Marcos Navarro entrevista a Jorge Riechmann
El ecologista y profesor de filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid alerta de un colapso de la especie humana este mismo siglo, por las guerras y las exiguas medidas contra la crisis climática. Atribuye el rápido avance hacia un abismo ecológico y social a fallos básicos de nuestra ética.
Una ética construida sobre el grupo y sus intereses más inmediatos. Hace ya muchos milenios el proceso evolutivo conformó las agrupaciones humanas a las que sentimos pertenecer. Fueron inicialmente asociaciones de cazadores recolectores, más adelante grupos nómadas dedicados a la ganadería, pero también aldeas agrícolas, asentamientos previos a la constitución de auténticas aglomeraciones urbanas. Dentro del grupo primaba la solidaridad y la ayuda mutua, alimentando sentimientos de apego que garantizaban la supervivencia de los individuos. Pero no había tales obligaciones para los de fuera.
La población de estas comunidades no superaba mucho el centenar. El conocimiento recíproco facilitaba el control social, y así esta ética colectiva quedaba asegurada. Cuando los grupos entraban en contacto se producían conflictos, pero también alianzas. Sin embargo siempre hubo un "afuera", y costó mucho llegar al concepto, por desgracia más teórico que práctico, de "humanidad".
Sociedades cada vez más complejas fueron ampliando el sentimiento de pertenencia. Ya no fue la aldea sino la "patria" el mayor elemento cohesionador. La ciudad-estado, la "nación", entiéndase como grupo étnico o como construcción histórica, pasó a ser algo prioritario, y en cada caso instituyó una moral a su medida.
Como ejemplo, una jerarquización "nacionalcatólica" de los sentimientos la establecía aquella moral que quisieron inculcarme. Recuerdo que decía literalmente: "ama a tu prójimo, y más que a tu prójimo a tus padres, y más que a tus padres a tu Patria, y más que a tu Patria a Dios". Ordenación impuesta que no siempre coincidía con los verdaderos sentimientos del sujeto, para los que la proximidad es el factor primario.
La ampliación sucesiva, a la búsqueda de una ética universal, ha sido siempre vacilante y contradictoria, condicionada por la conformación de las estructuras sociales.
A su vez, dentro de cada grupo hay una estructura jerárquica, que en unas sociedades cada vez más complejas se ha ido organizando en clases sociales. Los conflictos no se dan solo entre "patrias", sino entre clases. Trabajosamente se abre paso una visión global que ve más coincidencias entre los explotados de distintas naciones que entre estos y sus explotadores.
Y cuando aún falta mucho para que este concepto sea universalmente aceptado como norma universal de conducta, caemos en la cuenta de su insuficiencia, porque esta humanidad es inseparable del medio en que se desarrolla. Y la explotación no es únicamente la de los seres humanos, sino la de la naturaleza, que, esquilmada, reclama sus derechos.
La visión de la sociedad como escenario de una lucha de clases que debería acabar con la explotación humana se queda corta si a esta "conciencia de clase" no se añade una "conciencia de especie".
Pero si a la conciencia de pertenecer a un grupo nacional se añade como un progreso humano una conciencia de clase que aspira a superar las sociedades de clases, alcanzando idealmente una "conciencia de especie", esta última debe inmediatamente desembocar en una "conciencia planetaria" que englobe al "ecosistema de ecosistemas" que estamos destruyendo a toda prisa.
El gravísimo problema lo constituye el ritmo tan distinto del proceso destructivo, acelerado por este sistema capitalista, y el proceso ideológico reactivo, absolutamente incómodo y que por lo tanto tendemos a obviar en la práctica.
Jorge Riechmann (Madrid, 1962) es ensayista y profesor titular de Ética y Filosofía política en la Universidad Autónoma de Madrid. Esta semana ha participado en el curso de verano de filosofía de la Fundación Mindán Manero en Calanda impartiendo una conferencia sobre ética y ecologismo. Asegura que la especie humana está en severo riesgo de desaparecer si sigue cometiendo los errores que le llevarán al colapso en este mismo siglo.
¿Qué le parece que en Calanda se organice un curso sobre ética ecológica?
Es encomiable el esfuerzo por seguir adelante con estos cursos de filosofía que tienen ya más de 20 años y que viene propiciando la Fundación Manuel Mindán con la Universidad de Zaragoza. Y el que este año sea específico sobre ética y ecología también tiene mucho sentido porque estamos en una situación absolutamente excepcional en la historia de la especie humana. Estamos en frente de un abismo ecológico social, avanzando a toda velocidad hacia él y una parte de lo que explica eso son fallos básicos en nuestra ética.
¿Estos fallos se producen desde la industrialización?
Algunos incluso desde antes. Tenemos un problema de tribalismo. Evolutivamente somos simios adelantados que nos hemos constituido como especie en grupos pequeños. Durante la mayor parte de la vida de la especie hemos estado, tanto en pequeños grupos de cazadores recolectores como en aldeas, en grupos de 50, 100, 150 personas. Somos naturalmente buenos en ese endogrupo. Pero a menudo nos comportamos hacia los exogrupos con violencia, incluso con crueldad y eso es un problema que está planteado casi desde el origen pero particularmente en esa época que va más o menos desde Zoroastro hasta Jesús de Nazaret y que un filósofo alemán importante, Karl Jaspers, llamaba la Era Axial: una época de cierto despertar espiritual que ya plantea de manera explícita que necesitaría una moral de larga distancia. Y estamos aún en ese belicismo creciente, con guerras abiertas y amenaza de armas nucleares. Y esto es un problemón. Luego, efectivamente, las sociedades modernas, industriales, desde hace dos siglos estamos haciendo las cosas de tal manera que no encajamos en La Tierra y eso da lugar a una crisis ecológico social devastadora que es absolutamente real. Tenemos ese abismo ecosocial muy cerca.
¿Cuándo salta la chispa del pensamiento ecologista?
1962 es el año que se publica un libro considerado por alguna gente como el germen de ese movimiento ecologista moderno, Primavera silenciosa de Rachel Carson. Y luego otro momento clave es el año 1972, cuando se celebra la primera cumbre mundial de Naciones Unidas sobre medio ambiente y sociedad en Estocolmo. Es también el año en que se publica el informe sobre los límites del crecimiento, del Club de Roma, que señala que de proseguir por el camino por el que íbamos y hemos seguido yendo nuestras sociedades colapsarán en algún momento del siglo XXI.
¿Tan pronto será?
Por un lado, hay regiones del mundo que están colapsando por distintas vías. Tenemos varios estados africanos, tenemos problemas en ciertos países de América latina, tenemos guerra abierta en suelo europeo. Todo eso son síntomas bastante preocupantes. Y luego uno de los síntomas de la crisis ecosocial es el calentamiento global. Es de las cosas más inquietantes y vamos fatal. Nos engañamos diciendo que hay transiciones en curso pero no es verdad. Estamos ya más o menos en un grado y medio por encima de las temperaturas preindustriales, estamos cruzando el primero de los umbrales de peligro que marcan los Acuerdos de París de 2015. El segundo son dos grados y lo vamos a alcanzar dentro de 10 o 15 años y a partir de ahí todo es terra incógnita, porque pueden ponerse en marcha mecanismos de realimentación, lo que llaman los climatólogos tipping points que nos lleven a un estado de tierra inhabitable en un plazo relativamente breve.
¿La solución es llenarlo todo de aerogeneradores y paneles solares?
No. Tendrían que cambiar muchas cosas no solamente en el terreno del abastecimiento energético de manera general. Tenemos que ser capaces de vivir usando mucha menos energía.
¿Es ético cerrar una central térmica que da trabajo a centenares de personas sin tener una alternativa preparada?
Lo que no es ético es dejar pasar medio siglo sin hacer lo que teníamos que haber empezado a hacer entonces.
¿Las medidas contra el cambio climático tendrán corto recorrido si el negacionismo sigue conquistando poder?
No estamos haciendo ni por asomo lo que tendríamos que hacer en consonancia con la magnitud del desafío. Si la ultraderecha sigue avanzando, que es negacionista de manera programática, todavía mucho peor. Hemos avanzado muy poco y corremos el riesgo de ir hacia atrás.
¿Ve a la gente concienciada?
La gente no asume la realidad. Y además hay todo un aparato mediático con elementos nuevos, las redes sociales, Telegram y Whatsapp, donde hay mucho negacionismo. Entre eso y que es un asunto duro que nos cuesta mirar de frente, son sectores sociales muy pequeños los que tienen una idea cabal.
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