En el capítulo V, "la evolución del capital", desarrolla, a partir de una nota a pie de página de la obra de Marx, la idea de las "esferas de actividad", diferenciadas pero interdependientes, en que se mueve el capital en su búsqueda incesante de beneficios, sin los cuales su propia existencia carece de sentido.
El carácter dialéctico de las relaciones excluye cualquier determinismo, en contra de la tosca interpretación de que "la base económica determina la superestructura". Porque cualquier ámbito de los que se suelen incluir en ésta (político, jurídico, ideológico, cultural...) influye en todos los demás, y en la misma base económica, a veces por vías inesperadas.
Un caso de influencia no prevista, el del virus del sida, le sirve de ejemplo: su efecto sobre la sociedad capitalista ha dado lugar a respuestas tecnológicas, organizativas y sociales insertas en la circulación del capital. Sus efectos sobre la reproducción de la vida cotidiana, sobre las relaciones y actividades sexuales y sobre las prácticas reproductivas han sido profundos, mediados por la tecnología médica, las respuestas institucionales y las creencias sociales y culturales.
Y si el contagio del sida se limitaba en lo esencial a ciertos grupos de riesgo, la mucho menos controlable pandemia de ahora, en una situación socioeconómica de partida aún más crítica que la de entonces, puede traer consecuencias insospechadas.
Su crecimiento exponencial es lo que más dificulta la lucha contra este virus. En esta ocasión es el virus el que dificulta el crecimiento exponencial del capital, que batalla constantemente para organizar a su modo las "esferas de actividad", acomodándolas (si puede) a la regla del 3 por 100 de crecimiento anual.
Difíciles las batallas contra ambos virus, por la tendencia al rebrote siempre que persista el crecimiento exponencial, pero también por la dificultad de comprender esto de forma intuitiva. De ahí el rechazo de tantos a las medidas anti-covid, y también, paralelamente, a los frenos que se opongan al capitalismo.
Véanse estos enlaces:
Aritmética, población y energía
Muchas personas tienden a quedarse cortas al calcular el crecimiento exponencial de cosas como las tasas de interés o la propagación de un virus. |
(...)
Consideremos, en primer lugar, el desarrollo capitalista a lo largo del tiempo. dejando por el momento a un lado la evolución de su organización espacial, su dinámica geográfica y sus impactos y constricciones medioambientales. Imaginemos pues una situación en la que el capital se desplaza a través de «esferas de actividad» distintas pero interrelacionadas, en búsqueda de beneficios. Una «esfera de actividad» crucial es la que se refiere a la producción de nuevas formas tecnológicas y organizativas. Los cambios en esa esfera tienen notables efectos sobre las relaciones sociales, así como sobre las relaciones de los humanos con la naturaleza; pero sabemos que tanto unas como otras cambian de forma no estrictamente determinada por las formas tecnológicas y organizativas. Surgen además situaciones en las que la escasa oferta de mano de obra o escaseces naturales ejercen fuertes presiones para que se implanten nuevas tecnologías o nuevas formas organizativas. En la actualidad, por ejemplo, abundan en los medios estadounidenses los comentarios sobre la necesidad de nuevas tecnologías que liberen al país de su dependencia del petróleo extranjero y para combatir el calentamiento global. El gobierno de Obama promete programas con ese fin e impulsa a la industria automovilística a fabricar coches eléctricos o híbridos (desgraciadamente para Estados Unidos, los chinos y japoneses van muy por delante en ese terreno).
Los sistemas de producción y los procesos de trabajo están también profundamente implicados en la forma en que se reproduce la vida cotidiana mediante el consumo. Ni unos ni otros son independientes de las relaciones sociales dominantes, la relación con la naturaleza y las tecnologías y formas organizativas debidamente constituidas. Pero lo que llamamos «naturaleza», aunque se vea claramente afectada por la acumulación de capital, (destrucción del hábitat y de especies, calentamiento global, nuevos compuestos químicos que contaminan el suelo y los bosques, cuya productividad se pretende aumentar mediante una gestión sofisticada), no está determinada únicamente por ella; desde el principio de los tiempos, mucho antes de que sobre ella existieran seres humanos y por supuesto de que se constituyera ningún capital, se vienen dando sobre nuestro planeta diversos procesos de evolución, independientemente de ella. El surgimiento de un nuevo agente patógeno como el virus del sida, por ejemplo, ha tenido un efecto inmenso sobre la sociedad capitalista (dando lugar a respuestas tecnológicas, organizativas y sociales insertas en la circulación del capital). Sus efectos sobre la reproducción de la vida cotidiana, sobre las relaciones y actividades sexuales y sobre las prácticas reproductivas han sido profundos, pero se han visto mediados por la tecnología médica, las respuestas institucionales y las creencias sociales y culturales.
Todas esas «esferas de actividad» se insertan en un conjunto de dispositivos institucionales (como los derechos de propiedad privada y los contratos comerciales) y estructuras administrativas (el Estado y otras instituciones locales y multinacionales), que también siguen su propia evolución aunque se vean obligadas a adaptarse a las condiciones de crisis (como está sucediendo ahora) y a los cambios en las relaciones sociales. La gente actúa, además, a partir de sus expectativas, sus creencias y su imagen o comprensión del mundo. Los sistemas sociales dependen de la confianza en los expertos, de un adecuado conocimiento e información por parte de quienes toman las decisiones, del grado de aceptación de las convenciones sociales (jerárquicas o igualitarias), así como del respeto a determinadas normas éticas y morales (por ejemplo, en nuestra relación con los animales y otras especies y nuestra responsabilidad ante el mundo que llamamos naturaleza). Las normas culturales y sistemas de creencias (esto es, las ideologías religiosa y políticas) ejercen una poderosa influencia, pero no son independientes de las relaciones sociales, las posibilidades de producción y consumo y las tecnologías dominantes. Las interrelaciones en pugna entre los cambiantes requisitos técnicos y sociales para la acumulación de capital han desempeñado todas ellas un papel decisivo en la evolución del capitalismo. A fin de simplificar un tanto el cuadro, reuniré todos estos últimos elementos bajo la rúbrica de «concepciones mentales del mundo».
Esta caracterización nos da siete «esferas de actividad» distintas en la trayectoria o evolución del capitalismo:
- tecnologías y formas organizativas.
- relaciones sociales,
- dispositivos institucionales y administrativos,
- procesos de producción y trabajo,
- relaciones con la naturaleza,
- reproducción de la vida cotidiana y de las especies y
- «concepciones mentales del mundo».
Ninguna de esas esferas domina a las demás ni tampoco es independiente de ellas; ni está ninguna de ellas determinada, ni siquiera colectivamente, por las demás. Cada esfera sigue su propia evolución, por más que lo haga siempre en interacción dinámica con las demás. Los cambios tecnológicos y organizativos surgen por todo tipo de razones (y a veces accidentalmente), mientras que la relación con la naturaleza es inestable y continuamente cambiante, aunque solo en parte debido a las modificaciones inducidas por los seres humanos. Nuestras concepciones mentales del mundo, por poner otro ejemplo, suelen ser inestables, impugnadas, sujetas no solo a descubrimientos científicos sino también a caprichos, modas, deseos y creencias culturales y religiosas apasionadamente mantenidas. Los cambios en nuestras concepciones mentales tienen todo tipo de consecuencias, pretendidas o no, para las innovaciones tecnológicas y organizativas susceptibles o no de ser adoptadas, las relaciones sociales, los procesos de trabajo, las relaciones con la naturaleza y los dispositivos institucionales. La dinámica demográfica que emerge de la esfera de la reproducción y la vida cotidiana es relativamente autónoma, por mucho que se vea afectada por sus relaciones con las otras esferas.
Los complejos flujos de influencia mutua entre las esferas las reconfiguran continuamente. Además, esas interacciones no son necesariamente armoniosas. De hecho, podemos reconceptualizar la génesis de las crisis en términos de las tensiones y antagonismos que surgen entre las diferentes esferas de actividad cuando, por ejemplo, nuevas tecnologías se contraponen al deseo de nuevas configuraciones de las relaciones sociales o perturban la organización de los procesos de trabajo existentes. Pero en lugar de examinar esas esferas secuencialmente, como hicimos antes en el análisis de la circulación del capital, ahora las tendremos presentes colectivamente en su evolución conjunta a lo largo de la historia del capitalismo.
En una sociedad determinada, y en el lugar y en el lugar y momento determinados —Gran Bretaña en 1850 o el delta del río Perla en China actualmente, digamos— podemos definir su situación y carácter general, en buena medida, en términos de la organización y configuración conjunta de esas siete esferas en relación mutua. También se puede decir algo sobre el probable desarrollo futuro del orden social en tales lugares y momentos, a partir de las tensiones y contradicciones entre las distintas esferas de actividad, aun reconociendo que esa relación dinámica probable no está absolutamente determinada sino que es contingente.
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El capital no puede circular o acumularse sin afectar de algún modo a todas y cada una de esas esferas de actividad. Cuando el capital encuentra barreras o límites en una esfera o entre ellas, busca como eludir o superar esa dificultad. Si esta es seria, puede dar lugar a una grave crisis. Un estudio de la evolución conjunta de las esferas de actividad proporciona así un marco en el que situar la evolución en general de la sociedad capitalista y su propensión a las crisis. ¿Cómo se puede entonces implementar de forma concreta ese marco analítico abstracto?
(...)
Puede sonar utópico, pero si se me encargara a mí la construcción de una ciudad totalmente nueva, me gustaría imaginar una capaz de evolucionar en el futuro, más que una estructura permanente, congelada y completa, e imaginar cómo podrían no sólo funcionar sino movilizarse conscientemente las relaciones dinámicas entre las distintas esferas de actividad, no tanto para alcanzar algún objetivo específico sino para abrir nuevas posibilidades. Evidentemente, la ciudad tendría que construirse atendiendo en primer lugar a las relaciones sociales dominantes, a las estructuras de empleo y a las tecnologías y formas organizativas disponibles; pero también se podría considerar como un vivero para la experimentación con nuevas tecnologías y formas organizativas congruentes con el desarrollo de relaciones sociales más igualitarias, el respeto a las diferencias de género y una relación más sensible con la naturaleza que la que se deriva de la búsqueda incesante del grial cada vez menos sagrado de la acumulación sin fin de capital con una tasa de crecimiento compuesta del 3 por 100 anual.
Pero no he sido yo el primero en plantear ese marco de pensamiento; deriva de una nota a pie de página en el capítulo XV* del volumen I de El capital, en la que Marx comenta, precisamente tras una breve cita de la teoría darwiniana de la evolución, que «la tecnología revela la relación activa del hombre con la naturaleza, el proceso directo de producción de su vida, e igualmente de las relaciones sociales y de las concepciones mentales que derivan de ellas». Ahí Marx invoca cinco (quizá seis si «el proceso directo de producción de su vida» se refiere tanto a la producción de mercancías como a su consumo en la vida cotidiana) de las siete esferas de actividad que he detallado anteriormente; sólo faltan los dispositivos institucionales.
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Sin embargo, hay desarrollos desiguales entre las esferas que generan tensiones en la trayectoria de la evolución. En algunas encrucijadas decisivas, esas tensiones reorientan la trayectoria en una dirección y no en otras. ¿Podría surgir de esa dinámica una forma nueva y «más elevada» de familia? ¿Podría inducir la enseñanza pública requerida para producir una fuerza de trabajo mejor formada, más flexible y bien entrenada, una cultura popular ilustrada que permitiera tomar el mando a las organizaciones obreras? ¿Podrían diseñarse tecnologías que aliviaran la carga de trabajo en lugar de ponerla al servicio del Moloch devorador de la acumulación sin fin de capital? En cada encrucijada había distintas posibilidades, por más que las adoptadas de hecho impulsaran al capitalismo por vías cada vez más represivas. La inclinación británica por el libre mercado y el laissez faire no tenía por qué triunfar necesariamente en el siglo XIX, pero, una vez que lo hizo, la evolución del capitalismo siguió una vía muy concreta, no particularmente benevolente.
Permítaseme pues resumir. Las siete esferas de actividad evolucionan conjuntamente a lo largo de la historia del capitalismo en formas peculiares. Ninguna de ellas prevalece sobre las demás, y cada una goza de la posibilidad de un desarrollo autónomo (la naturaleza muta y evoluciona independientemente, como lo hacen las concepciones mentales, las relaciones sociales, las formas de la vida cotidiana, los dispositivos institucionales, las tecnologías, etc,). Cada una de esas esferas experimenta una continua renovación y transformación, tanto en interacción con las demás como en una dinámica propia interna que crea continuas novedades en el comportamiento humano. Las relaciones entre las esferas no son causales sino que están dialécticamente entrelazadas mediante la circulación y acumulación de capital. Como tal, la configuración global constituye una totalidad socioecológica. No se trata, insisto en ello, de una totalidad mecánica, un motor social cuyas partes se adecuen estrictamente a los dictados de la totalidad, sino más bien de un sistema ecológico compuesto por muchas especies y formas de actividad diferentes; lo que el filósofo/sociólogo francés Henri Lefebvre llamaba un ensemble o su compatriota Gilles Deleuze un assemblage de elementos entre los que se da una relación dinámica mutua. En tal totalidad ecológica, las interrelaciones son fluidas y abiertas, aunque estén inextricablemente entrelazadas entre sí.
El desarrollo desigual entre las esferas permite la materialización de sucesos imprevistos o improbables (del estilo de las mutaciones fortuitas en la teoría darwiniana) y genera tensiones y contradicciones. También puede suceder que acontecimientos inopinados en una esfera, en determinado momento y lugar, desempeñen un inesperado papel de vanguardia. El desarrollo repentino de agentes patógenos (como el VIH/sida, la gripe aviar o el SRAS) o el estallido de un fuerte movimiento social por los derechos laborales, civiles o de emancipación femenina, un haz de innovaciones tecnológicas como el reciente ascenso de la electrónica y las tecnologías informáticas, o un brote expansivo de política utópica, han servido en distintos momentos y lugares como detonantes de una aceleración del proceso de evolución conjunta, ejerciendo una inmensa presión sobre las demás esferas, bien para ponerse a la par o para constituir reductos de oposición recalcitrante o de resistencia activa. Una vez que la tecnología se convirtió en un negocio de por sí (como sucedió desde mediados del siglo XIX en adelante), a veces había que crear una necesidad social para utilizar un nuevo invento, y no al revés. En el sector farmacéutico hemos visto en tiempos recientes la creación de diagnósticos totalmente nuevos de estados mentales y físicos que justificaban el empleo de nuevas drogas (el ejemplo más clásico es el del Prozac). La creencia dominante entre la clase capitalista y el conjunto de la sociedad, incluso, de que existe un remedio tecnológico para cada problema y una píldora para cada dolencia tiene todo tipo de consecuencias. El «fetiche de la tecnología» sigue teniendo por tanto un papel indebidamente dominante en el impulso de la historia burguesa, al que se pueden atribuir tanto sus asombrosos logros como ciertas catástrofes autoinfligidas. ¡Como si los problemas de nuestra relación con la naturaleza pudieran ser resueltos por nuevas tecnologías más que por revoluciones en la reproducción social y la vida cotidiana!
Históricamente parece como si hubiera periodos en los que algunas de las esferas discreparan radicalmente de otras. En Estados Unidos, por ejemplo, donde el prestigio de la ciencia y la tecnología parece indiscutido, hay sin embargo mucha gente que rechaza la teoría de la evolución. Aunque la teoría del cambio climático global disponga de sólidas bases científicas, muchos están convencidos de que es un fraude. ¿Cómo se puede entender mejor la relación con la naturaleza cuando predominan creencias religiosas o políticas que no conceden ningún crédito a la ciencia? Situaciones de ese tipo suelen conducir a fases de estancamiento o a reconstrucciones radicales, que vienen presagiadas por crisis. En el caso del capitalismo, su tendencia a la crisis, nunca resuelta, da lugar a un desplazamiento espasmódico de una esfera a otra.
Pero hay un límite para esas alternancias. sean cuales sean las innovaciones o desplazamientos que tengan lugar, la supervivencia del capitalismo a largo plazo depende de su capacidad para mantener una tasa de crecimiento compuesto del 3 por 100. La historia del capitalismo está plagada de tecnologías que se ensayaron y no funcionaron, planes utópicos para la promoción de nuevas relaciones sociales (como las comunas icarianas en Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX, los kibutz israelíes en la década de los cincuenta, o las actuales «comunas ecologistas»), que acabaron siendo asimilados o abandonados frente a la lógica capitalista dominante. Sea como sea, de un modo u otro, el capital debe organizar de algún modo las siete esferas para acomodarse a la regla del 3 por 100 de crecimiento.
_____________________Pero hay un límite para esas alternancias. sean cuales sean las innovaciones o desplazamientos que tengan lugar, la supervivencia del capitalismo a largo plazo depende de su capacidad para mantener una tasa de crecimiento compuesto del 3 por 100. La historia del capitalismo está plagada de tecnologías que se ensayaron y no funcionaron, planes utópicos para la promoción de nuevas relaciones sociales (como las comunas icarianas en Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX, los kibutz israelíes en la década de los cincuenta, o las actuales «comunas ecologistas»), que acabaron siendo asimilados o abandonados frente a la lógica capitalista dominante. Sea como sea, de un modo u otro, el capital debe organizar de algún modo las siete esferas para acomodarse a la regla del 3 por 100 de crecimiento.
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* «Maquinaria y gran industria», capítulo XIII de la edición canónica en aleman y también de la de Akal, El capital, cit., p. 81.
No podemos, ni podremos jamás, controlar el universo. Y somos parte de él.
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