lunes, 16 de junio de 2025

Atando cabos sueltos de viejos tiempos

Hace pocos días me hice eco de un informe demoledor sobre el hiperimperialismo estadounidense que mantiene a gran parte del mundo bajo su ocupación militar, de manera directa o bajo el paraguas de la OTAN.

Estaba buscando un mapa que mostrara su enorme red de bases militares a escala global cuando encontré uno de las instalaciones militares que establecieron en España, una vez que la dictadura pactó su sometimiento al imperio a cambio de ser aceptada en el club. Aceptación vergonzante hasta que mucho después fuera oficializada por Calvo Sotelo. La jugada la completó aquella finta ("de entrada no pero sí") de un tal Felipe González.

El mapa aparecía en un ejercicio propuesto el curso pasado en Navarra, en las pruebas de acceso a la universidad. Se pedía un análisis histórico de las bases militares norteamericanas establecidas en España a partir de 1953. El documento resume las fases del acuerdo que al fin blanqueaba al sepulcral régimen franquista como aliado estratégico de "Occidente".

El oleoducto que aparece en el mapa pasa por Écija. Se estaba construyendo cuando emigramos a Madrid, como hicieron tantas otras familias.

El 26 de septiembre de 1953 se firmaba el "Tratado de Cooperación" por el que Estados Unidos instalaría en España seis bases aéreas (Rota, Morón, San Pablo, Torrejón de Ardoz, Sanjurjo y Valenzuela) y dos arsenales y depósitos de combustibles en los puertos de El Ferrol y Cartagena.

Como parte del acuerdo llegó la "ayuda americana", más barata que la del Plan Marshall, porque Franco no era Adenauer. Recuerdo la leche en polvo y el queso Cheddar que se nos empezó a dar en la escuela, y pude comprobar que una parte de esa ayuda se quedaba por el camino en el proceso de distribución. La corrupción que ahora nos escandaliza (¡y menos mal!) viene de lejos: el Nescafé se compraba de contrabando... en el estanco.

Para abastecer de combustible a las bases americanas se construyó el oleoducto Rota-Zaragoza entre octubre de 1955 y diciembre de 1956. Recuerdo las obras y a los americanos que hasta entonces solo veíamos en el cine. No pasaron tan de largo como en la película de Berlanga. Yo tenía entonces nueve años.

Junto a los desvencijados camiones rusos procedentes de la guerra, (por cuya marca 3HC (ZIS) se los conocía como los "Tres Hermanos Comunistas"), empezamos a ver flamantes camionetas Chevrolet como centauros mecánicos: la parte humana iba delante en un "haiga" partido por la mitad, la carga bruta en el cajón trasero.

1955 3124 Series Cameo Carrier











Años después, en 1998, el oleoducto reventó. Se derramaron 400.000 litros de combustible, hubo que remover entre 10.000 y 12.000 metros cúbicos de tierra contaminada y se extrajeron más de 100.000 litros de agua del Genil.

Como en Bienvenido Mr. Marshall, el paso de los americanos no cambió la vida del pueblo, pero a partir de entonces la cultura anglosajona dejaría su huella, lejos ya aquellos tiempos de autarquía fascista en que hasta hubo que traducir los nombres extranjeros de bares y hoteles.

Hablando de cambios políticos de nombres viene a cuento una canción que se hizo muy popular y que los niños cantábamos en un inglés inventado: Estambul no es Constantinopla.



jueves, 12 de junio de 2025

Del amor y el temor

El temor a Dios cimenta el amor hacia su persona, porque ¡ay de ti si no lo amas!

Esta formulación religiosa es un reflejo de la práctica habitual del poder.

"Para gobernar, el príncipe debe hacerse amar y temer por el pueblo", consejo de Maquiavelo. Resume el complicado equilibrio de fuerzas que hace posible la estabilidad de cualquier estado.

Pero el "pueblo" es una entidad compleja, con diversas clases sociales. Un gobierno que pretenda contentar a una mayoría que le de estabilidad debe convencerlos de que trabaja por el bien de todos, tratando de crear el mayor consenso posible. Se hará amar por los satisfechos con sus políticas. Los demás tendrán que aceptar un "consenso" impuesto por el temor.

Entre los dos polos de la adhesión y el rechazo el gobernante tiene que moverse con cuidado. Deberá alimentar la idea de que existe un "bien común", por mal repartido que esté, y la muy pedagógica de que lo más prudente para el díscolo es aceptar el estado de cosas que sostiene la estructura social.

Cuando el malestar de los subalternos llega a ser insoportable puede combatirse con al menos tres mecanismos:

  • La represión, llegando a niveles terroríficos si hace falta.
  • Fomentar las divisiones entre diferentes grados de excluidos para enfrentar a los que están mal con los que están peor.
  • Negar la existencia de "derechos humanos", si no son gracias concedidas por el poder a grupos concretos.

Tal es la "Pedagogía de Estado" en la sociedad de clases, esencialmente conflictiva. Manejada por locos puede llevar a situaciones explosivas.

Cuando las cosas van bien la sociedad es manejable. En situaciones de crisis se van activando progresivamente los mecanismos citados. Se constata que la democracia burguesa es un periodo de bonanza entre dos crisis y decrece progresivamente hasta desembocar en dictadura. Ahora estamos en la peligrosísima deriva de que triunfen los negacionistas de toda laya que rechazan cualquier posibilidad de salir de ese "estado de naturaleza" que conduce indefectiblemente a la catástrofe. 

Los monstruos de que hablaba Gramsci están aquí de nuevo. Esperemos que sus instrumentos opiáceos no sean suficientes para consolidar su oscura etapa.

Reflexiones de Álvaro García Linera:


Un mundo brutal
Trump, Milei y las lecciones de Maquiavelo

El poder duro se impone sin tapujos y el imperio se manifiesta sin ideologías que disfracen su vocación de dominación absoluta

ÁLVARO GARCIA LINERA








El ex vicepresidente de Bolivia desarrolla su idea sobre lo universal de gobernar como concepto, pero además en sus efectos de realidad. Europa esta, como al comienzo del nazismo, en una encrucijada y su poder blando bajo el manto de Occidente democrático parece desplomarse sin atenuantes.

Cuando Maquiavelo recomendaba al príncipe que para gobernar había que hacerse amar y temer por el pueblo, estaba resumiendo la llave maestra de la legitimidad de cualquier gobierno. No se trata de usar la fuerza para ser temido ni de ser condescendiente con todos para ser amado. Al final coacción sin justificación colectiva y bondad sin firmeza en los temas de gobierno son pilares deleznables para afrontar exitosamente el gobierno de cualquier sociedad atravesada de múltiples y contradictorios intereses.

Para el florentino, ser temido es la virtud del respeto que se obtiene del ejercicio pleno y en todo el territorio de las decisiones de gobierno. Ser amado es tomar medidas que beneficien, de alguna manera, a todos: ricos y pobres. Ambas son la metáfora de lo "universal" que, a decir de Marx, es el monopolio por excelencia de los estados modernos. El Estado puede presentarse como la forma de unificación política de la sociedad precisamente porque es la única institución que reclama con éxito el ejercicio vinculante y universal de sus decisiones en un territorio y, por otro lado, porque sus determinaciones están pensadas también para beneficiar, formalmente de manera universal, a todos sus habitantes.

Pero claro, lo sabía bien Maquiavelo, los universales del Estado son monopólicos, es decir, los define el príncipe, no los súbditos; aunque la virtud del respeto emergerá de la capacidad del príncipe para tomar decisiones que sean susceptibles de tener un mínimo interés común a todos los súbditos. Por ello, lo universal es abstracto, pero real. Porque ciertamente beneficia mas a unos, el Príncipe y su corte, lo que hoy llamamos las clases dominantes. Pero algo, por muy poco que sea, deberá llegar al pueblo, para cimentar tolerancia y cumplimiento.

Común a todos y monopolio de pocos es la fusión política permanente que garantiza la atracción, la adhesión y legitimidad de cualquier gobierno del Estado. Pero cuando esto se quiebra, lo que tenemos es la ferocidad de un Estado patrimonial y oligárquico, que es lo que justamente estamos viendo brotar hoy por todas partes del mundo.

La lujuria de los poderosos

En los países subalternos del orden capitalista es conocida la presencia de USAID con sus llamados "proyectos de desarrollo", "fortalecimiento democrático" y de "prensa libre" que, a nombre de valores y beneficios para todos, financian elites locales leales a las empresas y políticas norteamericanas. Es el "poder blando" ("ser amado") que viabiliza sin traumas el poder duro de los intereses corporativos ("ser temido"). Pues ahora estas edulcoraciones de la dominación no van más. Los intereses norteamericanos ya no apelaran a eufemismos y consenso para estar allí donde vean conveniente. A modo de cañoneras de mercado, el proteccionismo arancelario de EEUU, doblegara a muchos gobiernos extranjeros para que se sometan, sin filtro ni artificio justificador, a lo que EEUU necesita para reorientar el comercio mundial. Y si esto no funciona, EEUU lo tomara por la simple razón de que le da la gana. Primero tal vez sea Groenlandia, luego Panamá, quizá luego Gaza...

Que EEUU protegerá a occidente del comunismo, o ahora del asiatismo bárbaro, está bien para los seguidores de Walt Disney que se fascinan con las historias de fantasías. Hoy, el poder duro de las armas de disuasión es un negocio más, como vender cerveza. Si Europa quiere protección, señala Trump, que pague los costos de la seguridad, que suba su gasto en defensa para comprar más armas a EEUU y ponga los muertos en las nuevas aventuras coloniales que aun añora perseguir. Los "valores de Occidente" que engatusaron a las antiguas generaciones ahora son una vulgar mercancía que se exhibe en el escaparate del supermercado como la pasta dentífrica o el tocino.

Si hasta hace poco la expansión de la OTAN, la guerra por encargo en Ucrania o la invasión de Libia y Afganistán se las justificaba con la retórica de combatir las autocracias, hoy descaradamente se anuncia que es solo un método para controlar territorio y someter fuerza de trabajo barata. Cínicamente y ante los ojos de millones de ciudadanos Trump les echa en cara a los ucranianos que occidente paga por cada joven muerto que tienen en combate y, encima, sin rubor alguno, les reclama que sus muertos valen menos de lo que han recibido y que deben devolver parte de ese dinero con la entrega de sus minerales. La moral bucanera ha sustituido a la ilusión universalista.

Para no quedar atrás, la presidenta de la Comisión Europea von der Leyen, anuncia con entusiasmo que ha llegado "la hora del rearme" continental por lo que los estados podrán endeudarse sin límite apara abastecer sus arsenales. Finalmente, después de tanta alharaca medioambiental, para todos ellos, las bombas que resguarden sus murallas resultan más importantes que el calentamiento global. Y no deja de ser pintoresco el afectado gesto dramático con el que numerosos voceros "occidentales" desempolvan viejos manuales bolcheviques para denunciar el grosero comportamiento "imperialista" de EEUU; olvidándose que lo que hoy tanto les molesta de las bravuconadas de Trump es lo que ellos han hecho todos estos años con África o medio oriente.

Atravesamos tiempos liminales sin horizonte ni redención previsible. Por ello, el mundo se ha convertido en un campo de batalla sin reglas para descuartizar países, mercados, poblaciones y esperanzas. Y en casa de los imperios recargados, el esquema es el mismo. Las ideologías que legitimaban la dominación han envejecido y la gramática del dinero es hoy el nuevo soberano. Las oligarquías se han lanzado al asalto del poder estatal. No necesitan justificación. Tampoco requieren de los servicios de las aburridas clases medias letradas que hacían artificios lingüísticos con los "valores y principios" democráticos. Solo requieren sirvientes que ejecuten los caprichos bobos de niños ricos con juguete nuevo.

Las oligarquías en el poder compiten para deshuesar lo más dolorosamente posible los servicios públicos. Botan a funcionarios de larga trayectoria como si se trataran de calcetines sucios. Financian campañas electorales a bolsillo suelto como quien apuesta a una carrera de caballos. Compran votos con denigrantes loterías. Y luego, para completar su canallada, a plena luz pública, se autoasignan contratos estatales, o la propiedad de empresas públicas, para aumentar el valor de sus compañías. Los contorsionistas de este vodevil, los presidentes, no se quedan al margen y se lanzan a estafar abiertamente a incautos ciudadanos con criptomonedas. Desdoblando el cuerpo del príncipe (el gobierno) del cuerpo de la persona que funge hoy como gobernante, arguyen que la promoción rentada de tal o cual cripto no es en cuanto presidente, sino en cuanto individuo, habilitando así una novísima coartada criminal respecto a que se es gobernante solo cuando estampan su firma en documentos con bandera de su país; pero luego, el resto del tiempo son simples individuos abocados a engordar lascivamente sus arcas personales.

Sin embargo, que este envilecimiento de los estados pueda imponerse no es meramente una astucia de oligarquías corruptas, sino que requiere, al menos, la tolerancia silenciosa de una parte de un electorado igualmente envilecido. Clases medias en pánico moral por el ascenso social de sectores populares o indígenas. Jóvenes varones aterrados por su impotencia jerárquica ante mujeres empoderadas. Trabajadores empobrecidos que creen que los migrantes que limpian las casas y cosechan los alimentos les arrebatan los empleos en las industrias o empresas de servicios.

Acusar a los débiles de los efectos que las fechorías de los plutócratas causan en los sectores medios se ha convertido en la mejor manera de embaucar a los pueblos. Los que hasta ayer se asumían como los sublimes redentores de la humanidad hoy insuflan cacerías racistas de latinoamericanos, africanos y musulmanes. En tanto que otros, se jactan de haber convertido el mar mediterráneo en una gigantesca y barata tumba de indocumentados.

El poder oligárquico mundial es hoy la brutalidad del mas fuerte, la obscenidad del más millonario, la crueldad del más prepotente. Para qué ser amado si es más fácil y humillante aterrorizar al indefenso. El único universal que veneran es el dinero. La parálisis y miedo que provocan les hace creer que han inaugurado una nueva gobernabilidad fundada en las billonadas que ostentan. Sin embargo, gobernar sin evocar algún tipo de universal, alguna forma de beneficio común, es efímero. Es un tema de cohesión social que promueve la tolerancia moral de los gobernados.

Por ello, en medio de esta orgía de ofensas desbocadas, quizá valga la pena recordar nuevamente a Maquiavelo que, conocedor de las tentaciones principescas de creerse impunes y eternos, les advertía sobre la suerte del emperador romano Máximo el Tracio, que desdeñó ser amado y transmutó el temor por el odio y desprecio de sus súbditos. Finalmente, después de unos años y en medio de rebeliones, los ciudadanos vieron pasar rumbo al senado, la cabeza cortada del emperador y de su hijo.

lunes, 2 de junio de 2025

Con dioses así...

¿Qué se puede esperar?

El relato de la matanza de los inocentes se muestra en la segunda parte, "la biblia buena", como una atrocidad, pero los relatos de la primera parte son con frecuencia tan espeluznantes como el que se comenta en este artículo. Ese Dios ególatra, profundamente narcisista hasta los casi inalcanzables niveles trumpianos, empeñado en que lo adoren, sea por el terror que infunde o más frecuentemente por el que practican sus agentes terrenales, ¿tiene tan poca perspicacia que no percibe lo falsos e interesados que son sus fieles?

Los creyentes a pies juntillas en la literalidad bíblica son cada vez más escasos, aunque en contrapartida hay sectas tan fanáticas como para reducir a 144.000 los que se salvarán del infierno, vendiendo a bajo precio el billete de ida al paraíso.

Merece la pena estudiar en profundidad la evolución de las ideologías religiosas, su génesis y acomodación a cada momento histórico y en función de qué intereses. Cómo surge el cristianismo dentro de la religión judaica, en qué momento van apareciendo los distintos dogmas, de qué forma se van modelando las jerarquías, siempre al amparo interesado de los poderosos...

Pero cuidado, pontífice, no te sientas impune. Si el cristianísimo emperador se cabrea tendrás que refugiarte en Sant'Angelo mientras él aprovecha y saquea a los romanos (ahí me las den todas).

Cuando la ideología de los derechos humanos parecía alcanzar cierto consenso, nos encontramos con la persistencia de bárbaros que acuden al taparrabos religioso para tapar su profunda inhumanidad. Lo más terrible será que acabemos normalizando la barbarie, una neobarbarie con tecnologías avanzadas, camino de difícil retorno que puede llevarnos a la extinción.

Pero ese Dios bíblico no es más que una gargantuesca marioneta. No es él el que conduce a "su pueblo" (sea quien sea el que lo maneja en cada momento) a la conquista y el exterminio. Más bien lo pasean en la procesión, como van las banderas y estandartes a la batalla.


Miguel Martín
27/05/2025

La matanza de los inocentes. Peter Paul Rubens














Los acontecimientos en Gaza siguen sucediéndose y nada ni nadie parece querer poner fin a la violencia que Israel ha desencadenado de una forma intensa y cruel desde octubre de 2023. Pero con las siguientes líneas no quiero reincidir en los juicios de valor ni en el posicionamiento que ya he manifestado en otros artículos que he escrito para este mismo medio, tales como Hamas ¿terroristas?; o Memoria democrática, más allá del franquismo. Únicamente utilizaré esta tribuna para tratar de despertar la reflexión particular de cada lector a partir de un pasaje bíblico que considero fundamental conocer en este momento y que dice así:

Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra donde vas a entrar para poseerla y haya echado de delante de ti a muchas naciones: los hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos, siete naciones más grandes y más poderosas que tú, y cuando el Señor tu Dios los haya entregado delante de ti, y los hayas derrotado, los destruirás por completo. No harás alianza con ellos ni te apiadarás de ellos. Y no contraerás matrimonio con ellos; no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás sus hijas para tus hijos. Porque ellos apartarán a tus hijos de seguirme para servir a otros dioses; entonces la ira del Señor se encenderá contra ti, y Él pronto te destruirá. Mas así haréis con ellos: derribaréis sus altares, destruiréis sus pilares sagrados, y cortaréis sus imágenes de Asera, y quemaréis a fuego sus imágenes talladas.

Y continúa:

Porque tú eres pueblo santo para el Señor tu Dios; el Señor tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos; más porque el Señor os amó y guardó el juramento que hizo a vuestros padres, el Señor os sacó con mano fuerte y os redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto. Reconoce, pues, que el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel, que guarda su pacto y su misericordia hasta mil generaciones con aquellos que le aman y guardan sus mandamientos; pero al que le odia, le da el pago en su misma cara, destruyéndolo; […].

Y finaliza así:

[…]. Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá varón ni hembra estéril en ti, ni en tu ganado. Y el Señor apartará de ti toda enfermedad; y no pondrá sobre ti ninguna de las enfermedades malignas de Egipto que has conocido, sino que las pondrá sobre los que te odian. Y destruirás a todos los pueblos que el Señor tu Dios te entregue; tu ojo no tendrá piedad de ellos; tampoco servirás a sus dioses, porque esto sería un tropiezo para ti.

[…] Y el Señor tu Dios echará estas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás acabar con ellas rápidamente, no sea que las bestias del campo lleguen a ser demasiado numerosas para ti. Pero el Señor tu Dios las entregará delante de ti, y producirá entre ellas gran confusión hasta que perezcan. Y entregará en tus manos a sus reyes de modo que harás perecer sus nombres de debajo del cielo; ningún hombre podrá hacerte frente hasta que tú los hayas destruido. […].

Este fragmento se corresponde con el capítulo 7 del Deuteronomio, uno de los textos principales de la Torá, para los judíos; y del Pentateuco, para los cristianos. Y conocerlos, al margen del repudio que nos pueda generar su radicalidad, arroja luz sobre los posicionamientos del sionismo respecto a lo que significa el Estado de Israel en la actualidad y cómo deben actuar sus gobernantes en relación con Palestina. En ese sentido, su racionalidad no parece responder al Derecho Internacional ni apelar a la Declaración Universal de Derechos Humanos es un motivo de peso para convencerlos de que actúen de otro modo. 

Expresiones similares también son comunes en discursos de organizaciones yihadistas como ISIS, que defienden de forma explícita que Dar al-Islam debe estar bajo su control, dado que se presentan a sí mismos como los “verdaderos musulmanes”, cuya principal responsabilidad es expulsar a los incrédulos y apóstatas de sus tierras e implantar un régimen político que se rija exclusivamente por la ley islámica. Sobre esta base defienden la legitimidad de su autoproclamado Califato y han tratado de que el resto de las naciones del mundo los reconozca como Estado.

Del mismo modo, en su día el nacionalsocialismo defendió la idea de la gran nación alemana, así como la superioridad de la raza aria, reclamando para sí amplios territorios de Europa con el fin de unificar bajo un mismo Estado a todos los pueblos germanos. Sobre esta base, se justificó la invasión de otros países y la discriminación y persecución de amplios sectores de población (judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, etc.), dando lugar así a uno de los periodos más oscuros de la historia reciente de la humanidad.

Siguiendo el rastro de este mismo discurso, hoy en día, en nuestra propia sociedad, movimientos como Núcleo Nacional sostienen que, en Europa, en general, y en España, en particular, se está llevando a cabo un plan de suplantación étnica y que, por tanto, debemos organizarnos para defender “nuestra tierra” de todos aquellos que son identificados como invasores. Fruto de ello, se están sucediendo en nuestro país manifestaciones como la de este fin de semana en Madrid bajo el lema, “patria, justicia, revolución” en contra de lo que ellos denominan “invasión migratoria” y a favor de la remigración.

Se podría continuar aumentando el número de ejemplos, pero todos ellos tienen en común la exaltación de un “nosotros” hermético y uniforme que, como en el pasaje bíblico antes referenciado, reclama un territorio para sí donde no se contempla la posibilidad de dar cabida a ningún tipo de mezcla ni diversidad. Algo que obstaculiza la posibilidad de que pueda existir una relación tolerante con el “otro” y que fortalece la exaltación de la violencia y la destrucción del que se considera diferente.

Por eso, aquellos que no compartimos estos principios, además de manifestar nuestro rechazo, también necesitamos anteponer y resignificar otros relatos en los que poder inspirarnos, como por ejemplo el de “La Torre de Babel”, un pasaje del Génesis que rescató el semiólogo Paolo Fabbri para argumentar a favor de la imperfección como fuente de creatividad en contraposición al ideal de alcanzar una lengua única y perfecta para todo el mundo. Porque para él la verdadera utopía se encontraba en lo babélico, en la exaltación de las diferencias, de las traducciones y de los errores, sin las cuales consideraba que no se podían articular nuevos sentidos y generar nuevos significados dentro de un determinado espacio social, concibiendo así la pluralidad como un valor positivo.

"Para quien abraza el sionismo no hay cabida para otro pueblo en lo que ellos mismos consideran como su territorio por derecho divino"

En contra de esta idea, la tierra prometida que dicen añorar y defender movimientos como los antes citados siempre se presenta como un espacio sin perturbaciones, idílico y seguro en el que, como apunta Tierra Santa en su tema musical Sodoma y Gomorra, su existencia tiende a estar ligada a un dios que “nunca supo aceptar su falso derecho a la libertad” y que a la mínima desobediencia está dispuesto a castigar y destruir a quienes lo desafían.

El gobierno de Israel parece actuar siguiendo estos preceptos y no da muestras de querer detener el aniquilamiento sistemático de la población palestina, especialmente de niñas y niños. Porque para quien abraza el sionismo no hay cabida para otro pueblo en lo que ellos mismos consideran como su territorio por derecho divino.

En estas circunstancias, ¿cabe que la UE siga manteniendo vigente su acuerdo de asociación con Israel? ¿Cabe que nuestros gobiernos sigan validando un marco jurídico de diálogo político y cooperación económica con quien no reconoce el derecho a la existencia de sus semejantes? La base misma de esta asociación, según lo acordado por ambas partes, es la observancia de los derechos humanos y de la democracia. Así se estipula en el artículo 2 de este documento: “Las relaciones entre las partes, así como todas las disposiciones del propio Acuerdo, se basarán en el respeto a los derechos humanos y a los principios democráticos, que orientan su política interna e internacional y constituyen un elemento esencial de este Acuerdo”. Saquen sus propias conclusiones.

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Miguel Martín es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid, doctor en Semiótica por la Universidad Complutense de Madrid e investigador de Diacronía.

domingo, 1 de junio de 2025

Camarón con Tomatito... y Chocolate con Habichuela

No se trata de recetas culinarias sino de recetas musicales para paladear el buen cante.

La colaboración entre Camarón de la Isla y el guitarrista Tomatito es bien conocida. De la otra se habla menos, pero ahora el programa de José María Velázquez-Gaztelu, nostálgico de tiempos pasados que gusta de recordar épocas doradas del cante, rebuscando discos viejos en su "cajón de sastre" nos lleva hasta Antonio Núñez Montoya, "Chocolate" y al disco Los duendes del flamenco que grabó acompañado a la guitarra por Juan Carmona, "Habichuela".

El audio recuerda la difícil vida de este cantaor, reflejada en su conocida frase "en mi hambre mando yo", y contiene casi completo el antiguo disco de vinilo.

En el prólogo guitarrístico habitual incluye tres interpretaciones de Niño Ricardo, que también  acompañó sus cantes:

-55:40 Granaína

-50:26 Seguiriya

-44:33 Zapateado

Minutado de los cantes de Chocolate que acompaña Juan Habichuela:

-40:44 Pa yo tenerte a mi vera, soleares

-33:17 Solamente en Dios confían, taranto

-27:40 Y las manos me mordía, malagueña con final de jabera

-18:20 El nombre de esa mujer, fandangos

-12:25 Como yo guardo los cantes gitanos, seguiriya

-04:18 Como si fuera candela, tientos

Aquí, el disco completo:

martes, 27 de mayo de 2025

El ecologismo en perspectiva

Jorge Riechmann se hace eco de una reseña que de su libro Ecologismo: pasado y presente hace Raúl Garrobo Robles en la revista Isegoría.

De lejos viene la preocupación por la destrucción de la naturaleza, manifestada sobre todo a partir de los destrozos evidentes causados por la Revolución Industrial. Como reacción frente a ellos, pronto surgió la preocupación ambientalista, con manifestaciones diferentes según el sector social que los sufría. Así, la clase obrera reivindicaba mejores condiciones higiénicas, la burguesía se preocupaba sobre todo por los cordones sanitarios... nuevas alarmas que se unían al sentimiento romántico-aristocrático de preservación de la naturaleza de muy viejo cuño.

Muy pronto se percibió el carácter destructivo del capitalismo industrial, y hace medio siglo saltaron ya todas las alarmas. La respuesta no fue el freno de emergencia que proponía Walter Benjamin, sino pisar fuertemente el acelerador.

"Níégalo todo" es la última línea de defensa del criminal convicto. Y estamos en pleno auge del negacionismo más absurdo. Pocos son los que profesan hoy el terraplanismo o el geocentrismo, pero es mucha la gente que niega hechos probados si los despiertan de su narcótica tranquilidad:

Jorge Riechmann habla de cuatro niveles de negacionismo. El nivel cero —el tradicional— sería aquel que no reconoce el holocausto judío —tal y como el sionismo y sus acérrimos niegan hoy el genocidio palestino—. En el nivel uno, por su parte, tendríamos el recurrente negacionismo del cambio climático, ya sea porque se lo naturaliza, ya porque —sencillamente— se lo considera inexistente. Más sutiles, aunque no por ello carentes de operatividad, serían los dos niveles restantes. En el nivel dos nos las veríamos con una categoría de negacionismo que cuestiona la finitud humana, así como los límites biofísicos que la delimitan, y por cuyos efectos narcóticos nos veríamos acríticamente impulsados a aceptar que, a pesar de la crisis socioecológica extrema, los humanos perduraremos. Para el negacionismo de nivel tres, finalmente, el expansionismo capitalista, con su remanente “ilimitado” de tecnologías salvíficas, sería la cultura que habría de hacernos perdurar. Tiempos desquiciados —out of joint— estos que nos toca vivir. 

Para acabar de enredarlo todo, surgen ideas como el "desarrollo sostenible", la panacea del "capitalismo verde" o la tecnociencia que acabará resolviendo todos los problemas, obviando las clamorosas leyes de la termodinámica, aquellas cuya revelación me hizo melancólico en la lejana juventud.

Energía limpia, inagotable, no contaminante. Hasta el carbón y el uranio son "ecológicos", y las "renovables" no tienen contrapartidas.

Y mientras, en la calle
en loca algarabía,
el carnaval del mundo
gozaba y se reía...


Raúl Garrobo

Ecologismo: pasado y presente bien podría servir de libro de cabecera para una clase política —tomada en términos generales— que a menudo hace gala de un analfabetismo ecológico irreconciliable con la extrema gravedad de la actual crisis ecosocial. En esta obra, el recorrido histórico a través de los hitos del ecologismo y del sentimiento de reconciliación con la naturaleza, desde sus orígenes en la Revolución Industrial hasta nuestros desquiciados y shakespearianos días, así como el esfuerzo de concreción y precisión del léxico asociado a este devenir, facilitan la toma de contacto con un discurso que actualmente no cesa en su proliferación, pero cuya complejidad y amplitud interdisciplinaria dificultan su aprehensión. Uno de los méritos de este libro de Jorge Riechmann es, precisamente, su intención de constituir —según un orden que, salvando las distancias, podríamos identificar como geométrico— una aproximación al ecologismo en términos tanto históricos como sistemáticos, hecho este que supone un hito entre la bibliografía ecologista al uso. Por momentos, la reconstrucción de lo que podríamos denominar la constitución moderna de la episteme ecologista que se lleva a cabo en el libro se asemeja lúcidamente al método arqueológico de Michel Foucault, de suerte que Riechmann nos permite rastrear las circunstancias históricas por las que finalmente se ha logrado pensar lo impensado del capitalismo —que es también una de sus condiciones supremas de posibilidad—: la naturaleza como contexto de producción.

Comenzando por los primeros pasos de la concienciación medioambiental durante el siglo XIX, Jorge Riechmann repasa las aportaciones del ambientalismo obrero en su prosecución de mejores condiciones higiénicas, la preocupación burguesa por los cordones sanitarios, el sentimiento romántico-aristocrático de preservación de la naturaleza... todos ellos impulsos pioneros de un ambientalismo y un proteccionismo emergentes.

Asimismo, siguiendo de cerca a los historiadores de la ciencia Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz, a quienes Riechmann les tiene “echado el ojo”—con lo que ello significa en cuanto a su positiva recepción en España—, el filósofo y poeta madrileño insiste en que, ya desde sus orígenes, la capacidad destructiva del capitalismo industrial no pasó desapercibida para sus coetáneos. Así, el economista inglés William S. Jevons fue perfectamente consciente de la disyuntiva que los avances técnicos de la Primera Revolución Industrial abría para la humanidad: “tenemos que hacer una elección trascendental entre una breve, pero verdadera opulencia, y un período más largo, pero de continuada mediocridad”. Paradójicamente, Jevons optó por la vía de la hýbris, esto es, por la vía de la extralimitación, aunque es de suponer que, en posesión del bagaje clásico promedio para todo autor decimonónico, conocía perfectamente cómo acabó Aquiles ante un dilema no muy diferente.

Desde Jevons hasta nuestros días —especialmente desde los años ochenta—, ha sido esta misma vía —la vía aquílea de la denegación, podríamos llamarla— la que ha logrado imponerse. En este contexto, Jorge Riechmann habla de cuatro niveles de negacionismo. El nivel cero —el tradicional— sería aquel que no reconoce el holocausto judío —tal y como el sionismo y sus acérrimos niegan hoy el genocidio palestino—. En el nivel uno, por su parte, tendríamos el recurrente negacionismo del cambio climático, ya sea porque se lo naturaliza, ya porque —sencillamente— se lo considera inexistente. Más sutiles, aunque no por ello carentes de operatividad, serían los dos niveles restantes. En el nivel dos nos las veríamos con una categoría de negacionismo que cuestiona la finitud humana, así como los límites biofísicos que la delimitan, y por cuyos efectos narcóticos nos veríamos acríticamente impulsados a aceptar que, a pesar de la crisis socioecológica extrema, los humanos perduraremos. Para el negacionismo de nivel tres, finalmente, el expansionismo capitalista, con su remanente “ilimitado” de tecnologías salvíficas, sería la cultura que habría de hacernos perdurar. Tiempos desquiciados —out of joint— estos que nos toca vivir.

A pesar de la tendencia histórica negacionista, Riechmann nos recuerda que el ecologismo, tras la Gran Aceleración capitalista de los años sesenta, tuvo en la década siguiente su particular eclosión primaveral. Los setenta son los años en los que la reflexión ecológica adquiere plena consciencia de la deriva ecocida asociada a la maquinaria capitalista, son los tiempos del informe al Club de Roma sobre dinámica de sistemas conocido como Los limites del crecimiento y de la primera Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente Humano de la ONU. Atendiendo tan solo a los primeros años de esta década, Barbara Ward y René Dubos redactan Una sola Tierra; Barry Commoner publica El círculo que se cierra; Murray Bookchin, Ecología y pensamiento revolucionario; Nicholas Georgescu-Roegen, La ley de la entropía y el proceso económico... Si en algún momento el movimiento ecologista tuvo la oportunidad de permear con sus conocimientos y propuestas la mentalidad social de la ciudadanía en las democracias occidentales, fue entonces, en los setenta. Pero la reacción neoliberal desde los años ochenta —la década de Ronald Reagan y Margaret Tatcher— contaría con una poderosa baza: el “apetitoso bocado” del desarrollo sostenible.

De nuevo, la disyuntiva adquiría resonancias clásicas. Dentro de los movimientos ambientalistas y ecologistas —evoca Riechmann—, eran dos las principales estrategias. Por un lado, la vía del replegamiento y la autocontención, es decir, el reconocimiento colectivo de nuestra condición terrenal, el reencuentro con nuestra Madre Tierra. En términos simbólicos, esta opción contaba con la ventaja de conducir a Aquiles de regreso al hogar, junto a su padre y su joven hijo, para disfrutar de una prolongada y modesta vida, sin excesos heroicos y, por lo tanto, también sin la melosa tentación de una fama inmortal. De otro lado, la fáustica y voraz vía de la tecnociencia, que aspiraba a esquivar satisfactoriamente el escollo de los límites biofísicos del planeta Tierra por intervención del desarrollo sostenible y su prometida ecoeficiencia: un Aquiles desbocado dispuesto a enfrentarse a las sacrosantas fuerzas de la naturaleza. Como bien sabemos, finalmente fue la vía ecorreformista la que se impuso. Pese a todo, el aumento de la eficiencia no trajo consigo una reducción de la producción, sino mayores índices de oferta y demanda. Es lo que se conoce como la paradoja de Jevons.

Durante un par de décadas, buena parte del movimiento ecologista quedaba atrapado en la red del desarrollo sostenible. A través de sus capacidades proteicas, el capitalismo “verde” reabsorbía la representación de las condiciones objetivas de la realidad para generar así una reconformada superestructura más acorde con las nuevas evidencias. Pero el imaginario ecorreformista resultante no dejaba de ser un discurso vacío: el sosteniblablá. Visto en retrospectiva —confiesa Riechmann—, la apuesta por el desarrollo sostenible ha venido funcionando desde entonces como una colosal maniobra de distracción cuyo resultado ha sido la derrota histórica del movimiento ecologista. Si el problema de fondo es la extralimitación, la ecoeficiencia reformista no podía traer consigo sino procesos aún mayores de extractivismo, sobreproducción y ultraconsumo. Cuando de lo que se trataba era de generar formas de vida alternativas a las que proliferan dentro del sistema capitalista, la vía tecnológica lo único que nos ha permitido ha sido el perfeccionamiento de estas últimas de conformidad con los fines del capitalismo. Ante esto, ¿cómo pueden ciertos intelectuales del movimiento ecologista de nuestros días perseverar en la vía de la ecoeficiencia como si en lugar de encontrarnos en la tercera década del tercer milenio —con lo que ello implica— nos halláramos aún en los años noventa, ochenta e incluso setenta del siglo pasado —se pregunta Jorge Riechmann—? ¿Cómo puede Emilio Santiago Muíño tildar de mito al colapso ecosocial en curso? “Apenas puede uno imaginar algo más tóxico que ese optimismo mentiroso”.

Una mirada honesta sobre la realidad ecosocial actual, por muy doloroso que nos resulte lo que vemos, solo puede llevarnos a afirmar que nos hallamos en la trayectoria que conduce hacia “sociedades inviables en una Tierra inhabitable”. El colapso ecosocial ya ha comenzado. Algunos de sus rostros son fácilmente reconocibles. Por ello, debido al escaso margen de que disponemos, es apremiante aprender a colapsar mejor. Para ello, no debemos obviar que el colapso en curso es tan solo el efecto de nuestro modo capitalista de producción. Ponerle remedio no puede consistir en modular esos mismos efectos. De hecho, no existe solución alguna que pretenda atajar el problema pasando de largo ante una urgente salida del capitalismo. Desgraciadamente, como viene repitiendo Riechmann desde hace algunos años, lo ecosocialmente necesario resulta hoy políticamente imposible. La humanidad ha comenzado un ominoso camino que nos conduce hacia la desesperanza. Precisamente por ello, antes de que el fascismo enarbole su estandarte a ritmo de marcha militar, el ecologismo político debe trabajar para reemplazar las falsas esperanzas ecorreformistas por el único y viable principio de realidad: el urgente abandono del capitalismo. Si imposible, no es menos cierto que también es absolutamente necesario. Trabajar en lo imposible continuará siendo durante los próximos años la tarea crucial de nuestro tiempo.

domingo, 25 de mayo de 2025

Una nueva etapa decadente y peligrosa

No he encontrado un mapa que contenga la situación de todas las bases militares de Estados Unidos, el resto de la OTAN y los demás países de lo que podemos llamar "la OTAN extendida". Se acercan a mil las que directamente dependen de la potencia imperial, y eso sin contar las menores, como estaciones de radar y comunicaciones. Supongamos que tuviéramos ese mapa total, contando bases mayores y menores, que sumarían miles y miles de puestos de control. Veríamos un mapa de color norteamericano, con algunos vacíos que señalarían clamorosamente quiénes están cercados y amenazados. Algunos de esos vacíos, como Cuba, tendrían también su manchita de color yanqui.

Así que, salvo un "eje del mal " que sin embargo ha crecido en los últimos tiempos, los demás estamos bajo un protectorado.

Pero a falta de ese mapa revelador, un gráfico elocuente muestra que las tres cuartas partes del gasto militar mundial las gasta el imperio, a cuenta de los demás. Un suculento negocio para su complejo militar industrial, más aún cuando fuerza a sus súbditos a comprarle armas hasta arruinar sus economías.

Sin embargo su dominio económico y tecnológico está en declive, lo que lo hace mucho más peligroso, porque su mejor arma económica es hoy la guerra.

La fase de declive de los imperios es la más atroz, como hemos visto en todas las guerras de independencia de los países colonizados.

Un estudio académico muy riguroso, demasiado largo para repetirlo aquí, demuestra lo que digo. Podéis acceder a él en el enlace que facilito. Tiene un índice que dejo a continuación, muy cómodo porque en el documento original permite el acceso inmediato a cada apartado.


Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y peligrosa


Fuente: Perspectivas del Sur Global con base en SIPRI y Monthly Review


Introducción

PARTE I:
Surgimiento de un bloque militar del Norte Global liderado por Estados Unidos
  • Cambios y consolidación
PARTE II:
Evolución del imperialismo
  • La nueva etapa del imperialismo
  • Conquista, racismo y genocidio: La historia común del campo imperialista
  • Historia y definición de «hiperimperialismo»
PARTE III:
Definición del mundo
  • Definición del Norte Global
  • Definición del Sur Global
PARTE IV:
Occidente en declive
  • La erosión de la hegemonía económica y política de Estados Unidos
  • Una Europa y un Japón derrotados y sumisos
PARTE V:
Cambios en el orden mundial
  • Un desplazamiento de la base económica hacia el Sur
  • Estrategia estadounidense para frenar el crecimiento económico de China e influir en ella
  • El Norte Global empuja al mundo hacia la guerra
EPÍLOGO:
Un orden mundial económico y político alternativo creíble

ANEXO
  • Metodología
  • Perspectivas del Sur Global
  • Lista completa de la Agrupación 5 SG: Ciento once países diversos del Sur Global
Notas finales

viernes, 23 de mayo de 2025

Una ética en permanente construcción

Somos seres inevitable, irremediablemente sociales, pero todos nuestros comportamientos están sometidos a decisiones individuales. Hacer posible la sociedad, y en definitiva la supervivencia, ha obligado a establecer normativas, apoyadas siempre en valores cambiantes socialmente compartidos.

Esta obligada regulación social de los comportamientos individuales, la pugna entre el yo autárquico y sus problemáticas relaciones con otros, hace necesario establecer obligaciones y prohibiciones, codificadas en las normas morales propias del grupo. Superar este carácter grupal y exclusivo es el fundamento de la ética.

Etimológicamente, moral deriva de "mos", costumbre, ética de "ethos", que alude al carácter distintivo de la persona o la comunidad, el conjunto de rasgos y comportamientos que lo conforman. El origen de las palabras matiza el significado. Mientras los especulativos griegos indagaban en la personalidad, a los pragmáticos romanos les importaba sobre todo el mantenimiento del orden tradicional.

De ahí que la ética y la moral sean conceptos estrechamente relacionados, pero no idénticos. La moral se refiere a las normas y costumbres que una sociedad considera correctas e incorrectas. La ética, por otro lado, es una reflexión más profunda sobre esas normas y valores, buscando justificar racionalmente las decisiones morales.

La preocupación ética busca superar y mejorar los contenidos morales propios de cada grupo y los compromisos individuales, muchas veces contradictorios entre sí, a la procura de una moral universal aplicable a todos y en todos los casos.

Difícil empeño, porque esa búsqueda la condicionan intereses, valores, ideas de lo que es deseable y "natural" en cada cultura. El devenir histórico va planteando nuevos problemas y por eso la ética no constituye un cuerpo de doctrina establecido para siempre. No existe una ética fuera de su aplicación, que aunque pueda ser compartida pasa siempre por el comportamiento individual. Se impone pues analizar qué experiencias lo condicionan. Las hay positivas y negativas, y el balance entre ellas lo determina.

Las experiencias negativas producen dolor, amplio conjunto de síntomas que van del sufrimiento físico al padecimiento moral debido a la conciencia del mal comportamiento o a la impotencia, percibida como culpable aunque solo sea por falta de animo o de capacidad. Cuando predominan de modo absoluto pueden llevar a desear la muerte.

Las experiencias positivas producen placer, considerando que este no solo incluye el físico producido por el sexo, la comida o el descanso, sino también placeres intelectuales: leer, disfrutar la belleza, crear... Y uno muy importante: el basado en la empatía, el placer de ayudar o proteger a quienes entendemos como semejantes.

La empatía es la capacidad que tiene una persona de comprender las emociones y los sentimientos de los demás, basada en el reconocimiento del otro como semejante, es decir, como un individuo similar con mente propia. Por eso es vital para la vida social. Pero no basta con comprender para practicar; para eso hay que experimentar sentimientos de afecto que lleven a implicarse en lo que afecta a otros.

La pulsión para actuar o inhibirse la decide un juego de fuerzas basadas en esas experiencias positivas y negativas. Influye en el balance el predominio en la conciencia de lo vivido como cercano; por eso se habla del amor al prójimo, al próximo, que hace pasar otros afectos a un segundo o tercer plano. Lo inmediato eclipsa a lo mediato. Tiene su lógica, porque somos más capaces de cuidar a un animal doméstico que de ayudar a un niño del tercer mundo.

La perspectiva que va de lo próximo a lo lejano varía para cada persona. Algunos alejan rápidamente lo que no les afecta, otros extienden su afectividad a zonas más remotas. Los casos extremos van del psicópata que solo se ama a sí mismo (en realidad se trataría de un completo autista) al que consideraría como semejantes a seres incluso inanimados. Hay religiones orientales que llevan a sus creyentes a mirar constantemente al suelo para no pisar a una hormiguita (yo mismo evito instintivamente pisar esa hierba que crece entre los adoquines de los alcorques...).

Fuera del perfecto autista, las extensiones del yo incluyen objetos, personas y experiencias que consideramos componentes de nuestra propia identidad. Siempre incluyen al grupo social, familia y comunidad cercana, extensible a otras comunidades múltiples a que se pertenece (lingüística, religiosa, cultural, política, ideológica y especialmente, aunque a veces enmascarada por la otras, la clase social).

Cuando se superan estas máscaras, la clase social emerge como la comunidad más abarcadora. La clase dominante no va más allá, pero a los oprimidos por ella la búsqueda de soluciones los lleva a plantearse que la humanidad en su conjunto es "su" verdadera pertenencia. La comunidad humana es sobre todo una comunidad de posible y deseable comunicación. La "conciencia de especie" puede superar, incluyéndola, a la "conciencia de clase".

Pero como la afectividad puede ir más lejos, ¿por qué no incluir a mi mascota, a aquellos animales con los que de algún modo puedo extender la comunicación? ¿Puede mi empatía alcanzar a los animales en su conjunto, a los seres con los que comparto la "sintiencia"?

Esta capacidad compartida de "sentir" tiene límites difusos. No podemos saber como "siente" un pulpo, (ese gracioso animal de compañía) y estamos (casi) seguros de la falta de sensibilidad de una almeja o un limonero.

Misión imposible, dada la estructura de la vida, que obliga a una lucha constante por la supervivencia. ¿Cómo evitar el sufrimiento del animal cruelmente cazado al tiempo que el hambre atroz que motiva al cazador? Procuraré no extender la analogía al sufrimiento del pobrecito explotador que se arruinaría si no explotara a otros...

Reconocer esta imposibilidad, dada la contradicción entre la "empatía total" y los sufrimientos inevitables, no debe llevarnos a un nihilismo que derrumbe nuestra capacidad de amar, sino a un compromiso razonable, basado en el conocimiento y el reconocimiento de la naturaleza, llevándonos a una "conciencia planetaria", nuevamente inclusiva de la "conciencia de especie", porque de igual modo que la lucha de clases conduce a esta última, la búsqueda de la supervivencia debe llevarnos hasta el cultivo del ecosistema total, nuestro huerto planetario.

¿Socialismo, comunismo? SÍ. ¿Ecologismo? SÍ. ¿Ecosocialismo entonces? Pues... todo junto, a sabiendas de que nunca conducirán a una armonía absoluta.

Evitar en lo posible el sufrimiento innecesario de los seres humanos, de los animales y el estrés de ese huerto es la meta nunca del todo alcanzable de una ética en permanente construcción.

De la ética a la extinción

Imagen promocional de Fuerza mayor (2015)










Dos ferrys llenos de gente navegan a la deriva. Están cargados de explosivos; el malvado Joker de El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) así lo ha querido —aunque sus motivaciones últimas, más allá de la maldad innata, siempre son difusas—. Cada barco cuenta con un detonador, pero, ¡sorpresa!, ambos se corresponden con la carga explosiva del otro ferry. Las maquiavélicas alternativas son las siguientes: si en media hora uno de los barcos no detona al otro —terminando así con la vida de sus desdichados pasajeros—, ambos explotarán. Pregunta: ¿están los pasajeros de cada barco legitimados moralmente para salvar su vida a costa de la de los individuos del otro?

Ejemplos como este —vinculados con el dilema del prisionero— abundan, y podríamos entretenernos más de lo debido narrándolos tal y como hacen, de una forma un tanto turbia, muchos filósofos morales. En su lugar, para no andarme con medias tintas, reconoceré desde ya que, en mi opinión, nadie puede solicitar en su sano juicio que otra persona sacrifique su vida en base a la ética. Por muy heavy que sea el caso, incluso aunque el mismísimo planeta se vaya al carajo, no creo que nadie tenga la obligación moral de terminar con su vida. Estimo que esto fricciona con lo absurdo.

Si se me permite la digresión, a este respecto recomiendo la película sueca Fuerza mayor (Ruben Östlund, 2014). En ella se narra cómo, mientras una familia come en un restaurante de los Alpes (están de vacaciones de esquí), se produce una avalancha. Todo apunta a que la nieve llegará trágicamente al local y es por ello que, asustada, la madre pide ayuda a su marido para resguardar a sus hijos. Pero es demasiado tarde, el padre ha escapado corriendo para salvarse él solito. En un giro cómico maravilloso, la avalancha se detiene antes de la tragedia. Moralmente, ¿en qué lugar ha quedado el padre?

Considero un sinsentido reclamar el sacrificio por razones morales. No se me pida una justificación ulterior, pero así lo considero. Otra cosa distinta es que alguien, la madre de la película, yo mismo o quien sea, decida hacerlo, por ejemplo, siguiendo un dictado emocional. El asunto es que puedo tomar la decisión de sacrificarme (imaginen: prefiero morir yo a cambio de salvar a este ser querido), pero, desde luego, no en aras de respetar ninguna tesis de índole moral (porque crea que es mi deber).

Al mismo tiempo, también creo que el razonamiento moral nos conduce irremediablemente a una situación que reclama este sacrificio. Motivo por el cual, concluiré —cobijo la esperanza que se lea el texto hasta el final antes de extraer conclusiones sobre mi salud mental— que el discurso ético queda ante esto deslegitimado. El modus operandi funciona aproximadamente como una reducción al absurdo.

Intentaré explicarme. Atendamos a las dos preguntas fundamentales de la ética. La primera, «¿Qué es lo valioso?», es el pilar de la axiología, mientras que la segunda, «¿Qué es lo correcto?», de la teoría normativa.

En lo que atañe a la primera, estimo que toda discusión honesta y racional desembocará en el siguiente corolario: lo valioso de la vida, el summun bonum, reposa sobre los hombros de las distintas experiencias positivas que un sujeto puede tener. Cuando hablo de experiencias positivas, aguardo que se entienda en un sentido amplio. El placer físico aportado por el sexo, la comida o el descanso es una experiencia positiva. Pero, como remarcó John Stuart Mill, también lo es el placer intelectual de leer, de apreciar una obra de arte o de demostrar un teorema matemático. Tampoco deberíamos dejar fuera ciertos placeres más difíciles de inventariar, como el de ver crecer a un hijo, el de ayudar a los demás o, simplemente, el de estar alegre observando cómo otros lo están.

¿Por qué hacemos lo que hacemos en la vida? Pues porque, a la postre, nos aporta alguna experiencia positiva. ¿Quieres conocer gente? Placer. ¿Tener un buen trabajo? Indirectamente, por el goce que proporcionarán sus frutos. ¿Escribir un artículo? Pues eso. ¿Viajar? Más de lo mismo. Si alguien nos diera a elegir entre convertirnos en una piedra o continuar con nuestra vida, presumo que la mayoría de quienes están leyendo se decantarían por seguir siendo como son. ¿El motivo? En su vida predominan las experiencias positivas. En cambio, alguien que está siendo torturado y que sabe que el futuro no le deparará otro sino, probablemente elegiría tornar en una piedra sin conciencia, ni de las experiencias positivas ni de las negativas. En definitiva, todo lo relevante de la vida puede ser reducido al binomio experiencia positiva (el bien, lo valioso)–experiencia negativa (lo malo, lo disvalioso).

Pero, ¿acaso no vemos por doquier conductas que, al menos en apariencia, violan esta regla? Al fin y al cabo, hay gente a la que le gusta el sadomasoquismo. Mucha otra se sacrifica constantemente por los demás, aunque ello repercuta (muy) negativamente en su propia vida. Piénsese en una madre que, por el bienestar de su hija, decide pasar por mil y una penurias de toda índole. ¿Qué decir ante estos casos? En lo básico, que son una arista más de la anterior tesis. La gente que practica sadomasoquismo no lo hace porque le aporte en última instancia un dolor, sino, precisamente, porque ese dolor, en última instancia, le da placer. Por otra parte, la madre que se sacrifica lo hace por algo semejante: estima que ciertas experiencias negativas son compensadas por la experiencia positiva de ver crecer feliz a su prole. Así pues, insisto, no hay excepciones.

La otra gran cuestión de la ética se encuentra en simbiosis con lo anterior. ¿Qué es lo correcto? ¿Cuál es nuestro deber? Pues fomentar las experiencias positivas y minimizar las negativas. Por consiguiente, pegarle una patada a un inocente que camina tranquilamente por la calle es moralmente incorrecto puesto que las patadas duelen. Ojo, no lo es porque esté penado legalmente, ya que la ley, se supone, es un pacto posterior a los valores morales. Tampoco lo es por mera convención arbitraria, dado que todos los posibles testigos del acto despreciarían igualmente la conducta del agresor. También es indiferente, en suma, el color de la piel, la orientación sexual, el sexo, la profesión, el nivel de inteligencia, el aspecto físico general o las capacidades cognitivas y lingüísticas. Pegar patadas está mal porque propicia experiencias negativas.

Llegados a este punto el quid estriba en quiénes son susceptibles de ser afectados ora positiva ora negativamente por los actos de los demás. La respuesta, a todas luces, es que muchos animales lo son; quizás, asimismo, algunas formas de vida extraterrestre o, tal vez, en el futuro, una hipotética IA. Sea como sea, hasta donde sabemos (remito a la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia), hoy por hoy solamente los animales somos seres sintientes. Aunque no ignoro que hay un boyante campo de investigación que solicita cierto escepticismo sobre los vegetales, los factores asociados a la estructura neurofisiológica (posesión de sistemas nerviosos), a la lógica evolutiva (asociación entre sintiencia y locomoción) y a la conducta, desechan hasta cierto punto tal solicitud.

Ahora, ¿qué animales son sintientes? ¿Hasta dónde llegan las fronteras de la conciencia? ¿Los confines de la posesión de experiencias positivas y negativas? El camino filogenético, junto con los factores antedichos, ofrece algunas pistas, pero los límites son difusos. Si bien es cierto que no podemos lograr una certeza cartesiana incuestionable, hay sólidas razones para admitir que los otros humanos son sintientes. También los mamíferos, las aves, los peces y, en general, todos los vertebrados (salvo en casos excepcionales, como un coma irreversible). Pocos científicos ponen en cuestión esto. Pero, ¿qué pasa con los invertebrados? La respuesta no es baladí a la vista de que son la abrumadora mayoría de los animales del planeta. ¿Son sintientes? Depende.

Varios estudios (cito algunos en mi artículo «The suffering of invertebrates») sugieren que es probable que la sintiencia esté presente también en algunos invertebrados. Al menos, en cefalópodos y artrópodos, dentro de los cuáles se incluyen insectos, arácnidos o crustáceos. ¿Y los bivalvos? Aquí la cosa se pone más delicada y exige andar con pies de plomo. Resumidamente, no está claro. Hay potentes argumentos tanto para creer que un mejillón sí que siente algo, como para negarle esta capacidad. En cualquier caso, por aquí anda la frontera de la sintiencia. Más allá, en el terreno de otros invertebrados más simples, como los cnidarios (medusas o pólipos), parece estar más claro —aunque reitero que esto no es una certeza— que no hay ningún tipo de procesamiento consciente de experiencias.

Una vez trazado el ámbito de la sintiencia, las consecuencias con las que hay que bregar no se hacen esperar. Es incorrecto propinarle una patada a alguien que pasea por la calle al margen de su edad, de su aspecto físico, de sus capacidades intelectuales o, importante, de su especie. Si a un perro, a una paloma o a un salmón les duelen las patadas, es incorrecto dárselas. Como todos sabemos, muchos pensadores animalistas —antiespecistas— han subrayado este hecho y han demandado, en consecuencia, la adopción de un estilo de vida vegano.

Desgraciadamente, el sufrimiento humano o, lo que es lo mismo, aunque más general, el sufrimiento animal, no se ciñe a la industria de explotación animal o a los conflictos bélicos entre humanos. Todos nosotros —los animales— somos el fruto de un proceso evolutivo que maximiza los rasgos valiosos para la reproducción, con indiferencia del tipo de vidas que eso acarree. Como lo acuñó el biólogo Richard Dawkins, el relojero ciego de la selección natural ha fomentado, así, unas dinámicas extremadamente dolorosas en la naturaleza.

Si nos ponemos realistas, el mundo es un lugar monstruoso en el que predomina el sufrimiento sobre el bienestar (so pena de pecar de soberbia, remito a otro artículo mío en donde ahondo en esta tesis: «The overwhelming prevalence of suffering in nature»). Los animales sintientes, insectos inclusive, sufren condiciones climáticas adversas, enfermedades, depredación, lesiones de lo más variopintas, emociones negativas como el miedo, estrés o una selección reproductiva que implica que nazcan muchos más individuos de una especie de los que sobrevivirán —la llamada estrategia reproductiva r—.

Aunque algunos, como el británico David Pearce, hayan puesto el acento sobre la posibilidad de que una futura singularidad tecnológica permitirá revertir el predominio del sufrimiento, la verdad es que tal cosa parece inverosímil. Conllevaría rediseñar una dinámica incrustada en las mismísimas leyes de la naturaleza, en las entrañas de nuestra realidad. No obstante, tal y como la he perfilado, una ética coherente demanda afrontar de raíz el gran reto, que no es otro que la prevalencia de las experiencias negativas sobre las positivas. A su vera, cualquier otra diatriba moral palidece.

Dado que el desarrollo tecnológico futuro no semeja una solución viable, ¿qué opciones nos quedan? Hay quien llama la atención sobre la necesidad de aumentar las intervenciones en la naturaleza para reducir el sufrimiento. Esto ya se hace en ocasiones, como cuando, después de alguna tragedia del tipo de incendios o inundaciones, se ayuda tanto a animales como a humanos. La reclamación es que estas ayudas a los seres sintientes no se circunscriban a situaciones puntuales, sino que sean permanentes. Sin duda, siempre y cuando no aumenten colateralmente el sufrimiento, estas intervenciones resultan moralmente loables (por lo menos para mi gusto). Ahora bien, no se puede perder de vista su condición de parche. Ayudar a un ciervo que se ha caído a un pozo, o que tiene una pata rota, no evitará que, dada la dinámica natural, muchos ciervos sean depredados de formas espantosas por lobos que sufren lo indecible por el hambre.

La única salida coherente al gran reto de la ética es la extincionista. Terminar con toda vida sintiente de una forma indolora, lo más instantáneamente posible, se presenta de esta guisa como la demanda medular de la ética. Puesto que la naturaleza connatural a la vida conlleva una prevalencia del sufrimiento, solo resta terminar con la vida y retornar el planeta a su condición previa de astro libre de conciencia. Este, creo, es el incómodo e ineludible corolario al que nos arrastra el razonamiento moral. Y, pese a todo, como dije al principio, se me antoja una conclusión absurda.

¿Cómo conciliar ambas posiciones? De una parte, la ética no puede demandar el propio sacrificio pero, de la otra, la ética de hecho demanda la extinción de la dinámica de la naturaleza. Estoy convencido de ambos cuernos del dilema, por lo que no me queda otra que renunciar al mismo razonamiento moral y acatar, con Nietzsche, que Dios (el Bien, el Sentido…) ha muerto. Que la ética es un discurso útil para ciertos propósitos persuasivos, pero absurdo en su esencia.

La extinción no de los seres sintientes, sino de la ética, no debiera ser motivo de preocupación. Bien visto, la ética, así como la filosofía moral en general, siempre ha sido trivial fuera de las lindes de la academia. Prácticamente nadie ha leído a Kant, ni a Stuart Mill ni al mismo Nietzsche. Al ciudadano común le tiran de un pie el imperativo categórico, el utilitarismo o el nihilismo moral. Estas ideas nunca han guiado su conducta. En consecuencia, el reconocimiento del carácter vacuo de la ética, creo, no conducirá a una sociedad apocalíptica como la descrita en Mad Max. Todo seguirá igual, podemos estar tranquilos.