Muy expresiva es la portada de este último libro de Jorge Riechmann. Esa reivindicación póstuma podría hacerla un primitivo del futuro si no la hacemos los del presente, tan primitivos como siempre, o quizá más que nunca.
Manuel Casal Lodeiro se ha encargado de seleccionar las pinceladas que siguen. Los textos en prosa los reproduzco tal cual. De los versos, como epílogo, elijo el último de su selección, que expresa muy bien la solución elegida por los explotadores.
Dice Riechmann, respondiendo a un comentario de Esteban de Manuel Jerez:
No estamos ya en 1972, ni en 1992, ni en 2002: hay márgenes de acción de los que dispusimos, pero hoy ya no disponemos. Me parece que ése es el primer error de una estrategia de Green New Deal. Una realidad muy dura, pero que habría que asumir (salvo que prefiramos engañarnos a nosotros mismos). El segundo, creo es el siguiente: sin ruptura anticapitalista, un Green New Deal no va a cambiar el camino de ecocidio más genocidio que es el nuestro, sólo frenarlo un poco. Ni siquiera se reducirán demasiado las emisiones de gases de efecto invernadero: desde luego, nada en el orden de magnitud necesario para el objetivo de los 2ºC - 1’5ºC. No es cierto que “nos dejará en mejor posición”: incrementará el extractivismo, precisamente cuando deberíamos emprender una renaturalización masiva del planeta Tierra.
(Textos extraídos del último libro de Jorge Riechmann, recientemente publicado por Eolas Poesía. La presente selección de citas ha sido realizada por Manuel Casal Lodeiro, entre los textos en prosa de la obra más explícitamente relacionados con la temática de la revista 15/15\15. Algunas notas incluidas en el libro han sido suprimidas para simplificar su lectura. Recomendamos complementar estos textos con la lectura de la anterior selección de versos.)
He abandonado muchos énfasis, entre otros el de querer convencer –aclara Ñor. No dispongo de caminos de salvación para ustedes.
Alguien afirmó sensatamente que no basta con que la verdad sea la verdad: ha de ser dicha.
Puesto que estamos perdidos -decía Ñor a sus amigos y oyentes-, vamos al menos a entender por qué.
Nuestro problema no es reconstruir el Estado de Bienestar –es pensar cómo lograremos dar de comer a la gente en los años que vienen. No me hables de Subsidio Universal Incondicional, ¡dime qué piensas hacer con los fosfatos! No son tiempos de perseguir el bienestar personal, amonestaba Ñor. Son tiempos de intentar salvar vidas.
Hablamos de transición (a otro modelo de desarrollo, a otra matriz energética, a otras formas de consumo, etc.) porque no osamos ya hablar de revolución. Pero nos engañamos, porque sin un más allá del capitalismo no hay transición ecosocial posible.
Antes de que te des cuenta estarás muerto. Y, aunque repitas dos veces más esta frase, no te das cuenta de lo que significa de verdad. Así que, amigo, amiga, ¡aprovecha los regalos que te son entregados!
Las sociedades industriales son sociedades mineras; y las sociedades mineras van convirtiendo, paso a paso, a Gaia en Tanatia.
La clave, en realidad, no es el decrecimiento o la descarbonización. Es asumir la vulnerabilidad, finitud y mortalidad de la condición humana. Lo demás se nos daría por añadidura…
Morir pudiendo decirse a uno mismo: misión cumplida…
Acelerar, intensificar, competir y acumular, en un planeta finito cuyos límites biofísicos hemos superado, se traduce directamente en muerte: un fenómeno que hoy vemos por todas partes. Tanatopolítica —hacia dentro del mundo humano y hacia fuera.
Vamos hacia el fin de un mundo, sí (basta con estudiar dos semanas sobre cambio climático y energía para convencerse), y -al contrario que nuestra cultura dominante negacionista- hay que prestar la atención debida al trágico asunto.
Pero ni un minuto más de la debida.
Si vamos a hacer política y construir sociedad desde el mito, al menos elijamos un mito que tenga futuro: Gaia/ Gea -y no Silicon Valley y la conquista de Marte.
Repartir textos budistas en las manifestaciones del 1º de Mayo; y propaganda obrera y campesina en los centros de meditación. No se apea Ñor de esta clase de praxis.
Precisamente porque la vida es breve, la aceleración constante es una mala estrategia, cree Ñor… Mientras corremos y corremos, la vida se nos escurre entre los dedos. Para la experiencia y la reflexión necesitamos tiempo: el tiempo sin tiempo de la vida verdadera.
Leer (leer de verdad, leer comprendiendo) es lento. Reflexionar es lento. Deliberar es lento. En un mundo en aceleración constante, la racionalidad se vuelve estructuralmente imposible.
Ir despacio, ir más cerca… y también moverse mucho menos. En toda clase de transporte motorizado de personas y mercancías. La clave no es sólo hacer distinto (“verde”, “ecológico”, “sostenible” -adjetivos prostituidos casi siempre por la cultura productivista dominante), sino no hacer.
Se nos dice: las políticas actuales, que entre otros procesos destructivos generan el calentamiento global, son un suicidio colectivo. Pero se trata de un asesinato -con muchos homicidas implicados, y con no poca aquiescencia por parte de muchísimas víctimas-, no es un suicidio… (Basta con pensar en las generaciones futuras.)
“Quien dice A, tiene también que decir B” -reza un proverbio alemán si lo traducimos literalmente. Quien quiere capitalismo, quiere también la devastación de la biosfera. Y si se opone a esta última, entonces ha de ser anticapitalista.
Hay poca gente malvada: neutralizarlos no debería ser difícil. Pero hay masas de personas indiferentes, insensibles a las consecuencias de sus acciones, omisiones y modos de vida más allá del círculo cercano. Eso es lo que nos conduce a la catástrofe.
¿Tecnología libre de valores? Da risa. La sociedad rendida a la tecnociencia incorpora como sus valores básicos el control, la eficiencia, la dominación, el crecimiento… Lástima que los resultados sean poco compatibles con seres humanos vulnerables que viven en una biosfera finita, compartida con millones de otros seres vulnerables.
No sólo soy -somos- profetas desarmados, suspiraba Ñor, sino profetas marcianos: extravagantes que predican sobre el colapso ecosocial de las sociedades industriales a gente que quiere hablar de fútbol, de las series televisivas, de las apps de sus smartphones…
Otras sociedades colapsaron autodestruyéndose (implosionaron hacia adentro, cabría decir). El capitalismo colapsa destruyendo el mundo entero.
Pero no digas la verdad, que los niños se asustan.
De doscientos años de capitalismo industrial, de quinientos años de Modernidad colonial, de cinco mil años de militarismo y patriarcado no se sale como quien va a comprar el pan… se sale con una catástrofe. Es el proceso en que estamos.
La idea de dominación humana sobre la naturaleza tiene algo de irrisorio, insistía Ñor. El simio averiado que somos ¿dominador de la naturaleza? Fantasías nietzscheanas de Übermensch, que serían cómicas si no estuviésemos fraguando una verdadera catástrofe.
La omisión del deber de socorro es delito tipificado en el Código Penal (art. 195). ¿Lo pensamos sin antropocentrismo…?
No es sólo que el capitalismo explote a los trabajadores y trabajadoras y devaste la naturaleza: es, además, lo que la cultura capitalista hace con los seres humanos. Quizá lo peor de todo son sus efectos antropológicos. Seres capaces de amor, autoconciencia y conocimiento -pero reducidos a dispositivos que calculan ventajas y se pierden en las trampas tendidas por su propia razón instrumental…
Destruimos el mundo vivo al tiempo que fantaseamos que podremos salir adelante sin él… El despertar de ese mal sueño, sabe Ñor, será terrible.
Política en el Siglo de la Gran Prueba: no se trata de “restablecer la normalidad” (por mucho que anhelemos algo así) sino de navegar entre las excepcionales tormentas de anormalidad -y evitar las peores formas de naufragio.
¿Por qué hemos de pedir al ser humano que haga lo imposible -preguntaban a Ñor- y con eso meternos en los terrenos pantanosos de la moral de santidad? Ay, amigos y amigas, ¿tenemos otra opción? La realidad del daño, la destrucción y el mal que ha causado Homo sapiens nos confronta en la práctica -a todos y todas- con lo imposible: Auschwitz, Hiroshima, Chernóbil. No podemos menos de elevar las apuestas ético-políticas.
El petróleo nos metió en una trampa. Pero no es una trampa sólo económica, ni ecológica -es una trampa antropológica.
Ningún logro humano -artístico, tecnológico, filosófico, económico…- puede justificar lo que estamos haciendo a los seres vivos y a la entretejida trama de la vida en la Tierra. Nada puede compensar todo ese sufrimiento, tanta devastación.
A los fundamentalistas del neoliberalismo -todo el poder para el Capital- la cultura dominante los llama “moderados”; y llama extremistas a quienes se atreven a soñar con una economía para las personas, y para la vida… Una “economía como si la gente importase”, en la formulación de aquel sabio que fue Ernst Schumacher.
Una civilización donde no se tiene tiempo para leer libros de mil páginas y escuchar a los ancianos está condenada -por mucha Artificial Intelligence y Big Data a los que fíe su salvación.
En lo que absurdamente se sigue llamando la “salida” de la crisis que empezó en 2008 las elites decidieron que había que preservar el capitalismo, no a la especie humana. ¿Nos haremos cargo de nuestra situación real?
Consumidores que reclaman derechos -en un mundo donde necesitamos luchadores y luchadoras que reconozcan deberes y asuman sacrificios…
Casi nunca podemos hacer lo que entre todos deberíamos hacer, reflexionaba Ñor. Entonces, trabajamos para intentar construir las condiciones en que se pudiera hacer eso que deberíamos hacer.
Ahí sigue casi todo el mundo, constataba Ñor: en el paradigma de la herramienta aplicado a la tecnociencia… Y es radicalmente inadecuado.
Las herramientas las controla el usuario; las dinámicas sistémicas conforman y moldean a la gente. La tecnociencia es una dinámica sistémica.
“La globalización es imparable, la robotización es imparable…” Lo sería quizá si no existiesen el efecto de invernadero y la escasez malthusiana de energía y materiales hacia la que vamos. Ñor se exasperaba: ¿de veras somos incapaces de reconocer los rasgos básicos de la realidad?
De la Gran Catástrofe hacia la que vamos (llamémosla colapso ecológico-social, aunque tiene muchas dimensiones: es también una catástrofe antropológica) no saldremos con hipercapitalismo ni con magia high-tech. Podríamos salir con artesanía y ecosocialismo… con los recursos que ni siquiera somos capaces de ver.
Se lo debemos todo a las plantas y los árboles. Y la salida del apocalipsis climático hacia el que vamos sería permitirles que nos salvasen: autolimitación humana y reforestación masiva.
En la mina a cielo abierto no se puede vivir; en el bosque sí.
Entender de verdad la condición humana implicaría una praxis hacia la simbiosis con la biosfera. Pero la estólida cultura dominante se orienta hacia el transhumanismo, mecida en ilusiones tecnolátricas…
La Ilustración está delante de nosotros; no podemos figurarnos que es el pasado que no ha de volver. Hipando sangre, vomitando mierda, apoyándose en muletas, con los ojos nublados de miedo y de vergüenza: pero delante de nosotros.
Si no nos reconciliamos profundamente con nuestra finitud y mortalidad, una angustia sin nombre nos empujará a una búsqueda de goces sin fin -mortífera para nosotros y para la biosfera terrestre.
“¿Esto tiene arreglo?”, nos preguntan, nos preguntamos. La respuesta breve es: no. Y a partir de ahí, de la asunción de la tragedia, comenzar a construir.
Más micorrizas, menos internet.
Epílogo
Sólo piensan en mercados:
conquista de nuevos mercados
disciplina del mercado
crecimiento de los mercados
profundización mercantil
sociedad de mercado
cuerpo y alma y secreciones fisiológicas de mercado…
Así de ciegos
mientras alguien susurra:
−Las elites
ya han decidido el exterminio
(el Siglo de la Gran Prueba)