miércoles, 3 de enero de 2018

Realismo pequeño y retraso fatal

¿Lo cercano "es" más grande, lo lejano "una pequeñez"? Nos lo parece en el espacio. Por eso los que bombardean desde gran altura o desde la distancia seguramente duerman tranquilos. Un atentado sin víctimas en mi localidad me ocupa más que otro con cien muertos en Afganistán.

Esto también ocurre con el tiempo. Lo inminente nos preocupa, el futuro un poco lejano deja de ser "nuestro problema".


En el día a día en que se desarrolla la práctica es más rentable ser cortés que generoso, porque la descortesía me puede costar una agresión ahora, y la generosidad tal vez me sea agradecida (o no) demasiado tarde.
 
Escribía Natalia Ginzburg en su bello libro Las pequeñas virtudes:

“Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia , sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber.
Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario. Nos apresuramos a enseñarles el respeto a las pequeñas virtudes, fundando en ellas todo nuestro sistema educativo. De esta manera elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte.”
Yo puntualizaría que ese camino más cómodo nos protege en lo inmediato y como individuos aislados, pero puede ser un suicidio colectivo si miramos más lejos.

Jorge Riechmann hace notar la disyuntiva entre un realismo pequeño que nos concierne y otro grande pero alejado de nuestra esfera de influencia:
El realismo pequeño de las correlaciones de fuerza dentro de los colectivos humanos.

Y el realismo grande de los metabolismos socioecológicos, la convivencia interespecies y los límites que imponen termodinámica y ecología.

Pero cuando se enfrentan, gana siempre el realismo pequeño.
Es la vía cómoda de las pequeñeces, que huye de los grandes problemas y aplaza las grandes soluciones. Riechmann ironiza, cifrando el retraso en abordarlos en por lo menos un par de siglos:
En el siglo XXI, aún no hemos asimilado las dos grandes teorías científicas del XIX: termodinámica y evolución. Pongámonos de verdad a ello. Ya tendremos tiempo más adelante, quizá en el XXII, para dedicarnos a la ciencia del siglo XX: relatividad, física de partículas…
Nuestra conciencia no es el punto luminoso de un presente que se desplaza en el tiempo: deja un rastro de memoria que se va desvaneciendo hacia el pasado, como la estela de un avión, como la cola de un cometa. Aunque el presente no separa tiempos simétricos (más bien antimétricos, si se me permite esta metáfora mecánica tan impertinente como yo) trasladamos esta experiencia del pasado hacia el futuro, y también la imagen se desvanece hacia lo lejano. Sobre la continuidad del espacio-tiempo me ocupé en una serie que también se me ha ido desvaneciendo...

Este hecho de la conciencia condiciona (aunque tengo la esperanza de que no los determine por completo) nuestra concepción del mundo y nuestros comportamientos:
El principio antrópico nos sitúa como centro de un universo que (al menos en cierto entorno espacio-temporal) aparece como permanente, y por ello seguro y estable. Está ligado al principio de inercia que impide cambios demasiado bruscos (todo tiende a permanecer).
El desfase entre acción y reacción, causa y efecto, que en la física dinámica puede ser muy corto, alcanza otra dimensión en el comportamiento humano. La impertinencia que señalaba Riechmann hablando de los intereses de la ciencia de vanguardia de hoy implica un tremendo retraso en abordar el tema más pertinente ahora. Como no me canso de señalar, yo, "impertinente", ni pesimista ni optimista, sino todo lo contrario, meteré otra vez el dedo en el ojo:
...el equilibrio absoluto sólo se da en el reposo, y la aceleración permanente de la economía la desequilibra cada vez más, aumentando la entropía del sistema. Esta magnitud física se suele definir como "medida del desorden". El desorden creciente es cada vez menos ordenable, lo que sólo se puede hacer desde fuera del sistema-mundo, que está ya básicamente cerrado. No es que falte energía, es que cada vez es menos aprovechable. 

3 comentarios:

  1. "La necesidad de una drástica renovación de nuestra forma de pensar es indiscutible, si tenemos en cuenta que la meta-realidad contemporánea –es decir, la realidad de los flujos de la economía global y de lo que eufemísticamente podría denominarse pensamiento financiero de carácter completamente irracional, excepto cuando se convierte en ingeniería financiera destinada a hacer dinero- queda fuera de los límites de nuestra razón, que sólo pueden
    observarla y pretender comprenderla desde su interior, sometiéndose por tanto a ella o examinándola parcialmente. Basta observar la incapacidad de los organismos nacionales e incluso de los supra-nacionales, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, no sólo para resolver los problemas de un mundo global que les supera, sino incluso para comprenderlo en toda su
    complejidad. Fueron creados para gestionar dos etapas históricas anteriores: los organismos supra-nacionales pretendían resolver los problemas nacionales, de la misma
    manera que las naciones surgieron para superar los problemas territoriales. Ahora se necesitaría un organismo meta-planetario, que no significa necesariamente un gobierno mundial, para superar realmente el caos de la globalización, de la misma manera que es necesario un pensamiento supra-global para comprenderlo."

    Josep M. Catalá, 'El tiempo visible'

    https://casperlibero.edu.br/wp-content/uploads/2014/05/1-El-tiempo-visible.pdf

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  2. Los robots descontrolados escapan a las órdenes del doctor Infierno. Ahora mandan ellos.

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    1. En el fondo eso es, o en eso ha desembocado el capitalismo, en un robot fuera de control.

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