lunes, 22 de noviembre de 2021

Píntamelo de verde

Cuesta poco desmontar la insultante tramoya que ha supuesto la COP26, esa "conferencia anual sobre el cambio climático de las Naciones Unidas" que se ha  celebrado en Glasgow este mismo mes.

La atención se centraba en eliminar la producción de gases de efecto invernadero, pero el propio montaje de la conferencia los produjo en abundancia. Los mandatarios no se mueven sin una parafernalia despilfarradora. Además de esa insultante contradicción, los parcos y poco comprometedores acuerdos han demostrado otra vez la falta de voluntad real de afrontar el problema.

Denuncia Thierry Meyssan en la RED VOLTAIRE que el «Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático» (GIEC, también designado ‎como IPCC debido a sus siglas en inglés), fue creado nada menos que por Margaret Thatcher para acabar con los sindicatos mineros de los ‎yacimientos de carbón y promover una nueva revolución industrial, basada en el uso del ‎petróleo del Mar del Norte y en la energía nuclear. También pone en duda de que el calentamiento global, de origen no solo antropogénico, pueda acabar con la especie humana, y opina que hay una gran manipulación para imponer políticas favorables a los intereses de las grandes corporaciones y los gobiernos que las sirven.

De todo ello no me cabe duda, pero habría que añadir que la utilización interesada de los hechos para dirigir las políticas más convenientes a esos intereses no significa de ningún modo que los hechos sean falsos. Aquella nefasta mujer quería acabar con los sindicatos, pero es innegable que el carbón lanza a la atmósfera la mayor proporción de CO2, junto a otros óxidos muy nocivos (los hidrocarburos producen también vapor de agua).

El fluido capitalista se mueve siempre buscando oportunidades de negocio, y las encuentra tanto creando como destruyendo. Las catástrofes naturales y las guerras, las reconstrucciones que las siguen... todo se hace a través de inversiones de capital que producen beneficios a los inversores. No es de extrañar que ahora el gran negocio sea la «transición energética», por falsa que sea.

Podemos considerar exagerado (o no) que el cambio climático pueda acabar con la humanidad como especie zoológica, pero sí puede hacerlo como colectividad mínimamente estructurada, y como consecuencia reducir la población a niveles prehistóricos. Los masivos  éxodos, por esta y otras causas también ligadas al sistema, están siendo muy preocupantes.

El principio de precaución obliga a tomar medidas mucho más duras que ese lavado verde cada vez menos convincente. Y es cierto que los gobiernos las modulan a la mayor conveniencia de las corporaciones.

Cada vez tengo más claro, sin embargo, que a muy corto plazo el principal problema no es el climático, sino el energético. En este momento hay un factor limitante, el diésel que mueve la mayor parte de las mercancías.

Cuando la oferta no puede suplir a la demanda, los compradores pujan por lo que escasea, y en esa subasta sube el precio. Entonces, los que no pueden acceder a pagarlo quedan excluidos y la demanda baja hasta equilibrarse con la oferta. Las dos soluciones ante la escasez son el racionamiento y la exclusión social. Ambas se utilizan, y el liberalismo rampante tiende a la segunda. Este mecanismo es cíclico, y contribuye a estimular la producción, buscando nuevas fuentes, tecnologías más eficientes y nuevas formas organizativas. Pero puede chocar con límites insalvables.

Un artículo publicado en The Oil Crash deja claro el problema energético más inmediato, que es el cuello de botella que supone la falta de un combustible difícilmente sustituible para el transporte a gran escala. Con profusión de datos estadísticos oficiales, que podréis ver en el enlace, demuestra esta realidad que quieren dejar en segundo plano tras la pantalla propagandística de una manipulada lucha contra el cambio climático.

Una última reflexión por mi parte; "si tu herramienta es un martillo, el problema tendrá forma de clavo". El capitalismo financiero todo lo resuelve con inversiones gigantescas, pero repito: dar mucho dinero para comprar lo escaso solamente lo encarece si no lo hay en la cantidad supuestamente equivalente. ¿A qué precio se pagará la piel del último oso blanco o el último tigre?



El pico del diésel: edición de 2021

(...)

En una economía de mercado la escasez de un producto provoca su encarecimiento debido a la competencia entre demandantes, porque el precio no lo fija el vendedor sino el comprador, como si de una subasta se tratase. Un producto vale lo que un comprador está dispuesto a pagar por él. La escasez del diésel provoca su aumento de precio y éste es repercutido en absolutamente todos los productos, lo que provoca un recalentamiento de la economía hasta tal punto que, superado un cierto umbral, se vuelve inasumible por el sistema y éste entra en recesión. Muchos consumidores dejan de consumir productos que se han vuelto demasiado caros y muchas empresas no pueden operar ya que se quedan sin márgenes de beneficio al ser éstos cada vez más ajustados, lo que equivale a que haya destrucción del tejido productivo y la consecuente reducción de la demanda del combustible. Es la famosa espiral de destrucción de la demanda y de la oferta. Esta reducción es forzada, no lo olvidemos.

Estamos muy cerca, si no lo hemos rebasado ya, del umbral de dolor que una economía puede soportar sin entrar en recesión, a pesar de encontrarnos lejos de los 110 o 120$ por barril de crudo, y es que hay que tener en cuenta que no es el precio del petróleo lo que encarece la vida, o mejor dicho, no es sólo el precio del petróleo el que puede llevar a una sociedad a la recesión. Al fin y al cabo, lo que nos afecta directamente es el precio del diésel, que es el factor clave, porque como decía al principio, el diésel es la sangre del sistema.

Todavía no notamos que falte diésel en las gasolineras. Al menos no en nuestras gasolineras pero lo que está claro es que, en nuestro sistema económico de mercado, si el precio está subiendo es muy posible que sea a que, en la competencia por el producto, haya gasolineras en algún lugar que no tengan diésel. ¿Es posible que haya gasolineras sin diésel?

Pues sí, es posible. China está racionando el diésel en algunas zonas del país, lo que está provocando problemas logísticos importantes, que se suman al resto de problemas que está teniendo relacionados con la falta de carbón para sus centrales térmicas, que desemboca en cortes de electricidad en gran parte del país. Pero los problemas de China son los problemas de todos y su falta de diésel para consumo interno provoca que tampoco tenga combustible para exportar, así que Corea del Sur está comenzando a temer por su economía.

Podríamos pensar que China está lejos, que China es muy grande, que los chinos son malísimos y que China hace las cosas muy mal, o eso dicen muchos, porque son comunistas o lo fueron. Podemos buscar la excusa que queramos pero resulta que en los Estados Unidos, considerado por la mayoría como un polo opuesto a China, también están teniendo problemas de suministro de diésello han tenido que empezar a racionar. ¡Quién lo iba a decir! Los adalides del “libremercado” racionando un bien. Quizás la mano invisible del mercado no está siendo capaz de proveer un sustituto.

Seguramente será un problema local, muy puntual y para nada representativo o quizás no, porque estás cosas se sabe cómo comienzan pero no como acaban, o sí. Lo que sí sabemos es que las reservas de diésel de los Estados Unidos se encuentran muy por debajo de lo que sería deseable y de lo habitual para esta época del año, tanto como que en los últimos 20 años nunca habían sido tan bajas. Así que quizás los problemas de escasez no sean tan puntuales, locales o pasajeros como algunos cuentan y les gustaría.

La verdad es que el problema de la escasez de diésel va en serio. De momento, abróchense los cinturones, que esto parece que no ha hecho nada más que comenzar y no será divertido.

Rafael Fernández Díez

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Más sobre el coche eléctrico

Continúo indagando para tratar de resolver las dudas que planteé sobre estos vehículos en Sueñan los androides con coches eléctricos. Allí se mencionaba que antes de ponerse en marcha uno de ellos ha lanzado ya a la atmósfera más gases de efecto invernadero que los que generaría uno con motor de combustión en 80.000 kilómetros. En este aserto falta por lo tanto averiguar cuántos gases ha lanzado antes de ponerse en marcha este último. No todo es el consumo o la contaminación durante la marcha, porque hay un antes y un después.

Cuando se promociona el coche eléctrico se argumenta con razón que a lo largo de su vida útil no emite gases de efecto invernadero. Pero hay dos cuestiones que se obvian y que permiten dudar de que realmente sea un proyecto viable.

Una de ellas es el empleo para las baterías de minerales raros de difícil extracción, cuya escasez conduce a un dilema insalvable: o bien no podrán suministrarse a la escala y el ritmo exigidos, o se agotarán rápidamente. No hablo aquí del problema más general de los límites de las energías renovables que van a dificultar la transformación de nuestro modo de producción.

El argumento principal para su promoción es el ya mencionado de que no hay en estos vehículos un tubo de escape que lance gases contaminantes, entre los que se encuentran los que provocan el cambio climático en curso, de innegable origen antropogénico. Y aquí surge un interrogante que hay que resolver: en los procesos necesarios para fabricarlo ¿se producen gases de efecto invernadero? Parece evidente que sí, como en la fabricación de cualquier vehículo con motor de combustión interna. La cuestión que interesa es si los nuevos coches, antes de salir de fábrica, han contaminado ya más que los antiguos. Y parece que es así.

Procede hacer un balance total que abarque todos los procesos implicados, desde el inicio hasta el final de la vida del vehículo. Extracción y transporte de materiales, fabricación, puesta en carretera y mantenimiento, utilización y, finalmente, desguace y reciclado de materiales y eliminación de residuos. También debe abarcar el estudio el balance energético. Debe hacerse en paralelo entre tipos de vehículos de la misma categoría y similares prestaciones, y en dos direcciones: el balance de emisiones del que tanto se habla y el energético que se menciona menos.

Esto es lo que ha iniciado, en el primer sentido, la compañía Volvo, según un artículo publicado en autonoción.com el 12 de este mismo mes. Se concluye que el coche eléctrico necesita casi 200.000 kilómetros para compensar el CO2 que se emite en su fabricación.

Por desgracia, el balance energético, en el actual sistema de cómputo económico, es mucho más difícil de establecer, porque traslada a balances monetizados, basados siempre en expectativas coyunturales de beneficio inmediato, los costes reales en términos de unidades de energía.

Está visto que no hay panaceas.


Volvo dice que un coche eléctrico necesita casi 200.000 km para compensar el CO2 que se emite en su fabricación

Luis Reyes

Si pruebas un coche eléctrico, seguro que te cambias y es que funcionan bien, no suenan, su aceleración en ciertos casos es demencial y encima, si te dicen que contribuyes a que el Medio Ambiente esté en mejor forma, no hay lugar a dudas para no dar el paso, ¿o sí?.

A medida que más marcas dan el paso de pasarse a lo eléctrico, son más estudios los que demuestran que el coche eléctrico cuenta con más problemas de los que en un principio nos anunciaron.

Si nos centramos en la contaminación en las urbes, no hay lugar a discusiones, sin humo de los tubos de escape, la contaminación causada por el automóvil caerá drásticamente.

Un interesante estudio efectuado por Volvo presenta una imagen más compleja de la situación, ilustrada por el hecho de que su gama XC40 ofrece una comparación perfecta de los pros y los contras de cada una de las versiones, ya sea EV, PHEV o ICE.

Al estar todos construidos sobre cimientos compartidos y en la misma fábrica, Volvo ha aprovechado esta oportunidad para comparar la huella de carbono del ciclo de vida completo de cada tipo de XC40 a partir de las materias primas y los procesos de producción necesarios para fabricarlo, alimentarlo y conducirlo durante una vida útil de 200.000 km y luego desecharlo a su fin.

Según Volvo, la fabricación de un C40 genera un 70% más de emisiones que la fabricación de un XC40 con un motor ICE normal a pesar de que ambos coches se fabrican en la misma plataforma y comparten muchas de sus piezas. Solo en términos de materiales y componentes, las baterías se llevan la palma.




Eso significa que estos coches eléctricos «ecológicos» llegan al concesionario con una carga de CO2 significativamente más elevada en comparación con la versión ICE normal que podrías haber comprado por mucho menos dinero. La diferencia viene una vez que comienzas a conducirlo dado que cada kilómetro que recorres en un automóvil de gasolina, este quema combustible y aumenta su huella de CO2, mientras que en el equivalente eléctrico ocurre lo contrario.

Si a esto le sumamos el origen de la electricidad que usamos para recargar el coche eléctrico y la huella de CO2 de esta electricidad, la cosa puede inclinar la balanza mucho más o mucho menos.

Volvo ha publicado tres cifras diferentes, de acuerdo con el suministro eléctrico global medio, la media proyectada de la UE28 que incluye fuentes regulares y renovables y energía totalmente renovable.

Durante una vida útil de 200.000 kilómetros, la huella de dióxido de carbono de un modelo como el Volvo C40 totalmente eléctrico no llega a ser un 15% menor que la de un Volvo XC40 de gasolina y que antes de alcanzar el punto de equilibrio, este debe de de recorrer algo más de 110.000 km.

En este punto tengo que recalcar, que los cálculos comparativos, Volvo los ha efectuado entre un coche eléctrico y un coche gasolina pero, ¿Qué pasa con los diésel que efectivamente emiten mucho menos CO2 que un coche de gasolina equivalente?

Y ojo a esto porque es en este momento, justo en el punto de equilibrio, cuando empezaría lo que se denomina como compensación de la huella de carbono, un proceso que consiste en neutralizar la cantidad de emisiones de CO2 que emite cualquier cosa fabricada, para empezar a restar CO2.

Lógicamente, este punto de equilibrio dependerá en gran parte de la producción de energía libre de CO2 y para alcanzar esto, todavía queda mucho por recorrer.

Si tenemos en cuenta que en la media de los 28 países europeos -Reino Unido incluido- la producción de energía «libre de CO2» es relativamente baja, habría que analizar escenario por escenario y podríamos decir que en los países con mayor índice de energía eléctrica generada libre de CO2 deberíamos recorrer algo más de 50.000 km mientras que en los países con menor producción eléctrica libre de huella de CO2, este kilometraje puede dispararse por encima de los 150.000 km, una auténtica barbaridad.




Para que te hagas una idea, según Red Eléctrica Española, el porcentaje de energía renovable producido hoy es de un 37.63% y de toda la energía producida en España hoy mismo, el 52.42% ha sido libre de emisiones. Personalmente, aunque estos son los datos, hay que tener en cuenta que para construir los aerogeneradores, los paneles solares y otros sistemas renovables, se ha emitido CO2, por lo que la energía «libre de CO2» es en cierto modo una quimera -esto es un punto de vista personal-.

Un estudio similar realizado por Mazda nos ofreció en su momento el motivo por el cual la marca japonesa equipó su Mazda MX-30 eléctrico con una batería más pequeña de lo normal, con el objetivo de reducir el coste, el peso y avanzar hasta el punto de equilibrio y compensación de CO2.

Aunque una batería más pequeña limita la autonomía, Mazda reconoce que el compromiso tiene sentido para un producto enfocado en la ciudad como el MX-30 y, con el tiempo, presentará una versión REX con un generador rotativo para aquellos que necesitan viajar más allá de los límites de la ciudad.

En conclusión, podemos decir que si bien parece que durante su vida útil un BEV puede tener un impacto ambiental menor que su equivalente ICE, quizás no sea tan simple como afirmar que los coches eléctricos son más ecológicos, hay que ver de dónde viene esa energía que usa y estimar la vida útil y el kilometraje final que va a tener el coche al acabar su vida útil.

A pesar de esto, desde Volvo han afirmado que se van a convertir en un fabricante en el que el ciclo de fabricación, vida y reciclaje del vehículo será CO2 neutral y seguirán apostando por esto.

Fuente | Auto Trader – Volvo – Mazda

lunes, 15 de noviembre de 2021

Tres días de noviembre y alguna reflexión

El pasado miércoles, 10 de noviembre, asistí a una sesión del Curso de Filosofía que el profesor Domingos García imparte en la Biblioteca Pública de Pontevedra. El tema tratado era el materialismo filosófico de Gustavo Bueno.

De este autor era el primer libro de Filosofía que estudié en el bachillerato. El profesor era el catedrático Salvador Mañero, un conspicuo escolástico, aristotélico y tomista. Por eso siempre me llamó la atención que recomendara el libro de un autor materialista, de raíz marxista. Más tarde entendí dos cosas: que Gustavo Bueno también compartía su aristotelismo, y que no es bueno encastillarse en una escuela cerrada que deje fuera el resto de la tradición del pensamiento, como si nuestro saber fuera una fortaleza sitiada que hay que defender ciegamente.

Presentaba Domingos el pensamiento de Bueno como un triturador de teorías. Justamente es lo que debe hacer el pensamiento crítico. Bien masticadas y digeridas, lo asimilable de ellas formará parte de nuestro acervo ideológico.

El viernes 12 comparaba yo el señuelo del coche eléctrico, hoja de parra para ocultar el doble problema energético y climático, con un episodio que Pasolini incluyó en su inolvidable película Pajaritos y Pajarracos, aquel de la madre que prefería que sus hijos durmieran porque no podía darles de comer.

Precisamente el jueves 11 hizo siete años de la publicación de este artículo sobre la película en mientras tanto. Del análisis de la misma me llamó la atención el final culinario del cuervo marxista. Como Bueno, quienes se lo comen y lo digieren correctamente asimilarán lo mejor que ha podido dar a la humanidad.

Era una parábola eucarística que el público de su tiempo, el tiempo del banquete consumista, no pareció entender. La adaptación de una clase obrera conformista a la lucha puramente económica redujo también las ansias transformadoras de los partidos comunistas, cada vez más limitados al campo de juego electoral. Esa adaptación, paradójicamente, redujo su influencia, porque el espacio socialdemócrata ya estaba ocupado.

Pero llega otro tiempo. La fiesta se acaba. Es el momento de que suenen de nuevo palabras viejas, de la reencarnación del cuervo, ahora desprovisto del plumaje desarrollista, émulo frustrado del vuelo de las águilas. Ahora hace frío y debe volar más a ras de tierra...




Sobre Ucellacci e uccellini

Josep Torrell

Pajarracos y pajaritos (Uccellacci e uccellini, 1966) fue un punto de ruptura en el interior de la carrera cinematográfica de Pier Paolo Pasolini. En realidad, El evangelio según san Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, 1964) había supuesto ya el corte con su filmografía anterior: Accattone (1961), Mamma Roma (1963) o La ricotta (1963). Pero El evangelio era irrepetible (salvo por la experiencia de rodar en el pasado remoto, que Pasolini utilizaría muchas veces).

I

Era un punto de ruptura en el sentido que reflejaba un estado de confusión que se observa también en su poética y en su narrativa. En 1964 aparece Poesía en forma de rosa, que es una inmersión en el «magma» (es decir, en la investigación fuera de las normas auto-elegidas), después de lo cual no volverá a publicar poesía hasta 1971. En narrativa, publicará Alí dagli occhi azzurri (1965), donde da por cerrada su primera etapa literaria, publicando los fragmentos de novelas que tenía en el cajón.

El origen de esta confusión tiene que ver con la llamada crisis del marxismo. Pasolini es comunista, aunque excluido del partido como todos los homosexuales (y en absolutamente todos los partidos, cosa que no se suele decir). Seguidor de Gramsci, como modelo de un comunismo con raíces autóctonas, y enemigo de todo lo que tenga de ver con el estalinismo, Pasolini ve cómo el incipiente consumismo está empezando a cambiar el sentido de las luchas obreras y populares.

En los años cincuenta, la clase obrera industrial había protagonizado luchas tenaces por sus derechos. Aunque a lo largo de la década siguiente parecía haber cambiado sus objetivos, acomodándose a una incipiente lucha sólo por los objetivos económicos —que eran importantes, dada las condiciones de vida del proletariado y del subproletariado italiano— pero a la vez, se desentendían de la política y la cultura comunistas.

La crisis del marxismo radicaba en que esta clase trabajadora pareciera estar desistiendo de su empeño revolucionario. Como dijo en 1966 el filósofo Georg Lukács:

«nadie se convierte al socialismo por obra de la perspectiva de poseer un automóvil, sobre todo si ya lo posee dentro del sistema capitalista. ¿Qué se sigue de esto? Se perfila un nuevo problema en el horizonte de los trabajadores, a saber, el problema de dar pleno sentido a su vida».

Pero Pasolini veía que el Partido Comunista Italiano estaba paralizado respecto de esta cuestión. Por una parte, el actuar como líder de las luchas por objetivos económicos le proporcionaba una base social creciente y que podía llegar a ser mayoritaria. Por el otro, notaba una resaca y un abstencionismo respecto a los problemas propiamente políticos y, absolutamente claro, con respecto de los temas culturales. Y Pasolini observaba también que la sociedad en su conjunto aceptaba el consumismo como algo bueno (o cuando menos no era motivo de críticas, salvo muy genéricas) y el neo-capitalismo parecía algo inevitable.

II

Fue este tipo de confusión, este ver que las fuerzas políticas y sindicales de izquierdas están en un sumidero de dudas, lo que movió a Pasolini a romper con las ataduras ideológicas y tratar de mirar individualmente el mundo que tenía a su alrededor.

Pero hacer una película sobre este tema era muy arriesgado comercialmente. Para ello, por primera y última vez en su vida, decidió no cobrar nada por realizar Pajarracos y pajaritos, para que pudiera ser hecho con un presupuesto mínimo. La película fue mal en Italia, pero cuando se estreno en París obtuvo un notable éxito de crítica y público, que permitió salvar económicamente a la película.

Con Pajarracos y pajaritos empieza la etapa de cine difícil de Pasolini, del «cine de élite», del «cine impopular»: Edipo rey de la fortuna (Edipo re, 1967), Teorema (Teorema, 1968), Porcile (Porcile, 1969) y Medea (Medea, 1969). En una entrevista que concedió en Nueva York —y que no vio la luz en su momento— dijo de su cine que funcionaba como parábolas, que requerían del espectador una participación activa.

«Estas películas representan parábolas que expresan una ideología, un pensamiento, un problema, plantean un problema. […] Simplemente es un ensayo, mi parábola no es didascálica, ésta es la cuestión. Es decir, en lugar de escribir un ensayo sobre el final del marxismo en Italia a finales de los años cincuenta, y habría podido escribirlo, yo he traducido este ensayo ideológico en términos poéticos. Y he creado una parábola. Pero con esto no he querido ser didáctico, he querido plantear problemas igual que los habría planteado en un ensayo. Un ensayo escrito por mí no habría sido una obra didascálica, habría sido una obra problemática. Y dicho problema, de hecho, está presente en la película, que no presupone soluciones, que no enseña nada; plantea problemas, hace consideraciones, hace observaciones. Y, efectivamente, deja un problema sin resolver».

La película tenía una ventaja añadida sobre las películas que vendrían después. La ventaja implícita de Pajarracos y pajaritos no era tanto su crítica social, sino un planteamiento en cierta manera escéptico, dubitativo que reflejaba perfectamente la situación confusa en que se encontraba Pasolini, que empezaba a dar los primeros pasos como comunista por libre, sin la sombra del partido a sus espaldas. Lo que luego dará lugar a la función del autor como un opositor permanente a la sociedad capitalista, concebida como el demonio: es decir, el mal social sin paliativos. 

III

Según Pasolini, Pajarracos y pajaritos era una película ideo-cómica y marca el principio de su segunda etapa como autor. El rasgo más llamativo es que  toma la situación de la política en general ligeramente a broma. Esto hace que esta película guste aun cuando su sentido último, el sentido político, se escape al espectador.

Los rasgos cómicos son antológicos: desde la fina ironía de la canción de los títulos de crédito hasta el sacrificio del cuervo, pasando por la frase de Mao, el aspirador para el pelo, los carteles y las señalizaciones en carretera, las expresiones del cuervo, los comentarios de los halcones sobre dios, la secuencia de sora Gramigna, sora Migragna y sora Grifagna, la imitación del Cristo ante los mercaderes o el congreso de los dentistas dantescos. La comicidad no había estado presente –salvo en La ricotta— y fue uno de los rasgos que hicieron aceptable una película que, en principio, no lo era tanto.

Además fue el inicio de la colaboración de Pasolini con Totó y con alguien muy cercano a él, como Ninetto Davoli, que dio lugar también a los cortometrajes La terra vista de la luna (1966) y Che cosa sono le nubole (1967).

Pasolini insistió mucho en que su película era eminentemente narrativa y que era cine de prosa (y no cine de poesía), aunque hay algunos elementos que parecen disentir. El carácter narrativo de la película es evidente, pero la propia definición de cine de poesía hecha por Pasolini hacía referencia a que se viese la cámara. Y en Pajarracos y pajaritos la cámara se ve. Por ejemplo, en los desencuadres iniciales de Toto (captado a la derecha del encuadre) mientras se dirige hacia este mismo lado donde está Ninetto (fuera de campo), y viceversa. También en la secuencia del suicidio los planos de edificios no coinciden con los que serían normales. Tampoco la mezcla de tiempos del relato (ahora y el siglo XIII) es muy clásica, que digamos. Otro rasgo del cine moderno que se puede ver en Pajarracos y pajaritos es precisamente la mezcla de ficción y realidad, la mezcla de imágenes reales –el entierro masivo del secretario general del PCI, Palmiro Togliatti— mezcladas con la historia narrada, y funcionando a modo de una metáfora soterrada de las cosas que cuenta el cuervo.

IV

La crisis del marxismo —tema de la película— está presente a través del insólito personaje del cuervo. Dice Pasolini:

«Escribí el guión teniendo presente un cuervo marxista, pero aún no totalmente liberado del cuervo anárquico, independiente, dulce y veraz. En este punto, el cuervo se convirtió en autobiográfico, una especie de metáfora irregular del autor»

El comerse al cuervo estaba en la estructura básica del guión.

«El cuervo “debía ser comido”, al final: ésta era la intuición y el plano inderogable de mi fábula. Debía ser comido porque, por su parte, había acabado su mandato, concluido su mandato; era, como se suele decir, superado; y, porque, por parte de sus “asesinos” debía ser “asimilado” lo que de bueno —y aquel mínimo de útil—, durante su mandato, podía haber dado a la humanidad»[1]

Así, las últimas palabras del cuervo son un resumen de su personaje pero también de su asimilación por quienes le devoran, citando a un filólogo clásico italiano.

«Los profesores se comen con salsa picante, decía Giorgio Pasquali, pero quienes los comen y los digieren se convierten también ellos mismos en profesores».

El problema es que, normalmente, el sentido que adquiere esta cita del final no ha sido —ni es— comprendido. En la medida en que Ninetto y Totó se comen al cuervo (es decir: comulgan con él) algo del ideario político del cuervo (el marxismo revolucionario) pasará a ellos como comulgantes. Pasolini emplea para ello el sacramento cristiano de la eucaristía —conocido por todos los espectadores— aunque trasladándolo a un discurso marxista. Pero el problema consiste en que esta analogía entre cristianismo y marxismo no llegó a funcionar, sobre todo por parte de un público tardío cada vez más acostumbrado a un cine claro y liso, concebido como mero entretenimiento.

Esta ceguera empaña el discurso de Pajarracos y pajaritos. Porque, a pesar de ser una película difícil es también una película confiada y optimista. Que fía en lo que podrá ser asimilado por los pobres del mundo de este comunismo —anterior a la muerte de Togliatti, como reza un rótulo en la película— que necesita morir, para seguir siendo realmente útil para la lucha de clases.

Pasolini renunció completamente a su salario para poder hacer Pajarracos y pajaritos. Una película es demasiado costosa para permitirse el lujo de ser derrotista. Aunque Pasolini fue haciéndose cada vez más pesimista, al observar la tendencia a considerar el desarrollo como único futuro posible.

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Notas:

[1] Pier Paolo Pasolini: Ucellacci e ucellini, Garzanti, Milán, 1966, pág. 57-58. Ahora en Per el cinema, Mondadori, Milán, 2001, pág. 825.

11/11/2014

viernes, 12 de noviembre de 2021

Sueñan los androides con coches eléctricos

Parece que en esta sociedad cada vez más verde, gobiernos nacionales y organismos internacionales ven en el coche eléctrico una gran ayuda para la eliminación de las emisiones de gases de efecto invernadero. El legislador parece dispuesto a eliminar por completo los motores de combustión interna y sustituirlos por motores eléctricos.

La opinión pública y los medios de comunicación están casi unánimemente acordes con esta idea. Si buscamos artículos sobre el tema encontraremos comentarios sobre las ventajas de estos vehículos, junto con algunos inconvenientes aún no resueltos, pero que sin duda lo serán cuando esté a punto la tecnología correspondiente. Uno de ellos es La autonomía del coche eléctrico, porque las actuales baterías, además de grandes y pesadas, requieren largos tiempos de recarga, además de lo que escasean los lugares de repostaje.

Otro artículo, ¿Es el coche eléctrico el futuro?, analiza sus ventajas y desventajas. Entre las primeras la que sirve de base a las demás, que son de carácter más político y administrativo. Esa ventaja inicial pregonada es que no emite CO2 ni óxidos de nitrógeno. Además, los motores eléctricos son más eficientes que los de combustión interna, porque la mecánica es mucho más simple y la pérdida de energía en la transmisión a las ruedas es menor. Las otras ventajas derivan de políticas monetarias y urbanísticas: beneficios fiscales, ayudas para la compra, facilitación del acceso y aparcamiento en las ciudades...

Se espera que los inconvenientes mencionados se superen con la extensión de la infraestructura de recarga y la optimización de las baterías. Otro problema es el precio. Se espera que vaya descendiendo. De momento, para fomentar la sustitución, además de políticas coercitivas se aplican ayudas para comprar un coche eléctrico. No es evidentemente una solución real, sino una más de las políticas fiscales y crediticias que disimulan y aplazan los problemas.

Algunos datos que encuentro en un artículo de Joaquín Rábago publicado en el Faro de Vigo el día 7 del presente mes, nos redirigen a la raíz de la espinosa cuestión de fondo, esa que la mayoría no ve, seguramente porque no quieren que vea, y que tanta gente tampoco se atreve a afrontar:

  • Un automóvil mediano con motor de gasolina genera una tonelada de CO2 en un recorrido de 7.000 kilómetros.
  • Su equivalente con motor eléctrico ha lanzado ya a la atmósfera, antes de ponerse en marcha, más gases de efecto invernadero de los que generaría el primero en 80.000 kilómetros.
  • La fabricación de un coche eléctrico consume más energía y emite más CO2 que un hogar medio de cualquier país centroeuropeo en un período de diez años.
  • La producción de millones de automóviles eléctricos, subvencionada por cierto por los gobiernos con miles de millones de euros, expulsará a la atmósfera decenas de millones de toneladas de CO2.
  • Se equivocan o directamente nos engañan quienes aseguran que las energías renovables van a permitirnos prevenir la catástrofe sin tener que cambiar de modo de vida y de pautas de consumo.

La fabricación de un coche eléctrico emite tanto CO2 porque en su producción se emplean combustibles fósiles que ya escasean, como escasean algunos minerales imprescindibles. Una doble espiral energética y climática que el sistema económico capitalista intenta retrasar lo más posible sin cambiar sus reglas.

En uno de los episodios de la película Pajaritos y Pajarracos, una madre que no puede dar de comer a sus hijos los engaña haciéndoles creer que aún no amanece cuando despiertan hambrientos. Cierra las contraventanas de la habitación y les repite: "¡dormid, todavía es de noche!".

Ahora tendremos que gritar alto y claro: "¡despertad, que anochece!".


El espejismo del coche eléctrico

Joaquín Rábago

Se nos trata de vender el coche eléctrico como el milagro tecnológico que nos ayudará a luchar con eficacia contra el cambio climático, pero se trata de una falsa ilusión, de un espejismo.

La simple fabricación de un vehículo dotado de motor eléctrico es responsable de la emisión de unas doce toneladas más de CO2 que la de un coche con motor de combustión interna, de las que siete corresponden sólo a la batería.

Y si un automóvil mediano con motor de gasolina genera una tonelada de CO2 en un recorrido de 7.000 kilómetros, su equivalente con motor eléctrico ha lanzado ya a la atmósfera, antes de ponerse en marcha, más gases de efecto invernadero de los que generaría el primero en 80.000 kilómetros.

La fabricación de un coche eléctrico consume más energía y emite más CO2 que un hogar medio de cualquier país centroeuropeo en un período de diez años.

La producción de millones de automóviles eléctricos, subvencionada por cierto por los gobiernos con miles de millones de euros, expulsará a la atmósfera decenas de millones de toneladas de CO2.

¿Tiene algo que ver esto con la lucha contra el cambio climático?, se pregunta el ingeniero y sociólogo alemán Jürgen Tallin, cofundador de la asociación ciudadana Nuevo Foro, de Leipzig (1).

¿Cómo va a contribuir a resolver ese problema un vehículo cuya fabricación lleva ya aparejada una pesada "mochila" de CO2 y que va a recorrer luego durante años miles de kilómetros gracias a la electricidad generada en parte gracias al carbón o al hidrógeno a partir del gas natural?

Se equivocan o directamente nos engañan quienes aseguran que las energías renovables van a permitirnos prevenir la catástrofe sin tener que cambiar de modo de vida y de pautas de consumo.

La simple descarbonización y electrificación de las estructuras actuales no será en ningún caso suficiente. Y ello, sin tener en cuenta que no habrá energías alternativas en cantidad suficiente para cubrir todas nuestras necesidades.

Será preciso, por el contrario, reducir drásticamente el consumo de energía y de materias primas tanto en la industria como en la vida cotidiana, algo a lo que parece que muchos no están dispuestos.

En lugar de continuar como hasta ahora dependiendo del coche particular para la mayoría de nuestros desplazamientos, habrá que fomentar el transporte público tanto en las ciudades como en las cada vez más abandonadas zonas rurales.

No tiene tampoco sentido que, por culpa, entre otras cosas, de la carestía de la vivienda en el centro de las grandes ciudades, millones de personas se vean obligados a vivir a kilómetros de distancia de donde desarrollan su actividad y tengan que coger diariamente el coche para ir al trabajo.

Hay que escuchar advertencias dramáticas como las del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, sobre la imperiosa necesidad de reducir las emisiones globales de CO2, de la que el mundo rico es el principal responsable.

De no cambiar de comportamiento, de seguir como hasta ahora, en lugar de alcanzar esas emisiones una reducción del 45 por ciento para el año 2930, podrían crecer en más de un 30 por ciento. Se lo debemos a las próximas generaciones.

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(1) En la revista mensual Blätter für deutsche und internationale Politik.

sábado, 6 de noviembre de 2021

Marxismo y colapso

Recordemos una vez más la última de las once tesis sobre Feuerbach: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

Es toda una declaración de intenciones. De ahí arranca el propósito de construir una filosofía de la praxis. Este es el postulado fundacional. Como todos los axiomas, es un punto de partida sobre el que edificar la teoría y someterla incesantemente a la prueba de la práctica que ha de confirmarla, refutarla o modificarla.

Este postulado no es demostrable para quien no quiera aceptarlo y prefiera "dejar las cosas como están". Su propio comportamiento ante problemas reales demostrará que no es sincero. Pero los proyectos solamente se demuestran en el proceso de su construcción, a través de la puesta en práctica.

El primer paso práctico para este proyecto fue analizar lo existente, resultado de todo el proceso histórico, dinámico y contradictorio, que culmina en el capitalismo. Su motor ha sido y es la práctica económica. Por eso, el paso fundamental para construir tal filosofía era un análisis crítico de la economía política.

Toda esta evolución se ha traducido en sucesivas etapas expansivas, en que las crisis grandes o pequeñas se tradujeron en nuevos desarrollos. Por eso, la superación del capitalismo se planteó como una liberación de fuerzas productivas que conducirían a una sociedad más justa, que sería al mismo tiempo una sociedad de la abundancia.

Claro que se tenía en cuenta que el proceso expansivo implicaba la explotación del trabajo humano, pero también de la naturaleza, y que en ambos casos existían unos límites impuestos, en el primer caso, por la duración no extensible indefinidamente de la jornada laboral, en el segundo, por los límites planetarios.

Pero siempre se confió en la ciencia y la tecnología como elementos multiplicadores de la productividad, sin precisar demasiado si ambas podrían acompasar siempre sus avances con los de ese proceso productivo-destructivo.

Varias circunstancias hacen inédita la situación actual. Todas confluyen en la imposibilidad de continuar indefinidamente por el camino expansivo. Lo más inquietante es que varios límites se han sobrepasado ya, lo que lleva a la necesidad, no ya de frenar este proceso desbocado, sino de dar marcha atrás en muchas de las variables concurrentes. El capitalismo no puede hacerlo, porque no hay capitalismo posible sin tendencias crecentistas, pero tampoco los modelos alternativos diseñados hasta ahora están adaptados a esta situación.

La dinámica propia del capital lo impulsa a adaptarse, llevando la explotación de la fuerza de trabajo hasta sus límites absolutos, y también la de la naturaleza hasta su agotamiento. El tiempo juega en su contra, pero carece de mecanismos para hacer otra cosa.

Es muy preocupante la sobrepoblación, porque acechan soluciones de puro exterminio, por activa o por pasiva. La disminución hasta los límites sostenibles por vías no traumáticas llevará un tiempo. Y el tiempo disponible no coincide para las distintas variables.

Llevará tiempo cambiar las mentalidades, llevará tiempo reconvertir las necesidades creadas para centrarse en satisfacer las vitales, y reconstruir los procesos productivos correspondientes. Las reivindicaciones obreras no pueden ya centrarse en simples mejoras salariales o de las condiciones de trabajo. Ni siquiera en hacerse con los medios de producción.

Más tiempo aún costaría regenerar el medio ambiente, o la hipotética reversión del cambio climático. Sustituir los recursos minerales escasos, lograr energías renovables con una tasa satisfactoria de retorno energético...

Se confía en el desarrollo de nuevas tecnologías para conjurar estos peligros, pero también el desarrollo tecnológico requiere un tiempo. Difícil hacerlo coincidir con el de los otros procesos citados.

No es un problema de inversión económica. Sabemos que inyectar dinero en un sector no siempre es solución. Lo único que puede hacer, si se planifica adecuadamente, es desarrollar algunos sectores. Siempre contando con el tiempo necesario. Siempre a costa de otros. Sabemos que inyectar dinero en el consumo, si no aumenta igualmente la producción, genera un proceso inflacionario: con más dinero compraremos los mismos bienes y servicios.

Las actuales disfunciones en los suministros se achacan al crecimiento rápido de la demanda tras los peores momentos de la pandemia, pero que la oferta no pueda seguirla dice mucho sobre lo que ocurre cuando esta última encuentra sus límites.

Todas estas cosas obligan a repensar el proyecto. Las categorías conceptuales y la interpretación marxista de la economía siguen siendo válidas, más que nunca. La transformación social es ineludible, pero nuevos problemas obligan a nuevos enfoques.

Nunca ha sido tan necesaria y urgente esa transformación del mundo.




Marxismo y Colapso: La última frontera teórica y política de la Revolución

Miguel Fuentes
09.03.2019

¿Pero es cierto que el peligro de un colapso civilizatorio inminente como efecto de la combinación catastrófica de las contradicciones económicas, sociales y políticas tradicionales del sistema capitalista actual y el avance (ya imparable) de la crisis ecológica, energética y los futuros escenarios de sobrepoblación mundial y escasez planetaria de recursos, puede ser conjurado, esto ya sea mediante el desarrollo tecnológico, la implementación de un sistema económico planificado, el eco-socialismo o el impulso de “modelos alternativos” de sociedad basados en el “decrecimiento”?

La Revolución ha muerto. El Socialismo moderno ha fracasado… y el comienzo de una era post-moderna de colapso civilizatorio y derrumbe social planetario es inevitable. Tal como en el caso de una enfermedad mortal imposible de detener, nada puede impedir este pronto desenlace. Ni la globalización económica, ni la tecnología o la planificación socialista de la economía pueden ya evitar lo que, si se tiene en cuenta la real gravedad que poseen las actuales crisis ecológica y energética, se presenta hoy como ineludible: el pronto colapso de la sociedad contemporánea.

¡Patrañas!, responderá ante esta afirmación el defensor de la libre competencia. ¡Solamente necesitamos invertir en nuevas tecnologías!

¡Derrotismo!, increpará desde la otra vereda el militante marxista. ¡Esto lo solucionamos con la conquista del poder por los trabajadores!

¡Determinismo! ¡Un eco-suicidio planetario es ciertamente posible, dirá el eco-socialista, pero asumir su inevitabilidad es puro pesimismo!

¡Falta de enfoque!, replicará a su vez el defensor del “decrecimiento”. ¡Un colapso no tiene porque ser algo negativo, sino que aquel puede ser “administrado” en pos de un modelo alternativo de sociedad, constituyendo entonces una “oportunidad”!

¿Pero es cierto que el peligro de un colapso civilizatorio inminente como efecto de la combinación catastrófica de las contradicciones económicas, sociales y políticas tradicionales del sistema capitalista actual y el avance (ya imparable) de la crisis ecológica, energética y los futuros escenarios de sobrepoblación mundial y escasez planetaria de recursos, puede ser conjurado, esto ya sea mediante el desarrollo tecnológico, la implementación de un sistema económico planificado, el eco-socialismo o el impulso de “modelos alternativos” de sociedad basados en el “decrecimiento”?

Es precisamente para el desarrollo de estas y otras discusiones que nace el sitio web Marxismo y Colapso, teniendo como uno de sus objetivos principales constituir un espacio de información y debate con relación a los problemas existenciales (inmediatos) a los cuales se enfrenta actualmente nuestra especie y la civilización. Una de las tareas de este sitio será así, en primer lugar, informar respecto al estado de la discusión científica alrededor de estas amenazas y sus posibles proyecciones durante el presente siglo, aquello a partir de la difusión de algunos de los más avanzados estudios científicos en torno a las mismas.

Marxismo y Colapso defiende además la necesidad de un nuevo marco estratégico marxista ante el inevitable fenómeno de colapso civilizatorio y extinción humana que ya ha comenzado a avizorarse en el horizonte histórico. Teniendo en cuenta la casi nula elaboración marxista respecto a este peligro, así como también los propios límites del eco-socialismo y los demás referentes de la actual ecología política marxista (muchos de los cuales, si bien comprenden la posibilidad de un colapso civilizatorio inminente, se niegan a aceptarlo como un horizonte histórico-práctico cercano), Marxismo y Colapso se plantea como un espacio para el desarrollo de los jalones teórico-programáticos necesarios para el impulso de un marxismo nuevo: es decir, dotado de un nuevo programa, una nueva teoría y una nueva practica política para la revolución, adaptada para la nueva era histórica (salvaje) que está comenzando a configurarse ante nosotros: esto es, el derrumbe de la civilización, la extinción humana y el mismo “apocalipsis”.

Ahora bien, comprendiendo que la adopción de un nuevo marco teórico-programático marxista, adaptado para las condiciones del próximo colapso civilizatorio, no “caerá del cielo” ni se presentará al modo de ningún “viaje intelectual”, Marxismo y Colapso busca establecer contacto con las bases militantes y los cuadros dirigentes medios de todas las organizaciones anti-capitalistas existentes en la arena internacional, esto para discutir con aquellas la necesidad imperiosa de imponer el debate colapsista en sus respectivas organizaciones.

Sostenemos aquí que un colapso civilizatorio durante este siglo sería ya inevitable como resultado, como dijimos, de la combinación catastrófica del avance (imparable) de la crisis ecológica, energética y las contradicciones económicas, políticas y sociales tradicionales del modo de producción capitalista en su fase de decadencia absoluta. De acuerdo a esta perspectiva, coherente con la información científica disponible, se habría alcanzado ya un punto de no retorno en el actual proceso de degradación planetaria, la cual habría comenzado a corroer los principales pilares ecológicos de existencia del capitalismo: por ejemplo aquellos que hacen posible el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.



Paralelamente a esta situación de aguda degradación de la “infraestructura eco-social” del modo de producción capitalista, se estaría produciendo asimismo un desarrollo “en tijeras” (irreversible) entre la creciente degeneración socio-ambiental, por un lado, y el avance de un “déficit tecnológico” cada vez más grave para hacerle frente, por otro. Un ejemplo de esto puede encontrarse en la ya marcada incapacidad de los sistemas tecnológicos actuales para limitar los efectos del aumento de las concentraciones de CO2 atmosférico, las cuales habrían alcanzado niveles cercanos a los 410 ppm (una cifra no vista en la Tierra en millones de años), siendo dichos niveles suficientes para asegurar durante las próximas décadas un calentamiento global entre 2 y 3 grados centígrados por sobre la línea de base del siglo XIX.



Cabe recordar aquí que, tal como señalan las Naciones Unidas, un calentamiento global superior a los 1.5 grados centígrados se asociaría a una dislocación y derrumbe eco-sistémico planetario generalizado capaz no solamente de empeorar la ya gravísima situación ecológica mundial (caracterizada hoy, entre otras cosas, por la desaparición de más del 60% de las especies salvajes), sino que además gatillar una crisis de recursos básicos y agrícola sin precedentes a nivel internacional. Una muestra de lo anterior es que un calentamiento global entre 2 y 3 grados centígrados bastaría para producir la transformación del Amazonas y muchos otros centros neurálgicos de la biodiversidad terrestre en sabanas o posiblemente desiertos, generando con ello una expansión a gran escala de las áreas inhabitables en todos los continentes.

Otra de las características de la ya mencionada “dinámica en tijeras” entre el agravamiento de la crisis ecológica y el estado de los sistemas tecnológicos radicaría en la progresiva insuficiencia que presentarían los modelos de sociedad alternativos al capitalismo para resolver no sólo el problema de las actuales concentraciones atmosféricas de CO2, sino que además para contener (o revertir) la degeneración de las bases eco-sociales del desarrollo histórico contemporáneo. En el caso del modelo socialista moderno, una muestra de lo anterior sería la ineficacia creciente que tendría la implementación de un sistema económico basado en la planificación y la gestión obrera como vías para satisfacer las necesidades del conjunto de la población mundial, esto por ejemplo ante un escenario de derrumbe agrícola planetario.

Respecto a las posibles “soluciones tecnológicas” a largo plazo ante el problema de las concentraciones atmosféricas de CO2, pueden destacarse aquí las afirmaciones de Hugh Hunt del departamento de ingeniería de la Universidad de Cambridge quien sostiene, entre otras cosas, que serían necesarias todavía muchas décadas antes del desarrollo de tecnologías mínimamente eficaces para la “remoción” (o captura) de concentraciones significativas de CO2 desde la atmósfera. Un ejemplo de lo anterior es que las actuales “plantas procesadoras” de dióxido de carbono no han sido capaces ni siquiera de alcanzar niveles de captura cercanos al millón de toneladas, es decir una cifra muy por debajo de las 35 billones de toneladas emitidas anualmente. Todo esto en momentos en que no dispondríamos de algo más de una década antes de que se alcance el límite catastrófico de los 1.5 grados de calentamiento global fijado por la ONU.

martes, 2 de noviembre de 2021

Hay que verlo todo y saberlo ver

Anna María Dalí mira por la ventana, aparentemente distraída. Se puede mirar sin ver demasiado bien, pero para ver bien hay que mirar. Y mirarlo todo, tanto lo que nos gusta como lo que no.

Dice aquí Umpiérrez que si nos encerramos en nuestro mundo sin asomarnos fuera de él podemos caer en el pensamiento sectario, relacionarnos sólo con nuestros afines y dejar de ver la globalidad. Estoy de acuerdo. Hay que conocer lo que hay fuera de nosotros, porque nosotros sí estamos dentro de ello.

Este riesgo es menor para el pensamiento crítico, al que los poderosos medios enseñan continua y forzosamente ese mundo que de forma consciente rechaza. Salvo que cierres todas tus ventanas, llegas a conocer bastante bien lo que piensa y cómo actúa ese mundo existente fuera de ti, porque te lo meten por las narices.

No ocurre lo mismo con el pensamiento dominante (en el que domina en los dominados, no el de los dominadores cupulares), que pocas veces se asoma al conocimiento de otros datos y otras formas de pensar.

Pensar a contracorriente enseña lo que no se puede conocer si se piensa "corrientemente".


Mundos pequeños y cerrados

Todas las personas pertenecen a mundos pequeños o desenvuelven su vida diaria en mundos pequeños: su núcleo familiar, su círculo de amigos y conocidos y su ámbito de trabajo. Y todos esos mundos pequeños pueden ser más ricos o pobres en términos de cultura científica, lingüística y cultural, en términos de relaciones fraternales y de lucha, en términos de pasiones y emociones, y en términos de acciones y reflexiones.

Todos esos pequeños mundos tienen puertas y ventanas abiertas al mundo global, pero esas puertas y ventanas pueden estar muy abiertas, semiabiertas o cerradas. Pero no basta con tener las puertas y ventanas de tus pequeños mundos abiertas; hay que saber qué entra por ellas. Ahora bien, cada cual elige su vida y decide qué quiere que entre en su mundo. Si tu mundo pequeño lo abres a las grandes fuerzas, tendencias y causas del mundo global, tu mundo pequeño estará integrado en los grandes mundos. Pero si, por el contrario, dejas que por tus ventanas y puertas solo entren las fuerzas marginales y las ideas de los que piensan y sienten como tú, tu mundo se hará aún más pequeño.

Y por último, si mantienes tus pequeños mundos cerrados a las grandes fuerzas y tendencias, tu vida espiritual se empobrecerá sin que te percates de ello e inevitablemente caerás en el pensamiento sectario, que te aislarán del mundo global aunque te rodeen cientos de personas. Se puede estar rodeado de muchas personas y vivir aislado del mundo global, y se puede estar aparentemente solo y estar muy integrado en el mundo global.

(...)