O la pobre sinrazón sarkozista
Jorge Majfud en El Correo, recogido por Rebelión
En Francia continúa y se profundiza la discusión y el rechazo al uso de  la nicáb y la burca en las mujeres musulmanas. Quienes proponen legislar  para prohibir el uso de este tipo de atuendo exótico y de poco valor  estético para nosotros, van desde los tradicionales políticos de la  extrema derecha europea hasta la una nueva izquierda alérgica, como es  el caso del alcalde comunista de Vénissieux.
    Los argumentos no son  tan diversos. Casi siempre insisten sobre los derechos de las mujeres  y, sobre todo, la «defensa de nuestros valores» occidentales. El mismo  presidente francés, Nicolás Sarkozy, dijo que «la burka no es bienvenida  al territorio de la República Francesa». Consecuente, el estado francés  le negó la ciudadanía a una mujer marrueca por usar velo. Faiza Silmi  es una inmigrante casada con un ciudadano francés y madre de dos niños  franceses. 
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Si vamos a prohibir el velo en una mujer, que además es parte de su  propia cultura, ¿por qué no prohibir los kimonos japoneses, los  sombreros tejanos, los labios pintados, los piercing, los tatuajes con  cruces y calaveras de todo tipo? ¿Por qué no prohibir los atuendos que  usan las monjas católicas y que bien pueden ser considerados un símbolo  de la opresión femenina? Ninguna monja puede salir de su estado de  obediencia para convertirse en sacerdote, obispo o Papa, lo cual para la  ley de un estado secular es una abierta discriminación sexual. La  iglesia Católica, como cualquier otra secta o religión, tiene derecho a  organizar su institución como mejor le parezca, pero como nuestras  sociedades no son teocracias, ninguna religión puede imponer sus reglas  al resto de la sociedad ni tener privilegios sobre alguna otra. Razón  por la cual no podemos prohibir a ninguna monja el uso de sus hábitos,  aunque nos recuerden al chador persa.
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| ¿Contradicción, sumisión, libertad...? | 
¿Cubrir el rostro atenta contra la seguridad? Entonces prohibamos los  lentes oscuros, las pelucas y los tatuajes, los cascos de motocicletas,  las mascarillas médicas. Prohibamos los rostros descubiertos que no  revelan que ese señor tan elegante en realidad piensa robar un banco o  traicionar a medio pueblo.
Al señor Sarkozy no se le ocurre  pensar que imponer a una mujer quitarse el velo en público puede  equivaler a la misma violencia moral que sufriría su propia esposa  siendo obligada a quitarse los sutiens para recibir al presidente de  Mozambique.
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Nada bueno puede nacer de la esquizofrenia de una sociedad cerrada.  La principal amenaza a «nuestros valores» somos nosotros mismos. Si  criticamos algunas costumbres, algunas sociedades porque son cerradas,  no tiene ningún sentido defender la apertura con una cerradura, defender  nuestros valores con sus valores, pretender conservar «nuestra forma de  ser» copiando lo peor de ellos.
Ahora, si vamos a prohibir malas  costumbres, ¿por qué mejor no comenzamos prohibiendo las guerras y las  invasiones que solo en el último siglo han sido una especialidad de  «nuestros gobiernos» en defensa de «nuestros valores» y que han dejado  países destruidos, pueblos y culturas destrozadas y millones y millones y  millones de oprimidos y masacrados?
 













