miércoles, 13 de marzo de 2013

Somos lo que comemos

Por eso los peces de nuestros ríos no tienen buen sabor.

¡Pobres peces! ¿Cómo culparlos?  No tienen otra opción y se adaptan a lo que está a su alcance.

¿Qué alimento informativo (o deformativo: formativo a fin de cuentas) nos entra por todos los poros, todos los días, a través de todos los medios? Todos, porque en España, para ciertos temas, no hay excepciones entre los que de verdad pueden llamarse medios de comunicación masiva.

Pero es molesto admitir, y hasta nos ofende oírlo, que nuestro criterio no es nuestro, que somos dóciles e ingenuos. Reconocerse débil y vulnerable no es fácil.
 
Hay que hacer un esfuerzo para buscar y contrastar informaciones, opiniones, análisis. No podemos estar seguros de que no somos influídos por los sesgos de lo que nos llega. Acabamos buscando, confundida con la ecuanimidad, la mera equidistancia, pretendiendo situarnos en un punto medio en el que muchas veces no está la virtud.

A personas de buen criterio oigo comenzar, preventivamente: "no seré yo quien defienda la actuación (o el discurso, o las formas, o...) de (colóquese aquí el demonio prefabricado de turno, o el payaso, o el tirano del momento), pero..." Y aquí comienza el resto del discurso, por lo general en un sentido divergente de la entradilla.

Por eso, vigilemos nuestras ideas, seamos críticos y autocríticos, sin considerarnos dueños absolutos de nuestro discurso, tantas veces tragado sin querer. Para vuestra reflexión, y como nadie está libre de pecado, publico aquí este comentario de Belén Gopegui, incluido en Hasta siempre, Comandante. Diez voces sobre la impronta generacional de Hugo Chávez:

En la edición impresa de 20 Minutos del jueves 7 de marzo se habla de lo que llaman herencia controvertida de Chávez. Entre las llamadas sombras se dice textualmente: «Dividió a los venezolanos entre sus fervientes seguidores y sus acérrimos detractores. Sufrió un golpe de Estado». Casi once años después del revelador editorial de El País en donde se legitimaba el golpe, hoy, en un periódico que no forma de parte de la derecha recalcitrante, y en lo que no deja de ser un pequeño texto menor, se asume, como al pasar, que la culpa de sufrir un golpe de Estado es de quien lo padece y no de quien lo da. Es apenas un ejemplo entre cien mil, especialmente significativo porque no creo que obedezca, como sí era el caso del editorial citado, a una voluntad deliberada de adulterar los hechos. No hay paredes de cristal, y la lluvia constante, minuciosa, de lo que es falso, nos cala los huesos.
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Un breve apunte, otro homenaje a Goebbels:



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