Ahora se trata de desmontar la contraposición que se hace entre Estado y sociedad civil, como si se tratara de dos estructuras homogéneas que se contraponen.
Quienes oponen con tal radicalidad el Estado a la "sociedad civil" parecen soslayar (¿ingenuamente?) que:
- La sociedad civil no está al margen de las contradicciones entre las clases sociales. Estas contradicciones existen de entrada en su propio seno.
- Las pugnas que provocan estas contradicciones en el seno de la sociedad civil no se articulan y encajan sin un instrumento coercitivo que imponga normas y leyes, llámese o no Estado.
- El libre mercado es el primero que necesita un poder fuerte exterior a él que haga cumplir los compromisos que lo sustentan.
- Quienes han proclamado su intención de adelgazar el Estado hasta poder "ahogarlo en la bañera" han hipertrofiado en cambio sus aparatos de control (militar, judicial, policial...). No se trata pues de un Estado más pequeño, sino de "otro Estado".
Los argumentos:
La contraargumentación:3. El Estado es el enemigo de la democracia y la libertad y un mensajero de bienestar social que es corrupto e ineficiente. En su lugar, la “sociedad civil” es la protagonista de la democracia y el mejoramiento social.
El Estado y la Sociedad Civil
Los post-marxistas pintaron un cuadro del Estado visto desde un solo lado. El Estado está descrito como una burocracia enorme e ineficiente que saqueaba el tesoro público y dejaba al pueblo pobre y la economía en bancarrota. En la esfera política, el Estado era la fuente de un gobierno autoritario y de medidas arbitrarias que impedía el ejercicio de la ciudadanía (democracia) y el intercambio de productos (“el mercado”). Por otro lado, argumentaban los post-marxistas, la “sociedad civil” era la fuente de la libertad, los movimientos sociales, la ciudadanía. De una sociedad civil activa se obtenía una economía dinámica y equitativa. Lo que es extraño de esta ideología es su capacidad peculiar de pasar por alto cincuenta años de historia. El sector público fue un instrumento necesario para estimular la industrialización en ausencia de la inversión privada y debido a la crisis económica (la crisis mundial de 1930, guerra en los ‘40s, etc.).
En segundo lugar, el crecimiento de la educación y la salud pública básica fue mayormente una iniciativa pública.
En siglo y medio de empresa libre, desde el siglo XVIII hasta 1930, América Latina ha sufrido las siete plagas de la Biblia, mientras que la mano invisible del mercado presenciaba todo aquello: genocidio, hambre, enfermedad, tiranía, dependencia, desarraigo y explotación.
El sector público creció como respuesta a estos problemas y se desvió de sus funciones públicas hasta el grado que fue privatizado por las élites políticas y de los negocios. La “ineficiencia del Estado” es un resultado de haberlo dirigido hacia la ganancia privada lo mismo al subsidiar intereses de negocios (a través de bajos costos de energía) o brindando empleo a los seguidores políticos. La ineficiencia del Estado está directamente relacionada con su subordinación a los intereses privados. Los programas comprensiblemente estatales de salud y educación nunca han sido sustituídos adecuadamente por la economía privada, la iglesia o las ONGs. Tanto el sector privado como la iglesia financian clínicas y educación privada para satisfacer a una minoría rica. Las ONGs, cuando más, proveen cuidados y educación a corto plazo para grupos limitados en circunstancias locales dependiendo de los caprichos e intereses de donantes extranjeros.
Como indica una comparación sistemática, los post-marxistas han leído mal la historia: ellos han permitido que su retórica anti-estatal los ciegue frente a los logros comparativos positivos de lo público sobre lo privado.
El argumento de que “el Estado” es la fuente del autoritarismo es y no es verdad. Los Estados dictatoriales han existido y seguirán existiendo, pero tienen poco o nada que ver con la propiedad pública, especialmente si ésto significa la expropiación de negocios extranjeros. La mayoría de las dictaduras han sido anti-estatales y han estado a favor del libre mercado, hoy y en el pasado, y es bastante probable que también lo sean en el futuro.
Además, el Estado ha sido un apoyo importante de la ciudadanía, promoviendo la incorporación de sectores explotados en la política, reconociendo los derechos legítimos de los trabajadores, negros, mujeres, etc. Los Estados han brindado las bases para la justicia social al redistribuir la tierra, los ingresos y los presupuestos para favorecer a los pobres.
En una palabra, necesitamos superar la retórica Estado/anti-Estado para definir la naturaleza de clase del Estado, su base de representación política y legitimidad. Los ataques generalizados ahistóricos, asociales del Estado son injustificados y solo sirven como un instrumento polémico para impedirle a los ciudadanos del mercado libre forjar una alternativa racional y efectiva anclada en las potencialidades creativas de la acción pública.
La contraposición de “sociedad civil” al Estado también es una falsa dicotomía. Además, la mayor parte de la discusión de la sociedad civil pasa por alto las contradicciones sociales básicas que dividen a la “sociedad civil”. La sociedad civil, o más exactamente, las clases líderes de la sociedad civil, mientras atacan el “estatismo” de los pobres, siempre han tratado como un punto importante el fortalecimiento de sus vínculos con el Tesoro y lo militar para promover y proteger su posición dominante en la “sociedad civil”. De igual manera, cuando se levantan las clases populares en la sociedad civil buscan romper el monopolio del Estado de las clases dominantes. Los pobres siempre han buscado los recursos del Estado para fortalecer su posición socio-económica en relación con los ricos. El asunto es y ha sido siempre la relación de las diferentes clases con el Estado.
Los ideólogos post-marxistas que están marginados del Estado por los neo-liberales han convertido en virtud su impotencia. Mientras imbuyen sin críticas la retórica anti-estatal de arriba, la transmiten hacia abajo. Los post-marxistas tratan de justificar sus vías de organización (ONGs) para moverse hacia arriba argumentando que ellos operan fuera del Estado y en la “sociedad civil” cuando de hecho están subvencionados por gobiernos extranjeros para trabajar con los gobiernos nacionales.
La “sociedad civil” es una abstracción de los profundos cortes sociales generados por la sociedad capitalista, divisiones sociales que se han profundizado bajo el neo-liberalismo. Existe tanto conflicto entre las clases dentro de la sociedad civil como entre la “sociedad civil” y el Estado. Sólo en algunos momentos excepcionalmente raros lo encontramos de otro modo. Bajo los Estados fascistas o totalitarios que torturan, abusan y saquean la totalidad de las clases sociales encontramos instancias de una dicotomía entre el Estado y la sociedad civil.
El hablar o escribir de “sociedad civil” es un intento de convertir una distinción legal en categorías políticas principales para organizar la política. Al hacerlo, las diferencias entre las clases se obscurece y no hay reto al dominio de la clase gobernante.
El contraponer el “ciudadano” al “Estado” es pasar por alto los profundos vínculos de ciertos ciudadanos (las élites exportadoras, la clase media alta) al Estado y la alienación y exclusión de la mayoría de los ciudadanos (obreros, desempleados, campesinos) del ejercicio efectivo de sus derechos sociales más elementales. Los ciudadanos élite, utilizando al Estado, le quitan a la ciudadanía cualquier significado práctico para la mayoría convirtiendo a los ciudadanos en sujetos. La discusión de la sociedad civil, como el Estado, necesita especificar los contornos de las clases sociales y los límites impuestos por la clase privilegiada. La forma de utilizar el término de los post-marxistas como un concepto sin crítica, indiferenciado, sirve más para oscurecer que para destacar la dinámica de los cambios de la sociedad.
En segundo lugar, el crecimiento de la educación y la salud pública básica fue mayormente una iniciativa pública.
En siglo y medio de empresa libre, desde el siglo XVIII hasta 1930, América Latina ha sufrido las siete plagas de la Biblia, mientras que la mano invisible del mercado presenciaba todo aquello: genocidio, hambre, enfermedad, tiranía, dependencia, desarraigo y explotación.
El sector público creció como respuesta a estos problemas y se desvió de sus funciones públicas hasta el grado que fue privatizado por las élites políticas y de los negocios. La “ineficiencia del Estado” es un resultado de haberlo dirigido hacia la ganancia privada lo mismo al subsidiar intereses de negocios (a través de bajos costos de energía) o brindando empleo a los seguidores políticos. La ineficiencia del Estado está directamente relacionada con su subordinación a los intereses privados. Los programas comprensiblemente estatales de salud y educación nunca han sido sustituídos adecuadamente por la economía privada, la iglesia o las ONGs. Tanto el sector privado como la iglesia financian clínicas y educación privada para satisfacer a una minoría rica. Las ONGs, cuando más, proveen cuidados y educación a corto plazo para grupos limitados en circunstancias locales dependiendo de los caprichos e intereses de donantes extranjeros.
Como indica una comparación sistemática, los post-marxistas han leído mal la historia: ellos han permitido que su retórica anti-estatal los ciegue frente a los logros comparativos positivos de lo público sobre lo privado.
El argumento de que “el Estado” es la fuente del autoritarismo es y no es verdad. Los Estados dictatoriales han existido y seguirán existiendo, pero tienen poco o nada que ver con la propiedad pública, especialmente si ésto significa la expropiación de negocios extranjeros. La mayoría de las dictaduras han sido anti-estatales y han estado a favor del libre mercado, hoy y en el pasado, y es bastante probable que también lo sean en el futuro.
Además, el Estado ha sido un apoyo importante de la ciudadanía, promoviendo la incorporación de sectores explotados en la política, reconociendo los derechos legítimos de los trabajadores, negros, mujeres, etc. Los Estados han brindado las bases para la justicia social al redistribuir la tierra, los ingresos y los presupuestos para favorecer a los pobres.
En una palabra, necesitamos superar la retórica Estado/anti-Estado para definir la naturaleza de clase del Estado, su base de representación política y legitimidad. Los ataques generalizados ahistóricos, asociales del Estado son injustificados y solo sirven como un instrumento polémico para impedirle a los ciudadanos del mercado libre forjar una alternativa racional y efectiva anclada en las potencialidades creativas de la acción pública.
La contraposición de “sociedad civil” al Estado también es una falsa dicotomía. Además, la mayor parte de la discusión de la sociedad civil pasa por alto las contradicciones sociales básicas que dividen a la “sociedad civil”. La sociedad civil, o más exactamente, las clases líderes de la sociedad civil, mientras atacan el “estatismo” de los pobres, siempre han tratado como un punto importante el fortalecimiento de sus vínculos con el Tesoro y lo militar para promover y proteger su posición dominante en la “sociedad civil”. De igual manera, cuando se levantan las clases populares en la sociedad civil buscan romper el monopolio del Estado de las clases dominantes. Los pobres siempre han buscado los recursos del Estado para fortalecer su posición socio-económica en relación con los ricos. El asunto es y ha sido siempre la relación de las diferentes clases con el Estado.
Los ideólogos post-marxistas que están marginados del Estado por los neo-liberales han convertido en virtud su impotencia. Mientras imbuyen sin críticas la retórica anti-estatal de arriba, la transmiten hacia abajo. Los post-marxistas tratan de justificar sus vías de organización (ONGs) para moverse hacia arriba argumentando que ellos operan fuera del Estado y en la “sociedad civil” cuando de hecho están subvencionados por gobiernos extranjeros para trabajar con los gobiernos nacionales.
La “sociedad civil” es una abstracción de los profundos cortes sociales generados por la sociedad capitalista, divisiones sociales que se han profundizado bajo el neo-liberalismo. Existe tanto conflicto entre las clases dentro de la sociedad civil como entre la “sociedad civil” y el Estado. Sólo en algunos momentos excepcionalmente raros lo encontramos de otro modo. Bajo los Estados fascistas o totalitarios que torturan, abusan y saquean la totalidad de las clases sociales encontramos instancias de una dicotomía entre el Estado y la sociedad civil.
El hablar o escribir de “sociedad civil” es un intento de convertir una distinción legal en categorías políticas principales para organizar la política. Al hacerlo, las diferencias entre las clases se obscurece y no hay reto al dominio de la clase gobernante.
El contraponer el “ciudadano” al “Estado” es pasar por alto los profundos vínculos de ciertos ciudadanos (las élites exportadoras, la clase media alta) al Estado y la alienación y exclusión de la mayoría de los ciudadanos (obreros, desempleados, campesinos) del ejercicio efectivo de sus derechos sociales más elementales. Los ciudadanos élite, utilizando al Estado, le quitan a la ciudadanía cualquier significado práctico para la mayoría convirtiendo a los ciudadanos en sujetos. La discusión de la sociedad civil, como el Estado, necesita especificar los contornos de las clases sociales y los límites impuestos por la clase privilegiada. La forma de utilizar el término de los post-marxistas como un concepto sin crítica, indiferenciado, sirve más para oscurecer que para destacar la dinámica de los cambios de la sociedad.