La Semana Galega de Filosofía contó este año con la presencia de SOS sanidade pública en las personas de Pablo Vaamonde y Manuel Martín. La conferencia que impartieron y compartieron fue, como indica el propio nombre de la asociación, una llamada de socorro que denuncia la progresiva pérdida de calidad que va unida a la privatización o "externalización" de servicios.
Continúo así con la re-publicación de las conferencias, que comencé con la de clausura pronunciada por el psiquiatra Guillermo Rendueles.
La primera parte de la que añado hoy la pronunció (en gallego) el doctor Pablo Vaamonde. A partir del minuto 39 prosigue, en castellano, el doctor Manuel Martín.
Comprendo y celebro que la gente quiera aprender idiomas. Pero siempre me ha causado un profundo desazón que, en nuestro país, quienes se afanan por aprender inglés no muestren el más mínimo interés por el galego, el catalán o el euskera, interés indispensable si lo que se pretende es una auténtica unidad de los pueblos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Deberíamos poder entendernos hablando cada cual su lengua.
EliminarYo leo y escribo el gallego bastante bien (llevo aquí más de cuarenta años), y lo uso coloquialmente como "lengua B", pero mi tendencia natural es hablar castellano. Aunque si alguien me habla en un gallego no impostado acabo pasándome al otro lado.
El catalán, aunque "no lo hablo en la intimidad", si lo oigo un rato lo entiendo. Aunque el acento que entiendo mejor, por afinidad fonética es el de Valencia.
La barrera del acento la tengo más con el portugués, según como lo hablen. ¿Por qué entendía perfectamente a Saramago y no a otros?
El euskera ya es otra cosa, aunque estudié algo su gramática cuando hice unos cursos de filología en mi universidad. Me pareció una estructura muy racional y mucho menos complicada de lo que cuentan. A cambio de la diferencia léxica, la afinidad fonética haría más fácil el aprendizaje. Si lo oigo de lejos no lo distingo de mi propia lengua.
En aquellos cursos de Filología supe de un proyecto paneuropeo que aspiraba a lograr la comprensión mutua de las lenguas romances, de modo que nos pudiéramos entender hablando cada cual la suya. En el ámbito peninsular sería fácil, y acabaríamos con aquel odioso "hábleme en cristiano".