Con motivo del centenario de Manuel Sacristán la revista Nuestra Bandera le ha dedicado un número monográfico. En él escribe Julio Setién el artículo Sacristán: luz precursora en un mundo translimitado. Recoge la apretada síntesis que había expuesto nuestro filósofo en unas Jornadas de Ecología y Política celebradas en Murcia en 1979.
A veces se confunde la descripción de algo con un panegírico de lo descrito. Esto ha ocurrido durante un tiempo con la obra magna de Marx, confundiendo su análisis de la economía capitalista con una loa al crecimiento incesante de las fuerzas productivas y pasando por alto los avisos sobre su otra cara destructiva. Una lectura atenta, sin embargo, no puede obviar su preocupación por la fractura metabólica que causa la actividad humana desbocada. ¿Optimismo? Sí, pero siempre basado en la propia acción y sin dar nunca por seguro el triunfo de lo deseado.
Hasta en una obra temprana como el Manifiesto Comunista, escrito para impulsar la lucha de los trabajadores y como tal cargado de esperanza en un futuro mejor, sus autores avisan desde el primer párrafo de que la omnipresente conflicto entre clases sociales ha sido históricamente «una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes».
Estas ideas las recogía Sacristán en su intervención, pionera en España, a la búsqueda de la necesaria síntesis entre ecologismo y comunismo (destacaré su alusión a lo que llama "la feminización del sujeto revolucionario").
En 1979, estructuró su posición en una extraordinaria aportación a las Jornadas de Ecología y Política en Murcia. Se pronunció sobre todos los frentes de debate abiertos en el movimiento ecologista. Impresiona la claridad de los análisis y propuestas que hace en la comunicación:
1) Habrá siempre contradicciones entre las potencialidades de la especie humana y su condicionamiento natural: somos la especie exagerada.
2) Es posible que una época de intensas luchas sociales desemboque en el desastre de todas las clases en lucha.
3) Las fuerzas productivas son en el capitalismo fuerzas destructivas. La energía nuclear y la ingeniería genética, por ejemplo, abren una perspectiva de tiranía integral.
4) El sujeto social revolucionario no puede tener por tarea fundamental liberar las fuerzas productivas, que tampoco se pueden coartar. La primacía la debe tener la fuerza de trabajo y la norma de conducta «nada en demasía».
5) Buena parte de los trabajadores de los países industriales se adhieren a los valores del crecimiento económico depredatorio y a la estructura jerárquica y despótica que lo organiza. La conciencia de la clase trabajadora deberá basarse en su condición de sustentadora de la especie —imprescindible en el metabolismo de la sociedad con la naturaleza— y en el conocimiento científico de los problemas globales, entre ellos, lo ecológicos. Las clases trabajadoras, principalmente la clase obrera de los países industriales, son la parte de la humanidad imprescindible para su supervivencia, lo que constituye una feminización del sujeto revolucionario.
6) Las salidas no son ni el reformismo ni el autoritarismo. Hay que garantizar un metabolismo sano entre la sociedad y la naturaleza, pero el despotismo pertenece a la cultura del exceso que se trata de superar.
7) El movimiento revolucionario debe simultanear tres prácticas:
a) construir una nueva cotidianeidad, no remitirla a «después de la revolución»,
b) darle toda la relevancia a la planificación global y
c) practicar el internacionalismo.
Sus palabras sobre la situación de la clase obrera expresan un lúcido pesimismo:
Hoy [1979] se aprecia no solo que la clase obrera de los países industriales puede disgregarse en una nueva estructura social en la que la automatización, el expolio del tercer mundo y la depredación de la Tierra realizaran la hipótesis de un proletariado parasitario sin haber dado de sí la revolución que los marxistas esperaban de ella, sino también que en esos países las clases trabajadoras pueden responder mal a los problemas ecológicos, solidarizándose subalternamente con los intereses del capital, sometiéndose a la realidad del capitalismo imperialista […]. No faltan indicios de que ese proceso de transformación está ya en curso […].
El agente revolucionario no puede tener por tarea fundamental liberar las fuerzas productivas de la sociedad […] ni puede tampoco coartarlas […]. Probablemente eso sería irrealizable y no daría de sí una sociedad compatible con las aspiraciones de justicia, libertad y comunidad.
La revisión necesaria de la concepción del sujeto revolucionario en las sociedades industriales […] principalmente la clase obrera de los países industriales […] tendrá que basar la conciencia de clase no exclusivamente en la negatividad, sino también en su condición de sustentadora de la especie, conservadora de la vida, órgano imprescindible del metabolismo de la sociedad con la naturaleza.
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