Este es el título de un reciente libro de la profesora de sociología y antropología Eva Illouz, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en el que su autora analiza "cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor por la patria socavan la democracia". Tales son las emociones que fomentan los populismos que la hacen peligrar.
El libro me lo ha proporcionado mi amigo Domingos García, director del Curso de Filosofía de la biblioteca pública de Pontevedra, a raíz de la sesión dedicada a los populismos. Siendo muy interesante el análisis, igualmente lo es la autora, su marco ideológico y sus condicionantes. Lo que soslaya y oculta, o admite de pasada, debe pasar también el filtro de lo que enseña. No está libre, nadie lo está, del marco social en que vive, el país en que reside y el lugar que ocupa en esa sociedad; un lugar profesionalmente privilegiado, pero relativamente discriminado, dada su procedencia y cultura.
El origen del sionismo está en las persecuciones a que estuvieron sometidos los judíos a lo largo de su historia. Los Estados modernos, no siempre coincidentes con las naciones reales, trataron de uniformizar a sus poblaciones, imponiendo una cultura nacional sobre las demás. Para cohesionarlas había también que señalar enemigos, exteriores unos, pero otros internos. Los judíos eran un blanco fácil y se fomentó el odio hacia ellos.
Entre los judíos hubo igualmente factores de unidad y de diferenciación. La religión los había mantenido unidos, pero el tiempo y las sociedades en que estuvieron instalados los había transformado culturalmente. Incluso étnicamente no eran los mismos en todas partes.
Judíos kurdos en Rawandiz, en el norte de Irak (1905) |
El sionismo reunió a estas gentes, diversas incluso por sus lenguas, y la sensación de sentirse rodeados de gente hostil logró el hecho asombroso, y difícilmente repetible, de resucitar para uso común una lengua de uso esencialmente religioso. ¿Tendría esa fuerza un renaciente espíritu latino que nos hiciera volver al latín como lengua habitual? Más aún que la religión, son el miedo, la repulsa y el resentimiento los que galvanizan un patriotismo artificialmente creado.
Pero este melting pot, como el norteamericano, no es capaz de eliminar las tensiones que una unidad tan artificial contiene inevitablemente. Sin llegar, ni mucho menos, a una separación en castas como las de la India, podemos distinguir varios grupos que el patriotismo sionista une sin que obtengan el mismo éxito en la estructura social.
En la cumbre del poder político y económico están los asquenazíes, que procedentes de la cultura europea fueron esenciales para la fundación del estado judío. Un paso más atrás, los sefardíes no llegan a tener tanta influencia. Más discriminados están los mizrajíes, judíos arabizados que convivieron con los musulmanes durante siglos y que raramente fueron perseguidos en sus países de origen. Muchos eran tan palestinos como sus antiguos vecinos musulmanes o cristianos, lo que quizá contribuya a su peor consideración.
Muy minoritarios, y poco influyentes, son los falashas, judíos etíopes.
Mujeres etíopes en el Muro de las Lamentaciones |
También hay muchos palestinos que son ciudadanos de Israel, siempre sospechosos y discriminados; y luego están los palestinos de los territorios ocupados, que son los parias de esta explosiva amalgama.
Un patriotismo defensivo-ofensivo aglutina a esta inestable sociedad. Al impulso sionista inicial y el fanatismo religioso de una parte de la población se unen el miedo y la repulsión hacia unos "diferentes" que los rodean y que, además, están entre ellos. Pero entre los grupos menos favorecidos anida el resentimiento de quienes se ven despreciados desde arriba, aunque también ignoren y desprecien a los de más abajo.
Esta mezcla de miedo, asco y resentimiento que contrapesa el patriotismo "socavan la democracia israelí y abren la puerta al populismo". Mucho hemos oído llamar a este país "la única democracia de Oriente Medio". Conviene poner en cuarentena esta interesada definición.
Los conceptos de "democracia" y "populismo" son polisémicos y su interpretación está sujeta a las emociones que dirigen la ideología del que los usa. En rigor, ¿debemos llamar democracias a las formas de organización liberales en que viven personas tan desiguales en riqueza, conocimiento y poder de influencia? No hace mucho se discutía si nuestra democracia era "perfecta", ¿podemos de veras creer que lo es?
La vieja lucha de clases que en Atenas opuso el "demos" al "aristos", repetida después en otras situaciones, pretendió que la mayoría se autogobernara, pero siempre llevó a compromisos que no igualaban realmente a los ciudadanos salvo en aspectos formales. ¿Cómo puede ser que, en medio de desigualdades tan patentes, los partidos de derechas de nuestro país se digan defensores de "la igualdad entre todos los españoles"?
La simplificación populista opone a "los de arriba" y "los de abajo", sin cuantificar quiénes son unos y otros (¿el 1% frente al 99? ¿el 10% contra el 90?) y sin cualificar las complejas clases sociales de nuestras complejas sociedades. Esta vaguedad caracteriza a los populismos.
Comparemos, como metáfora, las imágenes que podemos tener de las realidades sociales con distintas imágenes fotográficas. Frente a la fotografía en color que reflejaría más fielmente la realidad, la fotografía en blanco y negro obtiene una gama de grises, con la única variable de la luminosidad. En el análisis socioeconómico la riqueza, con el dinero como equivalente universal, sería comparable a la luz. La simplificación populista prescinde de la gama de grises y carteliza la imagen en blanco y negro puros. El blanco (o el negro) se reservan arbitrariamente para el 1, el 10, el 50, el 90 o el 99 por ciento de la "luminosidad social".
Los populismos, como tosca simplificación, son fáciles de manipular y asimilar. Un sustrato real está en su base, pero los mecanismos del sentimiento son fácilmente manejados por quienes tienen capacidad y habilidad para hacerlo y obtienen ventaja de ello. Refiriéndose a la carga emocional que moviliza a los grupos humanos dice la autora:
Raymond Williams, el gran teórico literario británico, acuñó la expresión "estructuras de sentimiento" para designar las formas de pensamiento que pugnaban por surgir entre la hegemonía de las instituciones, las respuestas populares a las normativas oficiales y los textos literarios que daban cuenta de estas respuestas. Una estructura de sentimiento apunta a la experiencia incipiente, lo que hoy podríamos llamar un afecto, algo que está por debajo del significado coherente. Es una forma compartida de pensar y sentir que influye y se deja influir por la cultura y la forma de vida de un grupo concreto. Y la noción de estructura también sugiere que este nivel de experiencia tiene un patrón subyacente, lo que significa que es algo sistemático. Estas estructuras pueden jugar un rol importante en la conformación de las identidades individuales y grupales. La política da forma y está formada por dichas estructuras de sentimientos, ya sea que se presenten en forma de miedo, de resentimiento, de asco o de orgullo nacional, como se estudia en este libro. Los actores políticos son especialmente poderosos a la hora de dar forma a narrativas que otorgan significados emocionales a experiencias sociales. Se dirigen directamente a los votantes con las narrativas que han forjado con ayuda de asesores, expertos y publicistas. Estas narrativas, moldeadas por las élites políticas y mediáticas, pueden resonar con habitus emocionales formados durante la propia socialización (por ejemplo, la indignación ante una injusticia percibida o el desdén por los grupos sociales "inferiores" suelen formarse en la familia), o pueden dar significado a experiencias sociales en proceso (como a una movilidad social descendente). A veces las emociones respaldan intereses socioeconómicos materiales, y a veces pueden desbordarlos e incluso contradecirlos, como cuando la clase trabajadora vota a líderes que bajan los impuestos a los ricos, debilitan los sindicatos, desregulan las leyes laborales y reducen las prestaciones sociales. Las emociones desempeñan un papel crucial a la hora de configurar e influir en los patrones de voto y otras opciones políticas de los ciudadanos.
Unas páginas más adelante, nos recuerda el sello fascista del partido Herut que dirigía Menágem Beguín, un precedente del actual Likud. Como testimonio de las tempranas disonancias que en el interior del judaísmo causaba su actividad terrorista cita una carta de denuncia que en 1948 hizo pública un grupo de estadounidenses, entre ellos personalidades de la talla de Albert Einstein y Hannah Arendt:
Entre los fenómenos políticos más inquietantes de nuestro tiempo se encuentra la aparición del "Partido de la Libertad" (Tnuat Hajeirut) en el recién creado Estado de Israel, un partido político estrechamente afín, por su organización, métodos, filosofía política y atractivo social, a los partidos nazi y fascista. Se formó a partir de los miembros y seguidores del antiguo Irgun Zvai Leumi [IZL], una organización terrorista, de derechas y chovinista de Palestina. [...] el incidente de Deir Yassin ejemplifica el carácter y las acciones del Partido de la Libertad.
Dentro de la comunidad judía han predicado una mezcla de ultranacionalismo, misticismo religioso y superioridad racial. Al igual que otros partidos fascistas, se los ha utilizado para romper huelgas, y ellos mismos han presionado por la destrucción de los. sindicatos libres. En su lugar han propuesto sindicatos corporativos según el modelo fascista italiano.
Durante los últimos años de esporádica violencia antibritánica, los grupos IZL y Stern instauraron un reino de terror en la comunidad judía de Palestina. Golpeaban a profesores por hablar contra ellos, fusilaban a adultos por no dejar que sus hijos se les unieran. Mediante métodos mafiosos, palizas, destrozos de ventanas y robos generalizados, los terroristas intimidaron a la población y exigieron un pesado tributo.
La gente del Partido de la Libertad no ha participado en los logros constructivos de Palestina. No han reclamado tierras, no han construido asentamientos y solo han perjudicado a la actividad de defensa judía.
Estos "logros constructivos" dejan entrever, pese a la protesta antifascista de estos biempensantes, una conformidad con el expolio colonial, porque los asentamientos se instalaban en esas tierras que anteriormente ¿no eran de nadie?
Por otro lado esa denostada actividad terrorista explica por qué cientos de miles de sus habitantes huyeron y dejaron libres esas tierras "reclamables". Como diría Don Quijote, "no anda todo limpio". Se repite una vez más el hecho de que los fascistas hacen el trabajo sucio que otros aprovechan mientras se tapan la nariz.
A continuación Eva Illouz expone la paradoja fundamental en la enferma, como tantas otras, sociedad israelí:
Netanyahu aplicó políticas neoliberales y, sin embargo, no ha dejado de gozar del apoyo de diversos grupos sociales oprimidos y, en esta medida, es un ejemplo del mismo enigma que caracteriza a la política populista en general: se trata de una política que no tiene reparos en bajar impuestos a los ricos, reducir el sector público y aumentar las desigualdades y que, sin embargo, goza del apoyo de los más perjudicados por estas medidas. Por ejemplo, los precios de la vivienda en Israel subieron un 345,7% entre 2011 y 2021, el mayor incremento del mundo. Durante este periodo, los salarios israelíes solo aumentaron un 17,5%. Evidentemente, este tipo de cambio solo beneficiaría a las capas más altas de la sociedad y perjudica a las personas de estatus socioeconómico más bajo, al hacer que les resulte prácticamente imposible encontrar una vivienda asequible. A pesar de ello, el Likud recluta a sus seguidores sobre todo entre los sectores menos acomodados de la sociedad. Este hecho indica claramente que, como han advertido a menudo una gran variedad de comentaristas y especialistas, el populismo puede resultar inmensamente atractivo a pesar de los modos en que daña los intereses económicos de sus partidarios. También sugiere que el populismo es sobre todo una política de identidad: apunta a reforzar la identidad del grupo mayoritario, reparar heridas simbólicas (reales o imaginadas) y enfrentar varias identidades entre sí.
Estas identidades falsificadas las utilizaron los poderosos de todos los tiempos para desviar el malestar social hacia minorías culpabilizadas. En la época moderna el procedimiento lleva más de un siglo de triunfos.
Vemos ahora mismo cómo una rabia irracional arrastra a muchos a propiciar posiciones políticas que objetivamente les son lesivas. El bárbaro León de la Motosierra ha llegado al poder con los votos de los mismos que se dispone a machacar. ¡Y sin ocultar siquiera sus propósitos!
Menos aún ocultan estos manipuladores sus sentimientos; es más, los invocan para inducir los de sus electores y lograr así su apoyo. Desvían así, como los prestidigitadores, la atención del público hacia áreas que ocultan las esencias para que nos identifiquemos atendiendo a las apariencias. Nuestra autora cita al respecto a Walter Lipmann, que en su obra de 1927 El público fantasma dice:
Dado que es casi seguro que las opiniones generales de un gran número de personas constituyen un popurrí vago y confuso, no se puede actuar hasta que estas opiniones hayan sido procesadas, canalizadas, comprimidas y uniformizadas. Crear una voluntad general a partir de la multitud de deseos generales no es un misterio hegeliano, sino un arte bien conocido entre los líderes, políticos y comités directivos. Consiste esencialmente en el uso de símbolos que ensamblan emociones después de haberlas desprendido de sus ideas.
Es interesante observar que algunas de las lúcidas observaciones de la autora pueden convertirse en la horma de su zapato cuando las aplica a su país de adopción:
El populismo es una forma (a menudo exitosa) de recodificar el malestar social. Este libro sostiene que, en el contexto israelí, la política populista recodificó tres poderosas experiencias sociales: una se encuentra en los diversos traumas colectivos que vivieron los judíos a lo largo de su historia, incluido el nacimiento del Estado de Israel, que supuso una guerra contra el poder colonial británico y los países árabes circundantes. Estos traumas se han traducido en un miedo generalizado al enemigo. La segunda experiencia social poderosa es la conquista de la tierra, algo que, desde 1967, se ha convertido cada vez más en objeto de intensas luchas ideológicas sobre la naturaleza del nacionalismo israelí, al tiempo que la tierra se ha convertido en un recurso económico. La Ocupación genera prácticas emocionales de separación e incluso de asco entre diversos grupos de la sociedad israelí. La tercera experiencia social, de la que se alimenta la poderosa emoción del resentimiento, es la discriminación y exclusión prolongadas de los mizrajíes, judíos nacidos en países árabes. Este resentimiento operó a su vez una transformación radical del mapa político, inclinándolo hacia la extrema derecha. Por lo general llamadas negativas, estas tres emociones (miedo, asco y resentimiento) se trascienden en el amor a la nación y/o al pueblo judío. Estas emociones son generadas por marcos narrativos anclados en experiencias sociales concretas. En otras palabras, las experiencias sociales se traducen en emociones y motivaciones, creando narrativas que operan en la esfera política. Los actores políticos convocan y movilizan estas narrativas en sus luchas por el poder y la autoridad. Una vez movilizadas en la esfera pública, estas emociones se impregnan de lo que yo llamaría un excedente de afectos imaginarios: las emociones se alimentan tanto de experiencias sociales como de la invocación de guiones narrativos imaginados –por ejemplo, del enemigo o del pueblo verdadero y auténtico– que a su vez generan fuertes orientaciones afectivas. El despliegue de emociones en la esfera pública invita así a analizar las formas en que las experiencias sociales concretas se enmarcan y recodifican en narrativas públicas que producen un excedente de afectos imaginarios. Las emociones son tanto una respuesta a la realidad como a los objetos imaginados.
Es evidente que pasa de largo sobre los orígenes y fundamentos del Estado de Israel.
Porque esa guerra fundacional no fue sobre todo contra el poder colonial británico y los países árabes circundantes, sino especialmente contra los habitantes de aquella "tierra sin gente" de que se apoderó aquella "gente sin tierra". Una tierra, gran recurso económico, que tenía otros dueños que ya no lo son, en un proceso que no está ni mucho menos completado.
En cuanto al genérico "asco", ya he comentado antes la pirámide de ascos que va de arriba abajo en esta fragmentada sociedad.
Hay sin duda en Israel judíos con muy diferentes grados de identificación con su propio Estado. Muchos son los que detestan algunas políticas de sus gobiernos. Pero es difícil, sin un gran sentido crítico y mucho valor cívico, manifestar ideas que choquen frontalmente con el medio en que vives y trabajas. Y sobrevives.
La acomodación a las ideas dominantes tiene varios grados, desde la adhesión sincera hasta la ocultación o el falseamiento del sentir propio. Todos estamos condicionados por lo que nos rodea. En tiempos de terror oponerse frontalmente es heroico, pero hasta en los sistemas menos despóticos salirse de lo oficial tiene sus riesgos. No digamos en situaciones claramente bélicas.
La incomodidad moral que causa ocultar o contradecir las propias ideas produce con frecuencia el efecto psicológico tranquilizador de autojustificarse aceptando de mejor o peor grado las que se perciben como mayoritarias. Hasta puede ocurrir que lo parezcan por esta misma razón y que la mayoría acabe por aceptar lo que cree que piensan, o fingen pensar, los que se manifiestan, o callan y otorgan, en su entorno.
Los grados de adhesión a las políticas nacionales se pueden graduar de menos a más, y muchos siguen este proceso:
- oposición frontal
- ocultación
- sometimiento
- consentimiento
- aceptación
- adhesión
- adhesión "inquebrantable"
¡Cuántos represaliados por el franquismo callaron ante sus hijos durante toda su vida! El silencio de aquellos padres y lo que oyeron siempre fuera de casa crearon muchos simpatizantes sinceros de aquel régimen dictatorial.
Los que han nacido en Israel han asimilado con toda naturalidad su situación. Fácilmente se perciben superiores, y tienen mil formas de justificar la situación colonial y el desprecio a los otros. Los que llegaron de fuera pudieron hacerlo como huida o por un verdadero sentimiento sionista.
Eva Illouz llegó al país voluntariamente, se labró una carrera universitaria y soslaya como puede las cuestiones espinosas derivadas de su propia forma doble de pensar. Si puede protestar con los mizrajíes, no es tan fácil que se manifieste por los palestinos. Pero en su fuero interno reside sin duda una contradicción profunda. ¿Podrá no ser consciente de esto?
Cito de memoria a André Gorz, que en su libro Historia y enajenación cuestiona, a partir del caso de un empleado sinceramente enamorado de la hija de su jefe, si puede separar ese amor de las ventajas que le proporcionaría casarse con ella. Concluye que "no podemos separar nuestra realidad de las potencialidades objetivas que mueven nuestros pensamientos, sentimientos y actos".