También en coincidencia con el segundo centenario del nacimiento de Marx, celebrará este partido el transcurso de medio siglo desde su fundación, en el seno del PCE.
Los aniversarios, en especial los muy señalados, son buenas ocasiones para recordar trayectorias, y también para revisarlas y analizarlas en el contexto del momento de la celebración. Es fútil celebrar en ellos meras ceremonias hagiográficas o laudatorias. Por eso quiero recordar, faltando pocos días para su comienzo, el Congreso Internacional Pensar con Marx hoy que organiza la Universidad Complutense en colaboración con la Fundación de Investigaciones Marxistas, junto a otras organizaciones de ámbito europeo.
Y en este mismo sentido de "pensar hoy" qué sentido pueda tener el comunismo en el preocupante contexto actual, quiero publicar, traducida del gallego para su mayor difusión, la tesis preliminar del citado XIV Congreso.
Preliminar
Antes de abordar las tesis que se debatirán en este
congreso parece natural comenzar presentando la situación global y la
encrucijada en que nos encontramos, a la manera de un marco en que encuadrarlas
ya que de otro modo nos encontraríamos ante un
cuadro sin marco.
El marco debe comenzar situándonos ante los grandes retos
de este siglo para el conjunto de la humanidad, y aún para gran parte de las
formas de vida del planeta. Un siglo que ha sido llamado “el siglo de la gran
prueba”, porque en su transcurso se resolverá, o será definitivamente
irresoluble, la gran crisis, que más que sistémica habría que llamar total, en
la que ya estamos inmersos.
Y no debemos olvidar que ya ha transcurrido una sexta
parte de este siglo.
Se derivan todos los problemas que se nos hacen presentes
de las características de nuestro modo de vida y de producción, lo que se ha
llamado desde hace tiempo “la sociedad de consumo”. No olvidemos que el consumo
y el despilfarro son parte consustancial del sistema capitalista, abocado a
producir cada vez más para mantener el beneficio del capital, único motor que
lo mantiene con vida.
Porque el sistema productivo no atiende a la satisfacción
de las necesidades humanas, sino al mantenimiento, a una escala siempre
creciente, de los beneficios del capital privado. Sin beneficio no hay
inversión, sin inversión no hay producción. Sin producción no habrá consumo.
Por eso, la tarea primordial de los partidos comunistas
es despertar al grueso de la población del sueño de una recuperación económica
que, de producirse, solamente conducirá a un declive posterior todavía más
rápido. En pocas palabras, se trata de cambiar el sentido común capitalista por
un sentido común anticapitalista, esto es, comunista.
Un argumento que ya es de dominio público es el más que
demostrado cambio climático, de consecuencias que se suelen calificar de
imprevisibles, cuando son de hecho bien previsibles. Y que serán de una escala
difícil de contrarrestar. Para hacerlo, el tiempo corre en contra nuestra,
porque los problemas pueden dispararse bruscamente, como ocurre con todos los
crecimientos exponenciales.
No se pueden esperar soluciones del llamado “capitalismo
verde”, pero bien sabemos que bajo su capa se presentarán nuevas oportunidades de negocio. Porque el capital superviviente
siempre encontrará, hasta su final, nichos de desarrollo. Basta ver los
argumentos sobre las nuevas “tierras del norte” que se abrirán al cultivo
(olvidando que, contra lo que parece en algunos planisferios, el norte se
estrecha progresivamente hasta un punto único que es el polo), o las nuevas
rutas árticas de navegación.
El cambio climático es uno de los grandes problemas, pero
otros están ya aquí, y uno de ellos es el agotamiento de los recursos, siendo
otro el envenenamiento de tierras, mares y atmósfera, dada su limitada capacidad para la eliminación de los residuos.
La reutilización, el reciclaje y la optimización son
necesarios, pero no podemos pensar que van a resolver el problema, porque las
leyes de la Física, y en particular el funcionamiento de la ley de entropía en
sistemas cerrados (y la Tierra lo es a casi todos los efectos) hace imposible
el crecimiento sin límites que necesita ese tumor maligno que es el capital, y
que en apariencia y momentáneamente resuelve con una financiarización que disimula el no crecimiento real de la economía productiva y con una falsa productividad lograda a costa de
la pauperización de los asalariados y la sobreexplotación de la naturaleza.
Habrá que insistir en que ya hemos llegado al máximo
posible de producción de petróleo, y que pronto se llegará al pico de los demás
combustibles fósiles y del uranio, y al pico de materiales tan necesarios como
las escasas tierras raras. Y que lo que se extrae se hace cada vez con mayor
gasto energético, cuando precisamente va escaseando la energía.
Se ha calculado que, como el decrecimiento se va a
producir en todo caso, un decrecimiento ordenado supondría una reducción anual de varios puntos del PIB, pero nos dicen que para
frenar la destrucción de puestos de trabajo son necesarios crecimientos del 3%.
Algo no encaja, y debemos ponerlo de manifiesto.
Decir estas verdades puede parecer poco
rentable políticamente en el corto plazo, desanimando a la clase trabajadora,
única en cuyas manos está, no lo olvidemos, la producción. Pero ocultar la realidad
y crear falsas expectativas conducirá al descrédito a quienes lo hagan, y
desanimará aún más a los potenciales agentes de la imprescindible revolución
que acabe con el cáncer capitalista.
No debemos ocultar peligros y dificultades. El mensaje
optimista de Syriza, unido a su falta real de radicalidad, produjo luego un
choque anímico en la población griega, y lo mismo puede ocurrir con las
izquierdas de este país si no ponen en primer lugar un claro anticapitalismo y
explican nítidamente las cosas como son.
Aunque se haya puesto el acento en una visión
productivista y desarrollista del marxismo, acentuada por los afanes de la
Unión Soviética por alcanzar a toda costa a los países capitalistas avanzados,
la preocupación por los límites del crecimiento y la destrucción ecológica
aparece ya en muchos escritos de Marx. Y aunque no sea muy conocido el hecho,
fue Lenin quien propuso la creación de un parque natural en la región del
Volga, posiblemente el primero de esta naturaleza, para proteger el ecosistema.
Y es importante considerar que esta preocupación se manifestaba en uno de los
peores momentos de la guerra contra los guardias blancos de Kolchak, que ya
habían cruzado los Urales.
De manera que la tradición comunista, contra lo que se
suele decir, ha sido muy consciente de estos problemas.
En este año se cumple el centenario de la Revolución de
Octubre, y junto a esta anécdota conservacionista debemos destacar algunos de
los logros tempranos de aquel acontecimiento y de la historia posterior de la
Unión Soviética.
Porque, no lo olvidemos, fue el primer país en conceder
la igualdad de derechos de la mujer, incluido el sufragio. El primero, ya en
los años 20, en poseer una sanidad pública universal, que en otros países
comenzó a existir sólo después de la segunda guerra mundial. Y solamente con
gobiernos comunistas existió el pleno empleo, que para los capitalistas sería
una lacra que empoderaría a los trabajadores y les haría perder sus plusvalías.
Algo parecido al pleno empleo se produce únicamente en coyunturas de elevado
crecimiento, que ya sabemos a lo que conducen.
Y los derechos laborales que avanzaron en los “treinta
gloriosos”, además de que no se concedieron gratuitamente, sino a costa de
duras luchas, fueron reconocidos porque existía un sistema alternativo al
capitalismo. Desaparecido éste, ya no era necesario mantenerlos.
Esto nos lleva a considerar un aspecto al que no siempre
se presta la debida atención, como es el
carácter geopolítico de los conflictos. Sin un contrapeso, la globalización
capitalista domina el mundo, convertido en un continuo económico en que los
Estados, que siguen siendo imprescindibles para administrar y subordinar a las
poblaciones, entran en una competencia liberal que iguala sus políticas sometidas
al dictado del capital, que a estas alturas es ante todo el capital financiero,
y que hegemónicamente se manifiesta en el imperio norteamericano. No podemos
analizar ningún conflicto, incluidos los nacionalistas y las “primaveras
democratizadoras”, sin tener en cuenta los intereses imperiales, que son los
del capital. Ni juzgar ninguna “dictadura” sin considerar si es funcional a
esos intereses o se les opone.
Esto se acentúa precisamente ahora que los recursos
escasean, y se produce una lucha sin cuartel para evitar que se les escapen de
las manos. Como vemos, están dispuestos a destruir a cualquier país que ponga
en riesgo su acceso a las fuentes de energía y minerales que consideren imprescindible.
El verdadero poder, que es el financiero, cuyo ejemplo
mayor es el complejo militar industrial de los EE.UU., gobierna las estructuras
de los departamentos de estado y defensa norteamericanos. Están abiertos a
todas las hipótesis, y pueden apoyar tanto el fortalecimiento de un Estado afín
a sus políticas como los movimientos disgregadores si se sale del guión
establecido. El caso de España no es algo aparte. Con seguridad están muy
atentos a la situación actual. De ahí la necesidad de tener muy en cuenta esto
para huir de cualquier interpretación simplista del tema catalán, y recordar
que nuestra postura ha sido siempre la implantación de un Estado Federal que
mantenga los derechos nacionales pero evite insolidaridades que vayan en contra
de la igualdad real entre los ciudadanos.
Las luchas cotidianas son la base de los movimientos
sociales, imprescindibles para la toma de conciencia militante, pero estos
movimientos, sin una visión política correcta, se convierten en sectoriales y
más que cooperar tienden a competir.
Como directrices generales de nuestra política deben
quedar claros los siguientes principios:
- Los límites planetarios obligarán al decrecimiento y la simplificación de los procesos productivos y a una economía de proximidad, sin que eso deba suponer el abandono de la tecnología ni la primitivización de la sociedad.
- El capitalismo es incompatible con una sociedad mínimamente humana, y la única salida posible en su seno es la destrucción progresiva de los más débiles y de las poblaciones innecesarias para la clase dominante, en una espiral decreciente que ya está en marcha. Los derechos humanos dejarían de existir como tales y el capital se amparará en mecanismos fascistas, como ha hecho siempre que lo ha considerado posible y necesario para sus intereses.
- Solamente una sociedad comunista, alejada de la lógica del beneficio y volcada en la satisfacción de las necesidades puede ser, si somos realistas, una solución para el futuro.
- Se impone una ordenación planificada democráticamente del decrecimiento, que no es ya más que un hecho, y una jerarquización de las necesidades, comenzando por extender a todos la satisfacción de las más básicas.
- El análisis geopolítico, en estas circunstancias, es una necesidad para entender la situación y oponer la lógica de los pueblos a la de los poderosos. El abordaje del problema nacional no es ajeno a las estrategias de los que manejan el mundo, y debe tenerlas en cuenta.
- Tenemos que ser capaces de hacer entender todo esto a la población, que si no se hace consciente de ello seguirá el camino equivocado de defender lo acuciante (que debe ser naturalmente defendido) sin enmarcarlo en lo más general. Porque lo urgente no debe hacernos abandonar lo importante, que ya es también urgente, y mucho.
- La formación política necesaria debe comenzar por nosotros mismos, porque la abandonamos muy frecuentemente, acuciados por la inmediatez de los problemas y la pequeñez de nuestras organizaciones, pero no olvidemos que el Manifiesto Comunista se decidió alrededor de una mesa y lo redactaron dos personas, y que el Partido Comunista Chino lo fundaron unas cincuenta personas.
Necesitamos
crecer, a partir de la expansión del conocimiento de lo esencial, como una necesidad ineludible, para
desdoblar nuestra estructura, al menos en tres direcciones, sin que se trate de
compartimentos estancos, lo que es igualmente peligroso:
- estructura organizativa
- estructura institucional
- estructura operativa, para todo lo demás: acción política, instalación en los lugares de trabajo, formación, divulgación, y la necesaria batalla de las ideas.