Sigue a continuación el artículo cuya publicación comencá aquí y que por su longitud he dividido en varias entregas.
En esta segunda se analiza el mecanismo especulativo de la financiarización como forma de succionar la riqueza real de los otros cuando ha disminuido la posibilidad de seguir creando riqueza propia.
Es un modo más de continuar la "acumulación por desposesión" que ha sido siempre la forma más fácil de adquirir riqueza. Si el salteador de caminos o el usurero tradicional lo hacían en pequeña escala y con cierto riesgo, la guerra de rapiña y el pillaje colonial mejoraron la fórmula, y ahora el sistema, al agotar las anteriores posibilidades, la renueva en forma de gobierno financiero mundial.
La plusvalía que a trancas y barrancas sigue extrayendo la "economía real", es fácilmente intercambiada por dinero, que no es valor en sí mismo, sino pura representación del valor de las cosas. La creencia de que alguien respaldará esa "promesa de pago" con algo de valor material equivalente permite a una empresa emitir papeles, dinero financiero, respaldados por una riqueza que se supone previamente generada. La imposibilidad de controlar la riqueza real con que la empresa puede responder hace circular ese papel, que las más de las veces se apoya en riqueza futurible y no actual, hasta que el último poseedor descubre que solo tiene papeles sin valor al hacerse patente que tal riqueza no existe.
Una vez iniciado el proceso de sustitución de la economía real por la especulación financiera, la masa de capital excedente se emplea para la liquidación de las empresas menos competitivas mediante un proceso de fusiones y adquisiciones que concentran cada vez más capital ficticio. El capital excedente sirve
también para comprar bienes y servicios públicos o
estatales, convertidos en mercancías para la ganancia
privada, tanto en los países centrales como en los periféricos.
Es ejemplar el caso de los países del Este europeo, en los que la venta de bienes públicos, lejos de producir su despegue económico, los sumió en una dependencia prácticamente colonial de los de Occidente, al no invertirse esas finanzas en los sectores productivos.
En resumen, la especulación es sobre todo una venta de creencias, de imágenes, de esperanzas de futuro. No puedo por menos que recordar la gran estafa que fue el grupo SOFICO:
Al principio, la venta de los apartamentos se realizaba después de que estuvieran construidos totalmente, pero posteriormente la transacción se hacía sobre planos y se cobraban cantidades a cuenta, y en ocasiones hasta la totalidad del precio, para que los futuros propietarios financiaran la construcción.
Como aun así los fondos propios resultaron insuficientes para las necesidades de expansión de las empresas del grupo, Sofico comenzó a captar recursos suscribiendo contratos de compraventa sobre supuestos apartamentos, terminados o en construcción, cuando la verdad es que en muchos casos no habían comenzado las obras o no se había adquirido ni el solar, por lo que en la mayoría de los casos los apartamentos resultaron ser ficticios.
Esta operación fraudulenta contó con una política de imagen, con la participación en el consejo de administración del grupo de altas personalidades del franquismo, lo que daba una sensación falsa de solvencia garantizada. Muchos años después, José Antonio Martín Pallín, fiscal que investigó la quiebra, afirmaría refiriéndose a la mayoría de esas personas:
Eran hombres de paja que daban imagen de solvencia. Como aforados que eran, elevamos un suplicatorio manifestando que existían en sus conductas indicios racionales de criminalidad. Pero no hubo respuesta a esa petición. Cuando se celebró el juicio, muchos años después, sólo se actuó contra el creador de Sofico, Eugenio Peydró, y su hijo. Y todo acabó en nada.
Solo resta recordar la enorme publicidad de este grupo, cuyo lema más repetido rezaba:
"La realidad de Sofico me ha convencido"
Igual que la realidad de la prosperidad capitalista convenció a los habitantes de la Europa oriental, muchos de los cuales, poco despues, emigraban a la occidental como mano de obra barata.
AGOTAMIENTO DE LAS POSIBILIDADES DEL REFORMISMO EN EL CAPITALISMO TARDÍO
Andrés Piqueras
(...)
El control
de las finanzas internacionales por parte de las sociedades centrales
permite utilizar el dinero de los demás para paliar en parte la propia
incapacidad de acumulación, y posibilita seguir comprando el mundo sin
inversión previa (lo cual no ayuda, sin embargo, a su capacidad de
mejorar la rentabilidad del capital como “productor” de más capital).
Efectivamente,
la financiarización es una forma de recaudar dinero aprovechándose de
la plusvalía que han generado los demás, o lo que es lo mismo, de
convertir a la representación del valor de las cosas [el dinero] en
valor en sí mismo, en virtud de un complejo entramado de creencias sobre
creencias (como por ejemplo, en que alguien respaldará el dinero-papel o
dinero-moneda con algún equivalente de valor material). Veamos, para
obtener dinero las empresas emiten pasivos o acciones (dinero
financiero) en la participación de la riqueza que se supone que han
generado previamente. La emisión sin control de aquéllos hace que en
realidad no correspondan a la riqueza real con la que una empresa puede
responder (haciendo del dinero financiero un capital ficticio), por lo
que si todo el mundo exigiese la recuperación de acciones y pasivos las
empresas quebrarían. Cuando se pierde la confianza o la creencia en
alguna entidad financiera o bancaria, sobreviene el ‘pánico’ de los
inversores o ahorristas: todo el mundo quiere retirar su dinero al
tiempo, y el negocio montado sobre una irrealidad se hunde. También,
paradójicamente, incluso cuando una entidad financiera ha tenido mucho
‘éxito’ y ha dado réditos importantes puede ‘activar’ involuntariamente
la señal de que es bueno recoger ahora las ganancias, con lo que
estimula que se retiren los inversores mejor informados, que suelen ser
los que más masa dineraria tienen depositada, provocando efecto de
arrastre en los medianos y después en los pequeños inversores, que como
siempre son los que más posibilidades tienen de perderlo todo, pues
cuando quieren reaccionar tiende a ser demasiado tarde y ya se ha
producido la suspensión de pagos de la entidad. Este complejo entramado
de creencias irreales y de intereses privados de afán de lucro rápido
cuenta con una creciente complicidad popular, posible gracias a la
construcción histórica del individuo posesivo, en el que el ansia de
ganancia rápida, la posesión de objetos y la satisfacción a través del
consumo incesante e instantáneo de mercancías llega al paroxismo. De
todas formas, y por si esto fallara, Gobiernos y cúpulas sindicales
vienen pactando la entrada en Bolsa obligada de pensiones y otros
activos de la fuerza de trabajo, con lo que la “plusvalía financiera” se nutre también crecientemente de la parte no consumida de los salarios.
De igual
forma, cuando las grandes empresas emiten aquellos pasivos pretenden que
éstos no sean exigibles (es decir, que todo el mundo confíe en su
solvencia), y por tanto los utilizan a menudo para comprar otras
empresas menores o activos de las mismas que se supone que se van a
revalorizar (buena parte de la actual absorción o “adquisición”
de la riqueza de unas empresas por otras se realiza en realidad sin que
se efectúen pagos en metálico). Es por eso que cada vez más la ganancia
de las grandes corporaciones empresariales se obtiene no tanto a través
de la producción de valor o, valga decir, de riqueza, sino de la
adquisición de la que ya estaba generada (ampliando crecientemente la
concentración cada vez en menos manos de la misma) 7 . O sea que las actividades ligadas a la producción pierden peso a favor de las especulativas, generando, como dice Naredo (2006), dos tipos de empresas (y se podría añadir también de formaciones sociales) capitalistas:
1/
las que tienen capacidad de crear dinero financiero [quitando con ello a
los Bancos la exclusividad en la intermediación financiera, razón por
la que éstos han de depender crecientemente del crédito para su
ganancia];
2/ las que tienen que conseguir su ganancia-dinero mediante la producción y venta de bienes y servicios.
Gracias al
actual papel del Estado, a escala interna, y al de las instituciones de
gobierno mundial (OMC, FMI, Banco Mundial, G-20, OTAN…), al nivel
global, la enorme y creciente masa de capital excedente se emplea
también en la compra de bienes y servicios que antes eran públicos o
estatales y que pasan a convertirse en mercancías para la ganancia
privada, tanto en los países centrales como periféricos: recursos
energéticos y naturales básicos (agua, gas, combustibles fósiles, redes
eléctricas, bosques, tierras, etc.), redes telefónicas, de correos, de
transporte, sistemas educativos, de salud, etc., etc. Tal dinámica
constituye uno de los puntales del presente proceso, planetario y
brutal, de desposesión de seres humanos y sociedades, que sólo tiene
parangón en la “acumulación primitiva de capital” (en los orígenes del capitalismo) 8 .
Aquélla es complementada con la provocación de crisis financieras
parciales en determinados sectores (por ejemplo, aeronáutica, industria
pesada, etc. …) o en unos u otros territorios (sureste asiático, Rusia,
México, Argentina…), provocando la devaluación o sobredevaluación de
numerosos activos locales, que luego son comprados a precio de saldo por
el capital excedente central.
De los límites: de la deslegitimación al irreformismo
Todas estas
vías de fuga de sus tendencias cíclicas a la crisis, son objetivamente
racionales dentro de la lógica capitalista. Es decir, que no son un
capricho, ni radican en la “maldad” del género humano, y por tanto no se trata tampoco de apelar a ideales regulativos de tipo neokantiano ni al “diálogo” entre agentes sociales, o a la “cordura” para volver a un capitalismo “organizado”
(el que a menudo se añora vinculado al keynesianismo), como desde
tantos ámbitos filosófico-ideológicos se pretende. De la misma manera
que, en contra de lo tan a menudo vertido en los medios masivos de
socialización y de ideologización, tampoco las crisis sistémicas son por
causa de una mayor distribución de la riqueza -o dicho de otra forma,
por la menor obtención de plusvalía a costa de los salarios (los cuales,
no lo olvidemos, son siempre un factor dependiente)-, sino debido a la
contradicción inherente a la imposibilidad de mantener la tasa de
ganancia en la producción (Cuadro A).
Las medidas
emprendidas evidencian, en cambio, una extensión de las contradicciones
de la dinámica capitalista también al ámbito de la legitimación (o de la
incorporación subordinada de las grandes mayorías a su proyecto). Así,
por ejemplo, según la presente crisis se hace más grave y profunda el
Capital se ve forzado a la paradoja de desmantelar los grandes
dispositivos anticrisis que se habían ido construyendo en los últimos 50
años (el Estado Social, la negociación colectiva, Estatuto de los
Trabajadores, derechos sociolaborales, etc. …). A esa ofensiva actual
del Capital contra el Trabajo se la conoce como neoliberalismo, y se
desenvuelve vinculada a la transnacionalización monopólica capitalista
(conocida como globalización), que no es sino su máxima expresión
histórica de disciplinamiento de la fuerza de trabajo (reduciendo al
mínimo sus conquistas y resistencias), de difusión universal de la
sobre-explotación del trabajo (que se exporta de las formaciones
sociales periféricas a las centrales) y de desposesión de seres humanos y
sociedades a escala planetaria. Todo eso requiere el creciente recurso a
la fuerza.
Aquí es donde se evidencian los límites de las opciones reformistas en general y de la socialdemocracia en particular.
La principal
contradicción intrínseca a esta última es que para tener alguna
relevancia social necesita que las cosas le vayan bien al capital, es
decir, que éste emprenda o afirme una onda de acumulación, de manera que
sea más fácil conseguir cierta mejor distribución social de la riqueza.
Por eso cuando la tasa de ganancia se ve en peligro, casi siempre la
socialdemocracia clásica y siempre la neosocialdemocracia intervienen
con todos sus medios en favor del capital, haciendo cuanto está a su
alcance para disciplinar al Trabajo, posibilitando los consiguientes “ajustes”. Del mismo modo, se mantienen atentas para desbaratar los intentos de la fuerza de trabajo por superar (“desestabilizar”) las reglas de dominación socioeconómica.
Desde la
década de los años 70 del siglo XIX, es decir al poco de nacer como
proyección política del Trabajo, la socialdemocracia comienza a vincular
su evolución al entramado institucional de la sociedad capitalista,
mediante su propia institucionalización (la socialdemocracia inglesa
primero y la alemana después, son paradigmáticas de ello). Esto en
principio fue pretendidamente estratégico, teniendo como meta la
superación del capitalismo a través del anticipamiento en su propio seno
del sistema que le superaría: el socialismo. Pronto, sin embargo, la
Segunda Internacional daría una variada gama de pruebas de que su propio
devenir quedaba ligado de forma subordinada al del mismo sistema que
decía querer transcender.
Efectivamente,
en cada ocasión que éste mostraba señales de tambalearse, el cuerpo
mayoritario de la socialdemocracia acudió en su ayuda, frenando o
simplemente reprimiendo (a veces con la eliminación física –como en los
casos de Luxemburg y Liebknecht-) los
intentos de sobrepasarlo. Sin entrar en detalles sobre la colaboración
en la I Guerra Mundial, podemos hacer mención a su claudicación en los
momentos críticos por los que atravesó la República de Weimar en
Alemania (su desastrosa política de connivencia con el lado más salvaje
del capital terminó con su entrega al nazismo, dejando en la más
absoluta desorientación y desprotección a grandes masas de población
trabajadora), y su correlato en Austria. También hay que recordar su
estrecha relación política y estratégica con el Capital en contra de la
URSS –y otras experiencias de transformación-, y su alianza contra los
partidos comunistas en buena parte de la geografía europea (que tiene
una de sus más notorias expresiones en España, mediante su complicidad
con la dictadura de Primo de Rivera, en los años 20).
Tras la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia “clásica”
de las formaciones centrales se confinó a sí misma dentro de los
límites del keynesianismo a partir del Congreso de Bad Godesberg del SPD
alemán, en 1959 (en adelante ya no contemplaría al sistema capitalista
como un orden a superar). Tiene una de las máximas expresiones de su
derrotero burgués en la política del que fue una de sus figuras más
emblemáticas, Willy Brandt, quien al finalizar la década de los años 60 declaró que “debía buscarse la desintegración progresiva de la Europa de economía no capitalista”. Más tarde, en 1975, el Ministro para Asuntos Ambientales de Inglaterra, Anthony Crosland,
intentó de alguna forma dar una limpieza de imagen a una
socialdemocracia europea cada vez más comprometida con el proceso de
acumulación capitalista y con su geoestrategia imperialista, mediante
los que se conocerían como principios de Crosland
(democracia con justicia, anteposición de la dignidad humana a la
rentabilidad económica, equidad entendida como redistribución). Todo
ello quedaría, lógicamente, en nada. A partir de la década de los 90’,
con la transnacionalización del capital, la socialdemocracia se hunde un
escalón más al plegarse al nuevo orden de cosas impuesto bajo el
pseudónimo de “neoliberalismo”, convirtiéndose (neosocialdemocracia) en el pretendido apéndice “humano” suyo en forma de “Tercera Vía”
(no tan preocupada ya por la redistribución, sino por la paliación y
prevención de ciertas marginalidades, sobre todo las potencialmente
disruptivas, y el mantenimiento de ciertos poderes adquisitivos entre
las capas medias de la población).
Para no ser
menos, los Partidos Comunistas que no habían claudicado mucho antes
perdidos en la ciega pleitesía estalinista, se desplazaron hacia la
derecha intentando ocupar el espacio que dejó vacío la socialdemocracia,
renunciando a preparar la transformación socialista en aras de la “real politik”, traducida ahora por intentar preservar ciertas conquistas sociales (el autodenominado “eurocomunismo” fue el gran impulsor de todo ello –pero esto también puede ser aplicado a muchas otras organizaciones políticas antes “radicales”-). Sus “frutos”
han sido la pérdida constante de apoyo popular y de militancia,
acompañadas a menudo de su hundimiento electoral (y es que el
oportunismo de medias tintas suele dar como resultado estas
consecuencias).
En unos y
otros casos, los sujetos provenientes del capital monopolista de Estado
en su modalidad keynesiana para las formaciones centrales (los cuales
ejercieron un notable dirigismo sobre las restantes), tienden a
continuar categorizando e interpretando las nuevas condiciones con los
recursos teóricos y táctico-estratégicos propios de esa fase en la que
el capital era susceptible de reformismo. Pero el capital monopolista
transnacional (que aquí consideramos como capitalismo tardío), ha hecho
depender cada vez más la acumulación de la superexplotación y de la
desposesión/marginación, ha reducido considerablemente la calidad
‘democrática’ de las sociedades, procurando instituciones de gobierno
político, dirección económica y administración social preocupadas
básicamente por garantizar el libre movimiento del capital y su
reproducción ampliada a través de la apropiación privada de todos los
órdenes de la vida y el mantenimiento de la ‘gobernabilidad’ (esto es,
del disciplinamiento del Trabajo). Este nuevo orden de dominación ha
vaciado al Estado como medio de constitución de ciudadanía y como
espacio de resolución de contradicciones interburguesas, perdiendo
además su exclusividad como agente regulador de la dinámica del capital.
El movimiento del capital como sistema entra así cada vez más en una dinámica de menor posibilidad de negociación.
(continuará)
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Bibliografía citada
Berterretche,
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en http://correosemanal.blogspot.com/2009/02/de-la-gran-quema-de-capital-ficticio-la.html.
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Carcanholo,
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carácter, perspectivas. DEI. San José.
Chesnais, F.
(dir.) (2004). La finance mondialisée: racines sociales et politiques,
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Fernández Durán, R. (2003). Capitalismo [financiero] global y guerra permanente. Virus. Barcelona.
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nº 24. Universidad Bolivariana de Chile. Santiago.
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Piqueras, Andrés (2002). Movimientos sociales y capitalismo. Historia de una mutua influencia. Germania. Alzira.
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NOTAS
7 Así por
ejemplo, como consecuencia de su ubicación en la zona euro, la atracción
de capitales ejercida por los Bancos y por la venta o canje de títulos
en los mercados financieros ha sido la principal fuente de
enriquecimiento de la economía española, capaz de compensar sus enormes
déficits comercial y por cuenta corriente.
La creación
de ‘dinero financiero’ por las empresas españolas –en forma de acciones
emitidas- llegó a suponer el 6% del PIB en 2000, superando ampliamente
la creación de ‘dinero papel’ y ‘dinero bancario’. Se trata de pasivos
no exigibles, en cuanto que en la práctica no van a necesitar ser
devueltos. Y esto es así porque los países “desarrollados” pueden emitir
pasivos que son comprados de buen grado por el resto del mundo como
depósito de valor o como inversión segura, y que a la postre no se van a
exigir (ni implican hacerse con el control de las entidades que los
emiten). Mientras que como los países “periféricos” no pueden hacer lo
mismo, deben recurrir a préstamos o a pasivos sí exigibles, o bien
recibir inversiones que tienen como contrapartida la propiedad o control
de sus propias empresas, recursos o actividades.
Es con el
ahorro del resto del mundo, pues, con el que la economía española (como
buena parte de las sociedades centrales) ha podido erigirse en
compradora de la riqueza de los demás (de aquellos mismos que la dan
dinero para que se apropie de su riqueza). Esto es fruto de su “modelo
de desarrollo” parasitario, que por otra parte la hace una economía
crecientemente vulnerable a los avatares financieros y bursátiles, y con
escasa soberanía productiva, sea industrial o alimentaria.
Todo ese
capital excedente que no se convierte en capital productivo, se invierte
en Bolsa o en las cada vez más diversas modalidades de interés
bancario.
Sirve
también para la inversión en la industria del ocio-espectáculo (ferias,
parques temáticos, grandes edificios emblema que exhiben la ‘riqueza’
del capital excedente, acogimiento de muestras y exposiciones
internacionales, etc.), con el sobredimensionamiento de actividades como
el fútbol [que ha hecho de España el principal inversor-especulador en
‘fuerza de trabajo futbolística’ y todos los negocios que le son anejos
(su ‘importancia’ económico-política viene testimoniada por ser la
noticia que más tiempo ocupa en los telediarios, frente a cualquier
otra)], etc.
Los límites de este modelo, sin embargo, han empezado por fin a hacerse patentes.
8 Este
gigantesco mecanismo de apropiación de riqueza social que ya había sido
generada, ha tenido una de sus máximas expresiones en la compra a saldo
de la riqueza material y social que tenían los países del Segundo Mundo
(el Este europeo). Como es consustancial a este capital de rapiña, se ha
mostrado incapaz o desinteresado de regenerar la maquinaria productiva
de esos países, que (con la lógica excepción de Alemania oriental)
sufrieron con su cambio de sistema un proceso de “tercermundización” o
de drásticas caídas en los parámetros productivos, sociales y de vida.
Por su parte, el capital productivo se muestra claramente incapaz
(afluye insuficientemente) para integrar a esos países al capitalismo
europeo desarrollado, por lo que en vez de una “integración” europea lo
que se está dando en realidad es un proceso de colonización parasitaria
de tales países del Este por los del Oeste (aunque las clases dirigentes
del Este aspiran a aprovechar la integración en el euro para hacerse
también atractoras de los capitales del mundo).
Por su
parte, el capital excedente de las principales economías productivas del
mundo, como la China, también viene adquiriendo riqueza de las
sociedades periféricas y compra cada vez más de las centrales.