miércoles, 29 de agosto de 2018

Algunas claves para entender el capitalismo

Consideraciones críticas sobre El Capital de Marx

El capital, y más concretamente el capital financiero, es hoy la máquina que mueve el mundo. Liberado del proteccionismo de los débiles (porque los fuertes bien que se protegen), sus movimientos rápidos y convulsos desestabilizan economías, provocan guerras que arruinan países y aniquilan poblaciones, promueve toda clase de actividades y se beneficia de todo tipo de situaciones, que son aprovechadas como “oportunidades de negocio”.

Entender cómo se ha llegado a esta situación, que amenaza con arrasar el planeta (realmente ya lo está haciendo), es esencial (“o más”) para poner remedio a esta deriva que parece incontrolable. El diagnóstico es el primer paso para el tratamiento de cualquier enfermedad, incluidas las sociales, y para ello es importante conocer sus causas y sus fases.

Un tiempo ya cristalizado e inevitable nos hace ver la Historia como un proceso inexorable y nos lleva con facilidad a un determinismo fatalista. De ahí que consideremos al capitalismo como algo “natural”. Tan “natural” como los vuelos interplanetarios, o como la tercera guerra mundial. Su fuerza y vitalidad, resultado "realmente existente" de la evolución de las sociedades, lleva a la consideración de que tal vez sea un fenómeno más de la naturaleza, inevitable por lo tanto. Pero si inevitable es todo lo que ya ha ocurrido, tal vez pueda evitarse lo que está por venir. La propia Historia, aunque ya petrificada en su trayectoria inexorable, nos muestra que siempre hubo posibilidades alternativas, disyuntivas en la que pudo seguir uno u otro curso. En estas encrucijadas los individuos y los grupos se han jugado siempre su futuro. La actual, desde luego tiene un carácter diferente, porque lo que se juega es el futuro de todos, la supervivencia del propio mundo tal como lo hemos conocido.

Y por eso es importante la comprensión de la estructura de este sistema ya implantado a escala global en su fase más desarrollada. Esta estructura se entenderá mejor si se conoce su embrión, la incubación del organismo y su despliegue en el tiempo.

Por esta razón quiero comentar ese despliegue apoyándome en una obra extensa y detallada, la de Marx. Dada su extensión y profundidad resulta difícilmente abarcable sin dedicarle bastante tiempo y atención. El común de los mortales no parece muy dispuesto al esfuerzo necesario, aunque se trate de textos que contienen pasajes de gran hondura literaria, incluso apasionantes, junto a consideraciones teóricas que requieren una continua y escrupulosa atención.

Se han publicado numerosísimos resúmenes y aproximaciones breves a la teoría económica marxista. El problema, como en todos los idearios resumidos, es el aire catequístico de afirmaciones expuestas sumariamente, que un interlocutor escéptico tildará de actos de fe. Existe un conflicto permanente entre extensión y profundidad. Los acuerdos políticos extensos son necesariamente poco profundos. En cambio, los textos científicos y filosóficos, para ser profundos, necesitan extenderse.

Consciente de la dificultad de explicar con sencillez estas cuestiones, me encuentro un documento breve que podría servir de apoyo a quien queriendo saber no esté dispuesto a leer con detenimiento cientos de páginas. Ese texto, aparecido en el blog diario El otro, me devuelve una vez más a este gran libro (grande en variedad, en extensión y en profundidad).

Dividiré el texto en partes para comentarlas sucesivamente.

El punto de partida es el dinero. El dinero aparece como el equivalente universal de todas las mercancías. La mercancía surge con el intercambio de bienes; el trueque es el primer paso hacia el mercado. Mediante él se obtiene lo que se necesita a cambio de lo que sobra. Quienes intercambian consideran equivalentes los valores de lo que obtienen. Aunque alguno salga perdiendo en él, el valor total cambiará de manos, pero no crecerá ni disminuirá. El dinero es un avance que facilita los intercambios, pero en sí mismo no es un valor. Solamente si es aceptado por ambas partes se considerará tal. La moneda, antes de convertirse en un documento fiduciario, era aceptada porque era estable. Su cantidad solo aumentaba con un esfuerzo que se consideraba equivalente al de producir las mercancías con las que se intercambiaba. Ese esfuerzo es el que crea el valor, como ocurre con todas las mercancías. En esta fase, se vende para comprar.

Según esto, la medida del valor es la del trabajo que se emplea para producir los bienes trocados, incluido el dinero, originalmente valioso en la medida en que costaba producirlo.

De manera que el valor era añadido por el trabajo.

Las cosas cambian cuando se compra para vender. Pero esto no se hace si no se va a vender más caro lo que se compra. Hay que añadir valor, que es trabajo, aunque no sea más que acercándola al comprador.

Si el valor es añadido por el que compra para vender, la riqueza aumenta, a partir de la transformación de la naturaleza en bienes disponibles. Esta riqueza la produce el trabajador y la disfruta al aumentar su capacidad de compra de otros bienes en el mercado. En el conjunto de la sociedad, este mecanismo se traduce en el aumento de la riqueza social.

Cuando se trabaja por cuenta propia, el producto del trabajo pertenece al trabajador, que es dueño de sus medios de producción. Compra con su dinero herramientas y materia primas y vende productos elaborados con los que transforma su trabajo en ganancia.

Quien no posee medios propios de producción puede vender todavía su fuerza de trabajo y trabajar por cuenta ajena. El comprador de esta capacidad de trabajar no gana nada si no se apropia de una parte del valor añadido por sus trabajadores. A esto se llama plusvalía.

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El cambista y su mujer. Marinus van Reymerswaele


El dinero se convierte en capital. La plusvalía

Al alcanzar la producción de mercancías determinado grado de desarrollo, el dinero se convierte en capital. La fórmula de la circulación de mercancías era: M (mercancía) -- D (dinero) -- M (mercancía), o sea, venta de una mercancía para comprar otra. Por el contrario, la fórmula general del capital es D -- M -- D, o sea, la compra para la venta (con ganancia). Marx llama plusvalía a este incremento del valor primitivo del dinero que se lanza a la circulación. Que el dinero lanzado a la circulación capitalista "crece", es un hecho conocido de todo el mundo. Y precisamente ese "crecimiento" es lo que convierte el dinero en capital, como relación social de producción particular, históricamente determinada. La plusvalía no puede brotar de la circulación de mercancías, pues ésta sólo conoce el intercambio de equivalentes; tampoco puede provenir de un alza de los precios, pues las pérdidas y las ganancias recíprocas de vendedores y compradores se equilibrarían; se trata de un fenómeno masivo, medio, social, y no de un fenómeno individual. Para obtener plusvalía "el poseedor del dinero necesita encontrar en el mercado una mercancía cuyo valor de uso posea la cualidad peculiar de ser fuente de valor", una mercancía cuyo proceso de consumo sea, al mismo tiempo, proceso de creación de valor. Y esta mercancía existe: es la fuerza de trabajo del hombre. Su consumo es trabajo y el trabajo crea valor. El poseedor del dinero compra la fuerza de trabajo por su valor, valor que es determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción (es decir, por el costo del mantenimiento del obrero y su familia). Una vez que ha comprado la fuerza de trabajo el poseedor del dinero tiene derecho a consumirla, es decir, a obligarla a trabajar durante un día entero, por ejemplo, durante doce horas.

En realidad el obrero crea en seis horas (tiempo de trabajo "necesario") un producto con el que cubre los gastos de su mantenimiento; durante las seis horas restantes (tiempo de trabajo "suplementario") crea un "plusproducto" no retribuido por el capitalista, que es la plusvalía. Por consiguiente, desde el punto de vista del proceso de la producción, en el capital hay que distinguir dos partes: capital constante, invertido en medios de producción (máquinas, instrumentos de trabajo, materias primas, etc.) --y cuyo valor se trasfiere sin cambio de magnitud (de una vez o en partes) a las mercancías producidas--, y capital variable, invertido en fuerza de trabajo. El valor de este capital no permanece invariable, sino que se acrecienta en el proceso del trabajo, al crear la plusvalía. Por lo tanto, para expresar el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital, tenemos que comparar la plusvalía obtenida, no con el capital global, sino exclusivamente con el capital variable. La cuota de plusvalía, como llama Marx a esta relación, sería, pues, en nuestro ejemplo, de 6:6, es decir, del 100 por ciento.

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