viernes, 27 de septiembre de 2024

No son solo las lenguas

¿Cuál es la lengua romance más parecida al latín?

Un interesante vídeo hallado casualmente en esta fuente inagotable de contenidos que es internet se plantea esta pregunta. Recomiendo su visionado antes de emitir un juicio.

Las clasificaciones lingüísticas siempre adolecen de sesgos, atendiendo a qué factores consideremos pertinentes. Hemos llegado a conocer hasta cierto punto el hipotético indoeuropeo analizando parecidos entre muchas lenguas actuales. Es más que probable que todas las que comparten semejanzas léxicas o estructurales las hayan heredado de la misma fuente.

Aunque no hay que fiarse siempre de esto. La etimología sugerida para muchos topónimos halla posibilidades que no aseguran un origen indudable. Por poner dos ejemplos un tanto al azar, véanse las propuestas para ese Ceclavín (pueblo cuya existencia desconocía hasta ayer mismo) o la más conocida Ilíberis. Hay aquí parecidos casuales, algo muy diferente a la convergencia evolutiva, que entre las lenguas es muy improbable.

Lo que para el indoeuropeo es hipotético, es mucho más fácil rastrearlo entre lenguas como el latín, del que hay un abundantísimo repertorio escrito desde la antigüedad hasta hoy mismo, y lenguas habladas actualmente. Aquí sí podemos establecer herencias, derivas semánticas y fonéticas, influencias de otras lenguas, hibridaciones... (¿hasta qué punto podríamos considerar latino el inglés, si nos basamos únicamente en su abundantísimo léxico, heredado desde hace siglos de los invasores normandos?)

Atendiendo a factores sintácticos, semánticos, fonológicos, léxicos y otros muchos encontraremos parecidos y divergencias sorprendentes, que tienen mucho que ver con la Historia, las invasiones, los desplazamientos de pueblos o el aislamiento de ciertas regiones.

De este modo es imposible dar una respuesta radical. Aunque si preguntáis a la "inteligencia artificial" posiblemente os la dé, claro está, en función de datos cuya certeza vendrá dada más por su abundancia que por razones objetivas.

Las lenguas, como las patrias, son productos de hibridaciones continuas, y también de imposiciones que nunca consiguen ser absolutas y siempre habrá un sustrato lingüístico. Lo cual también es una simplificación, porque la lengua impuesta es a su vez una amalgama de "sustratos".

Todo esto me lleva a un relativismo histórico muy alejado de emociones patrióticas. Y a comentar la muy patriótica disputa hispano-mexicana a la que asistimos ahora mismo, cuyo empecinamiento me parece muy fácil desmontar.

Pero eso será otro día.

jueves, 26 de septiembre de 2024

La propiedad de la tierra

El pasado 15 de JunioAureliano Martín Alcón, teniente-alcalde de Montehermoso (Cáceres), escribía en Público un artículo sobre la lucha por la tierra en el campo extremeño, antes de que la brutal represión que siguió al 18 de julio arrasara con todo y devolviera la situación a la casilla de salida.

En una reciente entrada de este blog recordaba yo las causas a que Malthus atribuía la pobreza y el hambre de los campesinos, entre las que no incluía la propiedad de la tierra por latifundistas que, preocupados exclusivamente por su beneficio, preferían dedicar a pastos tierras que podrían producir cereales. De paso, la necesidad obligaba a los pobres a aceptar jornales de miseria o emigrar a las ciudades, lo que favorecía la sobreexplotación que enriquecía tanto a los terratenientes como a los patronos de la naciente revolución industrial.

La misma estrategia produjo años después la terrible hambruna que diezmó a Irlanda; la que, repetida una y otra vez, es la que se relata en este artículo.

Se remonta a la desamortización de Mendizábal, cuando una pretendida mejora de tierras mal cultivadas acabó trasplantándolas de una manos "muertas" a otras manos codiciosas e insaciables, que siempre han visto en la existencia de la pobreza su mejor fuente de riqueza.

El campo extremeño experimentó antes de la guerra una descarnada lucha de clases, en que a las huelgas de los jornaleros los propietarios oponían "huelgas de siembra".

Este es el artículo:

El problema de la tierra en Extremadura

VERDAD JUSTICIA REPARACIÓN 

Colectividades agrarias en 1936.- Imagen de archivo


















Reflexionando sobre el hambre de la posguerra en Extremadura llegamos a una primera conclusión: no se produjo por la pertinaz sequía; ya que el hambre comenzó bastante antes que aquella y continuaría tras el fin de la sequía.

Debemos remontarnos en el tiempo si queremos encontrar los auténticos motivos.

La desamortización de Mendizábal pretendía corregir un mal secular en el campo, para ello las propiedades de la iglesia deberían pasar a una burguesía emprendedora que modernizara el mundo rural. El resultado fue muy distinto, las tierras las recibieron condes, duques y marqueses; los antiguos propietarios, una aristocracia que aumentó sus posesiones. Quiso Madoz corregir los errores de la anterior desamortización intentando poner límites, para que esta vez la tierra fuera a emprendedores que dinamizarán el campo, pero no fue así. La aristocracia, los terratenientes, consiguieron darle la vuelta y volvieron a beneficiarse los de siempre: los ayuntamientos regalaron inmensas propiedades a la nobleza, se vendieron predios que la ley prohibía, y no se respetó el máximo de terreno permitido, pudiendo comprar cada latifundista muchas más fanegas que las limitadas por la ley. Todo ello supuso un gran "problema" para los beneficiados al no poder inscribir muchos terrenos adquiridos; pero, años más tarde, se preparó una regularización con la norma sobre Exceso de Cabida que legalizó la ingente cantidad de propiedades obtenidas burlando la ley.

Ese proceso histórico se acentúa en Extremadura dejando la concentración de la tierra extremeña en muy pocas manos, duques, condes y marqueses, la mayoría de ellos absentistas con residencia en Madrid, y otros lugares lejanos. Esa circunstancia marcará el modelo productivo del campo extremeño. Frente a la pretensión del burgués que intenta una explotación racional de los cultivos, encontramos al aristócrata que cree que para que la tierra sea rentable no se deben dar muchos jornales, a no ser que estos sean muy baratos.

Ahí nos encontramos con el problema de la tierra en Extremadura, el latifundismo. Durante la República todas sus aristas emergerán de forma cruel. Todo ello dentro del marco de tres acontecimientos que resumen los movimientos por la tierra producidos en este corto periodo de tiempo.

En primer lugar, los acontecimientos de Castilblanco, diciembre del 31. Los jornaleros creen que el nuevo régimen va a resolver todos sus problemas, mientras que los latifundistas, desconfiados, se enfrentarán a cada medida que la República proponga, el hambre acabará con ella, piensan. Por eso, cuando el gobierno pretende la fijeza de los arrendatarios, los terratenientes los expulsan antes de que salga la ley. Tampoco aceptan las subidas de salarios, jornada máxima, jurados mixtos. El jefe de la guardia local de Castilblanco es el mayor defensor de los caciques que boicotean las leyes, hasta el punto de provocar una gran manifestación para defenestrarlo. En ella un guardia mata a un jornalero y después mueren los cuatro guardias que acudieron. 31/12/31.

Y la República sigue sus pasos en busca del segundo acontecimiento paradigmático en la lucha del campesinado por la tierra en Extremadura. Tras los sucesos de Castilblanco los terratenientes se verán obligados a cumplir las leyes. Si tienen que pagar lo que marca la ley, la siembra no es rentable; piensan los latifundistas. Sólo encuentran una solución para defender sus intereses, transformas las tierras de labor en pastos, sin importarles el desempleo que puedan provocar. Esto coincide con las noticias que llegan a los campesinos de la gran estafa que legalizó el Exceso de Cabida. Se comienza a cuestionar los latifundios, y lo consideran un robo que debería corregirse mediante una Reforma Agraria que diera tierras a quienes las necesitaban, tres hectáreas serían suficientes para mantener a una familia.

Ante la amenaza de perder sus posesiones, los latifundistas empiezan a buscar un marco de negociación, considerando líneas rojas la expropiación de los terrenos. Los sindicatos plantean una medida que estaría en el límite, los Alistamientos. Esto suponía que los grandes propietarios tendrían que dar trabajo a todos los jornaleros, repartiéndolos según la base imponible de los terrenos. Algunos creyeron que esta medida suponía una expropiación encubierta, la aceptaron para evitar males mayores, pero volvieron a incumplir. No alistaron a todo el mundo, a los que dieron trabajo le pagaban la mitad de lo establecido; pero evitaron que la Reforma Agraria les quitara las tierras productivas. En el caso de Ceclavín los propietarios tuvieron que entregar 10.000 pts. No todos habían pagado cuando les pidieron otras 20.000, se niegan en rotundo. Enfadados deciden acaparar trigo para subir el precio del pan. Todo esto conduce a la huelga general del 2 de junio del 33 en Ceclavín. Paradigma de lo que está ocurriendo en toda la región. Paran todos los sectores del pueblo, los caciques hablan de una huelga revolucionaria, en la que ni siquiera se permite acceder al pan o al agua. 

Esa huelga la ganan los jornaleros y consiguen el alistamiento de todos ellos, cobrar lo que marca la ley, contratar a los sindicalistas, establecer los jurados mixtos. Los logros alcanzan a toda la región; para poder cumplir lo pactado, los latifundistas necesitarán sembrar.

No durará mucho esta situación, a finales de año las derechas ganarán las elecciones y todas las conquistas comenzarán a desvanecerse, unas veces por la ley otras por la inaplicabilidad de esta sin consecuencia para el infractor. Aunque los salarios vuelven a niveles bajos, y las jornadas se alargan, los caciques vuelven a sustituir la siembra por los pastos.

El malestar en el campo es grande, la represión impide que se manifieste como en el periodo anterior, y la huelga general del campo del 34, se salda en Extremadura con 600 encarcelados. Las condiciones de miseria en la región van gestando un malestar que no pudo salir a la luz hasta la victoria del Frente Popular. Ese año comenzó en Extremadura con muchas lluvias que reducen aún más los escasos jornales, aumentando considerablemente el desempleo. Los campesinos pensaron que el Frente Popular les traería las tierras que tanto anhelaron, lo único que podía solucionar su penosa situación, tres hectáreas serían suficientes para mantener una familia.

No esperaron, demasiados sueños frustrados, demasiadas esperanzas rotas. El 25 de marzo del 36, 80.000 yunteros ocuparon 250.000 has. El gobierno no cree que esa sea la forma, pero tampoco debía oponerse. No se produjo incidente alguno, al día siguiente los ayuntamientos inscriben todas las fincas y los yunteros comienzan a labrarlas, al fin la justicia llegó al campo extremeño.

Poco duró la victoria. No habían pasado cuatro meses cuando el fascismo acabó con las esperanzas de los trabajadores de la tierra. En Extremadura se enfrentaron los latifundistas contra los yunteros, y los caciques ayudaron el bando ganador. No tardaron en exigir su recompensa, conocen a cada uno de los que ocuparon, a unos los mataron en el pueblo y a otros los llevaron a la plaza de Badajoz. Los que escaparon sufrirán la venganza de los vencedores.

No fue suficiente. A los caciques les faltaba algo para que su triunfo fuera completo. La eterna pelea entre laboreo que crea jornales frente al pastoreo que trae miseria para muchos, la habían ganado los parias. Con la ayuda del nuevo gobierno de golpistas, los caciques consiguen recuperar su derecho a hacer lo que quieren con su propiedad. Así el hambre se instala en esta tierra sin que a los latifundistas ni al gobierno les importe que en hogares extremeños tengan que hervir hierbas para llevarse algo a la boca.

No sembrar, esa fue el arma del terrateniente, su látigo contra el pobre campesino. Cuando se la arrebatan, los caciques no dudan en apoyar un golpe de estado criminal para recuperarla.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Fallos básicos en nuestra ética

Marcos Navarro entrevista a Jorge Riechmann

El ecologista y profesor de filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid alerta de un colapso de la especie humana este mismo siglo, por las guerras y las exiguas medidas contra la crisis climática. Atribuye el rápido avance hacia un abismo ecológico y social a fallos básicos de nuestra ética.

Una ética construida sobre el grupo y sus intereses más inmediatos. Hace ya muchos milenios el proceso evolutivo conformó las agrupaciones humanas a las que sentimos pertenecer.  Fueron inicialmente asociaciones de cazadores recolectores, más adelante grupos nómadas dedicados a la ganadería, pero también aldeas agrícolas, asentamientos previos a la constitución de auténticas aglomeraciones urbanas. Dentro del grupo primaba la solidaridad y la ayuda mutua, alimentando sentimientos de apego que garantizaban la supervivencia de los individuos. Pero no había tales obligaciones para los de fuera.

La población de estas comunidades no superaba mucho el centenar. El conocimiento recíproco facilitaba el control social, y así esta ética colectiva quedaba asegurada. Cuando los grupos entraban en contacto se producían conflictos, pero también alianzas. Sin embargo siempre hubo un "afuera", y costó mucho llegar al concepto, por desgracia más teórico que práctico, de "humanidad".

Sociedades cada vez más complejas fueron ampliando el sentimiento de pertenencia. Ya no fue la aldea sino la "patria" el mayor elemento cohesionador. La ciudad-estado, la "nación", entiéndase como grupo étnico o como construcción histórica, pasó a ser algo prioritario, y en cada caso instituyó una moral a su medida.

Como ejemplo, una jerarquización "nacionalcatólica" de los sentimientos la establecía aquella moral que quisieron inculcarme. Recuerdo que decía literalmente: "ama a tu prójimo, y más que a tu prójimo a tus padres, y más que a tus padres a tu Patria, y más que a tu Patria a Dios". Ordenación impuesta que no siempre coincidía con los verdaderos sentimientos del sujeto, para los que la proximidad es el factor primario.

La ampliación sucesiva, a la búsqueda de una ética universal, ha sido siempre vacilante y contradictoria, condicionada por la conformación de las estructuras sociales.

A su vez, dentro de cada grupo hay una estructura jerárquica, que en unas sociedades cada vez más complejas se ha ido organizando en clases sociales. Los conflictos no se dan solo entre "patrias", sino entre clases. Trabajosamente se abre paso una visión global que ve más coincidencias entre los explotados de distintas naciones que entre estos y sus explotadores.

Y cuando aún falta mucho para que este concepto sea universalmente aceptado como norma universal de conducta, caemos en la cuenta de su insuficiencia, porque esta humanidad es inseparable del medio en que se desarrolla. Y la explotación no es únicamente la de los seres humanos, sino la de la naturaleza, que, esquilmada, reclama sus derechos.

La visión de la sociedad como escenario de una lucha de clases que debería acabar con la explotación humana se queda corta si a esta "conciencia de clase" no se añade una "conciencia de especie".

Pero si a la conciencia de pertenecer a un grupo nacional se añade como un progreso humano una conciencia de clase que aspira a superar las sociedades de clases, alcanzando idealmente una "conciencia de especie", esta última debe inmediatamente desembocar en una "conciencia planetaria" que englobe al "ecosistema de ecosistemas" que estamos destruyendo a toda prisa.

El gravísimo problema lo constituye el ritmo tan distinto del proceso destructivo, acelerado por este sistema capitalista, y el proceso ideológico reactivo, absolutamente incómodo y que por lo tanto tendemos a obviar en la práctica.

Jorge Riechmann (Madrid, 1962) es ensayista y profesor titular de Ética y Filosofía política en la Universidad Autónoma de Madrid. Esta semana ha participado en el curso de verano de filosofía de la Fundación Mindán Manero en Calanda impartiendo una conferencia sobre ética y ecologismo. Asegura que la especie humana está en severo riesgo de desaparecer si sigue cometiendo los errores que le llevarán al colapso en este mismo siglo.

¿Qué le parece que en Calanda se organice un curso sobre ética ecológica?

Es encomiable el esfuerzo por seguir adelante con estos cursos de filosofía que tienen ya más de 20 años y que viene propiciando la Fundación Manuel Mindán con la Universidad de Zaragoza. Y el que este año sea específico sobre ética y ecología también tiene mucho sentido porque estamos en una situación absolutamente excepcional en la historia de la especie humana. Estamos en frente de un abismo ecológico social, avanzando a toda velocidad hacia él y una parte de lo que explica eso son fallos básicos en nuestra ética. 

¿Estos fallos se producen desde la industrialización?

Algunos incluso desde antes. Tenemos un problema de tribalismo. Evolutivamente somos simios adelantados que nos hemos constituido como especie en grupos pequeños. Durante la mayor parte de la vida de la especie hemos estado, tanto en pequeños grupos de cazadores recolectores como en aldeas, en grupos de 50, 100, 150 personas. Somos naturalmente buenos en ese endogrupo. Pero a menudo nos comportamos hacia los exogrupos con violencia, incluso con crueldad y eso es un problema que está planteado casi desde el origen pero particularmente en esa época que va más o menos desde Zoroastro hasta Jesús de Nazaret y que un filósofo alemán importante, Karl Jaspers, llamaba la Era Axial: una época de cierto despertar espiritual que ya plantea de manera explícita que necesitaría una moral de larga distancia. Y estamos aún en ese belicismo creciente, con guerras abiertas y amenaza de armas nucleares. Y esto es un problemón. Luego, efectivamente, las sociedades modernas, industriales, desde hace dos siglos estamos haciendo las cosas de tal manera que no encajamos en La Tierra y eso da lugar a una crisis ecológico social devastadora que es absolutamente real. Tenemos ese abismo ecosocial muy cerca.

¿Cuándo salta la chispa del pensamiento ecologista?

1962 es el año que se publica un libro considerado por alguna gente como el germen de ese movimiento ecologista moderno, Primavera silenciosa de Rachel Carson. Y luego otro momento clave es el año 1972, cuando se celebra la primera cumbre mundial de Naciones Unidas sobre medio ambiente y sociedad en Estocolmo. Es también el año en que se publica el informe sobre los límites del crecimiento, del Club de Roma, que señala que de proseguir por el camino por el que íbamos y hemos seguido yendo nuestras sociedades colapsarán en algún momento del siglo XXI.

¿Tan pronto será?

Por un lado, hay regiones del mundo que están colapsando por distintas vías. Tenemos varios estados africanos, tenemos problemas en ciertos países de América latina, tenemos guerra abierta en suelo europeo. Todo eso son síntomas bastante preocupantes. Y luego uno de los síntomas de la crisis ecosocial es el calentamiento global. Es de las cosas más inquietantes y vamos fatal. Nos engañamos diciendo que hay transiciones en curso pero no es verdad. Estamos ya más o menos en un grado y medio por encima de las temperaturas preindustriales, estamos cruzando el primero de los umbrales de peligro que marcan los Acuerdos de París de 2015. El segundo son dos grados y lo vamos a alcanzar dentro de 10 o 15 años y a partir de ahí todo es terra incógnita, porque pueden ponerse en marcha mecanismos de realimentación, lo que llaman los climatólogos tipping points que nos lleven a un estado de tierra inhabitable en un plazo relativamente breve.

¿La solución es llenarlo todo de aerogeneradores y paneles solares?

No. Tendrían que cambiar muchas cosas no solamente en el terreno del abastecimiento energético de manera general. Tenemos que ser capaces de vivir usando mucha menos energía.

¿Es ético cerrar una central térmica que da trabajo a centenares de personas sin tener una alternativa preparada?

Lo que no es ético es dejar pasar medio siglo sin hacer lo que teníamos que haber empezado a hacer entonces.

¿Las medidas contra el cambio climático tendrán corto recorrido si el negacionismo sigue conquistando poder?

No estamos haciendo ni por asomo lo que tendríamos que hacer en consonancia con la magnitud del desafío. Si la ultraderecha sigue avanzando, que es negacionista de manera programática, todavía mucho peor. Hemos avanzado muy poco y corremos el riesgo de ir hacia atrás.

¿Ve a la gente concienciada?

La gente no asume la realidad. Y además hay todo un aparato mediático con elementos nuevos, las redes sociales, Telegram y Whatsapp, donde hay mucho negacionismo. Entre eso y que es un asunto duro que nos cuesta mirar de frente, son sectores sociales muy pequeños los que tienen una idea cabal.

sábado, 14 de septiembre de 2024

Ecologismo, pasado y presente

La preocupación ecológica sobre el devenir de la humanidad tiene ya un largo recorrido. Fue Malthus uno de los primeros en dar la alarma. Razonó que si el crecimiento de la población es exponencial pero los recursos disponibles son limitados, habrá que poner límites a ese crecimiento. A este buen clérigo no se le ocurrió otra cosa que dejar morir de hambre a los más pobres. 

Es preocupante que esta "solución final", agravada hoy al unir hambrunas y bombardeos, sea, aunque públicamente no lo confiesen, la que barajan los poderosos dueños del capital. Claro que eso de ir "recortando por abajo" la población choca con los proclamados pero no cumplimentados "derechos humanos".

Aunque en aquel tiempo arrancaba con fuerza en Inglaterra la revolución industrial, no era apremiante, como lo fue después, la escasez de materiales o energía, ni la contaminación del aire o el agua, por no hablar del consiguiente cambio climático, entonces inimaginable. Por eso el problema que preocupaba a Malthus era sobre todo agroalimentario, y no había en perspectiva ninguna "revolución verde" para parchearlo.

Seguramente el buen hombre no se daba cuenta de que el hambre de los pobres era sobre todo causada por su exclusión de los anteriormente accesibles recursos forestales, o por el uso que de sus tierras hacían los grandes propietarios. Como dedicar a pastos terrenos anteriormente de cultivo era mucho más rentable que tener que pagar jornales para producir alimentos, la extensión dedicada a la agricultura se redujo considerablemente. Al mismo tiempo, la mano de obra excedente fue impunemente explotada tanto en el campo como en la naciente industria. Bajada de ingresos y subida de precios, ecuación imposible para alimentar a los pobres.

Años después, esta fue la causa de la terrible hambruna que diezmó a Irlanda. Falta de alimentos por ansia de riquezas. Y el problema persistía un siglo más tarde, como puede leerse en el revelador artículo El problema de la tierra en Extremadura, referido aquí a la situación del campo latifundista en tiempos de la República.

Pero aunque hubiera en ello causas sociales que no se propusiera subsanar, el diagnóstico maltusiano era muy real. Hoy no es todavía lo más problemático alimentar a la población. Ahora la falta de recursos se manifiesta sobre todo en la energía y materiales estratégicos, a lo que se añade la difícil eliminación de residuos, la contaminación de la tierra, la atmósfera y los mares, la deforestación, factores todos que contribuyen al cambio climático en marcha. 

Como en el ocaso del siglo XVIII, Hay un problema social latente que la persistencia de nuestro modo de producción impide abordar adecuadamente. Son tantas las políticas audaces y urgentes que habría que implementar con urgencia que la mayoría no las ve posibles. Y mucho menos podemos esperar que los capitalistas cambien por las buenas su modo de hacer caja. El mercado instantáneo dirige las inversiones hacia lo más rentable, aunque sea el coche eléctrico o la industria militar, y los magnates que se lucran con él no tienen mucha intención de emprender otra vía y planificar un decrecimiento que no está en sus cabezas.

Jorge Riechmann acaba de presentar su libro Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro). El título señala la evolución histórica del pensamiento ecologista, dejando ver carencias, debilidades y errores en sus planteamientos, en gran parte alejados de una práctica política eficaz.

Porque es en el terreno de la práctica en el que se han de desarrollar las resistencias al decadente capitalismo que nos arrastra. Un capitalismo del que hablamos mucho algunos, pero del que se disfraza hasta el nombre en los grandes medios de desinformación.

Asier Arias ha publicado una reseña de este libro en Mientras Tanto. Destaca en ella los errores que a juicio del autor ha cometido el movimiento ecologista:

  • el primer error sería el rechazo indiscriminado de la deep ecology
  • el tercero, de carácter más estratégico que teórico, haber cedido demasiado ante la perspectiva del «desarrollo sostenible», ante la idea de que cabía trabajar dentro del sistema con un margen razonablemente amplio de acción.

Postula Riechmann también dos verdades inaceptables dentro del marco cultural dominante pero de las que debemos hacernos cargo con urgencia, y a fondo: 

  • lo que el cambio climático pone en juego no es otra cosa que la viabilidad de las sociedades humanas organizadas
  • la única solución a la crisis energética consiste en vivir empleando cantidades de energía muy inferiores a las hoy habituales en las sociedades sobredesarrolladas del Norte global

Esta es la reseña:

Asier Arias

En los últimos años, el proyecto al que apuntan los esfuerzos de Jorge Riechmann es el de elaborar un «ecosocialismo descalzo» −así viene denominando a su ecosocialismo decrecentista− y una simbioética −una ética de ventanas abiertas al mundo no humano y orientada así a la simbiosis, la suficiencia y una forma no antropocéntrica de humanismo− con los que contribuir al desarrollo de una cultura gaiana. [1] Desde luego, ese proyecto es un proyecto político y no una de esas filigranas conceptuales que abundan en las publicaciones de filosofía práctica, también en las relacionadas con la cuestión ecosocial. [2] Así pues, los textos de Riechmann cobran sentido sólo a la luz de su relación con una práctica política bien concreta: aquella que ha dedicado los últimos cincuenta años a evitar que sucediera lo que está sucediendo. Se trata por tanto de una práctica que hay que leer, entre otros, bajo el prisma de la derrota[3] Ese prisma −nuevamente, entre otros− es el que se nos ofrece en Ecologismo: pasado y presente.

No hay nada parecido a una ruptura o discontinuidad entre este nuevo libro y los trabajos que durante la última década han definido los contornos del escosocialismo descalzo y la ética gaiana que Riechmann ha ido dibujando, orientado por una fuerte voluntad de realismo biofísico. [4] No obstante, tanto el formato de Ecologismo: pasado y presente como su contribución al señalado proyecto se ubican en algo así como una línea paralela a la trazada en aquellos trabajos: el análisis «poliético» con mirada atenta a nuestro contexto histórico −en su aspecto sincrónico y sus sucesivos planos biofísicos y sociales− da paso aquí a un escrutinio del movimiento ecologista −también histórico, si bien ahora en sentido diacrónico− en el que su historiografía y su cartografía se ponen al servicio de la elucidación de su encaje y sus posibilidades en nuestro presente.

La mitad del volumen se dedica a una historiografía y una cartografía del movimiento ecologista en las que la exactitud de los hechos y la pulcritud de los conceptos aparecen como medios, no como fines: una historiografía y una cartografía políticas antes que académicas. La historiografía se dedica a los ecologismos de los seis últimos decenios, pero toma impulso en una composición de lugar de sus antecedentes durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. [5] Tras el ecuador del siglo pasado, en el que despega la Gran Aceleración fósil de posguerra, aparecen los primeros «análisis ecologistas contemporáneos» (p. 48) −Rachel Carson, Murray Bookchin, Barry Commoner−, pero no será hasta la década de los setenta cuando quepa hablar propiamente de ecologismo. La orientación política −los pies en la tierra− de esta historiografía se plasma, por ejemplo, en su concreción: lo que va a considerarse con más detenimiento es la historia del ecologismo español.

En cuanto a la cartografía −prolongada en un anejo de Adrián Almazán al capítulo cuarto−, Riechmann distingue la ecología política del conservacionismo [6] y, dentro de la primera, el ecologismo consecuente del ambientalismo. La diferencia que justifica la distinción es clara: en contraste con el ambientalismo, el ecologismo toma a la economía capitalista −y al entramado sociopolítico y cultural que la acompaña− como dato básico para la comprensión de la catástrofe ecosocial. No hay, pues, ecologismo consecuente fuera del anticapitalismo, fuera del reconocimiento de la incompatibilidad entre los límites biofísicos y la dinámica autoexpansiva de la economía capitalista, fuera de la asunción de que los problemas que ocasionan el crecimiento y la industrialización no pueden resolverse con más crecimiento y más industrialización. [7] El ecologismo consecuente se declina, claro, en plural −ecosocialismos, [8] ecofeminismos, ecologismo profundo−, y en Ecologismo: pasado y presente se nos ofrecen notas sugerentes sobre cada declinación.

Para pensar la señalada derrota desde esta historia y esta cartografía: tres errores y dos verdades inaceptables. El primer error lo ubica Riechmann en el rechazo indiscriminado de la deep ecology, el segundo en la escasa atención prestada a la bioeconomía [9] y el tercero, de carácter más estratégico que teórico, en haber cedido demasiado ante la perspectiva del «desarrollo sostenible», ante la idea de que cabía trabajar dentro del sistema con un margen razonablemente amplio de acción. En cuanto a aquellas verdades, inaceptables dentro del marco cultural dominante pero de las que debemos hacernos cargo con urgencia, y a fondo: a) lo que el cambio climático pone en juego no es otra cosa que la viabilidad de las sociedades humanas organizadas; b) la única solución a la crisis energética consiste en vivir empleando cantidades de energía muy inferiores a las hoy habituales en las sociedades sobredesarrolladas del Norte global.

Es inútil reducir a un esquema los trabajos de Riechmann: su utilidad y su riqueza residen siempre en la proliferación de caminos que abren a la indagación y el trabajo en todos los frentes, de la academia al abanico completo de los espacios de militancia. En todos esos frentes, la perspectiva es, no obstante, la misma: necesitamos un monumental esfuerzo de racionalidad colectiva cuyos mimbres apenas pueden atisbarse en sectores reducidos de grupos sociales en sí mismos marginales, y es probable que ese esfuerzo hubiera debido comenzar a desplegarse ayer con un vigor y una extensión hoy inconcebibles. En tiempo de descuento y sin sujeto revolucionario, en otras palabras. [10]

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Notas

[1] Al igual que hay algo así como el modo en que los zulúes o los samis se ven a sí mismos, a sus sociedades y al mundo, debe de haber algo así como el modo en que los sujetos enculturados en sociedades capitalistas hacemos esas mismas cosas, y quizás resulte imposible arrostrar nuestra coyuntura ecosocial sin una profunda y cuidadosa revisión de ese modo. Articular con las críticas bien desarrolladas en la tradición socialista y ecosocialista esta revisión de nuestras creencias y actitudes básicas en busca de una cosmovisión mejor es el objetivo al que apuntan los quehaceres «poliéticos» de Riechmann.

[2] Al igual que buena parte de la economía puede considerarse, sin más, como una rama no demasiado interesante de las ciencias formales −de la ciencia ficción, proponía recientemente Michael Hudson−, no escasean las publicaciones de filosofía política que manosean la «cuestión ambiental» del mismo modo que juegan los filósofos de la lógica, del lenguaje o de la mente con sus mundos posibles y sus verdades necesarias a posteriori (cf. Arias, A. La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde, Madrid: Catarata, 2020).

[3] El diagnóstico, en dos palabras: «la apuesta era muy alta, pero era la correcta; las fuerzas ético-políticas no dieron para tanto, por desgracia (para mal de la humanidad y de miles de millones de seres vivos no humanos)» (p. 94). «En nuestro país, y pensando en términos macrosociales, el movimiento [ecologista] logró éxitos en importantes luchas defensivas […], pero fracasó en su aspecto constructivo: avanzar hacia nuevas formas de vivir, producir y consumir. El cuestionamiento en serio del capitalismo […], una vez cerrada la ebullición emancipatoria que se dio al final del régimen franquista y durante la primera fase de la Transición, ha sido asunto sólo de franjas marginales de la sociedad española; y también resultó minoritario dentro de los movimientos ambientalistas y ecologistas. Faltó, por lo general, una comprensión mejor del carácter sistémico de la dominación capitalista y de la potencia autoexpansiva de la acumulación de capital. No se percibió lo suficiente la necesidad de pensar –y construir– el ecologismo como un movimiento revolucionario. Se creyó que había ciertos espacios para avanzar dentro del capitalismo realmente existente, espacios que a la postre eran mucho más exiguos de lo que se percibía. Hablo de esto en primera persona: antes del decenio de 2010 yo también concedí demasiado crédito a las ilusiones renovables, yo también confié demasiado en la posibilidad de cambios dentro del marco de la sostenibilidad, yo también pensé que sindicatos como CCOO podrían ecologizarse significativamente por la vía de la transición justa y los green jobs dentro del capitalismo. Por eso me apena hoy la reincidencia en esta clase de ilusiones de brillante gente joven que apuesta por un Green New Deal para el que ahora todavía hay menos espacio ecológico (y político) que hace treinta años» (pp. 133-134). «Asumir una derrota no implica tirar la toalla y dejar de luchar, pero nos exige hacernos cargo de las nuevas circunstancias en que van a desarrollarse las luchas sucesivas» (p. 139).

[4] En ese realismo radican el ruido y la ausencia de nueces de la «polémica en torno al colapso», sobre la que vuelve Riechmann en el capítulo que cierra este volumen (pp. 158 et seqq.).

[5] El modo en que los «atisbos ecológicos» dieciochescos se resuelven en un trazo rápido que desemboca directamente en la reacción romántica «frente a cierto racionalismo de la Ilustración europea» (p. 16) puede complementarse a la luz sosegada del séptimo capítulo de Ideales ilustrados, de Alicia Puleo (Madrid: Plaza y Valdés, 2023, pp. 111-137).

[6] «Las propuestas sólo conservacionistas, que quizá tenían su sentido en la primera fase de la sociedad industrial, lo pierden crecientemente desde que entramos en la fase de la crisis ecosocial global […]. La idea de los “santuarios” o “fortalezas” pierde sentido cuando los contaminantes químicos organoclorados se encuentran hasta en la última gota de agua de mar y en el último gramo de grasa animal, y cuando el rápido cambio climático antropogénico puede aniquilar ecosistemas enteros sin darles la menor oportunidad de desplazarse ni adaptarse» (p. 72).

[7] Como trasfondo, la persistente trampa del solucionismo tecnológico, esa «fe ciega en la tecnología que está velando los ojos de la mayoría social». En una de sus aproximaciones a esa trampa, Riechmann retrataba hace unos años la irracionalidad de esa fe en una potente imagen que traza una ominosa analogía entre nuestra situación ecosocial y la coyuntura de la Alemania de Hitler en los últimos compases de la guerra: «se estaba perdiendo en todos los frentes, pero la victoria final estaba asegurada, porque ¿quién podía dudar que los científicos arios estaban desarrollando armas secretas de todas clases, que iban a invertir la situación transformando la derrota en victoria?» (¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? Para una crítica del mesianismo tecnológico, Madrid: Catarata, 2016, p. 233). Los cohetes fueron la más publicitada de aquellas armas. Se ha argüido con plausibilidad y frecuencia que el empeño alemán en este programa armamentístico contribuyó a acelerar la derrota, pues supuso el despilfarro de una importante cantidad de recursos y causó muy pocos daños a las fuerzas aliadas. Elocuentemente, aquellas «armas secretas de todas clases» eran en realidad armatostes extremadamente caros e imprecisos que, lejos de poder transformar la derrota en victoria, habrían contribuido a acelerarla. El Reich de los Mil Años duró apenas una década: tan pimpantes, los arúspices del business as usual le vaticinan eones al actual (Zamora Bonilla, J. Contra apocalípticos. Ecologismo, animalismo, posthumanismo, Barcelona, Shackleton, 2021; cf. Arias, A. «¿Quiénes son los contra-apocalípticos?», 15/15\15, 11 de septiembre de 2021), cuando, en los hechos, lo que tenemos por delante son −acaso− unos pocos años en los que habrá de decidirse −en condiciones materiales, políticas y culturales extremadamente adversas− si el tercer planeta del sistema solar puede seguir acogiendo alguna clase de sociedad humana.

[8] Para la polémica entre Harich y Sacristán, importante hito de la reformulación ecologista de la tradición comunista, véanse el prólogo de Sacristán a ¿Comunismo sin crecimiento? −mencionado aquí por Riechmann (p. 84) y recogido recientemente en Ecología y ciencia social. Reflexiones ecologistas sobre la crisis de la sociedad industrial (Mérida: Irrecuperables, 2021, pp. 135-151)− y los valiosos comentarios de Juan-Ramón Capella al coloquio que la auspiciara (en La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, Madrid: Trotta, 2005, pp. 218-224).

[9] Una escasa atención a la que se añade hoy la desfiguración en grotescas campañas de marketing (Bonaiuti, M. “Actualidad del pensamiento de Georgescu-Roegen. La bioeconomía cincuenta años después de la publicación de La ley de la entropía y el proceso económico”, en L. Arenas, J. M. Naredo & J. Riechmann (eds.), Bioeconomía para el siglo XXI. Actualidad de Nicholas Georgescu-Roegen, Madrid: FUHEM/Catarata, 2022, pp. 77-93).

[10] Pregunta Riechmann en los textos con los que suplementa y actualiza la reciente reedición de su contribución a Ni tribunos (Madrid: Siglo XXI, 1996, en coautoría con Fernández Buey): «nuestras propuestas socialistas/comunistas, ¿pueden hacerse cargo de lo que hoy sabemos en física, en biología, en modelización de sistemas complejos? ¿Pueden asumir de verdad el hecho epocal de la extralimitación ecológica? ¿Pueden tomar nota de la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles? ¿Pueden retomar el ávido interés de Marx y Engels por las ciencias naturales sin prejuicios industrialistas y sin extravíos prometeicos? ¿Pueden asimilar la termodinámica, la ecología, la simbiogénesis de Lynn Margulis, la teoría Gaia? […]. Termodinámica básica, ecología, y un planeta lleno de realimentaciones: nos empobreceremos colectivamente, o por las buenas o por las malas. Y “por las buenas” (de manera deliberada, racional e igualitaria, vale decir: con ecosocialismo y ecofeminismo) resulta casi inimaginable hoy» (Otras sendas. Ideas para un programa escosocialista, Barcelona: Sylone/Viento Sur, 2024, pp. 328 y 304).

lunes, 9 de septiembre de 2024

La crisis global a día de hoy

Este es un vídeo de hace un par de años, a raíz de la comparecencia de Antonio Turiel en el Senado, sobre la que pronto se corrió un tupido velo de silencio.

Uno de los torpes argumentos que utilizan los negacionistas ante cualquier prospectiva que no les gusta es: "llevan toda la vida diciendo que va a pasar esto y esto otro y todavía no ha pasado".

Ocurre con el cambio climático o con las oscilaciones de la bolsa. Como en el devenir diario se suceden fases de frío y calor, de sequía e inundaciones, se dice que "estas cosas han ocurrido siempre". Pero las tendencias generales no pueden nunca ser ocultadas por estos coyunturales cambios.

Recordemos lo que se cuenta de Monsieur de la Palice, que "un cuarto de hora antes de su muerte estaba aún bien vivo".

He aquí el inventario que publica Turiel sobre la situación actual. No he podido importar las reveladoras imágenes, seguramente por motivos de propiedad intelectual, pero se puede acceder a ellas a través de los enlaces correspondientes:


Inventario de la crisis global: agosto de 2024



Queridos lectores:

Como habrán podido comprobar, llevo más de dos meses sin escribir en este blog. Estuve ocupado con la escritura de mi nuevo libro, El futuro de Europa, hasta mediados de julio, y después en acabar el papeleo de diversas convocatorias y otras zarandajas, más una semana de vacaciones a principios de agosto. Desde entonces, voy trabajando en temas pendientes y entre eso, y algunos cambios importantes en mi vida familiar, no me ha quedado mucho tiempo libre para seguir escribiendo. Ahora que las cosas están un poco más calmadas quería aprovechar para ir retomando el ritmo de publicación, pero antes de empezar me ha parecido importante hacer un post de resumen analizando dónde estamos en este momento.

Desde el punto de vista ambiental, es notorio que las cosas no van demasiado bien. La persistencia de una dorsal ártica (asociada a la ralentización de la corriente de chorro polar que ya hace años comentábamos) ha permitido que en España este verano no haya sido especialmente caluroso si lo comparamos con los últimos años, algo parecido a lo que pasó en 2013. Sin embargo, en el resto de Europa ha sido un verano terrible, con temperaturas que han excedido los 50 grados en Grecia que obligaron a cerrar la Acrópolis algunos días y que favorecieron que la capital griega se viera asediada por los incendios a principios de agosto. Y, por supuesto, una sequía que vacía ríos y pantanos de Grecia hasta Italia, pasando por Hungría y otros países. Del otro lado del Mediterráneo, las olas de calor se han cobrado su peaje en centenares de muertos en EgiptoSudán Arabia Saudita, y yendo ya más lejos por ejemplo en la India. En el conjunto del planeta, tanto junio como julio y previsiblemente agosto se cuentan entre los meses más calurosos de la Historia de la Humanidad.

Imagen: temperatura diaria del aire en superficie

La temperatura global del planeta se mantiene en aproximadamente +1,6ºC por encima de los niveles preindustriales, sin que la finalización de El Niño 2023-2024 haya conseguido devolvernos a los niveles de temperatura previos. Y es que todo indica que en este momento, cada vez que sucede ese fenómeno planetario, en vez de equilibrar las temperaturas globales, como hacía antes, lo que tenemos es un nuevo escalón de ascenso. En este contexto también son especialmente alarmantes los récords de temperatura en el Hemisferio Sur, donde actualmente es invierno, con desviaciones de 10ºC sobre la media en Australia o de 27ºC en la Antártida. Eso está llevando a que la extensión del hielo marino en el Océano Glacial Antártico sea muy inferior a la media de esta estación, solo superada por la de 2023, y eso que, como hemos dicho, estamos en el periodo invernal en ese hemisferio, que es cuando se forma el hielo.

Imagen: extensión del hielo marino antártico

Lo que es paradójico es que también se está en valores récord de anomalía negativa con respecto a la media en el Océano Ártico.

Imagen: extensión del hielo marino ártico

Esto es extraordinario, pues como norma general los dos hemisferios se comportan de manera opuesta, es decir, que cuando el hielo marino disminuye en un hemisferio se encuentra un exceso de hielo marino en el otro, y viceversa. Ese equilibrio energético entre ambos hemisferios parece haberse roto, y ahora en ambos nos encontramos bastante por debajo del nivel habitual para la época del año.

Pero el que quizá es el motivo más inmediato de preocupación y alarma es el extremo calentamiento de las capas superficiales del océano global, que está en niveles de récord desde el año pasado, desviándose brutalmente de la media instrumental.

Imagen: temperatura diaria de la superficie marina

La finalización de El Niño ha permitido una ligera mejora, pero aún estamos muy desviados de los valores observados durante los últimos 40 años. Algunas personas argumentan que la media instrumental de referencia en este caso es demasiado breve (solo 40 años, básicamente desde que hay satélites), pero no tienen en cuenta que el agua es mucho más densa y capaz de absorber calor que el aire, que los los 3 primeros metros del océano tienen la misma capacidad calorífica que toda la atmósfera, y que por eso el océano superficial puede absorber varios centenares de veces más calor que la atmósfera. Cuesta más de calentar el mar, y por eso lo que está pasando en los últimos años, aunque la serie no sea tan larga como la de la temperatura del aire, es muy significativo. Si se fijan en las figuras de más arriba, verán que la temperatura promedio mundial del aire a nivel de la superficie terrestre varía mucho más a lo largo del año (unos 4ºC) de lo que hace la temperatura promedio mundial de la superficie del mar (unos 0,4ºC, unas 10 veces menos). La desviación de +1,6ºC del aire debida al Calentamiento Global, relativa a sus 4ºC de variación a lo largo de las estaciones del año, es comparativamente mucho menor que la desviación de +0,7ºC de la superficie del mar relativa a sus 0,4ºC de variación dentro del año. Es, de hecho, un indicio de que algo muy preocupante le está pasando al mar. Entre otras cosas, que está acumulando energía a un ritmo muy rápido, y que esa energía solo tiene una vía de salida: a través de las tempestades, que se están volviendo más violentas, con vientos extremos, mayores precipitaciones, grandes riadas, granizo de gran tamaño y frecuente generación de tornados.

Intentar hacer un censo de los eventos extremos que se han registrado durante este 2024 sería abrumador, dado su increíblemente grande número este año. Se trata mayoritariamente de eventos muy localizados en zonas concretas pero con un nivel de destrucción en muchos casos nunca visto, y en todos los casos completamente fuera de lo habitual. Llaman particularmente la atención las lluvias extremadamente torrenciales en lugares muy áridos como Arabia Saudita o Yemen, o como la que se anuncia para las próximas horas en una amplia franja del desierto del Sáhara (los 50 litros por metro cuadrado previstos pueden parecer una lluvia importante pero no algo extremo en nuestra latitud, pero en el Sáhara es más que la precipitación media anual). Lluvias torrenciales y las consecuentes riadas y a veces deslizamientos que han arrasado poblaciones se han visto con frecuencia por todo el mundo en lugares para nada habituados a este tipo de eventos. Ningún continente se salva de este tipo de anomalías, que van de China a Pakistán, de Sudán a Marruecos, de Italia a España, de Francia a Polonia, de México a los EE.UU., de Argentina a Chile... Japón acaba de recibir la visita del tifón Shashan, que ha descargado en algunas zonas hasta 1000 litros por metro cuadrado y causado numerosos estragos. Algo completamente inaudito. Por más que algunos se empeñen en argumentar lo contrario, la Crisis Climática está tomando cada vez más fuerza.

En el caso de España, la anomalía de temperatura del Mediterráneo (hasta 2ºC por encima de los niveles de 1982) garantiza que es cuestión de tiempo que una tormenta de gran magnitud cause estragos en alguna ciudad española.

Simplemente es necesario que se produzca una configuración atmosférica adecuada, una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) de cierta intensidad que venga desde el este hacia la costa española. Una DANA no especialmente intensa causó graves destrozos en Es Mercadal, en Menorca, hace dos semanas. Estamos en tiempo de descuento para que algo así acabe pasando en una gran capital. Será quizá mañana, de aquí en un mes, de aquí en un año o de aquí en cinco, pero tarde o temprano acabará por pasar, mientras que de manera real y efectiva no hacemos nada ni para prevenirlo ni para mitigar sus posibles consecuencias. Lo único en lo que pensamos en ampliar las carreteras, el aeropuerto y poner casinos para atraer más turismo, mientras la fiesta dure. Es el único modelo que hay.

La preeminencia de la Crisis Climática podría hacer pensar que la Crisis Energética ha pasado a un segundo plano, pero no es así. Se informa poco y discontinuamente de cuál es la situación, pero lo cierto es que la Crisis Energética sigue su curso de deterioro, afectando preferencialmente a países periféricos de la gran metrópoli que es aún el Norte global, pero avanzando inexorablemente.

En lo que se refiere al petróleo, la producción global de crudo y condensado (lo que se puede convertir en combustible) continúa bastante estancada y unos 3 millones de barriles diarios (Mb/d) por debajo de los niveles de noviembre de 2018. Las revisiones que el Departamento de Energía de los EE.UU. hace a un año vista siguen dando por hecho que vamos a recuperar los niveles de 2018 de aquí en un año, pero lo cierto es que es poco creíble, teniendo en cuenta que llevamos escuchando esa cantinela ("en un año volvemos a los niveles de 2018") desde por lo menos 2022.

Imagen: producción global de petróleo crudo y condensado hasta 2026

Por supuesto que cuando se añade a la contabilidad de lo que se denomina "todos los líquidos del petróleo" la categoría de "líquidos del gas natural", que en su mayoría solo sirve para hacer plásticos, se obtiene que hemos recuperado los niveles de 2018. Publicidad engañosa para disimular la realidad en la que estamos. Y es que, al margen del precio del petróleo, el mundo está en una situación de penuria desde hace tiempo. Hace unos días, Art Berman mostraba un gráfico muy revelador: cuánto petróleo hay en almacenamiento flotante, es decir, en petroleros que no estén circulando.

Imagen: el almacenamiento flotante se aproxima a cero

Prácticamente no hay margen, no hay petróleo almacenado en los petroleros, todo lo disponible está en movimiento. No hay reservas ni capacidad de hacer frente a imprevistos. Las últimas veces que pasó esto fue en 2008, cuando el precio del barril se fue a casi 150$, y en 2022, cuando llegamos a los 132$. El precio del petróleo ha oscilado mucho en las últimas semanas, a veces al alza y a veces a la baja, pero está claro que se intenta mantenerlo en esos 80$/barril con los que la OPEP se siente cómoda, suficiente para compensar sus gastos y no demasiado caro para estrangular la maltrecha economía global. A pesar de lo cual, la industria europea continúa su proceso de destrucción sobre todo en Alemania, y los indicadores manufactureros de la Unión Europea, EE.UU. y China indican una tendencia a la contracción.

Pero, al margen de si la energía es suficientemente barata para una industria de producción masiva (que probablemente ya no, y eso explica tanto la progresiva desindustrialización europea como la persistente inflación), el descenso de la producción de petróleo tiene ya efectos muy directos en la disponibilidad de combustibles, y sobre todo y más preeminentemente, el diésel. Aún faltan unos meses para la nueva edición de nuestro análisis ahora ya anual, "El pico del diésel" (pueden consultar el del año pasado), pero un simple vistazo a los datos de la Joint Organisations Data Initiative muestra que la producción mundial de diésel sigue un proceso de lento declive y se encuentra actualmente en torno a los 22 Mb/d, lejos del máximo de los 27 Mb/d que se marcó en el período 2015-2017 (casi un 20% menos). No es por tanto de extrañar que muchos países estén experimentando problemas de acceso a combustibles, no solo diésel sino también gasolina y keroseno para aviación. En América Latina podemos destacar los casos de BoliviaColombia y Venezuela, y el encarecimiento en Ecuador después de varios meses de problemas y la decisión gubernamental de retirar subsidios, lo que ha provocado una cierta caída del consumo. Argentina ha conseguido remontar una situación de escasez de petróleo y ahora está aumentando vertiginosamente su producción, algo muy interesante a lo que le dedicaré un post próximamente. En África el problema es endémico y muy extendido, con un epicentro fundamental: Nigeria. Los problemas de este superpoblado país son numerosos y crecientes, y muy preocupantes para el futuro. Javier Pérez le dedicó un análisis hace unos años y probablemente volveremos a hablar de Nigeria en el futuro. En Asia, los problemas son graves en MyanmarPaquistánKazajistán,... por no hablar de la situación en Líbano, Yemen o por supuesto en Palestina, donde la situación es gravísima por motivos que van más allá de los problemas geológicos de extracción del petróleo. En Europa no hay problemas dignos de reseñar con la excepción de Hungría, y en Norteamérica ha habido algunos algunos problemas en México en México, aunque lo más importante en ese país es su pérdida (aún no completamente) de condición de país exportador. En todo el mundo, el problema más repetido es la falta de combustible de aviación. Prominentemente ha faltado en Colombia, en Nigeria y en Japón, donde la industria turística local no ha podido despegar (dicen) por falta de keroseno. La escasez de keroseno, reflejo especular de la del diésel, es un problema cada vez más extendido, pero es algo de lo que se habla también en voz baja.

De lo que se ha hablado en voz algo más alta es del último informe de Exxon, del cual Quark ha hecho un buen análisis. Lo más impactante ha sido una gráfica ampliamente publicitada sobre cómo podría evolucionar la producción de petróleo de aquí al 2030 sin más inversión.

Imagen: efectos económicos de este modelo de suministro

Como ven, una escalofriante caída del 70%. Esto en realidad no es nada nuevo, y se ilustra mejor con otra gráfica, más técnica y con menos infografía, contenida dentro del informe.

Imagen: perspectivas de producción futura

En realidad, el mensaje de Exxon es que sin ningún tipo de inversión, en 2030 solo habrá un 30% de la producción de petróleo actual: una caída del 70%. Por otro lado, invirtiendo solamente en el mantenimiento y mejora de los pozos existentes, el declive sería de un 25%: tremendo, pero no tan catastrófico. Pero hay un tercer escenario, fijado por su escenario previsto de demanda (la curva "Global Outlook"), la cual se mantiene prácticamente constante (en realidad, con un pequeño aumento) hasta 2050, y para la cual, como dice el informe, debería haber nuevos proyectos. Varios comentarios son pertinentes aquí:

  • Exxon considera que la demanda se va a mantener alta, en niveles incluso ligeramente superiores a los actuales, porque no ve posible una substitución al nivel que prevén los planes de transición energética como los que se manejan en Europa. Por supuesto se puede pensar que Exxon es parte interesada en ver las cosas de esta manera, pero por desgracia lo que está pasando le da al menos parcialmente la razón.
  • El informe no dice de dónde van a salir este petróleo. Identifica que hace falta, pero es terra incógnita saber de dónde viene. Obviamente, Exxon utiliza este informe para intentar captar fondos para invertir en esto, pero eso no quiere decir que haya recursos explotables en el volumen requerido para satisfacer toda la demanda de la línea "Global Outlook". De hecho, es de sospechar que no hay suficiente para evitar cierto declive, que se irá materializando en los próximos años.
  • El informe dice que sin inversión la producción de los campos existentes cae a un ritmo del 15% anual. Esto es casi el doble que el ritmo que asume la Agencia Intenacional de la Energía (8%), como bien apunta Quark en su post, y es algo especialmente preocupante.
  • Está claro que el gran caballo de batalla de los próximos años va a ser el mantenimiento y mejora de los campos existentes. Con él, la caída hasta 2030 será del 25%, suponiendo que todo salga perfecto. Es una caída en línea con la que anticipaba la OPEP hace dos años, y similar a la que anunciaba BP. A falta de una proliferación de "milagros" como el argentino, está claro que los tiros van a ir probablemente por ahí.

La conclusión del informe de Exxon es que la fase actual, de caída ligera/prácticamente estancamiento de la producción de petróleo está tocando a su fin, y que vamos a entrar en la fase de aceleración. La cual agravará la crisis del diésel y los problemas con la industria global. Que las economías más desarrolladas entren en recesión (cosa que podría pasar este mismo otoño) no frenaría este problema sino que lo aceleraría, al hacer menos rentable la costosa explotación de los recursos restantes de petróleo. Y también está claro que de aquí a 2030 va a haber cambios radicales en nuestra sociedad.

Los problemas energéticos, por supuesto, no se acaban aquí. La lista de países que por diversos motivos han sufrido apagones más o menos extensos es bastante larga en este 2024, revelando la fragilidad de muchos sistemas, su fuerte dependencia sobre todo el gas y los recursos hidroeléctricos (en muchos sitios comprometidos por la sequía) y el mayor consumo de electricidad por el uso de aires acondicionados en un verano bastante bochornoso en todo el Hemisferio Norte. Entre los lugares menos esperables están Texas, los BalcanesItalia o Japón. Al tiempo, en muchas regiones de Francia y España se están experimentando cortes de luz de pocas horas de duración y limitada extensión geográfica pero repetitivos y con pinta de apagones rotatorios (es muy difícil enlazar ninguna noticia sobre ello, porque nadie se ha molestado en hacer una verdadera investigación periodística sobre el caso, solo tenemos testimonios dispersos de personas afectadas). Y aunque los inventarios de gas natural están altos y la demanda baja, de nuevo se anticipan problemas para Europa si el invierno viene frío -y no siempre podremos confiar en que los inviernos sean templados, y más si ya se acabó El Niño.

La clave sería, está claro, acelerar la transición energética, tanto por los problemas climáticos como por los de escasez de energía. Sin embargo, los planes de transición están derrapando. La mayoría de las compañías automovilísticas han puesto sus planes de transición al vehículo eléctrico en el congelador, mientras que países como Alemania han retirado sus subsidios a este tipo de coche y las ventas caen con fuerza en todo el Viejo Continente. La red eléctrica está saturada de electricidad no gestionable y los curtailments y otros problemas van en aumento. Y por si eso fuera poco, los fabricantes no chinos de aerogeneradores están hundiéndose: aún está pendiente de litigación la demanda contra Gamesa, quien tras un ERE anuncia que volverá a vender turbinas onshore el mes que viene después de casi un año sin fabricar (posiblemente, intento desesperado de no desaparecer); Vestas amplía sus pérdidas, Nordex reduce pérdidas pero no levanta cabeza y General Electric se enfrente a una demanda de 900 millones de dólares por sus turbinas defectuosas. En cuanto a los promotores, después de los movimientos contractivos de Iberdrola y Orsted durante el último año, ahora le toca a Equinor retirarse de algunos proyectos eólicos importantes en España y Portugal. Está claro para cualquiera que quiera verlo que el sector eólico está en una grave crisis, y con él todo el modelo de transición energética prevista.

Y eso no es todo. Los próximos meses prometen estar trufados de noticias impactantes, de los cuales iremos informando.

Permanezcan en sintonía

Salu2.

AMT