Los organismos vivos son sistemas complejos adaptativos. La complejidad implica organización de sus relaciones y continua reorganización de las mismas, considerando tanto las que se dan en su seno como las que mantienen con otros sistemas o con el mundo inerte. Una vez formados, de esta permanente necesidad de cambios se siguen sus propiedades, como son:
la adaptación (homeostasis), comunicación, cooperación, especialización, organización espacial y temporal, y, por supuesto, reproducción. Pueden organizarse en todos los niveles: las células se especializan, se adaptan y se reproducen a sí mismas tal como los organismos más grandes lo hacen. La comunicación y la cooperación tienen lugar en todos los niveles...
Con la capacidad reproductiva aparece la relación de competencia entre organismos, que han de compartir un medio limitado. Pero en algún momento aparece también la cooperación, como una ventaja evolutiva. Siempre comienza en un grupo que colabora, que a su vez compite con otros. En algún momento estos grupos en competencia colaboran a su vez y crean un nivel superior de organización, con propiedades emergentes que no son la simple repetición de otras. Si no fuera así nuestro universo no habría pasado del nivel caótico.
Los sistemas no existen aislados de un medio con el que realizan intercambios de energía y materiales. Su propio orden interno se realiza a costa de exportar desorden al medio. La medida del desorden es la entropía. Se llama neguentropía a la entropía que el sistema exporta para mantener baja la suya propia. Estos sistemas son abiertos al medio. En un sistema cerrado los cambios producirían siempre un aumento de la entropía.
Las células aisladas ya poseen un elevado nivel de organización. Hasta un simple virus, sin ser realmente un organismo vivo, lo posee. La colonia que surge de una asociación de células que no se separan es el primer paso hacia los seres pluricelulares. Y algunos de esos seres individuales descubren un día que también pueden colaborar.
Saltemos cientos de millones de años de evolución y lleguemos a nuestra especie. La familia, el grupo, la tribu, son pasos hacia la compleja estructura social de nuestro tiempo. La conciencia de grupo se manifiesta en las comunidades de un modo complejo y frecuentemente conflictivo, conflictos latentes o manifiestos en las relaciones dentro de ellas como hacia el exterior. Se manifiesta a través de sentimientos, casi siempre basados, más que en afinidades internas, en la percepción de que otros son diferentes. Patriotismos locales, nacionales o imperiales, comunidades de lengua, religión, costumbres, culturas. No es fácil superar esa conciencia de grupo.
Un paso más es la conciencia de clase, que surge como una necesidad defensiva, tanto en las clases explotadas como en las privilegiadas, y que es difícil de asentar dadas las diferentes situaciones que se dan dentro de estos grupos. En un mundo globalizado que uniformiza el modelo de sociedad capitalista puede o no coincidir con alguna de las otras, engendrando situaciones altamente contradictorias.
En todos los casos, los organismos, sean células, animales, colectividades, medran en un medio hasta que lo ocupan por completo. Entonces la competición y la cooperación entre grupos producen cambios internos y externos. A través de estos cambios se llega a equilibrios más o menos estables entre los participantes de todos los niveles, creándose ecosistemas a través de larguísimas evoluciones.
Todo este mecanismo evolutivo precisa disponer de tiempo y espacio. Cuando se reduce el espacio y se acortan los tiempos el sistema tendrá problemas.
El tiempo acelerado aumenta la irreversibilidad. Los fenómenos se vuelven turbulentos cuando se aceleran. No es lo mismo un frenazo que un choque.
Y el choque se produce en el espacio cuando el espacio se acaba. En nuestro caso es el espacio planetario que hemos ocupado en su práctica totalidad. El ecosistema humano es ahora casi todo el ecosistema planetario. Sus intercambios con el exterior son, en cuanto a materiales, prácticamente inexistentes, y en cuanto a energía, la única externa disponible es la solar, por completo insuficiente para las necesidades energéticas del sistema. Urgen cambios internos. El sistema se nos está cerrando.
El primero de estos cambios necesarios es crear conciencia de especie. Ante una situación en la que todos somos iguales, como la pandemia actual, parece evidente. Aunque las diversas conciencias de grupo lo ponen muy difícil, sobre todo si al salir de esto perdemos otra vez la memoria.
Es más, la conciencia de especie carece de sentido sin una conciencia ecosistémica planetaria. Porque la especie como sistema cerrado apenas puede ya realizar intercambios con el planeta, y el ecosistema humano que ahoga al resto es sumamente pobre y débil en relación con el que lleva respirando muchos cientos de millones de años.
Ciencia ficción aparte, nuestro sistema complejo planetario no puede entrar en cooperación ni en competición con otros mundos. El sistema se ha cerrado definitivamente y solo queda redimensionarlo.
Jorge Riechmann llama a eso ecosocialismo descalzo. Yo lo llamaría ecocomunismo. Aunque el nombre es lo de menos. Quedaos con el concepto.
Los sistemas no existen aislados de un medio con el que realizan intercambios de energía y materiales. Su propio orden interno se realiza a costa de exportar desorden al medio. La medida del desorden es la entropía. Se llama neguentropía a la entropía que el sistema exporta para mantener baja la suya propia. Estos sistemas son abiertos al medio. En un sistema cerrado los cambios producirían siempre un aumento de la entropía.
Las células aisladas ya poseen un elevado nivel de organización. Hasta un simple virus, sin ser realmente un organismo vivo, lo posee. La colonia que surge de una asociación de células que no se separan es el primer paso hacia los seres pluricelulares. Y algunos de esos seres individuales descubren un día que también pueden colaborar.
Saltemos cientos de millones de años de evolución y lleguemos a nuestra especie. La familia, el grupo, la tribu, son pasos hacia la compleja estructura social de nuestro tiempo. La conciencia de grupo se manifiesta en las comunidades de un modo complejo y frecuentemente conflictivo, conflictos latentes o manifiestos en las relaciones dentro de ellas como hacia el exterior. Se manifiesta a través de sentimientos, casi siempre basados, más que en afinidades internas, en la percepción de que otros son diferentes. Patriotismos locales, nacionales o imperiales, comunidades de lengua, religión, costumbres, culturas. No es fácil superar esa conciencia de grupo.
Un paso más es la conciencia de clase, que surge como una necesidad defensiva, tanto en las clases explotadas como en las privilegiadas, y que es difícil de asentar dadas las diferentes situaciones que se dan dentro de estos grupos. En un mundo globalizado que uniformiza el modelo de sociedad capitalista puede o no coincidir con alguna de las otras, engendrando situaciones altamente contradictorias.
En todos los casos, los organismos, sean células, animales, colectividades, medran en un medio hasta que lo ocupan por completo. Entonces la competición y la cooperación entre grupos producen cambios internos y externos. A través de estos cambios se llega a equilibrios más o menos estables entre los participantes de todos los niveles, creándose ecosistemas a través de larguísimas evoluciones.
Todo este mecanismo evolutivo precisa disponer de tiempo y espacio. Cuando se reduce el espacio y se acortan los tiempos el sistema tendrá problemas.
El tiempo acelerado aumenta la irreversibilidad. Los fenómenos se vuelven turbulentos cuando se aceleran. No es lo mismo un frenazo que un choque.
Y el choque se produce en el espacio cuando el espacio se acaba. En nuestro caso es el espacio planetario que hemos ocupado en su práctica totalidad. El ecosistema humano es ahora casi todo el ecosistema planetario. Sus intercambios con el exterior son, en cuanto a materiales, prácticamente inexistentes, y en cuanto a energía, la única externa disponible es la solar, por completo insuficiente para las necesidades energéticas del sistema. Urgen cambios internos. El sistema se nos está cerrando.
El primero de estos cambios necesarios es crear conciencia de especie. Ante una situación en la que todos somos iguales, como la pandemia actual, parece evidente. Aunque las diversas conciencias de grupo lo ponen muy difícil, sobre todo si al salir de esto perdemos otra vez la memoria.
Es más, la conciencia de especie carece de sentido sin una conciencia ecosistémica planetaria. Porque la especie como sistema cerrado apenas puede ya realizar intercambios con el planeta, y el ecosistema humano que ahoga al resto es sumamente pobre y débil en relación con el que lleva respirando muchos cientos de millones de años.
Ciencia ficción aparte, nuestro sistema complejo planetario no puede entrar en cooperación ni en competición con otros mundos. El sistema se ha cerrado definitivamente y solo queda redimensionarlo.
Jorge Riechmann llama a eso ecosocialismo descalzo. Yo lo llamaría ecocomunismo. Aunque el nombre es lo de menos. Quedaos con el concepto.
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