas las actividades, con sus tiempos estrictamente calculados (una panorámica sencilla sobre procesos y grafos podéis verla aquí).
Dentro del grafo existen varios caminos, todos los cuales deben confluir. Pero no todos los caminos tiene el mismo desarrollo temporal. Hay actividades que "pueden esperar", mientras cualquier retraso en otras retrasa todo el proceso. El camino más corto (camino critico) contiene actividades que no se pueden interrumpir.
El ideal del método "just in time" es que "todos los caminos sean críticos". De ahí los estrictos plazos asignados a todas las tareas, propias o externas, y la presión sobre los proveedores que los obliga a reproducir el método en sus empresas, para que el conjunto constituya un perfecto mecanismo de relojería. La optimización generalizada de los tiempos (y "tiempo es dinero") lleva a que cualquier fallo en un punto de la red repercuta en toda la cadena.
Se comprende que las barreras que la realidad física impone al deseado flujo de capitales se traduzca en crisis mayores o menores. A veces con un imparable efecto "en cascada". El sistema tiene de frágil lo que tiene de elaborado.
De ahí que cualquier imprevisto, como la actual pandemia, pueda producir efectos catastróficos cuando llega al nivel máximo, que en definitiva es el planetario. La reconstrucción posterior es mucho más lenta que la destrucción de capitales, y ante todo la crisis conduce a la inutilización de toda clase de activos y su pérdida de valor, en ocasiones total. En palabras de Harvey:
El crecimiento se detiene entonces y parece haber un exceso o sobreacumulación de capital con respecto a las oportunidades de invertirlo rentablemente. Si no se reanuda el crecimiento, entonces el capital sobreacumulado queda devaluado o destruido.
En ausencia de límites o barreras, la necesidad de reinvertir a fin de seguir siéndolo impulsa a los capitalistas a expandirse exponencialmente, lo que crea una necesidad perpetua de hallar nuevos campos de actividad para absorber el capital reinvertido: de ahí «el problema de la absorción del capital excedente». ¿De dónde provendrán las nuevas oportunidades de inversión? ¿Existen límites? Evidentemente, no hay un límite intrínseco a la capacidad monetaria de alentar el crecimiento (como se hizo obvio en 2008-2009, cuando los Estados se conjuraron para sacar, al parecer de la nada, billones de dólares con los que rescatar un sistema financiero que se derrumbaba).
Pero hay otras barreras potenciales a la circulación del capital, cada una de las cuales, si resulta insuperable, puede dar lugar a una crisis (entendida como estado de bloqueo para la producción de excedentes y la reinversión). El crecimiento se detiene entonces y parece haber un exceso o sobreacumulación de capital con respecto a las oportunidades de invertirlo rentablemente. Si no se reanuda el crecimiento, entonces el capital sobreacumulado queda devaluado o destruido. La geografía histórica del capitalismo está plagada de ejemplos de tales crisis de sobreacumulación, algunas locales y de corta vida (como tras la crisis del sistema bancario sueco en 1992), y otras a una escala algo mayor (la larga depresión que viene afectando a la economía japonesa desde 1990, aproximadamente). En otras ocasiones afecta a todo el sistema y en último término se convierte en una crisis mundial (como en 1848, 1929, 1973 y 2008). En una crisis general, una buena proporción del capital se devalúa (los 50 billones de dólares poco más o menos de pérdidas en activos globales estimados para la crisis actual son uno de esos casos). El capital devaluado puede existir en muchas formas: fábricas desiertas y abandonadas; edificios de oficinas y supermercados vacíos; mercancías excedentes que no pueden ser vendidas; dinero que permanece inactivo sin producir beneficios; caída del valor de los activos en acciones, obligaciones, tierra, propiedades, objetos de arte, etcétera.
Tanto Karl Marx como Joseph Schumpeter llenaron muchas páginas sobre las tendencias «creativas-destructivas» inherentes al capitalismo. Aunque Marx admiraba claramente la creatividad del capitalismo (al igual que más tarde Lenin y toda la tradición marxista), también insistió en su autodestructividad. Los seguidores de Schumpeter han alabado siempre la creatividad sin límites del capitalismo, considerando su destructividad, como mucho, como coste normal del negocio (aunque admitan que esa autodestructividad se sale ocasionalmente de madre). Aunque los costes (particularmente cuando se miden en las vidas perdidas en dos guerras mundiales que fueron, después de todo, guerras intercapitalistas) hayan sido mucho mayores de lo que los schumpeterianos suelen conceder, podrían estar básicamente acertados desde la perspectiva de la longue durée, al menos hasta hace poco. Después de todo, el mundo se ha hecho y rehecho varias veces desde 1750, y tanto la producción global como el nivel de vida medido en bienes materiales y servicios ha aumentado significativamente para un número cada vez mayor de personas privilegiadas, aunque la población total haya aumentado en mayor proporción, desde menos de 2.000 millones de seres humanos hasta cerca de 7.000 millones. Durante los dos últimos siglos el capitalismo ha sido asombrosamente creativo; pero la situación podría estar hoy día más cerca que nunca de lo que Marx presagió, y no solo porque las desigualdades sociales y de clase se hayan agudizado en una economía mucho más volátil (ya había sucedido antes esto, particular y ominosamente durante la década de los veinte, antes de la última gran depresión).
Tanto Karl Marx como Joseph Schumpeter llenaron muchas páginas sobre las tendencias «creativas-destructivas» inherentes al capitalismo. Aunque Marx admiraba claramente la creatividad del capitalismo (al igual que más tarde Lenin y toda la tradición marxista), también insistió en su autodestructividad. Los seguidores de Schumpeter han alabado siempre la creatividad sin límites del capitalismo, considerando su destructividad, como mucho, como coste normal del negocio (aunque admitan que esa autodestructividad se sale ocasionalmente de madre). Aunque los costes (particularmente cuando se miden en las vidas perdidas en dos guerras mundiales que fueron, después de todo, guerras intercapitalistas) hayan sido mucho mayores de lo que los schumpeterianos suelen conceder, podrían estar básicamente acertados desde la perspectiva de la longue durée, al menos hasta hace poco. Después de todo, el mundo se ha hecho y rehecho varias veces desde 1750, y tanto la producción global como el nivel de vida medido en bienes materiales y servicios ha aumentado significativamente para un número cada vez mayor de personas privilegiadas, aunque la población total haya aumentado en mayor proporción, desde menos de 2.000 millones de seres humanos hasta cerca de 7.000 millones. Durante los dos últimos siglos el capitalismo ha sido asombrosamente creativo; pero la situación podría estar hoy día más cerca que nunca de lo que Marx presagió, y no solo porque las desigualdades sociales y de clase se hayan agudizado en una economía mucho más volátil (ya había sucedido antes esto, particular y ominosamente durante la década de los veinte, antes de la última gran depresión).
El capitalismo ha sobrevivido hasta ahora pese a muchas predicciones de su inminente desaparición, lo que sugiere que dispone de suficiente fluidez y flexibilidad para superar todos los límites, aunque no, como demuestra también la historia de sus crisis periódicas, sin violentas correcciones. Marx presentaba una útil lectura de ese carácter flexible en sus cuadernos de notas, publicados finalmente en 1941 como Grundrisse der Kritik des politischen Öekonomie, contrastando en ellos la ausencia potencial de límites de la acumulación monetaria, por un lado, con los aspectos potencialmente limitadores de la actividad material (producción, intercambio y consumo de mercancías), por otro, y sugería que el capital no puede tolerar tales limitaciones, señalando que «cada límite aparece como una barrera que debe superarse». Así pues, en la geografía histórica del capitalismo se da una pugna perpetua por convertir límites aparentemente absolutos en barreras que se puedan superar o bordear. Pero ¿cómo sucede esto y cuáles son los límites de principio?
El examen del flujo de capital a través de la producción revela seis barreras potenciales a la acumulación que el capital debe superar para reproducirse:
1) insuficiente capital-dinero inicial;
2) escasez de la oferta de trabajo o dificultades políticas para agenciárselo;
3) medios inadecuados de producción, incluidos los «límites naturales»;
4) tecnologías y formas organizativas inadecuadas;
5) resistencias o ineficiencias en el proceso de trabajo, y
6) escasez de demanda respaldada por dinero para pagar en el mercado.
El bloqueo en cualquiera de esos puntos trastorna la continuidad del flujo de capital y, si se prolonga, acaba produciendo una crisis de devaluación.
Para reducir la velocidad no basta pisar el freno, hay que cambiar a marchas más cortas, y esto requiere un consumo de combustible proporcional al tiempo de la frenada. Paradójicamente, al parecer se necesitan grandes sumas de capital para acabar con el artero capitalismo.
ResponderEliminarMe pregunto cómo saldremos de esta (si es que logramos salir). Las contradicciones del sistema se ha ido transformando en peligrosas incoherencias.