Me ha llamado la atención el caso portugués, perfectamente extrapolable a otros países, y particularmente al nuestro en la coyuntura actual.
Los partidos socialdemócratas están perfectamente integrados en el modelo neoliberal. En condiciones de estabilidad, el péndulo "derecha-izquierda" funciona perfectamente, y la alternancia está asegurada. El ejercicio del poder y la conflictividad que conlleva desgasta al partido gobernante, y la oposición va ganando terreno, hasta que se impone prometiendo "cambios", sin ninguna necesidad de cumplirlos, más allá de alguna reforma cosmética. Y así sucesivamente.
Diferentes partidos minoritarios pueden servir de bisagras que permitan pactos, que generalmente obedecen a cálculos estrictamente electorales y responden luego a las presiones, que pueden llover por todas partes.
Un pacto a la izquierda puede funcionar si hay perspectivas económicas que permitan aliviar el malestar de las clases populares, sobre todo si ese malestar pone en peligro, real o aparente, los fundamentos del sistema. Entonces, los electores atribuyen los logros sociales a las políticas de los socialdemócratas, más que a la influencia de sus aliados, y el voto se concentra en la "izquierda" mayoritaria, sobre todo si funciona el señuelo de la extrema derecha, también en auge porque canaliza la parte más primitiva del malestar social.
Las "tres derechas" que han aparecido en España permiten todas las combinaciones posibles. El partido socialista, como parte del juego, siempre que pueda va a elegir la menos lesiva para el sistema en el que está integrado.
Así funciona el trinquete: ante medidas impopulares, la presión de la izquierda actúa de correctivo, pero con ello pierde fuerza. La derecha aprovecha esta relajación para aumentar su presión. Las coaliciones de izquierda son las menos firmes.
No en vano, la izquierda del sistema aprovecha su relativa moderación (percibida así por sus electores) para hacer las reformas que convienen al poder económico. La derecha, luego, tiene el camino libre para profundizarlas. Un mecanismo de vaivén, pero que siempre gira la rueda en el sentido de estabilizar un capitalismo por sí mismo inestable.
Estabilización cíclica que sin embargo no puede durar indefinidamente, como no lo hará el ciclo de calentamiento-enfriamiento circadiano que mantiene relativamente estable la temperatura media en el planeta, y cuyo funcionamiento impresiona, como podéis ver en el vídeo contenido en este enlace.
La sociedad capitalista y el planeta humanizado, sistemas complejos adaptativos, adaptados entre sí cada vez más, son cada vez más la misma cosa. La diferencia está en que el planeta, de una u otra forma, sobrevivirá, y la sociedad puede morir de formas muy distintas. Por eso la próxima adaptación debería ser desmontar este mecanismo político regulador del proceso. Eso depende de una toma de conciencia que debe ser, también, planetaria.
El primer paso para evitar un riesgo es entenderlo, para intentar suprimir sus causas.
Escape "saltamontes" |
Iñaki Asier
cuartopoder
Durante la primera quincena de julio está previsto que arranque el debate de investidura de Pedro Sánchez. Durante estas últimas semanas, el presidente en funciones ha intentado tantear los apoyos entre las formaciones con representación parlamentaria. Los prioritarios son, sin duda, los de Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, exige que miembros de su partido ocupen ministerios, mientras el PSOE apuesta por darles puestos intermedios en un “gobierno de cooperación”.
Ante los muchos escenarios posibles, algunos miran al modelo que inesperadamente ha tenido éxito en Portugal, país que se ha convertido en un referente para los progresistas europeos.
La alianza imprevista
Al inicio de la noche del 4 de octubre de 2015 –fecha en la que se celebraron las últimas elecciones generales en Portugal– todo indicaba que el primer ministro conservador Pedro Passos Coelho iba a tener un segundo mandato en la jefatura del Gobierno luso. Su coalición conservadora había sido la más votada, conquistando 107 de los 350 escaños de la Asamblea de la República. Si bien se quedaba a ocho puestos de la mayoría absoluta, estaba más que preparado para gobernar en minoría.
Sin embargo, los planes de conservadores lusos quedaron dinamitados en el momento en que Catarina Martins, coordinadora del marxista Bloque de Izquierda (BI), hizo su valoración de los resultados electorales. La líder bloquista declaró que había hecho los cálculos y llegado a la conclusión de que si los tradicionalmente enemistados partidos de la izquierda se aliaban, sumarían los votos necesarios para bloquear la investidura de Passos. En su lugar, proponía entregar el gobierno al socialista António Costa, siempre y cuando éste se comprometiera a poner fin a las políticas de austeridad y aprobar una amplia lista de medidas progresistas.
La propuesta audaz fue inicialmente ridiculizada, pero momentos después, Jerónimo de Sousa, secretario general del Partido Comunista Portugués (PCP), se dirigió a los medios para anunciar que su formación apoyaba la propuesta. Cuando tocó la comparecencia de Costa, sólo le quedaba recoger el guante lanzado por las otras formaciones de la izquierda y aceptar el reto.
Durante el siguiente mes y medio, los representantes de los tres partidos negociaron las medidas que acabarían consagradas en dos acuerdos individuales. A cambio de los votos de los bloquistas y comunistas, los socialistas prometieron reponer los salarios de los funcionarios públicos, restaurar las pensiones recortadas por la Troika, cancelar la privatización de los transportes públicos y frenar la venta de la aerolínea estatal TAP. A finales de noviembre el Ejecutivo minoritario de Costa tomó posesión gracias a la inédita alianza que los críticos denominaron la “geringonça”, palabra que en portugués quiere decir “un aparato improvisado, mal hecho y de funcionamiento complicado”.
Éxito relativo
Dada las tensiones históricas entre los partidos, pocos pensaron que la solución gubernativa duraría más que unos meses. Sin embargo, pese a todos los pronósticos que auguraban su colapso inminente, a día de hoy el Ejecutivo socialista sigue en el poder, a punto de completar la legislatura y convertido en un referente para el resto de Europa. En estos cuatro años, el Gobierno Costa ha logrado reducir el déficit y el paro a mínimos históricos y aprobado un abanico de medidas progresistas: además de cumplir con los compromisos pactados con los socios de la izquierda parlamentaria, durante este periodo los manuales escolares han pasado a ser gratuitos, el IVA cultural se ha reducido, y se ha aumentado el sueldo mínimo interprofesional.
Gran parte del éxito del Ejecutivo se debe al hecho que ha estado al mando del país precisamente cuando se ha producido la tímida recuperación de la economía lusa, que estaba de capa caída desde el colapso financiero del país vecino en 2011. Siguiendo una política de gasto público ultralimitado, el ministro de Finanzas –y, desde 2018, presidente del Eurogrupo– Mário Centeno ha aprovechado los fondos generados por el boom del turismo y del sector inmobiliario para cuadrar las cuentas del Estado, reestableciendo la confianza exterior y facilitando la inversión extranjera en Lisboa y Oporto.
Sin embargo, no se puede obviar lo decisivo que ha sido el sentido de Estado de los políticos que han participado en la solución gubernativa, especialmente durante los primeros años de la legislatura. En ese periodo inicial el Ejecutivo minoritario se mostró abierto a negociar con sus socios antes de avanzar medidas en el Parlamento, y éstos aceptaron dar un paso atrás una y otra vez con el fin de sacar adelante las medidas progresistas que perseguían y, sobre todo, para evitar cualquier crisis que pudiese abrir la puerta a la vuelta de la derecha.
Durante la segunda mitad de la legislatura la dinámica de los pactos ha cambiado. Así se ha recuperado la economía, Costa ha visto su posición reforzada, especialmente tras los comicios municipales de 2017, en los que arrasaron los socialistas. Con ese respaldo electoral, su Ejecutivo se ha visto más libre a la hora de actuar unilateralmente o en concierto con la derecha parlamentaria, ninguneando a los bloquistas y comunistas. Aunque los socios de la izquierda se han mostrado molestos con el cambio –y vociferado esa irritación censurando las tendencias más conservadoras de Costa públicamente–, en ningún momento han planteado tumbar el Gobierno.
¿Final a la vista?
A pocos meses del cierre de la legislatura, no está claro que vuelva a haber una segunda geringonça. Aunque las encuestas indican que los socialistas de Costa serán los más votados en los próximos comicios, no alcanzarán la mayoría absoluta, y a la hora de negociar los nuevos pactos de investidura los socialistas tendrán que decidir con quién les conviene tratar en un periodo de desaceleración económica en la Eurozona.
Ante ese escenario, es posible que no les apetezca repetir el ménage à trois con una izquierda crítica cuando les puede ir mejor con conservadores que, tal vez, resulten más pragmáticos a la hora de hacer recortes. No obstante, en un momento en el que la extrema derecha ha irrumpido en los Parlamentos del resto del sur de Europa, la alianza de la izquierda lusa sigue valiendo como modelo, especialmente en la vecina España, donde Sánchez la considera una hoja de ruta para pactar su próximo Gobierno.