Sigamos con la normalidad. De "la nueva normalidad" habló el presidente del gobierno. La vieja es muy difícil que vuelva, pero parece que alarma a la derecha lo que pueda traer la "nueva" si no la pilotan ellos. Para disimular toman la expresión como una chirigota. Pero a mí, nueva o vieja, me preocupa la vuelta a esa normalidad que es seguir resbalando hacia el mismo despeñadero.
Lo que me intriga es el propio concepto de "normalidad" aplicado a una situación tan poco normal como la anterior. Demuestra lo interiorizada que está la idea de que el sistema capitalista, ya totalmente global, es "lo normal". Se da por sentada la estructura capitalista, y todo el forcejeo entre las clases se centra en cómo aprovechar la coyuntura. Pondré dos ejemplos, el paro y la tasa de explotación. Ambos oscilan con la respiración del sistema. En sus fases expansivas el paro disminuye, en las recesiones aumenta. En cuanto a la tasa de explotación, que compara el monto de salarios y beneficios, ofrece una oscilación opuesta.
En los momentos más expansivos de los "años del bienestar", un paro reducido que daba más juego a la presión sindical, junto al peligro comunista, llevaron en algún caso la relación beneficios / salarios a 40 / 60. Cuando la expansión se agota y el peligro desaparece, el paro aumenta, la presión decae, la producción se estanca y con ella los beneficios, que se mantienen a costa de los salarios. A todo esto ayuda una legislación "progresivamente regresiva". En España, antes de la anterior recesión, la relación ya era 60 / 40. En los últimos años de la recuperación llega a 80 / 20. Datos extraídos del artículo La crisis que viene siempre estuvo aquí, publicado en el nº 246 de Nuestra Bandera, cuyo autor es Luis Zarapuz, del Gabinete Económico de Comisiones Obreras.
Ni la coyuntura puede evitar el paro estructural de base ni eliminar la tasa de explotación. Pero como no vemos otra salida, nos conformamos con manejar la coyuntura. A eso se reduce hoy la lucha de clases. No se concibe un horizonte distinto del actual.
Cerrada, al menos en apariencia, una vía revolucionaria que acabe con esta estructura, la aspiración a emanciparse de estas lacras sociales se escinde en dos vías. Por un lado, la conquista del poder político por vías electorales. Por otro, "cambiar el mundo sin tomar el poder".
La primera vía ha venido fracasando sistemáticamente, bien porque los gobiernos se han debido plegar a las exigencias del capital (o directamente se han corrompido), bien porque sumariamente este ha recurrido a soluciones dictatoriales de una violencia inaudita. Porque el poder político, dentro de la estructura, no es el Poder. En primer lugar porque ha estado monopolizado por representantes del poder económico, que lo ha vaciado de contenido social. En segundo, porque en un mundo de bloques militares y colonialismo económico generalizado, la toma del poder por las clases subalternas en un Estado lo somete automáticamente a boicots económicos y amenazas militares. La autarquía es hoy un sueño imposible.
Con la vía de la participación política cerrada, la esperanza se centra en los movimientos sociales. Se espera que la presión ejercida por estos sobre el Poder pueda "cambiar el mundo". En primer lugar, la fragmentación de intereses de estos movimientos difícilmente los hará confluir en un movimiento universal. Pero además ¿cómo serán esos cambios si la estructura permanece intacta? Sin cambios estructurales los cambios irán siempre de la mano de la coyuntura, la respiración del capital que no consiente prescindir del paro estructural ni de la la extracción de plusvalía del trabajo ajeno.
La sociedad civil no puede separarse de la sociedad política. Las partes de un todo nunca existen al margen de sus relaciones, y si la vía electoral no conduce a parte alguna sin una muy fuerte presión social, la sociedad civil será impotente sin articulación política. Y por otro lado, ¿acaso hay más garantías en el funcionamiento democrático en esos movimientos inarticulados, o en las ONGs, que las que pueda haber en un partido político que se plantee tomar el Poder apoyado en los movimientos de masas y sin separarse de estas?
Consecuencia lógica, el interés que las fuerzas reaccionarias tienen por desprestigiar a "los políticos", como si el capital no funcionara a través de los suyos.
Pau Caparrós Gironés (Universitat de València)
Lluís Català Oltra (Universitat d’Alacant)
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El capitalismo, como decía Marx, genera procesos de socialización de la producción que son contradictorios con la apropiación privada tanto de la riqueza generada por esa producción como del conjunto de medios de vida de la sociedad. La socialización de la producción promueve que la clase trabajadora, la fuerza de trabajo, esa mercancía que creó el capitalismo, va adquiriendo cada vez mayores grados de cualificación, dirección, organización…, que son los que, ya en los Grundrisse, Marx indicaba que serían los vectores que capacitarían a la clase trabajadora, a través de esos procesos de cualificación y socialización de los procesos productivos, para asumir la dirección de una nueva sociedad, basada en criterios totalmente diferentes a los de la sociedad capitalista, especialmente por la propiedad colectiva de los medios de producción y la consiguiente eliminación del trabajo abstracto. Hasta aquí, muy bien, la teoría está muy clara. Pero, ¿qué resulta de esto? Resulta que hoy estamos ante una paradoja. El declive del capitalismo es un declive profundo, para nosotros, el Observatorio Internacional de la Crisis; es un declive irreversible, aunque su fin no sea inmediato; la agonía del capitalismo será larga y duradera, como la de los modos de producción anteriores, quizá no un declive de siglos, pero sí de décadas. Y el capitalismo, en su estertor, irá ofreciendo padecimiento, dolor, guerras, represión, brutalidad, barbarización… Pues bien, al mismo tiempo que se produce este declive, se está dando una erradicación de los sujetos organizados que plantaron cara al capitalismo a lo largo de los dos últimos siglos. Esos sujetos de clase organizados que fueron capaces de orquestar revoluciones y asumir la responsabilidad de transformar países enteros, como es el caso de la Unión Soviética, que algún día se podrá calibrar realmente cómo cambió el mundo (el capitalismo y el mundo de todo el siglo XX e incluso lo que llevamos del XXI, hubiesen sido completamente diferentes si no hubiera existido la Revolución soviética), y después China, por supuesto, y tantas otras experiencias, que modificaron el curso del propio capitalismo. Ante esa correlación de fuerzas y con el enemigo sistémico enfrente, el capitalismo tuvo que mutar y empezar a hacerse “social”. Un capitalismo más o menos regulado, que empezaba a asumir elementos de la planificación de esas experiencias de ruptura, y que empezó a ofrecer todo un sistema de garantías y servicios para la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto fue de la mano de dos procesos:
1. La integración de muchas de las luchas que se estaban dando contra el capitalismo. En las sociedades centrales del sistema, las diferentes luchas fueron integradas para transformarse en luchas dentro del capitalismo, para mejoras dentro del sistema. En un momento dado, a partir de ese “capitalismo social” se identificó bienestar con capitalismo, democracia con capitalismo, crecimiento con capitalismo y, por tanto, mejora continua de las condiciones de vida. Esto se ha arraigado en el subconsciente de varias generaciones, de tal manera que, pese a que hay muestras claras que todo aquello que se había ido construyendo está en demolición, como recursos sociales, bienes colectivos, servicios, regulación democrática, etc., la gran mayoría de la población continúa pensando que las crisis capitalistas son sólo una mala temporada, que pasará, que el capitalismo se recuperará y que volveremos a crecer, a tener derechos efectivos, transporte colectivo, escuelas, empleo, etc. Es el sistema que ha venido para quedarse y el que nos proporcionará progresivamente mayores cotas de bienestar, democracia, libertad, felicidad… Claro, todo eso es absurdo, porque como los ecologistas ya señalaron por lo menos desde los años sesenta del siglo XX, esto está basado en la extracción imparable de recursos escasos del planeta y una explotación de la naturaleza que ya es imposible continuar. También, tenemos que decir, en el trabajo gratuito de la mitad de la población (las mujeres) y en una exacerbada división internacional del trabajo. Entonces la paradoja es que, mientras el capitalismo cae irremediablemente, tenemos a una población integrada que continúa mirándolo como el sistema que puede ser modificado desde dentro y volverá a resurgir para darnos bienestar. Eso, por una parte.
2. Por otra, sobre todo en la periferia del sistema mundial capitalista, siguiendo la terminología de Wallerstein (2006), para los sujetos que no habían aceptado esto y que continuaban oponiéndose frontalmente al capital, el capitalismo tenía otra receta: no se trataba de integrarlos, sino de exterminarlos. Justo antes de empezar la fase de crisis que todavía arrastramos, que se inicia en los años ochenta del siglo XX, el capital ya había planificado la eliminación sistemática de los sujetos organizados masivos, para que, después, en la fase neoliberal, no hubiese oposición. Comienza en Indonesia, en el golpe contra Sukarno, que costó la vida a cerca de un millón de militantes del Partido Comunista y, por supuesto, son más conocidas en Europa todas las intervenciones en el Cono Sur americano, desde el Chile de Pinochet a Videla, pasando por Paraguay, Uruguay, después Brasil, etc. Y para Europa está la intervención para destruir de una vez por todas el poder sindical opositor. En ese contexto podemos situar las acciones de Margaret Thatcher contra el sindicato minero de Gran Bretaña y, en los Estados Unidos, las políticas de Reagan contra los sindicatos hasta eliminar prácticamente toda fuerza opositora masiva para sus políticas posteriores.
Con todo, tenemos una situación muy complicada, porque esa interiorización del orden capitalista como el único posible implica, todavía hoy, en plena decadencia del sistema, una hegemonía impresionante, el capitalismo está asentado en las conciencias de una forma muy difícil de romper. Así pues, estamos en esta paradoja o contradicción que hace que sea muy difícil señalar sujetos colectivos que puedan enfrentarse al capital en estos momentos. Sobre todo, debemos tener en cuenta que, hoy, las formas de explotación, de extracción de la plusvalía, han cambiado tanto que la proliferación y heteroclitud de sujetos se ha multiplicado y eso implica que las conciencias identitarias colectivas se hayan fragmentado muchísimo. Eso no significa que no haya clase trabajadora, como muchos sostienen, porque confunden clase trabajadora con clase obrera, sino que ésta está enormemente diversificada y, por tanto, es más difícil establecer identidades. Y al mismo tiempo, esas formas diferentes, que se han abierto al resto de la sociedad, incluso más allá de las fábricas, las oficinas, etc., significa que hay muchos más sujetos incorporados a la extracción de valor del capital y, por tanto, las luchas se pueden socializar mucho más también. Y eso puede ser otra paradoja a considerar.
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Desafortunadamente, a medida que el sistema va desconstruyendo todos los elementos que sostenían el capitalismo industrial, la elaboración académica le va acompañando de forma ciega, con una desconstrucción también de los elementos básicos de teoría que nos proporcionaban referencias claras. Una cosa es hacer que la ciencia acompañe el decurso de la historia, y otra cosa muy distinta es que la ciencia caiga cautiva de lo que se manifiesta en la superficie de la historia y deje de ir a las raíces de ésta. Entonces desde la destrucción, precisamente, de los grandes movimientos organizados de masas, que sucede cuando se implanta el nuevo orden neoliberal, la ciencia social empieza a despreciar las formas antiguas de organización, las formas de masas, y a idealizar todas las formas que han aparecido forzadas por las circunstancias de destrucción social, económica y política a las que ha conducido esta nueva fase del capital. Claro, después de la eliminación de esas fuerzas de masas, entre ellas los sindicatos, llega la época de los “nuevos movimientos sociales”, que aparecen como el paradigma de lo que es horizontal, democrático, alternativo, etc. Y es cierto que los nuevos movimientos sociales que nacen a partir de los años sesenta-setenta, tienen la virtud de denunciar algunos de los defectos de los movimientos que habían confrontado la contradicción fundamental del capital en torno a la plusvalía. El ecologismo, el feminismo, el antimilitarismo… son ejemplos de todo ello. Pero, ¿qué pasó con estos movimientos? Que, igual que abrieron la agenda de los contenidos políticos que había que tener en cuenta y sobre los que era necesario actuar, desatendieron las relaciones de Poder en grande, y descuidaron que, como decía Poulantzas (1969), el capital aglutina a todos los otros poderes de la sociedad. Es algo que a la teoría postestructuralista, a Foucault (1986, 2009), también se les olvidó, que estamos penetrados de multitud de poderes, pero al mismo tiempo hay un poder que resume a los otros, el poder de clase a partir del que se constituye el capitalismo; el capitalismo no lo es en tanto que mantenga relaciones de dominación personales, de unas personas sobre otras, sino que se basa en la explotación del trabajo abstracto, que convierte en valor; si no, no habría capitalismo, habría otro sistema de dominación. Se olvidan de esa contradicción básica y de los poderes metabólicos globales que eso genera y, así, descuidaron enfrentar la ofensiva que se estaba produciendo. Pese a eso y a los resultados parciales que van a generar estos movimientos, quedó arraigada una idea de que se debe comenzar desde abajo del todo, que no importa si se toma o no el poder, el caso es ir construyendo relaciones, etc. Para empezar, no hay ninguna garantía de que organizaciones sociales básicas o movimientos, ONG, etc. sean más democráticos, más horizontales y más efectivos que las grandes organizaciones de masas o que un partido político. Depende. Hay partidos políticos más democráticos que muchas ONG, entre otras cosas porque muchas de ellas dependen de líderes personales, ya que no tienen verdaderas estructuras de oposición interna, y cuando hay disensos, se rompe la organización y se van. Se enfadan dos y ya tenemos dos organizaciones nuevas. Es el reflejo de los nuevos movimientos sociales que surgieron en los noventa: formas parciales, sin visión universal, sin proyecto alternativo; son proyectos limitados, inestables, se rompen por cuestiones personales… Cosa que con una organización de masas tú te podías molestar con alguien, pero la organización estaba por encima de esas cosas. Así, con estos nuevos movimientos sociales, las posibilidades de incidencia y transformación son mucho menores. De hecho, a las pruebas hay que remitirse: cuando estudias las cosas en términos de ciencias sociales, debes saber cuáles son las grandes transformaciones que se han conseguido en la esfera mundial, cuando tenemos un capitalismo cada día más salvaje, más destructor de condiciones sociales, de hábitats naturales, de pueblos y culturas enteros…
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Cuando un sistema está en decrepitud ya no puede reformarse y ya no puede reformar. Puede proporcionar mejoras o avances sociales, y eso lo hizo en su época de esplendor industrial, cuando estaba generando valor y plusvalía con gran intensidad, pero ya no. Entonces, esperar reformas por parte del capitalismo en la actualidad es un autoengaño. El capital ya ha trascendido la fase del capitalismo keynesiano, y en cambio la población y nuestras izquierdas integradas continúan pensando que es posible volver atrás, al pasado de capitalismo de bienestar o keynesiano. ¿Por qué? Pues por lo que comentábamos de la hegemonía y el asentamiento en las conciencias del capitalismo como procurador de bienestar, crecimiento, democracia, etc. Pero, obviamente, desde un punto de vista científico, no podemos caer en eso. ¿Cuándo en la historia un sistema ha vuelto atrás?, ¿y cuándo el capitalismo ha vuelto atrás en una fase que había superado? Nunca. Es que no puede. Entonces, el ecologismo y el feminismo creo que son dos elementos imprescindibles para las posibilidades de transformación social, pero, al mismo tiempo, e igual que digo de los otros movimientos sociales y los nuevos sujetos colectivos que hemos estado apuntando, para ser verdaderamente transformadores necesitan contemplar también el poder de clase, que es el que sintetiza y dirige todos los otros poderes. Mientras no impacten sobre el poder central y metabólico, el de clase, el sistema continuará funcionando, y lo puede digerir todo. Ya lo demostró con los nuevos movimientos sociales, digirió gran parte de su agenda, hoy en día todos hablan de “solidaridad”, ¡incluso los banqueros!, todos colaboran con el Tercer Mundo, ¡hasta la Corona! Hoy todos salen a la calle diciendo que son feministas y que el planeta tenemos que conservarlo. Se incorporan a la agenda, tranquilamente, no pasa nada. Eso lo sabe muy bien el feminismo de clase, que es donde está el auténtico feminismo, porque lo que quiero subrayar es que el feminismo no puede ser otra cosa que anticapitalista, todo lo demás son reivindicaciones para conseguir algunas mejoras para las mujeres, que ojalá pudieran lograrse, por otra parte. Pero el sistema hace recaer cada vez más en las familias el peso de lo que el mercado laboral y las privatizaciones sociales van expulsando, y cuando hablamos de las familias hablamos fundamentalmente de las mujeres. ¿Cómo en esas condiciones se mejorará globalmente la situación de las mujeres?, ¿aumentando el número de ejecutivas en las empresas?, ¿con una Primera Ministra?, ¿con mujeres en el ejército? Claro que no. Lo mismo con el ecologismo, que debe ser político y no desatender la cuestión fundamental del poder central del capital. Tú puedes ir acumulando logros a través de redes sociales horizontales, del incremento de la participación de la población, etc., pero en un día, una intervención políticomilitar se lo puede cargar todo. Que se lo digan a los movimientos de masas de Colombia o Guatemala, años de acumulación de fuerzas barridos en un día. O quienes dicen que el Poder (con mayúsculas) no hay que tocarlo, que lo importante es construir sociedad, horizontalidad y todas estas cosas, como desgraciadamente están empezando a repetir algunas de las afamadas feministas en estos momentos, que ponen las simplezas de Holloway (2002) sobre esta cuestión como referencia. ¿Es que no han visto los ejemplos de cómo el capital está dispuesto a cargarse sociedades enteras sin pestañear? ¿Qué ha pasado en Libia? Han arrasado la sociedad al completo, en Iraq también. Y en Siria, si no es porque el ejército ruso se ha plantado como contención, ya la hubiesen arrasado también; las banderas del ISIS-Estado Islámico estarían ondeando en Damasco. Tenemos en Europa los ejemplos de Yugoslavia y Ucrania… ¿Es que no te han demostrado mil veces que son capaces de destruir sociedades enteras sin importar la fuerza social que tengas? Continuamos con una separación absolutamente artificial que no es propia de un análisis científico radical, dialéctico, que es la separación entre organizaciones, movimientos y política, entre sociedad civil y sociedad política, una monstruosidad sobre la que Gramsci (1999) ya advirtió hace mucho tiempo. La (institucionalidad) política forma parte de las manifestaciones del valor y las relaciones de explotación que son internas a la sociedad capitalista. No es algo “exterior” a ésta. Por contra, hoy las concepciones anarquizantes de moda contemplan lo social como autocomprensivo y autorrealizativo, de manera que señalan una vinculación directa, inmediata, entre agentes sociales y sus praxis políticas, productivas y culturales, reactivando el tópico idealista de absorción de lo político en lo social. Lo cual va de la mano con su declaración de una autonomía preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo le hace falta despojarse de las instituciones que, rousseauneanamente, estropean la bondad natural, esto es, el “comunismo” espontáneo de las masas.
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La política, entendida como la plasmación del valor, como manifestación externa del valor, como “gabinete de mando” del capital, no puede nunca desafiar los principios básicos de esta sociedad; mientras se intente, claro está, hacer política dentro del sistema capitalista. Cualquier política dentro del capitalismo tiene que posibilitar que al valor le vaya bien. Eso significa que la tasa de ganancia sea suficientemente elevada, porque si no el capital no tiene para invertir (y, de hecho, no lo hace), no tiene para distribuir (y, de hecho, no lo hace) y no tiene para posibilitar mejoras para la población (escuelas, transporte público, etc.). Los organismos públicos tienen que endeudarse cada vez más. En estos momentos, por ejemplo, la Generalitat Valenciana tiene una deuda reconocida de alrededor de 45.000 millones de euros. Con esta deuda y si no hay un crecimiento significativo o una vigorosa reproducción ampliada del capital, ¿cómo demonios vamos a mejorar nada para la población? Y, por otra parte, si tú, desde esas instituciones, que forman parte del poder con minúsculas, intentas realmente modificar el estado de cosas un poco más allá de los límites del capital, directamente te agredirán, para empezar no te van a subvencionar nada: “ah, usted debe 45.000 millones y, ¿quiere más crédito? Pues va a ser que no. Y, es más, antes le dábamos estos plazos para devolver el dinero, pero ahora va a ser que no, me lo tiene que devolver ya. Y no recibirá ningún crédito más”. Que se lo digan a Venezuela, o a Cuba lo que ha padecido históricamente por no recibir ni una sola ayuda de nadie y, al contrario, sufrir boicots, guerras económicas sistemáticas, etc. Por tanto, dentro del capital no se pueden hacer más políticas que las que le vayan bien al capital y después, una vez le vaya bien al capital, intentar redistribuir parte de esa riqueza para que llegue a la población. Pero eso ya es una segunda fase, que dependerá de la correlación de fuerzas que tengas. En cualquier caso, lo que nos están diciendo las nuevas izquierdas actualmente es que basta con que les votemos y desde arriba, en el gobierno, ya se encargarán de cambiar las cosas. Pero tienes que tener fuerza social para aplicar una política impositiva fuerte que grave a los ricos, que apenas pagan, defraudan y evaden a mansalva en paraísos fiscales… Si tú no tienes fuerza para desarrollar esa segunda fase, no podrás ejecutarla. Dentro del sistema, las posibilidades de la política, en definitiva, son cada vez más limitadas, y más con una crisis galopante del capital. ¿Esto qué implica? Que debemos intentar romper con los límites a los que nos han confinado con esa política en minúsculas, para empezar a mirar a la política metabólica del capital, cómo incidir en la transformación del organismo entero del capital, no (sólo) en las estructuras de mando parciales del capital. Esto es algo básico. Pero, complejamente, al mismo tiempo es imprescindible tocar también esas estructuras.
PC: ¿Y cómo se puede hacer desde la política?, ¿o no se puede hacer?
AP: Desde la política con minúsculas, sólo desde las instituciones, como dirían los clásicos (Lenin, por ejemplo), se puede hace siempre que mantengamos dos patas. Cuando uno llega a las instituciones con ánimos de contribuir a la emancipación social, debe ser porque previamente ha construido tejido social, base suficiente como para tener una fuerza social y política capaz de mover la sociedad y de presionar al Poder del capital (con mayúsculas) para obtener las conquistas (ésa sería una pata) y, entonces, sí que puedes tener tu otra pata puesta en las instituciones para también minar desde dentro las estructuras de mando del capital. Pero si tú haces esa disociación, como algunos autores pretenden hacer, separando artificialmente unas y otras manifestaciones de las relaciones de dominación, separando sociedad civil de sociedad política, pues entonces estaremos divorciados unos y otros, y seremos impotentes tantos los unos como los otros. Hay que tener en cuenta que las condiciones en las que se desarrolla hoy la acumulación de capital dan lugar a una forma ideológica específica que actúa como pseudocrítica del capitalismo y que se fascina con la apariencia de contraponer la sociedad civil al Estado. Y eso no casualmente está de moda desde la fase neoliberal, con el postestructuralismo, el postmodernismo, etc., y proclama más o menos que todo lo que nace de la sociedad vale, y que todos los sujetos y vías son posibles, y al final lo que resulta es que todo son indeterminaciones, vaguedades e incluso reproducciones de unos u otros poderes. Todo lo que desde Marx hasta mitad del siglo XX se había avanzado en el conocimiento de las raíces de nuestra sociedad, la teoría radical de la que hablaba Marx, se convirtió de repente en un sincretismo amorfo de elaboraciones teóricas, y sobre todo insistiendo en estas separaciones artificiales que se hacen entre unos y otros campos.
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El capitalismo industrial era un capitalismo capaz de generar valor y, por tanto, beneficio en grandes proporciones. Eso daba para muchas cosas: para el desarrollo de las fuerzas productivas, para todo el conjunto de repercusiones sociales que ese desarrollo de las fuerzas productivas posibilitaba en términos científicos, culturales, sociales, infraestructurales…; posibilitaba redistribuir parte de la riqueza generada y todo eso alcanzaba a la sociedad de alguna manera, y daba, a los que habían sido proletarizados o desposeídos de los medios de vida, la posibilidad de asalarizarse, y a través del salario, acceder a los medios de vida en cuanto que medios de consumo. Aparte de esto, tenemos al Estado, que, gracias a la contrabalanza mundial de la Unión Soviética y la extensión de las luchas sociales, entre otras cosas, también se encargará de satisfacer determinadas necesidades básicas de la población. Entonces, empleo, plusvalía, beneficio, poder adquisitivo, servicios proporcionados por el Estado… todo eso es un círculo virtuoso que va construyendo sociedad, y va fidelizando a la población en relación al orden económico capitalista. En el momento en que todo eso empieza a destruirse y se pierde valor, se pierde también plusvalía, se pierde beneficio, se pierde la capacidad de redistribuir, la posibilidad de que el Estado se encargue de satisfacer necesidades, se generaliza el desempleo… destrucción social, que estamos viendo cada día, incluso la privatización del sufrimiento (atenciones, cuidados, etc.). Se va deshaciendo sociedad y el capitalismo, en vez de invertir en el mundo industrial, que es donde se genera nuevo valor, donde se genera de verdad el mecanismo básico de funcionamiento del capital, hoy se retira al mundo de las finanzas especulativas. ¿Y eso qué significa? Que cantidades ingentes de dinero quedan ociosas en la inversión productiva, y se destinan a inversión especulativa, una especie de casino global en el que unos se juegan el dinero con otros. En una partida de póker, nadie de los que se sientan en la mesa genera nuevo dinero, lo único que hacen es quitarse dinero los unos a los otros; unos se quedan arruinados y los otros enriquecidos, pero no se genera nueva riqueza. Pues eso mismo pasa en el mundo financiero hoy, porque la mayor parte del dinero que está en las finanzas, ¡casi el 95%!, no está destinado a inversión productiva, sino únicamente especulativa, a quitarse dinero unos a otros. Y con el agravante de que nos hacen jugar también a los demás, porque, cuando uno deja su dinero en el banco o su pensión, o tantas otras cosas, piensa que está ahí guardado sin más, pero no, se están jugando nuestro dinero. Por eso, un día vas tú a por tu dinero, y te dicen “mire, de los 1.000 euros que usted dejó, sólo podemos devolverle 400 o 200…”; “¿y eso cómo puede ser?”, “pues mire, es que los hemos perdido”. Que es lo que le pasó a mucha gente en la crisis con la banca y diferentes productos financieros. Pues bien, se juegan el dinero, porque no tienen posibilidad de invertirlo productivamente, y no pueden invertirlo productivamente porque está atascada toda la dinámica de extracción de valor. Una vez que tienen claro que no pueden crecer “sanamente”, a través de la producción y la generación de plusvalía, lo que hacen es apropiarse de la riqueza que se había generado en la sociedad durante el tiempo del capitalismo industrial: transportes, servicios, infraestructuras… Todo se privatiza, toda la riqueza conseguida cuando se generaba valor y se podía redistribuir, en el tiempo del capitalismo industrial, pasa a manos privadas en un proceso de desposesión generalizada. El capital dice “vale, nosotros lo que no queremos es perder; si no podemos seguir generando beneficio en la producción, continuamos ganando a fuerza de robar todo lo que antes era social”. Dejan de pagar impuestos, nos hacen pagar por todo, se apropian de lo colectivo, sube el precio de todo lo básico… (eso ha suscitado ya dos rebeliones en Latinoamérica, en Chile y en Ecuador; también en Líbano en estos momentos, y se han producido en Argelia, en Túnez…). Es la salida que tiene ahora mismo el capital. No es que sea un modo de funcionar que no haya estado presente en el inicio del capitalismo, el asunto es quién domina a quién en cada momento, y en estos momentos, la “cosecha” de valor domina a la creación de valor. Lo que están haciendo los capitalistas en todo el mundo es aprovecharse del valor creado por otros o generado en el pasado, y nos están haciendo vivir a todos endeudados, porque la gran mayoría de la sociedad está endeudada, no sólo particulares, sino también empresas, instituciones, etc. Nos quieren hacer vivir de la hipotética ganancia que se generará un día, porque, claro, una deuda siempre es un compromiso en el que digo “mañana, cuando gane, te pagaré”. Es decir, vivimos de devorar nuestro propio futuro, porque por una parte nos están haciendo creer que mañana habrá suficiente valor y ganancia como para pagar unas deudas que ya superan cuatro veces el PIB mundial. Y por otra, y al mismo tiempo, destruimos esa posibilidad, porque cada vez más parte de esa hipotética ganancia del futuro ya no será de las empresas o nuestra, sino de los prestamistas del pasado. Quedará menos para invertir o consumir. En cada futuro hecho presente tenemos que satisfacer al pasado, achicando el propio futuro. Es un mecanismo diabólico de aniquilación social y auto-sometimiento individual.
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Como hemos comentado, yo entiendo la relación de clase como la relación en la cual una parte de la población, minoritaria, se aprovecha del hacer o del trabajo de otros. En el capitalismo ese aprovechamiento se realiza a través de la extracción de valor y de plusvalor, constituyendo la relación de clase fundamental, la cual tiene muchas manifestaciones y necesita complementarse con otras relaciones de explotación. A partir del Estado keynesiano social, la clase que padecía la relación de clase fundamental (la clase trabajadora) fue integrada cada vez más al orden del capital, de manera que los sujetos de clase ya no fueran altersistémicos, sino que intentasen sólo mejoras dentro del capitalismo (salarios mejores, mejores condiciones laborales, promociones internas, estabilidad, etc.). Y entonces abrió el camino a otros elementos de relación de clase, que no formaban parte de la relación de clase fundamental, no en el sentido ontológico, sino en el sentido dialéctico-histórico de lo que significa para este sistema. Dentro de esas otras relaciones, está la nacional, por lo que supone de explotación de unas sociedades por otras. Eso se demostró clarísimamente en las segundas independencias que intentaron muchos países, con la defensa de lo propio como lo nacional frente a la expropiación o intervención ajena. Si con esto puede haber sinergias o vías de entendimiento, es una cuestión difícil de precisar, pero creo que a tomar en consideración. Hemos de tener en cuenta que el Estado ha dejado de funcionar como capitalista colectivo (que es el que está por encima de los intereses particulares de cada capital particular, e intenta ponerlos todos en sintonía: por ejemplo, diciendo ahora no interesa hacer tanto daño aquí, porque como capitalista colectivo debo pensar que la sociedad funcione para que mañana se pueda seguir extrayendo réditos de ella). Pero en esta fase neoliberal (o incluso postneoliberal), el Estado está en manos del capital más salvaje, grandes núcleos del capital, corporaciones que funcionan a escala planetaria y, por tanto, al dejar de hacer ese papel (el del capitalista colectivo), deja de proporcionar las bases del engranaje social, deja de posibilitar sociedad, y, así, deja de ofrecer servicios y “bienestar” a la sociedad. Y eso crea desafección, crea separación de la gente, que empieza a ver al Estado como algo ajeno, que sólo le extorsiona o le crea malestar, en vez de bienestar. Se inician, de esta manera y por todo el planeta, reacciones frente a los poderes, que también alimentan mucho estas teorías del papel de los movimientos de las que hablábamos anteriormente. Aparecen, entonces, manifestaciones identitarias en las que es más fácil identificar el cabreo, la oposición, y entre ellas, las étnicas y nacionales, que se dan por todas partes, y constituyen una afirmación del ‘nosotros’ como manera de plantear una forma de dignidad y como defensa de lo propio frente al expolio de la riqueza colectiva por parte del capital. En sí, es también una recuperación del pasado, ¿no? Debemos tener en cuenta que el capitalismo destruye todos los vínculos básicos vecinales, comunales, identitarios… de los antiguos órdenes, incluso los étnicos y los nacionales; y los rompe para formar sólo una identidad nacional estatal. Pero las poblaciones se fueron defendiendo de todo eso a través de la invención de las identidades políticas: no importa si tenemos o no conciencia de comunidad, si lo que conseguimos es crear comunidades de conciencia. Y eso fue la gran invención de la conciencia de clase, de la conciencia social: no importa de dónde vengas y quién eres, tenemos la misma conciencia antagónica. Es una construcción histórica, es un gran invento para trascender las conciencias locales. Y lo que hoy estamos viendo es el paso inverso, cómo de las comunidades de conciencia, se pasa a las conciencias de comunidad, nosotros somos identitariamente conscientes porque somos una comunidad; somos una comunidad y debemos, por ello, tener conciencia. Bueno, es una vía mucho más fácil ante el retroceso social en todos los ámbitos, también el retroceso en todas esas luchas que hemos comentado anteriormente. Pero en algún momento, y de eso sí que estoy prácticamente seguro, de seguir en esta dinámica, las luchas nacionales tienen ya y aún más en adelante tendrán que encontrarse y vincularse con identidades políticas de comunidades de conciencia, porque no queda más remedio, dado que al final la relación de clase fundamental penetra unas y otras comunidades, y en cuanto que ya deteriora inexorablemente las condiciones de vida, se tiene que terminar enfrentándola también.
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El crecimiento es una obsesión del sistema capitalista, porque éste está basado en la riqueza abstracta, que significa que el valor se ha de reproducir y multiplicar continuamente en forma de capital; ninguna otra sociedad ha tenido esa necesidad compulsiva de crecer. ¿Para qué crecer? Durante la mayor parte de la historia de la humanidad se han utilizado los recursos, se ha aprovechado lo que hay y poco más. Pero en el capitalismo crecer es una necesidad enfermiza. Ahora bien, dejar de crecer es ya prácticamente una evidencia, una realidad; de hecho, las tasas de crecimiento se van reduciendo cada vez más, y en los países centrales apenas se crece. Lo poco que estamos creciendo aquí es a costa de la economía ficticia; el mundo financiero del que hablábamos antes se está inventando dinero de la nada, para simular que el sistema no está en quiebra. En Europa hemos tenido 65.000 millones de euros al mes desde 2010 a 2018 inventados de la nada, en los Estados Unidos 85.000 millones de dólares mensuales. Ahora, después de que el año pasado decían que iban a suprimir la “flexibilidad cuantitativa”, que es un término muy bonito para decir “sacarse dinero de la chistera”, pues han dicho que no pueden dejar de inventarse dinero, porque si no, esto no va. El sistema está desde hace tiempo en quiebra, pero ellos están disimulando, intentando ganar tiempo, o como diría Streeck (2014), el sociólogo alemán, están comprando tiempo. ¿Para qué? Para preparar otra cosa, el paso al postcapitalismo de manera que les sea beneficioso, probablemente. Por tanto, el decrecimiento es una realidad, quizá todavía no tan visible, pero que en los próximos años se hará imposible de no ver. Queramos o no, el decrecimiento estará ahí, y por eso estamos diciendo que el capitalismo está ya prácticamente en estado vegetativo. Ahora bien, ¿qué está diciéndonos buena parte de la teoría ecológica al respecto? Yo creo que hay que considerar sobre todo tres posiciones:
- Anticrecimiento: es la propuesta que desarrolló Herman Daly (1997) sobre todo, Tim Jackson (2017) u otros como Victoria Johnson (Simms, Johnson y Chowla, 2010). Se trata de buscar un estado estacionario. El capitalismo puede llegar a ese estado en el que ya no necesite crecer. Una ilusión absolutamente ingenua.
- Decrecimiento: desarrollado por autores como Serge Latouche (2006), el más conocido a nivel mundial y sobre todo europeo, que dice que el capitalismo puede ser reconstituido, remodelado para que disminuya su crecimiento cuantitativo, y en todo caso, que sólo pueda crecer cualitativamente; otra ilusión que no sé muy bien de dónde sale; bueno, sí, de no estudiar bien las bases del capitalismo, que es incompatible con el decrecimiento. Llegará el decrecimiento, pero por incapacidad, no porque se pueda hacer planteándolo como estrategia dentro del capitalismo.
- Pro-crecimiento “verde” dentro del capitalismo: otros ingenuos. Se puede y debe continuar creciendo, nos dicen, siempre que desmaterialicemos el crecimiento en pro de mercancías inmateriales. Se deposita aquí la presión en los consumidores, para que exijan una economía “verde”, que consuman mercancías inmateriales, que no contaminen tanto, etc.
Las tres son, como digo, en el mejor de los casos, ingenuas, porque son inviables dentro del sistema capitalista. La única posibilidad es trascender el propio capital y su ley del valor.
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Sucede que la lucha intercapitalista en estos momentos es tan grande, que es la que desgraciadamente está moviendo el curso de los acontecimientos, más que la lucha de clase capital-trabajo. Se están machacando entre ellos, y no hay más que ver a las distintas facciones de la clase capitalista norteamericana, cómo están intentando desestabilizarse unas a otras, incluso a través del impeachement. Son muy agresivas entre ellas; mientras que, por ejemplo, una facción hace pactos con un Estado, otra acciona para romperlos, mientras una negocia (nacionalistas) la otra mueve tropas (globalistas y continentalistas). Es muy difícil saber con quién negocias en cada momento en USA y si con quien negocias va a poder imponerse a las otros y cumplir lo pactado. Ahora mismo hay allí al menos tres fuerzas en liza:
- Globalistas: son fundamentalmente los capitalistas financieros globales, interesados en las grandes redes financiero-bancarias de dominio mundial, por encima de cualquier Estado. Controlan la OTAN. Están representados por el Partido Demócrata, el más guerrerista en estos momentos.
- Continentalistas financieros: es el complejo industrial-militar-petrolero-farmacéutico de los EEUU. Delimita Estados-continentes y busca el desarrollo del unipolarismo estadounidense continuador de la Trilateral, para “un nuevo siglo americano”. Son los imperialistas clásicos, pero ahora basados en el capital a interés, con el Pentágono al frente. Aquí está el Tea Party y otros sectores del Partido Republicano.
- Nacionalistas productivos: pretenden reindustrializar EEUU, hacer de él de nuevo una potencia industrial. Para ello necesitan reubicar sus ETNs [exchange-traded note, nota negociable en el mercado] de vuelta a casa, no gastar tanto en bases y despliegues militares por el mundo, desfinanciar la OTAN y en su lugar vender armas de alta tecnología, aumentar la producción industrial. Son los de “America first” o “Make America Great Again”. Promueven el autocentramiento y la contención migratoria. Ahí se sitúa Trump y otros sectores del Partido Republicano.
Tenemos, por tanto, al menos esas tres facciones oligárquicas en Estados Unidos, con sus ramificaciones y diferentes concreciones a escala mundial, y que están generando una alta inestabilidad planetaria, destrozando toda la institucionalidad y elementos de gobernabilidad de las relaciones internacionales del siglo XX. Eso, por un lado. Por otro tenemos que a partir del proceso de automatización-robotización estamos entrando hoy en la Cuarta Revolución Industrial, que combina microelectrónica, informática, biotecnología, inteligencia artificial, nanotecnología y robótica. Y con todo esto, de seguir las cosas por este camino, y si hay energía suficiente, tú tendrás dentro de poco máquinas a las que será muy difícil distinguir de los seres humanos. Eso significa que las máquinas lo podrán hacer prácticamente todo. Hay pruebas incluso de flexibilidad, donde se ha visto que, a mitad de siglo, podrá haber máquinas capaces de jugar al fútbol mejor que los humanos. Esto, ¿qué significa? Que si las máquinas son capaces de hacer todas esas cosas, los seres humanos sobran. De hecho, ya se está produciendo desde hace tiempo la expulsión de seres humanos por procesos de automatización. Y el problema es que eso acaba con el valor, porque el valor sólo se crea a través del trabajo humano. Las máquinas se amortizan, pero no crean valor, sólo depositan parte del valor que ellas mismas tienen cuando son fabricadas, en cada mercancía que ayudan a producir. En cambio, esto puede estar preparando una sociedad en la que no haga falta ni el valor, ni la plusvalía, ni el beneficio. “¿Para qué los necesito, si tengo máquinas que me lo hacen todo?”. Aprieto el botón y me traen esto, aprieto otro botón y me fabrican esto otro, le doy a otro y me enseñan tal conocimiento... Sería una sociedad sin plusvalía. Todos los elementos en los que hoy está formada nuestra conciencia, el trabajo asalariado, el beneficio, etc., que son la base del sistema capitalista, pueden dejar de existir. Y eso implica que los seres humanos seremos redundantes, en millares de millones. ¿Para qué podrán querer a los seres humanos? Pues para lo mismo que los amos o los señores feudales tenían gladiadores o juglares, para divertirse, para entretenerse. Pero otra cuestión es que no hay energía para mantener esto para todo el planeta, ya que un sistema de automatización absorbe mucha energía. Entonces pueden crear “islas” de automatización y dejar al resto de la población que sobreviva como sea. Es lo que Aldous Houxley (2014) nos indicaba en Un mundo feliz, con zonas de barbarie donde tenían a los seres humanos viviendo como podían. Eso es un futuro que es posible, que es probable, y es una de las cuestiones que se derivan de la fase de automatización, con un papel determinante de los robots, androides, etc. Es un futuro diferente porque ya no será capitalista y, por tanto, es un futuro postcapitalista, distópico. Para mí, claro, porque para los que controlan esto puede ser el plan, lo que están buscando; para mí y para el resto de la humanidad es absolutamente distópico. Otro futuro muy diferente sería, imagínate, si las máquinas estuvieran socializadas, ¡qué panorama tan distinto! Cada vez trabajaríamos menos, porque lo harían las máquinas, pero ya no sería una tragedia dejar de trabajar, te podrías dedicar a hacer lo que realmente te realiza. Y tendríamos la posibilidad de dedicarnos a crear sociedades absolutamente diferentes. Por tanto, con un mismo proceso, el de automatización, en función de si las máquinas están o no socializadas, tenemos dos futuros completamente diferentes: en un caso es algo muy positivo que las máquinas hagan tu trabajo y en el otro es una tragedia. Poco a poco van poniendo ordenadores para dar las clases que ahora damos los profesores. En África, curiosamente, ya sucede a menudo, que dan las clases los ordenadores. Los japoneses y los chinos ya han hecho máquinas virtuales presentadoras de televisión. Es decir, es un proceso que se va agudizando, pero una vez que tú has entrado en la robótica, la nanotecnología y la inteligencia artificial, eso se dispara e incluso las máquinas son capaces de reproducirse a sí mismas. Es otro futuro, que, insisto, no es capitalista, y ellos lo saben y pueden estar preparándolo, pero, obviamente, no es aplicable a toda la humanidad, porque no tienen necesidad de ello y porque no hay energía suficiente aunque quisieran, los límites ecológicos están ahí. Sería un futuro a base de islas de automatización para la clase dominante, en medio de océanos de barbarización social.
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Lo de la nanotecnología puede ser una realidad muy asentada a partir de los años cuarenta. Y lo de las “islas” será un proceso aceleradísimo. Nosotros, como equipo [el Observatorio Internacional de la Crisis], nos metemos mucho en páginas de innovación tecnológica y futuro. Es la manera más aproximada para saber en qué están pensando como futuro. También te puedes meter en las páginas públicas del Departamento de Estado o del Pentágono en EEUU, o en las páginas de algunas de las principales transnacionales del planeta. Así como el Pentágono o el Departamento de Estado presumían de poder anticipar el futuro, que su capacidad de anticipación era básica para dominar cincuenta años más allá, en la actualidad, todas las previsiones de cómo puede mantenerse el sistema o de qué puede pasar, no superan los años cuarenta del actual siglo, a partir de los cuales dicen no saber qué puede pasar, y eso es porque ellos no le dan más tiempo a esto, al sistema, mitad de este siglo y poco más. Y la década de los años veinte será ya inconfundible en términos de estrés ecológico. Se está pensando mucho en la capa de ozono y los combustibles fósiles, pero hay otra cosa que es quizá más peligrosa, que es el agotamiento del nitrógeno natural (que hemos transformado ya en insecticidas, nutrientes y un montón de cosas) o la acidificación de los océanos. Esto en los años veinte ya será una realidad que no se pueda obviar. Y el Mediterráneo será una de las áreas donde más se notará de todo el planeta, porque nuestra temperatura subirá un 20% más que en el resto del planeta. El Mediterráneo se irá desertificando progresivamente y toda esta franja, en treinta o cuarenta años no podrá albergar la cantidad de población que tiene en estos momentos, será imposible, porque muchas de las plantaciones y cultivos no se podrán mantener. O sea, son cosas inmediatas, que acelerarán el proceso de degradación del sistema. No es un futuro muy halagüeño, pero aún tenemos una posibilidad con el factor humano, que puede cambiar el curso las cosas. Una sociedad socialista, en la que las máquinas estuvieran al servicio del conjunto de la humanidad, por ejemplo, abriría un futuro totalmente diferente de los que nos anuncia Hollywood. En el que sí que no haría falta crecimiento alguno. Por ese futuro hay que luchar desde ahora mismo.
Excelente artículo que voy a releer sosegadamente.
ResponderEliminarGracias.