jueves, 26 de septiembre de 2024

La propiedad de la tierra

El pasado 15 de JunioAureliano Martín Alcón, teniente-alcalde de Montehermoso (Cáceres), escribía en Público un artículo sobre la lucha por la tierra en el campo extremeño, antes de que la brutal represión que siguió al 18 de julio arrasara con todo y devolviera la situación a la casilla de salida.

En una reciente entrada de este blog recordaba yo las causas a que Malthus atribuía la pobreza y el hambre de los campesinos, entre las que no incluía la propiedad de la tierra por latifundistas que, preocupados exclusivamente por su beneficio, preferían dedicar a pastos tierras que podrían producir cereales. De paso, la necesidad obligaba a los pobres a aceptar jornales de miseria o emigrar a las ciudades, lo que favorecía la sobreexplotación que enriquecía tanto a los terratenientes como a los patronos de la naciente revolución industrial.

La misma estrategia produjo años después la terrible hambruna que diezmó a Irlanda; la que, repetida una y otra vez, es la que se relata en este artículo.

Se remonta a la desamortización de Mendizábal, cuando una pretendida mejora de tierras mal cultivadas acabó trasplantándolas de una manos "muertas" a otras manos codiciosas e insaciables, que siempre han visto en la existencia de la pobreza su mejor fuente de riqueza.

El campo extremeño experimentó antes de la guerra una descarnada lucha de clases, en que a las huelgas de los jornaleros los propietarios oponían "huelgas de siembra".

Este es el artículo:

El problema de la tierra en Extremadura

VERDAD JUSTICIA REPARACIÓN 

Colectividades agrarias en 1936.- Imagen de archivo


















Reflexionando sobre el hambre de la posguerra en Extremadura llegamos a una primera conclusión: no se produjo por la pertinaz sequía; ya que el hambre comenzó bastante antes que aquella y continuaría tras el fin de la sequía.

Debemos remontarnos en el tiempo si queremos encontrar los auténticos motivos.

La desamortización de Mendizábal pretendía corregir un mal secular en el campo, para ello las propiedades de la iglesia deberían pasar a una burguesía emprendedora que modernizara el mundo rural. El resultado fue muy distinto, las tierras las recibieron condes, duques y marqueses; los antiguos propietarios, una aristocracia que aumentó sus posesiones. Quiso Madoz corregir los errores de la anterior desamortización intentando poner límites, para que esta vez la tierra fuera a emprendedores que dinamizarán el campo, pero no fue así. La aristocracia, los terratenientes, consiguieron darle la vuelta y volvieron a beneficiarse los de siempre: los ayuntamientos regalaron inmensas propiedades a la nobleza, se vendieron predios que la ley prohibía, y no se respetó el máximo de terreno permitido, pudiendo comprar cada latifundista muchas más fanegas que las limitadas por la ley. Todo ello supuso un gran "problema" para los beneficiados al no poder inscribir muchos terrenos adquiridos; pero, años más tarde, se preparó una regularización con la norma sobre Exceso de Cabida que legalizó la ingente cantidad de propiedades obtenidas burlando la ley.

Ese proceso histórico se acentúa en Extremadura dejando la concentración de la tierra extremeña en muy pocas manos, duques, condes y marqueses, la mayoría de ellos absentistas con residencia en Madrid, y otros lugares lejanos. Esa circunstancia marcará el modelo productivo del campo extremeño. Frente a la pretensión del burgués que intenta una explotación racional de los cultivos, encontramos al aristócrata que cree que para que la tierra sea rentable no se deben dar muchos jornales, a no ser que estos sean muy baratos.

Ahí nos encontramos con el problema de la tierra en Extremadura, el latifundismo. Durante la República todas sus aristas emergerán de forma cruel. Todo ello dentro del marco de tres acontecimientos que resumen los movimientos por la tierra producidos en este corto periodo de tiempo.

En primer lugar, los acontecimientos de Castilblanco, diciembre del 31. Los jornaleros creen que el nuevo régimen va a resolver todos sus problemas, mientras que los latifundistas, desconfiados, se enfrentarán a cada medida que la República proponga, el hambre acabará con ella, piensan. Por eso, cuando el gobierno pretende la fijeza de los arrendatarios, los terratenientes los expulsan antes de que salga la ley. Tampoco aceptan las subidas de salarios, jornada máxima, jurados mixtos. El jefe de la guardia local de Castilblanco es el mayor defensor de los caciques que boicotean las leyes, hasta el punto de provocar una gran manifestación para defenestrarlo. En ella un guardia mata a un jornalero y después mueren los cuatro guardias que acudieron. 31/12/31.

Y la República sigue sus pasos en busca del segundo acontecimiento paradigmático en la lucha del campesinado por la tierra en Extremadura. Tras los sucesos de Castilblanco los terratenientes se verán obligados a cumplir las leyes. Si tienen que pagar lo que marca la ley, la siembra no es rentable; piensan los latifundistas. Sólo encuentran una solución para defender sus intereses, transformas las tierras de labor en pastos, sin importarles el desempleo que puedan provocar. Esto coincide con las noticias que llegan a los campesinos de la gran estafa que legalizó el Exceso de Cabida. Se comienza a cuestionar los latifundios, y lo consideran un robo que debería corregirse mediante una Reforma Agraria que diera tierras a quienes las necesitaban, tres hectáreas serían suficientes para mantener a una familia.

Ante la amenaza de perder sus posesiones, los latifundistas empiezan a buscar un marco de negociación, considerando líneas rojas la expropiación de los terrenos. Los sindicatos plantean una medida que estaría en el límite, los Alistamientos. Esto suponía que los grandes propietarios tendrían que dar trabajo a todos los jornaleros, repartiéndolos según la base imponible de los terrenos. Algunos creyeron que esta medida suponía una expropiación encubierta, la aceptaron para evitar males mayores, pero volvieron a incumplir. No alistaron a todo el mundo, a los que dieron trabajo le pagaban la mitad de lo establecido; pero evitaron que la Reforma Agraria les quitara las tierras productivas. En el caso de Ceclavín los propietarios tuvieron que entregar 10.000 pts. No todos habían pagado cuando les pidieron otras 20.000, se niegan en rotundo. Enfadados deciden acaparar trigo para subir el precio del pan. Todo esto conduce a la huelga general del 2 de junio del 33 en Ceclavín. Paradigma de lo que está ocurriendo en toda la región. Paran todos los sectores del pueblo, los caciques hablan de una huelga revolucionaria, en la que ni siquiera se permite acceder al pan o al agua. 

Esa huelga la ganan los jornaleros y consiguen el alistamiento de todos ellos, cobrar lo que marca la ley, contratar a los sindicalistas, establecer los jurados mixtos. Los logros alcanzan a toda la región; para poder cumplir lo pactado, los latifundistas necesitarán sembrar.

No durará mucho esta situación, a finales de año las derechas ganarán las elecciones y todas las conquistas comenzarán a desvanecerse, unas veces por la ley otras por la inaplicabilidad de esta sin consecuencia para el infractor. Aunque los salarios vuelven a niveles bajos, y las jornadas se alargan, los caciques vuelven a sustituir la siembra por los pastos.

El malestar en el campo es grande, la represión impide que se manifieste como en el periodo anterior, y la huelga general del campo del 34, se salda en Extremadura con 600 encarcelados. Las condiciones de miseria en la región van gestando un malestar que no pudo salir a la luz hasta la victoria del Frente Popular. Ese año comenzó en Extremadura con muchas lluvias que reducen aún más los escasos jornales, aumentando considerablemente el desempleo. Los campesinos pensaron que el Frente Popular les traería las tierras que tanto anhelaron, lo único que podía solucionar su penosa situación, tres hectáreas serían suficientes para mantener una familia.

No esperaron, demasiados sueños frustrados, demasiadas esperanzas rotas. El 25 de marzo del 36, 80.000 yunteros ocuparon 250.000 has. El gobierno no cree que esa sea la forma, pero tampoco debía oponerse. No se produjo incidente alguno, al día siguiente los ayuntamientos inscriben todas las fincas y los yunteros comienzan a labrarlas, al fin la justicia llegó al campo extremeño.

Poco duró la victoria. No habían pasado cuatro meses cuando el fascismo acabó con las esperanzas de los trabajadores de la tierra. En Extremadura se enfrentaron los latifundistas contra los yunteros, y los caciques ayudaron el bando ganador. No tardaron en exigir su recompensa, conocen a cada uno de los que ocuparon, a unos los mataron en el pueblo y a otros los llevaron a la plaza de Badajoz. Los que escaparon sufrirán la venganza de los vencedores.

No fue suficiente. A los caciques les faltaba algo para que su triunfo fuera completo. La eterna pelea entre laboreo que crea jornales frente al pastoreo que trae miseria para muchos, la habían ganado los parias. Con la ayuda del nuevo gobierno de golpistas, los caciques consiguen recuperar su derecho a hacer lo que quieren con su propiedad. Así el hambre se instala en esta tierra sin que a los latifundistas ni al gobierno les importe que en hogares extremeños tengan que hervir hierbas para llevarse algo a la boca.

No sembrar, esa fue el arma del terrateniente, su látigo contra el pobre campesino. Cuando se la arrebatan, los caciques no dudan en apoyar un golpe de estado criminal para recuperarla.

3 comentarios:

  1. El artículo de Aureliano Martín Alcón, centrado en la propiedad de la tierra como elemento básico de la explotación de agricultores, asalariados y jornaleros por terratenientes, me invita a relacionarlo con la reciente lectura de La gran transformación, de Karl Polanyi, cuya referencia descubrí en el artículo "La revolución fallida de Karl Polanyi. El orden mundial liberal se derrumba una vez más", de Thomas Fazi, publicado en https://espai-marx.net/?p=15726 . Si bien Polanyi, caracterizado en algunas publicaciones como socialista cristiano, en La gran transformación me ha parecido analizar la historia de la economía y de la economía política desde unos planteamientos filosóficos idealistas, utópicos (en la mala acepción de la utopía), desconocedor prácticamente de cualquier elemento materialista y del análisis marxista de la realidad político-económico de la Gran Bretaña del siglo XIX (por ejemplo, parece desconocer la plusvalía y la teoría del valor, sin distinguir entre valor de uso y de cambio, reduciendo sus conceptos económicos a tierra, salario, dinero, mercancía, precio y poco más), reflexiona ampliamente, con mayor detalle, sobre el período que va de finales del XVIII a la Segunda Guerra Mundial, y especialmente sobre algunas cuestiones que podrían compararse con la Extremadura de la mitad central del XX, desde la Dictadura primorriverista a la supuesta agonía del franquismo.
    Dichas cuestiones pueden ser, entre otras, la oposición de clase entre los grandes propietarios agrícolas y la burguesía industrial, materializada en Gran Bretaña en la subsidiación de salarios mediante el sistema Speenhamland y la legislación de pobres, que permitieron resistir a aquéllos unos 30 años hasta la total mercantilización de la agricultura, sumiendo a agricultores y jornaleros en el proletariado brutalmente explotado de la Inglaterra del XIX con trabajo infantil y de la mujer y con jornadas de 16 y más horas.
    O también la anterior expulsión del campo durante el XVIII y creo que antes de los siervos y trabajadores agrícolas por la sustitución del cerealismo por el pastoreo y cría de ganado, más rentable, y cerrando el acceso mediante el enclosure, dando lugar entre otros efectos al suministro de algodón y materia prima a la industria textil que alcanzó el nivel imperialista con el industrialismo.
    Son sólo unos pocos apuntes de un libro interesante, La gran transformación, aunque ciertamente algo farragoso y reiterativo, pero que permite reflexionar en la comparación de dos experiencias distantes en el tiempo y el lugar, la extremeña del XX y la británica del XIX.
    Gracias por vuestra lectura.

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  2. Muchas gracias por el comentario. Efectivamente, el libro de Polanyi tiene gran interés. Desde una posición alejada en principio de la tradición marxista, su análisis converge al historiar la apropiación de los comunes por los grandes propietarios. El proceso es ya muy antiguo, pero prosigue. Las enclosures son de hy mismo. Véase:
    https://www.publico.es/sociedad/juicio-trama-historico-ecologista-enfrentado-terrateniente-intentaron-destrozarme.html

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    1. Un amigo, tras leer la entrada y mi comentario, me autoriza a transmitir su respuesta:
      … Decirte que mi abuelo por parte materna nació en … y sigo teniendo familia, algunos terratenientes, por allí…
      Lo del campo extremeño da para mucho más. El servilismo ancestral (mi madre ha hablado toda su vida de “los amos” en referencia a los caciques de mi pueblo. Mi padre nació en una casa igual a la que aparece en “Los santos inocentes” que es un fiel reflejo de lo que se vivió allí siendo mi abuelo paterno, al que debo mi nombre, sirviente del “señorito” de turno y que perpetuaba una raza de chupasangres que exprimieron lo que pudieron en esas zonas. Yo mismo cuando niño, pude comprobar esa servidumbre cuando iba con mi tío que llevaba una furgoneta con alimentos, ropa y calzado, herramientas y encargos varios a los cortijos que rodeaban mi pueblo. Pude ver la miseria de esas gentes que, en muchos casos jamás habían abandonado esas tierras, ni a Cáceres siquiera…
      Ahora, cuando voy me entristezco al ver que poco ha cambiado. Las tierras de labor han casi desaparecido y solo quedan dehesas donde la principal actividad son las cacerías donde avispados “emprendedores” le sacan los buenos cuartos a nuevos “señoritos” de esa burguesía arribista que se aprovecha del mercado capitalista salvaje que nos arrincona cada vez más, mientras la gente que sigue viviendo allí languidece en pueblos cada vez con menos servicios.
      ¡Qué bonito está el campo! Se oye decir cuando aparcan todoterrenos de 80 o 100 mil euros disfrazados de cazadores por un día, comen unas migas antes de dedicarse a maltratar a la fauna domesticada que les ponen a tiro… Que tristeza siento por mi tierra, que ni siquiera tiene un Miguel Hernández para revelarnos esto con hermosas palabras.
      Siento haberme extendido tanto, pero me duele mi tierra y ver como la han maltratado durante tantísimo tiempo.

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