La etiqueta "¿Y ahora qué hacer...?" es, dentro de este blog, una de las menos productivas. Indeciso soy como pocos y perplejo como muchos, y estos tiempos de bifurcaciones inciertas me traen la pregunta a primer plano. No así las respuestas tranquilizadoras.
Tiempos de desasosiego. El presente es como un punto de observación sobre un paisaje nebuloso. A veces imaginamos ante nosotros una llanura interminable, un valle prometedor, una empinada cuesta. Otras, un abismo.
A los creyentes en la providencia (cada uno en la suya particular) les basta seguir el repertorio de su fe. Todas las religiones tienen un Ser Supremo, que ordena lo que hay que hacer. No importa si es un Señor barbudo, un Ser intangible o un Fetiche monetario. La confianza en Él es señal de Salvación. Individual, por más señas. En medio del Armagedón podrá cada uno estar seguro de su salvación, si sigue las reglas.
Son los despojados de ese colchón salvífico quienes se plantean un qué hacer más allá de seguir a su pastor. Antes y después de Lenin, es la pregunta que se han hecho siempre quienes buscan una salvación más allá de lo puramente personal, sin un libreto escrito, pero sabiendo que sus actos determinarán en gran medida el futuro.
El reciente IV Congreso del Partido de la Izquierda Europea ha vuelto a plantear la gran pregunta, cuando una parte importante de la izquierda no sabe "qué hacer".
Sin ofrecer soluciones mágicas, el vicepresidente boliviano dirigió al congreso este discurso, en el que señala unas cuantas ideas básicas (cuatro criterios interpretativos y cinco sugerencias para la acción), que actualizan análisis un tanto anquilosados y proponen proyectos a compartir, a la imprescindible escala planetaria.
Y una nueva fe. Fe en nosotros mismos. Que no es la de los que esperan al supremo salvador en las figuras de dioses, reyes o tribunos...
El IV Congreso del Partido de la Izquierda Europea (PIE)
reunió 30 formaciones de izquierdas europeas en Madrid entre el 13 y
el 15 de diciembre, en busca de un discurso para unificar estrategias
frente a las políticas de austeridad y de sumisión de Bruselas al
dictado de los mercados. Este fue el discurso del invitado
Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Alvaro García
Linera :
Muy buenas tardes a todos ustedes.
Permítanme celebrar este encuentro de la Izquierda europea y en
nombre de nuestro Presidente Evo, en nombre de mi país, de nuestro
pueblo, agradecer la invitación que nos han hecho, para compartir un
conjunto de ideas, de reflexiones en este tan importante congreso de la
Izquierda Europea...
Permítanme ser directo, franco... pero también pro positivo.
¿Qué vemos desde afuera de Europa? Vemos una Europa que languidece,
una Europa abatida, una Europa ensimismada y satisfecha de sí misma,
hasta cierto punto, apática y cansada. Sé que son palabras muy feas y
muy duras, pero así lo vemos. Atrás ha quedado la Europa de las luces,
de las revueltas, de las revoluciones. Atrás, muy atrás ha quedado la
Europa de los grandes universalismos que movieron al mundo, que
enriquecieron al mundo, y que empujaron a los pueblos de muchas partes
del mundo, a adquirir una esperanza y movilizarse en torno a esa
esperanza.
Atrás han quedado los grandes retos intelectuales. Esa interpretación
que hacían y que hacen los post modernistas de que se acabaron los
grandes relatos, a la luz de los últimos acontecimientos, parce ser, que
lo único que encubre, son los grandes negociados de las corporaciones y
del sistema financiero.
No es el pueblo europeo el que ha perdido la virtud, ni ha perdido la
esperanza, porque la Europa a la que me refiero, cansada, la Europa
agotada, la Europa ensimismada, no es la Europa de los pueblos, es ésta
silenciada, encerrada, asfixiada. Y la única Europa que vemos en el
mundo, es la Europa de los grandes consorcios empresariales, la Europa
neoliberal, la Europa de los grandes negociados financieros, la Europa
de los mercados y no la Europa del trabajo.
Carente de grandes dilemas, horizontes y esperanzas, sólo se oye
—parafraseando a Montesquieu— sólo se oye el lamentable ruido de las
pequeñas ambiciones y de los grandes apetitos.
Unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias derrotadas.
Unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias fosilizadas.
En sentido estricto, no son democracias. No hay democracia válida que
sea simplemente un apego, aburrido a instituciones fósiles con las que
se cumplen rituales cada tres, cada cuatro o cada cinco años, para
elegir a los que vendrán a decidir de mala manera sobre nuestros
destinos.
Todos sabemos, y en izquierda más o menos compartimos, un pensamiento
común de cómo hemos llegado a semejante situación. Los estudiosos, los
académicos, los debates políticos brindan un conjunto de ejes
interpretativos de lo mal que estamos y de cómo hemos llegado ahí.
Un primer criterio compartido, de ¿cómo hemos llegado a esta
situación?, es que entendemos que el capitalismo ha adquirido –no cabe
duda- una medida geopolítica planetaria absoluta. El mundo entero se ha
redondeado. Y el mundo entero deviene un gran taller mundial. Una radio,
un televisor, un teléfono, ya no tiene un origen de creación, sino que
el mundo entero se ha convertido en el origen de creación. Un chip se
hace en México, el diseño se hace en Alemania, la materia prima es
latinoamericana, los trabajadores son asiáticos, el empaque es
norteamericano, y la venta es planetaria.
Esta es una característica del moderno capitalismo -no cabe duda- y es a partir de ello que uno tiene que tomar acciones.
Una segunda característica de los últimos veinte años, es una especie
de regreso a una acumulación primitiva perpetua. Los textos de Karl
Marx, que retrataba el origen del capitalismo en el siglo XVI, XVII, hoy
se repiten y son textos del siglo XXI. Tenemos una permanente
acumulación originaria que reproduce mecanismos de esclavitud,
mecanismos de subordinación, de precariedad, de fragmentación, que lo
retrató, excepcionalmente Carlos Marx. Solo que el capitalismo moderno
reactualiza la acumulación originaria. La reactualiza, la expande, la
irradia a otros territorios para extraer más recursos y más dinero. Pero
junto con esta acumulación primitiva perpetua – que va definir las
características de las clases sociales contemporáneas, tanto en
nuestros países como en el mundo, porque reorganiza la división del
trabajo local, territorialmente, y la división del trabajo planetario-.
Junto con eso tenemos una especie de neo acumulación por expropiación.
Tenemos un capitalismo depredador, que acumula, en muchos casos
produciendo en la aéreas estratégicas : conocimiento,
telecomunicaciones, biotecnología, industria automovilística, pero en
muchos de nuestros países, acumula por expropiación. Es decir, ocupando
los espacios comunes : biodiversidad, agua, conocimientos ancestrales,
bosques, recursos naturales… Esta es una acumulación por expropiación
-no por generación de riqueza- sino por expropiación de riqueza común,
que deviene en riqueza privada. Esa es la lógica neoliberal. Si
criticamos tanto al neoliberalismo, es por su lógica depredatoria, y
parasitaria. Más que un generador de riquezas, más que un desarrollador
de fuerzas productivas, el neoliberalismo es un expropiador de fuerzas
productivas capitalistas y no capitalistas, colectivas, locales, de
sociedades.
Pero también la tercera característica de la economía moderna, no es
solamente acumulación primitiva perpetua, acumulación por expropiación,
sino también por subordinación – Marx diría subsunción real del
conocimiento y la ciencia a la acumulación capitalista-. Lo que algunos
sociólogos llaman sociedad del conocimiento. No cabe duda, esa son las
aéreas más potentes y de mayor despliegue de las capacidades productivas
de la sociedad moderna.
Pero también la cuarta característica y cada vez más conflictiva y
riesgosa, es el proceso de subsunción real del sistema integral de la
vida del planeta. Es decir de los procesos metabólicos entre los seres
humanos y la naturaleza.
Estas cuatro características del moderno capitalismo, redefinen la
geopolítica del capital a escala planetaria, redefinen la composición de
clase de las sociedades, redefinen la composición de clase y de las
clases sociales en el planeta.
No solamente está la externalización a las extremidades del cuerpo
capitalista de la clase obrera tradicional, clase obrera que vimos urgir
en el siglo XIX y principio del siglo XX que ahora se transfiere a las
zonas periféricas, Brasil, México, China, la India, Filipinas, sino que
también surge, en las sociedades más desarrolladas, un nuevo tipo de
proletariado. Un nuevo tipo de clase trabajadora. La clase trabajadora
de cuello blanco. Profesores, investigadores, científicos, analistas,
que no se ven a sí mismos como clase trabajadora, se ven a sí mismo como
pequeños empresarios seguramente, pero que en el fondo constituyen una
nueva composición social de la clase obrera, del principio del siglo
XXI. Pero a la vez también tenemos una creación de lo que podríamos
denominar- en el mundo, un proletariado difuso. Sociedades y naciones
no capitalistas, que son subsumidas formalmente a la acumulación
capitalista. América Latina, Africa, Asia, hablamos de sociedades y de
naciones no estrictamente capitalistas, pero en el conjunto aparecen
subsumidas y articuladas como formas de proletarización difusa. No
solamente por su cualidad económica, sino por las propias
características de unificación fragmentada, o de difícil fragmentación,
por su dispersión territorial.
Tenemos entonces, no solamente una nueva modalidad de la expansión de
la acumulación capitalista, sino que también tenemos un reacomodo de
las clases y del proletariado y de las clases no proletarias en el
mundo. El mundo hoy es más conflictivo. El mundo hay esta más
proletarizado, solamente que las formas de proletarización, son
distintas a las que conocimos en el siglo XIX, principio del siglo XX. Y
las formas de proletarización de estos proletarios difusos, de estos
proletarios de cuello blanco, no toman necesariamente la forma de
sindicato. La forma sindicato a perdido su centralidad, en algunos
países, y surgen otras formas de unificación de lo popular, de lo
laboral, de lo obrero.
¿Qué hacer? -la vieja pregunta de Lenin- … ¿Qué hacemos? …
Compartimos definiciones de lo que está mal, compartimos definiciones de
lo que está cambiando en el mundo, y frente a estos cambios no podemos
responder -o mejor- las respuestas que teníamos antes son insuficientes,
si no, no estaría gobernando la derecha, acá en Europa. Algo ha faltado
y algo está faltando a nuestras respuestas. Algo está faltando a
nuestras propuestas. Permítanme, de manera modesta, hacer cinco
sugerencias en esta construcción colectiva del quehacer que asume la
izquierda europea.
La izquierda europea no puede contentarse con el diagnóstico y la
denuncia. El diagnóstico y la denuncia sirve para generar indignación
moral y es importante la expansión de la indignación moral, pero no
genera voluntad de poder. La denuncia no es una voluntad de poder. Puede
ser la antesala de una voluntad de poder, pero no es la voluntad de
poder. La izquierda europea, la izquierda mundial, a esta vorágine
depredadora de naturaleza y de ser humano, destructivo, que lleva
adelante el capitalismo contemporáneo, tiene que aparecer con propuestas
o iniciativas. La izquierda europea, y las izquierdas de todas las
partes del mundo, tenemos que construir un nuevo sentido común. En el
fondo, la lucha política es una lucha por el sentido común. Por el
conjunto de juicios y de prejuicios. Por la forma en cómo de manera
simple la gente : el joven estudiante, el profesional, la vendedora, el
trabajador, el obrero, ordena el mundo. Ese es el, sentido común. La
concepción del mundo básica, con la que ordenamos la vida cotidiana. La
manera de cómo valoramos lo justo y lo injusto, lo deseable y lo
posible, lo imposible y lo probable. Y la izquierda –mundial, la
izquierda europea- tiene que luchar por un nuevo sentido común,
progresista, revolucionario, universalista. Pero es obligatoriamente, un
nuevo sentido común.
En segundo lugar, necesitamos recuperar – omo lo hacia el primer
expositor de manera brillante- el concepto de democracia. La izquierda
siempre ha reivindicado la bandera de la democracia. Es nuestra bandera.
Es la bandera de la justicia, de la igualdad, de la participación. Pero
para eso tenemos que desprendernos de la concepción de la democracia
como un hecho meramente institucional. ¿La democracia son
instituciones ? Sí, son instituciones. Pero es mucho más que
institución. ¿La democracia es votar cada cuatro o cinco años ? Sí, pero
es mucho más que eso. ¿Es elegir el Parlamento ? Sí, pero es mucho más
que eso. ¿Es respectar las reglas de la alternancia ? Sí, pero es mucho
más que eso. Esa es la manera liberal, fosilizada, de entender la
democracia en la que a veces quedamos encerrados. ¿La democracia son
valores? Son valores, principios organizativos del entendimiento del
mundo : la tolerancia, la pluralidad, la libertad de opinión, la
libertad de asociación. Están bien, son principios, son valores, pero no
son solamente principios y valores. Son instituciones, pero no son
solamente instituciones. La democracia es práctica. La democracia es
acción, colectiva. La democracia en el fondo es creciente participación
en la administración de los comunes, que tiene una sociedad. Hay
democracia si en lo común que tenemos los ciudadanos participamos. Si
tenemos como un patrimonio común el agua, entonces democracia es
participar en la gestión del agua. Si tenemos como patrimonio común el
idioma, la lengua, democracia es la gestión común del idioma. Si tenemos
como patrimonio común los bosques, la tierra, el conocimiento,
democracia es gestión administración, común. Creciente participación
común, en la gestión del bosque, en la gestión del agua, en la gestión
del aire, en la gestión de los recursos naturales. Ha de haber democracia
-hay democracia- en el sentido vivo, no fosilizado del término, si la
población y la izquierda ayuda, participa en una gestión común de los
recursos comunes, instituciones, derecho, riquezas.
Los viejos socialistas de los años 70 hablaban que la democracia
debería tocar las puertas de las fábricas. Es una buena, idea pero no es
suficiente. Debe tocar la puerta de las fábricas, la puerta de los
bancos, la puerta de las empresas, la puerta de las instituciones, la
puerta de los recursos, la puerta de todo lo que sea común para las
personas.
Me preguntaba nuestro delegado, de Grecia, me preguntaba sobre el tema
del agua. ¿Cómo comenzamos nosotros en Bolivia? Por temas básicos, de
sobrevivencia, ¡agua! Y en torno al agua que es una riqueza común, que
estaba siendo expropiada, el pueblo llevó adelante una “guerra” y
recupero el agua para población, y luego recuperamos no solamente el
agua, hicimos otra guerra social y recuperamos el gas y el petróleo y
las minas y las telecomunicaciones, y falta mucho más por recuperar.
Pero en todo caso este fue el punto de partida, la creciente
participación de los ciudadanos de los comunes, de los bienes comunes
que tiene una sociedad, una región.
En tercer lugar la izquierda tiene que recuperar también la
reivindicación de lo universal, de los idearios universales. De los
comunes. La política como bien común, la participación, como una
participación en la gestión de los bienes comunes. La recuperación de
los comunes como derecho: el derecho al trabajo, el derecho a
jubilación, el derecho a la educación, gratuita, el derecho a la
salud, el derecho a un aire limpio, el derecho a la protección de la
madre tierra, el derecho a la protección de la naturaleza. Son derechos.
Pero son universales, son bienes comunes universales frente a los que
la izquierda, la izquierda revolucionaria, tiene que plantearse medidas
concretas, objetivas y de movilización. Leía, en el periódico, como se
estaba utilizando en Europa recursos públicos para salvar bienes
privados. Esa es una aberración, estaban utilizando el dinero de los
ahorristas europeos para salvar la quiebra de los bancos. Estaban usando
lo común para salvar lo privado. ¡El mundo está al revés! Tiene que ser
al revés, usar los bienes privados para salvar y ayudar los bienes
comunes. No los bienes comunes para salvar los bienes privados. Los
bancos tienen que tener un proceso de democratización y de socialización
de su gestión. Porque si no los bancos van a acabar por quitar no
solamente su trabajo, su casa, su vidas, su esperanza y todo… y esto es
algo que no se puede permitir.
Pero también reivindicar –en nuestra propuesta como izquierda- una
nueva relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza. En
Bolivia, por nuestra herencia indígena, llamamos eso una nueva relación
entre ser humano y naturaleza. El Presidente Evo dice, la naturaleza
puede existir sin el ser humano, el ser humano no puede existir sin
naturaleza. Pero, no hay que caer en la lógica de la economía verde, que
es una forma hipócrita de ecologismo.
Hay empresas que aparecen ante ustedes los europeos como protectores
de la naturaleza y con el aire limpio, pero esas mismas empresas nos
llevan a nosotros a la Amazonia, nos llevan a América o a Africa, todos
los desperdicios que aquí se generan. Aquí son depredadores o aquí son
defensores y allí se vuelven depredadores. Han convertido la naturaleza
en otro negocio. Y la preservación radical de la ecología no es un nuevo
negocio, ni una nueva lógica empresarial. Hay que restituir una nueva
relación. Que es siempre tensa. Porque la riqueza que va satisfacer
necesidades requiere transformar la naturaleza y al transformar la
naturaleza modificamos su existencia, modificamos el BIOS. Pero al
modificar el BIOS, como contra finalidad muchas veces, destruimos al ser
humano y también a la naturaleza. Al capitalismo no le importa porque
eso es un negocio para él. Pero a nosotros sí, a la izquierda sí, a la
humanidad sí, a la Historia de la humanidad si le importa. Necesitamos
reivindicar una nueva lógica de relación… no diría armónica, pero si
metabólica. Mutuamente beneficiosa, entre entorno vital natural y ser
humano. Trabajo, necesidades.
Por último, no cabe duda que necesitamos reivindicar la dimensión
heroica de la política. Hegel veía la política en su dimensión heroica. Y
siguiendo a Hegel supongo, Gramsci decía, que en las sociedades modernas,
la filosofía y un nuevo horizonte de vida, tienen que convertirse en
fe, en la sociedad, o solamente puede existir como fe el interior de la
sociedad. Esto significa que necesitamos reconstruir la esperanza. Que
la izquierda tiene que ser la estructura organizativa, flexible,
crecientemente unificada, que sea capaz de rehabilitar la esperanza en
la gente. Un nuevo sentido común, una nueva fe –no en el sentido
religioso del término- sino una nueva creencia generalizada por la que
las personas apuestan heroicamente su tiempo, su esfuerzo, su espacio,
su dedicación.
Yo saludo –lo que comentaba mi compañera, cuando nos decía, hoy nos
estamos reuniendo 30 organizaciones políticas- ¡Excelente! Quiere decir
que es posible reunirse. Que es posible de salir de los espacios
estancos. La izquierda tan débil de hoy en Europa, no puede darse el
lujo de distanciarse de sus compañeros. Podrá haber diferencias en 10 o
20 puntos, pero coincidimos en 100. Esos 100 que sean los puntos de
acuerdo, de cercanía, de trabajo. Y guardemos los otros 20 para después.
Somos demasiados débiles como para darnos el lujo de seguir en peleas
de capilla y de pequeños feudos, distanciándonos del resto. Hay que
asumir una lógica nuevamente gramsciana, unificar, articular, promover.
Hay que tomar el poder del Estado, hay que luchar por el Estado, pero
nunca olvidemos que el Estado más que una maquina, es una relación. Más
que materia es idea. El Estado es fundamentalmente idea. Y un pedazo es
materia. Es materia como relaciones sociales, como fuerza, como
presiones, como presupuestos, como acuerdos, como reglamentos, como
leyes. Pero es fundamentalmente idea, como creencia de un orden común,
de un sentido de comunidad. En el fondo la pelea por el estado, es una
pelea por una nueva manera de unificarnos, por un nuevo universal. Por
un tipo de universalismo que unifica voluntariamente a las personas.
Pero eso requiere entonces, haber ganado previamente las creencias.
Haber derrotados a los adversarios previamente en la palabra, en el
sentido común. Haber derrotado previamente las concepciones dominantes
de derecha en el discurso, en la percepción del mundo, en las
percepciones morales que tenemos de las cosas. Y entonces eso requiere
un trabajo muy arduo. La política no es solamente una cuestión de
correlación de fuerzas, capacidad de movilización. Que en su momento lo
será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación, sentido común,
creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido respecto al
orden del mundo. Y ahí la izquierda no solamente contentarse con la
unidad de las organizaciones de izquierda. Tienen que expandirse hacia
el ámbito de los sindicatos, que son el soporte de la clase trabajadora,
y su forma orgánica de unificación. Pero también hay que estar muy
atentos -compañeros y compañeras- a otras formas inéditas de
organización de la sociedad, las reconfiguración de las clases sociales
en Europa y en el mundo, va a dar lugar a formas diferentes de
unificación, formas más flexibles, menos orgánicas, quizás más
territoriales, menos por centros de trabajo. Todo es necesario. La
unificación por centros de trabajo, la unificación territorial, la
unificación temática, la unificación ideológica… es un conjunto de
formas flexible, frente a los cuales la izquierda tiene que tener la
capacidad de articular, de proponer y de unificar, y de salir adelante.
Permítanme en nombre del presidente, en nombre mío, felicitarlos,
celebrar este encuentro, de desearles y exigirles -de manera respetuosa y
cariñosa- ¡luchen, luchen, luchen! No nos dejen solos a otros pueblos
que estamos luchando de manera aislada en algunos lugares, en Siria,
algo en España, en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia. No, nos dejen
solos, los necesitamos a Uds, más aun a una Europa que no solamente vea a
distancia lo que sucede en otras partes del mundo, sino nuevamente una
Europa que vuelva nuevamente a alumbrar el destino del continente y el
destino del mundo.
Felicidades y ¡muchas gracias!