Admitir que hay derechos colectivos rechaza el individualismo extremo, lo que no es mala cosa. El problema surge cuando esos colectivos son empresas privadas y grandes corporaciones que entran en conflicto con otros colectivos. El liberalismo y su última versión conceden a estas organizaciones el poder de litigar con los Estados, e incluso hacer valer sus derechos de igual a igual con la sociedad entera. Y entre derechos iguales decide la fuerza:
“El capitalista, cuando procura prolongar lo más posible la jornada laboral y convertir, si puede, una jornada laboral en dos, reafirma su derecho en cuanto comprador (…) el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la jornada laboral a determinada magnitud normal. Tiene lugar, aquí, pues, una antinomia: derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza. Y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta como lucha (…) entre el capitalista colectivo, esto es, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera” (Marx, El Capital. Libro primero, Capítulo 8).
Esta ley del intercambio mercantil, a la escala global de hoy, no es ya solo entre el trabajador y el empresario, sino entre la coalición del capital y la sociedad en su conjunto.
Cuando esa Libertad abstracta que teme perder la sociedad pasa de ser libertad concreta de la mayoría a libertad de unos pocos, para mantener la ficción de su universalidad solo quedan soluciones autoritarias. No faltan los ejemplos, ni antes ni ahora.
No es pues extraño que el neoliberalismo iniciara su andadura práctica en la dictadura de Pinochet.
Habrá que concretar entonces las libertades individuales y colectivas, preguntándose: derechos iguales ¿entre desiguales? Libertad ¿para quiénes? ¿y para qué la quieren?
Como todo auténtico revolucionario, Lenin tenía numerosos enemigos que se esforzaron siempre en tergiversar su pensamiento y actuación. Más sorprendente es la incomprensión de quienes no se hallaban tan alejados de él ideológicamente. Prototipo típico de tal incomprensión, fue la que el dirigente socialista español Fernando de los Ríos reflejó en su libro sobre la URSS. Tanto en tal obra, como en las numerosas citas que de ella se han hecho, se interpreta la frase de Lenin «¿Libertad? ¿para qué?» –que Lenin utilizó en su conversación con Fernando de los Ríos– como un desprecio de la libertad, producto de un talante autoritario y unas convicciones despóticas. Empero, quien conozca debidamente el pensamiento de Lenin, no puede aceptar tal interpretación. Para Lenin, la esencia del marxismo estribaba «en el análisis concreto de las situaciones concretas». Por ello, rehusaba hablar de libertad con mayúscula y en abstracto. Lenin trataba siempre de concretar: libertad, ¿para quién? (para qué clase o grupo social) y libertad, ¿para qué? (¿para qué finalidad?: para explotar a los semejantes o para emanciparlos). No debe olvidarse que Lenin rechaza la concepción escolástica de libertad, basada en el libre albedrío, para situarse en la concepción hegeliano-marxista de la libertad como conciencia de la necesidad. Es decir, de una libertad basada en el dominio consciente por el hombre de la naturaleza, de la sociedad y de sí mismo.
El exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid Manuel Lamela reclamará indemnizaciones al Estado por los daños que conllevó el cierre de empresas y establecimientos de la sanidad privada durante el estado de alarma, según ha avanzado la Cadena Ser. Lamela lo trasmitió en un acto virtual celebrado por el despacho Acountax Madrid del que es socio principal y presidente.
En el acto, que fue publicitado como una charla dirigida "a interesados en reclamar indemnizaciones derivadas de la pandemia", Lamela animó al sector de la sanidad privada a demandar indemnizaciones en concepto de "prestaciones obligatorias de establecimientos sanitarios privados".
Según la opinión del que fuera artífice de la privatización sanitaria en Madrid durante los Gobiernos de Esperanza Aguirre, "como consecuencia del mando único, la sanidad privada ha estado a disposición de la Administración Central, y los servicios forzosos prestados durante ese periodo deben compensarse una vez calculado el lucro cesante y el daño emergente producido".
Del mismo modo, Lamela habló de "incautaciones y requisas de material sanitario durante la crisis", invitando a los empresarios a abordar legalmente estos casos como "expropiaciones" que "deben ser indemnizadas sí o sí". En la misma línea, Lamela recomendó reclamar al Estado "cuanto antes mejor", ya que a su juicio la fecha límite para hacerlo "es un año desde que se declaró el estado de alarma".
El neoliberalismo como teoría económica siempre fue un absurdo. Tenía tanta validez como otras ideologías dominantes del pasado, véase el derecho divino de los reyes o la creencia del fascismo en el Übermensch (Superhombre). Ninguna de sus esperanzadoras promesas eran ni remotamente posibles. Concentrar la riqueza en manos de una élite oligárquica global (ocho familias tienen ahora tanta riqueza como el 50% de la población mundial), y demoler a la vez los controles y las regulaciones gubernamentales no podía sino conducir inexorablemente a la desigualdad de ingresos, a la creación de monopolios, al extremismo político y a la destrucción de la democracia. No hace falta ir a las 577 páginas de «El capital en el siglo XXI» de Thomas Piketty para darse cuenta de esto. Pero la racionalidad económica nunca fue el asunto. El asunto era la restauración del poder de clase.
Como ideología dominante, el neoliberalismo tuvo un éxito brillante. A partir de la década de 1970, los principales críticos keynesianos fueron expulsados de la academia, las instituciones estatales, organizaciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, así como de los medios de comunicación. Cortesanos e intelectuales petulantes que cumplían con los requisitos, léase por ejemplo Milton Friedman, fueron formados en lugares como la Universidad de Chicago y recibieron plataformas prominentes y lujosos fondos corporativos. Difundieron el mantra oficial de teorías económicas desacreditadas y marginales que popularizaron Friedrich Hayek y la escritora de tercera categoría Ayn Rand. Y en cuanto nos arrodilláramos ante los dictados del mercado y se levantaran las regulaciones gubernamentales, se recortaran los impuestos a los ricos, se permitiese el flujo de dinero a través de las fronteras, se destruyeran los sindicatos y se firmaran acuerdos comerciales que enviaban puestos de trabajo a las explotaciones en China, el mundo sería un lugar más feliz, libre y rico. Fue una estafa. Pero funcionó.
«Es importante reconocer los orígenes de clase de este proyecto, gestado en la década de 1970 cuando la clase capitalista se encontraba en problemas, los trabajadores estaban bien organizados y tenían la capacidad de hacer retroceder a los empresarios», me dijo David Harvey, autor de «Una Breve historia del neoliberalismo», en una conversación que tuvimos en Nueva York. «Como cualquier clase dominante, necesitaban ideas dominantes. Por lo tanto, las ideas dominantes fueron que la libertad de mercado, la privatización, el espíritu empresarial, la libertad individual y todo lo demás deberían ser las ideas dominantes de un nuevo orden social, y ese fue el orden que se implementó en los años 80 y 90».
«Como proyecto político, fue muy inteligente», dijo. «Obtuvo un gran consenso popular porque hablaba de la libertad individual y de la libertad de elección. Pero en realidad se refería a la de mercado, principalmente. El proyecto neoliberal dijo a la generación del 68, “Ok, ¿quieres ser libre y tener libertad?” De eso trataba el movimiento estudiantil. “Te lo daremos, pero será la libertad del mercado. La otra cosa que buscas es la justicia social, olvídalo. Te vamos a dar la libertad individual, olvídate de la justicia social. No te organices”. El intento fue desmantelar esas instituciones, que no eran otras sino las instituciones colectivas de la clase trabajadora, particularmente los sindicatos y poco a poco los partidos políticos que representaban algún tipo de preocupación por el bienestar de las masas».
«Lo mejor de la libertad de mercado es que parece ser igualitaria, pero no hay nada más desigual que el trato igualitario de los desiguales», continuó Harvey. «Promete la igualdad de trato, pero si eres extremadamente rico, significa que puedes hacerte más rico. Si eres muy pobre, es más probable que te empobrezcas. Lo que Marx mostró brillantemente en el volumen uno de ‘El Capital’ es que la libertad de mercado produce niveles cada vez mayores de desigualdad social».
La difusión de la ideología del neoliberalismo fue organizada por la clase capitalista. Las élites capitalistas financiaron organizaciones como Business Roundtable y la Cámara de Comercio y think tanks como “The Heritage Foundation” para vender el producto al gran público. Ellos financiaron a las universidades con donaciones, siempre y cuando las universidades pagaran y contribuyeran con su lealtad a la nueva ideología dominante. Utilizaron su influencia y riqueza, así como sus plataformas de medios de comunicación, para transformar a la prensa en su portavocía. Y silenciaron a los herejes o les hicieron difícil encontrar empleo. El aumento del valor de las acciones bursátiles en lugar del aumento de la producción se convirtió en la nueva medida de la economía. Todo y todos fueron financiarizados y mercantilizados.
«El valor se fija por cualquier precio que se concrete en el mercado», dijo Harvey. «Entonces, Hillary Clinton es muy valiosa porque dio una conferencia a Goldman Sachs por 250.000 dólares. Si doy una conferencia a un grupo pequeño en el centro de la ciudad y obtengo 50 dólares por ella, obviamente ella vale mucho más que yo. La valoración de una persona, de su contenido, se infiere de lo que puede obtener de ello en el mercado».
«Esa es la filosofía que se encuentra detrás del neoliberalismo», continuó. «Tenemos que poner precio a todas las cosas, aun cuando algunas de ellas no deberían ser consideradas como tales y tratadas como productos básicos. Por ejemplo, el cuidado de la salud, en el mismo momento en que se convierte en una mercancía. La vivienda para todos es otro ejemplo. Y la educación. Por lo tanto, los estudiantes tienen que pedir prestado dinero para obtener la educación que les permita obtener un empleo en el futuro. Esta es la estafa. Básicamente dice que si te comportas como un empresario, si sales ahí afuera y te entrenas, obtendrás tus justas recompensas. Pero si no las obtienes, es porque no te entrenaste bien. O porque tomaste un camino equivocado. Porque te dedicaste a estudiar filosofía o a leer a los clásicos en lugar de inscribirte en un curso de habilidades autopersonales de gestión».
La estafa del neoliberalismo es a día de hoy ampliamente comprendida en casi todo el espectro político. Es cada vez más difícil ocultar su naturaleza depredadora, incluida sus enormes exigencias de cuantiosos subsidios públicos (Amazon, por ejemplo, solicitó y recibió beneficios fiscales multimillonarios de Nueva York y Virginia para establecer centros de distribución en esos estados). Esto ha obligado a las élites gobernantes a establecer alianzas con demagogos de derechas que utilizan las crudas tácticas del racismo, la islamofobia, la homofobia, la intolerancia y la misoginia para canalizar la creciente rabia y frustración de la sociedad lejos de las élites, canalizándola hacia los vulnerables. Estos demagogos aceleran el saqueo de las élites globales y, al mismo tiempo, prometen proteger a los trabajadores y trabajadoras. La administración de Donald Trump, por ejemplo, ha abolido numerosas regulaciones, desde las emisiones de gases de efecto invernadero hasta la neutralidad de la red, y ha recortado los impuestos a las personas y corporaciones más ricas, impidiendo el ingreso público de 1.500 millones de dólares durante la próxima década. Todo esto estableciendo al mismo tiempo un lenguaje autoritario y otras formas de control.
El neoliberalismo genera poca riqueza. Más bien, la redistribuye hacia arriba hacia las manos de las élites gobernantes. Harvey llama a esto “acumulación por desposesión”.
«La lógica principal de la acumulación por desposesión se basa en la idea de que cuando las personas se quedan sin la capacidad de fabricar cosas o prestar servicios, siga siendo posible establecer un sistema que extraiga su riqueza restante», dijo Harvey. “Esa extracción se convierte entonces en el centro de sus actividades. Una de las formas en que puede ocurrir esa extracción es creando nuevos mercados de productos básicos donde antes no existían. Por ejemplo, cuando era más joven, la educación superior en Europa era esencialmente un bien público. Cada vez más -este y otros servicios- se han convertido en una actividad privada. Servicios de salud. Muchas de estas áreas que usted consideraría que no son productos comerciales en el sentido ordinario se convierten en tales tipos de productos. La vivienda para la población de bajos ingresos a menudo era vista como una obligación social. Ahora todo tiene que pasar por el mercado».
«Cuando era niño, el agua en Gran Bretaña se proporcionaba como bien público», dijo Harvey. «Al cabo de un tiempo, por supuesto, se privatizó. Comienzas a pagar los gastos de agua. Han privatizado el transporte (en Gran Bretaña). El sistema de autobuses es caótico. Existen todas esas compañías privadas corriendo de aquí para allá, en todas partes. No hay manera de encontrar un sistema que necesites realmente. Lo mismo sucede con los ferrocarriles. Pero una de las cosas que suceden en este momento en Gran Bretaña es interesante: el Partido Laborista dice: ‘Vamos a tomar todo eso de nuevo en propiedad pública porque la privatización es totalmente insana y tiene consecuencias insanas y no está funcionando bien en absoluto’. La mayoría de la población ahora está de acuerdo con esto».
Bajo el neoliberalismo, el proceso de «acumulación por desposesión» está acompañado por la financiarización.
«La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los principales centros de actividad redistributiva a través de la especulación, la depredación, el fraude y el robo», escribe Harvey en su libro, tal vez el mejor y más conciso relato de la historia del neoliberalismo. «La promoción de acciones cotizadas, los esquemas de Ponzi, la destrucción estructurada de activos a través de la inflación, la desmantelación de activos a través de fusiones y adquisiciones, la exponencial elevación de los niveles de deuda tal que reducen poblaciones enteras incluso en los países capitalistas avanzados al peonaje de la deuda. Por no decir nada del fraude corporativo, la devaluación de activos, el ataque a los fondos de pensiones, su aniquilación por la inducción de colapsos corporativos a través de la manipulación de créditos y acciones, en todo esto se ha convertido el sistema financiero capitalista».
El neoliberalismo, blandiendo su tremendo poder financiero, es capaz de diseñar crisis económicas para deteriorar el valor de los activos y luego aprovecharse de ellos.
«Una de las maneras en que se puede crear una crisis es cortando el flujo de crédito», dijo. “Esto se hizo en el este y sureste de Asia en 1997 y 1998. De repente, la liquidez se agotó. Las principales instituciones no prestaban dinero. Había habido un gran flujo de capital extranjero en Indonesia. Cerraron el grifo. El capital extranjero fluyó hacia afuera. Lo cerraron en parte porque una vez que todas las empresas se declararon en bancarrota, podían pasar a ser compradas con grandes descuentos. Vimos lo mismo durante la crisis de la vivienda aquí (en los Estados Unidos). Las ejecuciones hipotecarias posibilitaron posteriores recompras de pisos a precios muchísimo más baratos. Es cuando entra Blackstone, compra todas las viviendas y pasa a convertirse en el propietario más grande de todos los Estados Unidos. Tiene 200.000 propiedades o algo así. Ahora se encuentra esperando que el mercado gire. Cuando el mercado gire, que lo hará brevemente, entonces podrá vender o alquilar y cometer el crimen. Blackstone ha conseguido el pelotazo del siglo gracias a las ejecuciones hipotecarias a partir de las que todo el mundo perdió. En esencia se trata de una transferencia masiva de riqueza».
Harvey advierte que la libertad individual y la justicia social no son necesariamente compatibles. La justicia social, escribe, requiere solidaridad social y «la voluntad de sumergir los deseos, las necesidades y los deseos individuales en la causa de una lucha más general como, por ejemplo, la igualdad social y la justicia ambiental». La retórica neoliberal, con su énfasis en las libertades individuales, puede efectivamente «separar el libertarismo, las identidades políticas, el multiculturalismo y, finalmente, hacer oscilar hacia el consumismo narcisista a las fuerzas sociales que persiguen la justicia social a través de la conquista del poder estatal».
El economista Karl Polanyi entendió que hay dos tipos de libertades. Existen las malas libertades para explotar a quienes nos rodean, obteniendo así enormes ganancias sin tener en cuenta el bien común, incluido lo que se hace con el ecosistema y las instituciones democráticas. Estas malas libertades hacen que las corporaciones monopolicen las tecnologías y los avances científicos para obtener enormes ganancias, incluso cuando, como sucede con la industria farmacéutica, un monopolio implique que las vidas de quienes no pueden pagar precios exorbitantes sean puestas en peligro. Las buenas libertades -la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad de elegir el trabajo- se extinguen finalmente por la primacía de las malas libertades.
«La planificación y la regulación están siendo atacadas como si implicasen una negación de la libertad», escribió Polanyi. «La libertad de empresa y la propiedad privada se asocian con las esencias finales de la libertad. Se dice que ninguna sociedad construida sobre otras bases merece ser llamada libre. La libertad que la regulación ofrece es denunciada como falta de libertad; La justicia, la libertad y el bienestar que posibilita la regulación se asocia a la esclavitud».
El concepto de la libertad degenera así en una mera defensa de la libertad de empresa, que significa “plenitud de libertad para aquellos cuyos ingresos, ocio y seguridad no necesitan ser mejorados, y una simple miseria de libertad para las personas, que en vano pueden intentar ‘hacer uso de sus derechos democráticos para obtener refugio del poder de los dueños de propiedades’, escribe Harvey, citando a Polanyi. «Pero si, como siempre es el caso, ‘no es posible una sociedad en la que el poder y la coerción estén ausentes, ni un mundo en el que la fuerza no tenga ninguna función’, entonces la única forma en que esta liberal visión utópica podría sostenerse es por la fuerza, la violencia y el autoritarismo. El utopismo liberal o neoliberal está condenado, en opinión de Polanyi, a derivar en el autoritarismo, e incluso en el fascismo absoluto. Las buenas libertades se pierden, las malas prosperan».
El neoliberalismo transforma la libertad de la mayoría en la libertad de unos pocos. Su resultado lógico es el neofascismo. El neofascismo suprime las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional y califica a grupos enteros de la sociedad como traidores y enemigos del pueblo. Es el instrumento militarizado utilizado por las élites gobernantes para mantener el control, dividir y desgarrar a la sociedad y acelerar aún más el saqueo y la desigualdad social. La ideología dominante, ya nunca más creíble, está mutando en abuso y totalitarismo.
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