Por la importancia y la oportunidad de los temas tratados, la reproduzco entera, aderezándola con mis (siempre subjetivas) llamadas a vuestro interés. Pido perdón si son inoportunas o demasiado obvias.
Andrés Piqueras, profesor titular de Sociología en la Universidad Jaume I de Castellón, es autor y/o director de numerosos estudios sobre migraciones, mundialización, identidades e intervención de los sujetos colectivos en el ámbito social y político. Entre sus libros más recientes cabe destacar Capital, migraciones e identidades (2007) y la obra colectiva del Observatori Permanent de la Inmigració (OIC), del que fue creador y director, El colapso de la globalización (2011). La conversación se centra en su último libro publicado por Anthropos en su colección Cuadernos A.
Publicada en tres entregas, estos son sus epígrafes y los correspondientes enlaces:
I
Estamos en una crisis de larga duración que es a buen seguro la antesala de una crisis civilizatoria
II
III
Las hipotecas basura fueron tan sólo el desencadenante |
I
-El libro, señalas en el prefacio, pretende una síntesis explicativa del capitalismo histórico a través de sus crisis y a partir de las propuestas de carácter teórico que le fundamentan y atraviesan. Es decir, añades, intenta mostrar como “aquél se explica mejor mediante el entrelazamiento coherente de esas propuestas”. Esas crisis de las que hablas, ¿qué crisis son, cuáles serían las más importantes?
-La automatización o, en general, la tendencia al desarrollo de las
fuerzas productivas, que es inherente a la acumulación capitalista, hace
que la utilización de fuerza de trabajo por unidad de capital invertido
tienda a ser cada vez menor, provocando una tendencia estructural hacia
la eliminación de empleos y una sobreacumulación de capital invertido
por unidad de valor que se es capaz de generar (al disminuir la plusvalía ligada a la explotación del trabajo humano). Estos procesos conllevan crisis de valorización.
Hay, pues, históricamente, una tendencia a la sobreacumulación
de capital en relación a su capacidad de generar plusvalía. Sin
embargo, esa tendencia, que está siempre ahí larvada, no tiene porqué
manifestarse necesariamente en forma de cataclismos capitalistas. De
hecho, históricamente ha sido contrarrestada a través de numerosos
factores y procesos. Hay, sin embargo, otro tipo de crisis estructurales
subyacentes. Tienen que ver con las inadecuaciones entre la forma
dominante de mediación social que adquiere históricamente la explotación
capitalista (más o menos despótica, más o menos reformista o
democrática, que se traduce en la naturaleza que adquiere el Estado en
cada momento, en función de la correlación de fuerzas entre Capital y
Trabajo) y las maneras de expresar la relación de clase que permiten la obtención del valor como plusvalía por mediación del trabajo de los seres humanos. Estas inadecuaciones se traducen en crisis de regulación.
Cuando las crisis de regulación coinciden con las crisis de
valorización provocan grandes conmociones internas del capitalismo, que
le hacen mutar y, al fin, pueden poner en peligro su propia
continuidad. Estamos en presencia, entonces, de las Grandes Crisis o
Crisis de Larga Duración, que “empantanan” al Sistema.
Tengamos
en cuenta, además, que cuando un Sistema se instala por largo tiempo en
una situación de rendimientos decrecientes o estancamiento, tiene, como
dice la ecología política, tres posibilidades: o el salto hacia
adelante, para emprender un nuevo modelo de crecimiento; o la crisis
(que “limpia” parte de lo “disfuncional” y permite continuar sin cambios
estructurales); o el colapso (cuando todo su orden civilizatorio se
desmorona y surge una estructura distinta a la previa). En situaciones
de prolongado estancamiento, si un Sistema no es capaz de dar un salto
adelante se ve más claramente abocado al colapso.
Nosotros
estamos de momento en una Crisis de Larga Duración que es a buen seguro
la antesala de una Crisis Civilizatoria, que a su vez es casi siempre
compañera del Colapso.
-Permíteme algunas precisiones sobre lo que acabas de señalar. Históricamente, has señalado, esa tendencia a la sobreacumulación ha sido contrarrestada a través de numerosos factores y procesos. Por ejemplo…
-Por ejemplo,
en orden a contrarrestar los obstáculos en la valorización, el Capital
aumentó significativamente la tasa de explotación de la fuerza de
trabajo; abarató el coste de las materias primas (y en general, redujo
el valor de las mercancías que determinan el valor de la fuerza de
trabajo, rebajando también el valor de ésta); ha desvalorizado capitales
obsoletos, a través de bancarrotas, anexiones y fusiones; ha abaratado
también el empleo de capital constante: a) aumentando el volumen de
producción (p.e. a través de la prolongación del tiempo de trabajo, con
turnos ininterrumpidos, horas extras…); b) utilizando más racionalmente
materias primas y energía, o ahorrando en medidas de protección laboral
(seguridad social, condiciones de seguridad laboral…); ha venido
reduciendo en sus sectores más avanzados el tiempo de rotación del
capital y de su renovación, acortando eficazmente el tiempo entre la
producción y la venta. Además, los capitales excedentes han buscado
crecientemente su valorización en localizaciones (por lo general
periféricas) donde la composición orgánica del capital es todavía menor
(incorporando mayor trabajo humano); o bien a través de la penetración
final de sectores que todavía no estaban organizados plenamente de forma
capitalista. A todo ello se ha sumado el intento de “inmaterialización”
de la economía. Proceso perseguido sobre todo a través de la
“revolución informática”.
-Por lo demás, estos pronósticos que señalas, ¿no pueden ser predicciones falsadas por la experiencia o por un futuro que está abierto a luchas, a incertidumbres, a cambios o innovaciones inesperados?
-Las condiciones
infraestructurales y estructurales que hacen tender hacia el colapso a
un Sistema pueden ser paliadas o redirigidas, pero casi nunca suprimidas
por, digamos, “el factor humano”. Lo que sí puede ese factor es
condicionar e incluso a veces anticipar cómo se producirá el cambio de
Sistema o la desintegración del mismo. Si ese paso podrá ser más o menos
brusco, si el Sistema colapsará en diferentes formas de producción
desconectadas o bien se puede preparar la “transición” hacia ciertos
modelos sociales, o incluso hacia otro modo de producción. El final de
algo y las posibilidades de que surjan después unas u otras formaciones
sociales dependerá en gran medida de las luchas de las poblaciones. Más
cuanto más conscientes son de los procesos infraestructurales
(ecológicos) y estructurales (económicos) que tienen lugar bajo sus
pies, a veces profundamente por debajo de sus pies.
Nuestra
experiencia nos dice que el capitalismo siempre se recupera de sus
crisis y que éstas son cíclicas. Pero esta vez eso no nos sirve. Hemos
agotado los límites de la energía que es capaz de alimentar a este modo
de producción y, en general, la capacidad de expansión global del mismo
(a falta de milagro energético). Esta no es una fase más de un ciclo,
sino el principio del fin de un modo de producción histórico y de una
civilización entera que le acompañó.
Si bien, su trayectoria degenerativa puede alargarse durante bastante tiempo.
-Has hablado de crisis civilizatorias. ¿Qué es una crisis de civilización, cómo podríamos definirla? En la misma línea: ¿qué colapsa en un colapso? ¿Todo? ¿Y qué es todo?
-Un Sistema social es
el resultado de la interconexión mutuamente vinculante, orgánica, de
diferentes esferas, campos u órdenes estructurales: sociales,
culturales, económicos, políticos, ideológicos y también psicológicos y
ecológicos. Es decir, un Sistema lleva emparejado un orden
civilizatorio, que implica una “cosmovisión”, una manera de entender las
relaciones humanas, de relacionarse con el hábitat y con la Naturaleza
en general, de organizar la producción, de determinar para qué y cómo se
produce, de establecer cómo se distribuye lo producido, cómo “se
consume” la biosfera y la ecosfera. Está basado en un tipo u otro de
energía, depende de flujos de materiales, energía e información y hace
prevalecer unas u otras formas de comunicación, etc., etc… Todos estos
campos están fuertemente “interconectados” entre sí. El desmoronamiento
de algunos de ellos tiende a afectar rápidamente a los restantes.
Cuando el entramado civilizacional comienza a dar síntomas evidentes de
crisis, si el Sistema no se es capaz de renovarse dando un salto
cualitativo hacia adelante, no le queda mucho tiempo antes de iniciar el
camino hacia el colapso. El colapso, efectivamente, de todo aquel
entramado. Otra cosa es que no se preserven aspectos o elementos del
mismo para la fase “post”. Siempre pueden sobrevivir algunos elementos
del pasado orden civilizatorio.
-¿No te has referido antes, aunque fuera de manera no explícita, a la ley tendencial de la caída de ganancia? Esta ley marxista no estaba muy desprestigiada en el mundo académico. ¿Qué es, de hecho, una ley tendencial?
-Sí, estaba desprestigiada porque el “establishment” académico se había
creído y había querido hacernos creer que el capitalismo había superado
esa tendencia a las Grandes Crisis. Por eso, entre otras cosas, fue
absolutamente incapaz de prever la Crisis actual.
La Ciencia está basada en formulaciones tendenciales, que apuntan que siempre que concurran determinados factores y en ausencia de nuevas variables o elementos externos las probabilidades de que se produzcan ciertos resultados o también procesos son más o menos grandes. Como la Ciencia Social trata con las entidades más complejas de todas, los seres humanos, sus formulaciones han de ser más modestas y parciales, dado que los seres humanos son más susceptibles de desbaratar cualquier previsión.
-El punto es central en tu libro, en tu aproximación al tema. ¿Qué debemos entender por luchas de clase? ¿Cómo defines ese concepto? ¿Qué es eso de que las clases sólo existen en tanto que luchas de clase?
-La relación de clase
hace referencia al hecho de que unos seres humanos se apropien de parte
o de la totalidad del hacer y de lo hecho por otros (quienes son
expropiados de su hacer y de lo hecho, ya sea mediante la fuerza
explícita y directa, la servidumbre aceptada o mediante un salario, por
ejemplo; también mediante el trabajo no reconocido o impagado). Es
decir, que hablar de relación de clase es lo mismo que hablar de explotación entre los seres humanos.
Los seres humanos realizan luchas de clase, a menudo sin conciencia
explícita de ello, enfrentando esa explotación, cuando se resisten a que
les aumenten la jornada laboral, la intensidad del tiempo de trabajo,
las horas extras, o cuando pugnan por tener mejores condiciones de
trabajo, más vacaciones, más días “libres”, entre otros muchos factores.
Otras veces, sin embargo, lo hacen de forma explícita, por una mejor
retención de la plusvalía que ellos mismos generan (lo que se traduce en
mejor salario). Estas son luchas de clase cuantitativas, que no
ponen en cuestión la propia extracción de plusvalía a costa del trabajo
ajeno (la explotación). El salto cualitativo en este proceso consiste
precisamente en enfrentar la propia explotación: estamos hablando
entonces de luchas de clase cualitativas.
Las clases no
luchan como sujetos coordinados, pero sí sectores más conscientes de las
mismas pueden devenir sujetos colectivos susceptibles de otorgar
niveles de agencialidad más consciente al conjunto de la clase social o
al menos a una parte más o menos importante de ella.
Aunque en el capitalismo las clases en
sentido ‘macro’ se establecen en función del antagonismo básico que
entraña la explotación de unos seres humanos por otros (quiénes quedan a
un lado u otro de la explotación que genera plusvalor), en realidad si
no hubiera luchas en torno a la relación de clase, que existieran o no las clases dejaría de ser significativo, porque las clases sólo adquieren verdadera materialidad a través de las luchas.
-Cuando hablas de opción reformista, ¿de qué opción hablas? ¿De la socialdemócrata? ¿Siempre esta opción ha sido útil para la propia marcha del capitalismo? ¿No puede hablarse de conquista para hacer referencia a ella en tu opinión?
-La opción reformista
tiene que ver con un tipo de regulación de la relación entre el Trabajo
y el Capital en el capitalismo histórico que fue proclive a la
negociación y al reformismo (a dar cabida y a ampliar formas más o menos
“democráticas” de regulación social). Implica alguna mejora en la
distribución del poder social, una relativa mayor participación del
conjunto de la sociedad en las decisiones que la afectan y una también
más aceptable distribución o redistribución de la riqueza social. En ese
sentido, es sinónima de la opción socialdemócrata del capitalismo, la
cual dejó de estar ligada estrictamente a partidos con ese nombre para
incorporarse durante un lapsus histórico determinado a la “dotación
genética” del sistema capitalista por lo que toca a sus núcleos
centrales. Esto es lo mismo que decir que el capitalismo se hizo socialdemócrata.
Este conjunto de circunstancias, como es evidente, no “brotaron” de
manera espontánea de este sistema, no resultaron de ningún plan
estratégico, sino que fueron forzadas por las luchas históricas del
Trabajo. Ahora bien, una vez que se consiguieron, lograron también ser
“absorbidas” por el organismo capitalista y, paradójicamente, se han
convertido en su más poderoso y eficaz factor a gran escala y largo
plazo para esquivar su crónica tendencia a la crisis, al menos y sobre
todo por lo que respecta a la vertiente de la realización de la
plusvalía o venta de las mercancías producidas. Esto es debido
precisamente a la propia mejora en la distribución de la riqueza social
y, en general, a los mecanismos de fidelización e integración del
Trabajo que le son anejos. La opción reformista ha logrado durante décadas una importante explotación cualitativa
o colaboración del Trabajo en su propia explotación, a cambio del
conjunto de dispositivos que garantizaban la “seguridad social” de éste.
-¿Pero existen condiciones para la realización de la opción reformista en el capitalismo actual? El pensamiento de Keynes, ¿puede ser aprovechado por la izquierda en tu opinión?
-Me temo que tengo que contestar con sendas negaciones a las dos preguntas. Explico cada una.
-Adelante, adelante.
-Primera, la opción reformista
fue tomada, digamos que forzadamente, debido a las luchas y a la
creciente organización y fortaleza del Trabajo, como dije, pero también
porque estaba pensada para un capitalismo de Estado (de acumulación
“nacional”), relativamente centrado en sí mismo si lo comparamos con el
actual. También fue posible porque el capitalismo estaba en una onda
expansiva con una gran disposición de recursos fósiles muy accesibles y
con altísimo rendimiento energético. Todo lo cual es ya imposible de
repetir. En el capitalismo global de hoy y en su momento degenerativo,
las claves reformistas ligadas a aquella opción no son reproducibles o
lo son sólo en muy baja intensidad y por muy corto tiempo, para muy
limitados sectores sociales.
-Te pregunto ahora por la segunda.
-De acuerdo.
Si este Sistema todavía estuviera en una edad fuerte, creciendo a un ritmo “sano”, podría encontrar una salvación muy pasajera en una suerte de “keynesianismo global” (de hecho, China es el único actor estatal que está intentando algo parecido a eso), pero ya no hay ni recursos ni tampoco capacidad de acumulación por parte del capital para ello.
Es por eso que los avances de la Humanidad de cara a la igualdad y emancipación de las grandes mayorías se dieron siempre a través del accionar de izquierdas, a veces contra la propia institucionalización de opciones y agentes que fueron previamente “izquierda”.
La izquierda de cada momento, como todo el resto de lo humano, es producto de su interacción dialéctica con específicas circunstancias históricas, que por su parte no son “entidades externas” a los individuos, sino que a su vez son resultado de ellos mismos, en una espiral dialéctica sin fin. A lo largo del tiempo las luchas emancipatorias de la Humanidad, sin seguir ninguna línea evolutiva predeterminada al respecto, han ido a intervalos incorporando la conciencia de nuevas fracturas, oposiciones y poderes, luchando contra ellos, y por tanto enriqueciendo la democracia (de ahí el desfase en la proyección y en la capacidad transformadora de quienes no incorporaron esos enriquecimientos en las siguientes generaciones de lucha). Así, lo que en un momento pudo ser una praxis “de izquierdas”, en otro puede no serlo o no serlo tanto si no atiende a las nuevas escisiones sentidas e identificadas entre los seres humanos y a las cambiantes condiciones socio-históricas a que responden.
II
-Nos habíamos quedado en este punto: ¿existen condiciones para la realización de la opción reformista en el capitalismo actual? El pensamiento de Keynes, ¿puede ser aprovechado por la izquierda en tu opinión? Me temo, señalabas, “que tengo que contestar con sendas negaciones a las dos preguntas. Explico cada una”. La segunda, la primera estaba explicada.-Todo modo de producción, mientras sigue vivo, tiene que establecer uno u otro modelo de regulación entre las clases y sectores sociales que le dan vida. Presionar al Sistema para que adquiera una nueva versión reformista podría ser útil para la izquierda como forma de lucha política de cara a forzar las contradicciones de un capitalismo en decadencia no sólo económica, sino también social, democrática, de legitimación; en la medida, entonces, en que pudiera hacer estallar aquellas contradicciones y visibilizar las impotencias de un modo de producción senil, con miras a trascenderle. En cambio, la defensa del reformismo como objetivo en sí mismo, estratégico, no aporta nada a la izquierda. Con ello se engaña a sí misma al tratar de hacer volver al capitalismo al pasado, a un pasado que, precisamente, no puede volver. Keynes intentó salvar al capitalismo de sí mismo frente a su Gran Crisis y al empuje de las fuerzas del Trabajo. Tuvo la valentía, aprovechando lo elaborado por otros autores algo más progresistas, de proponer la opción que al capital le podía salvar en esos momentos. A la izquierda en el presente nada de eso la fortalece, porque la lleva a perseguir un espejismo en lugar de concentrar sus esfuerzos en preparar de una forma un poco planificada una sociedad post-colapso, una sociedad post-capitalista que no sea una pura barbarie, sino que conlleve un aterrizaje lo más suave posible para desarrollar nuevas relaciones sociales de producción y de vida en general.
Si este Sistema todavía estuviera en una edad fuerte, creciendo a un ritmo “sano”, podría encontrar una salvación muy pasajera en una suerte de “keynesianismo global” (de hecho, China es el único actor estatal que está intentando algo parecido a eso), pero ya no hay ni recursos ni tampoco capacidad de acumulación por parte del capital para ello.
-Me imagino la respuesta pero tengo que preguntártelo. ¿Crees que estamos en una fase decadente del capitalismo?-Por supuesto. Hemos entrado en un periodo de alta inestabilidad sistémica e incertidumbre propio de un capitalismo que no encuentra una nueva vía excepcional de acumulación para su “normal” situación de estagnación, y que muestra cada vez más síntomas de agotamiento, como detallo en el libro de La opción reformista: creciente incapacidad de convertir el dinero en capital, creciente incapacidad de asalarización de la población mundial, crecientes límites ecológicos (tanto de recursos como aún más probablemente, de sumideros), creciente ingobernabilidad global, creciente contradicción entre valorización y realización, entre otras muy serias cuestiones. También he dedicado a ello buena parte de otro libro que recién está saliendo: Capitalismo mutante, en el que intento sopesar esos y otros procesos para comprobar si el Sistema ha comenzado su fase degenerativa.
-Antes hablabas de la izquierda, pero ¿qué entiendes por “izquierda”? ¿hay diferentes formas de ser de izquierdas?-¿Qué significa a la postre ser de izquierda o derecha? Históricamente la gran diferencia ha venido expresada en la prelación y relación entre intereses individuales y colectivos. La derecha indica una forma de ver los propios intereses como contrapuestos o en competencia con los de los demás (en cualquier caso, por tanto, con una prelación clara: “primero yo y después si sobra, el resto”). La izquierda, por el contrario, va unida al reconocimiento de que los intereses particulares se consiguen mejor a través de la persecución de intereses colectivos (es decir, de la realización del bienestar, o mejor del bienvivir de las grandes mayorías). Por ello cualquier accionar, para ser de izquierda, debe buscar siempre rehacer lo dado en orden a que el bienvivir afecte a más y más capas de población, lo que tiende (aunque no siempre es condición necesaria) a implicar la toma de partido por la parte más débil en cualquier relación social. La derecha, en cambio, tiene su razón de ser en su permanente intento de preservar para uno mismo determinadas ventajas en las oportunidades de vida (y por ende su tendencia a preservar poderes).
Es por eso que los avances de la Humanidad de cara a la igualdad y emancipación de las grandes mayorías se dieron siempre a través del accionar de izquierdas, a veces contra la propia institucionalización de opciones y agentes que fueron previamente “izquierda”.
La izquierda de cada momento, como todo el resto de lo humano, es producto de su interacción dialéctica con específicas circunstancias históricas, que por su parte no son “entidades externas” a los individuos, sino que a su vez son resultado de ellos mismos, en una espiral dialéctica sin fin. A lo largo del tiempo las luchas emancipatorias de la Humanidad, sin seguir ninguna línea evolutiva predeterminada al respecto, han ido a intervalos incorporando la conciencia de nuevas fracturas, oposiciones y poderes, luchando contra ellos, y por tanto enriqueciendo la democracia (de ahí el desfase en la proyección y en la capacidad transformadora de quienes no incorporaron esos enriquecimientos en las siguientes generaciones de lucha). Así, lo que en un momento pudo ser una praxis “de izquierdas”, en otro puede no serlo o no serlo tanto si no atiende a las nuevas escisiones sentidas e identificadas entre los seres humanos y a las cambiantes condiciones socio-históricas a que responden.
-No quiero dejar pasar la ocasión de hacerte esta pregunta, aunque parezca que se aleja un tanto de lo que estamos tratando. El en su momento denominado socialismo real, ¿qué era para ti realmente? ¿Socialismo o Capitalismo de Estado?-Ni una cosa ni la otra. Fue uno de los nombres dados al conjunto de sociedades que en el siglo XX comenzaron un proceso de desconexión con el capitalismo y de construcción de una vía socialista que se vio truncada más o menos pronto según los casos, y que quizás, como dice Erik Olin Wright, se convirtió en una suerte de “estatismo”. Recordemos que el modelo típico de transición en el siglo XX se caracterizó porque en él no había propiedad privada de los medios de producción, no existía compra-venta de la fuerza de trabajo, los productos perdieron parte de su calidad de mercancías en virtud de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados), no había producción regida por el valor (tasa de ganancia), ni reinversión acumulativa de parte de la plusvalía social, y la acumulación estuvo en su mayor parte acotada a ciertos privilegios de consumo (nunca provenientes de la plusvalía directamente extraída a costa del trabajo ajeno). Esto muy difícilmente podría ser llamado “capitalismo”, ni de Estado ni de nada. Otra cosa es que fuera “socialismo”. Más bien se quedó como un engendro (“estatismo”) a medio camino: no desligado del todo de la ley del valor capitalista pero dotado de una economía planificada, sin propiedad privada de los medios de vida, pero sin socialización de los mismos. A la postre, la estatalización de la acumulación dio paso a un modelo de regulación burocrático.
Sin verdadera democratización del conjunto de las
relaciones sociales de producción, el paso al socialismo se bloquea. Lo
cual no quiere decir, de todas formas, que los pueblos que en el siglo
XX emprendieron ese camino no consiguieran un avance muy importante en
sus condiciones de vida, en comparación con la situación que hubieran
tenido de seguir inmersos en el capitalismo subordinado, de miseria, que
les había tocado vivir. Hoy, tendemos a ver esas experiencias
como abortos del socialismo que fueron reabsorbidos en el útero
capitalista. Pero quizás, con la degeneración que muestra ya este
Sistema, podríamos comenzar a verlas como los primeros aldabonazos de la
Humanidad en la consecución de un mundo socialista, en el logro de una
sociedad post-capitalista abierta a la emancipación humana.
En cuanto a los países latinoamericanos que nombras, tanto aquéllos como otros del ALBA son intentos de construir un capitalismo de Estado en el que (por primera vez en las periferias del mundo capitalista) se abra paso la opción reformista, lo que traducido a otros tiempos significa emprender un cierto ‘keynesianismo’. Aprovechan para eso la energía con la que cuentan en un mundo cada vez más carente de ella. Veremos qué viabilidad tienen esos intentos cuando se haga más patente la onda degenerativa, si no son capaces de dar un salto hacia adelante en pro de un eco-socialismo.
En la dramática coyuntura mundial que tenemos por delante confluyen dos procesos de enorme gravedad. Por un lado, la Segunda Gran Crisis del capitalismo, que arrastramos con altibajos desde los años 70 del siglo XX, y que parece no encontrar vías para la reactivación del capital productivo (razón por la cual el Sistema emprendió una loca deriva financiera). Por otra parte, el colapso de la hegemonía económica de EE.UU. Los dos pilares en los que todavía se sustenta ésta, el dólar (o el mundo financiero en general) y el complejo industrial-militar, dan señales de desmoronamiento.
EE.UU. está emprendiendo una ofensiva desesperada para mantener artificialmente el dólar como moneda refugio e intercambio internacional. Uno de sus puntos de anclaje para ello es crear inseguridad en torno a los recursos energéticos y especialmente al petróleo. Esto es así porque al pagarse el petróleo en dólares, si hay una crisis petrolera subirá el precio del “oro negro” y con ello la demanda de dólares, permitiendo la revalorización del papel verde. Otra manera de intentar llegar al mismo sitio resulta paradójica con ésta, y pasa por hacer creer al mundo que puede autonomizarse energéticamente (a través del gas de esquisto) y con ello también dar fuel todavía al crecimiento capitalista mundial.
El otro punto importante en la baza estratégica de EE.UU. en este sentido es generar inestabilidad político-militar para hacer ver que sólo la moneda del más fuerte puede tener alguna seguridad. Por último, pero unido a esto, EE.UU. trata por todos los medios (y digo todos) de desbaratar la potencialidad de Eurasia.
Donde EE.UU. con sus aliados han intervenido hasta ahora han sembrado la destrucción y han dejado el caos detrás. Tanto en Asia Central y Occidental, como también en gran parte de África, han descuartizado los Estados no dóciles, de manera que detrás no quede nada parecido a una institucionalidad central que pueda tener un control del territorio, poblaciones y recursos. El resultado han sido tierras arrasadas en manos de “señores de la guerra”, a menudo destacando como principal poder Al Qaeda, el Estado Islámico o alguna de sus ramificaciones. Territorios barbarizados sin Estado (Iraq, Afganistán, Libia, Somalia, República Centroafricana...). En casi todos ellos cobra más y más auge, como no podía ser de otra forma ante la destrucción de las sociedades civiles, el llamado “islamismo radical”. Pero éste es en realidad la manifestación más palpable hoy del fascismo transnacional, la versión que adquiere en Asia occidental y Central, y ha sido posibilitado cuando no alimentado y a menudo ayudado a crearse por las potencias autodenominadas “occidentales”, o algunos de sus más directos “aliados”, como Israel o los países del Golfo, especialmente Arabia Saudí. Por cierto este último país sigue siendo principal sospechoso de la financiación directa del Estado Islámico. Algo no cuadra, entonces, si pensamos que quienes dicen sufrir y combatir el terrorismo presentan sus credenciales de amistad y respeto a la bárbara dinastía feudal saudí.
En ese sentido, en septiembre de 2012 se produjo el Gran Cambio para la geoestrategia mundial. China y Rusia acuerdan intercambios comerciales en sus respectivas monedas, así como la explotación conjunta de reservas y el intercambio de recursos energéticos estratégicos.
Así pues, de septiembre de 2001 a septiembre de 2012, EE.UU., su geoestrategia global y su posición dominante en el mundo viven dos enormes conmociones, a pesar del silencio informativo que en esta última fecha rodeó a ese acontecimiento de alcance planetario.
Además, Xi Jinping acaba de presentar oficialmente la nueva «Ruta de la Seda», frente a dieciséis Jefes de Estado o de Gobierno y más de cien ministros de los 65 países que se encuentran en el camino, por tierra o por mar, de esta nueva ruta comercial. Por su parte, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, creado por China, cuanta ya con la adhesión de 52 países participantes, entre ellos las nueve principales economías europeas.
La forma en que los países europeos han convergido en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras confirma la posibilidad de un reequilibrio hacia Eurasia del vínculo transatlántico.
Frente a todo ello a EE.UU. le quedan dos opciones: a) unirse al nuevo mundo multipolar; b) hacer la guerra (de diversas formas) a los posibles poderes del siglo XXI. De momento se está decantando por la reapertura de la “Guerra Fría” con Rusia. Pero si gasta el escaso capital real que le queda en guerras de un tipo u otro, eso quiere decir que sacrificará aún más el bienestar de su población. Lo que llevaría pronto a ese país a generalizar los estados de excepción y la toma militar de ciudades, como ya estamos viendo.
Las clases dominantes europeas, por su parte, llevan tiempo generando diversos modelos de “salidas regeneracionistas” a su crisis de legitimidad y gobernabilidad. Algunas están conectadas al populismo de derecha o ultraderecha y otras pasan o se hacen pasar por un “populismo de izquierdas”; hay incluso formas populistas “de centro”. Este último es precisamente el que apela a las “clases medias” (aprovechando la ideología de la clase media universal, que impregnó las sociedades de capitalismo avanzado), para posibilitar por fin una “clase media para sí”. Estas salidas emparentadas con las versiones más negativas del populismo, requieren además de líderes a los que se confía o delega la misión regeneracionista. Un delegacionismo profundamente arraigado, por otra parte, en la “democracia capitalista”, que hace desentenderse a las grandes mayorías de la participación en los asuntos públicos.
Por su parte, la promoción y auge de la extrema derecha puede servir como amenaza a las poblaciones ante posibles movilizaciones de protesta; puede ser también precursor del tipo de capitalismo que nos viene a partir de ahora. La nueva forma que va a adquirir: un capitalismo cada vez más despótico.El que la UE se vaya decantando hacia unas u otras vías, dependerá mucho de las luchas inmediatas de nuestros pueblos, pero también de la propia pugna inter-capitalista entre los sectores más globalistas, interesados en una suerte de “gobernanza mundial” acorde con las nuevas modalidades de explotación, y los sectores del capital ligados a las tradicionales expresiones imperial-nacionales. Alemania es en Europa el lugar donde esas tendencias están librando una gran batalla.
Respecto de la primera, pensemos que todo el entramado crediticio de deuda y del actual crecimiento ficticio financiero hunde sus bases en dos razones:
1) Va a seguir habiendo energía en abundancia para mantener el crecimiento en el futuro.
Fijémonos en que por un lado el funcionamiento económico depende cada vez más del endeudamiento masivo de instituciones, empresas y familias. Por otra parte, ese mismo proceso de endeudamiento hace que la cantidad de intereses totales que se deben mundialmente cada año crezca de manera exponencial. Contradictoriamente, la obligación de servir esos intereses retrae cada vez más recursos de la economía productiva, lo que obliga a seguir creciendo con un mayor apalancamiento. Para acabar, toda la pirámide de deudas acumuladas sobre deudas, toda la espiral especulativa del mundo actual, se basa a su vez en que en el futuro habrá suficiente crecimiento como para que aquéllas, con sus intereses, sean devueltas. Pero ¿cuánto crecimiento haría falta para ajustar la colosal exposición a la deuda de nuestros sistemas financieros, bancarios y de inversión?; ¿cuánta energía se requeriría para equilibrar una deuda y acompasar un “capital ficticio” generado en torno a ella que pudiera superar cuanto menos más de 15 veces el PIB mundial?
2) Las economía dichas “emergentes” van a seguir creciendo y manteniendo la economía real, lo que permitirá a la economía especulativa financiera seguir apostando a futuros.
Pero las economías “emergentes” enfrentan serios problemas en su sistema financiero, déficits por cuenta corriente y comerciales, caída de sus reservas de divisas, reducción de la cobertura para sus importaciones y empréstitos a corto plazo combinada con una todavía alta dependencia de financiación externa, fuerte apalancamiento de sus grandes empresas, así como deficiencias estructurales de sus mercados internos, con enormes desigualdades sociales y la consiguiente incapacidad de generar una demanda solvente generalizada. De todas ellas la parcial excepción es China, pero las posibilidades de que entre en su propio círculo de sobreacumulación empiezan a crecer alarmantemente. Por eso ha comenzado su propia globalización e intenta una especie de “keynesianismo sin fronteras”. Una carrera contra reloj frente al agotamiento de recursos.
Hablar de los retos de China (y por extensión, del futuro del capitalismo global) nos llevaría un libro entero. Pero al menos creo que estas reflexiones pueden dejar más o menos claro que vivimos una coyuntura de gran incertidumbre. Una encrucijada de las grandes en la evolución humana.
-¿Qué tipo de sociedad serían entonces la China actual o Cuba, o países como Bolivia, Ecuador o Venezuela?-Los dos primeros son prototípicos de esas experiencias de “desconexión” con el modo de producción capitalista y su “mundo”, que desembocaron en un estatismo. Ahora bien, en un “mundo” capitalista el estatismo no tiene un recorrido muy largo, o avanza hacia el socialismo o lo más probable es que involucione para ser reabsorbido por el capitalismo. Sin embargo, tanto China como increíblemente Cuba se han mantenido como “estatismos en hibernación” en un mundo capitalista. Su tendencia hacia la involución (en forma de “capitalismo de Estado”) hace tiempo que es manifiesta, sin embargo, ahora que aquel “mundo capitalista” empieza él mismo su degeneración, las posibilidades de que se den diversos desenlaces vuelven a abrirse, especialmente en China por su enorme fortaleza. A Cuba, desgraciadamente, EE.UU. la está dando el “abrazo del oso” para intentar abortar cualquier evolución socialista futura en ella.
En cuanto a los países latinoamericanos que nombras, tanto aquéllos como otros del ALBA son intentos de construir un capitalismo de Estado en el que (por primera vez en las periferias del mundo capitalista) se abra paso la opción reformista, lo que traducido a otros tiempos significa emprender un cierto ‘keynesianismo’. Aprovechan para eso la energía con la que cuentan en un mundo cada vez más carente de ella. Veremos qué viabilidad tienen esos intentos cuando se haga más patente la onda degenerativa, si no son capaces de dar un salto hacia adelante en pro de un eco-socialismo.
En la dramática coyuntura mundial que tenemos por delante confluyen dos procesos de enorme gravedad. Por un lado, la Segunda Gran Crisis del capitalismo, que arrastramos con altibajos desde los años 70 del siglo XX, y que parece no encontrar vías para la reactivación del capital productivo (razón por la cual el Sistema emprendió una loca deriva financiera). Por otra parte, el colapso de la hegemonía económica de EE.UU. Los dos pilares en los que todavía se sustenta ésta, el dólar (o el mundo financiero en general) y el complejo industrial-militar, dan señales de desmoronamiento.
-¿Cuál es el papel de China en todo esto?-Veamos. El futuro control del precio del petróleo en particular y de la energía en general estará a partir de ahora cada vez más en manos de China y Rusia. China cuenta con las principales tenencias de oro (físico) y con la mayor parte de “metales raros” de alto valor, mientras que Rusia posee grandes reservas y variedad de energía. Con ello estaría pronto en sus manos dejar caer al dólar como moneda internacional de referencia (lo cual pudiera suceder de todas formas en cualquier momento si Arabia Saudí, que enfrenta el dilema de seguir aceptando dólares-chatarra por las últimas reservas de su preciado oro a cambio de “protección militar” norteamericana, pasa a exportarlo en cualquier otra moneda, por ejemplo en yuanes o rublos).
EE.UU. está emprendiendo una ofensiva desesperada para mantener artificialmente el dólar como moneda refugio e intercambio internacional. Uno de sus puntos de anclaje para ello es crear inseguridad en torno a los recursos energéticos y especialmente al petróleo. Esto es así porque al pagarse el petróleo en dólares, si hay una crisis petrolera subirá el precio del “oro negro” y con ello la demanda de dólares, permitiendo la revalorización del papel verde. Otra manera de intentar llegar al mismo sitio resulta paradójica con ésta, y pasa por hacer creer al mundo que puede autonomizarse energéticamente (a través del gas de esquisto) y con ello también dar fuel todavía al crecimiento capitalista mundial.
El otro punto importante en la baza estratégica de EE.UU. en este sentido es generar inestabilidad político-militar para hacer ver que sólo la moneda del más fuerte puede tener alguna seguridad. Por último, pero unido a esto, EE.UU. trata por todos los medios (y digo todos) de desbaratar la potencialidad de Eurasia.
Donde EE.UU. con sus aliados han intervenido hasta ahora han sembrado la destrucción y han dejado el caos detrás. Tanto en Asia Central y Occidental, como también en gran parte de África, han descuartizado los Estados no dóciles, de manera que detrás no quede nada parecido a una institucionalidad central que pueda tener un control del territorio, poblaciones y recursos. El resultado han sido tierras arrasadas en manos de “señores de la guerra”, a menudo destacando como principal poder Al Qaeda, el Estado Islámico o alguna de sus ramificaciones. Territorios barbarizados sin Estado (Iraq, Afganistán, Libia, Somalia, República Centroafricana...). En casi todos ellos cobra más y más auge, como no podía ser de otra forma ante la destrucción de las sociedades civiles, el llamado “islamismo radical”. Pero éste es en realidad la manifestación más palpable hoy del fascismo transnacional, la versión que adquiere en Asia occidental y Central, y ha sido posibilitado cuando no alimentado y a menudo ayudado a crearse por las potencias autodenominadas “occidentales”, o algunos de sus más directos “aliados”, como Israel o los países del Golfo, especialmente Arabia Saudí. Por cierto este último país sigue siendo principal sospechoso de la financiación directa del Estado Islámico. Algo no cuadra, entonces, si pensamos que quienes dicen sufrir y combatir el terrorismo presentan sus credenciales de amistad y respeto a la bárbara dinastía feudal saudí.
-Sigo con estos temas.-De acuerdo.
III
-Estábamos en China. ¿Dónde ubicarla “en este tinglado”?-Ante el deterioro del trimotor de la globalización capitalista (EE.UU., UE y Japón), China ha comenzado a lanzar su propia globalización. De momento, ejerce una indiscutible hegemonía en los BRICS (estos que las potencias centrales llaman “países emergentes”). Es el único de ellos, por ahora, con geoestrategia global propia.
En ese sentido, en septiembre de 2012 se produjo el Gran Cambio para la geoestrategia mundial. China y Rusia acuerdan intercambios comerciales en sus respectivas monedas, así como la explotación conjunta de reservas y el intercambio de recursos energéticos estratégicos.
Así pues, de septiembre de 2001 a septiembre de 2012, EE.UU., su geoestrategia global y su posición dominante en el mundo viven dos enormes conmociones, a pesar del silencio informativo que en esta última fecha rodeó a ese acontecimiento de alcance planetario.
Además, Xi Jinping acaba de presentar oficialmente la nueva «Ruta de la Seda», frente a dieciséis Jefes de Estado o de Gobierno y más de cien ministros de los 65 países que se encuentran en el camino, por tierra o por mar, de esta nueva ruta comercial. Por su parte, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, creado por China, cuanta ya con la adhesión de 52 países participantes, entre ellos las nueve principales economías europeas.
La forma en que los países europeos han convergido en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras confirma la posibilidad de un reequilibrio hacia Eurasia del vínculo transatlántico.
Frente a todo ello a EE.UU. le quedan dos opciones: a) unirse al nuevo mundo multipolar; b) hacer la guerra (de diversas formas) a los posibles poderes del siglo XXI. De momento se está decantando por la reapertura de la “Guerra Fría” con Rusia. Pero si gasta el escaso capital real que le queda en guerras de un tipo u otro, eso quiere decir que sacrificará aún más el bienestar de su población. Lo que llevaría pronto a ese país a generalizar los estados de excepción y la toma militar de ciudades, como ya estamos viendo.
-¿Y la UE, hacia dónde va la UE?-Sin energía, con unas economías en recesión cuando no en retroceso, hacer seguidismo de EE.UU. o dejarse dar también por él el “abrazo del oso” a través del TTIP (El Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión) es un suicidio. Simplemente continuar con las sanciones a Rusia por imperativo norteamericano es una locura que contribuirá a hundir más a Europa. Por otra parte, el demencial proyecto alemán, que todavía juega al expansionismo estatal clásico, propio de la época de capitalismo de Estado (cuando la acumulación se realizaba a escala “nacional”), está descuartizando el resto de economías que no están directamente incluidas en su anillo territorial como Holanda o Dinamarca e incluso la propia Austria, que pasan a ser algo así como “provincias” suyas. A las economías de la periferia europea las obligó a endeudarse con los Bancos alemanes, entre otros, y ahora las obliga a desmontar todo el Estado Social (ése que se llamó de “Bienestar”), para que sigan pagando dinero a aquellos Bancos. Ante ello, cunden las reacciones de indignación y protesta... Las menguantes clases medias se hacen más medrosas y cicateras, y buscan una salida para sí mismas, que consiste en intentar blindar el Estado Social para ellas.
Las clases dominantes europeas, por su parte, llevan tiempo generando diversos modelos de “salidas regeneracionistas” a su crisis de legitimidad y gobernabilidad. Algunas están conectadas al populismo de derecha o ultraderecha y otras pasan o se hacen pasar por un “populismo de izquierdas”; hay incluso formas populistas “de centro”. Este último es precisamente el que apela a las “clases medias” (aprovechando la ideología de la clase media universal, que impregnó las sociedades de capitalismo avanzado), para posibilitar por fin una “clase media para sí”. Estas salidas emparentadas con las versiones más negativas del populismo, requieren además de líderes a los que se confía o delega la misión regeneracionista. Un delegacionismo profundamente arraigado, por otra parte, en la “democracia capitalista”, que hace desentenderse a las grandes mayorías de la participación en los asuntos públicos.
Por su parte, la promoción y auge de la extrema derecha puede servir como amenaza a las poblaciones ante posibles movilizaciones de protesta; puede ser también precursor del tipo de capitalismo que nos viene a partir de ahora. La nueva forma que va a adquirir: un capitalismo cada vez más despótico.El que la UE se vaya decantando hacia unas u otras vías, dependerá mucho de las luchas inmediatas de nuestros pueblos, pero también de la propia pugna inter-capitalista entre los sectores más globalistas, interesados en una suerte de “gobernanza mundial” acorde con las nuevas modalidades de explotación, y los sectores del capital ligados a las tradicionales expresiones imperial-nacionales. Alemania es en Europa el lugar donde esas tendencias están librando una gran batalla.
-¿Cuáles son las perspectivas de futuro inmediato? ¿Hay peligro de otro crack financiero? ¿Hay peligro de una Guerra Mundial?Esta vez tengo que contestar con sendas afirmaciones a ambas cuestiones. Desgraciadamente, hay peligro en los dos casos. Al que tiene que ver con la segunda de ellas creo que me referí un par de preguntas antes.
Respecto de la primera, pensemos que todo el entramado crediticio de deuda y del actual crecimiento ficticio financiero hunde sus bases en dos razones:
1) Va a seguir habiendo energía en abundancia para mantener el crecimiento en el futuro.
Fijémonos en que por un lado el funcionamiento económico depende cada vez más del endeudamiento masivo de instituciones, empresas y familias. Por otra parte, ese mismo proceso de endeudamiento hace que la cantidad de intereses totales que se deben mundialmente cada año crezca de manera exponencial. Contradictoriamente, la obligación de servir esos intereses retrae cada vez más recursos de la economía productiva, lo que obliga a seguir creciendo con un mayor apalancamiento. Para acabar, toda la pirámide de deudas acumuladas sobre deudas, toda la espiral especulativa del mundo actual, se basa a su vez en que en el futuro habrá suficiente crecimiento como para que aquéllas, con sus intereses, sean devueltas. Pero ¿cuánto crecimiento haría falta para ajustar la colosal exposición a la deuda de nuestros sistemas financieros, bancarios y de inversión?; ¿cuánta energía se requeriría para equilibrar una deuda y acompasar un “capital ficticio” generado en torno a ella que pudiera superar cuanto menos más de 15 veces el PIB mundial?
2) Las economía dichas “emergentes” van a seguir creciendo y manteniendo la economía real, lo que permitirá a la economía especulativa financiera seguir apostando a futuros.
Pero las economías “emergentes” enfrentan serios problemas en su sistema financiero, déficits por cuenta corriente y comerciales, caída de sus reservas de divisas, reducción de la cobertura para sus importaciones y empréstitos a corto plazo combinada con una todavía alta dependencia de financiación externa, fuerte apalancamiento de sus grandes empresas, así como deficiencias estructurales de sus mercados internos, con enormes desigualdades sociales y la consiguiente incapacidad de generar una demanda solvente generalizada. De todas ellas la parcial excepción es China, pero las posibilidades de que entre en su propio círculo de sobreacumulación empiezan a crecer alarmantemente. Por eso ha comenzado su propia globalización e intenta una especie de “keynesianismo sin fronteras”. Una carrera contra reloj frente al agotamiento de recursos.
Hablar de los retos de China (y por extensión, del futuro del capitalismo global) nos llevaría un libro entero. Pero al menos creo que estas reflexiones pueden dejar más o menos claro que vivimos una coyuntura de gran incertidumbre. Una encrucijada de las grandes en la evolución humana.
-Gracias, muchas gracias. No abuso más.